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Lunes, 24 de diciembre

Nochebuena, seis de la tarde

Finalmente la chocolatería ha cerrado y, salvo el letrero que cuelga en la puerta, nada indica que en su interior hay actividad.

¡ESTA NOCHE, A LAS SIETE Y MEDIA, FIESTA DE NAVIDAD!, reza el letrero en medio de un dibujo de estrellas y monos.

SE RECOMIENDA ASISTIR CON TRAJE DE DISFRAZ.

Todavía no he visto el disfraz de Zozie. Me figuro que es fabuloso, pero no me ha contado de qué se trata. Después de contemplar la nieve durante casi una hora, la impaciencia me dominó y fui a su cuarto a ver qué hacía.

Cuando entré me llevé una sorpresa mayúscula: ya no era su cuarto. Había quitado cuanto colgaba de las paredes, la bata china no estaba en la parte de atrás de la puerta y los adornos de la pantalla de la lámpara habían desaparecido. Hasta sus zapatos se habían esfumado de la repisa de la chimenea, y supongo que fue entonces cuando caí realmente en la cuenta de lo que pasaba.

Me percaté al ver que sus fabulosos zapatos ya no estaban.

Sobre la cama había una pequeña maleta de piel que, a juzgar por su aspecto, estaba muy viajada. Zozie se disponía a cerrarla y cuando entré me miró. Supe lo que diría sin necesidad de preguntárselo.

—Ay, cariño, pensaba decírtelo, de verdad que iba a decírtelo, pero no quería arruinarte la fiesta.

Fui incapaz de creerle.

—¿Te vas esta noche?

—En algún momento tenía que hacerlo —repuso con gran sensatez—. Además, a partir de esta noche ya no tendrá demasiada importancia.

—¿Por qué?

Zozie se encogió de hombros.

—¿No invocaste al Viento del Cambio? ¿No querías que tú, Roux, Yanne y Rosette formaseis una familia?

—¡Eso no significa que tengas que irte!

Lanzó un zapato hacia la maleta.

—Ya sabes que las cosas no funcionan así. Nanou, siempre hay un desenlace, no puede ser de otra manera.

—¡Pero si tú también eres de la familia!

Negó con la cabeza.

—No saldría bien por Yanne. Está totalmente en contra de mí y quizá tiene razón. Cuando estoy presente nada rueda con facilidad.

—¡No es justo! ¿Adónde irás?

Zozie apartó la mirada de la maleta y sonrió.

—Dondequiera que el viento me lleve —repuso.