Martes, 4 de diciembre
Ya está arreglado. Se mudará a vivir a la chocolatería. Jean-Loup diría que es genial. Ayer trajo sus pertenencias, mejor dicho, las cuatro cosas que tiene. Nunca había visto a nadie que viajase tan ligero de equipaje, salvo mamá y yo en los tiempos en los que surcábamos los caminos. Dos maletas: una llena de zapatos y la otra con el resto. Tardó diez minutos en deshacer el equipaje y tengo la sensación de que siempre ha estado aquí.
Su habitación sigue ocupada por los anticuados muebles de madame Poussin: mobiliario de vieja, con un armario estrecho que huele a naftalina y una cómoda llena de sábanas que rascan. Las cortinas son en marrón y crema y el estampado es de rosas; hay una cama hundida con cabecero de crin y un espejo manchado que crea la sensación de que quien se mira tiene la peste. Es un cuarto de vieja, aunque confío en que Zozie lo embellecerá en un abrir y cerrar de ojos.
Anoche la ayudé a deshacer el equipaje y le di una de las bolsitas de sándalo de mi armario para ayudar a desvanecer el olor a anciana.
—Te lo agradezco —comentó sonriente mientras colgaba la ropa en el viejo armario—. He traído cosas para alegrar la habitación.
—¿Qué cosas?
—Ya las verás.
Pusimos manos a la obra. Mientras mamá preparaba la cena y yo llevaba a Rosette a visitar el belén por enésima vez, Zozie arregló el cuarto de arriba. Tardó menos de una hora; más tarde, cuando subí a verlo, estaba irreconocible. Las cortinas de vieja, de estampado marrón, habían sido sustituidas por un par de grandes cuadrados de tela de sari, uno rojo y el otro azul. Zozie utilizó otro trozo de seda, en este caso morado y surcado de hilos plateados, para tapar la colcha peluda de vieja y sobre la repisa, en la que había alineado los zapatos como si fuesen adornos colocados encima de la chimenea, colgó una sarta doble de bombillas de colores.
También puso una alfombra de tela y una lámpara, en la parte inferior de cuya pantalla colgó todos sus pendientes; con chinchetas clavó uno de sus sombreros en la pared, en el mismo sitio en el que antes había habido un cuadro; detrás de la puerta colgó una bata de seda china y alrededor del espejo apestado enganchó una sucesión de mariposas adornadas con piedras brillantes, como las que a veces luce en el pelo.
—¡Caray! —exclamé—. Esta habitación me encanta.
También me gustó el olor, un aroma dulzón y a iglesia que, por algún motivo, me recordó Lansquenet.
—Nanou, es incienso —explicó Zozie—. Siempre lo quemo en mi habitación.
Era incienso de verdad, del que se quema sobre las brasas. Mamá y yo solíamos emplearlo, aunque ahora ya no lo hacemos. Tal vez se debe a que ensucia demasiado; de todas maneras, huele muy bien y, por si eso fuera poco, el desorden de Zozie parece tener más sentido que la idea que los demás tenemos del orden.
Zozie extrajo una botella de granadina del fondo de la maleta, bajamos y celebramos una fiesta. Hubo pastel de chocolate y helado para Rosette y cuando llegó la hora de irme a la cama era casi medianoche, Rosette se había dormido en un puf y mamá recogía los platos. En ese momento miré a Zozie, con su pelo largo, la pulsera con los pequeños dijes y los ojos encendidos como luces de colores y fue como volver a ver a mamá tal como había sido en Lansquenet, en los tiempos en los que todavía era Vianne Rocher.
—¿Qué opinas de mi casa de Adviento?
Es el nuevo escaparate, el que compensa la pérdida de los zapatos de caramelo. Se trata de una casa y al principio supuse que se convertiría en un nacimiento, como el que han montado en la place du Tertre, con el niño Jesús, los Reyes, la familia y los amigos del pequeño. En realidad, es aún mejor si cabe. Al igual que en los cuentos, se trata de una casa mágica situada en un bosque encantado. Cada día habrá una escena distinta que se verá al abrir una de las puertas. Hoy le tocó el turno al flautista de Hamelín, y la historia discurre básicamente en el exterior de la casa, con ratones de azúcar rosados, blancos, verdes y azules en lugar de ratas, el flautista construido con una pinza de madera de las que se usan para tender la ropa, el pelo pintado de rojo y en la mano una cerilla que cumple la función de flauta; con la música conduce a los ratones de azúcar hacia un río de seda…
En el interior de la casa, asomado a la ventana de un dormitorio, se encuentra el alcalde de Hamelín, el mismo que no quiso pagar al flautista. También está hecho con una pinza; luce una camisa de dormir fabricada con un pañuelo y un gorro de dormir de papel, la cara está dibujada con rotulador y, a causa de la sorpresa, tiene la boca totalmente abierta.
No sé por qué pero, con el pelo rojo y la ropa raída, el flautista de Hamelín me recuerda a Roux, mientras que el alcalde avaro me hace pensar en Thierry. Llegué a la conclusión de que, al igual que el belén de la place du Tertre, no solo era un escaparate, sino que tenía otro significado…
—Me chifla.
—Deseaba que te gustase.
Rosette emitió un ligero resoplido desde el puf e intentó coger su manta, que se había caído al suelo. Zozie la recuperó, la tapó y dedicó unos instantes a acariciar su cabellera.
En ese momento se me ocurrió una idea extraña; mejor dicho, una inspiración. Supongo que tuvo que ver con la casa de Adviento, aunque yo pensé en el belén y en la forma en la que todos (los animales, los Reyes Magos, los pastores, los ángeles y la estrella) acuden simultáneamente al pesebre, sin que nadie los invite ni nada que se le parezca, como si hubieran sido convocados por medios mágicos…
Estuve en un tris de contárselo a Zozie, pero necesitaba tiempo para aclararme y comprobar que no había cometido una tontería. Veréis, también recordé otra cosa, algo que sucedió hace mucho tiempo, en la época en la que todavía éramos distintas. Tal vez tiene que ver con Rosette. Pobre Rosette, la que lloraba como un gato, que no mamaba y que a veces dejaba de respirar sin motivo durante varios segundos e incluso minutos…
El bebé, el pesebre, los animales…
Los ángeles y los Reyes Magos…
Hablando de todo un poco, ¿qué es un mago? ¿Por qué tengo la sensación de que ya conozco a un mago?