Avanzamos decididos saliendo del bosque. El claro frente a nosotros era despejado, no había árboles ni plantas, y la tierra en el suelo era seca y rocosa. Era un buen lugar para pelear.
Zada se quedó detrás en busca de un lugar donde esconderse que le permitiera tener una vista clara de sus objetivos; el arco en su espalda, la flecha en su mano. Cuatro figuras nos cortaban el paso a la entrada de la cueva. Seith y Sorcha, parados en forma protectora frente a dos hombres en túnicas negras, llevaban capuchas pero sus rostros aún eran visibles. Reconocí a uno de los warlocks del baile de máscaras: Evard Glaistig, Sabik.
—Sabik y Dalamar —dijo Aiden.
La perspectiva era mejor de lo que habíamos pensado, solo dos warlocks habían venido. Era extraño considerando la importancia del asunto, pero no cuestionaría nuestra buena suerte. Esto no alteraba nuestro plan, habíamos decidido que en caso de que hubiera tres, el primero en terminar con su rival se encargaría del tercero, pero ahora no era necesario.
Nos detuvimos a unos metros de ellos, la oscuridad que los rodeaba era tan abrumadora que me hacía sentir incómoda encontrarme a tanta proximidad. La mirada de Seith estaba fija en mí y la de Sorcha en el mago. Nos habían elegido como oponentes pero no triunfarían, debíamos ser más rápidos. Zul también lo había notado, evitó mirar a Sorcha y dirigió su atención a los warlocks, estudiándolos con la mirada. Aiden se paró delante de mí rompiendo la línea que habíamos formado. Sabik caminó unos pasos hacia adelante, mi corazón latía con tanta fuerza que podía oír cada movimiento que hacía.
—Entréguennos a la elfa —dijo el warlock.
Su rostro ya no era una máscara de gracia como en el castillo; se había vuelto frío, cruel y maléfico.
—No lo haremos. Apártense de nuestro camino o sufrirán las consecuencias —respondió Zul.
Su tono de voz ya no era el mismo de antes, era claro y fuerte. Había dudado sobre cómo reaccionaría llegado el momento, pero el mago finalmente estaba confiando en su poder. Los cuatro se adelantaron listos para atacar y nosotros corrimos hacia ellos sin darles la oportunidad de arrinconarnos. El mago esquivó a Sorcha, y fue directo hacia Dalamar; esta intentó ir tras él pero me interpuse en su camino.
—Yo seré tu oponente —dije apuntando mi espada hacia ella—. No he olvidado tu truco con la víbora, cobarde.
Intentó hacerme a un lado, molesta por mi interferencia. Aguardé firme en mi lugar y rechacé su ataque empujándola hacia atrás. Me miró con furia comprendiendo que no lograría ir tras Zul sin vencerme. Aiden pasó corriendo a mi lado y atacó a Seith antes de que pudiera alcanzarme. Los ojos azules de Sorcha se encontraban fijos en mí y me observó sin moverse hasta que la frustración comenzó a aparecer en su rostro. Había intentado inmovilizarme con magia sin ningún resultado. El hechizo de Zul y Talfan para protegernos había funcionado.
Debía atacar antes de que intentara otra cosa. Me arrojé hacia ella, dirigiendo a Glace hacia su cuerpo. Sorcha me esquivó y se agachó, apoyando la palma de su mano en el suelo con una sonrisa maliciosa. Me detuve en seco, tratando de adivinar sus intenciones. Sus dedos se enterraron en la tierra y tras sacarlos, había algo blanco enroscado en ellos. El angosto cuerpo de la serpiente se deslizó fuera de la tierra, era blanca, larga y podía ver sus colmillos cubiertos de veneno. Magia negra, era la única forma de manifestar un verdadero animal.
—Ten cuidado, es la Muerte Blanca —me gritó Aiden jadeando desde lejos.
Me alejé, poniendo distancia entre el peligroso animal y mi cuerpo. No había oído ese nombre antes pero tras ver sus colmillos era evidente que moriría en el instante en que su veneno se mezclara con mi sangre. Odiaba a Sorcha, odiaba sus artimañas.
La serpiente se deslizó hacia mí, sus ojos rojos e hipnóticos me analizaban como si fuera una presa, buscando el momento preciso para atacar. Pero no lo haría, no podía atacarme. Los warlocks me necesitaban con vida y Sorcha lo sabía. Ella era mi rival, la serpiente era solo una distracción. Permanecí quieta y aguardé sin hacer nada. La Muerte Blanca comenzó a enroscarse en mi pierna, podía sentir su cuerpo aprisionándome y sus ásperas escamas raspando mi piel. Sorcha se acercó con aire victorioso, bajando su guardia; la tenía justo donde quería. Apreté la empuñadura de Glace lista para actuar cuando una flecha se clavó en la serpiente arruinando mi plan. Zada.
La criatura emitió un sonido agudo y me vi obligada a cortar su cabeza antes de que Sorcha perdiera el control sobre ella y me mordiera. Sorcha miró hacia atrás, desde donde había provenido la flecha. Aproveché su distracción. Estiré mi brazo hacia ella, pero logró esquivar mi espada en el último segundo. Intentó retroceder y me concentré en el hechizo impidiéndoselo. Una muralla de fuego se formó detrás de ella, cortándole el paso. Su expresión se transfiguró y sus ojos buscaron al mago, quien se encontraba concentrado deteniendo un ataque de Dalamar.
—No fue Zul —dije apuntando Glace hacia ella—. Yo también puedo jugar con magia.
No era del todo cierto pero se sentía bien decirlo. Me miró con desagrado e intercambiamos miradas. Su pelo rojo del color del fuego, y sus ojos azules y fríos como el hielo le daban una belleza inusual. Intenté no pensar en Zul y me armé de determinación, era mi oportunidad de terminar el duelo.
Dirigí mi espada hacia ella al mismo tiempo que Sorcha gritó un conjuro y una ráfaga de chispas de mi propio fuego se volvieron contra mí. La miré detenidamente, memorizando su posición y cerré los ojos, guiando a Glace hacia ella mientras el calor me golpeaba. Su grito rompió mi concentración y el fuego se desvaneció. Abrí los ojos, la hoja de la espada se encontraba clavada en su hombro. Era el mismo lugar en donde la había herido la vez anterior. Retiré la espada de su cuerpo. Sorcha llevó la mano a su hombro, intentando detener la sangre. Había miedo en sus ojos, pero también resolución. Continuaría peleando si no la detenía. ¿Qué sentiría al matarla? ¿Zul en verdad podría perdonarme? Me obligué a controlarme y levanté la espada en el aire.
—¿Crees que la magia que te protege puede detenerme? Has olvidado quien soy, Aiden Moor.
Era la voz de Seith. Los busqué con la mirada y la escena que vi heló mi sangre. Aiden yacía inmóvil en el suelo y Seith estaba a su lado. Parecía estar utilizando magia y la espada en su mano tenía manchas de sangre. Corrí hacia ellos, solo podía pensar en Aiden. El suelo comenzó a fraccionarse frente a mí y salté evitando un pozo. Talfan pasó a mi lado cayendo en una de las grietas y Sabik fue tras él. Continué corriendo. Me arrojé sobre Seith y ambos rodamos por el suelo. Nuestras miradas se cruzaron y por un segundo creí ver odio en sus ojos. Era la primera vez que mostraba algún tipo de emoción. Ambos nos pusimos de pie y me puse en la posición correcta, lista para enfrentarlo. Recordé las palabras de mi maestro Astran y relajé los brazos, estudiando a mi oponente. Nuestras espadas chocaron y batallé con él ferozmente, empujando cada fibra de mi cuerpo a romper mis propios límites. Era la desesperación por vivir, por proteger a Aiden que me hacía más fuerte, más veloz. Esto debió hacer la diferencia ya que de a poco Seith comenzó a cometer errores y tomé ventaja de cada uno de ellos. No fue hasta que mi espada pasó a milímetros de su cuello que recurrió a usar magia. Una fuerza invisible arrancó a Glace de mi mano arrojándola lejos de mí. Seith también tiró su arma y vino hacia mí. Su paso era seguro, la expresión en su rostro tan inhumana que conjuré una línea de fuego entre nosotros para evitar que se acercara. Oí a Talfan gritar. Quería ayudarlo pero no podía. Seith continuó avanzando y vi horrorizada como cruzaba a través de las llamas como si no estuvieran allí.
—Arrastraré tu cadáver hasta donde se encuentra Ailios si es necesario —dijo Seith.
—Los warlocks acabarán contigo si me matas —repliqué.
Mis palabras no tuvieron ningún efecto sobre él. Su mirada continuó impávida y calculadora. Sin mi espada no tenía cómo defenderme. Intenté correr, pero me tomó del brazo y me arrastró tras él. Me agarré del suelo desesperada rehusándome a moverme y Seith tiró de mí con más fuerza.
—¡Déjala!
La espada de Aiden pasó volando sobre mi cabeza y lastimó su mano haciendo que me soltara. Intercambiamos miradas de alivio. Había sangre en su brazo y a un costado de su pierna, donde los protectores no llegaban a cubrirlo, pero parecía estar bien.
—¡Zada, no!
El grito desesperado de Zul rompió mi concentración. Lo busqué con la vista, corría alejándose de Dalamar en dirección a Sorcha. Me había olvidado de ella, aún estaba con vida.
—¡Adhara!
Retrocedí evitando la espada de Seith. En mi distracción no lo había visto; el grito de advertencia de Aiden me había salvado. Sentí uno de mis pies adormecerse, la sensación era extraña, me costaba moverlo. Aiden me empujó a un lado y atacó a Seith, manteniéndolo lejos de mí. Intenté levantarme pero el pie no me lo permitió; aún no podía moverlo bien. Era la magia de Seith.
Necesitaba recuperar mi espada. Levanté la mirada, Talfan había conseguido salir de la grieta y atacaba a Dalamar mientras Sabik lo atacaba a él. Miré hacia el otro lado y mis ojos se detuvieron en Zada. A juzgar por la escena era evidente que había dejado su escondite y había estado luchando contra Sorcha. Llevaba el arco en su mano y lanzaba una flecha tras otra. Debía estar nerviosa, su puntería no era tan acertada como solía serlo.
Sorcha detuvo una de las flechas en el aire e hizo que volviera hacia Zada. La magia aumentó la velocidad de la flecha y guio su trayectoria, no lograría esquivarla.
—¡Zada!
Zul saltó frente a ella, recibiendo el flechazo en su lugar.
—¡Zul! —gritamos Zada y yo al mismo tiempo.
La flecha se clavó en su brazo. Respiré aliviada, estaría bien. Zul arrancó la flecha, dejándola caer en el piso. Sorcha lo miró atónita.
—No te atrevas a lastimar a mi hermana, Sorcha —dijo el mago poniéndose de pie.
La forma en que lo miraba era una mezcla de odio y pasión. El mago le sostuvo la mirada indefenso ante ella y por un segundo creí ver a Sorcha sonrojarse. Recordé mi situación. Intenté mover el pie de nuevo y esta vez lo logré con mayor facilidad. Seith no podía concentrarse en el hechizo mientras peleaba. Aiden lo golpeó, evitando que llegara hasta mí y Seith manipuló el viento, arrojándolo hacia atrás. Aiden cayó de espalda al suelo y rodó hacia la izquierda evitando otro ataque. Corrí hacia él, pensando en alguna forma de ayudarlo. Aiden me arrojó mi espada y tras recuperar la suya, ambos nos volvimos a enfrentarlo.
—No vuelvas a perderla —dijo Aiden.
—No lo haré.
Seith conjuró dos espadas dispuesto a enfrentarnos al mismo tiempo y avanzamos sobre él combinando nuestros ataques. Aiden era aún mejor de lo que me había imaginado. Sus movimientos eran medidos y perfectos. Tras verlo pelear contra Seith era evidente que no había utilizado ni la mitad de su potencial para practicar conmigo.
—¡Nooo!
La voz afligida de Zada me detuvo en seco. El mago yacía en el suelo y Sorcha se encontraba sobre él, impidiendo que se levantara, mientras dirigía algo que lucía como una estalactita hacia su corazón.
—¡Ve! —dijo Aiden—. Yo me encargo de Seith.
Corrí hacia Zul sabiendo que jamás llegaría a tiempo, viendo desesperada como la mano de Sorcha se acercaba a su pecho. La estalactita se desvió en el último instante, clavándose en su abdomen en lugar de su corazón. Zul permaneció allí inmóvil, perplejo ante la situación. Debía haber roto el hechizo que le impedía utilizar magia contra ella. Sorcha conjuró otra estalactita y esta se derritió cuando la llevó en dirección al mago. Desesperada recitó otro encantamiento, pero nada sucedió. Zul no había roto el hechizo. La voluntad de Sorcha había flaqueado, no había podido matarlo y ahora su magia tampoco funcionaba contra él.
¿Era posible que Sorcha sintiera algo por el mago? Su reacción no era indicio de ello. Gritó envuelta en furia y comenzó a alejarse de él, sin saber qué hacer. Zul se puso de pie y corrió a asistir a Talfan, quien luchaba por aferrarse a la vida mientras Sabik y Dalamar combinaban sus poderes para acabarlo. Zada corrió tras él antes de que pudiera detenerla. Permanecí en mi lugar observando la situación. Fue allí cuando vi el campo de sangre en el que nos encontrábamos. Talfan estaba más cerca de la muerte que de la vida, los gritos de Zada ahogaban mis oídos mientras lanzaba ataques en vano, ya que sus flechas se deshacían antes de llegar a sus objetivos. Zul y Sabik se lanzaban ataques tan mortales que uno de ellos no tardaría en padecer. Y Aiden había sufrido tantas heridas que no sabía cuánto tiempo más lograría mantenerse fuerte contra Seith.
Miré en dirección al valle y allí lo vi. Una figura parada silenciosamente observando todo desde la cueva. Su pelo era largo y platinado, su apariencia hermosa e inmortal. Era un elfo, era Ailios. Era la única esperanza que teníamos de salir todos con vida.
—¡Libéralo! —gritó Aiden.
Corrí tan rápido como pude. La cueva era un pasaje que daba hacia el valle en la montaña. Al acercarme a la entrada una diminuta línea de luz apareció frente a mí. Ailios se encontraba a centímetros de allí, pero claramente no podía cruzarla. Deseé con todo mi corazón que la sangre de mi padre fuera suficiente para deshacer la magia y di un paso hacia adelante para cruzarla. En el momento en que mi pie pasó sobre ella, esta se volvió humo y comenzó a desvanecerse. Lo había logrado, mi sangre había roto la barrera. Respiré aliviada y no pude evitar sonreír. Había liberado a Ailios.
Me obligué a calmarme, tomando conciencia de la situación; los demás aún estaban peleando.
—Mi nombre es Adhara Selen Ithil y he venido de Alyssian. Debes ayudarnos, Ailios —le imploré—. Hemos venido a liberarte.
Este asintió con la cabeza pero en cuanto salió de la cueva algo en su mirada cambió. Sus ojos no reflejaban comprensión y sabiduría como la mayoría de los elfos. Había algo diferente en ellos, algo que ningún elfo en Alyssian conocía. Ailios giró su cabeza y miró hacia los árboles, seguí su mirada y creí descifrar una silueta hurgando entre las sombras.
—Ailios —dije llamando su atención.
Pero este comenzó a correr hacia donde se encontraban todos peleando. Algo andaba mal, algo en él ya no reflejaba la naturaleza de los elfos. Busqué a Aiden para asegurarme de que no hubiera sufrido más heridas y me sorprendí al ver que Seith había dejado de pelear. Su mirada se encontraba fija en el bosque, mirando en la misma dirección en la que lo había hecho Ailios. Zul dio un grito de agonía, su pecho se encontraba cubierto de sangre y luchaba implacablemente para mantener alejados a Sabik y a Dalamar de Talfan y Zada. Aiden y yo nos arrojamos contra Dalamar y una vez que logramos arrinconarlo Zul se nos unió. El warlock respiraba de manera agitada y su cuerpo temblaba levemente.
—La magia negra es poderosa pero controlarla requiere fuerza y sacrificio —dijo Zul.
Dalamar fijó sus ojos en mí. No me gustaba su mirada, algo en ella me provocaba temor. Intenté apartar la vista pero no pude hacerlo, no podía dejar de mirarlo.
—¿Adhara? —la voz de Aiden sonaba preocupada.
—No puedo dejar de mirarlo.
Aiden me tomó de los hombros y me sacudió, pero aun así no podía romper la conexión que había entre mí y Dalamar.
—¡Adhara!
Tenía frío. Todo mi cuerpo estaba frío. Era como si el aire se hubiera convertido en hielo. Me sentía fría y vacía. Sentí que mi alma se estaba congelando.
—Déjala o te quemaré vivo —dijo Zul.
Dalamar cerró sus ojos y el frío desapareció. Aparté mi mirada, alejándome de él. Había lágrimas en mis mejillas, no estaba consciente de haber llorado.
—¿Te encuentras bien?
Aiden me rodeó con sus brazos y apoyé mi cabeza en su pecho. No quería volver a sentirme de esa manera nunca más en mi vida.
—No sabes nada acerca de magia negra, Zul Florian —dijo Dalamar.
De manera repentina el cuerpo del warlock cayó al suelo, y comenzó a temblar bruscamente lanzando gritos de agonía. Era como si una daga invisible lo estuviera acuchillando.
—¿Zul? —pregunté extrañada ante la violencia de su ataque.
—No soy yo —respondió alarmado.
El cuerpo de Dalamar continuó temblando por un momento y luego se detuvo abruptamente.
—Tal vez sea otro truco —dijo Aiden con desconfianza.
El warlock intentó ponerse de pie, pero el mago lo empujó hacia atrás con una ráfaga de viento y se agachó a su lado.
—Caela y Elian Florian, arderás como ellos lo hicieron por tu culpa.
Y tras decir estar palabras, Zul puso su mano sobre la túnica y esta se prendió fuego envolviendo el cuerpo del warlock. Tras ver la situación, Sabik intentó escapar pero Ailios lo detuvo. Miré alrededor, Sorcha había desaparecido y Seith se encontraba parado sin hacer nada mirando hacia los árboles. Sabik utilizó magia poderosa para intentar huir pero Ailios era más poderoso y deshizo sus hechizos. Luego, para sorpresa de todos, Ailios tomó la espada de Zada y atravesó salvajemente a Sabik con una velocidad de la que solo un elfo era capaz.
—Akashik…
Fueron las últimas palabras de Sabik antes de morir. Seith reaccionó al escuchar el nombre y tras observar el cuerpo del warlock, se alejó corriendo hasta perderse de vista. Ailios levantó la mirada y los tres nos alejamos de él levantando nuestras armas, un elfo jamás haría algo así. Zul miró hacia el bosque, sus ojos brillaban peligrosos, con la misma pregunta en nuestras mentes. ¿Akashik?
—Tú eres una elfa, en parte —dijo Ailios señalándome.
Asentí con la cabeza aún desconfiando de él.
—Todavía quedan tres warlocks —dijo Zul—. Vinimos a liberarte para que puedas ayudarnos a terminar con ellos, a erradicar el mal de Lesath.
—No puedo hacerlo, no puedo vivir de esta manera —replicó Ailios—. Logré proteger mi mente de ellos al comienzo, pero ha pasado un largo tiempo. Pasé años oyendo sus susurros, su oscuridad se fue apoderando de mí, envenenándome. Lejos de la longevidad de los míos, mi voluntad comenzó a desquebrajarse. Los cinco combinaron su magia atormentándome cada minuto del día.
La expresión en su rostro era de tortura. Jamás había visto a un elfo en ese estado, no pensé que fuera posible. Pero los años habían pasado y la magia negra había hecho su trabajo.
—Aún escucho su voz en mi mente, fue él quien me incitó a matarlo.
—¿Quién? —preguntamos Zul y yo al mismo tiempo.
El elfo buscó entre sus vestimentas y me ofreció un viejo pergamino.
—Pensé en destruirlo, pero lo necesitarán. Confío en que se encontrará a salvo en manos de uno de los míos —dijo Ailios—. Protégelo con tu vida, Adhara. Es su única esperanza de acabar con él. El Corazón del Dragón. Warrick los guiará.
—¿Warrick? —preguntó el mago.
—Debes regresar a Alyssian, encontrar paz —dije sospechando sus intenciones.
—Me encuentro avergonzado ante mis acciones, no volveré a caminar entre los míos, que la gracia me permita observarlos desde los cielos.
Intenté arrebatarle la espada, pero era demasiado tarde. Era el primer elfo en terminar con su propia vida.
—¡Ailios!
Los tres intercambiamos miradas de horror intentando revivirlo, pero la vida había abandonado su cuerpo. Los elfos jamás me creerían, pensarían que había perdido la razón.
¿Quién sería lo suficientemente poderoso como para hacer que un elfo renunciara a su inmortalidad? Sabik nos había dado la respuesta… Akashik. ¿Pero por qué traicionaría a los suyos? ¿Quién era Akashik? Si no había mostrado piedad con los suyos, ¿qué nos esperaba a nosotros?
Noté a Aiden mirándome, sus ojos brillaban y tenía una sonrisa en su rostro. Estábamos vivos. Me arrojé en sus brazos y me besó. Nuestra celebración duro poco, no quería ser insensible con Zul y Zada.
Zada sollozó sobre el cuerpo inconsciente de Talfan. Me acerqué a él y retiré la máscara de su rostro para examinarlo temiendo lo peor, pero aún había vida en él. Zul intentó curarlo pero apenas podía mantenerse en pie, sus propias heridas lo habían debilitado.
—Debemos entrar en la cueva y buscar el lugar donde Ailios vivió estos años —dije.
—Es demasiado peligroso —respondió Aiden—. Si regresan no podremos escapar.
—Zul y Talfan no pueden continuar en este estado, y tú te encuentras herido. Descansaremos unas horas y partiremos.
Aiden accedió sin estar convencido y entre los cuatro cargamos el cuerpo de Talfan hasta la cueva. Una vez adentro, encontramos una cama hecha de ramas y hojas y lo recostamos allí. Revisé el lugar, buscando algo que fuera de ayuda y encontré una caja de madera que contenía diferentes tipos de hierbas. Era mejor que nada. Tomé una que serviría para tratar la herida del mago y comencé a aplastarla hasta que se convirtió en una pasta. La herida de flecha no se encontraba tan mal pero la que le había causado la estalactita no dejaba de sangrar.
—Me alegra que estés bien, Zul.
Me senté a su lado y esparcí la pasta en sus heridas con una hoja.
—¿Llamas a esto estar bien? —preguntó con una mueca de dolor.
—Estás vivo —respondí.
Intentó reírse pero al hacerlo le dolía el pecho.
—A mí también me alegra que estés bien —dijo.
Miró en dirección a Talfan preocupado y lo detuve antes de que se pusiera de pie.
—Descansa, no puedes ayudarlo en ese estado —dije.
Había frustración en su rostro pero no intentó levantarse. Una vez que terminé con él, fui hacia Aiden, y esparcí lo que quedaba de la pasta en su brazo y en su pierna. Sus heridas no eran graves pero si no las trataba podían infectarse. Necesitaría aguja e hilo para coserlos a él y a Zul.
Me moví para ir en búsqueda de más hierbas, pero Aiden me retuvo a su lado.
—Quédate conmigo.
Sus ojos marrones buscaron los míos, era imposible negarle algo cuando me miraba de esa manera. Apoyé mi cabeza en su hombro y permanecimos sentados contra la pared de la cueva. Zada no tardó en quedarse dormida, agotada tras los largos días de cabalgata y el enfrentamiento. Y Talfan estaba inconsciente, no podíamos hacer otra cosa que aguardar hasta que despertara. Permanecí pensativa, reviviendo la pelea en mi cabeza. Seith no había hecho nada por proteger a los warlocks, había presenciado como Zul mató a Dalamar sin intentar detenerlo. Era extraño, él y Akashik parecían tener motivos diferentes del resto del Concilio. Y Ailios… no podía dejar de pensar en él. Quería saber lo que había ocurrido, aun después de verlo me costaba creer que se hubiese quitado su propia vida. Recordé la manera en que me había sentido cuando Dalamar usó su magia sobre mí y sentí un escalofrío.
Estaba cansada, dejé mi mente en blanco y descansé por un rato.
—Adhara…
Abrí los ojos y vi a Zul.
—El pergamino que te entregó Ailios, quiero leerlo —dijo.
Busqué en mi ropa y lo saqué. Lo abrí con cuidado. El papel era viejo y amenazaba con partirse en cualquier momento.
—Léelo en voz alta —dijo Aiden.
Su voz me tomó por sorpresa, no sabía que estaba despierto.
Donde las aguas son oscuras y la luz no llega, comienza el camino
bajo el monte donde ilumina la luna, reposan aquellos que vigilan
dos serán los guardianes que juzgarán al intruso que interrumpa su descanso
valentía y bondad serán virtudes, maldad y avaricia desencantos.
Al terminar de leer, los tres intercambiamos miradas confusas. Este revelaba el camino hacia el Corazón del Dragón y hacia sus guardianes. ¿Quiénes serían? ¿Dragones? Lo dudaba… los elfos solían decir que todos ellos se encontraban en la tierra de Serpens. El mago se alejó un poco, podía ver frustración en su rostro. No era difícil imaginarme a qué se debía. Todos nos habíamos arriesgado por salvar a Ailios creyendo que él nos ayudaría a eliminar al Concilio de los Oscuros y en cambio se había quitado la vida frente a nosotros.
Aun así nuestra lucha no había sido en vano, ahora solo quedaban tres warlocks. Y si en verdad había sido Akashik actuando desde las sombras, tal vez eliminaría a los otros ahorrándonos el trabajo. Estaba decepcionada por lo ocurrido con Ailios, pero todos habíamos logrado escapar con vida y eso era lo importante.
—Quiero ver el resto de la cueva —dije poniéndome de pie.
Esperaba encontrar más pertenencias de Ailios, algo que me ayudara a comprender lo que había pasado. Caminé adentrándome en el resto de la cueva, esta se volvió más angosta y pasé por un estrecho pasaje que salía al valle. El paisaje era hermoso. Un manto de flores cubría el pasto y había una laguna con agua cristalina. Caminé hacia allí y noté una pequeña huerta a su lado. Ailios se las había ingeniado bien para sobrevivir.
Escuché pasos y vi al mago caminando hacia mí, parecía molesto.
—Tu herida aún está abierta, no deberías estar aquí, Zul.
—Todo ha sido en vano, cada uno de nosotros expuso su vida para liberarlo —espetó molesto—. ¿Cómo es posible, Adhara? Era un elfo.
—Lo sé, he estado pensando en eso todo este tiempo. De no haberlo presenciado jamás creería algo así posible —respondí.
Y por primera vez comencé a pensar que tal vez sería mejor no entenderlo, hurgar dentro de tan profunda oscuridad sería peligroso.
—¿Crees que Akashik los traicionó? —pregunté pensativa.
—No sé qué pensar, todo es demasiado confuso —replicó Zul—. Pero la voz de Sabik sonaba tan sorprendida como certera.
—Si Akashik logró hacer eso con la mente de Ailios, podría haber acabado con todos nosotros él solo y aun así decidió no hacerlo. Su propósito es un misterio…
Zul estiró su mano en busca de la mía y permití que la tomara intentando ocultar mi sorpresa.
—Odio tener que pedir más de ti Adhara, pero debemos seguir el camino que indica el pergamino y encontrar el Corazón del Dragón, es nuestra única opción —dijo el mago.
—No es necesario que me lo pidas, Zul —respondí—. El camino será largo pero de alguna manera terminaremos con ellos.
Me sonrió y su expresión se ablandó, parecía aliviado. ¿Cómo podía pensar que no continuaría ayudándolo? Después de todo lo que habíamos pasado era ridículo pensar que simplemente lo abandonaría.
—Warrick, ¿alguna vez has escuchado el nombre? —preguntó el mago.
—No —respondí—. Debe ser humano. De lo contrario habría oído de él en Alyssian.
El mago se tambaleó y puse mi brazo alrededor de él, ayudándolo a volver a la cueva. No tardaría en anochecer, sería demasiado arriesgado pasar la noche allí.
—Sorcha no pudo matarme —dijo Zul en voz baja.
—No —respondí con una sonrisa—. Ahora ninguno de los dos podrá dañarse, al menos no con magia.
—Sería muy idiota de mi parte pensar que algún sentimiento hacia mí fue la causa —dijo el mago—. ¿Qué la detuvo?
Eso no lo podía responder y adivinar sería jugar con los sentimientos del mago.
—No lo sé —respondí simplemente.
Al llegar, Zul fue junto a Talfan y tomó su mano, su estado no había cambiado. Zada estaba despierta y los observaba con lágrimas en sus ojos. Le pedí a Aiden que me acompañara y fui a buscar los caballos. En la montura de Daeron había un paquete con vendas, aguja e hilo. Los había empacado presintiendo que los necesitaríamos. El lugar parecía desierto, no había rastros de Seith y Sorcha. Al regresar cosí la herida en el brazo de Aiden y vendé su pierna. Era la primera vez que cosía una herida pero por fortuna había visto a elfos hacerlo en Alyssian y tenía buena memoria. Era el turno del mago, fui hacia él pero me detuve en seco al ver la mirada en sus ojos.
—Zul…
—Hay algo mal con él —dijo Zul alarmado—. No puedo sentir su magia.
Puse una mano sobre el pecho de Talfan, su ritmo cardíaco continuaba débil, pero eso no era lo que me preocupaba. Su cuerpo estaba frío y había algo diferente en él pero no estaba segura de lo que era. Llevé mi otra mano hacia Zul y la apoyé en su hombro, si me concentraba podía sentir su magia. Volví mi atención a Talfan, nada. Me alejé de él con una expresión de horror, Zul estaba en lo cierto. ¿Cómo era posible?
—Yo tampoco puedo sentirla —dije.
Zul me miró incrédulo y puso sus manos sobre su viejo maestro.
—¡Talfan! —gritó sacudiéndolo.
Utilizó un hechizo para curar los raspones y quemaduras en su cuerpo pero continuó inconsciente.
—¡Talfan!
Zada se dejó caer en el suelo, llorando de forma desconsolada. Aiden fue hacia ella e intentó calmarla.
—¡Por favor, despierta! —gritó el mago, sacudiendo el cuerpo de Talfan con más fuerza.
Sujeté a Zul impidiendo que recitara otro hechizo.
—No puedes usar magia en tu estado, es peligroso.
Forcejeó para soltarse y Aiden me ayudó a sujetarlo.
—No puedes hacer nada más por él. Debemos esperar —dijo Aiden.
—¿Vivirá? —preguntó Zada sollozando.
—Su corazón aún late, se encuentra con vida —le aseguré—. Tardará en despertar, pero lo hará.
—¿Y qué hay de su magia? —preguntó Zul desesperado.
—No lo sé —hice una pausa, pensativa—. Su magia ya se encontraba debilitada, el enfrentamiento con los warlocks fue un límite que no debió haber cruzado.
Zul se arrodilló al lado de Talfan, había algo nuevo en su mirada, culpa. Sabía lo que pensaba, debimos haber peleado nosotros tres; Zada y Talfan no habían estado en condiciones de hacerlo. Tal vez tenía razón, pero ya era demasiado tarde.