Josh refrenó su caballo cerca de Colin, que estaba trabajando en la segunda canoa, sudoroso y con el torso desnudo. El casco curvo de la embarcación estaba apoyado al revés sobre un trozo de madera flotante en el cauce de gravilla del Tanana. Probablemente, las masas atronadoras de agua habían arrancado de raíz el árbol durante el deshielo en la cordillera de Alaska.
En ese lugar, el Tanana era un laberinto inabarcable de angostas corrientes zigzagueantes que se imbricaban unas con otras, con meandros muy pronunciados y rápidos de corriente violenta, con aguas blancas, islotes cubiertos por entero de vegetación y bancos planos de arena y rocalla. Apenas podía reconocerse el brazo principal del río, cuyas aguas estaban teñidas de color plata por los minerales en polvo que arrastraba. La travesía en canoa sería un verdadero desafío.
La segunda canoa estaría lista para el atardecer. Con las dos embarcaciones de veinte pies de eslora, en las que transportarían a los huskys y las provisiones, y la canoa ligera fabricada con corteza de abedul y lona, iban a proseguir a la mañana siguiente su viaje al norte.
—Eh, Colin. Ya me voy —gritó Josh entre el rumor ruidoso del Tanana—. ¿Quieres alguna cosa más?
—¿Además del chocolate y los cigarrillos? Un libro. Cuando hayamos llegado a la desembocadura del Nenana en el Tanana, podemos construir una balsa y dejarnos llevar por la corriente hasta el Yukon. Entonces podremos echarnos al sol y tendremos mucho tiempo para leer.
—Te buscaré alguna lectura emocionante. Estaré de vuelta para la cena.
—Está bien. —Colin se enjugó el sudor del rostro sin apartar el machete—. Tómate tu tiempo, Josh. Y tráeme una cerveza bien fría.
Josh sonrió con satisfacción.
—Por supuesto, cuenta con ella.
Volvió a su caballo y trotó de vuelta a la cabaña abandonada que habían descubierto hacía unos pocos días. Al llegar a ella habían desenrollado los sacos de dormir sobre los colchones, disfrutaron de una noche sin mosquitos, sin fogata ni tienda de campaña, y cenaron de manera civilizada en una mesa de madera con dos banquetas, con tenedor y cuchillo en lugar de la cuchara como solían hacer. Después jugaron a una ronda de póquer, el perdedor tenía que ir a por los perros que andaban retozando a sus anchas fuera. A la mañana siguiente examinaron sus provisiones y comenzaron a talar la madera para la construcción de las canoas.
Josh agarró las riendas del caballo de Colin, que iba cargado con las pieles de los animales que habían cazado durante el trayecto a caballo de varias semanas de duración a través de los valles de la cordillera de Alaska. Josh iba a cambiar en la oficina comercial las pieles y los caballos que no podían llevar consigo en las canoas por víveres.
—¡Vamos! —gritó a los huskys, que daban saltos en torno a él.
Con sentimientos tristes, emprendió la cabalgada hasta el establecimiento comercial, situado tan solo a una hora de distancia siguiendo la orilla del río. Ian había inaugurado ese establecimiento hacía unos cuantos meses porque estaba convencido de que un día se encontraría oro en el Tanana. Los terribles recuerdos de su muerte seguían torturando a Josh. Su amigo había muerto por él, porque quería salvarle la vida. ¿Cómo iba a poder olvidar eso jamás?
El establecimiento comercial estaba bien provisto de víveres. Josh depositó la lista en el mostrador, se sentó al sol delante de la cabaña, disfrutó relajado de una cerveza fría y observó cómo la montaña de sacos de lino, cajas de madera, paquetes de cartón y latas iba haciéndose cada vez más alta. Acaparó todas las existencias de salmón desecado para sus huskys. Además había que reemplazar la sierra rota. Dentro de unos días iban a construir Colin y él una balsa, que ofrecía mayor comodidad que las canoas que solo iban a utilizar en las aguas bravas. Sin embargo, para construir la balsa sobre la que querían vivir, tenían que talar árboles grandes y serrar docenas y docenas de tablas.
Un hombre joven se quitó con mucho esfuerzo la mochila con un saco de dormir y un Winchester, la dejó en la hierba y se sentó junto a él con una taza de café.
—¿Vas a dejar algo para los demás?
Josh levantó la vista del ejemplar de la National Geographic, que había canjeado para Colin. Había estado hojeando en el reportaje fotográfico sobre una cacería de tigres en la jungla de la India, cuando de pronto leyó el nombre de Shannon Tyrell. Colin se alegraría seguramente con aquello. Lástima que no hubiera ninguna fotografía de Shannon montada sobre un elefante para hacer las fotos del tigre antes de abatirlo. Josh se encogió de hombros con desenfado.
—Hay todavía de sobra.
—Soy Jake —se presentó el otro—. De Montana.
Josh pilló con los dedos un cigarrillo del paquete de Chesterfield, se lo encendió y se quedó mirando fijamente a Jake. Cerca de los treinta, espigado, vestido con desenvoltura. Los tejanos descoloridos por el sol, la lluvia y la nieve. Una chaqueta de piel con flecos en las mangas. Y un sombrero de vaquero que llevaba a la espalda sujeto por una cinta. Al parecer no era ningún cheechako que quería desfogarse en Alaska poniendo a prueba su valor y su espíritu aventurero. Había algo marcadamente masculino en el modo que tenía de mirar a Josh.
—¡Ajá!
Jake agarró el tomo de poesías que Josh acababa de encontrar en la tienda, y estuvo hojeándolo unos instantes.
—Walt Whitman —murmuró con gesto de reconocimiento, y volvió a dejar el libro encima de la mesa—. Lo leí cuando estuve en Nueva York.
—Ajá.
—Te puedo dar El último mohicano, de James Fenimore Cooper. Lo acabé de leer ayer. Me ha gustado mucho.
Se miraron detenidamente el uno al otro como si estuvieran evaluándose mutuamente, y Jake sonrió de un modo que sacó de sus casillas a Josh, por un motivo que él mismo no pudo concretar. Pero Jake no se dejó intimidar.
—¿Adónde te diriges?
—A Nome —dijo con un tono frío en la voz, cosa que no tenía por costumbre.
—Yo también —dijo Jake, asintiendo con la cabeza—. ¿En barca? ¿Tanana, Yukon, mar de Bering?
Josh ladeó la cabeza y le miró con gesto nervioso.
—No, si te parece en bicicleta por el Yukon helado. Las provisiones tienen que alcanzar hasta el invierno.
Jake resopló y se puso a reír con sonoras carcajadas. Simplemente pasó por alto el tono enervado de Josh al hablar.
—¿Y por qué has preguntado si tenían papel para cartas?
—¿Jake? —Cerró de golpe la revista con el artículo de Shannon—. Me estás poniendo nervioso.
—Y tú a mí también. —Tomó un sorbo de su café y volvió a dejar la taza en la mesa—. Entonces seguro que nos divertiremos un montón si viajamos juntos a Nome.
Josh no dijo nada. Los ojos de Jake fulgían. Su provocadora capacidad de réplica le trajo a la mente el recuerdo de Ian, pero no deseaba compararlo con Jake. Le temblaban las manos de ira.
—Ya tienes un socio —supuso Jake a la vista de la montaña de provisiones—. Esos víveres alcanzan para dos.
Josh rechinó con los dientes y no respondió.
—Tú y tu amigo tenéis dos caballos pero solo un tiro de huskys. Y falta un husky, además. ¿Qué ocurrió?
¡Aquello era demasiado! Josh dio un puñetazo encima de la mesa y la taza de café de Jake dio un salto. Jake se puso serio de repente, y su mirada estaba llena de compasión. Josh movió sus largas piernas por encima de la banqueta y se puso en pie.
—Que tengas muy buen día.
—Lo mismo para ti.
Pero la verdad era que le habían fastidiado el día. Su alegría por la partida con las canoas y la satisfacción de una cena agradable con Colin se habían ido al traste, ahuyentadas por el mal humor debido a Jake. Le había hecho recordar la muerte de Ian. Le había hecho recordar la pérdida de su mejor amigo. Su tristeza. Su soledad.
Normalmente congeniaba con los forasteros que se encontraba en medio de la naturaleza. Conversaba con ellos, intercambiaba novedades y disfrutaba de la compañía con el whisky y el póquer. En realidad, ni siquiera sabía qué le había puesto tan nervioso en Jake. En el fondo no se había enfadado con Jake sino consigo mismo, por ser una persona tan sensible. Quizá le animaría una buena cena con Colin a orillas del Tanana y con Hojas de hierba, de Walt Whitman, a la luz del sol de medianoche.
Después de cargar los caballos y los huskys, que también iban a transportar los paquetes con los víveres en el trineo, parecía que Jake había desaparecido. Josh agarró las riendas de los caballos y llegó al campamento después de una hora de caminata por el bosque. ¿Y quién estaba allí sentado sobre su mochila al sol y mirando cómo Colin empujaba la canoa ya acabada en las aguas torrenciales del Tanana?
—Eh, Jake. —Josh ató los caballos.
Jake le saludó con gestos desenvueltos y cruzó sus largas piernas.
—Eh, Josh.
«¡Vaya con este cabrito desvergonzado y arrogante! ¡Ha seguido las huellas de la orilla del río!». Josh se tragó la rabia de mala gana. Ni siquiera le había apaciguado el regalo de Jake, El último mohicano, de Cooper, que llevaba encima de sus sacos, listo para la partida a la mañana siguiente.
Colin sacó la canoa del río y se dirigió donde estaban Josh y Jake.
—¿Tienes una cerveza para mí?
—Sí, claro. —Asintió él y señaló con la barbilla a Jake—. ¿Qué hace ese aquí?
—Jake viajará con nosotros a Nome.
Josh sacudió enérgicamente la cabeza.
—¡No!
—¡Claro que sí! —le contradijo Colin con el mismo tono de voz—. Él me ha preguntado y yo le he dicho que sí.
—¡Ni hablar!
—Ya le he dado mi palabra.
—Y yo le he dicho en el establecimiento comercial que no quiero tenerle al lado.
—No, no le has dicho eso. Solo estuviste bastante antipático.
—Lo dice Jake.
—Vale. ¿Qué mosca te ha picado?
Josh se puso a maldecir disgustado.
—Me ha hecho recordar a Ian.
Colin respiró profundamente para calmarse.
—No, Josh. Tú te has acordado de Ian, no ha sido Jake quien te lo ha hecho recordar. He estado conversando con él. Es un buen tío. Será un amigo excelente.
—No podrá sustituir a Ian.
—Quizá no quiera él eso; cosa que tampoco quiero yo —dijo Colin con suavidad.
Josh no pudo menos que tragar saliva.
—A veces te comportas como un idiota, Josh.
—¡No me digas!
—Sencillamente no puedes olvidarte de eso.
—No.
Jake había estado observando el intercambio de palabras. Ahora se dirigió hacia ellos.
—Escuchad los dos. No quiero provocar ninguna pelea. ¿Quién de los dos es el jefe?
—Los dos —aclaró Josh al tiempo que Colin decía:
—Ninguno de los dos.
—¿Qué hay entonces? —preguntó Jake—. No entiendo nada.
—Somos Colin Tyrell y Josh Brandon.
Jake puso los ojos como platos.
—¿De Tyrell & Sons y…?
—Eso es.
Jake les tendió la mano.
—Me alegro de conoceros a los dos. Yo soy Jake Fynn. De Montana.
Josh ignoró la mano que le tendía.
—Jake, haz el favor, coge tu mochila y lárgate.
—¡Josh, te lo ruego! —Colin le puso la mano sobre un hombro—. Jake es un tipo simpático. Podemos necesitar muy bien a un tercer hombre.
—¿Vas a construir otra canoa? —preguntó Josh—. Tenía entendido que íbamos a partir mañana temprano.
—Jake puede ir en la barca pequeña. Y de esta forma no tendremos que llevarla a remolque. Porque si fuera a la deriva, podría resultar dañada al golpearse contra alguna roca. Además, puede ayudarnos en las tareas diarias: cargar las provisiones, montar las tiendas, cortar la leña, preparar la hoguera de campamento, atender y dar de comer a los perros, arreglar las canoas, cazar, cocinar y lavar. —Antes de que Josh pudiera replicar algo, Colin aportó el mejor argumento de todos—: ¿Sabes de verdad el trabajo duro que representa construir una balsa? Los tres podremos hacer rodar más fácilmente los árboles hasta el río para atar los troncos y clavar los tablones.
Josh acabó cediendo de mala gana.
Por la noche, junto al fuego, Jake, que llevaba ya varios años viviendo en Alaska, les contó sobre su época de vaquero en el rancho de su padre en Montana. Sabía manejar bien el lazo y el Winchester. Sin parar su relato les contó que tras su carrera en Harvard había trabajado como negociador de acciones en la bolsa de Wall Street. Se trataba de un trabajo bien remunerado que, pese a su éxito, no le había divertido en absoluto. Rescindió el contrato, metió sus cosas en la mochila y se recorrió Estados Unidos de punta a punta desde Nueva York, haciendo autostop. Jake viajó en vagones de mercancías, desenrollaba su saco de dormir junto a las vías y había viajado hasta Montana, en donde fue a ver a su familia. Su hermano pequeño le acompañó cuando partió hacia Arizona. Jake quería ver el Gran Cañón. Impresionados por la grandeza del paisaje, los dos hermanos descendieron y viajaron por el cañón en una canoa que se habían construido ellos mismos. En los rápidos, su hermano pequeño se cayó por la borda, se dio de frente contra una roca y se ahogó en aquellas aguas rugientes.
Josh se quedó emocionado al escuchar las frases en voz baja con las que Jake ilustró la muerte de su hermano. Conjuraron en él los horribles recuerdos de la caída de Ian por la grieta del glaciar. Con los ojos acuosos escuchó la descripción de Jake de cómo buscó el cadáver de su hermano en el río Colorado, sin encontrarlo. También él había perdido a una persona querida de la que era responsable; también él carecía de una tumba ante la que dolerse y despedirse, donde poder familiarizarse con la situación y asimilarla.
Igual que había hecho Josh, Jake había continuado su camino. Descendió por el río Colorado hasta el golfo de California. Allí dejó varada su canoa en la playa y se dirigió a pie a través de las dunas y de los cerros hasta San Diego. Esa caminata a través del desierto había ayudado a Jake a superar el dolor por la pérdida. Aprendió a volver a confiar en sí mismo, a ver que estaba en disposición de asumir la responsabilidad por otra persona. Entonces supo lo que iba a hacer. No podía presentarse ante su familia, no sin el cadáver de su hermano que no podía llevar a casa. Se dirigió a Seattle haciendo autostop pasando por San Francisco. Y finalmente se subió a un barco que se dirigía a Alaska.
—¿Estás buscando oro en Alaska? —preguntó Josh—. ¿O aventuras?
Jake sonrió con el semblante sosegado, con una serenidad que Josh tuvo que admirar en silencio. Y eso que el hermano de Jake había muerto hacía tan solo unos pocos meses.
—He estado buscando un poco a orillas del Klondike, solo para divertirme. Me parece que conoces a Jack London, ¿verdad? —Al asentir Josh con la cabeza, dijo Jake—: Yo tenía mi título de propiedad dos millas río arriba. Al contrario de lo que le sucedió a él, yo sí encontré oro, pero la búsqueda me resultaba demasiado aburrida. Estás todo el día en cuclillas con las botas mojadas en estas aguas heladas y cavando en la arena para voltearla en tu batea. Al atardecer estás reventado y te duelen todos los huesos, y la vejiga inflamada te duele tanto al mear, que rechinas con los dientes y ves las estrellas. Estás tan exhausto que no tienes ganas de prepararte nada para cenar. Por la noche intentas dormir aunque hay tanta luz como durante el día, y te preguntas entonces: ¿Qué estoy haciendo aquí en verdad? ¿Todos estos tormentos por un poquito de oro en polvo?
—¿Y de qué vives ahora? —preguntó Josh, sirviéndose una porción más de dátiles envueltos en tocino, que Jake había freído en la sartén. Tenían un sabor delicioso—. ¿Eres trampero?
—No solo eso. Cazo, pongo trampas para cazar animales y vendo las pieles a las oficinas comerciales de vuestras dos empresas. En el fondo hago el mismo trabajo que vosotros, solo que yo soy mi propia pequeña empresa. Compro y vendo.
—¿El qué?
—El placer de la aventura. Equipamientos para buscadores de oro, leña para las cabañas de madera, terrenos en las localidades con gran crecimiento, títulos de propiedad en ríos que llevan oro.
—La esperanza de realizar el gran hallazgo y los sueños de realizar una gran fortuna —completó Josh.
—Eso es.
—¿Cuánto ganas?
—Lo suficiente para sobrevivir. —Jake sonrió con aire picarón—. Con champán francés a cien dólares la botella y ostras californianas a dieciséis dólares la caja. En Alaska, por una cena elegante se paga más que en un restaurante de la Quinta Avenida de Nueva York.
—Solo el salmón es más barato, y te salta del río a los pies —dijo Josh con una risa sarcástica—. ¡Vamos, dilo ya!
—Cuatro millones en dos años. Y eso que en el Tanana todavía no se ha encontrado siquiera el oro que tu amigo Ian había predicho.
Colin silbó por entre los dientes en señal de reconocimiento.
—¿Qué vas a hacer con el dinero?
—Más dinero.
Colin se rio.
—¿Y qué vas a emprender con todos tus millones?
—No lo sé todavía. A mi padre le he ayudado a comprar pastos y a ampliar el rancho de Montana. Se dedica a la cría de caballos. Le ayudan mis cinco hermanos. —Suspiró y volvió a adoptar un semblante serio—. Quizá sea esta mi manera de expiar una culpa demasiado grande. No puedo presentarme allí, ¿entiendes? No puedo ir a casa y decir simplemente: lo siento, padre, pero mi hermano ha muerto. No puedo consolar a mis hermanos, y tampoco quiero que ellos me consuelen. No me sobrepongo, es así de simple, y eso que me gustaría olvidar para tener por fin paz conmigo mismo. Así que por lo menos intento escribirles cartas con la mayor frecuencia posible y enviarles dinero. A mi hermana le he dado también algo. Vive con su marido y su hija pequeña en Great Falls. Es un idiota redomado. Lo que no tiene en los sesos, lo tiene en los puños. La maltrata. A las dos. Mi hermana quiere separarse de él. Necesita un poco de dinero. Le voy a comprar una granja. Y con ella también al tipo adecuado que la trate con más respeto que su futuro ex marido.
—Eres muy generoso.
—Es mi familia —dijo Jake simplemente—. Eso es fácil de decir, pero te enteras de lo que significa el día en que pierdes a un hermano, cuando le ves morir ante tus ojos.
Josh asintió con la cabeza con gesto reflexivo. Pensó en la noche de su despedida, en el infarto de corazón de Charlton y en las lágrimas de Sissy, en su carta de despedida a Shania sobre la funda del disco con el Sueño de amor, de Liszt. De pronto le entró la nostalgia de su casa.
—Sé lo que sentiste cuando Ian se precipitó por la grieta del glaciar —dijo Jake en voz baja.
A Josh le ardían los ojos.
—¿Volverás algún día a Montana? —preguntó—. ¿Volverás a ver a tu familia?
Jake negó con la cabeza.
—Adoro la naturaleza salvaje y la vida sencilla. Adoro la aventura, la amplitud y la libertad. Estoy viviendo el sueño por el que murió mi hermano sin haberlo soñado hasta el final.
¿Se debía a la sinceridad ingenua y natural de Jake? ¿A su sosegada serenidad que difundía a pesar de su tristeza y de su arrepentimiento? ¿O se debía a la hermosa noche que estaban pasando juntos al lado del fuego del campamento? Fuera lo que fuese, el estado de ánimo de Josh se transformó por completo. Poco a poco fue gustándole la idea de bajar por el río con Jake. Lo que había sucedido entre los dos esa tarde, ahora ya no tenía ninguna importancia, ni para Jake ni para Josh. El buen humor de Jake producía un efecto contagioso en Josh. Era una persona tan segura de sí misma y, al mismo tiempo, tan sencilla, que Josh llegó a reprocharse haber estado tan antipático con él.
Se retrasó la partida hasta la mañana siguiente después del desayuno. Jake regresó a la oficina comercial para comprar víveres. Cuando regresó, Colin y Josh ya habían cargado el equipaje en las canoas. Mientras Colin instalaba las cajas y los sacos en la canoa pequeña de caza, Josh llevó los caballos de vuelta al establecimiento comercial porque no podían llevarlos con ellos. Jake le hizo compañía. Josh se emocionó cuando Jake le puso en las manos una libreta.
—Para tus cartas a Shania. En la oficina comercial no hay papel para cartas. —Josh le dio las gracias con cariño.
La sosegada serenidad de Jake le hacía bien. Se sentía a gusto en su presencia. Jake era muy distinto de Colin, con su temperamento tempestuoso y sus repentinos accesos de ira. Colin se había convertido en un buen amigo de Josh; se podía confiar en él y tenía mucha empatía. Sin embargo, los sentimientos de Josh por Jake, que comenzaron a desarrollarse lentamente durante la caminata que compartieron juntos, poseían algo muy especial. Jake tenía algo irresistible en él que cautivaba a Josh, una energía instintiva de procurar que se hicieran realidad sus deseos y sueños, una fuerza que Josh admiraba. Jake confesó que él sentía lo mismo por Josh desde el día anterior. Como amigo, Jake era altruista y sacrificado, y tenía un olfato muy fino para detectar el humor de las personas. La reacción de Josh a su pregunta por el perro que faltaba en el trineo y su suposición de que se debía a un trágico accidente, suceso este que seguía afectando en el ánimo a Josh, habían dejado consternado a Jake.
Partieron tras un baño en el Tanana y una taza de café. Empujaron al agua las canoas con su pesada carga. Los huskys saltaron a las tres barcas y se acomodaron encima del cargamento. Bogaron a través de los bancos de arena hasta entrar en la corriente impetuosa del brazo principal del río. A pesar de la carga, las canoas se mantenían bien estables en el agua, siempre que los huskys se mantuvieran en calma. Cuando saltaban sobre las canoas ladrando por haber descubierto un caribú en la orilla, o un oso, o un alce, las barcas amenazaban con volcar. Resultaba fácil avanzar con la corriente del Tanana, solo que la lucha contra las olas requería de todas sus fuerzas.
Era una sensación imponente dejarse llevar por la corriente. ¡Todavía quedaban doscientas setenta millas hasta la desembocadura del Tanana en el Yukon!
En ese tramo del Tanana lo peligroso no eran los rápidos, sino los bancos de arena bajo la superficie del agua, que brillaban con la luz del sol. Hacia mediodía se confundieron y tomaron un brazo lateral del río. En el centro del río las aguas eran tan poco profundas que tuvieron que bajarse y empujar las canoas por encima de los bancos de arena. Por todas partes había troncos de árboles provenientes de la cordillera de Alaska que habían sido arrastrados por uno de los afluentes hasta el Tanana. La corriente pasaba ahora a su lado con ímpetu, y las canoas amenazaban con volcar, pero finalmente consiguieron arrastrarlas al brazo principal del río para seguir remando en el cauce más profundo.
¡Fue entonces cuando ocurrió! La canoa de Colin se desvió antes de que él pudiera subirse a ella. Los huskys saltaban excitados dentro de la canoa, que se movía peligrosamente de un lado a otro. Colin saltó en ella para estabilizarla y tranquilizar a los perros, pero antes de que pudiera agarrar el remo, la ligera embarcación volcó con su pesada carga, y Colin se precipitó en las heladas aguas. Se le quedó trabado un pie en la canoa, de modo que no se ahogó por muy poco. No obstante, logró mantener la cabeza fuera del agua hasta que Josh y Jake llegaron a su posición para rescatarle y llevarlo a tierra. Después regresaron inmediatamente a la fuerte corriente para salvar lo que todavía pudiera salvarse de las provisiones y del equipamiento. Sin embargo, el Winchester de Colin no volvió a aparecer. El azúcar, la harina, y el café se habían mojado, y por tanto se habían vuelto inservibles. Tampoco pudieron encontrar todas las latas a pesar de tantear con pies y manos en las turbulentas aguas. La corriente se llevó los paquetes de carne de ternera en salmuera, porque eran más livianos que las latas de sardinas en aceite. Jake relajó la tensión del momento al sacar una lata dorada de sardinas del Tanana y ponerse a exclamar:
—¡Oro! ¡Oro! ¡He encontrado oro! —Luego examinó la lata con más atención y puso cara de decepción—. ¡No, qué va, son solo sardinas en aceite de Monterey!
¡A pesar del accidente sabían divertirse! La canoa estaba intacta. ¡Con qué facilidad podría haberse roto el costado de la embarcación con un tronco de madera arrastrado por el río o con una roca! Jake encontró pronto el remo arrastrado, detenido sobre un banco de arena media milla más abajo. Mientras se secaban sus ropas tendidas al lado de la hoguera, Colin y Jake cargaron la canoa volcada con las provisiones rescatadas y con algunas latas de la canoa de Josh. Entretanto, Josh preparó con la harina mojada unas tortas para los siguientes días de viaje por el río.
El viaje en canoa con Colin y Jake exigía muchísimo a Josh, tanto física como mentalmente, de modo que pudo comenzar a olvidar paulatinamente muchas de las cosas que cargaba a sus espaldas. Ya solo pensaba en Ian ocasionalmente. Y la carta a Shania que escribió esa noche se convirtió en una nota muy tierna en el cuaderno que Jake le había regalado.
A última hora del crepúsculo, Jake apiló la madera para la hoguera de campamento y frio los últimos dátiles envueltos en tocino, que todos introdujeron en el pan asado y se los comieron como si se tratara de una hamburguesa.
A la mañana siguiente, mientras remaban, divisaron un oso nadando en el Tanana, y una cría de caribú que se quedó paralizada por el miedo en la orilla mirando a los huskys ladrar. Josh tuvo trabajo para detener a Randy en la canoa, que no volcó por los pelos.
Los mosquitos se fueron volviendo cada vez más agresivos con cada milla que avanzaban por el Tanana. Volaban a los ojos, se metían en la boca, y picaban y chupaban insaciablemente la sangre en todo momento. Josh, que al igual que Colin y Jake, iba remando con el torso desnudo, acabó poniéndose su parka de indio para protegerse de los mosquitos, cuyos zumbidos persiguieron a los tres amigos hasta alcanzar la siguiente oficina comercial. Hasta que atracaron hacia mediodía las canoas cerca de la factoría no habían visto a ninguna otra persona.
Ese año no había llegado todavía ningún barco hasta la oficina comercial. Tras el deshielo traía el correo, los periódicos y revistas, la fruta fresca y las verduras de California. Ahora estaban los estantes prácticamente vacíos, pero había lo suficiente, sin embargo, para reemplazar las provisiones perdidas. Y Colin encontró un Winchester.
Colin, Josh y Jake estaban tomando el sol perezosamente sobre una pradera en flor junto a la cabaña, cuando algunos tramperos entraron en la oficina comercial. Habían visto las canoas en el río y venían con la ilusión de escuchar noticias de su tierra. Josh, que era el único que había estado recientemente por el país, tuvo que informarles durante horas hasta que se le secaban la lengua y la garganta por completo; pero esos hombres le daban una bebida tras otra para que no cesara de contarles cosas. A pesar de la vida que llevaban en la soledad de aquellos territorios, estaban asombrosamente bien informados. Sabían que habría elecciones en noviembre en California. Y habían oído que el primo de Colin era candidato al Senado. Por ello le invitaron a algunas bebidas y le desearon mucha suerte para Eoghan.
Ya entrada la tarde se llegó incluso a bailar en el almacén. Un trampero tocó su armónica. La mitad de los hombres se anudaron pañuelos de colores en torno a los brazos, y todos bailaron una danza popular escocesa. Atraídos por aquella música de baile, un puñado de indios se acercó al lugar. Colin estuvo una hora desaparecido hasta que en algún momento apareció procedente del bosque, con una india del brazo. Por lo visto, los dos se lo habían pasado muy bien.
Fue una tarde bonita. Josh, Colin y Jake seguían riendo cuando se metieron finalmente en sus sacos de dormir a primeras horas de la madrugada. Estaban tan borrachos y cansados que ni siquiera los mosquitos les impidieron dormir.
Cuando despertaron a la mañana siguiente y estiraron los miembros entumecidos, constataron que durante la noche había refrescado, y que incluso había nevado en las montañas.
—Ya no queda mucho para el invierno —gruñó Colin—. En los próximos días puede ponerse ya a nevar.
Hasta Nome había todavía unas mil trescientas millas aproximadamente; el invierno se acercaba, y ellos tenían que construir todavía una balsa en la que iban a viajar hasta el Yukon, que podía helarse ya en octubre. ¡Así que tenían que apresurarse!
Volvieron a equivocarse de brazo de río, por supuesto. Algunas millas río abajo se metieron por un brazo lateral del río, bastante angosto. Ya de lejos podía escucharse el rugido de los rápidos, pero no tuvieron oportunidad de llevar las canoas hacia la orilla para eludir las aguas blancas porque se encontraban en un cañón de paredes empinadas, pobladas de matorrales.
Maldiciendo su suerte apartaron las canoas de la corriente fuerte y las acercaron al terraplén empinado de la orilla, se rodearon la soga de arrastre al cuerpo y tiraron de las canoas avanzando con todas las provisiones y los perros, resbalando y tropezando por entre las rocas. La corriente les apartaba continuamente del lugar que pisaban, y se caían en al agua, o las canoas se les adelantaban y los arrastraban por la fuerza. No obstante, conseguían agarrarse en el último momento a alguna rama colgante para no ser arrastrados contra las rocas.
El esfuerzo por eludir los rápidos era una tortura que consumía sus fuerzas, y avanzaban con mucha lentitud. El Tanana se convirtió en un desafío que fusionó a los tres amigos para formar un equipo fuerte en el que cada uno confiaba a ciegas en los otros dos. Cuando por fin dejaron atrás los rápidos, remolcaron las canoas a tierra y observaron con preocupación las nubes de nieve que se estaban apelotonando por encima de ellos. Josh cocinó unos espaguetis con salsa de tomate que comieron rápidamente de pie, mientras la llovizna inundaba sus platos. Luego se metieron en la tienda de campaña con la esperanza de que la lluvia no pasara a convertirse en nieve.
Sin embargo, las temperaturas ascendieron al día siguiente hasta alcanzar valores veraniegos. Josh y los demás se arremangaron las camisas y las perneras de los tejanos. Los perros estaban inmóviles sobre las cajas y los sacos, y jadeaban con la lengua fuera. Estaban sufriendo por el calor.
Antes de dar de nuevo con el Tanana, tuvieron que pasar otros rápidos. Las aguas rugientes salpicaban en el interior de las canoas y pronto se formaron charcos en ellas. La canoa de Jake zozobró. Él se cayó al agua, y la canoa, que había perdido la carga, se iba a la deriva, mientras Colin y Josh intentaban sacar a Jake del agua.
Prosiguieron su viaje tras un breve descanso en la orilla para repartir de nuevo el cargamento en las canoas. Josh compartió la canoa con Jake, quien se ocupó de Randy durante el viaje; Colin iba en su canoa detrás, con los demás perros. No alcanzaron de nuevo la corriente principal del río hasta poco antes de la medianoche. Todavía no había oscurecido y montaron su campamento en una de las islas del Tanana. Mientras Colin y Josh descargaban las canoas, Jake capturó tres salmones, que asaron en el fuego del campamento. Más tarde se tumbaron a la orilla del río y admiraron la aurora boreal que lucía con su magia completa en el cielo nocturno. Tenía un brillo tan claro que sumergió las cimas de las montañas nevadas en una luz verde.
Entonces, todo el cielo se puso incandescente de pronto. Josh se incorporó y se rodeó las rodillas con los brazos.
—Es el final del verano. Cuando las hojas se tiñan, llegarán enseguida las nieves. Y con ellas, el invierno.