Lunes, 24 de diciembre
Nochebuena, once menos cinco de la noche
Vaya, ¿acaso no se trata de la pregunta del millón?
Thierry está borracho. Lo noto en el acto. Apesta a cerveza y a puro, olores que se adhieren a su disfraz de Papá Noel y a esa barba de algodón ridículamente festiva. Debajo del disfraz sus colores son lúgubres y amenazadores, pero me doy cuenta de que se halla en un estado lamentable.
Frente a él, Vianne se ha puesto blanca como una estatua de hielo, con los labios entreabiertos y la mirada llameante. Menea la cabeza con impotente negación. Sabe que Roux no la delatará. Anouk se ha quedado sin habla y ha sufrido dos golpes: el primero, la conmovedora escena familiar que ha vislumbrado al otro lado de la puerta del obrador y, el segundo, esa desagradable intervención cuando por fin todo parecía perfecto.
—¿Vianne Rocher? —pregunta Vianne y su voz suena hueca.
—Ni más ni menos —confirma Thierry—. También se la conoce como Françoise Lavery, Mercedes Desmoines o Emma Windsor, por mencionar unos pocos nombres.
Veo que, detrás de su madre, Anouk se horroriza. Alguno de esos nombres ha evocado algo. ¿Tiene importancia? Lo dudo mucho. En realidad, creo que he ganado la partida.
Thierry le clava su típica mirada calculadora.
—Él te llama Vianne. —Es evidente que se refiere a Roux. Vianne niega con la cabeza en silencio—. ¿Quieres decir que nunca has oído ese nombre?
Vuelve a negar con la cabeza y a continuación…
Su expresión demuestra que ha reparado en la trampa, ve lo limpiamente que ha sido manipulada para llegar a este punto y comprende que su única posibilidad radica en negarse a sí misma por tercera vez.
Nadie se fija en madame, que está tras ellos. Reservada durante la cena festiva, básicamente solo ha hablado con Anouk, pero ahora contempla a Thierry con una expresión de descarnado y simple pavor. Veamos, está claro que he preparado a madame, que mediante delicadas indirectas, encantos sutiles y química de la de toda la vida la he conducido hasta ese instante de revelación y ahora solo es necesario un único nombre para que la piñata se abra como una castaña sobre las llamas.
Vianne Rochen Bien, ese es el pie para mi entrada. Sonrío, me incorporo y tengo tiempo para un último y festivo trago de champán antes de que las miradas esperanzadas, temerosas, furiosas y adoradoras converjan sobre mí cuando por fin reclamo el premio.
Sin dejar de sonreír, pregunto:
—¿Vianne Rocher? Soy yo.