Lunes, 24 de diciembre
Nochebuena, once y cinco de la noche
El silencio que la ha contenido en su gélido capullo se quiebra con un grito. Vianne, que ya no está pálida sino enrojecida por el pulque y la confusión, se dispone a afrontar a madame en el pequeño semicírculo que se ha formado a su alrededor.
Sobre sus cabezas cuelga una rama de muérdago y experimento el deseo desaforado, salvaje e incontenible de correr hasta donde está y besarla en la boca. Al igual que los demás, es muy fácil de manipular y ahora casi saboreo el premio, lo noto en el ritmo de mi sangre, lo oigo como la rompiente en una playa lejana y su sabor es tan dulce, como el del chocolate…
La señal del Uno Jaguar posee muchas propiedades. Como es obvio, la verdadera invisibilidad es imposible, salvo en los cuentos de hadas, pero podemos timar al ojo y al cerebro como no es posible engañar a las cámaras y a la película. Mientras centran su atención en madame, es bastante fácil alejarme de puntillas, sin pasar desapercibida del todo, y recoger la maleta que con tanto esmero he preparado.
Como sabía que ocurriría, Anouk me siguió.
—¿Por qué lo has dicho? —espetó—. ¿Por qué dijiste que eres Vianne Rocher?
Me encogí de hombros.
—¿Acaso tengo algo que perder? Anouk, me cambio de nombre como de chaqueta. Nunca permanezco mucho tiempo en el mismo sitio. Eso es lo que nos diferencia. Yo jamás podría vivir así. No podría ser respetable. Me da igual lo que piensen de mí, pero tu madre tiene mucho que perder. Me refiero a Roux, a Rosette y a la chocolatería, por supuesto…
—¿Y qué pasa con esa mujer?
La puse al corriente de la triste historia: la niña en el coche y el dije del gatito. Resulta que Vianne jamás se lo contó. No puedo decir que rae sorprenda.
—Si sabía quién era, ¿por qué no se ocupó de buscarla y encontrarla? —preguntó Anouk.
—Tal vez tuvo miedo o quizá se sintió más unida a su madre adoptiva. Nanou, tú eliges a tu familia. ¿No es lo que tu madre dice siempre? También es probable que… —Me inventé una pausa.
—¿Qué? Sigue.
—Las personas como nosotras somos distintas. Nanou, tenemos que estar juntas, tenemos que elegir a nuestra familia. —Acoté maliciosamente—: Al fin y al cabo, si es capaz de mentirte sobre ese tema, ¿estás segura de que tú no fuiste robada?
Dejé que Anouk reflexionase. En el local, madame hablaba y su voz subía y bajaba con los ritmos de la narradora innata. Es algo que comparte con su hija, pero no es el momento de divagar. Tengo la maleta, el abrigo y los documentos. Como siempre, viajo ligera de equipaje. Saco del bolsillo el regalo para Anouk: un paquetito envuelto en papel rojo.
—Zozie, no quiero que te vayas.
—Nanou, te aseguro que no tengo elección.
El regalo brilla entre los dobleces del papel de seda rojo. Se trata de una pulsera: una delgada tira de plata, lustrosa y nueva. Contrasta con el único dije que de ella cuelga: un minúsculo gato de plata ennegrecida.
Anouk sabe qué significa y se le escapa un sollozo.
—Zozie, no…
—Lo siento mucho, Anouk.
Cruzo velozmente el obrador vacío. Los platos y las copas están ordenadamente apilados junto a los restos de la comilona. Sobre el hornillo está a punto de hervir un cazo con chocolate caliente y el vapor que despide es la única señal de vida.
Pruébame, saboréame, implora.
Se trata de un encanto modesto, de un hechizo cotidiano al que Anouk se ha opuesto durante los últimos cuatro años pero, de todas maneras, más vale jugar sobre seguro, así que apago el fuego mientras me dirijo hacia la puerta trasera.
En una mano llevo la maleta y con la otra, como si arrojara al aire un puñado de telarañas, trazo la señal de Mictecacihuatl. La Muerte y un regalo, la seducción esencial, mucho más poderosa que el chocolate.
Me vuelvo y sonrío. Una vez fuera la oscuridad me tragará. El viento nocturno coquetea con mi vestido rojo. Mis zapatos escarlatas parecen sangre sobre la nieve.
—Nanou, todos elegimos —afirmo—. Yanne o Vianne. Annie o Anouk. El Viento del Cambio o el Huracán. No siempre resulta fácil ser como nosotras. Si prefieres el camino fácil, será mejor que te quedes aquí, pero si lo que te apetece es volar con el viento…
Parece dudar unos instantes, pero yo ya sé que he ganado.
Gané en el momento en el que adopté tu nombre y, a la vez, la invocación del Viento del Cambio. Verás, Vianne, nunca tuve la intención de quedarme. Nunca quise tu chocolatería. Ni se me pasó por la cabeza tener arte y parte en la penosa vida que has creado.
Gracias a sus dotes, Anouk es de un valor incalculable. Tan joven, con tanto talento y, sobre todo, tan fácil de manipular. Nanou, mañana podríamos estar en Nueva York, Londres, Moscú, Venecia e incluso en México. Allí hay muchas conquistas que esperan a Vianne Rocher y a su hija Anouk y seremos fabulosas, las recorreremos como el viento de diciembre.
Anouk me mira hipnotizada. Todo tiene tanto sentido que se pregunta por qué no lo vio antes. Se trata de un intercambio justo: una vida por otra.
¿Acaso ahora no soy tu madre? ¿No soy mejor que la de la vida real y el doble de divertida? ¿Para qué necesitas a Yanne Charbonneau? ¿A quién necesitas?
—¿Y Rosette? —protesta Anouk.
—Rosette ya tiene una familia.
Tarda unos segundos en elaborarlo. Pues sí, Rosette tendrá una familia. Rosette no necesita elegir. Rosette tiene a Yanne. Rosette tiene a Roux.
Otro sollozo escapa del pecho de Anouk.
—Por favor…
—Vamos, Nanou, es lo que quieres: magia, aventuras, la vida al límite…
Avanza un paso y vuelve a dudar.
—¿Prometes que nunca me mentirás?
—Nunca te he mentido ni te mentiré.
Otra pausa y el persistente aroma del chocolate caliente de Vianne tironea de mí y con su voz humeante, quejumbrosa y agonizante dice pruébame, saboréame.
Vianne, ¿es lo único que puedes hacer?
Tengo la impresión de que Anouk sigue dudando.
Mira mi pulsera y los dijes de plata: el ataúd, los zapatos, la mazorca, el colibrí, la serpiente, la calavera, el mono, el ratón…
Anouk frunce el ceño como si intentase recordar algo que tiene en la punta de la lengua. Se le llenan los ojos de lágrimas al mirar el cazo de cobre que se enfría sobre el hornillo.
Pruébame, saboréame. La última y triste bocanada de perfume se desvanece como un fantasma de la infancia en el aire.
Pruébame, saboréame. Una rodilla despellejada, la palma de una mano pequeña y húmeda con chocolate en polvo adherido a la línea de la vida y la del corazón.
Pruébame, saboréame. El recuerdo de ambas tumbadas en la cama, con un libro ilustrado en el medio y Anouk riendo desaforadamente de algo que le ha dicho…
Una vez más hago la señal de Mictecacihuatl, la anciana Señora de la Muerte, la Devoradora de Corazones, que es como fuegos artificiales negros en su camino. Se hace tarde; madame no tardará en concluir su narración y nos echarán en falta.
Anouk parece desconcertada y observa el hornillo como si estuviera en plena ensoñación. Ahora detecto la causa a través del Espejo Humeante: una pequeña figura gris que se encuentra junto al cazo, un manchón que podría corresponder a los bigotes, una cola…
—Ya está bien —digo—. ¿Vienes o no?