Nunca había estado en Scaunder Clough, y sintió un estremecimiento al llegar en las últimas horas de la tarde siguiente. Las negras aguas corrían en torrente y formaban un tumultuoso torbellino al pasar por entre las feas rocas que de ellas sobresalían. Tanta furia demostraba el arroyo en su prisa por bajar entre las colinas, que no se había formado más que un poco de hielo a los costados, no obstante lo cual el agua estaba amarga y la nieve se había amontonado tanto en las orillas, que el torrente se hundía profundamente en ella a cada paso. Las orillas se elevaban en empinada cuesta, y Walter recordó, al observar las formas poco naturales que adoptaban, que la gente solía decir que el diablo era quien había formado Scaunder Clough y que estaba loco en el momento en que lo hizo.
Era aquél un lugar de aspecto poco terrenal; de eso no podía abrigarse la menor duda, y bastó el horroroso rostro de La Cabeza de la Bruja, con las dos profundas grietas que parecían ojos y sus rugosidades de piedra que parecían los pelos de Medusa, para convencerlo de que en aquel valle reinaba el mal. Era un asilo perfecto, pero sólo para aquel en quien la determinación fuera mayor que lo imaginativo.
Walter volvió resueltamente la espalda a La Cabeza de la Bruja y trató de silbar Los Hijos de Job. Concibió muy pobre opinión de su valor al ver que le fallaba el silbido. Sólo al tercer intento pudo hacer que un agudo sonido dominara el rugir del torrente. Nada ocurrió, y Walter repitió su silbido. Luego, como recurso final, se llevó las manos a la boca en forma de bocina y dió un fuerte grito.
Al rato oyó detrás de sí un sonido que pudo ser el de un pie que raspaba sobre una roca. Sin mirar a su alrededor, empezó a silbar otra vez. Apenas había llegado a los primeros compases, cuando otra boca prosiguió el silbido. El muchacho se volvió y vió a Tristram que bajaba por un nevado sendero que llevaba directamente a La Cabeza de la Bruja.
—¡Por fin llegaste! ¡Cuánto deseaba verte!
Tristram le estrechó la mano a Walter con el placer de un hombre al que acaba de ocurrirle el más agradable de los acontecimientos. Walter, en un primer momento, se sintió demasiado atónito para contestar el saludo. Su perdido amigo no había reaparecido como un pintoresco bandido de los bosques, vestido como otro Robin Hood, con el arco al hombro y cantando alegres canciones. Llevaba, sí, su arco al hombro, pero allí terminaba la semblanza con el conocido personaje. Lo que Walter vió fué un alto muchacho vestido con ropas sucias y tan desgarradas que parecía un espantapájaros; aparición entristecida que sufría frío y hasta hambre quizá.
Sus primeras palabras fueron indicio de la verdadera gravedad de su situación:
—¿Qué me has traído, Wat?
Walter contestó, dolorido el corazón ante su falta de previsión:
—Nada. Perdóname, Tris, pero no se me ocurrió que necesitaras algo.
Tristram soltó una risa que pareció el croar de algún pajarraco.
—¿Pensaste que viviría en una hondonada cubierta de enredaderas, comería excelentes trozos de venado y que, por las noches, asistiría a los bailes de los poblados? Ésos son mitos, Wat. La vida en los bosques no es así. Es sucia y triste, a decir verdad. Cuando vi que eras tú, me quedé encantado. Tenía muchas ganas de verte, compañero mío. Y, al mismo tiempo, pensé: «Wat ha de traer algo para mí».
—¡Y vine con las manos vacías, estúpido que soy! —exclamó Walter—. Estoy avergonzado. Estaba seguro de que te habrías ido con Harry el Chato, y que los bandidos tendrían refugios cómodos en los bosques vecinos.
—Creo que llevan una vida mejor que yo. Nunca vi su campamento. Harry el Chato quería que me uniese a ellos, pero no pude resolverme a hacerlo. Hay en mí una terquedad que me hace seguir siendo un hombre honrado. Los demás se fueron con él.
—¿Quieres decir que estás solo aquí? Tris, no tenía idea de cuál era tu situación. Nunca he dejado de intentar alguna noticia tuya, pero todos cuantos pudieron haberme ayudado estaban coaligados en una conspiración de silencio. Fui a ver a tu padre, pero hasta él me aseguró no saber tu paradero.
—Es que yo les había urgido para que guardaran silencio —dijo Tristram— aunque ignoraba que llevarían la cosa tan lejos.
—Es que se trata de la lucha de una clase contra otra. Sospechan hasta de mí. Sólo anoche uno de ellos rompió el silencio.
Tristram hizo una sobria seña afirmativa.
—Sí, estoy solo. Encontré una caverna, allá, en la roca, y allí vivo como puedo. Vuelvo a ser El Guerrero Solitario. Este parece ser mi papel en la vida, Wat. La soledad tiene algunas ventajas, pero no la del bienestar corporal.
Walter estaba estudiándolo, dolorido. Su amigo parecía un anciano. Su rostro, de barba color paja, estaba surcado de arrugas. Tenía los hombros encorvados, y la depresión de su espíritu se le manifestaba en el intranquilo brillo de los ojos.
—Volveré mañana —prometió Walter muy contrito—. Dime lo que necesitas y me ocuparé de que lo tengas.
—¿Lo que necesito? La lista sería muy larga, Wat. Y a propósito, una palabra de precaución. No vuelvas en seguida. Podrías llamar la atención si volvieras por estos lugares demasiado pronto. Los sabuesos podrían seguirte el rastro. Aguarda una semana antes de volver por aquí.
Walter asintió:
—Tienes razón.
—En cuanto a lo que necesito ante todo, dos cosas: ¡sal y jabón! ¡Jabón, Wat! ¡Qué poco pensamos en él cuando vivimos vidas normales, pero qué importante se hace cuando falta!
Y mostró las manos, tiznadas de negro.
—Sueño con el jabón y el hermoso lujo de un baño. ¡Qué bienvenidas serían esas muchachas chinas con cara de torta si me trajeran bastante jabón y hermosas toallas limpias! ¡Te aseguro que me desvestiría sin vergüenza alguna!
—Y ¿qué más además de sal y jabón?
—¡Azúcar! —exclamó Tristram ansiosamente—. Se me hace agua la boca al pensar en algo dulce. Además, una aguja, hilo y un poco de tela. ¡Mírame! Soy un colador humano, de tan lleno de agujeros que estoy. ¡Ah, son tantas las cosas que necesito! Unas velas, y ¿crees quizá que podrías traerme un poco de mazapán? No hago más que soñar en comer esa tierna pasta.
—¡No tan pronto! He de fijar todas esas cosas en mi memoria.
Tristram se rió.
—No me tomes demasiado en serio. Sé que no puedes volver aquí con mulas de carga.
—Estoy pensando en la forma de traerte todo cuanto necesitas. ¿Hay algo más?
—Un centenar de cosas más. En particular, algunas cuerdas de arco. Una nueva provisión de flechas. Un poco de aceite para conservar el arco en buen estado. Un almanaque me sería muy útil. He perdido la noción del tiempo.
Y Tristram hizo una pausa.
—¡Qué exigente he de parecerte! Sé, Wat, que no me puedes instalar un palacio aquí entre las rocas.
—Haré cuanto pueda —dijo Walter, poniéndole a su amigo una mano en el hombro. Puedo hacer algo mucho más importante. Voy a hacer que puedas salir del país. No puedes quedarte mucho más tiempo aquí como un animal perseguido.
Tristram meneó la cabeza, resignado.
—No tengo intención de salir de Inglaterra. No soporto los países extranjeros, Wat. El idioma en que hablan allí está más allá de mi comprensión, y me sentiría tan aislado como aquí en los bosques. Sé que no puedo esperar volver a vivir jamás como un ciudadano pacífico, pero soy inglés y me quedaré aquí hasta que muera.
—Escúchame, Tris. Las cosas van a cambiar. Puedo hacerte salir oculto oportunamente, estoy seguro, y, con una buena influencia, lograré obtener un perdón para ti. ¡Dios sabe lo que podría ocurrirte si te quedarás aquí por mucho tiempo más!
Tristram miró al sol, que estaba poniéndose detrás de las nevadas colinas. Volvió a menear la cabeza.
—La cosa es más profunda de lo que he expresado, viejo amigo. Las nuevas leyes no serán buenas para el villano. Dudo que la esclavitud en que vive pueda ser abolida sin un levantamiento sangriento de los campesinos. ¡Está por producirse, Wat! Los villanos de Inglaterra se sublevarán y exigirán que se les dé el derecho de vivir como hombres, como hombres libres. Eso vendrá, tan seguro como que el sol ha de hundirse pronto entre las rocas. Puede que nosotros no lo veamos, ¡pero ha de ser algún día!
El semblante se le había transfigurado y un intenso brillo resplandecía en sus hundidos ojos.
—No pienso sino en ello mientras yazgo aquí en mi caverna, y ahora estoy empezando a ver que puedo desempeñar mi papel, aun cuando nunca me atreva a aventurarme lejos de Scaunder Clough. Si huyo, pronto seré olvidado. Pero si me quedo aquí, negándome a abandonar la tierra que amo, mi recuerdo perdurará entre la gente. Cuando llegue el momento en que los villanos de Inglaterra exijan sus derechos, recordarán lo que hice y quizá sirva para fortalecerles en su resolución.
Ya no tenía los hombros caídos. Miró a Walter con un orgullo que no tenía en cuenta para nada la amarga vida que tenía que llevar.
—¡No, Wat! —exclamó—. Aquí me quedo. Si me capturan y me ahorcan colgándome de un árbol, tanto mejor. ¡Entonces seré recordado como uno que murió por la causa justa!
Se apoyó entonces en la áspera superficie rocosa de La Cabeza de la Bruja y sonrió.
—Estoy soltando una lata como un sofista de Oxford. Pero creo en todo cuanto he dicho. Y ahora, ¿qué noticias me traes? Wat, ¿has sabido algo de Maryam?
—Nada. ¿Qué comunicación puede haber entre dos mundos tan alejados entre sí?
—¡Pobrecilla Taffy! Será mejor que encares la verdad. No es probable que vuelvas a oír hablar de ella.
Hizo una pausa y observó cuidadosamente el rostro de Walter.
—Tienes que resignarte, Walter, y casarte con Engaine. Es lo más natural, y veo que es inevitable. Eso traería mucho alivio a la gente pobre, viejo amigo, pues sé que serás un buen amo para ella.
—Aún no puedo mirar tan lejos en lo futuro —dijo Walter.
—Hay una cosa que quiero que sepas. No fuí yo quien disparó la flecha que mató a tu hermano. No es que haya tenido escrúpulos. Merecía la muerte por todas las cosas que había hecho. Pero en realidad, uno de los otros tenía la flecha pronta, y el dardo alcanzó el blanco. Estábamos ocultos en el bosque, y te vi claramente cuando te alejaste al galope. El mismo hombre, cebado con la sangre, estaba por terminar con toda la familia. Pero yo le contuve el brazo. En cuanto a lo que ocurrió después, sabes más que yo.
—Engaine se ha dado cuenta de las cosas ahora. Está corrigiendo todo cuanto puede.
—He oído decir que las cosas andan de lo mejor —dijo Tristram volviéndose hacia Walter y apoyándole en el hombro una mano áspera, de uñas ennegrecidas y rotas—. No te pongas triste, Wat. Vivo bastante bien. Tengo bastante que comer y mi caverna es cálida. No me quejo. Ven, sonríeme.
Y el arquero le sonrió con su misma sonrisa de antes.
—Nada más puedes hacer por mí. Convierte en oro las piedras preciosas que te he dejado y distribúyelo. Mi padre es viejo y necesita muy poco, pero me gustaría que tuviese lo bastante para pasar tranquilamente el resto de su vida. Ocúpate también de la viuda de mi hermano y de su hijo; dales una parte. Quizá quede alguna moneda para un viejo de Cencaster llamado Handy. Fué a las Cruzadas y volvió hecho un guiñapo; ahora vive de los desperdicios que disputa a los perros de la aldea. Me gustaría pensar en que he hecho algo para aliviar su suerte. También está el viejo Dame Gurdy, conocido de mi madre, que también necesita mucha ayuda. Haz lo que puedas por esa gente, Wat.
—Juro que ninguno de los nombrados quedará en la miseria. Lo haré en tu nombre.
El sol se había puesto ya detrás de las rocosas paredes, y la forma de las cosas, en la hondonada, parecían más irreales que nunca.
—Ya deberías irte —dijo Tristram—. No hemos de despedirnos. Pronto volverás, al menos así lo espero fervientemente. El verte me ha hecho revivir y cobrar nuevo valor para las oscuras horas que paso en mi caverna.
Y sonrió, esperanzado.
—Wat, quisiera tener conmigo a algún animal para que me hiciera compañía. Un perro no me sirve; sus ladridos podrían despertar sospechas. ¿Podrías encontrarme un gato? Una hembrita. Un gato macho estaría casi siempre fuera, pero una gatita podría encontrarse compañero y llenar mi hogar de cachorros. Sería una felicidad.
Después de haber recorrido un trecho de sendero, Walter se volvió a mirar. Tristram no se había movido. Se saludaron con la mano y se quedaron quietos, mirándose a la media luz.
Walter no veía sólo al perseguido morador de la caverna. De pie, con una inclinación a no alejarse que lo mantuvo allí hasta no poder distinguir ya la alta silueta de su amigo, veía también al modesto estudiante que dirigiera a sus compañeros de Oxford en un temerario acto de rescate, al alegre compañero de sus largos viajes, al valiente arquero que diera una lección a los ballesteros mongoles. En lugar de delgadas y arrugadas mejillas y descuidada barba, veía un semblante calmo y abnegado, de ojos amigos, alegres y sinceros.
«¿Será éste el final de cinco años de amistad?», se preguntó para sí al reanudar la marcha hacia el bosque de Bramway Spinney.
No podía alejar de sí el temor de no volver a ver a Tristram.