Maryam no había dejado de observar que Walter y Tristram habían sido obligados a salir en el primer bote la noche en que la enorme oleada de marea recorría el río. Desde entonces, todo cuanto le ocurrió fué fatal. Siguió silenciosamente a Chang Wu a una oscura habitación en los fondos de algún depósito de arroz. Mahmoud se asustó cuando resultó evidente que las hambrientas multitudes estaban tratando de asaltar los depósitos, pero la muchacha no compartía sus temores. Estaba segura de que la partida de Walter había sido dispuesta para lograr que la oleada de marea causara la desaparición de las aves de plumaje dorado. No abrigaba esperanzas de que aún estuviese vivo, de modo que no pedía sino compartir una suerte análoga.
Se echó en un duro jergón y miró sin ver los oscuros objetos que la rodeaban. Unas ratas andaban por el suelo, pero ella no les hizo caso. Nadie se acercó. Los ruidos de lucha eran cada vez más intensos, hasta disminuir luego y terminar por completo. Al fin y al cabo, a pesar de todo le tocaba vivir, pero no sintió alivio alguno cuando el hecho se hizo evidente.
Pasaron las horas, y una leve luz empezó a penetrar por una angosta hendidura en lo alto de la pared. Amanecía.
Por último se presentó Chang Wu con una pequeña linterna que hacia bailar unas extrañas rayas en las paredes de bambú. La muchacha se sentó en seguida, tratando de leer la expresión del rostro del anciano a la incierta luz de la linterna.
—Su ilustre marido y su amigo están a salvo —anunció—. Uno de los boteros se ahogó, pero el otro ha regresado. Dice que alcanzaron el buque a tiempo.
Los temores que la muchacha abrigara durante las largas horas de la noche se aliviaron entonces en un torrente de lágrimas.
—¡Oh, Chang Wu! —exclamó—. ¡Qué dichosa soy! Estaba segura de que se habían ahogado en ese horrible río. No hice más que pensar en eso durante toda la noche. ¿Está usted seguro de que están a salvo? ¿Del todo seguro?
El viejo enviado hizo una tranquilizadora sonrisa.
—No cabe duda alguna. He interrogado al hombre, y dice que él mismo los vió en cubierta.
Hubo una pausa.
—El buque no pudo aguardar. Zarpó a la hora señalada. Debido a los disturbios que había aquí, no pudimos enviar otro bote a cruzar el río, y ahora nos vemos en grandes dificultades.
La alegría de Maryam era tan profunda que las dificultades de su posición no le causaron impresión inmediata en el espíritu. Sonrió al anciano y le dijo:
—¡Qué feliz soy!
Chang Wu nada dijo por un rato. Sus ojos tenían una expresión de pesar y arrepentimiento.
—Han surgido grandes dificultades —repitió—. Se ha ordenado que no salga ningún barco más. Todas las naves serán puestas al servicio de los funcionarios de la corte para el caso que sea necesaria una evacuación rápida. Lo único que puedo prometer a la esposa de mi estimable amigo es procurarle un lugar en el primer buque que salga.
Maryam se dió entonces plena cuenta de la situación. Miró al anciano con horrorizada expresión.
—¿Cuándo será eso? —preguntó en un susurro—. Si pasa mucho tiempo, puede… puede que jamás vuelva a encontrarle. Ilustre Chang Wu, estoy segura de que ha pensado usted en todo. Tranquilíceme.
El enviado meneó lentamente la cabeza.
—Lo siento mucho, pero he de decir que no lo sé. El joven señor de Occidente, por el cual abrigo un gran afecto, no podrá desembarcar en ninguno de los puertos cercanos. La situación exigía que se le llevara a una distancia prudencial de Kinsai. Esperemos que el próximo barco que salga rumbo al sur alcance a aquél en el cual navegaba.
En cuanto hubo aclarado lo bastante, la llevaron a casa de Chang Wu otra vez y allí se quedó tres semanas en un estado de ansiedad tal que a veces dudaba de si podría resistir a la agonía de la espera. No tenía medio alguno de saber si por entonces ya había salido algún buque en dirección al sur. El enviado la veía a ratos intervalos e informaba que estaba haciendo todo cuanto le era posible por ella. Cuando finalmente anunció que iba a zarpar al día siguiente, las esperanzas de Maryam de alcanzar a su marido habían desaparecido por completo. Sabía, sin embargo, que tenía que hacer lo imposible por encontrarlo, aun cuando tuviera que seguirlo hasta Londres. Ya se había evidenciado que el regalo de los huevos de pato coloreados resultó ser profético.
Salió de Kinsai una semana antes de que las puertas de aquella gran ciudad se abrieran pacíficamente para dejar entrar a las vanguardias de Bayan.