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Lunes, 24 de diciembre

Nochebuena, once y media de la mañana

Por fin nieva. Ha nevado todo el día. Del cielo invernal caen copos de nieve grandes y gordos, como los de los cuentos de hadas. La nieve lo cambia todo, dice Zozie; la magia comienza a funcionar y, a medida que nieva, cambia las tiendas y las casas, convirtiendo los parquímetros en centinelas blancos. La nieve se ve gris en contraste con el cielo luminoso y, poco a poco, París desaparece: cada acumulación de hollín, cada botella abandonada, bolsa de chips, caca de perro y envoltura de caramelo es reclamada y se renueva bajo la nieve.

Está claro que no es cierto. De todas maneras, lo parece, como si esta noche las cosas pudiesen cambiar realmente y todo se enderezara en lugar de quedar tapado, lo mismo que la cobertura de un pastel barato.

Hoy abrimos la última puerta de la casa de Adviento. Al otro lado se despliega la escena del nacimiento: la madre, el padre y el niño en el pesebre…, bueno, ya no es precisamente un niño, sino una cría sentada, sonriente y con un mono amarillo al lado. A Rosette le encanta (a mí también), pero me compadezco de mi muñeco de pinza, que no está en la habitación, mientras los tres celebran en solitario.

Reconozco que es una tontería y que no debería sentirme mal. Tú eliges a tu familia, suele decir mamá, y da igual que Roux no sea mi verdadero padre y que Rosette solo sea mi hermanastra o tal vez ni siquiera eso…

Hoy me he ocupado de mi disfraz. Me vestiré de Caperucita Roja, ya que lo único que necesito es una capa roja… con capucha, por supuesto. Zozie me ayudó a prepararlo con un retal de una tienda benéfica y la vieja máquina de coser de madame Poussin. Está bastante bien a pesar de que lo hemos cosido en casa; también tengo una cesta adornada con cintas rojas. Rosette se disfrazará de simio con el peto marrón, al que hemos añadido una cola.

—Zozie, ¿de qué te disfrazarás? —pregunté por enésima vez.

Zozie sonrió.

—Ya lo verás. De lo contrario, fastidiarás la sorpresa.