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Viernes, 7 de diciembre

Cielos! ¡Qué triste es cuando se rompe la comunicación entre una madre y su hija! Sobre todo en personas tan unidas como esas dos. Hoy Vianne estaba cansada, lo noté en su rostro. Me parece que anoche apenas pegó ojo. Sea como fuere, estaba demasiado cansada para reparar en el resentimiento creciente que revela la mirada de su hija o en el modo en el que apela a mí en busca de aprobación.

La pérdida de Vianne puede ser mi ganancia y como ahora he entrado en escena, por decirlo de alguna manera, puedo ejercer influencia en un centenar de maneras novedosas y poco llamativas. Comencemos por los dones que Vianne ha subvertido tan inteligentemente: las maravillosas armas que son la voluntad y el deseo…

De momento no he averiguado por qué a Anouk le da miedo emplearlas. Es indudable que ocurrió algo de lo que se siente responsable. Claro que, Nanou, las armas están destinadas a ser utilizadas…, para bien o para mal, la elección depende de ti.

Todavía le falta confianza, aunque le he asegurado que un par de operaciones no causarán daño alguno. Incluso es posible que las utilice en defensa de los demás (lo cual genera rencor, desde luego, pero ya la curaremos de tal exceso de generosidad), por lo que no tardará en dejar de ser una novedad y podremos ocuparnos de lo esencial.

Anouk, ¿qué es lo que quieres?

¿Qué quieres realmente?

Está claro que busca todo aquello que ansían los niños buenos: progresar en la escuela, ser popular, desquitarse de sus enemigos. Resolveremos fácilmente esos asuntos y luego nos ocuparemos de tratar con la gente.

Está madame Luzeron, igual que una triste y vieja muñeca de porcelana debido a su rostro pálido y empolvado y a sus movimientos precisos y frágiles. Tendría que comprar más bombones; tres trufas de ron por semana son apenas suficientes para justificar nuestra atención.

También está Laurent, que se presenta cada día, se queda horas y solo bebe una taza de chocolate. Más que nada, es un incordio. Su presencia puede desalentar a los demás (sobre todo a Richard y a Mathurin que, de lo contrario, se presentarían cada día), roba terrones del azucarero y se llena los bolsillos con la actitud de alguien empeñado en obtener el máximo beneficio de lo que paga.

Para no hablar de Nico el Gordo, un cliente excelente que compra hasta seis cajas por semana. Anouk está preocupada por su salud, lo ha visto caminar por la colina y se ha alarmado ante el esfuerzo que tiene que hacer para subir un tramo de escaleras. Anouk insiste en que no debería estar tan pasado de peso. ¿Existe una forma de ayudarlo?

Veamos, todos sabemos que concediendo deseos no se llega muy lejos, pero la manera de llegar a su corazón es tortuosa y, si no me equivoco, los resultados serán más que valiosos. En el ínterin, dejo que se divierta como un minino que afila las uñas con un ovillo de lana mientras se prepara para atrapar el primer ratón.

Así es como se inicia nuestro plan de estudios. Lección primera: magia por simpatía.

Dicho de otra manera, muñecos.

Hacemos los muñecos con pinzas de madera de las que se emplean para tender la ropa, ya que es menos engorroso que usar barro; Anouk los lleva encima, dos en cada bolsillo, a la espera del momento de ponerlos a prueba.

El muñeco de pinza uno representa a madame Luzeron. Alta y tiesa, con un vestido hecho con un retal de tafetán y sujeto con una cinta amarillenta. Confeccionamos el pelo con algodón; calza zapatitos negros y se abriga con un chal oscuro. Dibujamos las facciones con un rotulador y Nanou adopta una expresión horrible cuando se concentra para ser fiel al original; incluso hay la réplica en algodón de su perrillo peludo, que está sujeto al cinturón de madame con un trozo de limpiapipas. Será suficiente, y un mechón de su pelo, cuidadosamente recogido de la espalda de su abrigo, permitirá terminar enseguida la figura.

El muñeco de pinza dos corresponde a la propia Anouk. La exactitud de las diminutas figuras que crea resulta sobrecogedora; esta tiene su pelo rizado, viste un trozo de tela amarilla y Pantoufle, realizado con lana gris, está sentado en su hombro.

El muñeco de pinza tres es Thierry le Tresset, móvil incluido.

El muñeco de pinza cuatro corresponde a Vianne Rocher y lleva un vestido de fiesta, de color rojo intenso en vez del negro habitual. A decir verdad, solo la he visto de rojo en una ocasión. En la imaginación de Anouk, su madre viste de rojo, el color de la vida, el amor y la magia. ¡Qué interesante! Puedo aprovecharlo; es posible que lo haga más adelante, cuando llegue el momento oportuno.

Mientras tanto, me espera más trabajo, sobre todo en la chocolatería. Como las navidades se acercan a pasos agigantados, es hora de aumentar la clientela, averiguar quién ha sido desagradable o simpático; probar, saborear y examinar nuestro surtido de invierno… y, tal vez, añadir unos pocos especiales de cosecha propia.

El chocolate sirve de instrumento de muchas cosas. Nuestras trufas artesanas, siempre favoritas, ruedan por una mezcla de cacao y azúcar en polvo y diversas sustancias adicionales que mi madre no habría aprobado y que no solo garantizan que nuestros clientes quedan satisfechos, sino restaurados, activados y con ganas de seguir consumiéndolas. Hoy vendimos ni más ni menos que treinta y seis cajas de trufas y nos han encargado una docena. A ese ritmo podríamos llegar al centenar diario para Navidad.

Thierry se presentó a eso de las cinco para comunicar los avances en el apartamento. Quedó algo desconcertado ante el extraordinario nivel de actividad del local y yo diría que no le gustó demasiado.

—Esto parece una fábrica —comentó señalando con la cabeza la puerta del obrador, donde Vianne preparaba mendiants du roi (rodajas gruesas de naranja escarchada, sumergidas en chocolate oscuro y espolvoreadas con pan de oro comestible), tan bonitos que da pena comérselos y, por añadidura, perfectos para estas fiestas—. ¿No se toma un rato de descanso?

Sonreí.

—Ya sabes lo que es la locura navideña.

Thierry soltó un gruñido.

—No sabes lo mucho que me alegraré cuando todo esto termine. Nunca me había sentido tan presionado por un trabajo. De todos modos, valdrá la pena, siempre y cuando lo termine a tiempo… —Vi que Anouk le dirigía una mirada significativa mientras se sentaba a la mesa con Rosette—. No sufras. Una promesa es una promesa. Será la mejor Navidad de tu vida. Estaremos los cuatro solos en la rue de la Croix. Podremos ir a la misa del gallo en el Sacré-Coeur. ¿No te parece fantástico?

—Tal vez —repuso Anouk con tono monótono.

Me percaté de que Thierry reprimió un suspiro de impaciencia. Anouk puede resultar muy difícil y su resistencia hacia él es palpable. Quizá tiene que ver con Roux, todavía ausente pero siempre presente en sus pensamientos. Yo lo he visto regularmente, un par de veces en la colina, otra cruzando la place du Tertre, en otra ocasión bajando la escalera contigua al funicular… Se movía deprisa y se cubría con una gorra de punto, como si temiese que lo reconocieran.

También me he reunido con él en la pensión en la que se hospeda, pues quiero estar al tanto de su progreso, transmitirle mentiras, hacer efectivos los cheques y cerciorarme de que continúa dócil y obediente. Como es comprensible, comienza a estar impaciente y le duele que todavía Vianne no haya preguntado por él. Además, trabaja infinidad de horas para Thierry; empieza a las ocho de la mañana, suele terminar a las tantas de la noche y cuando deja la rue de la Croix suele estar tan cansado que ni siquiera cena, por lo que se limita a regresar a la pensión y dormir como un tronco.

En cuanto a Vianne, percibo su preocupación… y también su desilusión. No ha visitado la rue de la Croix. Anouk también ha recibido instrucciones estrictas de mantenerse al margen. Vianne insiste en que, si quiere verlas, Roux ya irá. En caso contrario…, bueno, es su decisión.

Thierry estaba más impaciente que nunca. Entró en el obrador, donde Vianne colocaba cuidadosamente los bizcochitos de harina de almendras en una hoja de papel de hornear. Creí percibir algo furtivo en la forma en la que el constructor entrecerró la puerta y reparé en que sus colores eran más vivos que de costumbre y estaban bordeados de rojos y púrpuras intermitentes.

—Esta semana apenas te he visto. —Su voz resuena y la oí claramente en el local. Vianne no se percibe con claridad, aunque me llegó un murmullo parecido a una protesta, los sonidos de una disputa y la risa descomunal de Thierry—. Venga ya, un beso. Yanne, te he echado mucho de menos.

De nuevo un murmullo y la voz de Vianne que sube de tono:

—Thierry, ten cuidado, los bombones…

Reprimí una sonrisa. El viejo cabrón se pone cachondo, ¿no? La verdad es que no me sorprende. Es posible que esa fachada de caballero haya engañado a Vianne pero, al igual que los perros, los hombres son previsibles… y Thierry le Tresset más que la mayoría. Bajo la aparente seguridad en sí mismo, Thierry se siente muy inseguro y la llegada de Roux ha agudizado esa sensación. Se ha vuelto territorial, tanto en la rue de la Croix, donde su autoridad sobre Roux le proporciona una emoción extraña y no reconocida, como aquí, en Le Rocher de Montmartre.

Oí débilmente la voz de Vianne al otro lado de la puerta:

—Por favor, Thierry, no es el momento.

Mientras tanto, Anouk estaba atenta a todo. Su cara no reveló la menor expresión, pero sus colores resplandecieron. Le sonreí y no respondió. Se limitó a mirar hacia la puerta e hizo una ligera señal con los dedos. Al resto de los mortales se les habría escapado. Tal vez ni siquiera se dio cuenta de lo que hacía pero, en ese mismo instante, una corriente de aire pareció afectar la puerta del obrador, que se abrió bruscamente y chocó con la pared pintada.

La interrupción fue discreta, pero suficiente. Detecté una llamarada de contrariedad en los colores de Thierry y una especie de alivio en Vianne. Es evidente que esa impaciencia le resulta nueva, pues está muy acostumbrada a considerar a Thierry una especie de tío mayor, fiable y seguro aunque un pelín aburrido. La posesividad del constructor le resulta abrumadora y por primera vez empieza a reparar en un sentimiento que no solo es de alarma, sino de desagrado.

Piensa que se debe a Roux y que las dudas la abandonarán cuando él se vaya. De momento, la incertidumbre la pone nerviosa y la vuelve irracional. Besa a Thierry en la boca (en el lenguaje de los colores, la culpa es verde mar) y le dedica una sonrisa forzadamente entusiasta.

—Te lo compensaré —asegura Vianne.

Anouk hace un diminuto gesto de rechazo con dos dedos de la mano derecha.

Frente a ella, en la sillita, Rosette la observa con la mirada encendida. Copia la señal, que significa «¡Fuera, fuera, lárgate!», y Thierry se palmea la nuca como si acabara de picarlo un insecto. Las campanillas tintinean…

—Tengo que irme.

¡Vaya si tiene que irse! Torpe a causa del abrigo grueso, está a punto de tropezar cuando abre la puerta. Anouk se ha metido la mano en el bolsillo, donde mantiene a salvo el muñeco de pinza. Lo saca, se dirige al escaparate y, con gran cuidado, lo coloca en el exterior de la casa.

—Adiós, Thierry —lo despide Anouk.

Adiós, indica Rosette con los dedos.

La puerta se cierra de un portazo. Las niñas sonríen.

Francamente, hoy soplan muchas corrientes de aire.