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Lunes, 26 de noviembre

Suzanne volvió a faltar al liceo. Supuestamente tiene gripe, pero Chantal dice que es por el pelo. No es que Chantal hable mucho conmigo y, desde que me he hecho amiga de Jean-Loup, se ha mostrado más antipática que nunca, en el supuesto de que eso fuera posible.

Habla constantemente de mí: de mi pelo, mi ropa y mis costumbres. Hoy me puse los zapatos nuevos (simples y muy bonitos, pero no como los de Zozie) y machacó todo el día con el tema, me preguntó dónde los había comprado, cuánto me habían costado, rio disimuladamente (los suyos son de una zapatería de Champs-Elysées, aunque no creo que su madre haya pagado la cifra astronómica que mencionó), quiso saber dónde me había cortado el pelo, qué me cobraron y volvió a reír como una tonta…

Me gustaría saber qué sentido tiene tanta pregunta. Se lo pregunté a Jean-Loup, que me contestó que probablemente Chantal es muy insegura. Puede que tenga razón. Desde la semana pasada no he tenido más que problemas: de mi pupitre desaparecen libros, mi mochila se ha caído del perchero y mis pertenencias terminaron «accidentalmente» desparramadas por el suelo. De pronto los compañeros con los que siempre me he llevado bien ya no quieren sentarse a mi lado. Ayer vi que Sophie y Lucie practicaban un juego absurdo con mi silla: fingían que estaba llena de bichos e intentaban sentarse lo más lejos posible del lugar que yo había ocupado, como si allí hubiese algo repugnante.

Después jugamos al baloncesto y, como de costumbre, guardé mi ropa en el vestuario; cuando volví, después del partido, alguien se había llevado mis zapatos nuevos y los busqué por todas partes hasta que, al final, Faridah me mostró que estaban pisoteados y llenos de polvo detrás del radiador. Aunque no podía demostrarlo, supe que había sido Chantal.

Simplemente, lo supe.

Después Chantal se dedicó a fastidiarme con la chocolatería:

—Me han dicho que es muy bonita. —Se burló por enésima vez, como si la palabra «bonita» fuera un código secreto que solo ella y sus amigas sabían descifrar—. ¿Cómo se llama?

No me apetecía responder, pero tuve que hacerlo.

—¡Vaya, qué bonito! —exclamó Chantal, y todas volvieron a reír como tontas.

Me refiero a su grupito de amigas: Lucie, Danielle y otras parásitas como Sandrine, que antes eran bondadosas conmigo y que ahora solo me hablan si Chantal no está presente.

Todas se parecen a Chantal, como si fuera algo contagioso, una especie de sarampión glamuroso. Todas llevan el pelo estirado de la misma forma, cortado en capas y con las puntas ligeramente levantadas. Todas se ponen el mismo perfume (esta semana toca el que se llama Angel) y usan el mismo tono de barra de labios rosa nacarado. Estoy segura de que moriré si se presentan en el local. Me moriré de verdad. Tener que soportar que miren fijamente y se rían…, de mí, de Rosette, de mamá con los brazos cubiertos de chocolate hasta el codo y con esa mirada esperanzadora… ¿Son tus amigas?

Ayer se lo conté a Zozie.

—Ya sabes lo que tienes que hacer. Nanou, existe una única solución: debes plantarles cara. Tienes que luchar.

Sabía que lo diría. Zozie es luchadora. Claro que hay cosas para las que con la actitud no basta. Es evidente que, desde que hablamos, mi aspecto ha mejorado mucho. Ha consistido, sobre todo, en ponerme derecha y practicar la sonrisa demoledora, pero también en que ahora llevo la ropa que más me gusta en vez de que lo que mamá piensa que debería usar y, pese a que destaco incluso más que antes, me siento mucho mejor, más yo.

—Vas por buen camino pero, Nanou, a veces con eso no basta. Lo aprendí en la escuela. Tienes que demostrarlo clara y radicalmente. Si juegan sucio, lo siento mucho pero…, bueno, tendrás que hacer lo mismo.

Ojalá me atreviese…

—¿Te refieres a que esconda sus zapatos?

Zozie me lanzó una mirada significativa.

—¡No, no me refiero a esconderles los zapatos!

—¿De qué hablas?

—Annie, lo sabes perfectamente. No será la primera vez.

Me acordé del episodio en la cola del autobús, de Suze, su pelo y mis palabras…

Esa no fui yo. No fui yo quien lo hizo.

Entonces evoqué Lansquenet y los juegos que solíamos jugar, los Accidentes de Rosette, Pantoufle, lo que Zozie hizo en el salón de té, los colores y el pueblo a orillas del Loira, con la pequeña escuela y el monumento a los soldados caídos; los bancos de arena junto al río, los pescadores, la cafetería con la simpática pareja entrada en años y…, ¿cómo se llamaba?

Les Laveuses, susurró la voz espectral en mi mente.

—Les Laveuses —dije.

—Nanou, ¿qué te pasa?

De sopetón me sentí mareada. Me desplomé en una silla decorada con las manitas de Rosette y las manazas de Nico.

Zozie me escrutó con atención, con los ojos azules muy brillantes y entornados.

—La magia no existe —declaré.

—Nanou, por supuesto que existe. —Negué con la cabeza—. Sabes perfectamente que existe.

Durante unos instantes supe que existía. Fue emocionante y también aterrador, como caminar por una saliente del acantilado, estrecha y azotada por los vientos, con el agua revuelta a tus pies y nada salvo el vacío entre nosotras.

Miré a Zozie y musité:

—No puedo.

—¿Por qué te resulta imposible?

—¡Fue un accidente! —chillé. Tuve la sensación de que tenía los ojos llenos de arena, se me disparó el pulso y mientras tanto ese viento, ese viento…

—Está bien, Nanou, no pasa nada. —Zozie me abrazó y apoyé mi cara ardiente en su hombro—. No estás obligada a hacer lo que no quieres. Todo saldrá genial.

Fue tan fantástico apoyarme en su hombro con los ojos cerrados y rodeada de olor a chocolate que, durante un rato, creí realmente que todo saldría genial, que Chantal y compañía dejarían de fastidiarme y que, si Zozie estaba cerca, no sucedería nada malo.

Supongo que ya sabía que algún día se presentarían. Tal vez Suze les dijo dónde encontrarme… o puede que lo hiciera yo misma en los tiempos en los que pensaba en que así seríamos amigas. Fuera como fuese, me llevé una sorpresa mayúscula al verlas en el local… Seguramente habían viajado en metro, corrido colina arriba para llegar antes que yo y…

—¡Hola, Annie! —saludó Nico, que acababa de franquear la puerta con Alice al lado—. Hay una buena juerga… Me parece que han venido varias compañeras del liceo…

Me percaté de que Nico estaba bastante rojo. Ya sabemos que es corpulento y que mucho ejercicio lo deja sin aliento, pero fue precisamente por eso por lo que me inquieté; la rojez de sus colores y la de su rostro me indicaron que estaba a punto de ocurrir algo aciago.

Poco me faltó para dar media vuelta y largarme. Había tenido un día espantoso. Jean-Loup había regresado a su casa a la hora de comer porque, por lo que entendí, tenía visita con el médico y, por si con eso no bastase, Chantal no había dejado de meterse conmigo, de burlarse, de preguntar dónde estaba mi novio y de hablar de dinero y de todo lo que le regalarían en Navidad.

Tal vez fue de ella la idea de presentarse en la chocolatería. De todos modos, allí estaba, esperando el momento de que yo llegase a casa. Mejor dicho, allí estaban Lucie, Danielle, Chantal y Sandrine, cada una con su Coca-Cola y riendo como locas.

No me quedó más remedio que entrar. No tenía dónde esconderme y, por añadidura, ¿qué clase de persona huye? Dije «Soy fabulosa» para mis adentros pero, si he de ser sincera, no es lo que sentía, ya que estaba cansada, sedienta y un poco asqueada. Necesitaba repantigarme delante de la tele, ver con Rosette cualquier tontería infantil o quizá leer un libro…

Cuando entré Chantal tomó la palabra:

—¿Habéis visto su corpulencia? —preguntó a gritos—. Parece un camión… —Simuló sorpresa cuando me vio. Como si colara…—. Vaya, Annie, ¿el que salió es tu novio? —Rieron estúpidamente—. Ay, que guay.

Me encogí de hombros.

—Es un amigo.

Zozie estaba sentada detrás de la barra e hizo como que no oía. Observó a Chantal y me dirigió una mirada inquisitiva, con la que me preguntó si esa era la que me fastidiaba.

Asentí y suspiré aliviada. No sé qué esperaba de Zozie: quizá que las mandase a tomar viento, tal vez que volcase sus bebidas como había hecho con la camarera del salón de té o, simplemente, que les pidiera que se fuesen…

Por eso rae quedé de piedra cuando, en lugar de quedarse y ayudarme, se puso en pie y comentó:

—Ponte cómoda y charla con tus amigas. Si me necesitas estaré en la trastienda. Espero que lo paséis muy bien, ¿de acuerdo?

Pronunciadas esas palabras me abandonó… con una sonrisa y un guiño, por lo que tuve la sensación de que pensaba que arrojarme a los leones era mi idea de una buena diversión.