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Lunes, 24 de diciembre

Nochebuena, doce menos veinticinco de la noche

Preparé chocolate caliente. Es lo que suelo hacer en momentos de tensión y la extraña escena que tuvo lugar en el exterior del local nos afectó prácticamente a todos. Debió de ser la luz, apuntó Nico, la extraña lux que crea la nieve, un exceso de alcohol o algo que comimos…

Dejé que creyera que era por eso y los demás también se lo tragaron mientras yo acompañaba a una temblorosa Anouk hasta el calor del local y llenaba su taza de chocolate caliente.

—Ten cuidado, Nanou, está muy caliente —advertí.

Han pasado cuatro años desde la última vez que probó mi chocolate, pero esta vez lo bebió sin rechistar. Arropada con una manta, estaba medio dormida y no supo explicar lo que había visto durante los pocos minutos que pasó en la nieve, la desaparición de Zozie ni la extraña sensación que al final experimenté de que sus voces llegaban desde muy lejos.

Nico encontró algo en la calle.

—Mirad, amigos, ha perdido un zapato. —Se sacudió la nieve de las botas y dejó el zapato sobre la mesa.

—¡Caramba! ¡Chocolate! ¡Excelente! —exclamó, y se llenó la taza.

Anouk cogió el zapato, de exquisito terciopelo rojo, tacón finísimo, puntera abierta y lleno de encantos y dijes cosidos, digno de una aventurera que se ha fugado.

Pruébame, dice.

Pruébame, saboréame.

Anouk frunce el ceño un instante y deja caer el zapato al suelo antes de preguntar:

—Nico, ¿no sabes que poner los zapatos sobre la mesa trae mala suerte?

Me cubro la boca con la mano para disimular la sonrisa.

—Es casi medianoche —preciso—. ¿Estás preparada para abrir los regalos?

Me llevo una gran sorpresa porque Roux niega con la cabeza.

—Casi lo había olvidado. Se hace tarde, pero si nos damos prisa llegaremos a tiempo.

—¿A tiempo para qué?

—Es una sorpresa —responde Roux.

—¿Mejor que los regalos? —quiere saber Anouk.

Roux sonríe.

—Tendrás que verla con tus propios ojos.