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Lunes, 3 de diciembre

Yo misma digo que hoy ha sido una buena jornada. La mayor parte de mi trabajo es un acto de juegos malabares: una serie de pelotas, cuchillos y teas encendidas que hay que mantener en el aire tanto como sea posible…

Me llevó un tiempo estar segura de Roux. Es tan afilado que corta, manejarlo requiere mucho empeño y cuidado y me costó lo mío convencerlo de que se quedase. El sábado por la noche me las apañé para retenerlo y, con la ayuda de unas pocas palabras de aliento, hasta ahora he conseguido mantenerlo a raya.

Tengo que decir que no fue nada fácil. Su primer impulso consistió en emprender el regreso al lugar del que había venido y no aparecer nunca más. No tuve necesidad de mirar sus colores para saberlo; lo noté en su rostro cuando, con el pelo en los ojos y las manos ferozmente hundidas en los bolsillos, bajó por la colina. Thierry también lo seguía y tuve que allanar el terreno con un ensalmo que lo hizo tropezar; aproveché esos segundos para alcanzar a Roux y sujetarlo del brazo.

—Roux, no puedes irte. Hay cosas que no sabes.

Sacudió el brazo hasta que aparté la mano y no aminoró el paso.

—¿Qué te hace suponer que quiero saberlas?

—Estás enamorado de ella —respondí. Roux se encogió de hombros y siguió andando—. Debes saber que ha recapacitado y no sabe cómo explicárselo a Thierry.

Entonces me prestó atención. Aflojó el paso y aproveché la oportunidad para trazar en su espalda la señal de la garra del Uno Jaguar; ese cántico tendría que haberlo matado, pero Roux lo rechazó instintivamente.

—Oye, para —le pedí, pues me sentía impotente. Me lanzó una reconcentrada mirada—. Tienes que darle tiempo.

—¿Para qué?

—Para que decida qué es lo que realmente quiere.

Roux había dejado de caminar y prestaba atención con renovada intensidad. Experimenté un escalofrío de contrariedad porque era evidente que solo tenía ojos para Vianne; me dije que más adelante ya me ocuparía de ese asunto. De momento lo necesitaba aquí. Luego se lo haría pagar como me diese la gana.

Simultáneamente, Thierry se había incorporado y avanzaba hacia nosotros.

—Ahora no hay tiempo —advertí—. Nos vemos el lunes después del trabajo.

—¿Qué trabajo? —preguntó Roux, y se echó a reír—. ¿Crees que voy a trabajar para él?

—Más te vale si quieres mi ayuda.

Tras esas palabras, apenas tuve tiempo de reunirme con Thierry. A diez metros de distancia y enorme con el abrigo de cachemira, el constructor me miró furioso y contempló a Roux, que se encontraba detrás de mí, con la ferocidad de un descomunal oso de peluche con botones negros por ojos que, de repente, se vuelve pícaro.

—La has fastidiado —dije con tono bajo—. ¿Qué te llevó a actuar así? Yanne está muy afectada.

Thierry se erizó.

—¿Qué hice? No fue más que…

—Lo que hiciste no tiene importancia. Puedo ayudarte, pero tienes que ser amable. —A la desesperada, tracé la señal de la señora de la Luna de Sangre con la yema de los dedos. Pareció tranquilizarse porque se mostró consternado. Volví a marcarlo, en esta ocasión con el signo magistral del Uno Jaguar, y vi que sus colores se apaciguaban ligeramente. Llegué a la conclusión de que es mucho más llevadero que Roux y coopera más. Le expliqué el plan con pocas palabras—. Es muy sencillo. No puedes perder. Parecerás muy generoso. Tendrás la ayuda que necesitas para reformar el apartamento, verás más a Yanne y, por si eso fuera poco… —volví a bajar la voz—, así podrás vigilarlo…

Ese comentario resolvió la cuestión. Sabía que sería así. Esa deliciosa combinación de vanidad, recelo y absoluta confianza en sí mismo… Apenas necesito encantos, ya que él los aporta todos.

Pues sí, casi podría decir que Thierry me agrada. Es muy reconfortante y previsible y carece de bordes aguzados. Lo mejor consiste en que se deja encantar fácilmente; bastan una sonrisa o una palabra para que sea totalmente mío. Eso lo diferencia de Roux, el de la boca fruncida y la mirada de desconfianza permanente …

¡Maldición!, pensé. ¿Qué me pasa? Me parezco a Vianne, hablo como ella… Ese hombre tendría que haber sido una persona fácil de convencer, pero algunos individuos son más resistentes que otros y, de momento, mis cálculos han fracasado. Claro que puedo esperar…, al menos unos días. Si los encantos no dan resultado apelaré a la química.

Atenta al reloj, hoy aguardé impaciente la hora de cerrar. El día me pareció interminable, pero fue bastante agradable. En la calle, la lluvia se convirtió lentamente en niebla, la gente se movió como los seres que pueblan los sueños y ocasionalmente se detuvo a mirar sin ver demasiado bien el escaparate, montado a medias, que resplandece en Le Rocher de Montmartre como un espectáculo de linterna mágica.

Nunca debemos subestimar el poder de un escaparate. Solemos decir que los ojos son el espejo del alma, y los escaparates deberían ser los ojos de las tiendas y brillar prometedora y deliciosamente. El anterior era bastante bonito gracias a mis zapatos rojos llenos de bombones, pero soy consciente de que la Navidad se acerca a pasos agigantados y debemos encontrar algo más interesante que los tacones para atraer a los clientes.

De modo que nuestro escaparate se ha convertido en un calendario de Adviento, rodeado de retazos de seda e iluminado con un único fanal amarillo. El calendario propiamente dicho está fabricado con una vieja casa de muñecas que compré en el marché aux puces. Es demasiado antigua para llamar la atención de los niños y está demasiado decrépita para interesar a los coleccionistas; era exactamente lo que buscaba; tiene el tejado despegado y la fachada agrietada y reparada con cinta adhesiva.

Es grande, lo bastante grande como para ocupar el escaparate; el tejado está inclinado y biselado y la fachada, pintada, presenta cuatro paneles que se levantan y permiten ver el interior. De momento, los paneles están cerrados y he colocado postigos en las ventanas, detrás de los cuales vislumbramos la reconfortante luz dorada del interior.

—¡Caramba! —exclamó Vianne cuando vio mi trabajo—. ¿Qué es? ¿Un nacimiento?

Sonreí.

—No exactamente. Se trata de una sorpresa.

Por eso hoy trabajé tan rápido como pude y, con ayuda de un trozo grande de seda de sari roja y dorada, tras el cual tendría lugar la transformación, protegí el escaparate de las miradas de los curiosos.

Comencé por el paisaje. Alrededor de la casa construí un jardín en miniatura, un lago con una tira de seda azul y patitos de chocolate que flotaban encima, un río y un sendero de cristales de azúcar coloreados, bordeado de árboles y arbustos fabricados con papel de seda y limpiapipas; espolvoreé el conjunto con nieve de azúcar en polvo y ratones multicolores, también de azúcar, salían corriendo de la casa de Adviento como seres de un cuento de hadas…

Montar la escena me llevó casi toda la mañana. Poco antes de las doce, Nico se presentó con Alice; parece que se han vuelto inseparables; se detuvo a admirar el escaparate y compró una caja de macarrones mientras, con los ojos abiertos como platos, Alice me veía tapar las reparaciones y las mejoras de la fachada de la casa con una manga de boquilla fina llena de azúcar en polvo.

—¡Es maravilloso! —aseguró Alice—. Ha quedado mejor que el de Galeries Lafayette.

Debo reconocer que se trata de una creación espléndida. En parte casa y otro tanto pastel, con tiras de azúcar en las ventanas, gárgolas de azúcar en el tejado, columnas de azúcar junto a las puertas y una bonita y fina capa de nieve en cada alféizar y en los sombreros biselados de las chimeneas.

A la hora de comer pedí a Vianne que viniese a verlo.

—¿Te gusta? —pregunté—. Todavía no está terminado, pero…, pero me interesa conocer tu opinión.

Durante un rato no dijo nada, si bien sus colores me transmitieron lo que quería saber y se encendieron tanto que casi llenaron el local. ¿Hubo lágrimas en sus ojos? Sí, me pareció que sí.

—Es fabuloso —declaró—, lisa y llanamente fabuloso.

Mostré falsa modestia.

—Bueno, ya está bien…

—Zozie, hablo en serio. No te puedes imaginar lo mucho que me has ayudado.

Me dio la sensación de que estaba perturbada. No podía ser de otra manera; la señal de Ehecatl es poderosa, sobre todo si hablamos de viajes, cambios y viento; seguramente percibe que opera a su alrededor, puede que a esta altura incluso en su interior, ya que mis bizcochitos de harina de almendras son especiales en más de un sentido; las sustancias químicas del signo se mezclan con las suyas, mutan, se tornan volátiles…

—Ni siquiera recibes un sueldo decente.

—Págame en especies —propuse y sonreí—. Por ejemplo, con todos los bombones que sea capaz de comer.

Vianne meneó la cabeza, frunció el ceño y pareció prestar atención a algo del exterior, pero la niebla amortiguó los sonidos.

—Es tanto lo que te debo… —añadió finalmente—. Nunca he hecho nada por ti…

Vianne calló, como enmudecida por un ruido o una idea fantástica. Se quedó fugazmente sin habla. Sin duda, también tiene que ver con los bizcochitos de harina de almendras; son sus preferidos y deben de recordarle épocas más felices…

—¡Ya lo tengo! —gritó y su expresión se animó—. Puedes venirte a vivir aquí, con nosotras. Las habitaciones de madame Poussin están vacías. Ahora nadie las utiliza. No es nada del otro mundo, pero me parece mejor que un hostal. Vivirás con nosotras, comerás con nosotras… Las niñas estarán encantadas… No necesitamos ese espacio… y en Navidad, cuando nos vayamos…

Demudó ligeramente la expresión.

—Solo seré un estorbo —opiné y meneé la cabeza.

—Por supuesto que no, te lo garantizo. Trabajaremos a toda hora. Nos harás un favor…

—¿Qué pasa con Thierry?

—¿Qué pasa con él? —inquirió Vianne con tono desafiante—. Al fin y al cabo, haremos lo que quiere cuando nos mudemos a la rue de la Croix. ¿Por qué no puedes alojarte con nosotras hasta entonces? Cuando nos vayamos te encargarás de la tienda. Te ocuparás de que todo funcione. Además, fue prácticamente lo que aconsejó Thierry, dice que necesito una encargada…

Fingí que lo pensaba. ¿Thierry comienza a perder la paciencia?, me pregunté. ¿Ya ha revelado a Vianne su faceta más salvaje? Debo reconocer que lo sospechaba y, como Roux ha vuelto a hacer acto de presencia, Vianne necesita mantenerlos a distancia hasta que tome una decisión…

Una carabina, eso es exactamente lo que Vianne necesita. ¿Existe mejor opción que su amiga Zozie?

—Apenas me conoces —respondí finalmente—. Yo podría ser cualquier…

Vianne rio.

—No, es imposible. Chica, no te enteras de nada, pensé y sonreí.

—Está bien —accedí—. Trato hecho.

Volví a estar dentro.