Intenté descansar antes de que Zada y mis abuelos llegaran pero dormir ya no era tan simple como antes. Mis sentidos se encontraban más agudos que nunca dado las posibles amenazas que acechaban en todos lados. El Concilio de los Oscuros controlaba a la reina Lysha y ella gobernaba Lesath, por lo tanto todo Lesath se volvería en nuestra contra. En los días pasados, Zul me había asegurado que los warlocks no se arriesgarían a utilizar la guardia real porque sería demasiado riesgoso y parte de la verdad podría quedar expuesta. De lo contrario la habrían utilizado años atrás para encontrarlos a él y Aiden. Pero se había equivocado, el juego ya no era el mismo, ahora que alguien con sangre élfica había aparecido sus tácticas se volverían más brutales e incluso tal vez descuidadas. Esperaba que castigaran a Seith por haber actuado sin ellos, llevarme en busca de Ailios sin su aprobación debió hacer que se replantearan su lealtad. Tras ver cómo uno de los warlocks había tratado a Sorcha en el baile de máscaras era evidente que se encontraban dispuestos a deshacerse de ellos ante una desobediencia.
Seith pagaría. Y si no era a mano de los warlocks debía volverme lo suficientemente fuerte como para vencerlo algún día. Consumida por aquel pensamiento salté de la cama, tomé mi espada y comencé a entrenar. No me importaba si no me encontraba en mi mejor estado físico, habría tiempo de descansar a la noche. La velocidad ya no era un problema, había probado ser más rápida que él. Ahora debía aumentar mi resistencia y mi fuerza. La diferencia entre nosotros era que yo había entrenado un par de horas por día y él había convertido su vida en un entrenamiento severo y constante.
El Concilio de los Oscuros no descansaría hasta encontrarnos, por lo tanto nosotros tampoco podíamos descansar, de lo contrario les estaríamos dando ventaja. Esperaba que Talfan se nos uniera cuando marcháramos a librar a Ailios, era viejo pero había magia en él, podía sentirlo. Pero nuestra mayor esperanza era Zul, era más poderoso de lo que aún él pensaba, lo había presentido el día que nos conocimos. Tras pensar esto comprendí lo difícil que debía ser para el mago cargar con ese peso. Aiden estaba en lo correcto, Zul no quería ser la única esperanza de librar a Lesath del mal oculto que lo dominaba. Era más peso del que cualquier persona podía soportar, no podía ser el único destinado a tal tarea.
Alguien golpeó la puerta de la habitación y esta se abrió cuando me encontraba en mitad de un giro cambiando la espada de mano. Aiden se detuvo en seco al verme y recorrió la habitación con sus ojos mientras tomaba su espada.
—Solo estoy entrenando —dije.
Bajó su espada aliviado, sus sentidos se encontraban tan alerta como los míos, no volveríamos a tener paz hasta que esta pesadilla terminara.
—Deberías estar descansando —respondió con reproche.
—No puedo. No se detendrán hasta encontrarnos.
Se acercó a mí, obligándome a bajar la espada y me llevó a que me sentara sobre la cama.
—Lo sé, pero pronto partiremos de nuevo. Debemos descansar mientras podamos —replicó.
Aiden se sentó a mi lado y apoyé mi cabeza en sus piernas. Me resultaría más fácil descansar con él en la habitación vigilando. Por todo lo que sabíamos podían saltar por la ventana en cualquier momento y matarnos a todos. Sentí sus manos sobre mi cabello e intenté controlar el rubor en mis mejillas. Me había acostumbrado a su tacto pero, al estar solos en la habitación, había cierta intimidad que era nueva para mí.
—¿Por qué estás tan decidida a pelear contra el Concilio? —preguntó Aiden—. Sé que no es solo porque quieres ayudar a Zul.
Lo miré a los ojos. Estaba en lo cierto, me alegraba poder ayudar al mago pero mi verdadero propósito se encontraba más cercano a mi corazón.
—Quiero quedarme en Lesath. Quiero construir mi vida aquí, contigo —dije.
No estaba segura de cuándo había tomado la decisión, pero sabía que era la correcta. En estas tierras había encontrado un sentido de pertenencia y de propósito que nunca había sentido en Alyssian.
La mirada de Aiden se volvió tan cálida e intensa que sentí mi corazón acelerarse.
—¿Por qué peleas tú? —pregunté.
—¿No es evidente? —respondió con una sonrisa.
Se inclinó hacia mí y besó mis labios.
—Peleo por ti y por nuestro futuro —me susurró.
Tomé su rostro en mis manos, atrayéndolo hacia mí para que el beso no terminara. No recordaba haberme sentido tan feliz como en ese momento. Con Aiden a mi lado finalmente logré relajarme y dormir un rato.
Un ruido me despertó poco tiempo después y mi cuerpo se volvió a tensar. Tomé a Glace al mismo tiempo que Aiden tomó su espada. Intercambiamos miradas intentando descifrar de dónde provenía el ruido. Era un aullido, escuché con atención y corrí hacia la puerta al darme cuenta de que se trataba de Tarf. El zorro anaranjado se encontraba por lo menos tres veces más grande que la última vez que lo había visto. Se abalanzó sobre mí y comenzó a lamerme olvidando que ya no era tan liviano como cuando era cachorro.
—¡Adhara!
Reconocí la voz de Iara y al levantar la vista sus brazos tomaron mis hombros estrujándome contra ella. Me sentí dividida entre una mezcla de alivio al ver que se encontraba bien y una sensación de sorpresa que no podía evitar sentir ante su abrazo repentino. La abracé con fuerza para demostrarle que también me había preocupado por ella pero en el momento en que intenté alejarme su brazo no me lo permitió.
—Adhara, tenía tanto miedo de que algo te hubiera sucedido —sollozó—. Sentí tanta culpa por no haber sabido…
—Me encuentro bien —le aseguré en tono amable.
Me armé de paciencia halagada por su afecto pero sus brazos alrededor de mi cuello se estaban volviendo difíciles de ignorar.
—La estás abrumando, Iara —dijo la voz de Helios—. Déjala tomar aire.
Sus brazos se aflojaron y me alejé con más prisa de la debida. Miré a mi abuelo agradecida recordando su buena percepción.
—Me alegro de que ambos se encuentren bien. Lo siento tanto, no tenía idea del peligro en el que los había puesto al venir a Lesath —dije dándole un abrazo a mi abuelo.
—Lamento haberlo negado aquel día cuando me preguntaste —respondió Helios—. Hemos estado ciegos.
—No es su culpa, yo tampoco lo creí al principio —dije mirando a Aiden y recordando que había pensado que se trataba de un lunático.
Aiden reprimió una sonrisa probablemente recordando lo mismo que yo. Zul y Zada entraron en la sala y ella se acercó a mí ofreciéndome su mano. Gesto que fue conveniente ya que necesitaba descansar de los abrazos por un rato.
—Bienvenida, Adhara.
—Gracias por traerlos a salvo, Zada —dije apretando su mano.
Zada asintió, contenta de haber cumplido una de las pocas misiones que le habían encomendado.
—Esta encantadora joven nos contó lo que había sucedido y nos guio hasta aquí —dijo Iara acariciando su pelo.
Tomé a Tarf en mis brazos con un poco de fuerza y absorbí la imagen frente a mí, todos se encontraban bien. Aiden puso una mano en mi hombro alentándome a disfrutar el momento y palmeando la cabeza de Tarf, quien no cesaba de olfatearlo.
—¿Quién es este muchacho, Adhara? —preguntó Iara.
Su mirada se encontraba fija en Aiden, pero la pregunta había sido tan repentina que decidí distraerla con Zul hasta encontrar las palabras correctas.
—Él es Zul Florian —dije indicando al mago—. Es un buen amigo y el hermano de Zada.
Aiden me miró acusándome. Mis abuelos estrecharon la mano del mago y luego volvieron su atención hacia nosotros; observaban a Aiden de manera expectante.
—Él es Aiden Moor —dije simplemente.
Se enfadaría si lo presentaba de la misma manera que a Zul, como a un amigo; no estaba segura de cuál sería la palabra correcta.
—Es un gusto conocerlos —dijo Aiden tomando el asunto en sus propias manos—. Su nieta es realmente hermosa, me siento honrado de tenerla a mi lado.
Lo miré alarmada, intentando disimular la sorpresa en mi rostro; sus palabras habían sido dulces, sin mencionar fuera de lugar. El mago dejó escapar una sonrisa y luego, cuando Zada lo miró, su expresión pasó de alegre a agonizante en solo segundos; eso no podía ser bueno, no quería que su hermana pensara que había lastimado sus sentimientos. Iara parecía encantada ante el comentario y le sonreía a Aiden analizándolo más de cerca. Talfan observaba a Zada que miraba a Zul y Helios parecía perdido en algún pensamiento.
—Oh, Adhara. ¡Has encontrado novio! —exclamó Iara.
—Supongo que puedes llamarlo así… —respondí.
—Y es un humano —dijo encantada—. Eres humano, ¿verdad?
—Lo soy —replicó Aiden confundido.
Ahora comprendía a qué se debía su felicidad. Mi madre se había enamorado de un elfo y había dejado estas tierras para vivir en Alyssian, yo me había enamorado de un mortal y debería dejar Alyssian para vivir en estas tierras. Los elfos habían hecho una excepción poco usual al dejar que mi madre viviera entre ellos. Un humano era suficiente; en caso de que quisiera regresar, no le extenderían aquella cortesía a Aiden.
—¿Él fue el causante de que te encontraras empapada en la puerta aquel día de lluvia? —me susurró Helios.
—Así es —respondí sorprendida de que lo recordara—. Pero solo intentaba protegerme.
—Eso lo descubriste aquella noche que desapareciste y dejaste la nota —dijo Helios.
—Algo así…
A decir verdad me llevó bastante más tiempo descubrirlo, pero pensaría que era una inconsciente si lo admitía. Iara me abrazó nuevamente y nos alejamos un poco de los demás para poder hablar más tranquilas. Pasé el resto de la tarde junto a ellos y Aiden. Tras evadir la pregunta en varias ocasiones finalmente les conté parte de lo ocurrido desde que dejamos Naos, omitiendo a los Garms y a Seith para preservar la salud de Iara.
El hecho de que parecía horrorizada con mi versión de la historia era prueba de que había hecho lo correcto. Helios por su parte había adivinado que aquella no era la historia completa, pero decidió no decir nada al respecto, de seguro comprendía la razón. Una vez que se recuperó del efecto que le había causado mi relato, Iara me informó con una sonrisa que Lachlan Grey y Louvain Merrows se habían casado a los pocos días de mi partida, en una linda ceremonia al atardecer. Me había olvidado por completo de ellos. Recordé mis conversaciones con Lachlan y me alegré de que hubieran resuelto sus problemas. Aiden parecía más interesado en la conversación que yo a pesar de que jamás había hablado con ellos, y no fue hasta que comenzó a preguntarle a mi abuela sobre detalles de la ceremonia que adiviné lo que cruzaba su mente. Al igual que yo jamás había presenciado un casamiento.
No fue hasta pasada la medianoche que Iara y Helios finalmente se fueron ya que no había más lugar en la casa. Era tarde pero solo una corta caminata nos separaba del pueblo. El entorno dejó de ser cálido y se tornó serio desde el momento en que los vimos alejarse por la ventana. Era momento de planear. Zul, Aiden, Talfan, Zada y yo nos sentamos a la mesa y tomamos el mapa buscando el camino más corto hacia donde se encontraba Ailios, estudiando las posibles entradas. No llevó mucho análisis darnos cuenta de que la perspectiva no era buena. Ailios se encontraba en un valle escondido entre las montañas de Elnath. Y al estar rodeado por una cadena de rocas la única entrada posible era un angosto pasaje en una cueva.
—Hay una posibilidad de que los warlocks nos estén esperando. Saben que Adhara es una elfa, si descubrieron que robamos el mapa, saben lo que intentamos hacer —dijo Zul.
De ser solo los Nawas, los superábamos en número, ya que solo quedaban Seith y Sorcha y seríamos cinco si Zada y Talfan se nos unían. Pero si los warlocks decidían hacer una aparición la posibilidad de victoria se volvía en nuestra contra.
Zul y Talfan estaban convencidos de que no se arriesgarían a exponer a todo el Concilio, pero no podíamos estar seguros de cuántos warlocks se nos opondrían. Dos, tres, cuatro… era imposible saberlo. Aiden pensaba que tres era una apuesta segura y decidimos arriesgarnos a hacer una estrategia en base a ello.
Seríamos cinco contra cinco. Dos Nawas y tres warlocks contra dos magos, un guerrero, una humana y una elfa mitad humana. Comenzamos a pensar quién tendría mayor probabilidad de éxito contra quién, cuando Zul se puso de pie y se negó a dejar que Zada nos acompañara. A lo que Aiden no tuvo mejor idea que unírsele y decir que era mejor si iban los hombres, y Zada y yo aguardábamos aquí. Esto destruía todo el punto de la misión ya que yo era la única con sangre élfica que podía romper la barrera que retenía a Ailios. Debí esforzarme para no sonreír cuando Zul se lo recordó, no podía evitar que fuera.
Zul y Zada discutieron hasta quedarse sin voz. No fue hasta que ambos se cansaron de discutir que Talfan decidió intervenir en favor de Zada, diciendo que esta decisión le pertenecía solo a ella. Zul le dirigió una mirada dolida a Talfan y tras levantarse de la mesa e ir hacia la puerta, Aiden le recordó que sería riesgoso dejar la casa debido a los carteles distribuidos en el pueblo. El mago maldijo, dejó la sala, y se encerró en la habitación.
Era extraño ver a Zul comportarse de esa manera, era Aiden quien solía irse cuando no estaba de acuerdo con algo. Zada era su último familiar con vida, comprendía por qué quería protegerla a toda costa, pero ella también tenía derecho a luchar contra aquellos que le habían quitado la vida a su familia. Decidí que no tomaría posición pero intentaría permanecer cerca de Zada por si acaso. Zul no se merecía más desgracia de la que tenía. No iba a ser fácil, él no podía luchar contra Sorcha, por lo cual me había ofrecido a mí luchar contra ella. Aiden había dejado claras sus intenciones de acabar con Seith, quien no perdería una oportunidad para lastimarlo, por lo cual Seith también sería mi rival.
Zul enfrentaría a un warlock, Talfan a otro y quien terminara con su oponente primero se encargaría del warlock restante. Y tras un largo debate entre Zada y Talfan, quien llegó a la conclusión de que el mago se encontraría demasiado preocupado por su hermana como para poder concentrarse por completo, finalmente acordaron que Zada permanecería escondida asistiéndonos a todos con su arco y flecha. No parecía nada contenta pero desistió del tema sabiendo que tenía suerte en venir con nosotros.
El plan no era perfecto pero al menos teníamos una estrategia en caso de enfrentarnos a ellos. Yo pelearía contra Sorcha, Aiden contra Seith, y Zul y Talfan se encargarían de los warlocks. Hablamos un rato más y dejamos la mesa exhaustos tras haber acordado que marcharíamos a Elnath en dos días.
No estaba segura de qué hora era cuando me desperté al día siguiente, mi cuerpo se encontraba descansado pero mis sentidos habían permanecido alerta y no había dormido del todo bien. Había algo que me molestaba y no lo podía apartar de mi mente. Me había ofrecido a luchar contra Sorcha para evitarle un problema a Zul, pero en verdad quería enfrentarme a Seith. Quería probarme a mí misma que podía derrotarlo. Y no era solo eso, temía lo que debía hacer si peleaba contra Sorcha.
Salí de la cama. Tarf había dormido hecho un ovillo a mi lado y me había transmitido un poco de su paz, era gracias a él que había podido dormir. Estaba agradecida de que el zorrito se hubiera negado a irse el día anterior. Tras ver que me encontraba despierta saltó de la cama y corrió hacia la sala aullando, claramente estaba tan hambriento como yo. La sala estaba desierta, para una casa en la que se alojaba tanta gente era extraño que no hubiera nadie. Necesitaba hablar con el mago, debí hacerlo la noche anterior pero no quise molestarlo luego de la forma abrupta en la que se había ido. Fui hacia el rincón donde se encontraba el tapete debajo del cual se escondía la puerta trampa, pero permanecí quieta al oír voces. Las palabras se escuchaban distorsionadas, entreabrí silenciosamente la puerta y me concentré hasta escucharlas con claridad.
—No quiero discutir contigo, Zul. Guarda silencio y déjame hablar —dijo la voz de Aiden.
—No es un buen día para mí —respondió Zul.
A Aiden le llevó unos minutos responder.
—¿Es por Zada?
—Entre otras cosas —replicó el mago.
—Lamento molestarte pero dudo que tengamos otra oportunidad para hacer esto —insistió Aiden—. Quiero agradecerte por haberme ayudado a buscar a Adhara y salvarla de Seith. Ahora sé que no es solo por la misión, en verdad te preocupas por ella.
A esto le siguió silencio y me imaginé al mago asintiendo.
—Lamento si el vernos juntos estos días te causaron… dolor —agregó Aiden.
Lo sabía. Aiden, al igual que Zada, pensaba que el mago sentía algo por mí, algo más que amistad. Esperaba que la actitud de Aiden lograra que el mago confesara la verdad sobre sus sentimientos por Sorcha.
—Si quieres disculparte por algo, hazlo por no haber hecho nada para ayudarme en todo este tiempo, no por Adhara —respondió Zul molesto—. Te salvé y te fuiste, continuaste tu vida como si nada.
Silencio.
—No sabes lo que fue ser un Nawa, ser parte de ellos durante todos esos años. Odiaba en lo que me estaba convirtiendo, mis únicos recuerdos son de maldad, dolor y arrepentimiento —respondió Aiden—. Salvaste mi vida y por eso siempre estaré en deuda contigo, Zul; pero de haberme quedado aquí, pensando día tras día en cómo hacer para matarlos, hubiese perdido la cabeza.
—Eso no excusa tu comportamiento —replicó Zul.
Sabía que la relación entre ambos era complicada, pero recién ahora comenzaba a entender por qué.
—Sé que nuestros objetivos han sido diferentes. Tú te has desvivido buscando una forma de acabar con el Concilio y yo he luchado por dejar mi pasado atrás y formar una nueva vida, pero ahora que nos encontramos frente a los mismos obstáculos, lucharé a tu lado —dijo Aiden.
—Yo lucharé por terminar con la vida de cada uno de los integrantes del Concilio de los Oscuros. Lucharé por la memoria de mis padres y por Lesath, tú lo harás por Adhara, por mantenerla a salvo —respondió.
—El enemigo es el mismo, haré todo lo posible por ayudarte a eliminarlos.
Zul dijo algo en voz baja pero no logré oír las palabras.
—Hay algo mal contigo, no pareces tú mismo —dijo Aiden.
—Estoy bien —respondió Zul.
—No has dormido, te oí moverte toda la noche.
Sabía qué era lo que estaba molestando al mago porque era lo mismo que me había estado molestando a mí.
—Aiden ve…
—¿Es algo relacionado con Adhara? —lo interrumpió Aiden—. ¿O es Sorcha?
Silencio. El mago debía estar tan atónito como yo.
—¿Sorcha?
—Cuando nos enfrentamos a ella y Zafir en el bosque dijiste que tu magia no funcionaba contra ella.
—Si, utilizó magia antigua —se apresuró a decir Zul.
—Sorcha es despiadada y peligrosa, créeme yo también la quiero muerta —replicó Aiden—. Pero no debes preocuparte. Adhara es hábil y audaz con la espada, acabará con ella.
—No lo dudo —respondió, su voz turbada.
Aiden sin saberlo había arribado al tema que necesitaba discutir con urgencia.
—¿Entonces qué es lo que…?
—Estoy preocupado por Zada y Adhara, y no quiero hablar sobre ello —lo interrumpió el mago casi gritando.
Por un momento creí que estaba considerando decir algo sobre Sorcha, pero el mago parecía desesperado por evitar el tema.
—Debes calmarte, no puedes pelear en ese estado. No sé mucho sobre magia pero sé que debes estar en perfecto control de ti mismo para que funcione.
Zul me había dicho esas mismas palabras a mí, era irónico que ahora Aiden se las recordara a él.
—Soy un mago, sé lo que eso significa mejor que tú —respondió Zul—. Y hablar contigo no me está ayudando a calmarme, Aiden.
—Talfan va a cuidar a Zada y yo me aseguraré de que nadie lastime a Adhara. Van a estar bien.
Silencio.
—Entiendo lo que sientes por Adhara —dijo Zul—. No me opondré a que estén juntos.
Su voz no sonaba ni la mitad de perturbada que cuando mencionó a Sorcha. ¿Cómo podía Aiden no darse cuenta?
—Tal vez fue un error que tú y yo no hayamos sido amigos desde el comienzo —respondió Aiden.
Escuché pasos y me apresuré a alejarme de la puerta, cerrando el hocico de Tarf para evitar que hiciera ruido ante mi repentino movimiento. Aiden salió de la puerta trampa y al verme allí me miró de manera sospechosa. Sonreí de manera inocente, pretendiendo estar peinando a Tarf. Aiden vino hacia mí y me saludó con un cálido beso. Le daría al mago un momento para que se reponga, la conversación que debíamos tener no sería sencilla. Talfan y Zada dejaron una nota diciendo que habían ido al pueblo a averiguar si la guardia de la reina aún se encontraba allí. Busqué comida para Tarf mientras Aiden preparaba algo para nosotros. Una vez que terminamos de comer, tomé el tercer plato que se encontraba intacto en la mesa y me dirigí a la puerta trampa. Aiden me miró algo curioso pero no dijo nada al respecto, dudé un poco antes de bajar temiendo que se comportara de la misma manera en que me había comportado yo y escuchara nuestra conversación. Por fortuna, Tarf corrió hacia el jardín y Aiden fue tras él para evitar que molestara a los animales de la granja.
Entré silenciosamente en la habitación del mago, que se encontraba acostado en su cama mirando hacia el techo con las manos detrás de su cabeza. Su expresión era difícil de leer. No quería molestarlo con decisiones que sabía que no quería tomar pero necesitaba su aprobación y si no podía dármela al menos necesitaba saber que podía perdonarme.
—Adhara.
Solo él y en ocasiones Aiden podían oír mis pasos.
—Zul —respondí.
Me senté en el borde de la cama, su mirada aún se encontraba en las estrellas pintadas en el techo pero sabía que me estaba escuchando.
—Escuché tu conversación con Aiden —confesé.
No había razón para ocultárselo.
—Lamento haber mentido, pero todos quieren a Sorcha muerta… —hizo una pausa y sus ojos buscaron los míos—. Gracias por ofrecerte a pelear contra ella. No sabes cuánto te lo agradezco, Adhara. Sé qué prefieres enfrentarte a Seith.
Odiaba tener que decirlo pero necesitaba hacerlo.
—No quiero matar a Sorcha, pero no tengo otra opción.
—Lo sé —respondió el mago con un hilo de voz.
—Necesito saber si podrás perdonarme.
El mago me miró de una forma difícil de describir y me abrazó. Era bueno que el tacto de Zul no me molestara, la sensación no era cálida como cuando tocaba a Aiden, era diferente, cómoda, reconfortante.
—No hay nada que perdonar. Es mi culpa por haberme enamorado de alguien tan… vil —su voz sonaba entrecortada—. Estaría perdido sin ti, Adhara.
Lo abracé, sintiéndome culpable por algo que aún no había ocurrido. La culpa era un sentimiento completamente nuevo para mí, uno que definitivamente desearía no haber conocido. Desde aquel día que dejé Naos en la noche encontraba la culpa como algo molesto. Pero esta culpa era diferente, era más profunda.
—Talfan le dijo a Zada que era mejor si buscaba un escondite cerca de nosotros para utilizar su arco y flecha, no quiere que te desconcentres —dije para animarlo.
—Es algo —replicó el mago.
Se apartó de mí, sus ojos estaban algo vidriosos pero no había lágrimas en ellos.
—Tienes que olvidarte de todo lo que estas sintiendo. Aiden tiene razón, no puedes pelear en este estado.
—Nunca pensé que oiría a Aiden darme una lección sobre cómo utilizar magia.
—Tampoco yo —respondí—. Sé que la relación entre ustedes es complicada, pero parecía preocupado por ti.
—No debí desquitarme con él, pero no pude evitarlo —hizo una pausa y continuó—. Yo mismo estuve cerca de matar a Sorcha, no comprendo por qué me siento de esta manera. Debería poder aceptarlo, no quiero sentir lo que estoy sintiendo.
—Tal vez deberías hablar con Talfan —sugerí.
—No —espetó Zul—. Nadie puede saber sobre esto, es humillante de solo pensarlo.
Palmeé su espalda.
—Eres una persona fuerte Zul, controla tus emociones y concéntrate en cómo harás para derrotar a los warlocks —dije—. Intenta conservar la razón hasta que nos la hayamos ingeniado para liberar a Ailios y permanecer con vida.
El mago asintió pensativo. Aún lucía triste, pero parecía más resuelto a dejarlo ir.
—Necesito hacerte una pregunta importante. ¿Hay algún hechizo que me permita comunicarme con Aiden en caso de que nos separemos? —pregunté—. La incertidumbre es algo que no volveré a tolerar.
Zul permaneció pensativo unos segundos.
—Puedo crear una conexión entre ustedes, pero no les permitirá mantener una conversación, más bien una o dos palabras sueltas en su mente.
Eso era suficiente.
—Debes tener algo de él y darle algo tuyo, una vez que lo hagan dime y haré el resto.
Toqué el collar en mi cuello, Aiden me lo había dado. Dejé el plato de comida sobre la cama y salí de la habitación mientras el mago retomaba la misma pose en la que lo había encontrado.
Una vez que Talfan y Zada regresaron fue poco alentador escuchar que la guardia real aún se encontraba registrando Saiph. Me apresuré a buscar a Aiden y entrenar antes de que Iara y Helios vinieran de visita. Aún se limitaba demasiado para evitar lastimarme pero era mejor que entrenar sola, jamás mejoraría sin un oponente. Necesitaba a Astran, mi maestro; odiaba admitirlo debido a la frustración que me habían causado sus clases pero había estado en lo correcto al empujarme a desafiar mis límites. Si al menos tuviera solo un día con él podría hacer un verdadero avance. Blandí mi espada una y otra vez, obligando a Aiden a esmerarse más; este aumentó su velocidad pero no lo suficiente como para que me resultara un desafío. Zada fue la siguiente en luchar conmigo, a diferencia de Aiden lo hizo con todo lo que tenía, sin preocuparse tanto por mi seguridad, pero sus habilidades no eran tan buenas como había pensado. Comencé a entender por qué Zul se preocupaba tanto cuando logré que soltara su espada por sexta vez. No estaba en condiciones de enfrentarse a oponentes como Sorcha y Seith.
Me armé de paciencia e intenté ir instruyéndola a medida que nos íbamos moviendo. Zada siguió todas mis indicaciones y logró mejorar algo, pero no lo suficiente como para mantenerse con vida durante un verdadero enfrentamiento. Por fortuna una vez que terminamos dejó la espada de lado, y comenzó a practicar con el arco y flecha para lo que claramente poseía más talento. Su puntería era casi perfecta, definitivamente era una mejor opción de arma para ella.
Aguardé a que todos se encontraran ocupados para hablar con Talfan pero cuando finalmente logré encontrarme sola con él, Iara y Helios golpearon la puerta y perdí la oportunidad. Mi abuela se había pasado el día preparando pastelitos caseros para todos, no era uno de mis platos favoritos, pero los acepté con una sonrisa valorando su esfuerzo. Aún no les había dicho que al anochecer del siguiente día marcharíamos a Elnath; conociéndola me suplicaría que no lo hiciera, no me agradaba ponerla en aquella posición. Todavía me encontraba algo indecisa sobre qué hacer al respecto, pero irme sin decir nada sería peor que decir la verdad y despedirme.
La expresión preocupada de Helios se hacía más notable a medida que pasaban las horas. Sabía que algo no andaba bien, la tensión estaba comenzando a sentirse en todos menos en Talfan. Zul iba de una punta de la casa a la otra leyendo libros y recitando hechizos, sus nervios cada vez más notorios. Aiden pasaba cada segundo que podía a mi lado y sus ojos jamás me dejaban, como si temiera que fueran los últimos momentos que pasaríamos juntos. Y Zada se encontraba en el jardín practicando con sus armas al punto del agotamiento. Incluso a mí me resultaba difícil mantener la compostura, todos mis sentidos se encontraban alerta y en ocasiones llevaba mi mano hacia Glace cuando algún ruido me sorprendía.
Al llegar el anochecer mi abuelo no soportó más la situación. Me indicó que lo siguiera hacia una habitación vacía y me demandó la verdad. Era la primera vez que me hablaba de manera tan severa pero entendía que era producto de su preocupación. Decidida, le conté todo; adónde iríamos, los posibles peligros que nos aguardarían y que nos encontrábamos en desventaja. Le dije todo lo que necesitaba saber para llegar a la misma conclusión a la que había llegado yo. No era seguro que regresara con vida. Esto lo perturbó profundamente y le tomó unos minutos retomar el control de sí mismo.
—No lo hagas, Adhara —me dijo con voz temblorosa sabiendo mi respuesta.
—Debo hacerlo, es la única manera de quedarme en Lesath.
Quiso negarlo pero sabía que tenía razón. Se paseó por la habitación intentando calmarse pero lucía demasiado abatido como para lograrlo. Fui hacia él y lo abracé asegurándole que haría todo lo posible para mantenerme a salvo. Que regresaría. Me abrazó y me dijo que no aceptaría que no regresara. En otras palabras me dijo que era mi obligación volver, que había entrado en sus vidas ganándome un lugar en ellas y que no aceptaría que ahora me fuera.
—Iara no puede saberlo, la espera la destruiría. Le diremos que deben ocultarse por unos días —fueron sus últimas palabras antes de dejar la habitación.
Mis abuelos regresaron al pueblo luego de la cena y una vez que la sala se encontró vacía Talfan se acercó a mí, había notado mis intenciones de hablar con él. Tomamos un té en silencio y luego me expresó su gratitud por aceptar luchar junto a ellos. Zul me había dicho que Talfan era sabio y poderoso pero tras observarlo había notado una fatiga constante en su rostro. Su edad era avanzada y su cuerpo ya no estaba en condiciones de soportar el desgaste que causaba la magia. Algo me decía que ya no era fuerte como lo había sido alguna vez y una vocecita en mi cabeza susurraba que no sobreviviría a esta batalla.
—Cuando conocí a Zada en la cabaña de Gunnar, ella tenía un instrumento élfico diseñado para rastrear personas. Un amuleto —dije.
—Lo obtuve de un vendedor ambulante que ignoraba por completo su valor, creía que era un reloj dañado —respondió Talfan con una sonrisa.
¿Un reloj dañando? Me resultaba difícil de creer. La mayoría de los humanos parecían haber olvidado la existencia de los elfos.
—¿Tienes más objetos élficos?
—¿Tienes alguno especial es mente? —preguntó Talfan amablemente.
—Místicas —respondí.
—Místicas… Cristales que solo se encuentran en el Monte Luna. Poseen la propiedad de proteger a quien las cargue de ataques que involucren magia.
—Exacto —dije esperanzada.
Talfan negó con la cabeza.
—No he visto una mística desde que los elfos dejaron Lesath —respondió.
Me lamenté de no haber traído una por precaución, en Alyssian eran fáciles de encontrar.
—Una mística sería útil sin duda, pero tú posees magia aunque no hayas aprendido a controlarla —dijo Talfan—. Te arreglarás bien sin ella.
La experiencia demostraba lo contrario. Seith me había envuelto con su magia con la misma facilidad con la que yo respiraba.
—No la quiero para mí —repliqué.
Di vueltas en la cama sin lograr dormir. Nos quedaba un día de tranquilidad y al bajar el sol marcharíamos a la prisión de Ailios. Me pregunté cómo sería estar allí parada cara a cara con aquellos que no dudarían en reclamar mi vida una vez que hubiera liberado a Ailios. Akashik, Blodwen, Sabik, Mardoc y Dalamar. Sus nombres se repetían en mi mente. Por momentos creía escuchar sus voces susurrándome desde las sombras y luego todo se volvía silencio.
La madera crujió detrás de la puerta y salté de la cama tomando a Glace. Corrí hacia la puerta y aguardé lista para embestir a quien pasara.
—¿Adhara?
Aiden entró lentamente con una vela en sus manos iluminando su rostro, su mirada alerta sabiendo que me encontraba lista para atacarlo.
—¿Qué haces aquí? —pregunté bajando la espada.
—No puedo dormir.
—Tampoco yo —respondí.
Abrí la puerta indicándole que entrara.
—¿Te molesta si duermo aquí esta noche? —preguntó Aiden.
Esperaba que la vela no llegara a iluminar el rubor en mis mejillas.
—Si quieres dormiré en el piso.
—No, dormiré más tranquila contigo cerca —respondí.
—Bien, no quería dormir en el piso —dijo riendo.
Fui hacia la mesita de luz y tomé el lazo del pelo celeste que había puesto allí.
—Quiero que tengas esto —le dije poniéndolo en sus manos—. Le pedí a Zul que conjurara un hechizo para que pudiéramos comunicarnos en caso de que nos separáramos. Yo debo tener algo tuyo y tú algo mío.
Tomó el lazo y tras darle tres vueltas en su muñeca hizo un nudo. Luego llevó su mano hacia mi cuello y la apoyó sobre el collar con el zafiro que me había dado.
—Es una buena idea —respondió Aiden.
Permaneció pensativo antes de volver a hablar.
—¿Qué crees que pase si logramos liberar a Ailios?
—Creo que nos ayudará. He oído hablar de él en Alyssian, si hay alguien que puede lidiar con magia negra es Ailios.
Al despertar Aiden se encontraba durmiendo a mi lado, sus brazos alrededor de mi cuerpo. Mi mente se encontraba clara y descansada, era la primera vez que dormía en forma tan pacífica. Al confiar en su protección todos mis sentidos se habían relajado, lo cual no pasaba desde que había dejado Alyssian.
Las horas del día pasaron como minutos. Estuve la mayor parte del tiempo con mis abuelos y Tarf, dejando mis preocupaciones de lado y concentrándome en ellos. Le expliqué a Iara que nos iríamos del pueblo por unos días hasta que la guardia real dejara Saiph y tras asegurarle que estaríamos bien aceptó, a pesar de no sonar muy convencida. No me agradaba mentirle, pero era mejor que la verdad. Si creía que permanecer escondidos por unos días era peligroso, no me podía imaginar qué pensaría sobre ir a enfrentar a todo el mal de Lesath.
Llegado el atardecer abracé a ambos y me despedí. Iara sonrió convencida de que nos veríamos pronto y Helios me abrazó intentando ocultar su preocupación. Cargué a Tarf en mis brazos esperando que no fuera la última vez y tras darle un beso en la cabeza lo dejé en el piso indicándole que fuera con mis abuelos.
En cuanto la oscuridad se extendió sobre el pueblo tomamos todo lo necesario y ensillamos a los caballos. Me puse protectores de hierro en las piernas y el pecho, dejando los brazos libres para mover la espada con mayor libertad. Talfan los había conseguido para mí, Aiden y Zada. Era la primera vez que los usaba y estaba segura de que serían incómodos para montar, pero era mejor estar preparados en caso de una emboscada.
Caminamos hacia los caballos intercambiando miradas y partimos hacia Elnath sin mirar atrás.