II

Tristram se despertó en cuanto Walter entró en su cuarto. Su largo sueño le había hecho bien, y pudo sentarse en la cama. Se sonrió, feliz.

—¡Hola, Wat! Conque ¡estás aquí en persona! Temí que fuera un sueño.

Walter lo miró meneando tristemente la cabeza.

—¡Estás flaco como un cuervo en febrero! Tardarás largo tiempo en reunir un poco de carne alrededor de tus huesos, Tris. Esos crueles demonios lograron casi hacerte morir de hambre.

—He tenido muchos sueños, de los cuales ninguno fué agradable. ¡Eran locuras extrañas y terribles!

Y Tristram miró a su alrededor con lento y penoso movimiento de cabeza.

—Si no estuvieses sentado aquí, juraría que esto es el paraíso. No hay barrotes. No hay feas caras que me miran de cerca. No hay agudos palos que se me hundan entre las costillas. ¡Diablos, tengo muy mala opinión de tu famoso Cathay, Wat!

—Maryam está aquí. Vendrá a verte dentro de poco.

—Quiero verla lo antes posible —dijo Tris, y, con tímida sonrisa, añadió—: Parezco un espantapájaros. Estoy negro y azul desde la cabeza hasta los pies, y se me ocurre que estoy lleno de tajos y magullones. Dos de estas doncellas de cara de galleta insistieron en darme un baño. No tuve fuerzas para resistir, aunque protesté en alta voz, y parecieron chocadas por el estado en que me hallaron.

Volvió a dejarse caer en la cama.

—Sin embargo, estoy mejor. Otro sueño como éste y me sentiré lo bastante bien para competir con el mejor arquero.

Walter se rió.

—Es el primer alarde que te he oído. Los médicos de la corte volverán a verte, y estoy seguro de que te quitarán esas ideas de la cabeza. Espero que estés lo bastante fuerte para partir antes de que los ejércitos de Bayan invadan la ciudad.

—Cuéntame qué ha estado ocurriendo. Apenas si necesito decir que nada he oído. En las ciudades en que me exhibían como un oso con un anillo en la nariz, no parecían saber que había guerra.

Bayan está actuando con rapidez. Estoy convencido de que el mundo nunca ha tenido antes semejante capitán. Las últimas noticias que tenemos es que está sitiando a la ciudad fortificada de Ch’aing-cha. En cuanto haya caído la plaza, el camino a Kinsai estará despejado.

Y Walter vaciló antes de proseguir con lo que debía.

—Tris, hay algo que tienes que saber. Me cuesta… Mucho me cuesta decírtelo.

Tristram había cerrado los ojos. Los abrió y miró ansiosamente a su compañero.

Maryam y yo nos hemos casado —dijo Walter precipitadamente—. Iban a mandarla otra vez a Antioquía, y era el único modo de salvarla. Nos casamos ayer. Antes de que te viera.

El enfermo luchó por sentarse otra vez.

—¡Caramba, cuánto me alegro de saberlo! Estaba seguro de que ocurriría en cuanto recuperaras el sentido de las cosas.

—La amaba mucho. Temía darte la noticia porque sé que tú la amas también. Debe parecerte una traición, Tris, pero te juro que la boda no podía postergarse, y no sabía que habías regresado. De todos modos no habría sido posible hacerlo, pero me hubiera gustado decírtelo primero.

Los tristes ojos del enfermo lo miraron con expresión sonriente, como aceptándolo todo por completo. No hubo vacilación en su voz ni indicio alguno de reserva.

—¿Temías que lo tomara a mal? ¡Vamos, Walter, me conoces bien! Es cierto que yo también la amaba, pero tienes que creer, tú, el mejor de los amigos, que en ningún momento abrigué esperanzas de que se casara conmigo. Su corazón fué tuyo desde un principio. Ni aun cuando estábamos ambos seguros de que tú habías muerto, nada le dije a ella.

Y le tomó la mano a su amigo.

—Estoy seguro de que seréis felices. No me cabe la menor duda.

Walter pensó en la época en que los tres estaban juntos, cuando el amor de Tristram se había manifestado tan abiertamente.

«Éste es el hombre menos egoísta del mundo entero —pensó—. A pesar de lo que dice, creo que ha sido rudo golpe para él».

—Eres el mejor amigo del mundo —dijo en voz alta—. Franco y noble como un arco inglés.

Tristram sonrió levemente.

—Lo que he dicho me sale de lo más hondo del alma, Wat. No tienes por qué preocuparte por el pasado.

Y después de una pausa, añadió:

—Me elogias por mi condescendencia en abandonar algo que jamas he poseído, y que, además, nunca he esperado poseer. Siempre estuve resignado a ello. Creo que los que han elegido este lujoso nido para mí deben haber tenido una intuición de cómo es la cosa. La casa se llama La Morada del Guerrero Solitario.

Walter llevó a Maryam poco después. La muchacha soltó un involuntario grito de dolorida sorpresa, corrió hacia el diván y se arrodilló al lado del enfermo.

—¡Pobre Tris! —dijo—. ¡Qué flaco estás! ¡Qué mal lo has de haber pasado!

El arquero le tomó una mano.

—¡Taffy! —exclamó—. Ahora que estás aquí, y sé que te hallas a salvo y eres feliz, pronto recuperaré carnes y fuerzas para estos pelados huesos míos. Puedo ver que eres muy feliz. Desearía que supieras lo contento que estoy por la noticia que me ha dado Wat.

Había hablado en inglés, y la muchacha lo miró asombrada.

—¡Oye! —dijo—. Debes recordar que apenas si entiendo más de tu idioma que de chino. ¿Has olvidado lo que te enseñé?

Tristram miró a Walter y movió la cabeza.

—Estoy lo mismo que cuando empecé. Explícaselo, Wat. Después de todas aquellas lecciones y la paciencia que Maryam puso en ellas, no puedo recordar una palabra. Todo se me fué de la cabeza mientras estuve en aquella jaula.

Cuando Walter hubo traducido a Maryam lo dicho por Tristram, la muchacha sonrió al enfermo y declaró que volvería a empezar a enseñarle.

—No volveremos a separarnos —dijo, sentándose en el suelo al lado del diván—. En cuanto tengas bastantes fuerzas, volveré a enseñarte Bi-chi y pronto lo recordarás todo. ¡Cómo hablaremos, entonces! ¡Tendré tantas cosas que decirte!

—Dice que está contento de que nos hayamos casado —le dijo Walter—. Y sabiendo lo poco egoísta que es, estoy seguro de que lo dice de corazón. Mucho me temo que yo me habría mostrado mucho menos filósofo de haber estado en su lugar.

Pocos minutos después llamaron a Mahmoud, y, de acuerdo con instrucciones de Walter, el chico empezó a alinear en el suelo las cajas que contenían los regalos de la Emperatriz. Tristram no pareció particularmente interesado aunque resultaba evidente que se asombraba ante la cantidad y la magnificencia de los presentes. Maryam estaba a la vez atónita y deleitada. Miraba de una caja a otra, dilatados los ojos de asombro.

—¡Dios mío! —exclamó—. ¿Todo esto es para ti?

—Para nosotros —dijo Walter—. Son propiedad conjunta de los tres. Creo que mi parte será pronto transferida al cuidado y uso de alguien de quien estoy muy enamorado.

La muchacha tomó un enorme rubí y lo miró a la luz.

—¡Qué precioso es! —murmuró, arrebatada—. ¿Quizá quieras regalarme éste?

—Lo haremos engarzar en una cadena de oro para colgarla de tu hermoso cuello.

Y Walter se volvió hacia su amigo.

—¡Nuestras fortunas están hechas! —exclamó, exuberante—. ¡Cuando volvamos a Inglaterra, Tris, montaremos caballos de pura sangre y nuestros bolsillos resonarán de la dulce música del oro!

—Me alegro por ti, Wat. Parece ser una enorme fortuna.

—Somos ricos. Ni en sueños esperé esto. Ahora vamos a proceder a la repartición. ¿Qué vas a hacer con tu mitad?

—¡Mi mitad! —exclamó Tristram, echando la cabeza hacia atrás y soltando una carcajada—. No tengo derecho a nada de esto y menos aún a la mitad. Tú te lo has ganado, Wat. Yo nada tengo que ver con eso.

—Fuiste el primero en mostrar tu plumaje dorado en Kinsai. Fué la coincidencia de nuestra llegada simultánea lo que llevó a la Emperatriz a mostrarse tan generosa en cuanto a nosotros. Como es natural, supuso que tú compartirías los regalos conmigo.

—Vamos, Wat, no dejes que tu generosidad te domine. No tengo derecho a esto, ni deseo especial alguno de tenerlo. ¿Qué haría con ello?

—Comprarás tierras —dijo Walter—. Tienes que comprar bastante tierra para volver a instalarte como firme ciudadano. ¡El terrateniente Griffen! ¿Cómo te suena al oído?

Nunca sentiría placer alguno con ese sonido —declaró el otro con repentina vehemencia—. No quiero título, Wat. Mi padre es un hombre libre, y sus hijos nunca estuvieron ligados a señor alguno, pero nada tiene. Tú serás quien compre tierra y tenga título.

—Yo no. A pesar de lo que dije, he cambiado de opinión. No tengo ya deseo por grandes posesiones. Tengo que ganarme un nombre honrado de algún otro modo.

Tristram lo miró, intrigado.

—¿Qué ocurrió que te ha hecho cambiar de opinión?

—He estado usando mis ojos y mis oídos desde que llegué a este país. La tierra es para los más, no para unos pocos. Estoy seguro que el propósito de nuestro Padre Celestial no ha sido el que unos pocos poseyeran toda la tierra en Inglaterra. Su voluntad no es que los demás vivan en servidumbre.

El enfermo se sentó en la cama y lo miró con brillantes ojos.

—Si es eso lo que piensas sinceramente, Wat —exclamó— entonces el único obstáculo que podía interponerse entre nosotros ha desaparecido. Nunca he pronunciado una palabra para combatir tu propósito; no me pareció propio hacerlo. Pero he estado pensando muy preocupado en lo futuro, temiendo que las distinciones de clase nos llevaran por caminos distintos.

Y de pronto la expresión de asombro le volvió al semblante.

—Pero ¿por qué me aconsejas convertirme en un terrateniente?

—Lo que yo pensaba era en una buena granja, lo bastante grande para que puedas vivir cómodamente sin temores de embargos. No te proponía una gran extensión de tierra dividida en granjas para arrendatarios ni reservas de caza. Te conozco demasiado bien para proponerte algo por el estilo. Pero, al fin y al cabo, Tris, eres de sangre campesina. Perteneces a la tierra. Lo que yo te aconsejo no se aparta de lo honesto.

Tristram recogió una cantidad de piedras bastante para cubrirle la palma de la mano.

Ésta será mi parte, pues, y no más, Wat. Estoy resuelto, y es inútil que trates de hacerme cambiar de opinión. Es más que justo.

Miró a Maryam y sonrió.

—Tienes una mujer a quien mantener, y quiero ver a nuestra pequeña Maryam convertirse en una espléndida dama cuando la lleves a la patria. Y ahora que lo hemos arreglado todo, ¿qué proyectas hacer con tu parte?

Entonces le tocó a Walter dilatar los ojos.

—¡Tengo grandes proyectos! —exclamó—. Voy a introducir en Inglaterra algunas de las cosas maravillosas que he visto aquí en China. Esta gente podría aprender mucho de nosotros, sin duda, pero nosotros tenemos mucho más que aprender de ella. Algunas de las cosas que he hallado modificarán por completo la vida en Inglaterra, en particular, la fabricación de este material mágico llamado papel. Todavía no he aprendido cómo se hace, pero me han dicho que tienen un procedimiento de copiar escritos en papel por medio de un calco. ¿Puedes concebir lo que significaría que los Evangelios pudieran ser publicados en esa forma? Al tiempo, toda familia en Inglaterra tendría un ejemplar. Luego, el compás mágico, a este respecto tengo una aventura que contar, y el Hua-P’ao para que se use el polvo inflamable de Roger Bacon. Inglaterra se convertiría en el primer país de la Cristiandad si puedo enseñar a nuestra gente a fabricar estas cosas. Y ahora estoy cansado de hablar —concluyó, cogiendo unas piedras sin engarzar y tendiéndoselas a Maryam—. Estas debes coserlas en un forro de chaqueta. No tengo intención de dejar que te alejes de mi vista si puedo impedirlo, pero estamos en una tierra extraña y hemos de estar preparados para cualquier cosa que pueda ocurrirnos. Con estas piedras nunca te verás desamparada, aun cuando tengamos que separarnos en cualquier momento.

Maryam miró las gemas que tenía en la mano con preocupado ceño.

—Creo que es hora de que empieces a enseñarme a hablar inglés —dijo.

—Cada cosa a su tiempo, Taffy. Aún no he dominado bastante el griego moderno. Terminemos con eso primero.

—Sólo sé dos palabras inglesas —dijo la chica, solemne.

Su marido asintió:

—Walter y Londres. La primera, pronunciada en el tono en que hablas cuando piensas bien de mí es en sí algo agradable. Espero que el idioma entero suene con tanta dulzura en tus labios como mi nombre.

—Si nos separáramos, ¿qué haría yo? —preguntó Maryam con algo de pánico en la voz. ¿Cómo volvería a encontrarte?

—Pronto te daré la primera lección de inglés. Pero dame un poco de tiempo. Hemos de disponer de un poco de tiempo para nosotros sin pensar en asuntos tan serios y laboriosos.

En la pared que separaba ambas casas había una reja con aplicaciones de bronce. Las molduras tenían la forma de un dragón de ojos feroces y de erizadas escamas. Maryam se detuvo y tomó el brazo a Walter.

—¡Mira! —dijo—. ¡Me mira a mí! No quiere dejarme entrar.

Walter se rió.

—Pues le presentaría batalla a un dragón viviente por mi dama. ¿No tienes fe en mis fuerzas para defenderte de un monstruo de bronce?

—Creo que este dragón está convencido de que no soy bastante digna para ser la esposa de un bravo caballero ni para vivir con él en la casa que custodia —insistió ella—. Estoy segura de que es un dragón obsequioso y que movería la cola como un fiel perro si yo fuera tu noble señora Engaine.

—¡Qué tonterías se anidan en tu cabecita!

—No, no es una tontería. Temo que haya dragones como éste en todas partes adonde vayamos en Inglaterra. Dragones que pueden hablar y que se reirán de la indigna esposa que el gran señor Walter trajo de Oriente.

—Todos dirán que eres la dama más divina de toda Inglaterra —le aseguró su marido.

Abrió la reja. Maryam hizo un movimiento de temor al pasar, mirando a la bestia mitológica con expresión poco convencida.

—Nada me importaría si tú siempre sintieras así —dijo—. ¡Si sólo pudiese estar segura de ello! Anoche, después que te hubiste dormido, me quedé despierta pensando en ella. Temo lo que pueda ocurrir. ¿Me verás en Inglaterra con los mismos ojos con que me miras aquí?

Desde el interior de la otra casa, el dragón de bronce presentaba un aspecto totalmente diferente. Parecía de pronto haberse tornado benévolo y sus ojos saltones se fijaban en la pareja con una expresión de fiel guardián.

Maryam se echó a reír, aliviada.

—¡Ya me siento mejor! —exclamó—. Todo me parece tan bien y seguro cuando tengo conciencia de estas paredes que nos rodean… Solos, tú y yo, Walter, mientras el mundo entero está excluido… ¿Por qué tendremos que irnos de aquí?

De pronto se volvió y lo abrazó con fuerzas.

—¿Por qué no hemos de quedarnos aquí para siempre? ¡Seríamos tan felices!

—Es imposible, Taffy —declaró él—. Temo que este agradable mundo se vea arrebatado por una fea tormenta. Pero aun cuando pudiésemos estar seguros de que las cosas siguieran como hasta ahora, no sería bueno que nos quedáramos. Pertenecemos a Inglaterra. Tengo muchas cosas que hacer en la patria.

La muchacha hizo una seña de asentimiento con la cabeza.

—Evidentemente sé que tenemos que ir allá —dijo—. No lo decía muy en serio. Seré feliz al ir contigo a cualquier parte del mundo, Walter mío.

Sin embargo, miró a su alrededor con expresión de pesar. Una leve brisa estaba agitando los limoneros y el verde follaje que los rodeaba por todas partes. No podían ver más que el acogedor techo de la Morada de la Felicidad Eterna. El mundo entero parecía excluido.

Maryam volvió a suspirar.

—¡Pero aquí todo es tan divino!