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Lunes, 24 de diciembre

Nochebuena, once y cuarto de la noche

Ha pasado demasiado tiempo desde la última vez que vi a Pantoufle. Casi había olvidado lo que representa tenerlo cerca, que me mire con sus ojos como arándanos, que se siente en mi regazo o en mi almohada a última hora de la noche, por si me asusto con el Hombre Negro. Claro que Zozie ya está en la puerta y tenemos que alcanzar el Viento del Cambio.

Llamo a Pantoufle con mi voz espectral. No puedo irme sin él. Pero no se mueve, sigue sentado junto a la cocina, mueve los bigotes y pone su cara más graciosa; por lo que recuerdo, nunca lo había visto con tanta claridad, ya que hasta el último pelo de su bigote queda perfilado por la luz. También percibo el olor que procede del pequeño cazo…

Solo es chocolate, me digo.

Por alguna razón huele distinto, como el chocolate que bebía de pequeña: cremoso, caliente, con virutas de chocolate, canela y una cucharilla de azúcar que servía para revolverlo.

—Ya está bien, ¿vienes o no? —pregunta Zozie.

Llamo nuevamente a Pantoufle, pero no me hace caso. Claro que quiero ir, ver esos lugares de los que habló, cabalgar con el viento y ser fabulosa, pero Pantoufle sigue sentado junto al cazo de cobre y no sé por qué, pero no le puedo volver la espalda.

Sé que solo se trata de un amigo imaginario y que aquí está Zozie, real y viva, pero hay algo que debo recordar, una historia que mamá solía contar sobre un chico que renunció a su sombra.

—Vamos, Anouk.

Su voz suena tajante. El viento que entra en el obrador es frío y hay nieve en el umbral y en sus zapatos. En el local suena un ruido repentino, huelo a chocolate y oigo que mamá me llama.

Zozie me coge de la mano e intenta arrastrarme a través de la puerta abierta. Noto que mis zapatos se deslizan por la nieve y el frío de la noche se cuela por debajo de la capa.

¡Pantoufle!, lo llamo por última vez.

Al final viene a mí, oscuro en medio de la nieve. Durante un segundo no contemplo el rostro de Zozie a través del Espejo Humeante, sino a través de la sombra de Pantoufle, y es la cara de una desconocida que nada tiene que ver con Zozie, ya que está retorcida y doblada como un trozo de chatarra y es vieja, viejísima, como la tatarabuela más vieja del mundo; en lugar del vestido rojo, como el de mamá, viste una falda de corazones humanos y sus zapatos son de pura sangre en la nieve amontonada.

Grito e intento apartarme.

Me agarra con la señal del Uno Jaguar y oigo que me dice que todo saldrá bien, que no tenga miedo, que me ha elegido, que me quiere, que me necesita, que nadie lo comprende…

Sé que no puedo detenerla. Tengo que ir. He llegado demasiado lejos; comparada con la suya, mi magia no sirve de nada, pero el olor del chocolate sigue siendo intenso, como el del bosque después de la lluvia; de sopetón veo algo más y en mi mente se forma una imagen imprecisa. Veo una chiquilla de pocos años, más pequeña que yo. Está en una tienda y delante tiene una caja negra, como el dije del ataúd que cuelga de la pulsera de Zozie.

¡Anouk!

Detecto la voz de mamá, pero ahora no puedo verla porque está demasiado lejos. Zozie me arrastra hacia la oscuridad y mis pies la siguen en medio de la nieve. La cría está a punto de abrir la caja, que contiene algo terrible, y si supiera cómo tal vez se lo impediría…

Estamos enfrente de la chocolatería. Nos encontramos en la esquina de la place de Faux-Monnayeurs y miramos la calle adoquinada. Hay una farola que ilumina la nieve y nuestras sombras se extienden hasta los umbrales. Con el rabillo del ojo diviso a mamá, que mira hacia la plaza. Da la impresión de que se encuentra a cien kilómetros, pero la verdad es que no está muy lejos. También avisto a Roux, a Rosette, a Jean-Loup y a Nico; de alguna manera sus caras están muy lejanas, como si las viera con un telescopio…

Se abre la puerta y mamá sale.

Oigo muy lejos la voz de Nico, que pregunta: «¿Qué demonios ha sido eso?».

Tras ellos, el murmullo de voces se funde con una maraña de estática.

El viento arrecia. Se trata del Huracán… y es imposible que mamá luche con ese viento, aunque veo que lo intenta. Parece muy tranquila. Casi sonríe. Me pregunto cómo es posible que hayamos pensado que se parece a Zozie…

Zozie dirige a mamá su sonrisa caníbal y pregunta:

—¿Por fin has tenido una ráfaga de inspiración? Vianne, es demasiado tarde. He ganado la partida.

—No has ganado nada —puntualiza mamá—. Los de tu calaña nunca ganan. Podéis pensar que triunfáis, pero vuestra victoria siempre es pírrica.

Zozie esboza una mueca de contrariedad.

—¿Por qué estás tan segura? La niña me siguió por decisión propia.

Mamá no le hace el más mínimo caso.

—Anouk, ven aquí.

Estoy anclada en el suelo, bajo la luz helada. Quiero ir, pero hay algo más, una voz susurrante que, como un anzuelo gélido clavado en mi corazón, me empuja en dirección contraria.

Es demasiado tarde. Ya has elegido. El Huracán no se irá…

—Por favor, Zozie, quiero ir a casa.

¿A casa? ¿A qué casa te refieres? Nanou, los asesinos no tienen casa. Los asesinos cabalgan con el Huracán…

—Yo no soy una asesina.

¿Estás segura? ¿Estás segura de que no lo eres?

Su risa suena como la tiza en la pizarra.

—¡Suéltame! —grito.

Zozie vuelve a reír. Sus ojos parecen ascuas, su boca semeja un alambre y me sorprendo de haber pensado que era fabulosa. Huele a cangrejo muerto y a gasolina. Sus manos son como racimos de huesos y su pelo parece algas en vías de putrefacción. Su voz es la noche, su voz es el viento y percibo lo hambrienta que está y lo mucho que desea tragarme entera.

En ese momento mamá toma la palabra. Parece muy tranquila, pero sus colores se asemejan a los de la aurora boreal, son más intensos que los Champs-Elysées y chasquea los dedos ante Zozie con un ademán que conozco perfectamente.

¡Fuera, fuera, lárgate!

Zozie esboza una sonrisa compasiva. La sarta de corazones que rodea su cintura se agita y se mueve como la falda de una animadora deportiva.

¡Fuera, fuera, lárgate! Mamá vuelve a hacer la señal de los cuernos y esta vez vislumbro una diminuta luz que cruza la plaza en dirección a Zozie y que parece una chispa escapada de una hoguera.

Zozie vuelve a sonreír.

—¿Es todo lo que puedes hacer? ¿Solo recuerdas la magia hogareña y los ensalmos que hasta un niño es capaz de aprender? Vianne, cómo has desperdiciado tus habilidades. ¡Y pensar que podrías haber cabalgado con el viento, como nosotras! Claro que algunas personas son demasiado viejas para cambiar y tienen miedo de ser libres. —Zozie da un paso hacia mamá y cambia nuevamente. Se trata de un encanto, está claro, pero se la ve hermosa y no puedo dejar de contemplarla. El collar de corazones ha desaparecido y solo luce una falda con eslabones de algo que parece jade y un montón de joyas de oro. Su piel tiene el tono de la crema del café moca, su boca semeja una granada abierta, sonríe a mamá y añade—: Vianne, ¿qué tal si nos acompañas? Todavía no es demasiado tarde. Las tres juntas… seríamos imparables, más fuertes que las Benévolas, incluso que el Huracán. Vianne, seremos fabulosas e irresistibles. Venderemos seducciones y dulces sueños, no solo aquí, sino en todas partes. Con tus bombones montaremos un negocio internacional y sucursales por todo el mundo. Vianne, todos te querrían, cambiarías la vida de millones…

Mamá vacila. ¡Fuera, fuera, lárgate! Ya no pone empeño en lo que hace y la chispilla se apaga antes de llegar a la mitad de la plaza. Da un paso hacia Zozie… Solo está a cuatro metros, sus colores se han embotado y da la sensación de que se ha sumido en una especie de trance…

Quiero decirle que es un engaño, que la magia de Zozie se parece a un huevo de Pascua barato, puro papel brillante por fuera, pero cuando lo abres no hay nada; entonces recuerdo lo que me mostró Pantoufle: la cría, la tienda, la caja negra, la bisabuela sonriente como un lobo disfrazado…

De pronto recupero la voz y grito con todas mis fuerzas, sin saber qué significan las palabras, pero consciente de que son poderosas, de que se trata de palabras con las que elaborar un conjuro y detener el viento invernal.

—¡Zozie! —chillo. Cuando me mira pregunto—: ¿Qué había en la piñata negra?