14

«¡Hay cientos de velas!», pensó anticipando su alegría cuando aparcó delante de la casa de Ian y vio la iluminación tras las ventanas. ¡Jota había ido! ¡Estaba allí! Shannon saltó de su Duryea con la ligereza que le proporcionaba imaginarse ya en sus brazos, subió las escaleras y estaba sacando la llave cuando la puerta se abrió de par en par.

Él la agarró de la mano, tiró de ella hacia el interior de la casa y cerró la puerta con el pie. Entonces la abrazó impetuosamente y la besó con pasión.

—¡Por fin estás aquí! —le susurró al oído con la voz ahogada al tiempo que la abrazaba, la alzaba y la llevaba en brazos por el pasillo—. ¡Te he extrañado tanto!

—¡Y yo a ti! —dijo ella, riendo de felicidad y reposando la cabeza en el hombro de él—. Te amo muchísimo.

Volvió a dejarla con los pies en el suelo en la sala de estar que olía a rosas. Había velas prendidas por todas partes: en la estantería, en la mesa y en el suelo. Ella contrajo involuntariamente los hombros. Cuando los hombres se ponen románticos…

«¿Qué planes tenía Jota? No sería…».

—¿Qué ocurre? —preguntó él y le dio un beso—. ¿Tienes hambre?

—Ahora mismo te voy a devorar.

Él rio en voz baja y los dos estuvieron besándose y acariciándose un ratito más.

—La comida está casi lista. —Él le agarró de la mano y ella lo siguió a la cocina, en donde olía tentadoramente.

—Espaguetis con salsa de trufa —explicó él con ojos brillantes cuando ella se puso a espiar en las ollas y sartenes de los fogones—. Solo me queda echar la pasta en el agua.

Ella no sabía qué decir ni qué sentir, pues los pensamientos se le arremolinaban en la cabeza. Ella le había contado que adoraba ese plato porque el aroma de las trufas le traía recuerdos maravillosos. Un restaurante pequeño en la Vía Appia, una noche maravillosa con unos deliciosos fettuccine al tartufo, una Montepulciano aterciopelada y un Marcantonio romántico. La mano de él sobre la suya…

—¿Me echas una mano? —la arrancó Jota de sus recuerdos. Removió en la olla y la miró con cara de preocupación—. ¿Qué te sucede?

Ella sacudió la cabeza.

—Nada.

—Estás muy pálida. ¿No te encuentras bien?

—Sí, perfectamente. —Ella inspiró profundamente, pero seguía percibiendo aquella sensación angustiosa en su interior—. ¿Qué quieres que haga?

—Prueba la salsa a ver cómo está. Creo que le falta todavía un poco de trufa rallada. Quizá también algo de parmesano.

Ella le quitó la cuchara de la mano y probó la salsa que estaba hirviendo a borbotones en la sartén. En su lengua se expandió un sabor suave a trufas en vino blanco, y creyó percibir en su piel el cálido sol de Roma, el olor de la hierba seca entre los pinos y el canto de los grillos. Se le hizo un nudo en la garganta al pensar de nuevo en Marcantonio. Para tranquilizarse volvió a probar de la cuchara.

—¡Delicioso! Le falta un poquito de pimienta quizá. Por lo demás está perfecta. —Abrazó y besó a Jota—. Como tú.

Ella habría preferido ceder a sus sentimientos y estallar en lágrimas, pero las lágrimas no eran con toda seguridad lo que Jota se esperaba de una velada romántica.

¿Qué estaba sucediendo con ella? ¿Por qué no podía controlarse como hacía habitualmente? ¿Por qué notaban todos lo que tenía en la mente y cómo se sentía en su interior?

Jota percibió su tensión, la rodeó con los brazos y la meció dulcemente de un lado a otro como si quisiera bailar con ella, como hicieron aquel maravilloso fin de semana con el Sueño de amor, de Liszt.

Ella recostó la cabeza en el hombro de él y aspiró profundamente su olor.

—Te he echado tanto de menos.

—Yo a ti también. Todo este tiempo no he hecho otra cosa que pensar en ti.

El ambiente se relajó cuando Jota extrajo un espagueti del agua hirviendo y se lo tendió a Shannon con el brazo extendido para que lo probara. Ella pilló el extremo bamboleante mientras él se introducía el otro extremo en la boca y comenzaba a sorberlo igual que ella. Se encontraron en la mitad.

—¡Eh, has hecho trampa! ¡Tu parte era más grande! —dijo él, protestando y dándole un beso impetuoso a continuación como si quisiera reparar de esa manera la pérdida.

Ella lo rodeó con sus brazos. Le estaba muy agradecida de que él tonteara con ella para quitarle la tensión que sufría, pero de pronto él dio la sensación de estar tan paralizado como ella, incluso un poco tímido, como si tuviera miedo. Pero ¿de qué?

Jota escurrió la pasta y la repartió en los platos mientras ella rallaba un poco más de trufa sobre la salsa.

Con los platos se dirigieron al jardín que Jota había preparado para una cena romántica a la luz de las velas. Las estrellas centelleaban en el cielo nocturno, y el olor a mar se expandía suave e insinuantemente, como un perfume, por entre los arbustos en flor. Unas antorchas iluminaban la buganvilla como si las flores estuvieran flameando. Bajo un pabellón blanco con vistas a la bahía, él había preparado la mesa con mucha magia. Entre la cristalería fulgente y la plata brillante, decoraban la mesa algunas velas y un ramo de flores.

La carta y la rosa que estaban en el sitio de ella le hicieron sentir una punzada en el corazón, y se le hizo un nudo en la garganta. ¡Por favor, Jota, no me hagas esto!

—¿Qué pasa? —susurró él con ternura.

Ella no pudo pronunciar ni una sola palabra.

Con delicadeza la llevó hasta su asiento, le colocó bien la silla, se sentó enfrente y le sonrió a la cara.

—¡Lee!

Shannon se quedó mirando fijamente la carta que estaba junto a su plato.

«Cuando los hombres se ponen románticos… Cuando encienden velas y esparcen pétalos de rosas…».

Con los dedos temblorosos desplegó la carta para leer la letra briosa de Jota.

Era una maravillosa carta de amor, que la emocionó hasta hacerla llorar; era sentimental y romántica, cariñosa y juguetona, y expresaba a la perfección sus sentimientos hacia ella. Estaba tan emocionada por sus tiernas palabras que no pudo menos que echarse a llorar, pero también se sintió aliviada al comprobar que la carta no era lo que ella se había temido al ver las velas encendidas.

«He prometido a Tom que esperaré a Rob, que hoy o mañana arribará a Hawái», pensó ella con desesperación. El honor y la decencia le exigían mantener esa promesa, no por Caitlin, sino por Tom, a quien tenía mucho cariño. No podía ni quería decepcionarle. Pero tampoco a Jota.

Y por esta razón se sintió aliviada de que la carta no fuera otra cosa que una maravillosa carta de amor que no exigía de ella un «sí, quiero» o un «no, no puedo».

Permanecieron en silencio durante la cena, pero era un silencio dulce y ferviente, una sensación de apego, de seguridad y de amor. Shannon leyó la carta una y otra vez, y los ojos de Jota destellaban cada vez. Él se sentía igual de emocionado que ella, y su corazón latía tan impetuosamente como el de ella, y eso es lo que hacía tan maravillosa aquella noche romántica con él. A su lado, ella se sentía amada y deseada.

Una agradable sensación anidó en su abdomen, y ella deseó que él la amara tierna y apasionadamente, con ímpetu y vehemencia. La cálida piel de él que se frotaba con la suya, su cuerpo compacto que se estrechaba al suyo, los latidos de su corazón, sus manos, sus labios… ¡cuánto le había extrañado todo ese tiempo!

Después del zabaione con amaretto, ella le tomó de la mano y lo condujo al interior de la casa. Él la alzó en sus brazos al llegar al pie de la escalera y la condujo al dormitorio, que estaba iluminado por decenas de velas. La cama estaba repleta de pétalos de rosas; era un nido de amor con fragancia, que invitaba a soñar.

Jota observó conmovido cómo ella agarraba los pétalos con ambas manos, sumergía la cara en ellos y aspiraba profundamente aquel aroma embriagador. Una sensación indescriptible de felicidad recorrió su interior, un anhelo potente, unas ansias avasalladoras. Luego dejó que los pétalos cayeran revoloteando sobre la cama, y se abrazaron y besaron.

—¡Qué noche más maravillosa! —susurró ella, acariciándole.

—¿A pesar de tus lágrimas? —Al asentir ella con la cabeza, preguntó él con dulzura—: ¿Te encuentras mejor ahora?

—Sí, mucho mejor. Soy muy feliz contigo, Jota.

—Y yo contigo.

—¿A pesar de mis lágrimas?

—Sí, porque muestras abiertamente tus sentimientos —confesó él emocionado—. Tus lágrimas me han conmovido. Me han parecido hermosas.

—Tú has estado a punto también de llorar.

—Cierto —admitió él. A Shannon le pareció magnífico que él no se avergonzara de sus sentimientos, y le besó con fervor.

—Te amo.

—Y yo te amo a ti. —Josh la levantó en brazos y la depositó con cuidado encima de la cama. Mientras Shania se estiraba entre las almohadas con una sonrisa de felicidad, él la fue desnudando, como antes había deshojado las rosas, hasta que estuvo desnuda encima de la cama.

¿Qué es lo que pasaba con ella? Seguía produciendo una impresión de tensión, y eso que parecía disfrutar de aquella intimidad como nunca. ¡Su cuerpo era tan sensual, su vientre tan delicado, y sus pechos tan sensibles! Ella temblaba con las caricias de él, tan ligeras como el aleteo de las mariposas en el aire del estío y a continuación tan arrebatadoras como las olas del Pacífico que morían en la costa de su piel desnuda. Ella suspiraba y jadeaba y sentía un desenfrenado placer en todo lo que él hacía con ella.

Ella se estremecía cuando él hacía revolotear los pétalos para que cayeran encima de ella, y se retorcía debajo de él cuando le besaba sus senos plenos rodeando con la lengua juguetona sus pezones tiesos. La sensualidad de ella le excitaba, y también él sentía que aquellos juegos amorosos con ella eran más bellos y arrebatadores que nunca.

Él pensó que algo había cambiado secretamente, pero no sabía decir qué era. Ella tenía otro sabor, se había vuelto mucho más sensible, pero también él reaccionaba con una mayor suavidad y hacía cosas que no había hecho nunca antes y que no contaría ni a su mejor amigo. ¿Los había vuelto tan ansiosos de estar cerca el uno del otro la separación? ¿O era que la tensión de ella se había extendido también a él? Mientras los dos sintieran de aquella manera, mientras los dos no fueran dueños de sus sentimientos, él no podía confiarle lo que deseaba decirle.

Era abrumadoramente preciosa la sensación de confianza y cariño con que ella obsequiaba a Josh en cada beso y en cada aliento, y hacía que él olvidara su desasosiego y su temor.

Le gustó la manera con la que ella se rio alegremente cuando tiró de él para tumbarlo contra las almohadas y ponerse encima de él, adoraba la manera de acariciarle y de besarle, y disfrutó cuando ella empezó a acelerar lentamente el ritmo y a llevar la iniciativa.

Estrechamente entrelazados se entregaron a su amor y a su pasión. Sus corazones latían al unísono, sus cuerpos se movían en consonancia con sus ansias, los dos se esforzaban por deparar placer al otro, y los dos alcanzaron el orgasmo al mismo tiempo.

Exhausta se desmoronó encima de él, y él la rodeó con los brazos y la sujetó hasta que los dos recuperaron el aliento. Después de deslizarse ella a un lado, reposó la cabeza en su hombro y el brazo sobre el vientre y se pegó por completo a él. Emitió entre suspiros un «¡te quiero!» y le besó, y Josh estaba todo lo feliz que podía sentirse una persona.

Cuchichearon en voz baja y abrazados, se acariciaron y besaron, y en algún momento ella se quedó dormida de lo agotada que estaba. Josh contempló su rostro distendido, le apartó de la frente con ternura el pelo revuelto y le sopló un beso en los labios abiertos. A continuación se estrechó a ella y cerró los ojos para dormir también un poco.

Después de hacer el amor una segunda vez en mitad de la noche, con mayor suavidad y dulzura, y una tercera vez poco antes del alba, se quedaron profundamente dormidos hasta que el gorjeo alegre de los pájaros los sacó del sueño.

Shania se volvió para darle un beso.

—Es lunes por la mañana. ¿No tienes que ir a la oficina?

Él la rodeó tiernamente con el brazo, la atrajo hacia sí y replicó a su caricia.

—Me tomo el día libre. Después de desayunar llamaré para decir que no voy.

—¿Así de fácil?

Josh asintió con la cabeza, y ella sonrió encantada.

—¡Vamos a levantarnos!

Bajaron las escaleras haciendo el bobo y cogidos de la mano, para preparar el desayuno. Mientras se freía el salmón, él la atraía hacia sí a cada momento para darle besitos.

Cuando estuvieron sentados para desayunar, él le cogió de la mano.

«¡Ahora o nunca! ¡Ella está más relajada que anoche, y tú también lo estás! ¡Vamos, venga, Josh, confía en ti! ¡Ya encontrarás las palabras correctas!».

—Shania…

Ella inclinó la cabeza y se le quedó mirando amorosa.

—¿Qué?

Él reunió valor.

—Estas últimas semanas han sido muy duras para mí porque no nos hemos visto con la frecuencia que habría deseado.

Ella asintió con la cabeza en silencio, atenta y tensa.

—Las cosas no pueden seguir así entre nosotros.

Ella apretó asustada los labios.

—¡No, no es lo que piensas! ¡No, para nada! Soy muy dichoso contigo, pero ya no me bastan las pocas horas que tenemos para los dos. Quiero verte a todas horas, cada día. Quiero llegar a casa todas las tardes y abrazarte. Quiero hablar contigo y soñar y reír y llorar. Y quiero amarte cada día.

Las lágrimas asomaron brillantes en los ojos de ella.

—Jota…

—Ya no puedo imaginarme una vida sin ti.

Ella sacudió lentamente la cabeza y levantó los hombros tensos.

—Jota, te lo ruego…

—Quiero pasar el resto de mi vida contigo… quiero casarme contigo. ¿Quieres ser mi esposa?

Él no entendió por qué, de pronto, ella rompió a llorar a lágrima viva y con convulsiones de los hombros, pero su conmoción le llegó muy dentro del corazón. Primero se quedó como paralizado, luego quiso abrazarla para consolarla, pero ella le rechazó. Ella apoyó los codos en la mesa, ocultó el rostro entre las manos y se puso a sollozar. Josh dejó caer los brazos y la miró con desesperanza. Durante un rato ella estuvo sin moverse a su lado, luego retiró por fin las manos del rostro y miró a Josh a la cara.

—¡Perdona! —dijo ella, sorbiéndose los mocos—. No quería hacerte daño…

—No quieres hacerme daño.

Ella sacudió la cabeza con desesperación.

—No puedes hacerme daño.

Asintió con la cabeza y volvió a pugnar con las lágrimas.

—Se trata de él, del tipo con corazón y cabeza.

Se enjugó el rostro y pronunció un «sí» a duras penas.

—Llevas puesto su anillo cuando no estás conmigo. Vas a casarte con él.

Ella bajó la mirada y no respondió. El corazón de él se contrajo convulsivamente, y tuvo que respirar profundamente.

—¿Le quieres más que a mí?

Ella se mordió el labio, pero no le miró a la cara.

—¿Y él? —preguntó con gran esfuerzo—. ¿Te quiere más que yo?

Ella ocultó el rostro entre las manos y sacudió la cabeza. Josh no tenía ni idea de lo que ella quería decir con aquel gesto, pero dejó de preguntar para no mortificarse los dos por más tiempo.

«Estoy celoso», pensó. «Y estoy triste y decepcionado, ¡no puedo decir en qué medida lo estoy! Había esperado que ella me quisiera de todo corazón, que me amara como yo la amo… que yo significaba más para ella que solo una aventura pasajera…».

Pero ¿había sido alguna vez algo más que eso? Ella había puesto las reglas, y él las había roto. La reglas eran no poner exigencias ni expectativas en el otro, ni consecuencias; tan solo mostrar ternura y pasión. Solo confianza. Solo amor. Se le desgarró el corazón porque tenía la sensación de haber roto de una vez por todas el pequeño mundo de bola de nieve brillante en la que habían sido tan felices durante algunas semanas, y solo porque él había deseado una continuidad y una seguridad en el tiempo. Era muy difícil de soportar esa sensación de desesperanza.

Ella expulsó el aire entre temblores, como si le costara un gran esfuerzo vencer las lágrimas. Josh deslizó una mano por encima de la mesa para acariciar la de ella, pero esta se la retiró, echó la silla hacia atrás y se levantó lentamente. Se tambaleó un momento y se agarró a la mesa.

—Eh…

Ella hizo un gesto negativo con las manos sin mirarle a la cara.

—Estoy bien.

—Estás muy pálida…

Se sorbió los mocos, se irguió y estiró los hombros. Intentaba dominar sus emociones, pero le temblaba todo el cuerpo.

—Shania… por favor… No estás nada bien.

Ella asintió con la cabeza con el rostro descompuesto y se fue tambaleando hacia la puerta.

—¿Adónde vas?

Ella se detuvo y se volvió a mirar a Josh con lágrimas en los ojos, pero no dijo ni una sola palabra.

—¿Cuándo regresarás?

Se volvió con un sollozo y le dejó allí.

Él estuvo un rato inmóvil viéndola marchar; estaba como paralizado por el terror. Se estremeció cuando oyó que se cerraba la puerta tras ella. Y cuando el sonido del motor de su Duryea se fue haciendo más suave para acabar enmudeciendo del todo, ocultó la cara entre las manos y rompió a llorar.

Ella llegó justísimo a tiempo a su cuarto de baño. Se arrojó al suelo y vomitó entre fuertes convulsiones.

—¿Shannon?

«¿Skip? ¡No, por favor, ahora no!». Otra vez le vinieron las arcadas; entonces apoyó la frente contra el frescor de la porcelana, se limpió la boca y recuperó el aliento durante unos instantes.

—¡Shannon! ¿Estás aquí?

¡Skip! Ella deseaba que se marchara, que la dejara en paz. Débil y temblorosa se tumbó en el suelo, reposó la cara en el suelo e intentó respirar profundamente para que se sosegara su agitación interior, tanto la que sentía en su estómago como la de su cabeza.

Prorrumpió en sollozos de desesperación.

«¿Qué habría debido decirle? Sí, te quiero a ti, Jota, y a ningún otro. Quiero compartir mi vida contigo. Quiero ser feliz contigo. Pero no puedo porque le he dado a Tom mi palabra, y Rob está viniendo para acá. No puedo decirte quién soy. Tengo que esperar a que Rob llegue la semana que viene para hablar con él. Necesito tiempo para reflexionar… me siento presionada… ya no tengo paz, solo siento temor… y no veo salida… me siento terriblemente mal…».

Todo le daba vueltas en la cabeza. ¡Otra arcada! Se irguió a duras penas y volvió a vomitar.

Skip se arrodilló a su lado y le enjugó el rostro.

—¿Qué ha ocurrido?

—Creo… —Ella sollozaba desesperadamente.

—¿El qué? —preguntó con dulzura y pasándole la mano por el cabello.

—Creo que he perdido a Jota.

Skip no hizo preguntas, y ella se lo agradecía porque todavía no tenía ninguna respuesta. Y sentía la garganta reseca.

—Ven, te llevaré a la cama.

Skip le pasó un brazo por el hombro y la condujo al dormitorio.

—Tienes fiebre. —Retiró la mano de su frente y le acarició con ternura la mejilla—. ¿Puedo dejarte sola unos instantes? Voy a llamar a Alistair por teléfono para que venga de inmediato.

En la siguiente media hora, Shannon estuvo echada en la cama llorando hasta que la almohada quedó empapada de sus lágrimas. No podía moverse, no podía pensar, no podía hablar con Skip, que estaba sentado en un borde de su cama mirándola con cara de preocupación, no podía hacer sino esperar. Al doctor… a Rob… a Jota… No, a él ya no debía esperarlo más. Y entonces comenzaban otra vez los sollozos.

En ese momento entró el anciano doctor McKenzie en la habitación. Mandó salir a Skip, echó hacia atrás la colcha y comenzó a explorarle el cuerpo. A continuación se sentó a su lado y le cogió una mano.

—¡Shannon, mi niña, estás embarazada!

—¡No! —exclamó ella, profiriendo un susurro de terror—. El remedio que te di no ha impedido por lo visto la concepción. Estás en la sexta o séptima semana, no puedo ser más preciso.

Ella cerró los ojos unos instantes. «¡Embarazada!».

—Alistair, por favor, dígame qué debo hacer.

—No puedes hacer nada, Shannon —dijo él con dulzura.

—Alistair, ¿no podría usted…?

—No, Shannon —le interrumpió él con decisión—. Como amigo de la familia he tenido comprensión para la anticoncepción… Yo también tuve mis líos amorosos en otros tiempos, pero aborto, ¡ni hablar! —Resopló—. Mi niña, tengo ya setenta y ocho años. Caitlin y yo, tuvimos… bueno, yo fui el tipo que estuvo con ella entre Charlton y Geoffrey. Estaba embarazada de tu padre cuando nosotros… bueno, ya sabes.

Ella tragó saliva en seco.

—No lo sabía.

—En aquel tiempo se quedó embarazada de Sean, del tipo equivocado. Caitlin y yo también tenemos nuestros pequeños secretos, igual que tú. —La miró con gesto penetrante—. Shannon, yo te traje al mundo, igual que a tu padre, a tus tíos y primos. He ayudado a ver la luz a dos generaciones de los Tyrell. No mataré a ningún Tyrell.

Ella respiró profundamente pero le resultaba difícil porque sentía una opresión en el pecho y el corazón le latía brutalmente.

—En una o dos semanas, tu hijito tendrá el aspecto ya de una personita. Shannon, de todos los Tyrell que he traído a este mundo, tú fuiste la que más luchó por hacerse un sitio en él. ¡Cómo luchaste para nacer…! ¡Tu nacimiento no fue nada fácil para Alannah, de verdad! ¡Dieciocho horas de parto! ¡Y cómo pudiste imponerte después contra todos aquellos mocosos impetuosos que tenías a tu alrededor! Cinco chicos contra una chica… ¡Yo diría que no tuvieron posibilidades! —Alistair sonrió con ternura—. Shannon, tú serás una buena madre, te responsabilizarás de tu criatura y solo querrás lo mejor para ella.

—¿Y qué es lo mejor? —preguntó, haciendo un tremendo esfuerzo.

—Un padre. Una familia.

Shannon asintió con la cabeza en silencio.

—Tú ya sabes quién es el padre de la criatura.

—Sí.

—Háblale de su hijo y cásate con él.

Unas lágrimas resbalaron por su rostro. Sollozó mientras le explicaba su situación con Jota y con Rob. Ya habían hablado anteriormente sobre este asunto cuando ella acudió a Alistair para pedirle un remedio anticonceptivo.

Como siempre, él reaccionó de una manera sensata.

—Caitlin no debe saber que estás embarazada. ¿Ha presenciado alguien la frecuencia con la que vomitas, lo mal que te encuentras?

—Skip… Eoghan… Lo saben todos.

—Has estado durante años por todo el mundo, en los desiertos y en las junglas. ¿Has tenido malaria alguna vez?

—No, siempre he tomado quinina.

—Bueno, pues entonces la has pillado ahora —dijo, encogiéndose de hombros—. No soy especialista en enfermedades tropicales, pero hasta donde llegan mis conocimientos, los síntomas encajan: una fiebre ligera o fuerte, sudoración, vómitos, cansancio, agotamiento. Le meteré el cuento a Caitlin de que has agarrado un paludismo severo. Así que te podrás ir en todo momento a la cama y echarte la manta encima cuando estés harta del carácter de Caitlin, del enganche al opio de Skip o de la campaña electoral de Eoghan. Así ganarás tiempo para tomar la decisión de con quién te vas a casar, si con Jota o con Rob, y a quién de los dos vas a convertir en padre.

—¿De cuánto tiempo dispongo? —pudo preguntar ella con esfuerzo porque ya le estaban viniendo de nuevo las arcadas.

—A lo sumo seis semanas, mi niña. La malaria no te pone el vientre como un bombo. Y se te pondrá así a partir de la duodécima semana —dijo él con rostro serio—. Si le cuento a Caitlin que tienes malaria, te prohibirá que te vayas de viaje adonde sea. Bueno, pero de todas maneras tampoco tendrás ya oportunidad ahora. Lo siento, Shannon. Sé lo importante que es para ti disfrutar de tu libertad, pero eso se acabó ya.

Shannon lidiaba con las lágrimas.

—¡Chsss! No llores, mi niña. Te ayudaré en lo que pueda, como amigo y como médico. En diciembre te ayudaré a traer a tu criatura al mundo. Y seré yo quien se lo entregue a su padre en brazos, sea quien sea a quien hayas decidido tú convertirle en padre. —Le puso una mano cariñosamente en el brazo—. Bueno, y ahora duerme un poquito. Cálmate, recomponte, y piensa con toda serenidad lo que vas a hacer. Llámame por teléfono si me necesitas. Si quieres hablar… o si quieres llorar un poquitín, ¡aquí me tendrás siempre para ti!

—Gracias, Alistair.

—Está bien, mi niña. —Se levantó—. Vendré mañana de nuevo para ver cómo te encuentras. ¿Quieres que le diga a Skip que entre para que se quede contigo? Le haría bien ocuparse un poco de ti.

Shannon negó con la cabeza.

—No, Alistair, prefiero estar ahora a solas.

Con cada curva de la carretera cuesta arriba, hacia la mansión de los Conroy en la isla de Oahu, iban dejando abajo las plantaciones de caña de azúcar y de piña que rodeaban Honolulú. Rob disfrutaba de las espectaculares vistas de la playa de Waikiki y de la amplitud del Pacífico. Tras la travesía marítima de varias semanas respiraba ahora profundamente la fragancia de aquellas flores exóticas y de la tierra roja volcánica de Hawái. Hacía dos años que no iba por allí.

Casi se lamentaba un poco de haberle pedido al capitán que no desembarcara a Rocky. Rob le quería evitar el miedo de flotar sobre el muelle al levantarlo por los aires la grúa de carga; a fin de cuentas iban a zarpar de nuevo mañana al mediodía. En dirección a San Francisco.

Una última curva y el automóvil se detuvo frente a su casa, cubierta casi por completo de plantas tropicales. Mulberry bajó del vehículo y le abrió la portezuela.

—Por favor, señor.

Rob dejó vagar la mirada por la mansión. Extensa, medio de piedra y medio de bambú y cubierta por las hojas de las buganvillas de color púrpura, la casa ofrecía unas vistas francas de Honolulú por la ladera escabrosa de la montaña.

—¡Qué hermoso es esto! —dijo dirigiéndose a Mulberry, que se colocó a su lado con una carta en la mano.

—Señor Conroy, si me permite…

Rob se volvió a mirarle. Una tropa de danzarines y músicos se había reunido en el jardín. Una muchacha, ataviada exclusivamente con flores y hierbas, se le acercó con la tradicional corona de flores.

Aloha o’e! —Le colgó del cuello las flores de color púrpura y le sopló un beso en la mejilla—. ¿Cómo está usted?

—¡Mahalo, estoy bien! —respondió él, y ella resplandeció de alegría. Ella estaba a punto de darse la vuelta cuando él le cogió una mano, la atrajo suavemente hacia él, la rodeó con el brazo y replicó a su beso. La sonrisa de ella era encantadora, y sus ojos resplandecían.

«¡Es realmente una lástima que tenga que partir ya mañana otra vez!», pensó cautivado. Con ambas manos se levantó la corona de flores que representaba la alegría de vivir de los hawaianos, e inspiró profundamente su embriagadora fragancia.

Mulberry se colocó a su lado y le tendió la carta que le acababa de entregar un empleado de la casa.

—Una carta de su padre, señor.

Mientras los músicos entonaban un ritmo arrebatador de tambores que hizo que Rob los acompañara involuntariamente con el pie, las bailarinas formaron para desarrollar la danza hula. No las perdió de vista mientras rasgaba el sobre.

Rob:

Espero que te guste este pequeño obsequio. Sé que adoras las sorpresas. Disfruta de tu estancia en la isla de Oahu y de tu despedida de soltero. Creo que te divertirás también, aunque no esté Evander contigo. Nos vemos la semana que viene en San Francisco. Me hace mucha ilusión verte, hijo mío.

Tom

—Si me permite la observación, señor, tiene usted un padre maravilloso.

—El mejor del mundo, señor Mulberry.

—En efecto, señor. Las chicas estarán a su disposición durante la tarde y la noche, señor. A su completo antojo. Para la música y el baile, o después de la cena para… una agradable velada.

—Una estupenda idea de Tom.

—Ningún deseo quedará insatisfecho. —Carraspeó para cambiar de tema—. Han llegado otros telegramas. Uno de Caitlin Tyrell invitándole a usted a una cena festiva el día de su llegada para que usted y Shannon… y la señora Conroy puedan conocerse. Otro, de Charlton Brandon. Quiere pasarle a buscar al atracar su barco y acompañarle a Brandon Hall. Después de conversar con él, le llevará a esa cena festiva.

—¡No me lo puedo creer! ¿Ya lo sabe él? —exclamó Rob—. Bueno, de acuerdo. Conteste a Tom, Caitlin y Charlton que llegaré el domingo a San Francisco.

—Como usted desee, señor.

—¿No me ha escrito Shannon?

—Lo siento, señor, pero no ha llegado ninguna nota de ella.

No sabía por qué, pero se sentía decepcionado. Se volvió de nuevo a contemplar con algo de desgana a las bailarinas.

Se mudó de ropa antes de la cena que iba a servirse en la terraza con vistas al Pacífico. En la casa había un frescor agradable. Las amplias habitaciones estaban bien iluminadas y aireadas porque las paredes de bambú permitían que entrara la luz del sol y una brisa fresca. Mulberry le mostró el dormitorio enfrente del suyo propio, con una cama con mosquitera. Los muebles hawaianos eran sencillos pero elegantes.

—Si va usted a pasar la luna de miel en Hawái, podría acondicionar esta habitación para la señora Conroy…

Rob dirigió la vista al baño a cielo abierto, que estaba separado del jardín por una empalizada. La bañera estaba incrustada en el suelo de piedra, la ducha era un cobertizo de bambú abierto, y el lavabo reposaba sobre una tabla de madera de raíz fijada a los troncos de dos árboles tropicales. Sobre una toalla blanca lucía una flor de color púrpura.

—Creo que le gustará —dijo Rob, asintiendo con la cabeza cuando regresaron a la habitación—. Pero espero que pasemos al menos una noche en mi cama.

—Sí, señor. —Mulberry sonrió con cierta reserva—. Pensé que deseaba usted habitaciones separadas… —Enmudeció de inmediato cuando vio cómo Rob enarcaba las cejas.

—Señor Mulberry, el sentido de este matrimonio es engendrar un heredero. Eso es algo que no conseguiré a solas ni con la más firme voluntad. —Extrajo del bolsillo del pantalón la foto de Shannon, ligeramente arrugada—. Sea usted tan amable de procurarme un marco para esta fotografía.

«¡Vaya ojos se le han puesto ahora!».

—Sí, señor. ¡Disculpe usted, señor!

Después de dar una vuelta por la casa que había que remodelar para la estancia futura de Shannon, se dirigió a la terraza en la que se servía la cena mientras continuaban las danzas hula. Había atún y salmón, ambos crudos y marinados, frutas tropicales y un postre de leche dulce de coco. Después de cenar se recostó relajado en su asiento, levantó los pies y disfrutó del silencio con una copita de whisky. Se puso a escuchar con atención y percibió unos sonidos suaves que encajaban en aquel silencio. Desde lejos podía percibir el murmullo del Pacífico rompiendo en la playa. A no mucha distancia, un animalito cruzó el jardín haciendo crujir los matorrales tropicales. Y por encima de él se mecían las hojas de palmera ligeramente con la suave brisa. ¡Qué preciosa tarde de ensueño!

Hacia la medianoche se retiró de allí para pasar la noche. Tras una ducha refrescante a cielo abierto en el baño de bambú de Shannon se deslizó entre las frescas sábanas de su cama, se repantingó entre las almohadas y se puso a contemplar la fotografía de Shannon sobre la mesita de noche.

Se había quedado ya prácticamente dormido cuando escuchó un ruido suave. Se incorporó y miró en dirección a la puerta. La muchacha que lo había saludado por la tarde con una corona de flores y un beso, estaba ahora de pie junto a la puerta abierta. Estaba desnuda. Su cuerpo era delgado y dúctil, y su sonrisa era una fuente prometedora de maravillas.

«¿Cómo resistirme a esto?», pensó Rob. «Es un regalo de Tom, y los regalos no se rechazan».

Alzó la mosquitera, y mientras plegaba la fotografía de Shannon encima de la mesita de noche, ella se introdujo en la cama, se inclinó sobre él, le acarició con suavidad los músculos tersos de su pecho y fue descendiendo su mano hasta detenerse entre sus muslos para acariciarle suavemente. Cuando Rob resopló de gozo, ella se echó a un lado riéndose y se pegó a su cuerpo. ¡Qué olor desprendía ella! ¡Qué suavemente aterciopelada era su piel! ¡Y con qué delicadeza movía las manos sobre su cuerpo, sus labios, su pelo! Con un suspiro de placer se dejó caer entre las almohadas. Él la besó, la rodeó con los brazos y la atrajo hacia su cuerpo excitado. Cautivado descubrió a una segunda muchacha en la puerta. Al elevar él la mosquitera se introdujo ella también en el lecho.

«¡Oh, Tom, qué regalo más generoso!».

En mitad de la noche se desprendió él de los brazos de las muchachas y se levantó sin hacer ruido para no despertarlas. Con la fotografía de Shannon se dirigió a la habitación de ella para pasar el resto de la noche. Se restregó relajado en las sábanas sedosas y contempló su retrato a la luz de la luna. ¿Cómo sería la sensación de hacer el amor con ella y yacer después entre sus brazos?

Buscando recogimiento abrazó la almohada y pronto se adormeció. Su último pensamiento antes de quedarse dormido se lo dedicó a ella.

Ella se sentó de golpe. Shannon contempló el frasquito que estaba junto a su cama a la luz de la lámpara de la mesita de noche. Alistair McKenzie se lo había dado hacía semanas. Algunas gotas cada día podían impedir la concepción. ¿Y el frasco entero? ¿Qué ocurriría si se tomaba todo el frasco? Él le había advertido sobre los riesgos de tomar de aquello en exceso. Los efectos secundarios eran demasiado considerables como para no tenerlos en cuenta. Sabía que un aborto era peligroso, podía desangrarse y morir. ¿Debía intentarlo no obstante?

Su mirada fue a parar a la fotografía enmarcada de Rob. Desesperada se dejó caer en la almohada. Sentía la cabeza vacía como si hubiera perdido el entendimiento, y le resultaba difícil pensar con claridad. En ella solo había sentimientos.

«Voy a tener un bebé».

Escuchó en su interior pero no pudo percibir ninguna oleada cálida de alegría, ninguna sensación de recogimiento. Se llevó la mano al vientre plano y lo acarició con suavidad.

«Este chiquitín que llevo dentro de mí, que hace tambalear todo mi mundo, será un hijo mío. Un niño o una niña. De Jota y mío».

Alistair tenía razón. Habían terminado los días en que ella determinaba por sí sola su vida, tal como había ocurrido en los últimos años. Nada volvería a ser como antes; lo mismo iba a sucederle al futuro padre.

¿Se encontraría Jota en una espiral semejante de pensamientos y sentimientos? ¿Tendría él tanto miedo como ella de tener que ocuparse de una criatura y asumir la responsabilidad de una pequeña familia?

Y sobre todo… ¿seguiría deseándola?

Un dolor súbito le recorrió el pecho y lo arrancó del sueño. Charlton se echó boca arriba entre gemidos e intentó respirar profundamente, pero no fue capaz porque sentía como un nudo en el pecho. El dolor le punzaba en el corazón y los pulmones y le ascendía por la garganta de modo que tenía que esforzarse mucho por respirar.

Se incorporó en la cama con dificultad y apartó las sábanas. Tenía mucho calor, y estaba empapado de sudor. El dolor se intensificó. El pánico se extendió en él.

«¡Otra vez no! El fin de semana pasado, la fibrilación cardíaca y ahora esto…».

Charlton apartó las sábanas de la cama y se quedó inmóvil.

¿Cómo había podido suceder que Josh se levantara de pronto durante la cena y se fuera dando un portazo? Tan solo había preguntado al joven cómo había pasado el día después de no aparecer por la oficina. La mirada de Josh cuando le dijo que él le había hecho una proposición de matrimonio que ella había rechazado, le llegó muy dentro del corazón a Charlton. Josh se mostró desesperado después de haberse pasado todo el día en vano esperándola, pero ella no regresó a él.

«Lo he estropeado todo con mi exigencia de que se case por fin y de que procure tener un heredero», pensó Charlton con desesperación. «He estropeado su amor, su felicidad, su esperanza de volverla a ver, y eso que yo había deseado tanto que se enamorara y que fuera feliz. ¿Cómo he sido capaz de presionarlo de esta manera? ¿Cómo he sido capaz de robarle la paz interior, su autonomía y su libertad?».

Una nueva oleada de dolor en el pecho le hizo jadear entre sofocos. Entre temblores dejó caer las piernas por el borde de la cama y se sentó. Estaba empapado de sudor. Se levantó y fue tambaleando hasta la cómoda en la que había una frasca de whisky. Le temblaban las manos con tanta intensidad que volcó el vaso. Vertió dos dedos de whisky en él y se lo bebió de un trago, pero el dolor no mitigaba. Se le hizo un nudo en la garganta. ¡Qué había hecho!

Se dirigió tambaleante y entre gemidos hasta la puerta del dormitorio y la abrió de par en par.

—¡Josh! —exclamó con un hilo de voz—. ¡Por favor, ven y habla conmigo! ¡Josh!

Josh apagó con tristeza el cigarrillo contra el cenicero y saltó de la cama sobre la que se había sentado para rememorar lo que había sucedido en las últimas horas. La proposición de matrimonio en la que él había puesto tantas esperanzas y que Shania había rechazado. Su despedida sin beso y sin esperanza de volverla a ver. Su larga espera de muchas horas a que regresara, la desesperación y la tristeza de haberla perdido. Y luego, la cena…

«¡Charlton ha ido demasiado lejos!», pensó con tristeza. «Sé lo mucho que le he herido levantándome y marchándome, pero no podía hacer otra cosa, no soportaba más aquella situación, quería estar a solas. Hacer las maletas».

Josh se fue a buscar un saco de viaje del armario y lo colocó encima de la cama. Abrió los cajones de la cómoda y fue arrojando a un lado del saco la ropa que iba a llevarse.

No podía vivir así, sin ella. Tenía que marcharse, hablar con Ian y confiarle todo, vivir su vida con su mejor amigo y los huskys. Necesitaba la amplitud ilimitada de Alaska para respirar profundamente y sentir viva la aventura a su alrededor, la libertad.

Llamaron a su puerta suavemente, y Sissy asomó la cabeza por la puerta. Lo vio haciendo su equipaje y entró. Su hermana estaba en camisón.

—Josh, ¿qué estás haciendo?

Él arrojó la parka y los mocasines encima de la cama.

—Él no ha querido lastimarte, Josh.

—Yo a él tampoco —replicó su hermano con rudeza—. Pero nos hemos lastimado los dos.

—Regresas de nuevo a la naturaleza indómita.

—Es mejor que Charlton y yo estemos un tiempo sin estorbarnos.

Sissy echó un vistazo a la cama.

—Estás eligiendo tu equipamiento para el invierno. ¿Cuánto tiempo vas a quedarte en Alaska?

Él no la miró a la cara.

—Hasta que haya tomado una decisión de cómo quiero vivir mi vida en el futuro. Así no puedo ni quiero seguir. No sin ella.

—¿Y el abuelo? —La suave voz de Sissy sonó desesperada.

Él arrojó su Winchester y la munición encima de la cama.

—Josh, no se encuentra nada bien.

Él no respondió mientras colocaba su equipamiento en el saco de viaje. Camisas, tejanos, jerséis…

—¿No puedes reflexionar sobre tu vida en San Francisco?

—Él me lo hace imposible con su exigencia.

Mientras iba a buscar un libro de su mesita de noche, Sissy volvió a sacar todo lo que había en el saco y lo arrojó encima de la cama.

—El abuelo cederá cuando sepa quién es ella.

—Eso ya no importa para nada. No regresó. —Agarró a su hermana de los hombros, la apartó a un lado y volvió a meter todo lo que ella acababa de sacar de su equipaje.

Ella se quedó a un lado, con aire de desamparo.

—Josh, te lo ruego…

Él metió el Winchester y el libro en el saco.

—Josh, el abuelo vuelve a sufrir esos dolores. Sabe que se ha excedido y conoce el daño que te ha hecho. Quiere reconciliarse contigo. Quiere salvar lo que aún sea posible salvar…

Con los ojos llorosos, Josh se echó al hombro el saco de viaje con la intención de salir de la habitación.

Sissy lo agarró del brazo con firmeza y decisión.

—¡Josh! Por favor, ¡no te vayas sin despedirte! Habla con él. Te está esperando.

Josh dejó caer el saco de viaje ante la puerta del dormitorio y entró. Charlton estaba muy pálido; al acercarse él, su abuelo le tendió una mano temblorosa.

—Josh, hijo mío, has venido.

Él titubeó, pero se sentó a su lado encima de la cama, le agarró la mano y se la estrechó.

—Perdóname…

—No pasa nada. —Josh tragó saliva en seco—. ¿Cómo estás? Sissy dice que vuelves a sufrir dolores.

Charlton se señaló el corazón.

—Ha llamado al médico. Cuando venga se me habrá pasado ya la crisis.

Josh respiró profundamente.

—Siento lo sucedido en la cena…

Su abuelo suspiró e hizo un gesto negativo con las manos. Josh titubeó.

—Voy a estar fuera por un tiempo.

Charlton apretó los labios y asintió con la cabeza en silencio.

—Es mejor así —prosiguió Josh en voz baja—. Para los dos, para la empresa…

Charlton no replicó, pero Josh se dio cuenta de lo mucho que le afectaba esa noticia. Josh apretó su mano.

—Sé que querías hacer todo lo mejor, todo lo correcto. Querías lo mejor para mí…

Su abuelo asintió con la cabeza, incapaz de proferir una palabra.

—Voy a regresar a Alaska.

Charlton parpadeó expulsando las lágrimas.

—¿Cuánto tiempo? —acertó a decir con sumo esfuerzo y con un hilo de voz.

—Un año, quizá más.

—Si no… —Su abuelo carraspeó—. Si no puedes hacerlo de otra manera, entonces vete. —Se llevó la palma de la mano a la frente—. Pero regresa pronto, hijo mío.

Josh le agarró con firmeza un hombro pero no dijo nada, no quería salir ninguna palabra de su boca. Charlton dirigió la mirada hacia él cuando se levantó.

—Espero que Ian sepa ayudarte mejor que yo. —Tragó saliva—. Adiós, Josh.

—Adiós. —Él se volvió con un movimento súbito.

Sissy estaba esperando frente a la puerta. Lloró cuando él la estrechó firmemente entre sus brazos para despedirse de ella.

—Si se complican las cosas esta noche… estaré en casa de Ian.

Ella se sorbió los mocos.

—Está bien.

—Él te necesita ahora.

—Te necesita a ti más que a mí…

—No, eso no es verdad. Nos hemos hecho mucho daño mutuamente. Él a mí y yo a él. Cuida de él, Sissy. —Josh le dio un beso de despedida en las dos mejillas—. Que te vaya bien.

Ella asintió con la cabeza entre lágrimas.

—A ti también.

Con el saco al hombro, Josh descendió las escaleras, atravesó a grandes zancadas el vestíbulo y cerró tras de sí la puerta de la casa.

Quería respirar profundamente para tranquilizarse mientras se dirigía a la casa de Ian, pero no podía. La tristeza por abandonar a su familia y la desesperanza de haberla perdido también a ella irrumpían con furia en su interior.

Caitlin estaba sentada junto a su escritorio estilo Luis XV en su nuevo despacho decorado con muebles nuevos. Los viejos, en estilo Imperio, los había hecho añicos Skip con su bate de béisbol. Estaba leyendo concentradamente los documentos para la sesión de la junta directiva de hoy sobre la evolución de sus negocios en China, Japón y Hawái, cuando llamaron suavemente a su puerta. Ella alzó la vista.

De pie, junto a la puerta, estaba su secretario.

—El señor Eoghan, señora.

Caitlin puso a un lado los papeles. Eoghan entró en el despacho. Tenía un aire de preocupación.

—Señora.

—¿Qué ocurre?

—Shannon se ha levantado de la cama. Me la acabo de encontrar en las escaleras. —Señaló al ventanal que estaba tras ella—. Acaba de ordenar que le traigan su Duryea.

Caitlin echó para atrás su silla y se levantó para echar un vistazo a través de la ventana. En efecto, Shannon estaba allí con una bolsa de viaje esperando su automóvil. Caitlin inspiró lentamente el aire en sus pulmones.

—Pensaba que estaba en la cama enferma de malaria. Alistair me dijo ayer que estaba muy enferma.

—Quiere ir a la casa de él —supuso Eoghan y se colocó detrás de ella para mirar al exterior por encima de su hombro.

Caitlin se volvió súbitamente.

—Quiero hablar con ella.

—Voy a buscarla. —Su nieto se volvió hacia la puerta.

Caitlin le detuvo.

—Eoghan, quiero que estés presente en esta conversación, pero no dirás ni una sola palabra, ¿me has entendido?

Eoghan asintió con la cabeza, luego se volvió para ir a buscar a su prima.

«¡Vaya! ¡Tenemos sesión del tribunal de la Inquisición!», pensó Shannon con congoja cuando entró en el despacho y Eoghan pasó a su lado para dirigirse al escritorio y situarse detrás de Caitlin. «Y cuando el tribunal haya fallado su sentencia, se convocará el consejo de familia para anunciarla e imponerla y para restablecer el orden y la moral».

El traje oscuro de Eoghan encajaba con el gesto de Caitlin y el estado de ánimo de Shannon. Se sentía como si fuera nuevamente una niña que hubiera hecho alguna pifia. Shannon tensó los hombros.

—¿Deseaba usted hablar conmigo, señora?

La mirada de Caitlin era desaprobatoria.

—Alistair estuvo ayer aquí y me hizo saber que padeces de malaria desde que estuviste en una caza del tigre en la jungla hindú. ¿Cómo te encuentras?

—Mejor que ayer. Al parecer ha remitido la fiebre.

—Pero en lugar de quedarte en la cama y recuperarte, te has vuelto a levantar.

—Me siento bien —dijo ella con firmeza en la voz.

—No quiero que salgas de casa, Shannon. Nada de paseos matinales a caballo, nada de viajes en automóvil a la ciudad. Tienes que recuperar todas tus fuerzas. Skip se las arreglará un tiempo sin ti. Y él también. —Al no responder Shannon, preguntó Caitlin—: ¿Quién es él?

—Eso no es de su incumbencia.

—¡Responde a mi pregunta! —le increpó Caitlin.

Shannon cedió.

—No sé quién es.

—¿No sabes quién es?

—No, señora.

Las cejas de Caitlin se fruncieron.

—¿Cómo se llama?

—Él… —Shannon se preguntó si daba la misma impresión débil, pálida y temblorosa que como se sentía—. Se llama Jota.

—¿Y qué más? —Ella se encogió de hombros.

—No sé quién es.

—¿Lleva un anillo? ¿Sí? ¿No?

—No, no lleva anillo.

—Pero tú sí, Shannon. Tú llevas el anillo con el ópalo que te regaló Tom como anillo de compromiso. El Laguna de Tahití es una de las piedras más bellas y valiosas que ha encontrado en su vida.

Shannon expulsó despacio el aire de sus pulmones.

Caitlin se la quedó mirando fijamente.

—Así que no sabes con quién te vas a la cama. Pensé que con tus viajes se te había perdido la conciencia, pero al parecer también has perdido la decencia y la moral.

La cara se le encendió de vergüenza y cólera. ¿Cómo podía atreverse Caitlin a hablarle en esos términos?

Eoghan, situado detrás de su abuela, bajó la vista visiblemente afectado. Ella tuvo que respirar profundamente para tranquilizarse. A pesar de todo, aquella era su casa, su familia. No tenía otra. Era inseguro que Jota se casara con ella cuando le dijera que estaba embarazada. Y también era igual de inseguro que ella se casara con Rob para tener a Tom como padre.

—Con tu escandalosa conducta estás envileciendo a la familia, Shannon. Nos has ofendido degradándote a ti misma. Nos has deshonrado. Has abusado de nuestra confianza y nos has traicionado.

—Usted, nada menos que usted, ¿se toma la libertad de enjuiciarme? —preguntó Shannon con un tono agudo en la voz.

Caitlin se enderezó en su asiento y golpeó con el puño sobre el escritorio.

—No soy yo quien te juzga, Shannon, sino que es Dios quien te castiga. Estás condenada a los ojos de Dios. Nunca se te perdonarán tus pecados.

Eoghan se volvió hacia ella.

—Señora, en la confesión…

—¡Cállate! —interrumpió Caitlin a su nieto con resolución, y Eoghan se quedó en silencio—. ¡Eres católica, Shannon! ¿Lo has olvidado? ¡Y te has prometido a Rob! Antes llegó un telegrama de Hawái. Llegará el próximo domingo para conocerte. No tienes ningún derecho a engañar a tu futuro marido…

—¡Todavía no he dado mi consentimiento a ese matrimonio!

—Con tu estilo inmoral de vida vas a excavar tu propia ruina. Tu búsqueda de autonomía te llevará a la perdición, Shannon, y vas a pagar un precio muy alto por tu libertad. ¡Estás enferma de malaria! ¿Qué pasa si te quedas embarazada?

—¡Señora, ya basta!

—¡Te estás pasando mucho! —le interrumpió Caitlin con determinación.

Eoghan iba a intervenir, pero Shannon se lo impidió con un movimiento enérgico de las manos.

—¡No volverás a verle, te lo prohíbo! ¡Vas a escribirle ahora mismo que le dejas! ¡Te vas a casar con Rob!

—Señora, no tiene usted ningún derecho…

—¡Tengo todo el derecho del mundo, Shannon! Cargas con una responsabilidad frente a la familia y frente a la empresa. Y tienes contraída una deuda conmigo. ¿O es arrogancia por mi parte creer que en los últimos treinta años te he dado lo suficiente para merecer tu respeto y tu agradecimiento? Te he dado una infancia feliz. Un hogar. Una familia. Una vida despreocupada y de bienestar. Tienes todo lo que cualquier persona puede desear, tus diamantes, tus perlas, tus zafiros, tus caballos, tu velero, tu patrimonio fiduciario. ¿Por qué no es suficiente? ¡Dímelo, anda! ¿Cómo es que Rob Conroy no es suficiente para ti? No devuelves nunca nada, Shannon, tú solo tomas y tomas. Piensas únicamente en ti. ¡Eres una persona increíblemente egoísta!

—¿Egoísta yo?

—Señora, Shannon ha ayudado a Aidan y Skip… —intervino Eoghan, pero Caitlin lo mandó callar con un gesto.

—¡E insensata! —dijo, acallando a Shannon con el tono elevado de su voz—. ¡Ese lío puede acabar arruinándote la vida! ¡Vas a ponerle un punto final antes de que sea demasiado tarde! ¡Vas a obedecerme, Shannon! Servirás a la causa de la empresa como todos los demás.

—¿En la junta directiva?

—¡En la cama! ¡Te vas a casar con Rob!

—¿Cómo concilia usted un matrimonio de ese tipo con su elevada moral? ¡Yo no sé hacerlo! ¡Eso es prostitución! ¿Cuánto tengo que pedir, señora? ¿Un millón por noche?

—¡Shannon!

—¿Y si le doy un heredero a Rob? —preguntó ella con amargura—. ¿Tendré un extra de diez millones? Quizá debería acordar con Tom que conste eso en el contrato de matrimonio. Si llegamos a un acuerdo en el precio, le garantizaré a Rob cada noche un «estuviste estupendo, cariño, ¿quieres echar otro?» y se lo susurraré al oído.

—¡Shannon, por el amor de Dios! —susurró Eoghan estupefacto.

—¡Tú mantente al margen! —amonestó Shannon a su primo—. La cosa va aquí de negocios, Eoghan, no de sentimentalismos como el amor, la dignidad o la autoestima. Aquí lo que importa es el valor de una mercancía que hay que vender. —Con cada palabra fueron incrementándose su enojo y el tono de su voz.

Caitlin resopló furiosa.

—Eres pasional, decidida y testaruda, pero el tipo duro australiano te amansará y domará tu temperamento impetuoso.

—Eso será si me quiere para él.

—Te querrá para él, Shannon. Tom le desheredará si no.

Estaba todo dicho. Shannon se volvió hacia la puerta.

—¡Tú te vas cuando yo te lo diga! —exclamó Caitlin encolerizada—. ¿Adónde vas?

Ella no se detuvo.

«Voy a regresar con el hombre al que amo», pensó. «Y del que he huido por segunda vez por Rob, como aquel día en el vestíbulo del hotel Palace. Voy a decirle a Jota lo mucho que siento haberle herido de esa manera, que quiero casarme con él, que los dos esperamos una criatura, y que él es, a partir de ahora, toda mi familia».

Cuando Josh se despertó a primera hora de la mañana, la cama seguía oliendo a rosas. Durante la noche se acostó del lado en el que había estado ella, abrazó la almohada y no se quedó dormido hasta transcurridas algunas horas.

Después de ducharse y de desayunar, Josh recogió la casa de Ian, sacó algunos libros y Los Preludios de Liszt de la estantería y metió sus cosas en el saco de viaje. A continuación se sentó a la mesa y escribió algunas líneas en la funda de papel de un disco de goma laca.

Se acordaba con tristeza de todo lo que habían compartido los dos, y se frotó los ojos. Se había propuesto ser fuerte y alegrarse de volver a sentir la sensación de libertad en Alaska, pero estaba atento a todos los sonidos en la casa que ahora habían enmudecido. Se había extinguido la risa de ella, había enmudecido el cuchicheo suave de dos amantes, había desaparecido el sonido de sus pasos al acercarse a él para abrazarle. Dirigió la vista al disco de goma laca. También la música había enmudecido. ¡Cómo le habría gustado abrazarla y besarla para despedirse de ella! Y mientras escribía su carta, sentía en su interior la esperanza de que ella regresaría para arrojarse entre sus brazos. Pero ella no vino.

Josh escribió las últimas líneas y dejó la carta allí donde ella la encontraría algún día. Luego se echó el saco de viaje al hombro, salió de la casa de Ian y cerró la puerta tras él.

Shania:

Me encuentro de camino a Alaska. En cuanto termine esta carta, bajaré al puerto para embarcarme hacia Valdez.

Cuando cierro los ojos, te veo caminando en nuestra primera tarde en la playa. El viento desmelenaba tu cabello, y tus ojos brillaban a la luz de la puesta de sol. Estabas tan increíblemente guapa… Este recuerdo de un tiempo libre de toda preocupación y lleno de amor y de felicidad me lo llevo conmigo a Alaska. Pensaré en ti en la soledad de la amplitud infinita bajo el sol de medianoche. Recordaré los momentos maravillosos que hemos vivido juntos, pero también soñaré con cosas que no hemos hecho nunca porque el tiempo de nuestro amor ha sido demasiado breve. No habría bastado una vida entera para ello.

Te amo, Shania. Amo tu belleza, tu alegría de vivir, tu pasión, tu valentía. Echaré de menos tu amor el resto de mi vida.

Espero que hayas encontrado al hombre que se haga merecedor de tu amor y que te ame tanto como yo. Te deseo que seas muy feliz… con él.

Ha terminado nuestro sueño de amor, y la hermosa melodía de nuestro amor se está extinguiendo en el silencio. Me alegraría que de vez en cuando pusieras este disco para acordarte de mí y del magnífico tiempo que hemos pasado juntos. Yo nunca lo olvidaré.

Pienso en ti, sueño contigo, y te extraño, Shania, cada día, cada hora.

Con amor, J.

Con lágrimas en los ojos, Shannon dejó caer la funda de papel del Sueño de amor, de Liszt. Se quedó sentada, inmóvil, con la carta de despedida en una mano y el disco en la otra. Había llegado demasiado tarde. Él se había marchado.

Ocultó el rostro entre las manos entre sollozos, se dobló del dolor que sentía y se echó a llorar con convulsiones que movían sus hombros.

«Perdóname, Jota. Te amo tanto. ¡Cómo me habría gustado abrazarte y besarte en estos momentos! ¡Con qué gusto habría contemplado el brillo en tus ojos al decirte que quiero pasar el resto de mi vida contigo y que voy a darte un hijo! ¡Vas a ser padre, Jota!».

Súbitamente se incorporó y se fue dando tumbos al baño. Cuando cesaron las arcadas, se echó en el suelo, refrescó su frente caliente con las baldosas y siguió llorando. Cuando finalmente se levantó, se apercibió de las huellas que había dejado él. Se levantó de un salto. ¡No hacía mucho que se había marchado! ¿La habría estado esperando todo ese tiempo?

Con el corazón palpitante cerró tras de sí dando un portazo, saltó a su Duryea y condujo a toda velocidad por Lombard Street abajo en dirección a los muelles desde los que zarpaban los barcos que iban a Valdez.

No prestó atención al automóvil negro que la seguía.