Obligué a Zul a recostarse y Zada me ayudó a coser las heridas en el hombro y el pecho. No era ideal viajar con él y Talfan en ese estado, pero de quedarnos estaríamos más vulnerables en caso de un ataque. Tras asegurarnos de que no hubiera nadie afuera, cargamos a Talfan con cuidado fuera de la cueva. Aiden y Zul lo sentaron en la montura del caballo, el mago montó detrás de él y lo sujetó con fuerza. Sería un largo camino, debíamos ir al paso para evitar que se cayera. Noté que a Aiden aún le molestaba el brazo y me subí a Daeron ofreciéndole mi mano para ayudarlo. Me miró ofendido y dejé escapar una risa ante su expresión. Sabía que no le gustaba mostrarse débil frente a mí.
Daeron se adelantó a los demás y guiamos el camino. En caso de que hubiera peligro esperándonos más adelante era mejor que lo encontráramos nosotros; la prioridad del mago era cuidar de Talfan. Me volví hacia él, su mirada brillaba peligrosa nuevamente y su expresión era imposible de descifrar. Zada iba silenciosa a su lado, parecía contenta de regresar a su hogar. En ese momento me di cuenta de que, a juzgar por sus expresiones, Aiden y Zul debían estar pensando lo mismo que yo. Este no era el final de un viaje sino el comienzo de otro. Nuestro camino era más largo de lo que habíamos pensado y debíamos transitarlo nosotros tres.
Recordé la noche en que llegué a Naos luego de viajar desde Alyssian y no me reconocí. En ese entonces no sabía quién era y si encontraría mi lugar. Y ahora lo veía con total claridad. Me sentía segura de ello, como si siempre lo hubiese sabido. Mi lugar era junto a Aiden y Zul, en Lesath. Mi apariencia se asemejaba más a la de los elfos, pero mi corazón y mis emociones eran humanas.
Aún quedaba mucho por hacer antes de que tuviéramos paz y libertad para vivir nuestras vidas, pero estaba dispuesta a hacerlo. En cierta forma sentía que esta era mi aventura.
Warrick con suerte nos ayudaría una vez que lo encontráramos, pero no depositaría en él la misma esperanza que había depositado en Ailios. Nadie haría el trabajo por nosotros, deberíamos acabar con los warlocks nosotros mismos, incluso con Akashik. Aún no me encontraba segura de que el Corazón del Dragón fuera el arma correcta, ningún humano debía poseer un poder de tal magnitud. Tal vez Ailios nos había apuntado en su dirección para que lo destruyéramos y le pusiéramos un fin a su ambición.
Las palabras del pergamino se repitieron en mi mente, «valentía y bondad serán virtudes, maldad y avaricia desencantos». O tal vez uno de nosotros podía utilizarlo sin ser tentado por su poder; era difícil de saber. Aiden había conocido la oscuridad de los warlocks y se había resistido a ella. Si había salido victorioso contra tan terrible maldad era evidente que el poder no le atraía.
Miré hacia adelante, regresaba a Iara y Helios solo para despedirme de ellos una vez más. Era injusto, no sabía cuánto tiempo nos llevaría encontrar el Corazón del Dragón, y enfrentarnos a Akashik era una batalla que me daba gusto posponer. Algún día terminaríamos con todo el engaño de Lesath y ese día tomaría mi lugar entre los hombres sin temor de llamar a este, mi hogar.