Mis sentidos comenzaron a volver lentamente, me sentía desorientada, era una sensación que nunca había experimentado. Abrí mis ojos, aún me encontraba en el bosque, parecía de día pero había poca visibilidad porque una gran nube negra cubría el cielo. Intenté moverme y me di cuenta de que mis manos se encontraban atadas al igual que mis pies. La piel en mis brazos estaba roja donde Seith me había tocado. Miré alrededor pero no había nadie. Lo último que recordaba era la voz de Aiden y una mano en mi cuello. Seith debía haberme hechizado. Aiden, Zul… quería pensar que se encontraban bien pero no tenía forma de saberlo. Zafir no parecía un oponente difícil, le gustaba el ilusionismo y no parecía haber desarrollado otras ramas de la magia, pero Sorcha era engañosa y cruel. Intenté mantener la calma pero esta desapareció al darme cuenta de que mis orejas se encontraban al descubierto. Estaba sola y era probable que Seith se hubiera dado cuenta de lo que era. El miedo comenzó a crecer en mi pecho, temía por Aiden y Zul pero también por lo que pasaría conmigo.
Logré sentarme con un poco de esfuerzo pero las sogas no me permitieron ponerme de pie. Me sentía torpe e inmovilizada. Busqué pero no había rastros de mi espada. ¿Dónde se encontraban todos? ¿Cuánto tiempo había pasado inconsciente? Observé el cielo y la posición de las nubes, parecía ser mediodía, debían haber pasado dos o tres horas desde que los Nawas nos habían emboscado.
Mordí las sogas pero no sirvió de nada. Intenté deslizar una de mis manos a través de ella pero el nudo era demasiado grueso. No saldría de aquí por mi cuenta. ¿Pero por qué me encontraba sola? Seith no me había llevado de regreso al castillo como pensé que haría. ¿Pero por qué dejarme atada en el bosque? Tal vez no había descubierto mi secreto y solo era una humana ante sus ojos. Era difícil de creer, si había sospechado de mí y se había tomado la molestia de seguirnos, no tenía sentido dejarme aquí. A menos que Aiden y Zul lo hubieran alcanzado y me hubiesen escondido y regresado a pelear.
Grité sus nombres, Aiden, Zul, pero nadie respondió. Pensé en ellos, pensé en mis abuelos, en mis padres y en Alyssian.
Alyssian… era como un recuerdo lejano, la persona que era cuando me encontraba allí era diferente de la que se encontraba ahora atada. Había cambiado, lo sabía. En ciertos aspectos me había vuelto más humana que elfa. Pero aún era hija de mi padre, aún había sangre élfica corriendo por mis venas, y debía aferrarme a ello si quería escapar y ayudar a Aiden y al mago, dondequiera que se encontraran. El vínculo que había creado con ellos, las emociones que sentía, si algo les pasaba perdería mi lado humano. No tenía forma de saberlo con certeza y aun así estaba segura. Ellos representaban todo lo que había buscado cuando decidí dejar Alyssian para conocer el mundo de los humanos. En ese momento vi con total claridad lo importante que eran para mí.
Llevé las manos hacia mi cuello y con los dedos toqué el collar que me había regalado Aiden, eso me dio esperanza de que volvería a verlos. Pero no lograría nada esperando allí sentada, pensé, debía haber un hechizo que cortara las sogas. De seguro los elfos me habrían enseñado alguno pero no lograba recordarlo.
Pasó un rato hasta que finalmente oí pasos. Miré expectante hacia el lado del que provenían y para mi desgracia Seith no tardó en aparecer. Glace se encontraba en sus manos, era un alivio que no se hubiera perdido pero sería un problema recuperarla. Un aura fría emanaba de él y como siempre su paso era seguro, como si no temiera a nada en el mundo. Mantuve una expresión compuesta en mi rostro, no quería que supiera que me inspiraba terror.
—Sentí mi hechizo debilitarse, debe haber magia en ti, de lo contrario seguirías privada de tus sentidos —dijo con voz vacía.
—¿Dónde están Aiden y Zul?
—Eso es problema de Zafir y Sorcha —replicó—. Tu nombre es Adhara.
Permanecí en silencio.
Clavó mi espada a unos centímetros de mí, no había un solo rastro de exasperación en él. Era imposible de creer, pero no sentía ansiedad, ni furia, ni nada.
—Esta espada fue forjada por elfos.
Tomó mi pelo y en forma brusca tiró de él dejando mis orejas al descubierto. Reprimí una mueca de dolor. De haber estado suelta me hubiera arrojado sobre él, la forma en que había sujetado mi cabello me llenaba de ira.
—Eres una elfa.
Su tono aún era neutro, no se encontraba sorprendido por ese hecho, había encontrado la solución al problema del Concilio de los Oscuros y aun así su expresión no decía nada.
—No, no soy una elfa —dije.
Tomó mi brazo donde había cortado la manga y me preparé para lo que seguía pero el dolor no llegó.
—¿Qué eres? —preguntó.
Sabía lo que sucedería si no respondía. Odiaba encontrarme en esta situación, odiaba sentirme vulnerable. Cuando recuperara mi espada, Seith pagaría por esto.
—Mi padre es un elfo, mi madre es humana —respondí.
Me soltó y se quedó observándome de manera pensativa. Sabía que era verdad, de lo contrario me encontraría gritando. No estaba segura si era instinto o magia pero sabía cuando decía la verdad y cuando mentía.
—Déjame ir —espeté—. Te jactas de que eres poderoso pero la única razón por la que me encuentro aquí es porque me atacaste por la espalda. De haberme enfrentado a ti en un duelo justo hubieses sido tú el vencido.
Se acercó. El color de sus ojos era muy parecido al de Aiden, pero jamás tendrían su calidez.
—¿Eso es lo que crees?
—Así es —respondí con más convicción de la que en verdad sentía.
Dijo unas palabras y para mi sorpresa las sogas desaparecieron. Me arrojé sobre mi espada y no hizo nada para evitarlo.
—Pruébalo, Adhara.
Lo miré incrédula. En verdad parecía estar dispuesto a pelear, era como si la posibilidad de que pudiera vencerlo y escapar no existiera en su mente. Encontraba eso insultante.
Seith tomó la rama de un árbol y esta se volvió una espada. ¿Se enfrentaría a mí sin magia? Esto ponía la balanza a mi favor, jamás lo vencería con magia pero con la espada tenía una oportunidad. Su vida era una que podía acabar sin sentirme mal por ello.
Me puse en la posición correcta y sostuve la espada con fuerza en mis manos por si intentaba algún truco. Me dolían las muñecas y mis pies se encontraban acalambrados. Pelear luego de haber estado atada no era lo ideal pero no tenía otra opción. Ignoré el dolor y despejé mi mente del odio que sentía hacia él. La espada debía fluir libre y no ser impulsada por alguna emoción que pudiera hacerme caer en un error. Recordé mis peleas con Aiden, debía ponerme en posición ofensiva y no defensiva. Como fue de esperarse Seith atacó primero y yo ataqué al mismo tiempo. Si aguardaba y solo detenía sus ataques tendría ventaja sobre mí. Ambas espadas chocaron con fuerza. Retrocedió y atacó de nuevo una y otra vez, una embestida detrás de otra. Era la primera vez que veía un estilo semejante. Sus ataques eran fríamente calculados pero brutales. Su técnica era agresiva y al mismo tiempo controlada. Siempre sabía cuándo detenerse y atacar de nuevo. Mi velocidad era mayor que la de él pero aun así no lograba herirlo. Su espada siempre detenía a Glace antes de que lo alcanzara.
Aun sin utilizar magia era un oponente formidable. Detuve sus ataques y comencé a rodearlo. Debía forzarlo a una mala posición para tomar ventaja de ello. Ataqué por la izquierda, luego por la derecha, me moví a la mayor velocidad de la que era capaz. Un movimiento a continuación del otro hasta que finalmente logré hacerle un profundo tajo en el torso. Me aproveché de esto pensado que cometería un error pero ninguno de sus movimientos fue precipitado. No lograría que se descuidara, al no tener ningún tipo de emociones su carácter no sufría variantes.
Cambié de estrategia y comencé a ponerme a la defensiva, haría que se cansara y luego atacaría. Detuve un ataque tras otro, la hoja de su espada no lograba acercase a mi cuerpo pero sus ataques poseían tal fuerza que detenerlos requería mucho esfuerzo. Era todo lo contrario a pelear contra Aiden. Sus ataques eran letales, no le importaba si me hería seriamente, solo le interesaba ganar. Debía derrotarlo, era mi única oportunidad de escapar. Uno de mis pies aún se encontraba algo acalambrado, no estaba segura de cuánto tiempo más podría mantener ese ritmo. Dejé de lado mi táctica y comencé a atacarlo de nuevo en vez de solo responder a sus ataques. Fui agresiva e intenté que mi espada llegara hacia él de todas las maneras posibles pero su mente poseía una fortaleza que era imposible de vencer.
Finalmente, me decidí. Me arriesgaría a hacer un movimiento que mi maestro elfo Astran me había enseñado. Debía atacarlo por un lado y en el último segundo girar y cambiar la espada de dirección. Nunca lo había logrado exitosamente con los elfos porque eran más veloces que yo, y para cuando giraba mi espada ya habían cambiado de posición, pero en este caso tenía ventaja. Me concentré retrocediendo unos pasos y luego envestí decidida. Seith llevó la espada hacia la izquierda listo para detenerla y antes de que ambas chocaran giré mis pies de un solo movimiento y llevé la espada hacia la derecha. La espada penetró su brazo, pero antes de que pudiera hundir la hoja Seith me dio un golpe seco en la espalda utilizando la empuñadura de su espada y caí contra el suelo.
—No puedes vencerme, nadie puede hacerlo.
Mi respiración era agitada y mi cuerpo se encontraba cansado. Intenté ponerme de pie pero era demasiado tarde, la soga había reaparecido manteniéndome en el suelo.
—El duelo aún no ha terminado —dije.
—Continuar sería una pérdida de tiempo.
Sentí furia. Furia y decepción. Tantas horas practicando y no pude vencerlo.
—¿Es sangre eso que veo en tu ropa? —pregunté con tono irónico.
Al menos lo había lastimado, su brazo y su torso sangraban. Caminó en silencio pensativo, quería creer que se encontraba molesto por el daño que había logrado causarle pero no había ni un solo gesto que lo traicionara. Era como si llevara puesta una máscara con una sola expresión.
—¿Sabes dónde se encuentra el Corazón del Dragón? —preguntó.
—No, no lo sé.
Tomó mi espada y luego me agarró de los brazos y me puso de pie bruscamente haciendo desaparecer la soga enredada en mis pies.
—Tú y yo iremos en búsqueda de Ailios.
Intenté plantarme en el piso pero me arrastró tras él. Si Aiden y Zul habían escapado de seguro irían por mí al castillo, y ahora nos encontrábamos yendo en la dirección opuesta. Seith respondía ante los warlocks, lo lógico sería que me llevara con ellos de regreso a Izar. ¿Cómo era posible que hubiera tomado su propia decisión sin consultar con ellos?
El resto del día fue tortuoso, caminamos sin detenernos, sin si quiera tomar agua o comer algo. La soga en mis muñecas quemaba mi piel y aún me dolía la espalda del golpe. Todos los animales parecían estar asustados de él, a medida que avanzaba todo se tornaba silencioso y los animales buscaban escondites donde refugiarse. Nuestra misión se volvía imposible ante mis ojos. ¿Si no podíamos derrotar a Seith cómo haríamos para derrotar a cinco warlocks?
No fue hasta llegada la noche que dejó de caminar abruptamente y me arrojó hacia el tronco de un viejo árbol. Los momentos en que había pensado que Aiden era descortés se volvieron ridículos, jamás pensé que sería tratada de aquella manera.
—Tu trato es insultante. Juro que en el momento en que me suelte lo primero que haré será atravesarte con mi espada —espeté.
—A juzgar por nuestro duelo dudo que eso suceda —respondió Seith con una mueca similar a una sonrisa.
La ira me consumía de tal manera que podía sentir mi cuerpo temblar. Me arrojé hacia él con la intención de golpearlo pero fue imposible con las manos atadas. Antes de que pudiera patearlo me tomó del pelo tirando de mi cabeza hacia atrás.
—Contrólate, elfa.
No me importaba si me dolía, lo único que quería era pelear contra él. Continué moviéndome intentando soltarme.
—¡Eres un maldito cobarde, Seith! —grité—. Desátame en este momento.
Me sostuvo con más fuerza, me llevó hacia el árbol y ató la soga al tronco.
—Un grito más y haré que te arrepientas —dijo en tono amenazante.
—Serás tú quien se arrepentirá —repliqué.
Me encontraba dominada por miedo e ira. Su mirada se volvió hacia mí, fría, inhumana. Había algo tan oscuro en ella que era inquietante mirar en sus ojos por más de unos segundos. Pero no apartaría mi mirada, parecía acostumbrado a que las personas bajaran la vista al verlo. Pero este no sería el caso, yo no bajaría mi mirada ante él. Nos observamos un largo rato sin decir nada. Su expresión no lo reflejaba pero la situación le disgustaba. No pensó que le sostendría la mirada, claramente jamás se había cruzado con un elfo. El tiempo pasó y perdí rastro de él, solo podía ver aquellos malévolos ojos que intentaban adueñarse de los míos.
Seith se puso de pie y caminó hacia mí agachándose a mi lado, era intenso sostener su mirada cuando se encontraba a solo centímetros. Si quería intimidarme no lo lograría.
—Baja la mirada, elfa.
—Después de ti —repliqué.
Su mano se cerró alrededor de mi cuello y pude sentir el calor en su piel. No me quemaba de la misma manera en que lo había hecho en mi brazo, más bien era una sensación de ardor.
—No aprecio que intentes desafiarme —espetó Seith.
—Y yo no aprecio la forma en que me tratas.
Este cerró aún más su mano presionándome contra el tronco hasta que comenzó a dañarme la espalda. Sentía miedo, era como si su oscuridad se apoderara de mí con cada segundo que pasaba su tacto en mi piel.
—Aiden, pareces sentir afecto por él —susurró en mi oído.
Mi cuerpo tembló sin que pudiera controlarlo. La forma en que lo había susurrado era escalofriante, oírlo decir su nombre me producía agonía.
—Si aún se encuentra con vida yo mismo acabaré con él si no haces lo que te digo.
Había encontrado el único arma que funcionaría sobre mí. No permitiría que mi orgullo lo dañara. Lo miré con odio y aparté mi mirada. Me esforzaría en aprender magia solo para lanzarle un maleficio.
La noche fue larga. Estaba cansada pero no dormiría mientras Seith se encontrara cerca, era poderoso y tras el más mínimo descuido podría intentar algo. Parecía estar dormido, su cuerpo quieto como una estatua y sus ojos cerrados. Era la mejor oportunidad que había tenido en todo el día. La noche cubría el bosque y sería más fácil escabullirme en la oscuridad. Forcejeé con ambas manos intentando deslizarlas por las ataduras pero no resultó. No había forma de cortar las cuerdas sin magia. Los elfos solían usar un hechizo para generar llamas, lo utilizaban en las festividades. Y también había visto a Zul utilizar el mismo hechizo en la cabaña. Había estado pensado en ello pero no lograba recordar las palabras exactas del conjuro. Busqué de manera exhaustiva por ellas en cada rincón de mi mente hasta que finalmente las recordé. Si las sogas se quemaban era probable que parte de mi mano también lo hiciera, pero era un riesgo que estaba dispuesta a correr. El problema sería mantener silencio hasta que me encontrara libre. No podía ser muy diferente de la sensación de ardor que tuve cuando Seith me quemaba. Y esta vez sabría cuándo ocurriría, debía prepararme mentalmente y aguantar el mayor tiempo posible.
Relajé mi cuerpo, me concentré y susurré las palabras. Una pequeña llama brotó de la palma de mi mano y tras entrar en contacto con la soga prendió sobre esta creando un círculo de fuego alrededor de mis muñecas. Me quemaba, el dolor era peor de lo que había anticipado. Gritos ahogados resonaron en mi mente, aguanté en silencio hasta que lo que quedaba de la soga finalmente cayó al suelo. Desaté mis pies y al perder la concentración el hechizo se detuvo y las llamas se extinguieron. Esperaba no haber hecho demasiado ruido.
Al levantar la vista los ojos de Seith se encontraban fijos en mí. Una sensación de horror se apoderó de mí y comencé a correr. No sabía hacia dónde iba. Corrí entre los árboles susurrando los hechizos de protección que Zul me había enseñado. No permitiría que Seith me inmovilizara de nuevo.
La oscuridad me ocultaba pero no me permitía ver hacia dónde iba. Podía a oír a Seith detrás de mí, era veloz, no se encontraba tan atrás como esperaba. Controlé mi respiración y pisé con cuidado para evitar cualquier sonido que me delatara.
Apenas lograba distinguir lo que me rodeaba, continué corriendo y en mi desesperación por alejarme no me pude detener cuando una figura salió de entre los árboles bloqueando mi camino. Ambos chocamos cayendo contra el pasto. A falta de espada coloqué mi brazo contra su garganta y aprisioné al intruso contra el suelo.
—No hagas un solo sonido —dije.
—Adhara.
Su voz hizo que volviera a la vida.
—Aiden.
Se encontraba vivo, de alguna manera había vuelto a mí.
—Gracias al cielo.
Retiré mi brazo de su cuello y me aferré a él abrazándolo. Los pasos se oyeron con más fuerza y Seith se volvió visible. Ante su aparición Aiden se puso de pie y se paró delante de mí con su espada en mano. De tener la mía tendríamos una oportunidad pero había quedado en el árbol bajo el cual dormía Seith. No lograría encontrar el lugar si intentaba buscarlo y tampoco me arriesgaría a dejar solo a Aiden.
—Zafir en verdad es un incompetente —dijo Seith.
—Zafir ha dejado este mundo —replicó Aiden.
¿Zafir había muerto? No lamenté su destino. Su apariencia engañosa me puso en peligro y había intentado matar a Aiden.
—Su magia era débil, cometes un error si crees que tendrás la misma suerte conmigo —respondió Seith.
Fijó su mirada en el suelo y de este brotaron llamas que se abrieron camino por el pasto en dirección a Aiden. Era el mismo hechizo que había utilizado para quemar la soga en mis manos pero su fuerza era mayor. Me abalancé sobre Aiden para intentar detener el hechizo pero este me apartó hacia atrás. Miré horrorizada como el fuego venía en nuestra dirección, podía sentir el aire caliente a nuestro alrededor. Un fuerte viento comenzó a soplar de manera abrupta, extinguiendo las llamas antes de que nos alcanzaran. Magia.
—Qué mejor oponente para un mago que otro —dijo Zul.
Al verlo un gran alivio recorrió mi cuerpo. Parecía estar bien y lo que era mejor llevaba mi espada atada a su cintura. La tierra a su alrededor comenzó a resquebrajarse y el suelo se hundía donde pisaba, obra de Seith sin duda. El mago retrocedió y conjuró un círculo de luz a su alrededor. La tierra se fragmentaba a su alrededor, pero no dentro de él; ahí estaba intacto.
—Entréguenme a la elfa y les daré una muerte rápida —ordenó Seith—. De lo contrario les espera un infierno.
—No volverás a acercarte a ella —replicó Aiden en tono amenazante.
Seith rio ante sus palabras, era un sonido extraño, vacío y carente de gracia. Zul aprovechó su distracción y tras decir unas palabras el círculo de luz a su alrededor se prendió fuego y luego se extinguió envolviéndonos en una cortina de humo. Este se expandió transformándose en una espesa neblina que cubrió todo el bosque. Aiden me tomó de la mano y aguardamos a que el mago se nos uniera para correr y alejarnos de allí.
Zul guio el camino y lo seguimos, debía estar utilizando magia para saber adónde iba, entre la neblina y la oscuridad ni siquiera los árboles eran visibles.
—Nos volveremos a encontrar, Adhara —gritó Seith.
Su voz resonó en mi cabeza y corrí más rápido, desesperada por poner más distancia entre nosotros. Aiden me apretó la mano y mantuvo mi paso. Era como si el tiempo se hubiera congelado y corriéramos sin rumbo. Lo único que lograba ver era la capa del mago delante de mí. Todo se volvió silencio, lo único que podía oír eran los latidos acelerados de mi corazón y nuestras respiraciones agitadas.
Mis piernas se volvieron pesadas y el cansancio comenzó a apoderarse de mí. No sabía cuánto tiempo había pasado pero finalmente la neblina comenzó a disiparse y tuve una gran sensación de alivio al distinguir los caballos a la distancia. Aiden se apresuró al verlos pero apenas podía seguirle el ritmo. Tiró de mí para que no me quedara atrás y al hacerlo rozó la parte en donde la soga me había quemado provocando que soltara su mano en agonía. Me miró alarmado pero no lograba ver con claridad debido a la oscuridad. Hice un esfuerzo por alcanzarlo y corrimos hasta llegar a los caballos. Daeron dio un relincho de alegría al verme. Aiden notó mi cansancio y tras ayudarme a montar se sentó detrás de mí para sostenerme.
Los caballos partieron al galope y me dejé reposar sobre el pecho de Aiden. Me mantuve alerta ya que no podía estar segura si el peligro había pasado. A juzgar por la expresión de Aiden y el mago, adiviné que ambos tenían varias preguntas en mente pero no querían arriesgarse a hablar y hacer ruido. Zul aún llevaba a Glace atada en su cintura, sentí una profunda gratitud hacia él por haber recuperado mi espada. De haberla perdido no encontraría un reemplazo en Lesath. Continuamos marchando el resto de la noche, me esforcé por ignorar el cansancio y mantenerme despierta. No descansaría hasta que estuviéramos a salvo.