18

El camarero los acompañó al reservado del Cliff House con vistas a las rocas de las focas, en el cual Tom había almorzado hacía meses con Shannon. Portman cerró la puerta por fuera, y Evander empujó la silla de ruedas de Tom para acercarlo a la mesa. Luego tiró de una silla y se sentó frente a él. La alegría sincera y la sonrisa cordial con las que le había saludado Tom anteriormente en el hotel habían dado paso ahora a una mirada preocupada. Evander percibió que no se encontraba muy bien, y lo observaba con toda atención, incluso con cierta tensión.

El camarero entregó a Tom la carta del menú, pero este la dejó encima de la mesa. Le temblaron las manos al hacerlo.

—Evander, pide por mí, por favor. —Cuando el neozelandés le miró con cara de perplejidad, se apresuró a añadir—: Esta tarde no tengo ganas de cenar, la verdad.

Como siempre, Evander decidió lo que quería tras un breve vistazo a la carta.

—Y tráiganos dos Guinness.

—Muy bien, señor. —El camarero le quitó la carta del menú de las manos.

—¡Chaval, se te ve magnífico! —Tom se recostó en la silla de ruedas—. ¿Quieres que te busque una esposa para ti también?

Evander se rio de esos sentimientos paternales, pero disfrutó con el hecho de que Tom le tratara como a un hijo.

—Han sido esos cinco días soleados en Hawái, Tom. Dormir mucho, comer bien y disfrutar de las vistas en la playa de Waikiki. En la bahía de Waimea había unas olas estupendas para hacer surf. He disfrutado mucho de mi tiempo allí.

—¡No me vengas con cuentos, chaval! ¡Has estado trabajando allí día y noche, como siempre!

Evander esbozó una sonrisa.

—Vale, pero he vuelto a hacerte algunos millones más rico. La Conroy Diamond Mining and Trading Company no se deja apartar tan fácilmente del comercio internacional de diamantes.

Tom dio un manotazo encima de la mesa.

—Bien hecho.

—¿Quieres que te presente mañana las cifras?

—Habla de eso con Rob cuando regrese.

—¿Has hablado con él si vamos a introducirnos en la producción de aparatos eléctricos…? —Evander se lo quedó mirando fijamente con cara de preocupación—. ¡Tom! ¿Estás bien? Se te ve muy pálido.

—Desde el desvanecimiento que tuve hace una semana no me encuentro muy bien —confesó él—. La mansión de Oahu… ¿está todo preparado para las semanas de luna de miel para Rob y Shannon?

Evander asintió con la cabeza.

—Se han remodelado las habitaciones con bambú y oro, esmalte negro y seda blanca vaporosa. Y flores de color púrpura por todas partes. A ella le gustará.

—¿Dormitorios separados?

—Eso es. —Evander esbozó una sonrisa—. Pero estoy seguro de que Rob encontrará el camino a la cama de ella incluso a oscuras.

—¿Tú crees?

—Rob me ha telegrafiado que se ha enamorado de ella. Parece que la cosa va en serio.

Tom asintió con la cabeza. Comenzó a ver puntitos luminosos ante sus ojos, y un pitido en sus oídos se fue haciendo cada vez más potente. Esto le llevó a un estado de irritación tal que apenas era capaz de concentrarse en la conversación.

—Entonces, ¿para qué un tiempo de reflexión tan largo?

Evander se encogió de hombros.

—Tom, tienes que entender a tu chico. Si le hubieras visto en Ciudad del Cabo, ni se te habría ocurrido que viniera algún día a San Francisco. Estaba bastante enfadado contigo y… ¿Tom?

El corazón de Tom latía ahora de repente produciéndole dolor y comenzó a acelerarse, como si se defendiera desesperadamente de eso que se le estaba estrechando en su interior, como si latiera con todas las fuerzas que todavía le quedaban.

—¿Tom? ¿Qué te ocurre?

Volvió a caer en un estado de ansiedad y con la respiración entrecortada. La dolorosa presión en su cabeza se fue intensificando, los puntitos ante sus ojos bailaban ahora como puntos de una claridad deslumbrante, y el pitido en sus oídos se había acabado convirtiendo en un estruendo ensordecedor. Percibió vagamente que Evander se ponía en pie de un salto y se le acercaba.

—¿Tom? —Le llevó la mano a la frente—. Tienes mucha fiebre, estás sudando y temblando.

Tom gimió con la voz ronca, pero de pronto sintió una opresión muy fuerte en el pecho y no fue capaz de pronunciar una sola palabra.

—¡Por Dios! ¿Puedes oírme? ¡Tom!

Cerró los ojos porque sintió un vértigo. El estruendo en su cabeza era cada vez más ruidoso, y sentía un frío doloroso en las piernas y en los brazos.

Oyó que Evander abría la puerta de golpe y que le gritaba algo a Portman. Luego regresó junto a él.

—¿Tom? ¡Estate tranquilo! Voy a llevarte a casa. —Evander se inclinó sobre él y lo levantó de la silla de ruedas—. Rodéame el cuello con el brazo. Sí, así, muy bien. Voy a llevarte al coche.

La determinación de Evander le tranquilizó un poco. Percibió como a través de un velo de niebla que Evander le sentaba en el Landauer y que él mismo se dejaba caer en el asiento de al lado.

—¡Vamos, conduzca! —gritó al chófer.

Respirar era una tortura para él, y el corazón luchaba desesperadamente contra los dolores en el pecho.

—Llévame… al doctor McKenzie…

Todavía percibió cómo se desmoronaba sobre el hombro de Evander, quien le rodeó con su brazo. Luego todo se volvió oscuro a su alrededor.

Y seguía estando todo oscuro cuando volvió a abrir los ojos. Confuso dirigió la vista a su alrededor. Se encontraba en una cama, pero no era la suya, y llevaba un pijama que no era suyo. Intentó incorporarse, pero se sentía tan débil, que volvió a caer sobre la almohada.

—¡Tom! ¿Estás despierto? —Evander apareció desde la oscuridad y se sentó en la cama al lado de Tom—. Estaba en el sillón junto a tu cama. Bueno, ¿cómo te encuentras?

—Han desaparecido los dolores. Me siento… como si estuviera un poco borracho.

—Es por el analgésico que te ha suministrado el doctor. —La voz de Evander sonó profundamente preocupada—. ¿Quieres que te encienda la luz de gas?

—No, déjalo.

«No soportaría mirarle a la cara», pensó Tom. «Y creo que así las cosas serán también más fáciles para él. Percibo lo preocupado que está por mí».

—¿Quieres sentarte? ¿Quieres que te vaya a buscar otra almohada?

—Quédate sentado, Evander, estoy cómodo echado. ¿Dónde estoy?

—En el hospital. Te llevé a casa del doctor McKenzie, pero nada más verte se subió inmediatamente al coche para venir también hasta aquí. Se asustó bastante al verte.

—¿Está aquí?

—Está hablando con los médicos.

—¿Saben ya lo que me pasa?

—No, todavía no. Hace una hora te han pasado por los rayos X y han descubierto algo, una sombra negra junto a tu corazón. Todavía no están seguros de lo que es. Están esperando a un radiólogo que sabe manejarse mejor con esos aparatos. Esta técnica es completamente nueva…

Tom respiró profundamente.

—Creo que deberíamos producir aparatos eléctricos. Para el campo de la medicina…

Evander rio, pero su risa no sonó muy alegre.

—Una idea estupenda, Tom. Se lo comentaré a Rob.

Tom sintió que su corazón volvía a latir más rápidamente otra vez, y volvía a luchar contra un nuevo ataque de ansiedad y pánico.

—Quiero que le envíes un telegrama a Rob.

Evander le apretó la mano.

—Tom, acaba de partir de Valdez esta misma mañana. Aun cuando alguien consiguiera llegar hasta él para entregarle la noticia, pasarán dos semanas hasta que esté de nuevo aquí.

—Llama a Shannon entonces.

—Se ha ido a navegar con su hermano por los fiordos de la Columbia Británica, ¿no lo recuerdas?

—¡Ah, sí!

—Estás un poco desorientado.

Se pasó las dos manos por el rostro.

—¿Puedes quedarte conmigo? No deseo estar solo.

—Me voy a sentar en el sillón que está al lado de tu cama. Si me necesitas estoy aquí, pero ahora deberías dormir un poco, Tom. Son las dos de la madrugada.

—¿Sabes? Me acuerdo todavía de cuando Rob era muy pequeño, de cómo se venía corriendo hacia mí entre risas para que lo levantara en brazos. ¡Cómo le brillaban los ojos!

Evander reposó su mano en el hombro de él.

—Tom…

—Lo sé, es una bobada.

—No es ninguna bobada en absoluto que un padre se acuerde de su hijo y que desee que esté a su lado para asistirle —le consoló Evander—. ¡Estate tranquilo, Tom! Me quedaré a tu lado. Intenta dormir un poco.

—¿Me despertarás cuando regrese el doctor McKenzie?

—Lo haré, pero ahora descansa.

Iba a levantarse, pero Tom le agarró la mano firmemente.

—Evander, tengo miedo.

—Yo también, Tom. Créeme, tengo miedo también.

Cuando despertaron por la mañana, había dos pulgadas de nieve sobre las tiendas y los trineos, y los huskys estaban acurrucados bajo la blanda cubierta de nieve. Después de un desayuno de fríjoles y tocino y un café fuerte, Josh puso los arreos a los perros, mientras Rob desmontaba la tienda y cargaba el trineo. Renunciaron a fregar esa mañana teniendo en cuenta que estaban a punto de abandonar el glaciar y que podían fregar la vajilla con mucha más facilidad abajo, en el torrencial río Klutina.

Mientras Josh trababa los patucos, iba arrojando una mirada tras otra en dirección a Ian. Y también Ian andaba mirándole cada dos por tres. Era evidente que su amigo estaba tenso pensando en cómo iba a reaccionar a la confesión de Rob de que Ian iba a trabajar para él. Al hacerle Josh un gesto amistoso con la cabeza, se relajó a ojos vista, dio un cachetito a Orlando, se irguió de un salto y se vino hacia él.

Josh levantó la vista, mientras sujetaba a Randy, que daba saltos de alegría de un lado a otro.

—Tenemos que hablar, Ian. Esta noche.

Ian respiró profundamente.

—Está bien.

—¿Estáis ya listos? —Ian se volvió hacia Colin, que aguardaba junto al trineo con la capucha y las gafas de esquiador puestas—. Eso parece.

Josh acarició a Randy; a continuación se puso en pie.

—¿Rob? ¡Sube!

A Rob le habría gustado conducir el trineo, pero el camino sobre la cresta empinada de la divisoria del glaciar al otro lado de los Montes Chugach era demasiado difícil, ya que a los pies de la cuesta repentina tenían que esquivar tanto por la cara del sur como del norte unas profundas grietas del glaciar. Eso era simplemente demasiado complicado para un cheechako. Más abajo, en la desembocadura del glaciar del Klutina en el valle, podría entregarse a una carrera salvaje de trineos con Ian.

¡Mush! —exclamó Josh a los perros, y estos tensaron el tiro entre ladridos. El trineo comenzó a deslizarse entre el sonido trotador de los patucos y el suave zumbido de los patines sobre la nieve reciente, y pronto alcanzaron la base de la cuesta.

Colin saltó del trineo, se encordó, se calzó por encima las raquetas para la nieve y se puso a caminar valiéndose de un palo. Con la vara iba picando en la nieve para detectar posibles grietas en el glaciar. Le seguía Ian, que lo tenía asegurado con la cuerda, y Josh reseguía las huellas que iba dejando Ian. El hielo era firme, pero el terreno se iba haciendo cada vez más complicado y tenían que desplazar los trineos al borde de abruptas fallas. Los huskys tiraban con todas sus fuerzas, y Rob le ayudaba a desplazar el trineo, pero pese a todos los esfuerzos avanzaban con mucha lentitud. ¡Y todavía tenían por delante la cuesta pronunciada hacia la divisoria del glaciar!

En aquel aire gélido, la respiración de los huskys manaba de sus hocicos como nubes blancas, y también Colin, Ian, Rob y él mismo tenían que poner todos sus arrestos para desplazar los trineos contra la ventisca por aquella pendiente empinada. Una y otra vez tenían que ir quitándose la nieve de las gafas protectoras.

Finalmente llegaron exhaustos a la cresta y todos se desplomaron sobre la nieve entre jadeos. No tenían ojos ahora para aquel inmenso paisaje de montaña que solo podía divisarse vagamente en la ventisca.

Rob se echó para atrás las gafas de esquiador, se tumbó boca arriba en la nieve y respiró profundamente.

—¿Y este es el camino hacia los campos de oro de Alaska? —preguntó, riéndose con sequedad y acariciando a Will, que se había tumbado junto a él con la lengua fuera—. En comparación con esto, el Outback australiano es puro confort. No hay hielo, ni nieve, ni frío, ni huskys que se te metan dentro del saco de dormir —dijo, dando unos golpecitos en los costados cubiertos de nieve de Will.

—¡Pues esto no es nada! Deberías venir por acá a finales de junio. El agua del deshielo se desliza torrencial por el hielo como un arroyo de montaña, y el glaciar no solo es peligroso como ahora, sino imposible de pasar. El hielo resbala por encima del agua del deshielo entre la nieve endurecida y las rocas, y corre con mucha rapidez en dirección al valle, arrancando grandes fragmentos del glaciar con unos estallidos fenomenales, tan atronadores que no puedes menos que pensar que has ido a parar bajo el fuego de la artillería. Y no te quiero contar lo que es el arrastre de una avalancha de las montañas… —Josh agarró la mano de Rob, tiró de él con fuerza y le dio unos golpecitos amistosos—. Lo estás haciendo muy bien, cheechako.

—Gracias, Josh. ¿Y cómo regresaremos a Valdez?

—Con los caballos, por la ruta que hay al este de aquí. Desde el fiordo hay un camino a través de las montañas. El cañón Keystone y el paso Thompson no son tan peligrosos como atravesar el glaciar de Valdez y el del río Klutina, pero esa ruta a caballo tampoco es siempre completamente segura. También puedes tener ahí un montón de sorpresas.

—¿Por qué no hemos tomado esa ruta?

—Porque es mucho más larga que el camino por los glaciares y porque queda demasiado al este. Esa ruta desemboca en una senda que conduce al norte, hacia el Tanana, y más allá hacia el Yukon, pero nosotros queremos ir al oeste, a la vertiente norte de las montañas. La cabaña de Håkon y Arne está cerca de Moose Creek.

—¿Aparece ese lugar en algún mapa?

Josh esbozó una sonrisa.

—Todavía no, pero si tienes razón, y aquella ladera de la montaña resulta ser el mayor yacimiento de cobre del mundo, enseguida habrá una línea de ferrocarril de Tyrell & Sons que lleve hasta allí.

Rob asintió con la cabeza y señaló el trineo con la barbilla.

—¿Quieres que conduzca yo un rato ahora?

—Más tarde. —Con el brazo extendido señaló hacia el glaciar del Klutina—. Detrás de aquella elevación, el glaciar cae en vertical, ¿lo ves? Cuando pasemos aquello, cambiaremos nuestros puestos. —Se puso en pie de un salto—. Vamos, chicos, adelante. El sol de la mañana está subiendo y el hielo se derrite. No podemos demorarnos por más tiempo.

Skip se apoyó en el cuerno de su montura y dirigió la mirada a la larga hilera de los buscadores de oro con todo su equipamiento, que pasaban a los pies de la colina para tomar la ruta del norte. Ante él destellaba el agua del fiordo, por detrás quedaba Valdez. Miró en dirección al norte, hacia el glaciar. Por encima de los abruptos campos de hielo colgaban las nubes que anunciaban una tormenta con lluvia, quizás incluso con nieve.

Shannon galopaba colina arriba. Había dejado los animales de carga abajo, en la ruta. Por ella, los buscadores de oro arrastraban sus provisiones y su equipamiento en fardos de cincuenta libras durante una milla. Luego depositaban la carga, regresaban esa milla de vuelta y cargaban con el siguiente fardo. Era un trabajo indescriptiblemente duro avanzar veinte millas con una carga de cincuenta libras más otras diecinueve millas sin carga. Incluso si los buscadores de oro cargaran cada vez sesenta o setenta libras de equipamiento y víveres para aumentar el ritmo de su lento avance, necesitarían semanas para atravesar los cañones y subir hasta los puertos de montaña. El capitán Abercrombie había comenzado a construir una carretera. Eso haría el camino más fácilmente transitable, pero no reduciría los esfuerzos que había que realizar. Muchos de ellos se darían por vencidos y regresarían; algunos lograrían llegar hasta el río Copper, y tan solo unos pocos remontarían el Tanana para llegar hasta el Yukon.

Shannon refrenó su semental junto al de él.

—¿Qué pasa?

Skip señaló al temporal que se avecinaba y que estaba preparándose en las montañas.

—Va a ponerse a llover a cántaros.

Ella se encogió de hombros.

—Tenemos una tienda. Y suficientes provisiones; podemos comer de las conservas directamente si no podemos encender ningún fuego.

—La ropa mojada, el saco de dormir mojado, un libro mojado y ninguna hoguera. ¡Estupenda perspectiva! ¡Aventura en estado puro!

Ella se le quedó mirando de reojo.

Así estaba ella desde primeras horas de la mañana. Desde que había estado buscando a Jota en Valdez. ¡Con qué coraje había recorrido las calles de la ciudad y los senderos trillados del gran campamento preguntando por Jota! ¡Con qué agallas había resistido las miradas lúbricas y los comentarios burlones de los hombres que pensaban que su chico la había dejado plantada! Habían estado en las oficinas comerciales preguntando por Jota, en la estafeta de Correos, en el bar del pueblo, en el hotel, en la oficina de registros de la propiedad e incluso en el hospital de campaña que el capitán Abercrombie había instalado para los buscadores de oro heridos que habían elegido el peligroso camino por el glaciar y habían tenido mala suerte. Durante la búsqueda de Jota ella había mantenido la compostura, pero estaba muy callada desde que hacía dos horas habían dejado Valdez.

Shannon se irguió en su montura.

—Vamos, tenemos que continuar. Quiero llegar hoy mismo al cañón Keystone.

Skip dirigió una última mirada a las nubes de tormenta situadas por encima del glaciar y que traían hacia el sur un viento gélido procedente de las montañas. A continuación hizo girar su montura y la siguió en dirección al valle.

Milla tras milla serpenteaba el camino a lo largo del bosque frondoso entre las abruptas laderas de las montañas y el amplio cauce de guijarros de un río. En las aguas de los dos brazos de río zigzagueantes se reflejaban el cielo de un azul intenso y el grandioso paisaje montañoso. El rumor de las cascadas de agua permanecía en el aire cristalino de la mañana, rebosante del aroma de innumerables flores.

Llamó asombrado a Shannon, que cabalgaba delante de él, al ver a un colibrí como flotando frente a una flor. Este pequeño pájaro había viajado miles de millas desde México para criar a sus polluelos en Alaska. Sin embargo, cuando Skip vio la cara de amargura de Shannon, deseó no haberse fijado en el colibrí que, como ella, había emprendido un camino tan largo. Sabía que debía animarla, darle fuerzas y esperanzas, pero no lo conseguía.

Shannon iba a hacer girar su montura cuando se dio cuenta de que le temblaban las manos a él.

—¿Cómo te encuentras?

Él tensó las riendas y rodeó firmemente con sus dedos las correas de piel.

—Muy bien.

Ella lo miró con gesto serio.

—¡Skip!

Él cedió.

—Me encuentro hecho una mierda. Los síntomas de abstinencia son bastante fuertes esta mañana. Siento un frío tan intenso que me duele hasta la piel. Y tiemblo de tal manera que apenas puedo sujetar las riendas. No es tan grave como las convulsiones terribles que sufrí en el barco, pero me supera.

Ella asintió con la cabeza consciente de su culpabilidad.

—Siento haber arrojado todo el opio al mar. Estaba tan furiosa que no pensé en lo mucho que lo necesitas.

Él se encogió de hombros. ¿Qué podía decir él? Que sí, que no debería haberlo hecho porque los síntomas de la abstinencia súbita son simplemente insoportables. No debía decir nada. Ella no se había separado de su lado cuando estuvo gritando por los dolores. Ella lo tomó entre sus brazos para tranquilizarle, le había lavado y dado de comer. Había hecho todo lo que estaba en sus manos porque sabía que era culpable de esas convulsiones horribles. Él deseaba poder hacer algo al fin por ella. El hecho de que él se sintiera tan débil no hacía las cosas fáciles para los dos. Sin él, ella avanzaría más rápidamente y quizá podría hasta alcanzar a Jota antes de que este desapareciera en la inmensidad de los bosques a orillas del río Tanana…

—Skip, si te encuentras mal, te llevo de vuelta a Valdez. Yo puedo ir sola…

—No.

No era el momento de renunciar sino de aguantar; le debía eso a ella. Le era deudor de asumir por fin la responsabilidad sobre su propia vida y no ser ningún lastre para ella. Se lo había prometido.

—En Cachemira y Ladakh también viajaba yo sola.

—¡No!

Ella respiró profundamente.

—Vale, como quieras, pero apenas puedes mantenerte erguido en tu montura. ¿Quieres que descansemos un rato? Podrías echarte mientras te preparo un café…

—Todavía aguanto. Sigamos cabalgando, de lo contrario nunca alcanzaremos a Jota, que debe de estar en alguna parte por delante de nosotros en esta ruta.

Alistair McKenzie reposó los brazos encima de su escritorio y juntó las manos.

—Señor Conroy…

—Llámeme Tom. Tengo la sensación de que vamos a pasar aún mucho tiempo juntos. —El doctor asintió con la cabeza con gesto serio.

—Llámeme Alistair.

—Bien, Alistair, ¿cómo están las cosas?

—Voy a serle sincero, Tom. No tiene buena pinta.

—¿Es lo que yo supongo?

—Sí. —Alistair inspiró profundamente—. El tumor está presionando sobre su corazón e interrumpe una y otra vez el suministro de sangre a los órganos y al cerebro.

Para Tom era como si Alistair estuviera hablándole de otra persona.

—Se lo ha tomado usted con mucha serenidad, Tom.

—¿Sabe usted, Alistair? Hace ya mucho tiempo que vivo con la muerte. La búsqueda de ópalos es peligrosa. Me costó las piernas, y casi hasta la vida si Rob no me hubiera salvado. Siempre he contado con la muerte, pero nunca me habría imaginado que irrumpiera así en mi interior, a hurtadillas, sin que yo pueda defenderme al menos de ella.

—Lo siento, Tom.

—¿Qué posibilidades tengo?

—Una operación es demasiado peligrosa. Los pulmones y el corazón son órganos vitales. En el caso de una infección… —Alistair enmudeció—. En las radiografías no pudimos reconocer si se han formado más tumores en otros órganos. En el caso de que así fuera, la operación sería un lastre innecesario para su cuerpo ya muy debilitado.

Los pensamientos se arremolinaron en la cabeza de Tom.

—Existe otra posibilidad.

—Voy a intentarlo todo.

—¿Ha oído hablar de la radioterapia? En Viena hay un médico que trabaja con rayos X.

—¿Ha tratado el cáncer con esa terapia?

—No. En Alemania y en Rusia, los dolores se tratan con rayos X, pero los médicos no se atreven con tumores de este tamaño. Y aquí, en San Francisco, no estamos tan avanzados en el campo de la asistencia técnico-sanitaria como los radiólogos de Berlín o de Viena, líderes a nivel mundial en este campo.

—Viajaré entonces a Europa. En cuatro semanas puedo estar en Viena —se apresuró a decir.

—Tom… —Alistair titubeó unos instantes—. Ya no alcanzará el tiempo para eso.

—Comprendo —dijo, asintiendo lentamente con la cabeza. Quizá ya no estaría con vida cuando regresara Rob—. Lo voy a intentar de todas maneras.

—Es peligroso, Tom. Los efectos secundarios son cuantiosos —le advirtió Alistair con calma—. No puedo garantizarle nada.

Tom expulsó despacio el aire de sus pulmones.

—Eso lo tengo muy claro.

»Pero voy a intentarlo todo.

»Quiero vivir hasta que Rob regrese aquí. Y Shannon.

Alistair tuvo que tragar saliva.

—Vivirá hasta entonces, Tom.

—Hay todavía tantas cosas de las que hablar. Y tantas cosas por hacer.

—Lo sé —dijo Alistair con suavidad.

—Rob todavía no ha decidido si va a casarse o no. —Tom se llevó la mano a la cara, que volvía a sentir con fiebre elevada—. Y me gustaría poder tener a mi nieto en brazos antes de… —No pudo continuar hablando—. Haría todo lo posible por que así fuese.

Alistair se levantó, llenó una copa de bourbon y se la llevó a Tom, quien bebió un sorbo y devolvió la copa a Alistair, que la dejó encima del escritorio. Alistair se apoyó con los brazos cruzados en el canto del escritorio y se lo quedó mirando con gesto de preocupación. A Tom le resultaba difícil mantener la serenidad.

—¿Y si no me curo?

—Cinco meses. Tal vez, seis.

Él asintió lentamente con la cabeza.

—En Navidades.

—Sí.

—¿Cuándo comenzamos?

Se deslizaban hacia el valle a gran velocidad por encima del glaciar Klutina. Ian se volvió para echar un vistazo al trineo de Josh. Rob le hizo una señal con la mano, y él se la devolvió. Ian estaba realmente contento de que el australiano hubiera hablado con Josh la noche anterior…

De pronto, Rob señaló a la ladera de la montaña que tenían enfrente. Ian se volvió y miró hacia delante a través de las gafas de esquiador. Un alud se precipitaba sobre el glaciar como una gigantesca catarata.

El terreno se hizo ahora más ondulado, e Ian pisó el freno.

—¡Más lentos, chicos! —gritó a los huskys, que tiraban en abanico del trineo entre jadeos.

Una pendiente empinada y escalonada en el glaciar hizo que los trineos fueran ahora a mayor velocidad, y hasta el último instante no pudo divisar las sombras oscuras en la nieve. Unas grietas profundas se habían excavado en el hielo, que se deslizaba hacia el valle con demasiada velocidad durante el deshielo. Ian se volvió y señaló las grietas.

—¡Josh!

—¡Ya lo he visto! ¡Tira para allá, Ian! —Josh señaló hacia el flanco de la montaña que tenían a su lado. Por debajo de las rocas, la nieve parecía lisa y blanca, y no destellaba en tonalidades azules ni grises. Además, aquella pendiente se encontraba en la umbría.

Ian dirigió a los huskys hacia la izquierda:

¡Yau, Orlando, yau, yau! —El perro guía de Colin reaccionó de inmediato a su orden, y todos los demás se apuraron para dirigirse hacia la ladera de la montaña, en el flanco norte del glaciar situado en la sombra—. ¡Más despacio, chicos, más despacio! —exclamó mientras accionaba una y otra vez el freno. Los huskys adoptaron un trote lento. El suelo se volvió más ondulado. Colin murmuró algo que no entendió, y levantó la mano.

»¡Boaa! —vociferó Ian—. ¡Ahora, despacito!

Tras él, Josh daba la misma orden.

El glaciar estaba en constante movimiento, y tenían que ser prudentes. Colin se inclinó hacia delante para agarrar la vara con la que poder detectar las grietas en el glaciar. Estaba a punto de saltar del trineo, cuando Ian escuchó de pronto tras él un estallido.

¡Un grito! Ian se volvió a mirar.

Su mirada vagó a lo largo del trineo de Josh, que en ese instante estaba yendo hacia atrás adentrándose en una grieta del glaciar a través de un puente de nieve que estaba hundiéndose. Josh se levantó sobre el patín que estaba inclinado hacia atrás sobre el precipicio, se agarró asustado a la barra de dirección y resbaló. Profiriendo un grito cayó de espaldas del trineo, que estaba hundido a medias en la grieta. Pero antes de precipitarse por ella, consiguió agarrarse al patín, y quedar sujeto.

Al saltar Rob del trineo, este se enderezó al instante aún más por la reducción del peso y continuó deslizándose hacia la grieta. La tienda de campaña enrollada y los sacos de dormir sobre los que había estado sentado Rob cayeron rodando del trineo y se precipitaron al precipicio después de pasar al lado de Josh. Con las manoplas de piel puestas, a duras penas podía permanecer Josh sujeto a los patines de acero. Con la otra mano fue tanteando en busca del freno que tenía forma de palanca.

Ladrando presos del pánico, los huskys tiraban de los arreos para detener el trineo, pero con los patucos tenían muy poca sujeción en la nieve recién caída y en el hielo liso de debajo. Randy se volvía una y otra vez hacia Josh, pero no podía verle por detrás del trineo, que estaba levantado. De puro miedo por Josh no paraba de ladrar hasta enronquecer.

Rob corrió hacia delante con gran presencia de ánimo, agarró a Randy por el arreo y tiró de él para que los demás perros del tiro abierto en abanico le siguieran y sacaran el trineo de la grieta. ¡En vano!

Colin e Ian habían saltado de su trineo y corrieron a toda velocidad hacia los huskys que luchaban desesperadamente por la vida de Josh. Rob los tenía controlados, así que siguió corriendo hacia la grieta en el hielo que se iba ensanchando al tiempo que iba cayendo cada vez más nieve que pasaba rozando a Josh antes de precipitarse en las profundidades.

—¡Aguanta, Josh! ¡Voy a sacarte de ahí! —le gritó Ian.

Tras él, los huskys tiraban con denuedo del cable tractor, y Colin vociferó algo. Ian se volvió para mirar. Colin dejó a Rob y se volvió entre tropiezos a su trineo para soltar el tiro. Dos tiros podrían arrancar de la grieta el trineo de Josh.

Ian avanzó un paso más con mucha precaución y dirigió la vista al interior de la grieta, que se iba ensanchando cada vez más por la caída de la capa de nieve. No podía ver lo profunda que era, pues volvió a caer más nieve por el borde hacia abajo, hacia el fondo oscuro que seguramente alcanzaba hasta la abrupta roca por debajo del glaciar.

Josh se mantenía sujeto desesperadamente a la palanca del freno.

—¡Aguanta, Josh! —le gritó Ian—. Colin va a buscar el segundo tiro. ¡Vamos a sacarte de ahí inmediatamente!

Josh le miró con los ojos como platos. Ian no estaba seguro de si le había entendido porque los perros ladraban estridentemente, y Colin y Rob vociferaban por el esfuerzo que estaban realizando.

Dio un salto atrás al partirse el borde de nieve que tenía delante. Dando una sacudida, el pesado trineo se deslizó un poco más en la grieta, siguió inclinándose adoptando casi una posición vertical y tirando tras de sí a ambos tiros de los perros. Tres sacos de provisiones cayeron del trineo y no impactaron en Josh por muy poco. Los huskys, agazapados, luchaban desesperadamente con todas sus fuerzas, pero sus patucos de piel resbalaban una y otra vez.

¡Una cuerda! El corazón de Ian latía a toda velocidad después de saltar hacia atrás y correr de vuelta hasta el trineo de Colin. Si el trineo de Josh era ahora más liviano porque este ya no colgaba de él, a los dos tiros de perros les resultaría más fácil tirar de él. Ian revolvió entre el equipaje buscando la soga enrollada y volvió con ella corriendo donde sus amigos tenían agarrados a ambos perros guía.

—¡Colin, ven conmigo! ¡Rob, tú te encargas de los dos tiros!

Colin le siguió hasta el borde de la grieta y ató la cuerda en torno al pecho de Ian sintiendo cómo le temblaban los dedos. Luego se rodeó con ella para asegurar a Ian.

—Sabes que esto es una locura, ¿verdad?

Ian no respondió. Colin no le habría entendido de todas formas porque en ese momento el borde nevado volvió a romperse y a precipitarse hacia abajo arrastrando un poco más el trineo, que ahora colgaba en posición vertical junto a la abrupta cara interior de la grieta de hielo. Randy, que se había soltado de Rob en ese movimiento, estaba peligrosamente cerca del precipicio. Un paso en falso, y resbalaría sobre el borde resquebrajado.

Ian dirigió la vista abajo.

—¡Maldita sea!

Josh había desaparecido.

Colin vociferó aterrado:

—¡Rob, corta las guías! ¡El trineo arrastrará a los perros al vacío! ¡Vamos, date prisa! ¡Por Dios! Ian, ¿dónde está Josh?

Se puso a gatas, avanzó hasta el borde del precipicio y miró hacia abajo a través de la nieve arremolinada que iba cayendo. La hendidura no era plana sino que tenía diferentes dislocaciones de hielo reventado y profundas grietas.

Josh estaba por debajo de él, en una especie de montón de nieve arremolinada. Había caído y chocado sobre un saliente empinado al lado del oscuro precipicio. Se incorporó, aturdido, y miró hacia arriba en dirección al trineo que amenazaba con caérsele encima si Rob cortaba los tiros de los huskys en ese momento. Sin embargo, se apercibió del peligro, se arrastró algunas yardas a lo largo del borde del precipicio y se puso en cuclillas.

—¿Estás herido? —gritó Ian abajo.

Josh negó con la cabeza.

—¡Voy a bajar a por ti!

Josh se apartó las gafas de esquiador y asintió con la cabeza.

En ese instante cayó el trineo vuelto hacia atrás por la grieta, chocó contra el saliente de nieve en el que acababa de estar Josh, se resquebrajó y se precipitó al vacío con las provisiones y el equipamiento. La cornisa de nieve que se hundía estaba arrastrando consigo a Randy. Ladrando aterrorizado quedó colgando del tiro por encima del precipicio y pataleaba desesperadamente intentando encontrar un asidero en la pared de hielo contra la que patinaba una y otra vez. Volvió a desmoronarse más nieve arrastrando esta vez consigo también a Will. Los dos cables de tracción se entrecruzaron profundamente en la nieve congelada por el borde que se estaba derrumbando.

Rob intentó tirar de los cables de tracción para izar a los perros, que pataleaban aterrorizados, pero eran demasiado pesados para él desde su posición y los cables estaban desgarrando el suelo de nieve, de modo que Rob y los otros perros podían precipitarse al vacío en cualquier momento.

—¡Atrás! —vociferó Colin—. ¡Atrás!

Josh miró hacia arriba a sus perros con los ojos desorbitados. Randy y Will colgaban de los tiros. La cabeza de Rob apareció por encima de las de ellos. ¿Iba a cortar las sogas? ¡No, Rob, eso no! ¡A Randy, no! ¡Ni tampoco a Will! La nieve volvió a resquebrajarse y a caer por encima de él. Rob saltó hacia atrás, y Randy y Will aullaron de pánico al alcanzarles los pedazos de hielo en su caída.

Ian se arrastró por el borde quebradizo y descendió hasta él. Colin, que le estaba mirando por encima del borde, lo aseguró con una soga y llamó a Rob para que le ayudara a sujetar a Ian y a Josh.

Shorty se asomó arriba por el borde de la nieve. Josh trató de espantarlo para que se fuera.

—¡Vete de ahí, Shorty! ¡Tira para que aguante! ¡Mush! ¡Mush! —Cayó una lluvia de nieve sobre él, de modo que no pudo ver si Shorty le obedecía. Las sogas parecían tensarse, pero ni Randy ni Will se movieron ni una pulgada hacia arriba.

Ian, entretanto, había conseguido realizar medio camino. Rob se encontraba al lado de Colin, que se había rodeado con la soga para asegurar a Colin quien, a su vez, sujetaba a Ian. El peso de los dos era excesivo para aquel borde quebradizo del que cada vez se fragmentaban más pedazos que se despeñaban hacia Josh.

Will aullaba con un sonido estridente, y Randy ladraba con voz ronca.

Josh se incorporó y miró el abismo que tenía a su lado. ¿Hasta dónde llegaría aquella grieta? Levantó la mirada a la pared de hielo. La soga con la que estaba descendiendo Ian se había incrustado profundamente en la nieve y el hielo, y hacía inestable la bóveda de nieve por encima de la cual se encontraban Rob y Colin. Ian estaba a punto de alcanzarle.

En ese instante se desgarró uno de los cables tractores que se había desgastado por el roce con el hielo cortante, y Will se precipitó abajo con un grito terrible que Josh no olvidaría en su vida. Chocó sobre el saliente de nieve en el que estaba Josh agazapado, se volteó y desapareció en el precipicio.

—¡Will! —gritó Josh consternado. Por debajo del borde de nieve, Randy gimió completamente atemorizado. Al parecer había contemplado la caída. Josh dirigió la mirada arriba y se quedó paralizado.

Ian se deslizó por encima del hielo hacia él y ya casi lo había alcanzado cuando de pronto sucedió aquello. El suelo por debajo de Colin se resquebrajó con un estruendo sordo arrastrándole consigo. Rob, que ahora debía sujetar a Colin y a Ian, se tambaleaba bajo el peso de los dos hombres. Con el rostro desfigurado por el dolor se echó para atrás contrarrestando la soga tensa y tiró con todas sus fuerzas, pero no conseguía que Colin volviera a sobresalir por encima del borde de nieve para que le ayudara a proteger a Ian de la caída. ¡No llevaba puestos los trepadores, también él podía perder el apoyo!

Josh escuchó arriba un gemido estridente. ¿Era Randy?

Ian dirigió la mirada atemorizada hacia arriba y vio a Colin por encima de él colgado de la soga extendiendo las dos manos para sujetarse. Desde el lugar del que colgaba no podía ver a Rob porque la bóveda de nieve seguía sobresaliendo algunos pies de altura por encima del precipicio.

—¿Rob? —dijo jadeando de terror—. ¿Colin?

Por la mejilla de Colin manaba la sangre. Se había herido en un canto del hielo al caer.

—Estoy bien, no pasa nada.

—¡Aguanta, Colin! —gritó Ian—. ¡Rob!

—¡Sí! —dijo Rob, rechinando entre dientes y con el rostro desfigurado.

Ian dirigió una larga mirada en la escasa luz de la grieta del glaciar; a continuación se sacó el machete del cinturón y puso el filo contra la soga de la que colgaba. Quería cortarla para reducir el peso antes de que también Rob se viera arrastrado al precipicio. Si caía él, estaban perdidos los cuatro.

—¡Ian, no lo hagas! —vociferó Josh.

Volvió a mirar a Josh, y Josh presintió lo que iba a suceder en unos instantes. ¡Oh, por Dios! ¡Esto no! Le escocían los ojos, y el corazón le latía dolorosamente en el pecho dificultándole la respiración.

—¡Ian, no!

En ese momento cortó Ian la soga con decisión y cayó hacia atrás sobre el saliente de nieve por encima del precipicio. Durante unos instantes permaneció aturdido en la nieve. Luego se incorporó.

—¡Josh! —exclamó Ian con la voz ahogada—. ¡Perdóname! Yo quería…

Un estruendo seco hizo temblar el hielo del glaciar.

—¡Quédate quieto, Ian! ¡No te muevas!

Ian tenía los ojos desorbitados de la angustia cuando miró a su alrededor. La nieve helada estaba reventando bajo su peso. Al caer encima de él un gran pedazo de nieve desprendido por Rob, Ian resbaló; intentó sujetarse a la nieve deslizante con las manoplas de piel, pero no encontró asidero y patinó sobre el borde del precipicio.

Josh se dirigió a él deprisa, con desesperación, se arrojó al suelo, resbaló sobre el precipicio y agarró en el último segundo la muñeca de Ian, pero se le deslizó y solo pudo retener el guante cuando su amigo se precipitó al oscuro vacío.

—¡Josh!

—¡Ian!

Josh siguió con lágrimas en los ojos la caída hasta que ya no pudo divisar nada en la oscuridad. A continuación se descompuso, apretó el rostro en la nieve endurecida y gritó de dolor y de pena.

—¡Iaaaaan!

Pero su amigo ya no le respondió.

Ian estaba muerto. El amigo que quería salvarle la vida había sacrificado la suya por él.