Lunes, 24 de diciembre
Nochebuena, once de la noche
Debió de encontrar los papeles que guardo en la caja de mi madre. A partir de ahí es sencillo abrir una cuenta a mi nombre, solicitar un pasaporte y un carnet de conducir nuevos, todo lo que necesita para convertirse en Vianne Rocher. Ahora incluso se parece a mí; con Roux como cebo, también le resultó fácil utilizar mi identidad robada de tal manera que en algún momento nos incriminará…
Ah, ahora sí que veo la trampa. Como siempre sucede con esta clase de historias, comprendo demasiado tarde lo que de verdad quiere: obligarme a descubrir las cartas, tenderme una trampa para que revele mi juego, hacerme volar como una hojita al viento mientras un nuevo grupo de Furias me pisa los talones.
¿Y qué es un nombre?, me pregunto. ¿Acaso no puedo elegir otro? ¿No puedo cambiarlo, como ya he hecho tantas veces, poner al descubierto el farol de Zozie y obligarla a irse?
Thierry la mira azorado.
—¿Tú?
Zozie se encoge de hombros.
—¿Te sorprende?
Los demás la miran pasmados.
—¿Fuiste tú la que robó el dinero, la que cobró los cheques?
Muy pálida, Anouk permanece tras ella.
—No me lo puedo creer —declara Nico.
Madame Luzeron menea la cabeza.
—Pero si Zozie es amiga nuestra —interviene la pequeña Alice, y se ruboriza mucho tras pronunciar el corto discurso—. Le debemos tanto…
Jean-Louis la interrumpe:
—Reconozco una impostora nada más verlo y puedo jurar que Zozie no lo es.
Jean-Loup toma la palabra:
—Pues es cierto. La prensa publicó su foto. Es muy hábil para cambiar de cara, pero yo sabía que era ella. Mis fotos…
Zozie le dirige una mirada mordaz.
—Claro que es cierto, todo es cierto. He tenido más nombres que los que soy capaz de enumerar. Siempre he vivido al día. Nunca he tenido un hogar como debe ser, una familia, un negocio o cualquiera de las cosas con las que cuenta Yanne.
Me lanza una sonrisa que semeja una estrella fugaz y no puedo hablar ni moverme, he quedado tan cautivada como los demás. La fascinación es tan intensa que casi tengo el convencimiento de que me han drogado; mi cabeza parece un avispero y los colores se desplazan por la chocolatería y la hacen girar como un tiovivo.
Roux extiende el brazo y me sujeta. Aparentemente es el único que no comparte el sentimiento generalizado de consternación. Apenas reparo en que madame Rimbault, la madre de Jean-Loup, me ha clavado la mirada. Por debajo del pelo teñido, su rostro se ha demudado de desaprobación. Es evidente que desea irse, pero también está hipnotizada, atrapada por la explicación de Zozie.
Zozie sonríe y prosigue:
—Digamos que soy una aventurera. Siempre he vivido de mi ingenio, de las apuestas, de robar, de mendigar y del fraude. No conozco nada más. Nunca tuve amigos ni un lugar que me gustase lo suficiente como para quedarme. —Hace una pausa y percibo el encanto en el aire, puro incienso y polvo centelleante, y sé que los convencerá y los hará girar sobre la punta de su dedo meñique—. Aquí he encontrado un hogar. He descubierto personas a las que les caigo bien, que me quieren por ser quien soy. Supuse que podría reinventarme, pero las viejas costumbres tardan en desaparecer. Thierry lo lamento y me comprometo a devolverte el dinero.
A medida que las voces suben de tono confundidas, afligidas y titubeantes, la discreta madame se encara con Thierry. Madame, cuyo nombre no conozco, ha palidecido a causa de algo que apenas es capaz de expresar y en su rostro rígido sus ojos semejan ágatas.
—Monsieur, ¿cuánto le debe? —pregunta madame—. Me ocuparé personalmente de pagarlo, incluidos los intereses.
Incrédulo, Thierry le clava la mirada e inquiere:
—¿Por qué?
Madame se yergue en toda su altura, que no es mucha, ya que al lado de Thierry parece una codorniz frente a un oso.
—No me cabe la menor duda de que tiene derecho a protestar —responde con su tono nasal típicamente parisino—, pero tengo sobradas razones para suponer que, quienquiera que sea, Vianne Rocher es asunto mío mucho más que suyo.
—¿Por qué? —repite Thierry.
—Porque soy su madre.