Lunes, 24 de diciembre
Nochebuena, diez y media de la noche
Rosette está casi dormida. Se ha portado muy bien durante la cena; ha comido con los dedos, pero limpiamente, sin babear demasiado, y ha hablado mucho (por signos, claro) con Alice, que está sentada junto a su trona.
Adora las alas de hada de Alice, lo que es bueno porque esta le ha traído un par de regalos, que ha dejado al pie del árbol de Navidad. Rosette es demasiado pequeña para esperar a la medianoche, en realidad ya debería estar en la cama, por lo que decidimos que abra los regalos. Desenvolvió el paquete con las alas de hada, que son moradas, plateadas y geniales, y se olvidó del resto de los regalos; si he de ser sincera, espero que Alice me haya hecho el mismo obsequio, lo cual parece probable dada la forma del paquete. Rosette se ha convertido en mono volador, algo que le parece muy gracioso; gatea por el suelo con las alas moradas y el disfraz de mono y, con una galleta de chocolate en la mano, sonríe a Nico desde debajo de la mesa.
Se ha hecho tarde y empiezo a estar cansada. ¿Dónde está Roux? ¿Por qué no ha venido? Soy incapaz de pensar en otro asunto, ni siquiera en la comida o en los regalos. Me siento demasiado nerviosa. Tengo la sensación de que mi corazón se ha convertido en un juguete de cuerda y da vueltas descontrolado. Cierro los ojos unos instantes y percibo el aroma del café y del chocolate caliente con especias, que tanto le gusta a mamá, y el sonido de los platos que retiran de la mesa.
Vendrá, pienso. Tiene que venir.
Ya es muy tarde y no está aquí. ¿He hecho algo mal? ¿Me equivoqué con las velas, el azúcar, el círculo y la sangre? ¿Con el oro y el incienso? ¿Con la nieve?
Veamos, ¿por qué no ha llegado todavía?
No quiero llorar. Es Nochebuena, pero no tendría que discurrir así. ¿Se trata del desenlace del que habló Zozie? Había que deshacerse de Thierry pero… ¿a qué precio?
Oigo las campanillas y abro los ojos. Hay alguien en el umbral. Durante unos segundos lo veo con toda claridad, vestido de negro de la cabeza a los pies y con la melena pelirroja suelta…
Vuelvo a mirarlo y no es Roux. El que está en la puerta es Jean-Loup y supongo que la mujer pelirroja que se encuentra a su lado es su madre. Su expresión es arisca e incómoda, pero Jean-Loup parece encontrarse bien, tal vez un poco pálido, como de costumbre.
Abandono la silla de un salto.
—¡Has logrado venir! ¡Hurra! ¿Te sientes bien?
—Nunca me he sentido mejor —replica sonriente—. ¿No crees que sería la persona más imperfecta del mundo si, después de todo lo que has trabajado, me perdiera tu fiesta?
La madre de Jean-Loup intenta esbozar una sonrisa y toma la palabra:
—No quiero molestar, pero Jean-Loup insistió en que…
—Le damos la bienvenida —la interrumpo.
Mientras mamá y yo vamos al obrador en busca de un par de sillas, Jean-Loup se mete la mano en el bolsillo y saca algo. Parece un regalo envuelto en papel dorado y es pequeño, más o menos del tamaño de un praliné. Se lo entrega a Zozie y explica:
—Parece que, después de todo, no son mis preferidos.
Zozie está de espaldas a mí, por lo que no veo su expresión ni el contenido del paquete. Seguramente Jean-Loup decidió dar una oportunidad a Zozie y siento un alivio tan grande que estoy a punto de echarme a llorar. Todo empieza a rodar. Solo falta que Roux vuelva y que Zozie decida quedarse…
En ese momento se da la vuelta y le veo la cara, que no tiene nada que ver con la de Zozie. Debe de ser una mala pasada de la luz, ya que durante un instante parecía enfadada… ¿He dicho enfadada? Pues no, estaba furiosa…, con los ojos como rendijas, la boca llena de dientes y los dedos apretando con tanta fuerza el paquete entreabierto que el chocolate gotea como la sangre…
Bien, como ya he dicho, se hace tarde. Deben de ser mis ojos los que me juegan una mala pasada, ya que una fracción de segundo después vuelve a ser la de siempre, sonríe de oreja a oreja, está estupenda con el vestido rojo y los tacones de terciopelo del mismo color y estoy en un tris de preguntar a Jean-Loup qué contenía el pequeño paquete cuando las campanillas vuelven a tintinear y entra alguien, una figura alta, que viste de rojo y blanco, con gorro de piel y una enorme barba postiza.
—¡Roux! —grito y doy un brinco.
Roux se quita la barba postiza y veo que sonríe.
Rosette está casi a sus pies. Roux la coge y la balancea en el aire.
—¡Un monito! —exclama Roux—. Es mi preferido. ¡Y, por si eso fuera poco, un mono volador!
Lo abrazo y comento:
—Creí que ya no venías.
—Pues aquí estoy.
Se impone el silencio. Roux sigue de pie, con Rosette en brazos. El local está lleno, aunque daría igual que no hubiese nadie y, pese a que parece bastante tranquilo, por la forma en la que mira a mamá sospecho que…
Observo a mamá a través del Espejo Humeante. Se lo toma con calma, pero sus colores son intensos. Mamá avanza un paso y dice:
—Te guardamos el sitio.
Roux la mira.
—¿Estás segura?
Mamá asiente.
Todos lo observan y durante unos segundos sospecho que está a punto de decir algo, ya que a Roux no le gusta ser el centro de atención; en realidad, se siente incómodo cuando está rodeado de gente…
Mamá da otro paso y lo besa tiernamente en los labios. Roux deposita a Rosette en el suelo y abre los brazos.
No hace falta el Espejo Humeante para darse cuenta. Es imposible pasar por alto ese beso, la forma en que encajan como piezas de un rompecabezas o la luz que enciende la mirada de mamá cuando coge a Roux de la mano y se vuelve para sonreír a todos.
Vamos, la apremio con mi voz espectral. Comunícalo. Dilo, dilo de una vez.
Mamá me mira fugazmente y sé que, de alguna manera, ha captado mi mensaje. Pasea la vista por nuestro círculo de amigos, ve que la madre de Jean-Loup sigue de pie, con cara de limón exprimido, y titubea. Todos están pendientes de mamá… Sé qué piensa, es evidente. Aguarda la mirada fulminante, la misma que hemos visto tantas veces, la que parece decir «tú no tienes nada que hacer aquí, no eres de los nuestros, eres distinta…».
Alrededor de la mesa nadie habla. Arrebolados y bien alimentados, todos la contemplan en silencio, salvo Jean-Loup y su madre, que nos ha clavado la mirada como si fuésemos una guarida de lobos. Nico el Gordo coge de la mano a Alice, con sus alas de hada; madame Luzeron está ridícula con el conjunto de jersey y chaqueta y el collar de perlas; madame Pinot luce su disfraz de monja y, con el pelo suelto, parece veinte años más joven; a Laurent le brillan los ojos; Richard, Mathurin, Jean-Louis y Paupaul fuman y nadie, absolutamente nadie, la fulmina con la mirada.
Entonces es su rostro el que cambia. Se suaviza como si se hubiese quitado un peso de encima. Por primera vez desde que nació Rosette se parece realmente a Vianne Rocher, a la misma Vianne que voló hasta Lansquenet y jamás se preocupó por la opinión de los demás.
Zozie esboza una ligera sonrisa.
Jean-Loup aferra la mano de su madre y la obliga a sentarse.
Laurent entreabre los labios.
Madame Pinot se pone como una fresa.
Mamá declara:
—Queridos, quiero que conozcáis a alguien. Se trata de Roux, el padre de Rosette.