Salimos hacia el camino que iba a la puerta del palacio y nos mezclamos con los demás invitados que se encontraban allí. Era extraño, todos llevaban máscaras. Había algo emocionante y misterioso en no saber sus identidades o ver solo una parte de sus rostros. Mi antifaz no era incómodo como pensé que sería, me agradaba usarlo. En cierta forma me resguardaba del resto de las personas, era como si pusiera cierta distancia. Al acercarnos a la entrada vi que había estatuas a cada lado de la puerta. Eran leones. Ambos se encontraban sentados y había un escudo entre sus patas, debía ser el escudo de la familia real; en él había un dragón y un unicornio enfrentados. Un guardia se acercó a nosotros y nos pidió las invitaciones; Zul se las entregó de manera confiada. Las examinó por unos segundos y nos indicó que continuáramos hacia adentro. Un pasillo con una larga alfombra bordó guiaba el camino hacia una enorme sala llena de personas. El castillo era muy lujoso, armaduras resplandecientes en las paredes, cuadros que a juzgar por la perfección de sus trazados habían sido pintados por los mejores artistas de Lesath, candelabros de oro, tapices y otros objetos de gran valor. El salón se encontraba lleno de gente; noté que la mayoría de las mujeres llevaba el pelo recogido, pero no me preocupé, me gustaba como lucía el mío. Los vestidos eran de colores claros y tal como había dicho la vendedora muchos de ellos tenían corsés. A medida que nos fuimos adentrando en la sala vi varias cabezas volviéndose hacia mí, me moví en forma torpe como había practicado intentando no llamar la atención. Aiden también pareció notar las miradas y me tomó de la mano manteniéndome a su lado. Zul parecía incómodo, miraba a los alrededores con una expresión compuesta, pero podía ver la mirada inquietante tras su antifaz. Era protocolo que los recién llegados hicieran una fila frente al trono de la reina para que les diera la bienvenida. Nos pusimos al final de la fila y aguardamos nuestro turno. Este era el mundo de los humanos, o al menos una parte de él; por más que todo fuera una farsa, la forma en que se comportaban los invitados era real. Algunos de ellos parecían prestarle demasiada atención a las apariencias, hacían reverencias por aquí y por allá; los hombres hablaban sobre sus negocios y las mujeres mostraban sus joyas. Otros parecían más tímidos y se reservaban para sí mismos y para sus acompañantes. Aiden me dio un pequeño empujoncito indicándome que debíamos avanzar, fue ahí cuando lo vi, un refinado hombre de pelo blanco. Su expresión era de seguridad, su rostro una inquebrantable máscara de gracia, su sola sombra emanaba poder y su mirada, maldad. Aquel hombre me inquietaba. Apreté la mano de Aiden en señal de alerta, este me lanzó una corta mirada de advertencia y en voz tan baja que apenas logré escuchar sus palabras me susurró «warlock». Me esforcé por controlar mi expresión y miré disimuladamente, aquel refinado señor era un mago oscuro, un warlock. A su lado había un trono adornado con rubíes y sobre él, sentada en forma majestuosa, una joven de largo cabello rubio. La reina no aparentaba más de quince años, demasiado joven para tanta responsabilidad. Sus inocentes ojos azules seguían a cada persona que se paraba frente a ella. Su vestido era hermoso y la corona en su cabeza era de oro. Todos en la habitación la miraban con admiración y recelo, yo la veía diferente. Era una prisionera, una marioneta y las riquezas que la rodeaban jamás lograrían compensar eso. Sentía lástima por ella, crecer en medio de tanta oscuridad era una condena que nadie merecía. Su madre había muerto joven y su padre había caído en batalla, de seguro obra de los warlocks. Qué forma más fácil de gobernar desde las sombras que con una niña en el trono. El warlock nos hizo un gesto indicando que era nuestro turno, para mi sorpresa Zul se puso delante nuestro guiando el camino. Su expresión era difícil de leer, sus pasos indicaban confidencia pero a medida que se acercaba más a aquel refinado hombre la mirada en sus ojos se volvía más incierta. Si aún no había descubierto lo que era, pronto lo haría, su presencia era demasiado poderosa como para que el mago la ignorara. Al llegar a él hicimos una reverencia y aguardamos a que nos presentara frente a la reina.
—Bienvenidos al palacio de su majestad, mi nombre es William Connaught —dijo el warlock.
William Connaught, repetí el nombre en mi mente pensativa; era Blodwen el supuesto consejero real.
—Es un gusto conocerlo —respondió Zul—. Yo soy Daven Ashford de Wesen, la señorita es mi hermana Katherine Ashford y su prometido Michael Vandersen.
Blodwen asintió al escuchar cada nombre saludando en forma cordial. Me encontraba algo sorprendida de que Zul nos presentara, había asumido que sería Aiden quien lo haría. Fuimos hacia el trono y la reina nos recibió con una sonrisa amable.
—Su majestad la reina Lysha —dijo Blodwen—. Ellos son Daven Ashford, Katherine Ashford y Michael Vandersen.
Hice una reverencia al escuchar mi nombre tal como me habían enseñado.
—Sean bienvenidos, espero que disfruten de la festividad —dijo la reina Lysha.
—Le agradecemos la invitación, nos sentimos honrados de encontrarnos aquí frente a usted su majestad —respondió el mago con una sonrisa.
—Su vestido es magnífico lady Katherine, posee excelente gusto —dijo la reina.
—Se lo agradezco su majestad —repliqué en tono humilde.
Hicimos una última reverencia y nos alejamos del trono, esperaba no volver a encontrarme con la reina por el resto de la noche. Fuimos hacia el centro de salón y permanecimos allí tomando bebidas por un rato antes de ir hacia un rincón para evitar sospechas. El vino parecía ser la única opción pero su gusto era demasiado agrio para mí, levanté la copa dos o tres veces pretendiendo que tomaba pero no dejé que tocara mis labios.
—Era un warlock —dijo el mago cuando nos encontrábamos lejos del resto de las personas.
—Así es —respondió Aiden—. Blodwen.
—¿Creen que sospechó algo? —pregunté.
—No, has hecho un buen trabajo, Adhara —me aseguró Aiden.
—En verdad pareces humana —dijo Zul.
Era un alivio oír eso, me daba miedo pensar en lo que sucedería si descubrían lo que en realidad era. Derrotar a cinco warlocks era una perspectiva poco prometedora luego de ver a solo uno de ellos.
—Aguardaré un poco más y en cuanto vea la oportunidad me escabulliré —dijo Aiden.
Regresamos hacia el centro del salón para no llamar la atención. Noté miradas curiosas sobre mí, hombres y mujeres volteaban la cabeza y me seguían con la mirada al pasar. No me incomodaban, me había acostumbrado a recibir atención; no lo consideraba algo malo, era mejor que ser ignorada. Aiden parecía estar pendiente de las miradas y no se apartaba de mi lado, esperaba que esto no lo retuviera con nosotros y lo distrajera del plan. Cuando los músicos comenzaron a tocar lo miré de manera significativa, pero no parecía estar de acuerdo con que fuera el momento oportuno. En vez de alejarse sigilosamente e ir hacia el pasillo se acerco a mí y me ofreció su mano. La tomé y me puse en la posición que Zada me había enseñado. Aiden puso su mano sobre mi cintura y me acercó a él. Repasé los pasos en mi mente y luego dejé que me guiara.
Hice un gran esfuerzo para evitar entregarme a las emociones que se despertaban en mí; nos encontrábamos en peligro, debía estar alerta. Aiden parecía estar teniendo el mismo problema: por momentos sus ojos se encontraban perdidos en los míos y luego parecía recordar donde nos encontrábamos y su mirada se volvía cauta y alerta. Bailar con él había sido mala idea, supe eso cuando comencé a sentir algo que era desconocido para mí, ansiedad. Deseaba que se quedara conmigo pero al mismo tiempo quería que fuera en busca del mapa y regresara pronto para no preocuparme por él. Necesitaba verlo regresar a salvo. Aguardé a que terminara el paso para que no fuera extraño y me detuve. Debía mantener la mente fría, teníamos una misión que cumplir y un precio que pagar si algo salía mal. Me miró confundido rehusándose a soltar mi mano.
—Es hora —le susurré.
Su expresión se volvió seria pero finalmente asintió con la cabeza y me dejó ir. Le dirigió una rápida mirada de advertencia al mago, me miró una vez más y comenzó a alejarse lentamente. En ese momento sentí un fuerte impulso que se adueñó de mí, jamás había experimentado algo similar, no podía pensar con claridad, solo podía ver su espalda alejarse y luchar para no seguirlo. Se dirigía a un lugar peligroso donde no podía ayudarlo, solo podía esperar. Aiden era valiente, estaba dispuesto a enfrentarse al peligro solo y por más que quisiera no tenía la certeza de que nada malo le ocurriría, por eso debía saber la verdad. Fui tras él, tomé su brazo, tiré de él hacia mí obligándolo a darse vuelta y sin dudarlo, sin siquiera pensarlo, lo besé.
Esto lo tomó por sorpresa, le llevó un momento darse cuenta de lo que ocurría pero una vez que lo hizo puso sus manos en mis mejillas y comenzó a besarme. La música cambió a una melodía diferente y las personas comenzaron a moverse alrededor de nosotros; me alejé un poco de él intentando recuperar algo de control sobre mí misma.
—Si no voy ahora nunca lo haré —susurró Aiden.
Antes de que pudiera responder se fue, perdiéndose en la multitud. Esta vez no lo seguí, intenté calmar las emociones dentro de mí y me obligué a pensar de manera racional. Era Katherine Ashford, era humana y debía actuar como tal hasta que consiguiéramos el mapa y nos pudiéramos ir.
—¿Te encuentras bien? —preguntó el mago luego de aparecer a mi lado.
—Creo que he perdido la cabeza —repliqué sin poder evitarlo.
—Debo admitir que estoy algo sorprendido —dijo Zul—. Eso fue tan diferente a la forma en que sueles comportarte.
Lo mire rogándole que evitara otro comentario de ese tipo, reprimió una sonrisa y desvió su mirada. Si Aiden pensaba que sentía algo hacia el mago eso sin lugar a dudas aclararía su mente. Ahora que lo sabía no podía volver atrás. Un hombre pasó frente a nosotros y volví mis pensamientos hacia él, su aspecto era similar al de Blodwen; pelo blanco, apariencia refinada y poderosa, y una expresión de gracia tras su máscara. Llamé la atención del mago y lo señalé de manera disimulada. Ambos lo seguimos con la mirada, se detuvo frente a dos hombres de contextura grande y se presentó como Evard Glaistig, el encargado de la guardia real. Era un warlock, Sabik. Lo analizamos durante un tiempo, su conducta era intachable, nadie jamás sospecharía de lo que en verdad era. Me pregunté cómo sería en verdad cuando no pretendía ser Evard Glaistig. ¿Cuál era la verdadera naturaleza de los warlocks? ¿En verdad eran seres dominados por la oscuridad? Era difícil de imaginar cuando solo veía hombres mayores con costosas prendas y buenos modales. Zul se alejó de manera repentina, fui tras él preocupada de lo que habría causado su reacción, pero al alcanzarlo parecía haberse tranquilizado. Recompuso su expresión sin decir nada al respecto. No insistí en saber lo que había ocurrido, era la segunda vez que el mago cruzaba camino con los responsables de la muerte de sus padres, eso no podía ser fácil.
—Deberías bailar con alguien. Zada dijo que es costumbre que los hombres inviten a las mujeres a bailar.
—Bailaría contigo pero se vería extraño si bailo con mi hermana —respondió Zul.
Una chica pasó frente a nosotros y le di un empujoncito al mago en su dirección. Llevaba un vestido color verde y un antifaz adornado con plumas. El cuerpo del mago se tensó, permaneció pensativo unos segundos y con una mirada de resignación fue hacia a ella. Sabía que no le gustaba bailar pero los warlocks parecían estar afectándolo y necesitaba calmarse, además cualquier mujer que no fuera una Nawa e intentara matarlo sería una buena opción para él. Fui en dirección a la puerta por la que sabía que Aiden debía haber salido para ir hacia las recámaras donde se encontraba el mapa y me detuve al ver a dos guardias custodiándola. Debían estar allí para asegurarse de que los invitados no fueran a merodear por el castillo. Permanecí cerca aguardando ver algún rastro de Aiden. Caminé de un lado hacia el otro pretendiendo observar los candelabros que adornaban el salón hasta que vi a la reina acercándose y resignada me alejé de la puerta. No volvería a hacer otra reverencia en lo que restaba de la noche. Comencé a buscar al mago para ver cómo le estaba yendo, creí distinguirlo no muy lejos de mí cuando una imagen heló mi sangre. Apareció frente a mí como un fantasma, un joven alto de pelo castaño y atuendo negro. Se movía de forma segura y con una calma inusual, su expresión era vacía. Los ojos detrás del antifaz eran marrones, era la primera vez que veía su rostro pero sabía que era él, Seith.
—¿Me concede este baile? —su voz carecía de todo tipo de emoción.
Una sensación de terror me invadió. ¿Sospechaba de mí? ¿O era simple casualidad? Intenté actuar de manera natural.
—Mi prometido no tardará en llegar —dije a modo de disculpa.
—Permítame acompañarla hasta que regrese —respondió.
Su tono no era sugestivo, era autoritario. Quería negarme pero no parecía la mejor idea dada las circunstancias. El antifaz cubría parte de su rostro pero parecía joven, debía ser dos o tres años mayor que yo. Intenté descifrar su expresión pero resultó una tarea imposible. Si Zul era difícil de leer en ocasiones, Seith era otro asunto.
—De acuerdo.
Me ofreció su mano y no tuve más remedio que tomarla. Su piel era fría y la sensación que tuve fue peor a la que había experimentado con el resto de los humanos. Comenzó a guiarme y lo seguí completamente consciente de cada uno de mis movimientos. La forma en que Seith bailaba, al igual que cuando caminaba, era inusual incluso inhumana. Ninguna persona era capaz de movimientos tan estáticos, era como ver a una estatua cobrar vida. De seguro me veía humana junto a él.
—¿Tu nombre?
—Katherine Ashford —respondí.
Me miró a los ojos y pretendí estar viendo a las parejas que bailaban a nuestro lado. No sabía cuánto tiempo aguantaría, sentía que su oscuridad me envolvía. Tenía miedo, una sensación que nunca había sentido antes de llegar a Lesath.
—No recuerdo haberte visto con anterioridad, aun con el antifaz.
—No suelo venir a Izar, soy de Wesen —respondí.
Cada uno de mis sentidos se encontraban alerta ante todos sus movimientos, si intentaba algo solo me llevaría segundos sacar mi espada. Miré su rostro por un breve momento intentando encontrar algún gesto que lo delatara. Nada, sus intenciones eran un misterio. Me pregunté si era posible que hubiera utilizado algún hechizo y aún no hubiera sentido sus efectos. Era poco probable. ¿Por qué se encontraba en el baile? Aiden había dicho que los Nawas no asistían a eventos públicos.
La mirada de Seith comenzó a inquietarme, debía sospechar algo. De lo contrario por qué se encontraba bailando conmigo. La incertidumbre se estaba apoderando de mí, debía averiguar la verdad, prefería enfrentarme a él antes de convertirme en parte de su juego. Me armé de determinación y le devolví la mirada. Sus ojos se encontraban fijos en los míos y aun así no me decían nada, era como mirar a una de las armaduras que se encontraban en el pasillo. Era extraño, quería encontrarlo feo pero noté a varias mujeres observándolo y me di cuenta que era algo apuesto. No me importaba su apariencia, era un ser maligno ante mis ojos.
—Katherine.
Reconocí la voz y me volví aliviada. El mago se abrió paso entre las personas y se acercó a nosotros.
—Devan.
Seith se detuvo y le dirigió una mirada que aparentaba ser curiosa; a decir verdad era inexpresiva.
—Lamento interrumpirlos, debo consultar algo con mi hermana —dijo Zul.
El Nawa hizo un corto gesto de asentimiento y se alejó sin decir nada. Zul me tomó del brazo y tiró de mí alejándome del resto de las personas. Sus ojos se habían vuelto peligrosos, su expresión era de horror. La imagen de Seith acosaba mi mente, miré de manera paranoica alrededor de nosotros convencida de que en cualquier momento nos atacaría. No había rastros de él. Zul también lucía intranquilo, miraba en todas direcciones y se encontraba a la defensiva. El mago me había salvado de aquella pesadilla, sentí una profunda gratitud hacia él.
—Sorcha se encuentra aquí, la he visto —susurró en tono desesperado.
—También Seith. Gracias por sacarme de allí —respondí.
—¿Era él con quien bailabas? —preguntó alarmado—. No lo reconocí con la máscara. ¿Intentó lastimarte?
—No, pero debe sospechar algo —repliqué.
—Debemos salir de aquí. No puedo arriesgarme a que Sorcha me reconozca.
—Vayamos por Aiden.
Un hombre de antifaz negro pasó a mi lado y se tropezó tirando su bebida, me corrí justo a tiempo logrando que cayera sobre la alfombra y no en mi vestido. Este se disculpó de inmediato y me ofreció traerme algo para beber a modo de disculpa. Sus ojos eran negros al igual que su antifaz, una extraña elección. Su pelo también era negro. Me rehusé de modo gentil asegurándole que no era necesario. El mago me miró de manera impaciente y me llevó hacia la puerta ansioso por alejarse del salón. Aguardamos hasta que uno de los guardias se distrajo y pasamos de manera sigilosa sin ser vistos.
Atravesamos un oscuro pasillo de manera sigilosa y una vez fuera de vista, el mago sacó un pergamino arrugado en donde Aiden había dibujado un mapa del palacio. Caminamos por una gran sala de estar adornada con cuadros de los diferentes miembros de la familia real hasta llegar a un corredor con habitaciones. Según el mapa, una de las habitaciones contenía un viejo tapiz que ocultaba una de las entradas al recinto en donde se reunía el Concilio. Entramos y salimos de varias habitaciones, debían ser para hospedar huéspedes ya que todas eran parecidas. Una gran cama con cortinas, un baúl y un tocador. Llegando al final del corredor finalmente entramos en una con un viejo tapiz de un pavo real que ocupaba gran parte de la pared. Me acerqué y tiré de la tela; la puerta que había detrás se reveló ante mí. Tuve una leve sensación de inquietud, quién sabe lo que nos esperaría detrás de aquella puerta. Zul también dudó por un momento antes de decidirse y llevar la mano hacia el picaporte. Ambos intercambiamos miradas alentadoras y dimos juntos un paso hacia delante. Era difícil ver dónde nos encontrábamos, la única fuente de luz era una antorcha sujeta a la pared que iluminaba una gran estatua de dos dragones cuyos ojos miraban directo hacia nosotros. Era una advertencia. Uno de los dragones tenía una cadena alrededor del cuello con un gran amuleto del color de la sangre. Eran Darco y Nawa, pero ese no era el verdadero Corazón del Dragón, era una réplica. De seguro los warlocks habían colocado la estatua allí como una especie de homenaje.
Estiré mi mano y tomé el brazo del mago en advertencia. Oía pasos, alguien se aproximaba en nuestra dirección a gran velocidad. Zul fue hacia la puerta pero no había un picaporte ni nada que permitiera abrirla desde adentro. Nos arrojamos hacia la pared y logramos entrar en un pequeño hueco entre esta y los dragones. La estatua era lo suficientemente grande como para cubrirnos. La figura se acercó y fue hacia la puerta, no fue hasta que se encontró debajo de la antorcha que pude ver con claridad de quién se trataba.
—Aiden —susurré aliviada.
Se dio vuelta alarmado y para mi sorpresa maldijo al vernos. Lo examiné, no parecía lastimado pero su expresión era de terror. Vino hacia nosotros indicándonos que guardáramos silencio y se escondió a mi lado. Lo miré intrigada preguntándome la causa de su comportamiento cuando se escucharon más pasos y comprendí que alguien más se acercaba. Intenté espiar para saber de quién se trataba pero Aiden negó con la cabeza y tomó mi mano indicándome que permaneciera agachada. Debía ser un warlock. Los pasos se detuvieron cerca de la estatua y quienquiera que fuera permaneció allí parado sin moverse. Los tres habíamos dejado de respirar, el más mínimo descuido revelaría nuestra presencia. La puerta se abrió y se escucharon más pasos, alguien había entrado.
—No me agrada que me hagan esperar, Sorcha —dijo una voz.
Zul se endureció como una piedra a mi lado, miré su expresión temiendo que sus nervios nos delataran pero parecía en control de sí mismo.
—Lo siento amo, no volverá a suceder.
—¿Rowan Fenwick?
—Lo llevé al jardín y Seith se encargó de él. Órdenes de Akashik.
—¿Qué hay de su cuerpo?
—Seith lo tirará en el bosque en las afueras del pueblo, el pobre fue atacado por lobos —respondió riendo maliciosamente.
—Bien, sus preguntas molestas no volverán a ser un problema. Cualquier noble que intente involucrarse nuevamente en los asuntos de la corona sufrirá la misma suerte.
Sorcha permaneció en silencio.
—No es necesario que regreses al baile, ya cumpliste con tu cometido.
—No tenía intención de hacerlo —replicó Sorcha.
—¿Qué hay del mago? —su tono se volvió más severo.
—Lo siento amo, perdimos su rastro cerca de Zosma.
—No es la primera ocasión en la que fallas. ¿Acaso quieres sufrir el mismo destino que aquel traidor?
—Aiden Moor jamás debió llevar el nombre de Aprendiz de Nawa, fue una deshonra y pagará por ello —gritó Sorcha.
Mi sangre se heló ante esas palabras. ¿Aiden un Nawa? Lo miré esperando a que lo negara pero su expresión era de horror. No era posible pero aun así era verdad.
—Cuando lo encontremos deseará no haber nacido —dijo la voz—. Termina con el mago, Sorcha, o yo terminaré contigo.
—Haré que su corazón deje de latir con mis propias manos, sus días están contados —replicó Sorcha.
Saqué mi mano de la de Aiden y lo miré con furia, con miedo. Fue difícil lograr que mi cuerpo continuara inmóvil. Sorcha y el warlock aún seguían hablando pero me encontraba tan perdida en mí misma que no podía oír lo que decían. Aiden había sido uno de ellos. Sentí un brazo alrededor de mí, era Zul, no lo aparté, solo intentaba asegurarse de que no perdiera el control. Era admirable que se estuviera preocupando por mí cuando hacía solo segundos Sorcha había dicho que le arrancaría el corazón. Fui tonta al no darme cuenta, esa era la razón por la cual Aiden sabía tanto de ellos. El rol de cada uno, el mapa del castillo; esa era la razón por la que Zul habló frente a la reina y no él. Zul lo sabía. Miré al mago en forma acusadora y este me sostuvo la mirada con más fuerza temiendo que saltara sobre él. En el momento en que el ruido de sus pasos se perdió salí de nuestro escondite y me dirigí hacia la puerta. No me importaba si debía tirarla abajo para alejarme de allí.
—Adhara lo siento, debí decirte la verdad —dijo Aiden.
—Debo salir de aquí —me limité a responder.
Quería gritarle, quería tomar mi espada y amenazarlo, quería explotar. Respiré con calma intentando contener todas las emociones dentro de mí. Las dejaría salir una vez que nos encontráramos lejos y no debiéramos ser silenciosos.
—¿Tienes el mapa? —preguntó el mago.
Aiden asintió. Por supuesto que tenía el maldito mapa, todo este tiempo había sabido a la perfección dónde se encontraba. Este fue hacia la puerta y tras decir unas palabras se abrió. Pasé a su lado sin siquiera mirarlo y tras analizar la habitación me dirigí hacia una gran ventana que se encontraba junto a la cama. Zul me ayudó a abrirla, mirándome de reojo algo tembloroso. Trepé por esta ignorando que el vestido me lo dificultaba y los aparté a ambos cuando intentaron ayudarme. El jardín se encontraba desierto, corrimos sigilosamente evitando ser vistos y no nos detuvimos hasta llegar adonde se encontraban los caballos. Lo habíamos logrado, nos encontrábamos a salvo. A pesar de mi enojo me sentí aliviada de que hubiéramos salido con vida.
Deseé que hubiera otro caballo en el que pudiera ir Aiden pero no había otra opción, de no habernos encontrado en una situación de peligro habría dejado que caminara pero debíamos alejarnos lo más posible de Izar. Galopamos por horas sin detenernos. La noche se encontraba más oscura que de costumbre, había nubes en el cielo, de seguro llovería. En varias ocasiones Aiden intentó hablar pero le pedí que no lo hiciera. Nada de lo que dijera cambiaría el hecho de que me había mentido. Reprimí un sollozo y sequé las lágrimas de mis ojos con la manga del vestido. Nunca había dudado de mis instintos pero ahora no podía evitar hacerlo, había encontrado seguridad en una persona que en algún momento había poseído el mismo mal que intentaba combatir. Y no era solo eso, además de enojo también sentía tristeza, si había sido un Nawa eso significaba que los warlocks habían matado a su familia.
Aún no había amanecido cuando el caballo del mago se detuvo agitado y nos vimos obligados a descansar por un rato para que pudiera recuperarse. Miré hacia el cielo, todavía estaba demasiado oscuro a pesar de que el amanecer se acercaba; las nubes impedían que saliera el sol, era como una advertencia, la oscuridad nos estaba alcanzando.
—Por favor, déjame explicarte —dijo Aiden en tono implorante.
—Eras uno de ellos —espeté enfadada con lágrimas en mis ojos.
—No fue elección mía. No tuve otra opción. Ellos mataron a toda mi familia cuando solo tenía cinco años… y no pude hacer nada para evitarlo.
Su voz sonaba turbada como si fuera a quebrarse en cualquier momento. Esto calmó mi enojo, me dolía verlo de esa manera.
—¿Cómo es posible? —pregunté sorprendida al darme cuenta de algo que había ignorado—. Tú no posees magia. ¿Por qué te eligieron a ti?
—Mi padre era un gran espadachín, de pequeño era bueno con la espada o con cualquier tipo de arma, creyeron que había algo diferente en mí, que poseía magia y que la utilizaba para mejorar mi destreza con las armas. No tardaron en darse cuenta de que se habían equivocado, pero necesitaban más aprendices para mantener el control en Lesath y no parecía haber más magos. Entonces decidieron quedarse conmigo —respondió—. Odiaba estar allí, odiaba las cosas que me ordenaban que hiciera. Finalmente un día Mardoc nos envió a Sorcha y a mí a Mirkaf, quería que nos deshiciéramos de un niño que accidentalmente había visto a Seith hacer magia. No pude hacerlo. Ellos habían enviado a Sorcha conmigo porque no confiaban en mí y cuando me rehusé a hacerlo Sorcha intentó matarme. Zul apareció y me salvó de sus hechizos. No sabía quién era o si podía confiar en él. Me encontraba herido, no podía arriesgarme, corrí sin saber qué hacer hasta que perdí el conocimiento. Deneb me encontró y me llevó a la posada, él y Goewyn me ayudaron a recuperarme —hizo una pausa y continuó—. Unas semanas después Zul me encontró y me llevó con Talfan, estaba agradecido pero me negué cuando me pidieron que los ayudara a luchar contra el Concilio. Quería una vida normal, no quería venganza ni seguir luchando, quería la vida que tenían Deneb y Goewyn.
Era difícil permanecer enfadada con él tras escuchar su historia. Había sufrido su vida como Aprendiz de Nawa, no había disfrutado de la maldad y se había alejado de ella. Todo comenzó a tener sentido. La forma en que había reaccionado cuando descubrió que era una elfa, quería que me fuera porque no quería que pasara por lo que él había pasado. Quería que regresara con mi familia. Ahora comprendía de dónde provenía su furia aquel día, yo me había alejado de mi familia de forma voluntaria y él había sido despojado de la suya. Jamás había tenido la intención de regresarme a Alyssian para alejarse de mí, había insistido en que regresara para que pudiera estar con mi familia.
—Quería decirte la verdad, pero luego te oí decirle a Zul que quitarle la vida a alguien es un acto imperdonable para los elfos y pensé que de saber la verdad asumirías lo peor, pensé que te perdería —espetó Aiden.
—Lo siento —me disculpé—. Solo pensé en el mal que habías causado y no en el que te fue causado. Pero debiste decirme la verdad. ¿Creíste que no lo entendería aun después de contarme tu historia?
—No estaba dispuesto a arriesgarme Adhara, tu pérdida es algo que no podría soportar —replicó.
No tuvo más que decir esas palabras para desvanecer cualquier duda que tuviera sobre él.
Lo abracé dándole a entender que no cuestionaría más sobre el asunto. Aiden puso sus brazos alrededor de mí y me besó en la frente. Fui hacia Zul, parecía nervioso.
—Lo siento, no quise traicionar tu confianza. Aiden me pidió que no dijera nada y a pesar de que no tenga una buena relación con él comprendí por qué lo hacía —se disculpó el mago.
—¿Confiaste en mí con lo de Sorcha pero no con esto? —dije en voz baja para evitar que Aiden oyera.
—Este secreto no me correspondía contártelo —replicó.
Zul era el primer verdadero amigo que tenía y a pesar de que nos conocíamos hacía poco tiempo, confiaba en él. Me molestaba un poco que me hubiera ocultado la verdad pero entendía por qué lo había hecho.
Fui hasta su caballo para ver en qué condición se encontraba, pero el pobre aún respiraba de forma agitada. Me sentía intranquila pero no estaba segura de la razón. Todavía llevaba puesto el vestido, había sido terriblemente incómodo montar con él durante tanto tiempo, era mejor si me cambiaba. Fui hacia Daeron y tomé mi bolsa de viaje indicando que iría a cambiarme detrás de un árbol. Me llevaría un rato poder quitarme todas las partes del vestido y decidí ir un poco más lejos para estar más tranquila. Desatar el corsé por mi cuenta no fue tarea fácil, no comprendía por qué insistían en utilizar vestimentas tan complicadas. Me sentía aliviada al encontrarme de vuelta en mis prendas, eran cómodas y me permitían mayor movilidad, sin mencionar que podía respirar a la perfección. Sería una pena dejar el vestido allí pero ocuparía demasiado espacio y era innecesario agregarles más peso a los caballos. Lo doblé y lo oculté entre las plantas, para cuando alguien lo hallara nos encontraríamos lejos de allí. Cubrí mis orejas bajo un mechón de pelo y me puse la capa acomodando la capucha sobre él. Me encontraba lista para volver cuando noté una figura observándome, alarmada tomé mi espada pero al ver mejor me di cuenta de que se trataba de Aiden. De seguro quería saber si me encontraba bien, pero me sentía algo avergonzada de que hubiese estado observando. Era extraño que se comportara así ya que solía ser bastante respetuoso en cuanto a mi privacidad.
Me dirigí hacia él pero para mi sorpresa me dio la espalda y comenzó a alejarse. Los caballos se encontraban hacia el otro lado, ¿por qué se alejaba?
—Aiden —grité mientras corría tras él.
Tal vez aún se sentía mal por haberme mentido, pero esa no era razón para merodear solo por el bosque. Lo alcancé y lo tomé por la capa para evitar que siguiera avanzando, este se volvió hacia mí helando mi sangre. No era Aiden, tenía su apariencia pero su mirada no era cálida, sino fría y distante. Zafir.
Levanté a Glace y apunté la hoja hacia él poniendo distancia entre nosotros. ¿Cómo era posible? En Zosma su magia no había funcionado, y ahora frente a mí se encontraba un Aiden que solo era una sombra del verdadero. Arremetí contra él; repentinamente, en el momento en que la espada rozó su brazo, la ilusión desapareció y pude ver su verdadera apariencia. Zafir parecía sorprendido, no esperaba mi ataque. Levanté mi espada decidida a derrotarlo pero mis brazos se congelaron en el aire, no podía moverme, era como si una fuerza invisible me sujetara.
—Has sido descuidado.
Su voz se apoderó de mí como la oscuridad. Aquella sensación que apenas conocía comenzó a nacer en mí, desesperación.
—Jamás vi a un humano moverse a esa velocidad. Hay algo raro en ella, Seith —respondió Zafir.
Era Seith quien me había hechizado para que no me moviera. Con cada paso que daba luchaba con más fuerza para romper su encantamiento pero era inútil, cuanto más luchaba más fuerte se volvía la fuerza invisible que me sujetaba. Su piel era tan fría como la recordaba. Tomó la capucha y la arrancó tirando mi capa a un costado. Quería gritar pero no lo hice. No quería poner a Aiden en peligro, Seith era un oponente demasiado peligroso.
Sentí sus ojos sobre mí, lo miré desafiante esforzándome por controlar mi miedo. No podía ser invencible, a pesar de su poder él era un humano y yo en parte era elfa.
—Su belleza es inusual.
No había admiración en su voz, había recelo; Zafir era vanidoso. Había tenido esa impresión al verlo hablar con Goewyn en Zosma.
La mirada de Seith aún me examinaba detenidamente, no tardaría en darse cuenta de mis orejas, debía hacer algo y rápido. Los hechizos que Zul me había enseñado servían para repeler ataques no para romperlos una vez que me hubiesen afectado. Pero la magia era impredecible y podría servir de algo. Debía calmarme, concentración y armonía mental eran la clave. Imaginé una pared alrededor de mis pensamientos.
—Ve por Aiden Moor, yo me encargaré de ella —ordenó Seith.
Aiden, su nombre rompió mi concentración.
—No te atrevas —amenacé a Zafir.
—Habla —espetó Seith.
Debía concentrarme, debía tomar control de mí misma.
—Sorcha ya debe haber encontrado al mago, únete a ella y elimina al traidor.
—Así lo haré —respondió Zafir.
Intenté volverme y evitar que se fuera pero no hubo nada que pudiera hacer para impedirlo. Era imposible controlar la frustración que sentía pero debía hacerlo. Aiden se encontraba en peligro, Zul estaba a merced de Sorcha y yo me hallaba sola e incapaz de moverme con Seith. Con cada segundo sentía más desesperación. Me obligué a calmarme y pensé el hechizo con convicción y claridad. La mano que sostenía la espada logró moverse unos centímetros antes de que la fuerza invisible la inmovilizara de nuevo. Fue tan leve el movimiento que Seith no pareció notarlo.
—¿Quién eres? —preguntó.
No le respondí.
—¿Es Katherine Ashford tu verdadero nombre? Sé que eres tú con quien bailé.
Había sospechado algo, debí saberlo.
—Sí, es mi verdadero nombre —respondí.
Su expresión era vacía, inmutable, era imposible saber si creía en mis palabras o no. Sacó una daga de sus ropas e hizo un tajo sobre mi manga. Luego me tomó del brazo y grité en agonía sin poder evitarlo. Me quemaba, era como si de su mano surgiera fuego. Grité hasta que su mano se alejó de mi piel y caí al suelo.
—Mientes —dijo, su voz aún pasiva.
Intenté atacarlo sin perder un segundo antes de que utilizara magia de nuevo pero su mano se cerró sobre la mía y comencé a gritar de nuevo. Traté con toda mi fuerza no soltar la espada pero era como si el fuego estuviera dentro de mi piel. La sensación de ardor era intensa y aturdía. Aferré mis dedos a la empuñadura de Glace haciendo todo lo posible para aguantar el dolor.
—¡Adhara!
La voz de Aiden provenía del bosque y se escuchaba distante. Miré hacia atrás pero no había rastros de él.
—¡Aléjate de aquí! —grité—. ¡Seith!
Quise correr hacia su voz pero sentí una mano alrededor de mi cuello y mi visión comenzó a nublarse. Luché por permanecer consciente pero todo era borroso, la voz de Aiden se oía cada vez más distante hasta que solo fue un susurro. Me sentía cansada, las piernas me pesaban y cada vez me costaba más mantenerme de pie. Mi cuerpo dejó de responder, todo fue silencio y me perdí en la oscuridad.