Los rayos de luz del atardecer, trazados a través de los barrotes de la ventana en largas líneas, hacían que se iluminaran las motas de polvo del interior de la celda. Las chispas luminosas, reflejadas por la brillante bahía, bailaban sobre las paredes. Aidan, sentado encima de su cama, se apoyó contra la pared de cemento, estiró las piernas por encima de la manta de lana y desplegó la carta de Shannon. Alisó la carta frotándola contra su rodilla y resiguió con las puntas de los dedos la tinta áspera sobre el papel alisado.
En casa reinaba un silencio gélido, le escribía su hermana, y él percibió entre líneas lo mucho que la abrumaba esa situación. Caitlin veía en Shannon una amenaza a su posición dominante en el seno de la familia. Ella gobernaba a solas, y así debían continuar las cosas. Para ella no significaba nada lo que Shannon hacía por él y por Skip. Para Caitlin únicamente contaban las acciones que conducían al rendimiento y al éxito. Cada vez que Eoghan quería mediar entre ellas, caía entre dos frentes. Caitlin creía que se quería pasar al lado de Shannon. Y Shannon suponía que él estaba del bando de Caitlin.
Caitlin estaba furiosa porque el trato con Tom dependía exclusivamente de la decisión que tomara Shannon. Tom lo aceptaba porque no quería perderla; Caitlin, en cambio, no lo aceptaba de ninguna manera. De todas formas, a Tom parecía agobiarle la larga espera de varios meses a que llegara Rob y la decisión de ambos de si iban a casarse o no. En las últimas semanas estaba muy callado y pensativo, escribía Shannon. Cuando Caitlin le recordó que Rob tenía que convertirse al catolicismo, él solo asintió con gesto cansino. Shannon le preguntó con cautela si había sucedido algo de lo que Tom quisiera hablar con ella, pero él hizo un gesto negativo con las manos y le dirigió una débil sonrisa. Que echaba de menos a su hijo, eso era todo.
Aidan estaba dando la vuelta a la carta para seguir leyendo por el dorso, cuando de pronto escuchó unos pasos en el pasillo.
El capitán Myles se detuvo ante las rejas de su celda y picó con su anillo de West Point contra el acero.
—¿Señor? Su hermana está de camino hacia aquí.
—¿Shannon? —preguntó él con un gesto de sorpresa.
El capitán asintió brevemente con la cabeza.
—La barca está atracando en estos momentos. Acérquese a las rejas, señor, le llevaré hasta ella.
Le condujeron encadenado a la sala de visitas en la que Shannon ya estaba esperándole. Ella daba la impresión de estar tensa, pero se obligó a forzar una sonrisa.
—Eh.
—Eh. —Él se sentó en el taburete enfrente de ella y llevó la mano hasta el enrejado para tocarla, pero no llegó a hacerlo. Ella tenía los dedos contraídos y no pareció percibir el gesto de él a pesar del ruido de las cadenas.
—¿Puedo hablar contigo, Aidan? —preguntó ella en voz baja—. Necesito tu consejo.
—¿Como hermano? ¿O como amigo?
Ella titubeó unos instantes. En su rostro había amargura, y tenía los hombros tensos.
—Como hombre.
—Estás completamente descompuesta, Shannon. ¿Qué ha sucedido?
—Aidan… —Volvió a enmudecer.
—¿Sí? Dime —dijo él con dulzura, animándola a hablar.
¡Tenía un aspecto tan pálido, parecía tan débil, tan desanimada!
—He perdido a Jota. Se ha marchado.
—Lo siento —murmuró él consternado.
Ella le habló de la proposición de matrimonio de hacía unos días, y sus palabras sentidas le llegaron muy dentro del corazón.
—Tú querías casarte con él.
—De todo corazón —confesó con voz temblorosa—. Después de la pelea con Caitlin fui en coche hasta su casa, pero él se había marchado ya.
Él se esforzó por no mostrar su consternación.
—Estás embarazada.
Ella asintió con la cabeza.
—Estoy desesperada, Aidan. Mañana llega Rob. ¿Qué debo hacer?
Le conmovieron los tonos suaves y tiernos de ella al hablar. Nunca antes se había sentido tan cercano a su hermanita.
—Aidan, te necesito. No puedo encomendarme a Skip. La llegada de Rob le agobia mucho más de lo que es capaz de admitir. Esta mañana le he pillado con un frasquito de láudano. No puede habérselo dado Alistair porque le da opio para mitigar los efectos secundarios de la abstinencia. —Sacudió la cabeza con gesto de resignación.
Aidan se apercibía de que todo aquello era demasiado para ella, y sintió una opresión en el pecho.
Ella le miró a la cara.
—Solo puedo hablar abiertamente contigo.
—Como hombre.
Ella alzó los hombros como si sintiera frío en la gélida humedad de Alcatraz.
—Eso es.
—¿Qué piensa Alistair sobre un aborto?
—Se niega a matar a la criatura.
Él respiró profundamente y preguntó con suavidad:
—¿Y tú?
—Puedo arrancar de mí a su hijo, pero los recuerdos de él permanecerán en mí. Y con ellos el deseo de él. Y la culpa.
—Así que has sopesado en serio esa posibilidad…
—En estos últimos días no he pensado en otra cosa. Ayer estuve incluso en casa de una abortadora clandestina.
—¡Por Dios!
Los dedos de Shannon se retorcieron en el enrejado, como si ella fuera la prisionera y no él, como si hubiera perdido la libertad, su autonomía, su vida entera.
—Estuve en Chinatown, ante una mesa de una trastienda —confesó en voz baja cuando Aidan le acarició suavemente los dedos en el enrejado—. Vi los instrumentos. Pensé en los dolores, en la sangre, en los sufrimientos físicos, en la tortura anímica. No me vi capaz de hacerlo. Recordé con cuánta ternura y amor engendramos a nuestro hijo. Y entonces vi de pronto ante mí a Jota que mantenía en brazos a su hijo con una sonrisa de felicidad. Pero él está en Alaska. No está presente para nosotros. ¡Aidan, no sé cómo tirar adelante! ¿Qué hago? ¿Qué puedo hacer?
—Yo puedo hablar contigo y escucharte —dijo él cuando ella comenzó a golpear desesperadamente en las rejas—. Puedo tranquilizarte y consolarte, pero no puedo tomar por ti esa decisión tan importante.
Shannon asintió con la cabeza en silencio. Sus hombros estaban tensos cuando soltó sus dedos del acero roído por el óxido. Se llevó las manos a su regazo como si se retorciera de dolor.
—Si abortas puede ocurrir que no puedas volver a tener nunca un hijo —dijo él con mucha cautela—. Que no puedas ser nunca madre.
Era visible en su rostro el remolino de pensamientos y sentimientos que se agolpaban en su interior. De pronto se puso muy pálida. Y comenzó a temblar.
—¿Crees que amarás a ese hijo, que le regalarás la calidez y la seguridad que tú misma has anhelado tanto? ¿Crees que algún día, cuando sea mayor y se te parezca cada vez más, estarás orgullosa de esa criatura?
Ella titubeó unos instantes, pero luego asintió con la cabeza.
—¿Crees que puedes ser feliz con Rob… algún día?
La idea de renunciar a Jota la torturaba. Su rostro denotaba amargura.
Aidan se inclinó hacia delante y deslizó la mano a través del enrejado para rozarla suavemente con las puntas de los dedos. Ella le tendió la mano, y él la tomó entre las suyas y se la estrechó dándole ánimos.
—Cásate con Rob. No porque te lo exija Caitlin y tú te sometas a ella, sino porque tú decides lo que es mejor para ti y para tu criatura. Cásate con Rob, regálale a tu marido el anhelado heredero y dale a tu… a vuestro hijo un padre cariñoso. Y el mejor abuelo que pueda desear uno. Sé feliz con Rob, te lo deseo de todo corazón.
Sonó el teléfono. Caitlin volvió la espalda al Golden Gate, atravesó su oficina en la última planta de la Torre Tyrell y descolgó el auricular.
—¿Sí?
—Señora —dijo su secretario—. El yate del señor Conroy ha atracado en el puerto. Acaba de saltar a tierra.
—¿Le han ido a buscar?
—Sí, señora. Un Landauer estaba esperándole. Probablemente lo mande llevar su padre al hotel Palace.
—Gracias.
—El señor Hazard está aquí.
—¿Quién?
—El detective privado que usted…
—¡Ah, sí! —le interrumpió Caitlin—. Hágale entrar.
Colgó el teléfono. Shannon no había querido saber con quién se iba a la cama. En cambio Caitlin sí quería saberlo.
Su secretario hizo entrar al detective privado. Se detuvo ante el escritorio.
—Señora.
—Señor Hazard. —Ella le saludó con la cabeza—. ¿Qué tiene usted para mí?
—Un nombre, señora. —Carraspeó—. Recuérdelo. Seguí a la señorita Shannon con el automóvil hace algunos días, después del altercado con usted…
Caitlin hizo un gesto de impaciencia.
—¡Escriba usted todo eso en su informe! ¡Prosiga!
—Ella se dirigió a una casa de Lombard Street. La casa pertenece a Ian Starling.
—¿El vicepresidente de Brandon Corporation?
—Sí, señora.
—El señor Starling se encuentra desde hace algunos meses en Alaska.
—Y su casa está abandonada.
—Por tanto, ¿quién es él?
—Su mejor amigo. —Hazard le entregó una fotografía que había recortado de un periódico. Mostraba a un hombre joven vestido con una camiseta oscura de polo, pantalones blancos de montar y unas rodilleras altas que, con su stick y al galope, inclinado por completo sobre la melena de su caballo, golpeaba una bola que estaba entre las pezuñas del caballo rival. Sobre el semental luchaba por la bola Eoghan, vestido con una camiseta blanca y pantalones blancos de montar. Caitlin leyó el pie de la fotografía:
BRANDON & TYRELL:
ADVERSARIOS HASTA EN EL CAMPO DE POLO
Tras quedar empatados al final del tiempo reglamentario, fue Josh Brandon quien pudo marcar el tanto decisivo en la prórroga. Su equipo se abrazó estando todavía sobre sus monturas y celebró el triunfo alegremente con una ducha espumosa de champán.
Caitlin se llevó la mano a los labios.
—¡Oh, no!
Rob cruzó las piernas con desenvoltura y disfrutó del sabor ahumado del whisky. Mientras ponía la copa encima de la mesita que tenía al lado, observó a Charlton que estaba junto a la contraventana de la biblioteca mirando en dirección a la bahía. Finalmente se volvió a mirarle.
—Rob, sé que Caitlin no puede ni quiere competir con mis condiciones. Su oferta está muy por debajo de la mía. No obstante, el padre de usted ha negociado con ella. Yo estoy interesado en una cooperación con Conroy Enterprises a escala mundial. Por ello voy a elevar todavía más mi oferta. —Regresó a su sillón de piel y se sentó.
Con aspecto relajado, Rob dejó vagar su mirada por la biblioteca de Brandon Hall. La conversación estaba teniendo lugar en una atmósfera distendida después de que Charlton fuera a buscarlo a su barco.
Charlton le ofreció un puro habano.
—¿Fuma usted?
—No.
—¿Le molesta si…?
Rob hizo un gesto de concesión, y Charlton se encendió un habano. Se recostó y preguntó con toda franqueza:
—¿Qué planes tiene usted, Rob?
—¿A qué se refiere usted?
Charlton expulsó el humo.
—Tom negocia con Caitlin. Usted negocia conmigo. ¿Quiere usted hacerse cargo de Tyrell & Sons con mi ayuda? ¿O es Brandon Corporation el regalo de bodas de Tom para usted y para Shannon?
Rob se rio con satisfacción.
—¿Quién tiene la última palabra? ¿Tom o usted?
—Los dos.
—¿Sabe Tom que está usted aquí?
—No.
—Se va a casar con Shannon.
—¿Por qué debería hacerlo?
—Le desheredará si no lo hace.
Rob se rio con sequedad.
—No puede hacer eso.
—Es el padre de usted.
—Eso no le da derecho a quitarme nada de lo que me pertenece. Tom y yo hemos fundado conjuntamente la Conroy Enterprises. Los dos hemos hecho de ella lo que es en la actualidad: una de las empresas con mayor capacidad financiera y con la capacidad de expansión más potente en el mundo. Eso no lo habría conseguido nunca sin mí. La mitad de la Conroy Enterprises me pertenece, no me la puede quitar. Su mitad la puede heredar Shannon si eso le hace feliz, pero eso no significa que tenga que casarme con ella… o ella conmigo.
—Entiendo —refunfuñó Charlton con aire meditabundo.
—Muy bien. —Rob bebió un sorbo de whisky y dejó su copa—. ¿Y qué planes tiene usted? ¿Va a hacerse cargo de los establecimientos comerciales de Tyrell & Sons en Alaska, apartar a todos los competidores del mercado y llevar el comercio de oro y pieles como un monopolio mundial?
Charlton chupó de su habano.
—Eso no lo conseguiré.
—Ian Starling es bueno.
—El mejor —dijo Charlton asintiendo con la cabeza—. Pero los prospectores de Colin han realizado un hallazgo que podría hacer oscilar la balanza de las relaciones de poder en favor de Tyrell & Sons.
—¿Oro?
—Ópalos.
—¿En Alaska? —preguntó Rob incrédulo.
—En los Montes Chugach, al norte de Valdez. Ian habla del mayor yacimiento del mundo. —Charlton dejó el puro en el cenicero y tendió a Rob una cajita barnizada.
Rob levantó la tapa. La piedra de color azul zafiro y verde esmeralda estaba sin tallar. La extrajo de la cajita para contemplarla por todas sus caras. Las inclusiones fulgían en colores blanco y dorado, pero la piedra no tenía la profundidad de los ópalos que él mismo había extraído de las rocas en Lightning Ridge. La devolvió a su sitio.
—Eso no es ningún ópalo.
Charlton hincó los dientes en su habano.
—¿Qué es si no?
—Una piedra compuesta de azurita y malaquita. Si estuviera pulida, podría reconocerse mejor su composición.
Charlton tomó aire.
—¿No es un ópalo? ¿No tiene valor?
—No como piedra de joyería. Esta piedra se puede comparar con un ópalo igual que un trozo de carbón con un diamante. Le faltan la profundidad y el fuego del ópalo.
—Entonces, ¿no tiene ningún valor el hallazgo de Colin?
—No, absolutamente ninguno. —Le tendió la cajita barnizada de vuelta a Charlton—. ¡Mire usted bien esta piedra!
—Estas inclusiones brillantes… ¿qué son entonces?
—El destello dorado es oro, probablemente en aleación con plata. El destello rojizo es puro cobre. La azurita azul y la malaquita verde son minerales de cobre corroído.
—¿Cómo pueden emplearse estas piedras? ¿Como pigmentos para pintura?
Rob negó con la cabeza.
—La azurita y la malaquita se encuentran en las zonas de oxidación de los yacimientos de cobre puro y macizo. ¿Cuál es la extensión, dijo usted, del hallazgo que han realizado los prospectores de Colin?
—Ian escribió algo acerca de una ladera entera de una montaña que brilla en colores verde y azul, como una pradera de alta montaña.
Rob asintió con la cabeza sopesando.
—Entonces, Tyrell & Sons ha encontrado al parecer el mayor yacimiento de cobre en el mundo.
—¿Cobre? —Charlton mordisqueó la boquilla de su habano.
—Cables para teléfonos y telégrafos, ferrocarriles eléctricos, aparatos eléctricos, luz eléctrica y corriente eléctrica en todos los hogares…
Charlton echó la cabeza hacia atrás y suspiró con crispación. Luego volvió a mirar a Rob a la cara.
—Es usted un entendido.
Rob bebió un sorbo y sostuvo la copa en la mano.
—Conroy Enterprises posee una mina de cobre en Nueva Gales del Sur. Hasta el momento era el yacimiento más grande del mundo.
—Cables, generadores y transformadores.
Rob asintió con la cabeza.
—Me parece que la electrotecnia va a convertirse en otra rama dentro de los negocios de Tyrell & Sons. Mi padre y yo hablamos antes de mi partida a San Francisco si no deberíamos meternos en la producción de…
Una llamada suave a la puerta le interrumpió. Una mujer joven entró en la biblioteca. Llevaba una bandeja con sándwiches.
Charlton se incorporó.
—¡Sissy!
Ella sonrió a Rob.
—Señor Conroy, seguramente no habrá almorzado usted antes de descender a tierra. Tiene que estar hambriento por fuerza. Espero que le guste el jamón de oso.
Rob se puso en pie de un salto. Ella dejó la bandeja sobre la mesa y le tendió la mano.
—¡Bienvenido al Estado del Oro, señor! —El apretón de manos de ella fue caluroso y con la suficiente firmeza como para mostrar seguridad en sí misma.
—Gracias, señorita Brandon.
—¡Oh, se lo ruego, llámeme Sissy!
—Con el mayor placer. Yo soy Rob.
—Su padre me ha contado muchas cosas de usted.
—¡Anda, míralo! ¿Y qué cosas va contando mi padre?
—Que allí adonde va usted se convierte en el brillante blanco de las miradas. Me ha contado que usted tiene alegría de vivir y que pone todo su corazón en las cosas que hace. Que es todo un tipo proveniente del Outback australiano, de modales toscos pero con un corazón de oro. —Ella esbozó una sonrisa cautivadora—. Son las palabras de él, no las mías… ¡Disculpe usted! Me alegro de conocerle por fin.
—Yo me alegro también. Sin embargo, no sé yo de usted ni la mitad de las cosas que por lo visto usted sabe de mí. Tengo que ponerme serio con mi padre y decirle algunas cosas. ¿Cómo es capaz de ocultarme una belleza como usted? —preguntó con una sonrisa satisfecha, y ella replicó con toda franqueza a su sonrisa—. Usted es la hermana pequeña de Josh, ¿verdad? Tom se quedó muy impresionado con él. Me escribió que Josh juega al polo de vez en cuando…
—Lo siento, hace algunos días emprendió viaje a Alaska. Esta mañana ha telegrafiado desde Valdez diciendo que ha llegado bien.
—Lástima, me habría gustado conocerle. —Reflexionó unos instantes—. Pero le conoceré pronto. En Alaska.
Charlton se levantó y se acercó a los dos.
—¿Irá a ver el yacimiento de cobre?
—Y a conocer a Colin y a Josh. Y a Ian, naturalmente.
—Si lo que pretende es hacerse con los servicios de los colaboradores de la competencia: ¡olvídelo! —dijo Charlton en un tono bromista de amenaza—. No le podrá pagar tanto como le pago yo.
Rob no pudo menos que echarse a reír.
—Le prometo que no hablaré con Ian sobre su sueldo.
—¿Sobre qué entonces? Títulos, sueldo, participación en los beneficios y mano libre en todos los negocios, eso es todo lo que recibe de mí. ¿Qué quiere usted ofrecerle que no le dé yo?
—No le preguntaré si quiere trabajar para mí, aunque ya conozco su respuesta. Y él conoce también mi respuesta si me pregunta por un trabajo.
Charlton aguzó los labios.
—Franco y sincero.
—Es así como Tom y yo hacemos nuestros negocios.
—¿Cuándo se decidirá usted si va a colaborar conmigo?
—Deliberaré con Tom en cuanto haya hablado con Caitlin.
—Y con Shannon.
—Y con Shannon —confirmó Rob—. A fin de cuentas, ella y yo tomaremos la decisión sobre una cooperación de la Conroy Enterprises con Tyrell & Sons y Brandon Corporation.
—Eso parece —asintió Charlton con la cabeza—. Dese unas vueltas por San Francisco, Rob. Y luego tome usted una decisión.
—Eso haré.
Sissy le obsequió con una sonrisa encantadora.
—¿Querrá usted venir una tarde a cenar?
Una sensación placentera se expandió por su interior, cálida y excitante.
—Sí, con mucho gusto.
—¿Qué le parecería un pedazo de lomo tierno a la parrilla de al menos una libra de peso? ¿Y un vino tinto para acompañar?
—Eso suena fantástico.
—¡Déjese mimar un poquito mientras esté usted en San Francisco! —dijo ella en tono bromista.
La forma de flirtear de ella le pareció audaz y ofensiva, y eso le gustaba a él. Rob esbozó una sonrisa picarona.
—Lo haré.
Sissy pareció haber entendido que no se refería a la cena.
—¿Podrá con un filete de una libra? —siguió, desafiándole ella.
—¿Va en serio esa pregunta? —Esbozó una sonrisa de satisfacción—. Cuando me haya comido el mío, la ayudaré a usted con el suyo.
Ella se echó a reír.
—¿Le iría bien a usted a finales de la semana que viene? ¿El viernes a las ocho de la tarde? —No esperó a su respuesta—. Siento mucho haber interrumpido su conversación de negocios. En realidad solo quería dar los buenos días. —Sissy se volvió para marcharse.
—Yo ya iba a despedirme. Me espera Tom. —Miró a Charlton—. Nuestra conversación me ha parecido muy interesante. —Le tendió la mano, y Charlton se la estrechó con firmeza—. Nos vemos. Charlton. Sissy. —Rob agarró la mano de ella y la mantuvo un instante más de lo necesario entre las suyas—. Me hará ilusión volver a verla.
Los dedos de ella resbalaron por la mano de él.
—A mí también me hará ilusión.
Charlton acompañó a Rob a la entrada de Brandon Hall.
—Que disfrute en la cena solemne de esta noche en el palacio. ¿No quiere que mande que le lleven en automóvil al hotel Palace? Mi chófer podría…
Rob hizo un gesto negativo con la mano.
—El hotel está tan solo a una milla de distancia. Después de tantas semanas en el mar me apetece caminar. Tampoco es ningún walkabout por las tierras del Outback australiano.
Nada más marcharse Rob, Charlton regresó a la biblioteca. Sissy le salió al encuentro. Él se sentó y juntó las manos.
—¿Y bien?
Sissy asintió con la cabeza con aire soñador.
—Me gusta.
—¿Mejor que Lance Burnette?
—Mucho mejor. Es atractivo, interesante y muy simpático. Me gusta su manera de ser abierta y sin dobleces. Tom no ha prometido nada que Rob no pueda cumplir.
—Entonces, ¿ya no estás enfadada conmigo por haber rehusado la invitación de Lance?
—No, abuelo, no lo estoy —dijo ella con voz cálida.
—Solo quiero lo mejor para ti.
Ella suspiró.
—Lo sé.
—La invitación a cenar fue una buena idea. Sonó espontánea y sincera, pero no le subestimes, Sissy. Es astuto. Sabe lo que quiere.
—Yo también lo sé.
—Lo quieres para ti.
Ella asintió con la cabeza.
—¿Y él?
Sissy sonrió con aire picarón.
—No será por la cena por lo que volverá…
Shannon refrenó a Chevalier sobre la angosta senda del bosque y dejó que Rob, que cabalgaba a Princesse, se les acercara. Iban tan pegados el uno al otro que se rozaban con las rodillas.
—Ya no estamos muy lejos. Tan solo a unas dos millas.
—El paseo a caballo me gusta —dijo él.
—¿Más que la cena solemne?
Él puso los ojos en blanco, y ella se rio alegremente. La mano de ella tocó como por casualidad la rodilla de él. Se trataba de un gesto sensual lleno de confianza y… sí, ¿de qué más? ¿De amistad? ¿De afecto?
Tras la conversación con Caitlin pudo conocer a Shannon. Su risa clara fue lo primero que percibió de ella al entrar con Caitlin y Tom en el comedor. Estaba de pie frente a los ventanales que daban a la terraza, y la acariciaba la luz candente del atardecer. Ella se dirigió a él con una dignidad y un donaire que le cautivaron de inmediato. Recordó lo que su padre le había contado anteriormente sobre ella. Tom estaba enamorado de Shannon, de su valentía, de su obstinación y de su espíritu aventurero. Le dijo que ella era una persona libre, cosa que tan solo muy pocas personas pueden afirmar de sí mismas.
Miró a Shannon a los ojos, y el corazón y la cabeza exclamaron: ¡Es ella! ¡Vamos, Rob, píllala para ti antes de que otro se la lleve! Sin embargo, otra parte del cuerpo, en ocasiones muy terca, había señalado con apetito y vehemencia en otra dirección hacía tan solo unas pocas horas.
Shannon le besó en las dos mejillas con toda naturalidad.
—¡Hola, forastero!
«¡Vaya saludo!».
—Hola, Shannon. ¡Qué bien conocerte por fin!
Tom agarró las manos de los dos y los atrajo hacia él.
—¡Venid aquí vosotros dos! ¡No soy capaz de expresar lo importante que es para mí este momento! ¡Rob… Shannon… Espero que vuestra relación, hagáis lo que hagáis de ella, se mantenga durante toda la vida!
Durante la cena solemne, Shannon se inclinó hacia él y le susurró:
—¿Quieres que te deje en manos de tu destino? ¿O quieres que te rescate?
—¿Son las cosas siempre tan formales aquí?
—¡Para nada! Se están esforzando todos esta noche por enseñar su mejor lado, pero te lo advierto: con el whisky y los puros la cosa no será más agradable.
—No importa los planes que tengas, ¡rescátame!
Ella se echó a reír y sus ojos destellaron.
—Tres días y tres noches conmigo a solas en la naturaleza. Tenemos mucho tiempo para conocernos con calma. Los dos solos. ¿Qué tal?
—¿Cuándo partimos?
—Después de la cena. Las alforjas ya están hechas, los caballos nos están esperando en Sausalito. Desde allí no queda muy lejos.
—¡Eres fantástica! —Él se inclinó hacia ella y la besó en la mejilla, y no supo qué ojos habían irradiado mayor claridad, si los de ella o los de Tom, que observó el beso con una sonrisa de satisfacción.
El crepúsculo era tan solo ya una débil incandescencia cuando Shannon echó a trotar por la ladera de una montaña. En una colina refrenó a su semental y esperó a Rob. Le tocó la rodilla y le señaló el valle a sus pies.
—¿Ves? Allí abajo comienza el bosque de secuoyas. Esta noche dormiremos allí. Mañana buscaremos a los osos. Y pasado mañana subiremos a la montaña de allí enfrente. Desde su cima se puede ver San Francisco. Por desgracia no pude subir con Tom hasta allá arriba.
—Me contó lo mucho que le gustó la excursión contigo. Todos estos años ha extrañado mucho cabalgar. Así que le devolviste un poco de alegría de vivir. —Rob la miró de lado—. Te tiene mucho cariño.
Ella replicó a su mirada.
—Y yo a él también. En estos últimos cinco meses lo he tenido del todo para mí sola. —Suspiró—. Rob, estoy preocupada por él. Da la impresión de estar agotado y deprimido, pero cuando le pregunto cómo se encuentra, solo hace un gesto negativo con la mano.
—No me ha llamado eso la atención cuando me saludó antes.
—Estaba tan ilusionado con tu llegada que no habrá querido que se le notara nada raro quizá.
—Hablaré con él. Me parece muy bonito que los dos os llevéis tan bien.
Ella asintió con la cabeza con aire meditabundo.
—Rob, aunque los dos decidamos no casarnos, nunca me decidiría en contra de Tom. En estos últimos meses, tu papá se ha convertido en algo así como mi papá. Le tengo mucho cariño, y no renunciaré a él. En el caso de que regreséis los dos a Sídney, iré a veros cada dos por tres.
—Qué bien que digas eso.
Ella lo miró a los ojos.
—Rob, os tengo cariño a los dos.
—Tú me gustas también, Shannon. Mucho incluso.
La sonrisa de ella hizo que su corazón latiera un poco más rápidamente.
Él la siguió por una senda empinada en el descenso al valle. La niebla fina entre los árboles atrapaba las últimas luces vespertinas. Shannon le observaba disimuladamente y parecía percibir lo bien que él se sentía. Era bonito haberlo traído aquí para que pudieran trabar amistad en la naturaleza. Él disfrutaba dejándose llevar por ella a través de la noche en ciernes, sin saber adónde lo llevaba. Aspiraba profundamente el aire que olía a tierra y a agujas de abeto, y escuchaba con atención el rumor de las secuoyas y el murmullo del arroyo.
Durante un rato se abrieron paso por un sendero angosto a través de los helechos, y ella le enseñó las secuoyas verdaderamente altas. Debía de notársele en la cara el entusiasmo a pesar de la oscuridad creciente, pues ella se rio y cuando cabalgaron un tramo a la par, ella le cogió incluso de la mano.
—Me alegra que te guste esto.
—Me encuentro muy a gusto. —Él apretó la mano de ella—. Contigo.
—Y yo contigo —confesó ella, pero él apreció un titubeo en la voz. Le habría gustado verle la cara en ese momento, pero ya estaban demasiado a oscuras. Sin embargo, él percibió un retraimiento repentino en ella.
—¿Montamos ahí nuestro campamento? —Ella señaló al frente—. Ahí hay un pequeño claro. Un bonito lugar para un poco de romanticismo al lado de una fogata.
Desensillaron los caballos y montaron su campamento nocturno. Shannon sacó las cosas de las alforjas y desenrolló las mantas y sacos de dormir sobre el musgo y las hojas de helecho. Entretanto, Rob fue apilando la leña para la hoguera de campamento.
Por encima de ellos se elevaban al cielo aquellos árboles gigantescos que extendían sus ramas protectoras sobre el lugar. Se sentaron junto al fuego crepitante. A causa del frío del bosque neblinoso se acurrucaron los dos muy juntos bajo una manta y estuvieron hablando durante horas sobre ellos, sobre su vida y sus sueños. El ambiente se había distendido, y fuera lo que fuese lo que la había retraído antes, parecía ahora estar olvidado. A él le gustaba que ella se apoyara levemente contra él, le gustaba cómo le miraba, y disfrutaba cada vez que ella dejaba su mano encima de la de él o sobre su rodilla, con toda naturalidad, no porque ese contacto efusivo le estimulara a imaginarse escenas sensuales (que también), sino porque delataba unos sentimientos sinceros de una amistad íntima y profunda que él, por lo visto igual que ella, había sentido desde el primer instante. Ese sentimiento de recogimiento no era menos valioso que si se hubieran enamorado a primera vista. Y quizá sí se habían enamorado, solo que de una manera muy especial.
Durante un rato estuvieron escuchando atentamente los sonidos nocturnos, el rumor de las secuoyas, el murmullo del arroyo y los crujidos entre los helechos. En alguna parte de aquella oscuridad aullaba un lobo a la luna ascendiente que hacía que se iluminaran los finos jirones de niebla entre los árboles. Cuando Rob la rodeó con su brazo por debajo de la manta, ella se recostó en él, y él le dio un beso en la mejilla con dulzura.
—No me habría imaginado que pudiera tenerte tanto cariño.
—Me está sucediendo lo mismo —replicó ella—. Me gustas mucho.
Ninguno de los dos formuló la siguiente pregunta: ¿bastaban aquellos sentimientos recíprocos para casarse? Ellos no deseaban hablar sobre lo que podría surgir de esa amistad que ellos debían explorar primero como la naturaleza que les rodeaba. Por esta razón permanecieron en silencio y disfrutaron de la cercanía del otro.
Después de la medianoche se metieron en sus sacos de dormir, cada uno a un lado del fuego. Rob estaba despierto y escuchaba la respiración de ella al otro lado de los crujidos de las brasas. Por lo visto, ella estaba tan agitada como él y tampoco podía quedarse dormida.
—¿Rob? —susurró ella al cabo de un rato—. ¿Duermes?
—No. —Él se incorporó—. ¡Vente para acá!
Ella se levantó y se acercó a él con sus cosas. Arrojó su saco de dormir junto al de él y se metió dentro. Titiritando tiró de su saco hasta cubrirse los hombros y se deslizó un poquito más para acercarse a Rob. Él la rodeó con su brazo, y los dos estuvieron cuchicheando un rato más todavía hasta que se quedaron dormidos finalmente.
Poco antes del amanecer le despertó el gorjeo de los pájaros. El saco de dormir a su lado estaba vacío. Medio adormilado se volvió hacia el fuego.
Shannon estaba preparando ya el café.
—Buenos días. Estabas tan profundamente dormido que no he querido despertarte. ¿Patatas asadas con jamón para desayunar?
—Con mucho gusto. —Salió de su saco y le dio un beso, pero ella se puso tensa entre sus brazos—. ¿Está todo bien? —preguntó él en voz baja.
Ella permaneció en silencio.
—Sí —dijo finalmente sin mirarle a la cara.
—¿Estás segura? Pareces un poco triste.
Ella sonrió débilmente.
—¿Lamentas lo que sucedió entre nosotros ayer?
Ella negó con la cabeza.
—¿Tienes miedo de lo que podría suceder?
—Rob… —Ella le miró por fin a los ojos—. Te tengo mucho cariño. Y he disfrutado mucho de la tarde de ayer contigo, pero… —Titubeó unos instantes—. No sé cómo decírtelo. Estoy un poco asustada de lo mucho que me gustas y de lo bien que me siento entre tus brazos, y de lo rápido que está yendo todo, y… —Suspiró.
—¿Un poco demasiado rápido?
Ella asintió despacio con la cabeza.
—He notado que esta noche te habría gustado hacerme el amor.
—Sí, me habría gustado. —Él había estado observándola mientras estaban durmiendo, y él la había acariciado con mucha suavidad. Y cuando él ya no pudo aguantarse más, refrescó sus ardorosas sensaciones en las aguas frías del Redwood Creek.
—Démonos un poco de tiempo para conocernos.
Rob intentó que no se le notara en la cara la decepción, y asintió con la cabeza en silencio. Mientras comían las patatas asadas en la sartén, se fue diluyendo la tensión, y poco a poco volvieron a experimentar la sensación de intimidad de la noche anterior.
Después de desayunar desmontaron el campamento, ensillaron los caballos y se pusieron en busca de los osos. Dejaron los caballos junto al arroyo, y con los Winchester en posición de tiro caminaron por entre matorrales, ramas con musgo y helechos espesos. Un sonido en la vegetación les hizo detenerse para escuchar con atención: ¡un crujido suave y a continuación un chasquido! Shannon alzó la mano en señal de advertencia para que él se detuviera a su lado. Con suavidad quitó el seguro de su fusil, pero no apuntó.
—¿Qué has visto? —susurró él.
Ella le agarró del brazo, tiró de él hacia ella y señaló al frente. Un osezno estaba apoyado en un árbol y aporreaba con las zarpas las ramas caídas. De pronto clavó sus garras en la corteza, se dio impulso y se puso a escalar la secuoya con habilidad.
—¡Qué gracioso! —susurró Rob.
Ella señaló a un lado.
—Ahí enfrente está su madre.
Apenas a veinte metros de ellos la osa observaba gruñendo cómo su cría escalaba cada vez más alto y desaparecía entre crujidos y chasquidos por entre las ramas de las coníferas. Las miradas de Rob iban una y otra vez de la madre a la cría. El osezno había alcanzado ya la mitad de la altura de la secuoya, se quedó colgado encima de una rama y los miraba desde esa altura.
—¿Qué hace ahí arriba?
Shannon se encogió de hombros.
—Roe la corteza y disfruta de las vistas. ¡Mira, nos ha descubierto!
—Parece como si se estuviera divirtiendo.
—Seguro que mucho más que su madre. ¿No percibes lo intranquila que está? Le ha llegado nuestra presencia a través del olfato y habrá oído nuestro cuchicheo. —Ella puso una mano sobre un brazo de él—. ¡Dejémosles en paz! ¡Ven, vámonos!
Más tarde volvieron a ver a la pequeña familia de osos, ahora también con el padre que, sin embargo, se mantenía a una cierta distancia de la cría. A mediodía guisaron en el fuego de campamento y fregaron la vajilla en el arroyo. Tenían los rifles siempre a mano, pues entre los matorrales escuchaban constantemente ruidos. Los osos les observaban con atención, y el osezno demostró ser especialmente confiado. Se les acercó con toda curiosidad hasta unos pocos pasos. Shannon pareció no tener miedo del peligro cuando la osa se les acercó gruñendo, sino que tan solo parecía sentir un gran respeto hacia esos animales. Levantó las dos manos, se las colocó frente al rostro como si mirara a través de una cámara ficticia para sacar una foto de los osos. Movió su dedo índice y simuló el suave clic del disparador. ¡Realmente era muy valiente!
Más tarde cabalgaron a lo largo del valle que ascendía en una suave pendiente. Por la tarde llegó una tormenta procedente del Pacífico. Estallido de truenos. Los relámpagos iluminaban la niebla que se iba volviendo cada vez más densa y que quedaba atrapada entre las secuoyas. Y de pronto empezó a llover a mares.
Saltaron de los caballos, desataron las mantas y los sacos de dormir y se refugiaron entre risas en la oquedad de un árbol. El hueco del tronco era lo suficientemente grande para los dos. Se echaron las mantas por encima de los hombros y observaron cómo la lluvia tormentosa se llevaba arrastrando la pinocha y las piñas de las secuoyas. Chorreando y titiritando se arrimaron muy juntos los dos. Él la rodeó con un brazo, y ella apoyó la cabeza en el hombro de él.
«¡Solos ella y yo!», pensó él. «Esto es todo lo que pienso y siento en este instante y a pesar del frío, me está entrando calor en el cuerpo. ¡Solos ella y yo y los tiernos sentimientos entre nosotros! ¡Y la tengo tan cerca de mí!».
Aunque ella sonrió ensimismada cuando él la besó en la mejilla, Rob tuvo la sensación de que ella estaba con el pensamiento en otra parte. ¿En dónde? ¿Y con quién? ¡Con el otro! Los celos le causaron una punzada en el corazón. Shannon estaba pensando en el otro, de quien Tom le había hablado…
Shannon percibió que Rob se ponía tenso porque ella no reaccionaba a sus caricias delicadas como habría deseado él. Pero ella no podía hacer otra cosa que pensar en Jota. Se imaginó cómo le quitaba las prendas mojadas y la abrazaba amorosamente para que entrara en calor. ¡Le extrañaba tanto! Tuvo que controlarse para no proferir un suspiro.
Ella se había hecho la dormida cuando Rob la acarició la noche anterior de una manera muy sensual. Ella se había excitado tanto como él hasta que finalmente él se levantó profiriendo un suave suspiro y descendió hasta el Redwood Creek. Pasó casi una hora hasta que regresó. Cuando él se introdujo en el saco de dormir, le habría gustado volverse hacia él, pero no tuvo el coraje de decirle lo que había sentido con sus caricias. ¿Qué habría debido decirle? Estoy muy bien contigo, Rob. Me gustas mucho, pero amo a otro…
Agarró la mano de Rob que estaba sobre su hombro, y la retuvo en la suya. A él pareció gustarle este gesto porque frotó su nariz contra la mejilla de ella y la besó.
Lo que ella sentía por Rob no era el amor o la pasión que sentía por Jota, pero sí era un sentimiento fuerte de afinidad. Rob y ella eran como dos piezas de un puzle que encajaban perfectamente y que estaban unidas firmemente. Estar acurrucada con él bajo la manta era una sensación de calidez y de completa seguridad. Cuando conoció a Jota le dijo que ella se sentiría terriblemente sola en un matrimonio de conveniencia si no había sentimientos auténticos de por medio. Era muy complicado basar una auténtica camaradería únicamente en el respeto y la dignidad. Nunca se le había pasado por la cabeza que podía ser amiga de Rob, pero ¿podía equilibrar una amistad semejante el amor tierno y apasionado que sentía por Jota?
¡Rob era tan parecido a su padre! Él percibía que en el interior de ella se estaban agolpando los sentimientos, pero no le hizo ninguna pregunta, se limitó a esperar pacientemente. Pero ¿debía hablarle ella de Jota y de la criatura? Si él se convertía finalmente en su marido, tenía el derecho a saber que la criatura no era de él. Sin embargo, hablarle de Jota significaba a su entender renunciar a él. Hablarle de Jota significaba profanar todo lo que había existido entre ellos dos, afear todo lo bello, negar todo lo bueno y renunciar a la esperanza y al deseo. Para siempre.
La lluvia había cesado, pero de los árboles seguían cayendo gotas. Rob la siguió cuando salieron del hueco y observó cómo ataba las mantas detrás de la montura. Cuando ella estaba a punto de deslizar el pie en el estribo, él se le acercó, la rodeó con el brazo y la detuvo.
—¿Cómo se siente este abrazo?
Shannon apoyó la frente en el hombro de él y escuchó el latido de su corazón.
—Se siente estupendamente.
—¿Te encuentras mejor? —preguntó él con dulzura.
Ella asintió con la cabeza.
En ese instante él le introdujo algo por debajo de la blusa mojada. Era puntiagudo y estaba mojado, y resbaló por su espalda abajo. Era… una piña de secuoya. Shannon se soltó de él, se sacó la blusa del pantalón e intentó sacudirse la piña mientras Rob buscaba con urgencia más munición. Sin embargo, Shannon había crecido entre cinco chicos que solo tenían pájaros en la cabeza, y pudo defenderse. Le golpeó.
—¡Eres un canalla!
Estuvieron arrojándose piñas de las coníferas, saltando entre risas por encima de los troncos de secuoyas caídas, corriendo alegremente por entre los helechos, y al final ella fue a parar de nuevo entre los brazos de él.
—¡Ha estado muy bien! —dijo ella, jadeando y sin aliento.
—¿Te encuentras mejor?
—Mucho mejor.
Ella le estaba agradecida de que hubiera relajado la tensión. La alegría de vivir que mostraba él era arrebatadora. Durante toda la tarde estuvieron riendo sin parar, se reían de cosas tontas pero a ella le hacía bien reír. Observaron a las ardillas volar de un árbol a otro, y volvieron a ver a los osos. Ella se divirtió de lo lindo con Rob, y ya en la noche, mientras estaban sentados junto al fuego, se dio cuenta de que no había pensado en Jota todo ese tiempo. Ni en la criatura. Hacía semanas que no se sentía tan bien.
Rob y ella estuvieron hablando durante horas y se acurrucaron en la oquedad del árbol a la que regresaron porque el bosque seguía húmedo y chorreaba por todas partes. Ella le contó sus aventuras por el mundo; él la escuchó con atención e hizo muchas preguntas que le demostraban que estaba realmente interesado en ella. Ni una sola vez cuestionó él el aventurero modo de vida de ella. No le preguntó si dejaría su trabajo de periodista cuando estuvieran casados. Él parecía aceptar que ella no sería la esposa que iba a estar detrás de él, sino la esposa que iba a estar junto a él, la compañera con los mismos derechos que él.
Después de desayunar ensillaron los caballos y se pusieron de camino hacia el Monte Tamalpais. A media altura de la montaña atravesaron la espesa capa de nubes que había quedado colgada por encima del valle de las secuoyas desde el aguacero. Cabalgaban cuesta arriba hacia la cima por una pradera en flor.
¡Eran magníficas las vistas por encima del velo de niebla que se acercaba flotando desde el Pacífico! Por debajo de ellos flotaba la espesa capa de nubes que reflejaba en delicados matices el azul del cielo y el color rosado de la luz de la mañana. Parecía como si pudieran echar a correr por encima de la niebla flotante hasta San Francisco. En el horizonte podía reconocerse la silueta de la ciudad. Las torres gemelas, con la Torre Tyrell y el Edificio Brandon, sobresalían por encima del banco de niebla sobre la bahía, desde donde se escuchaba la sinfonía familiar de las sirenas de niebla.
Rob la rodeó con los brazos y la besó en la nuca.
—¡Es tan bonito esto! Me gustaría venir aquí a menudo contigo.
«Ya ha llegado el momento», pensó ella. «Quiere hablar del asunto».
—¿Has tomado ya una decisión? —preguntó ella en voz baja.
Él titubeó.
—No. —Inspiró despacio—. No me malinterpretes, Shannon. Estoy disfrutando de cada momento contigo. Nos divertimos muy bien los dos juntos. Somos los mejores amigos…
—¿Pero?
Él la agarró de los hombros y la encaró hacia él.
—¿Qué esperas de mí? —preguntó él con toda franqueza.
—Confianza. Y sinceridad.
—¿Y fidelidad?
—Tom me ha dicho que no me serás fiel.
Él la miró a los ojos.
—¿Te las arreglarás? —Al no responder ella, preguntó él—: ¿Quieres dormitorios separados?
Shannon sacudió despacio la cabeza.
—Solo cuando te hayas acostado con otra. No quiero que huelas a su perfume cuando vuelvas después a mi cama. Y no quiero que traigas a tus amantes a nuestra casa para que yo me quede en vela por las noches escuchando vuestros juegos amorosos. Quiero saber siempre con quién estás liado. Quiero saber adónde vas cuando te vayas de mi lado. No quiero casarme contigo para ser desdichada, Rob. Nada de secretos. Solo confianza y amistad. —No pudo seguir hablando porque le vino Jota a la mente.
Rob debió de percibir lo que estaba sucediendo en su interior pues la abrazó con firmeza.
—Yo estoy igual de inseguro que tú. Igual de confuso porque siento muchas cosas por ti. Para mí tampoco será más fácil que para ti cuando te encuentres de viaje durante meses y tenga que enterarme por la National Geographic de los parajes por los que te mueves. Los dos adoramos nuestra libertad y no estamos dispuestos a renunciar a ella. Pero respetamos los deseos del otro. Vemos en el otro no solo lo que nos hace felices, sino también lo que nos hace daño; pero tenemos la fuerza y la voluntad de aceptar al otro tal como es. Tenemos la valentía para decir: sé entender y manejar la situación. ¿Hay acaso algo más bonito que decir: «te quiero como eres»? —Se llenó profundamente los pulmones—. Yo no quería comprometerme nunca. Y, dicho con toda franqueza, sigo estando enfadado todavía un poco con Tom. No tiene ningún derecho a quitarme mi herencia, mi vida o mi libertad. No es que yo sea incapaz de imaginarme una vida contigo… —Titubeó—. Igual que tú me gustaría reflexionar con calma sobre lo que significaría pasar los días de mi vida contigo y sobre lo que podría surgir de esta amistad.
Ella se sintió aliviada de no tener que tomar una decisión ahora y de que los dos se concedieran un tiempo para reflexionar.
—¿Es una declaración oficial para no casarnos? —le preguntó ella en broma.
Él se rio en voz baja.
—¿La aceptas?