Era una noche despejada y nos encontrábamos a horas de Elnath. Habíamos tardado cuatro días en llegar, los primeros dos habían sido de marcha constante y pocas horas de sueño, y los demás habíamos descansado. Si llegábamos exhaustos no estaríamos en buenas condiciones para pelear, fue por eso que habíamos disminuido la marcha y todos habíamos tenido una oportunidad de dormir. Continuaríamos al amanecer. Si llegábamos de noche, corríamos el riesgo de luchar a oscuras, lo que solo generaría caos y confusión.
Zul se alejó un poco de nosotros buscando soledad y claridad mental. Junté ramas secas junto a Aiden y utilicé magia para prender una fogata. Me había llevado mucha práctica pero había logrado dominar el hechizo. Era un alivio saber que podía conjurar fuego si lo necesitaba. Zada miró de reojo a su hermano para asegurarse que no se alejara y vino a sentarse a mi lado. Esto me extrañó dado que había mantenido su distancia en los últimos días, era amable conmigo pero me evitaba cuando me encontraba con Aiden. La única explicación que encontraba era que debía considerarlo una traición a su hermano. Lo veía en su mirada, por momentos se sentía a gusto en mi compañía y luego sin motivo alguno su mirada se volvía algo acusadora. Intenté que no me afectara, sabía que lo hacía por lealtad a Zul y no por algo personal. Pero esta noche había algo diferente en ella, sus ojos grises se habían vuelto un enigma al igual que los del mago y su piel se veía más pálida.
—¿Te encuentras bien, Zada? —pregunté en voz baja para no alarmar a nadie.
Ella miró a nuestro alrededor para asegurarse de que nadie la oyera.
—Los nervios están comenzando a afectarme —respondió—. ¿Cómo haces para controlarlos?
Los nervios nos estaban comenzando a afectar a todos, pero los demás lo escondían mejor que ella. Zul y Aiden lucían compuestos pero en el fondo debían estar haciéndose la misma pregunta que me hacía yo desde que partimos de Saiph. ¿Qué perderíamos? Quería creer que todos sobreviviríamos pero no sabía que nos esperaba en Elnath. No sería una lucha fácil, alguien caería.
—Mantén tu mente fuerte y no dejes que el miedo te haga cometer errores, Zada. Debes pensar con la misma claridad con la que lo haces cuando practicas —repliqué.
Si Zul caía, sería una pérdida difícil de superar. Si Aiden caía, yo lo haría junto a él.
—Eres una buena maestra, he aprendido observándote —dijo Zada.
—Eres hábil con las armas, en especial con el arco y flecha. Pero no voy a mentirte, si dejas tu escondite te encontrarás en desventaja.
No quería desalentarla pero en el medio de la pelea sería una carga más que una ayuda.
—Pagarán por lo que hicieron… —susurró Zada—. Aun si luchar en nombre de mis padres significa unirme a ellos.
—Eso no sucederá, Zada —dije en tono severo—. Piensa en Zul y mantente con vida.
Levantó la mirada sorprendida ante mi orden pero había comprensión en sus ojos. Sabía que si el mago escuchaba nuestra conversación no dudaría en hacer que Zada regresara a Saiph. Pero no era momento de decir algo que pudiera alterar sus emociones. La ansiedad crecía cada segundo y controlarla no era algo sencillo. Talfan era el único que genuinamente parecía sereno. Se sentó en un tronco a mirar las estrellas por un rato y luego fue hacia Zul y palmeó su hombro.
—Te encuentras destinado a grandes cosas, Zulen —dijo Talfan.
Sus palabras no eran de ayuda, la expresión del mago se volvió menos resuelta y más sombría. Aiden había estado en lo cierto, tal vez a lo que más temía Zul era a decepcionarlo.
—Le harías un favor si dejaras de recordárselo —dije a modo de advertencia.
Talfan me miró sorprendido; Zul, agradecido. No quería ser descortés pero no era momento para que el mago se desmoronara ante la presión.
Pasamos el resto de la noche en silencio y nos turnamos para hacer guardia durmiendo pocas horas. A decir verdad era descansar con los ojos cerrados. Estaba demasiado consciente de todo lo que sucedía a mi alrededor como para poder dormir.
A la mañana, el clima de tensión se podía respirar. Me ajusté los protectores en las piernas y el pecho, que había aflojado para poder descansar. Aún me resultaban algo incómodos pero me había acostumbrado a moverme con ellos.
Talfan tomó la rama de un árbol, dibujó un círculo en la tierra y nos pidió a Aiden, Zada y a mí que nos paráramos dentro de él. No le era posible protegernos de la magia pero se encontraba determinado a protegernos de determinado tipo de hechizos, como el que había utilizado Seith para inmovilizarme. Él y Zul se pararon en ambos lados del círculo y tras decir unas palabras al unísono una luz blanca recorrió la circunferencia que había marcado Talfan, envolviéndonos en un brillo que cubrió nuestros cuerpos. Fue una sensación extraña pero era un alivio saber que los trucos de Seith no funcionarían.
—Solo falta un detalle —dijo Zul.
Fue hacia su bolsa de viaje y regresó con dos máscaras plateadas.
—Los warlocks no saben acerca de ustedes, es mejor que no vean sus rostros —dijo el mago entregándoles máscaras a Talfan y Zada—. De esta manera podremos regresar a nuestra vida en Saiph.
Zul añoraba lo mismo que yo, una vida normal luego de destruir a aquellos que lo impedían. Reconocí las máscaras, las había visto en un negocio en Izar cuando fuimos a comprar la ropa para el baile. Una era dorada y la otra plateada, planas, sin ningún dibujo o adorno y cubrían todo el rostro. No lo había visto comprarlas.
Listos para enfrentar lo que nos esperaba, intercambiamos miradas y partimos hacia Elnath. Las horas se volvieron minutos y los minutos segundos. La ansiedad crecía con cada paso que dábamos, pero me las ingenié para controlarla. Cuando nos encontramos lo suficientemente cerca, desmontamos y comenzamos a caminar hacia el pasaje que llevaba al valle entre las montañas. Según el mapa la única entrada era una cueva que se abría paso hasta el valle.
Por un momento creí que el camino se encontraba despejado y continué acercándome. Fue allí cuando vi siluetas a la distancia, eran ellos. La adrenalina apareció en segundos, corriendo por mis venas como una llamarada de fuego. Me obligué a calmarme extinguiendo parte del fuego que incitaba a mi cuerpo a correr hacia ellos y acabarlos. En ese momento me di cuenta de que había cambiado, en verdad me encontraba dispuesta a matarlos. Aiden estaba a mi diestra; espada en mano, su determinación era inquebrantable. Zul, a mi izquierda; sus nervios se desvanecían a medida que se acercaba a los que habían asesinado a su familia, sus misteriosos ojos grises brillaban con un peligro inminente. Tomé la empuñadura de Glace y me concentré en las cuatro siluetas frente a nosotros permitiendo que mis instintos élficos tomaran el control.