SENTIMIENTOS PELIGROSOS

Descansamos un rato antes de comenzar con los preparativos para ponernos en marcha al día siguiente. La tranquila atmósfera que había reinado en los últimos días había desaparecido. Ambos parecían estar ansiosos y continuamente repetían lo planeado en voz baja para asegurarse de que recordaban hasta el último detalle. Nos llevaría dos días llegar hasta Izar y una vez allí contábamos con un día para conseguir las invitaciones y la vestimenta adecuada. La idea de utilizar un antifaz era extraña para mí, jamás me había puesto uno, pero tenía la sensación de que sería algo incómodo de usar. Practiqué mis movimientos humanos una vez más antes de irme a dormir. Caminaba en forma lenta y poco agraciada, era lo mejor que podía hacer. La noche pasó rápido y al llegar la mañana no me sorprendí al encontrar a Aiden y Zul en medio de una discusión, ahora que íbamos en dirección al peligro ya no habría más paz.

—¿Qué ocurre? —pregunté mirando a ambos.

El mago y Aiden intercambiaron miradas.

—Solo un pequeño desacuerdo en cuanto a nuestras identidades —dijo Zul en tono molesto mirando a Aiden.

—No comprendo —respondí.

—Adhara, una vez en Izar tu nombre será Katherine Ashford, yo seré tu hermano Devan Ashord y Aiden será Michael Vandersen, tu prometido —replicó el mago.

No podía decir que me encontraba del todo sorprendida, Aiden me había dicho que no me perdería ni un segundo de vista una vez que nos encontráramos en Izar y qué mejor forma de hacerlo que convirtiéndose en mi prometido. Zul me observó esperando que le respondiera, parecía impaciente.

—¿Crees que es un mala idea? —le pregunté al mago sin comprender a qué se debía su enojo.

—Pensé que te encontrarías incómoda ante tal situación —respondió confundido.

El mago me conocía y hubiese estado en lo cierto si se tratara de otra persona, pero era Aiden y nos habíamos vuelto cercanos estos últimos días. Me sorprendió que no se hubiera dado cuenta. O tal vez sí lo sabía y había preferido ignorarlo.

—Pensaste mal —dijo Aiden.

—Es solo por una noche, estaré bien —respondí.

Zul asintió y sin decir nada fue a terminar de empacar las cosas para partir. Las palabras de Zada se repitieron en mi mente: «Intenta no lastimarlo». ¿Podía ser que no estuviera preocupado por mí sino que en verdad no quería verme pretendiendo ser la prometida de Aiden?

—No es solo por una noche, desde el momento en que lleguemos a Izar debemos actuar como Katherine Ashford y Michael Vandersen.

Miré a Aiden sin saber qué decir y salí de la cabaña en dirección a los caballos. Daeron parecía completamente recuperado, golpeaba el suelo con su casco ansioso por partir. Hacía días que no veíamos la luz del sol y eso lo había irritado, todo era sombras y oscuridad. Mi brazo ya había sanado y me encontraba en perfectas condiciones, aun así esperaba que no nos cruzáramos con ningún Garm.

Atamos las bolsas de viaje a las alforjas, y tras una última mirada a la cabaña partimos dejando el bosque de Gunnar detrás.

Nos llevó tres días llegar a Izar, recorriendo los caminos más olvidados y remotos en los que Zul y Aiden pudieron pensar para evitar cruzarnos con algún Nawa. Tres días de marcha constante y pocas horas de sueño durante los cuales la paranoia de ambos aumentaba con cada paso que nos acercaba a Izar. Una vez que finalmente llegamos a las afueras del pueblo, el paisaje se volvió mejor de lo que había sido en los últimos días. Un extenso prado verde se extendía delante de nosotros y se podían distinguir pequeñas casas a lo lejos. Avanzamos con cuidado atentos a nuestros alrededores en busca de la posada que Aiden había elegido. Nos llevó un rato hallarla ya que se encontraba en la otra punta del prado, alejada del resto de las construcciones. Al verla comprendí la razón por la cual Aiden creía que estaríamos a salvo allí, el lugar se caía a pedazos. La posada era sucia, descuidada y sombría. No podía imaginarme quién pagaría por pasar una noche allí. Aiden vio mi expresión de desagrado y desmontó sin decir nada ofreciéndome su mano para ayudarme a bajar. Frente a la puerta había un viejo cartel con las letras tan despintadas que apenas podía leerse «Posada».

—Interesante elección de nombre —dijo Zul.

Dejé escapar una risa ante el comentario e incluso Aiden sonrió. Era extraño que el mago bromeara sobre algo. Observé su expresión, la cual se fue endureciendo a medida que se acercaba a la entrada. Una vez que golpeó la puerta su respiración se volvió entrecortada y aquella silenciosa amenaza en sus ojos volvió a aparecer.

Tras un largo silencio golpeó de nuevo y esta vez escuchamos pasos del otro lado, la madera crujía con cada paso que daba. La puerta se abrió lentamente y un señor mayor asomó su cabeza. Nos observó detenidamente uno por uno y sus ojos se detuvieron en la espada de Aiden.

—¿Qué desean? —preguntó en forma brusca.

—Necesitamos alojamiento por una noche —respondió Aiden.

—Son un grupo extraño —agregó aún sin abrir del todo—. ¿Qué asuntos tienen aquí?

—¿A qué se refiere con extraño? —dije ofendida por el comentario.

Aiden me lanzó una rápida mirada de advertencia. Zul asintió y miró al anciano esperando una respuesta.

—No lo dije a modo de ofensa —se disculpó de inmediato el hombre tras ver mi expresión—. Solo me refería a que no estoy acostumbrado a ver un grupo de viajeros como ustedes. Dos jóvenes, uno con ropa vieja y desgastada, el otro cargando un arma y una hermosa joven con finas prendas. Es extraño.

¿Era así como nos veían de afuera? Los humanos solo se limitaban a ver lo que sus ojos les mostraban a simple vista. De tener algo de percepción se habría dado cuenta del peligro que se ocultaba tras la mirada de Zul y no solo en su aspecto descuidado. Y en cuanto a Aiden, hubiera notado que era diferente del resto de las personas, más perceptivo, más audaz; pero lo único que había llamado su atención era el hecho de que tuviera una espada.

—Es rudo mantener a huéspedes aguardando en la puerta —replicó Aiden enfadado—. Mi nombre es Michael Vandersen, la dama a mi lado es Katherine Ashford, mi prometida y este es su hermano. Tuvimos un largo viaje hasta aquí lo que explica nuestra apariencia y el hecho de que cargue un arma, de seguro ha oído que a la noche hay animales salvajes en los caminos. Si va a negarse a brindarnos alojamiento dígalo y seguiremos nuestro camino.

Sus palabras y su tono severo surtieron efecto, el hombre nos dirigió una última mirada nerviosa y abrió la puerta indicándonos que pasáramos.

—Los caballos necesitan un lugar para descansar, el viaje fue largo y deben reponerse —dije señalando hacia Daeron.

—Desde luego, señorita. Mi hijo los llevará al establo y les pondrá un poco de avena y agua fresca —respondió el posadero—. ¡Glendon!

El mago tomó nuestras bolsas de viaje y aguardó a mi lado sin decir nada, su rostro inexpresivo y su mirada atenta. La madera volvió crujir y un muchacho de contextura grande y cabello rubio apareció tras la puerta.

—Lleva los caballos a los establos y atiéndelos. Tenemos huéspedes.

Su hijo no respondió, se quedo allí parado como si no lo hubiera escuchado. Su mirada se encontraba fija en mí, llevé mis manos hacia mi pelo para asegurarme de que cubriera mis orejas y al ver que estas se encontraban perfectamente ocultas tuve una sensación de alivio.

—Glendon, ¿me has escuchado? —preguntó su padre confundido.

Sus ojos se volvieron a él y luego se sorprendió al ver a Aiden y Zul, era como si recién hubiese notado su presencia. Al igual que su padre parecía carecer del más mínimo instinto.

—¿En qué puedo ayudarte, padre?

—Encárgate de los caballos —repitió impaciente ante el comportamiento extraño de su hijo.

—Desde luego. Pero antes dime, ¿quiénes son? —dijo volviéndose a mí.

Al igual que el resto de los humanos que me habían mirado en forma similar, no tardó en bajar la mirada. Me había llevado tiempo entender la razón; tras observar a Louvain y sus amigas en Naos había notado que cuando recibían atención por parte de un muchacho bajaban la mirada en forma tímida. Yo, por mi lado, la sostenía.

—La señorita y los caballeros pasarán la noche aquí —respondió.

Estas noticias parecieron agradarle a Glendon ya que sonrió y fue hacia los caballos guiándolos a un costado de la posada.

—Puede guiarnos a nuestras habitaciones —dijo Zul en tono cortante.

El mago parecía aburrido con la situación, lanzó una última mirada a los alrededores y se adelantó indicándole al posadero que se corriera de la puerta. Aiden me tomó de la mano y me llevó tras él, recordándome que debía actuar como su prometida cuando intenté soltarme. El interior de la posada no era horrible como esperaba que fuera; los muebles eran viejos pero estaban en buen estado, el lugar parecía limpio y todo se encontraba ordenado. En una esquina de la sala había un hogar de piedra y un perro marrón acostado junto al fuego. Sus orejas eran largas y graciosas, y su cara, arrugada. La forma en que se encontraba allí durmiendo plácida y despreocupadamente me recordó a Tarf.

—¿Cuántas habitaciones desean?

—Dos —respondió Aiden.

El posadero tomó dos viejas llaves y se las entregó.

—Se encuentran pasando aquel pasillo, la señorita puede dormir en la habitación junto a la ventana, es la mejor de la posada —dijo sonriéndome.

—Es amable de su parte —respondí.

—Mi nombre es Lars, estaré aquí si me necesitan.

Zul siguió sus indicaciones y se alejó sin decir nada. Lo seguimos y una vez en la habitación Aiden abrió la que se encontraba junto a la ventana indicándome que entrara. En verdad debía ser la mejor de la posada, era espaciosa, las cortinas parecían de seda y había un jarrón con flores silvestres en la mesita a un lado de la cama. Aiden entró detrás de mí y un alarmante pensamiento cruzó mi mente.

—No dormirás aquí —espeté.

—Nos encontramos en Izar, el lugar más peligroso de Lesath para alguien como tú, no te quedarás sola —replicó.

—Todos dormiremos aquí —dijo el mago—. O mejor dicho, tú dormirás mientras Aiden y yo hacemos guardia.

Quería quejarme, pero dado el peligro que corríamos su pedido era razonable.

—¿Por qué pidieron dos habitaciones si nos quedaremos todos aquí? —pregunté.

—Sería sumamente extraño que durmieras con tu hermano en la misma habitación —replicó el mago—. Katherine Ashford.

Aiden reprimió una sonrisa pero no podía estar segura si se debía al comentario de Zul o a mi expresión perpleja. En parte comprendía lo que el mago me quería decir, debía tomar conciencia de que mientras estuviéramos en Izar sería una humana llamada Katherine Ashford. Y no me había comportado de esa manera frente a Glendon.

—En cuanto amanezca iremos al pueblo a buscar lo que necesitamos —dijo Aiden—. Será mejor que descanses Adhara, mañana será un largo día.

—Me encuentro bien —respondí.

—Mañana marcharemos toda la noche, no puedes pasar dos días sin dormir —dijo Zul sentándose en el piso a un lado de la puerta.

Dormiría un par de horas. Los próximos días serían agitados y era probable que no nos detuviéramos hasta llegar adonde vivía Talfan. Ansiaba ese momento más que nada, quería ver a mis abuelos y disculparme por todos los problemas que les había ocasionado.

Me recosté en la cama e intenté dejar mi mente en blanco. En Alyssian jamás había tenido problemas para lograrlo, aquí debía concentrarme. El baile, los warlocks, Seith, Aiden… eran preocupaciones nuevas y difíciles de disipar.

El amanecer no tardó en llegar; me sentí mal por Zul y Aiden al despertar y verlos recostados junto a la puerta con los ojos abiertos. Se pusieron de pie y dijeron que irían a la otra habitación mientras me cambiaba. Busqué en mi bolsa de viaje por algo que no llamara la atención y encontré un vestido de corte sencillo que había pertenecido a mi madre, debió mezclarse con mis cosas cuando estaba en la casa de mis abuelos en Naos.

Cruzamos la sala silenciosamente, nos encontrábamos a punto de salir por la puerta cuando oímos un ladrido y el gran perro marrón que había visto el día anterior se abalanzó sobre nosotros. Aiden intentó callarlo pero ladraba y movía su cola sin prestarle atención.

—Brandi —grito Lars—. Ven aquí.

El perro corrió hacia su amo y se sentó a su lado silenciosamente.

—Lo siento —se disculpó—. Espero que hayan pasado una buena noche.

—Encontramos las habitaciones cómodas —dijo Zul en tono cortante llevando su mano hacia el picaporte.

—Aguarden, les traeré algo para que desayunen.

—Tenemos asuntos en el pueblo —replicó el mago.

—Las tiendas no abren hasta dentro de un rato, tomen asiento y coman algo —insistió Lars.

—Mi hermano es algo impaciente —dije a modo de disculpa—. Ven a desayunar, Daven.

El posadero nos guio hacia la cocina y nos indicó que nos sentáramos a la mesa. El mago lo siguió de mala gana, y antes de que tomara asiento, me acerqué a él.

—No puedes reprocharme cuando tú mismo eres incapaz de actuar como un humano normal —le susurré.

Zul reprimió una sonrisa.

—Soy un humano normal —me respondió.

No, no lo era. Era un mago, poseía magia, eso lo hacía diferente. Aiden nos observó con curiosidad intentando oír lo que estábamos diciendo. Escuché pasos en la sala y dirigí mi mirada hacia la puerta, era Glendon. Sus pasos eran burdos y pesados, y llevaba flores en sus manos. Se acercó a mí y me las ofreció, eran las mismas flores silvestres que se encontraban en la mesita de mi habitación. Esta vez reaccionaría en la forma debida, lo miré sorprendida y luego bajé la mirada en forma tímida.

—Por favor, acepte estas flores, Katherine Ashford —dijo sosteniéndolas enfrente de mí.

No estaba segura sobre lo que debía hacer ahora, si las aceptaba significaba algún tipo de aprobación sobre su gesto y si no lo hacía era descortés.

—No me agrada ver a otros hombres halagando a mi prometida —dijo Aiden poniéndose de pie.

Lo miré sorprendida ante su reacción.

—Lo siento, no lo sabía —dijo Glendon—. Eres un hombre afortunado.

Apoyó las flores sobre la mesa y desapareció tras la puerta. Aiden volvió a tomar asiento con su mirada aún en las flores. Zul parecía divertido por la situación, su expresión se suavizaba cuando encontraba algo gracioso.

Lars nos entregó platos con rodajas de pan y un poco de queso, y se sentó en la mesa junto a nosotros.

—Glendon es un muchacho impulsivo, no fue su intención disgustarlos —dijo el posadero.

—Agradézcale por las flores, fue un lindo gesto —dije amablemente.

—Eres demasiado amable, hermana —dijo Zul mirándome de forma significativa.

Sonreí y aparté la mirada de él para evitar reírme. El mago sabía que estaba actuando de forma tímida para aparentar ser más humana.

—No puedo culpar a su hijo —intervino Aiden—. Katherine es hermosa, en verdad soy un hombre afortunado.

Su comentario me tomó por sorpresa y pude sentir el rubor aparecer en mis mejillas, mantuve la mirada en el plato para evitar que lo notara.

Nos apresuramos a terminar de comer y nos pusimos en marcha. Izar era diferente de todos los demás pueblos en los que había estado. Menos rústico. Las casas eran más grandes y no estaban decoradas con flores como en Naos. Eran simples pero con una mejor estructura. Los caminos eran de piedra en vez de tierra, los caballos llevaban sus crines peinadas de manera prolija y tiraban de carros más elegantes y sofisticados de los que había visto hasta ahora. Estaba acostumbrada a ver granjeros con carretas, me sorprendió que Izar fuera tan diferente de los demás pueblos. También noté que las mujeres de aquí llevaban vestidos más refinados, todos en tonos claro y con finas telas. Recordaba que mi abuelo me había dicho algo al respecto; era en señal de respeto en caso de que la reina se encontrara en el pueblo.

A medida que comenzamos a acercarnos pude ver el gran castillo de piedra elevándose en el centro. De solo verlo, oscuros pensamientos cruzaron mi mente; allí se encontraban toda la maldad de Lesath. Recorrimos varias tiendas hasta que finalmente encontramos una que parecía prometedora, era más amplia que las demás y tenía hermosos vestidos exhibidos en la entrada. Una mujer de esbelta figura se acercó a recibirnos, llevaba un vestido rosado y su pelo rojo y ondulado se encontraba adornado por un moño.

—¿En qué puedo ayudarlos? —preguntó amablemente.

—Mi prometida necesita un vestido para el baile de la reina Lysha —dijo Aiden posando sus manos en mis hombros.

—¡Oh, que joven encantadora! —espetó—. Por supuesto. ¿Cómo te llamas, querida?

—Katherine.

—Mi nombre es Breena. Ven conmigo, te traeré varios vestidos para que puedas elegir —dijo indicándome que la siguiera.

Me llevó hacia una pequeña habitación con un espejo y comenzó a traer vestidos de todos los colores. Eran largos, amplios y elegantes. Un detalle llamó mi atención, era la primera vez que veía algo así, miré a la vendedora confundida preguntándome para que servirían.

—¿No te gustan? —preguntó Breena consternada.

—No comprendo por qué hay lazos en la parte de atrás.

—Es un corsé, querida —respondió algo confundida—. Las damas de la corte los utilizan, se acostumbran a usar en festejos a los que asiste la reina.

No debí preguntar sobre los lazos, la mujer encontraba extraño que no supiera lo que eran. Me reí en forma inocente como si encontrara la situación divertida.

—Es mi primera vez en Izar, soy de Naos y allí no hay este tipo de vestidos —dije a modo de disculpa.

Analicé el resto de los vestidos que quedaban en la pila hasta que finalmente encontré uno que llamó mi atención. Era celeste con dorado en las mangas y en el cuello, su tela era delicada y fluía como agua en mis manos. Me lo probé. Breena me ayudó con los lazos, tiró de ellos y sentí la tela ajustarse contra mi cuerpo. No era cómodo, de eso no había duda, pero al verme al espejo no pude negar que se veía bien. Su tono iba perfecto con mi piel y resaltaba mi figura mejor que mis vestidos.

—Te ves preciosa, tienes buen ojo Katherine. Este vestido es perfecto para ti —dijo Breena entusiasmada—. Solo nos queda arreglar tu cabello.

Sus manos se extendieron hacia mí, al darme cuenta de sus intenciones retrocedí abruptamente alejándome de ella.

—No me gusta que toquen mi cabello —dije asegurándome que mis orejas se encontraran cubiertas.

—Lo siento, algunas damas acostumbran a llevarlo recogido —hizo una pausa y me observó por un momento—. Tu cabello es tan lindo que sería un lástima recogerlo, buscaré un lazo dorado y puedes llevarlo de costado para que no te moleste con el antifaz.

Asentí con la cabeza, y aguardé allí hasta que regresó con el lazo y un antifaz dorado en su mano.

—Tu prometido se encuentra ansioso por verte —dijo con una risita—. Este antifaz irá perfecto con tu vestido y resaltará tus ojos.

Tomé el lazo entrelazándolo en mi pelo hacia un costado y Breena me colocó el antifaz. No era incómodo pero era algo extraño. Observé el resultado en el espejo, combinaba con las mangas y el cuello, y tal como Breena había dicho resaltaba el verde de mis ojos.

La vendedora me dio un empujoncito fuera de la habitación y me llevó hacia donde aguardaban Aiden y Zul. Había olvidado lo incómodo que me resultaba el tacto de las personas, disimulé mi expresión e intenté ser amable. Ambos quedaron perplejos al verme. Zul me observó asombrado y me sonrió, Aiden me miró de una manera tan intensa que me hizo apreciar el antifaz que llevaba puesto. No pude evitar sonreír, me sentí halagada con su reacción.

—Luces preciosa —dijo Zul.

Hice una corta reverencia en forma de agradecimiento como me habían enseñado y le dediqué una mirada significativa.

—Eres la criatura más hermosa que mis ojos han contemplado —dijo Aiden.

Sus palabras me helaron, aquellas emociones abrumadoras que había sentido con anterioridad se apoderaron de mí en forma rápida e inesperada. Aiden se acercó y antes de que pudiera conseguir que mi cuerpo reaccionara me besó en la mejilla. Lo observé detenidamente recuperando el control sobre mí misma. No podía explicarme lo que había sucedido, jamás en mi vida me había sentido tan vulnerable como en ese momento. Podría haber sacado una espada y atravesarme con ella, y mi reacción, o mejor dicho mi falta de ella, no hubiera sido diferente.

—Adha…

—Katherine —lo interrumpió el mago con tono severo—. ¿Te encuentras bien?

Con cada segundo que pasaba comenzaba a apreciar más el hecho de que el antifaz cubriera parte de mi rostro.

—¿Por qué no habría de estarlo? —pregunté con tono seguro deshaciéndome de cualquier rastro de vergüenza que hubiera en mi rostro.

Ambos intercambiaron miradas dudosas. Aiden me miró de forma expectante, le dediqué una sonrisa y volví mi atención hacia la vendedora, quien parecía algo confundida con la situación.

—Lo llevaré —afirmé.

—Luces encantadora, querida —hizo una pausa y se volvió a Aiden—. Forman una pareja magnífica.

—Gracias por sus amables palabras —respondió asintiendo.

—Deberá tener cuidado con los demás caballeros, su prometida sin duda será la joven más bonita en aquel salón —dijo Breena entusiasmada.

—Sin duda —replicó Aiden.

Este comentario pareció no agradarle tanto, su expresión cambió como si de un segundo a otro le hubiera dado un dolor de cabeza. Parecía preocupado, estaba mejorando en mi habilidad para descifrar su comportamiento.

—Ve a cambiarte Katherine, yo pagaré por el vestido —me dijo Aiden.

Asentí con la cabeza y regresé a la habitación donde se encontraba mi ropa. Pasamos el resto de la mañana en una tienda de ropa de hombres. Su atuendo era sencillo pero elegante; pantalones oscuros, botas más refinadas y cortas que las que solían usar para montar, una camisola blanca de lino y una corta capa de terciopelo negro. Aiden eligió una camisola con un detalle dorado en el cuello que iba perfecto con mi vestido, no podía negar lo apuesto que se veía en su nuevo atuendo. Se encontraba tan hermoso que sentí un fuerte impulso de ir hacia él y dejar que me tomara en sus brazos.

Zul era una persona diferente. Ya no parecía un chico desprolijo, se veía más compuesto y masculino. Fue hacia un espejo y observó por unos segundos su reflejo con mirada desconfiada. Me pregunté en qué estaría pensando pero su expresión era indescifrable; aún con el antifaz puesto, sus ojos se veían claramente. Había un brillo característico sobre ellos que era imposible de ignorar. Fue allí cuando me di cuenta de algo tan evidente que no comprendía cómo lo había pasado por alto: Zul era atractivo. No en la misma forma abrumadora de Aiden, sino de modo más enigmático y sutil.

Una vez que contamos con todo lo necesario Aiden y yo regresamos a la vieja posada. El mago dijo que aún necesitaba conseguir las invitaciones y que era preferible que fuera por ellas solo. Al principio no estaba convencida con la idea, no era seguro para ninguno de nosotros vagar solos por Izar, pero Zul insistió y parecía necesitar algo de tiempo a solas. Conocía esa sensación, hacía días que nos encontrábamos todos juntos y a veces ansiaba unos minutos de soledad para aclarar mi mente. Aiden repasó conmigo todo lo que debíamos hacer desde que partiéramos al castillo hasta que nos encontráramos a salvo lejos de Izar. Habíamos hablado tanto al respecto durante tanto tiempo que podía oír sus recomendaciones en mi mente constantemente. «Intenta no hablar con nadie, no bailes más de lo necesario, no mires a los warlocks directo a los ojos, quédate en algún rincón y no en el centro del salón, pretende ser tímida, muévete en forma torpe». La lista era interminable.

Al llegar a la posada no había rastro de Lars o de su hijo y aprovechamos la oportunidad para practicar con la espada en la habitación. Hacía tiempo que no nos encontrábamos completamente solos y él también pareció notarlo, había cierta tensión entre ambos que era difícil de ignorar. Intenté concentrarme en la espada; Aiden había mejorado, mis movimientos lo habían obligado a moverse con la mayor rapidez de la que era capaz. Yo no era tan afortunada, practicar con él me había ayudado a mejor mi defensiva, pero aún me sentía cómoda ya que él cuidaba sus movimientos constantemente para evitar lastimarme. Si iba a progresar de manera significativa necesitaba luchar con alguien que no me tuviera consideración alguna. Alguien despiadado. Seith tarde o temprano nos encontraría y entonces no me quedaría otra opción más que enfrentarlo, un rival como él me empujaría más allá de mis propios límites, me haría luchar no por la victoria, sino por mi vida. Me preguntaba cómo sería su rostro. Al pensar en él solo podía ver una oscura silueta en medio de la noche, silenciosa e inmóvil, como una estatua.

A medida que avanzaba la tarde Aiden comenzó a lucir cansado, hasta que nos detuvimos y le sugerí que descansara por un rato. Había pasado la noche despierto y no tendría otra oportunidad para descansar en los próximos días. Se resistió al comienzo pero terminó cediendo ante el sueño. Vigilé la puerta perdida en mis pensamientos. Me sentía levemente ansiosa, el peligro se aproximaba con cada minuto que pasaba; mejor dicho, nosotros nos acercábamos a él. Mis padres jamás me perdonarían haberme puesto en una situación tan riesgosa. Ahora que las consecuencias de mi decisión se volvían más reales, no podía evitar pensar en el daño que les causaría a mis padres si esta oscuridad reclamaba mi vida. No lo sabrían por un largo tiempo, pero tras pasar los años y no tener noticias de mí comenzarían a sospecharlo hasta que finalmente un día conocerían la verdad.

«No dejaré que eso pase», pensé para mí misma, acabaría con ellos, no ellos conmigo. Mis motivos eran fuertes, algún día cuando pudiera contarles, ellos me entenderían. Al menos mi madre; mi padre era un elfo y sin duda pensaría que había perdido la razón. Alyssian, aquel mundo que era tan perfecto para él, había sido una prisión para mí. Ellos eran lo único bueno que aquel lugar guardaba. Aquí había encontrado un mundo donde mi existencia no era insignificante, donde mis habilidades eran tan buenas o mejores que las del resto de las personas, un lugar donde podía construir mi vida, donde tenía amigos. Aquí había encontrado a Aiden, el único capaz de adueñarse de mi mente, de mí, de lo que era.

Aiden respiró en forma profunda llamando mi atención. Su rostro se volvía infantil cuando dormía y su expresión angelical era tan cautivadora que no podía apartar mi mirada de él. Lucía tan vulnerable que un escalofrío recorrió mi cuerpo. No quería ponerlo en peligro, quería que estuviera a salvo. En ese momento sentí el peso de lo que estábamos por hacer y tuve miedo por lo que podía pasar si nos descubrían. Llevé mi mano hacia el pelo de Aiden y lo acaricié, no dejaría que nada le pase.

Miré por la ventana y me sorprendí al ver que había comenzado a oscurecer, Zul ya debería haber llegado. Fui hacia la sala y vi a Lars sentado frente al hogar con su perro sentado a su lado, ambos se veían a gusto descansado frente a las llamas. Me acerqué a ellos haciendo ruido ya que de lo contrario no oirían mis pasos. Brandi levantó sus orejas y vino corriendo hacia mí.

—¿Puedo ayudarte en algo, Katherine? —preguntó el posadero.

—¿Ha visto a mi hermano? No se encuentra en su habitación —dije acariciando al perro.

—La última vez que lo vi estaba en el jardín —respondió pensativo—. Tal vez aún se encuentre allí, parecía disfrutar del aire fresco.

Asentí con la cabeza y me dirigí hacia la puerta.

—Han sido buenos huéspedes, silenciosos —dijo Larson—. He disfrutado de su compañía.

—No comprendo —dije extrañada por sus palabras—. A juzgar por la apariencia de la posada parecería que no le interesa recibir huéspedes.

—Soy un hombre solitario, Katherine. Disfruto vivir aquí con mi hijo, alejado del pueblo —hizo una pausa y siguió—. Prefiero hospedar poca gente, aquellos de corazón bondadoso que no se dejan engañar por las apariencias. No damas pretenciosas o caballeros refinados.

—Es una sabia elección —dije sonriendo—. Pocos esperan que un lugar que aparenta ser descuidado también pueda ser cómodo y cálido.

Yo no podía incluirme dentro de esos pocos, era Aiden quien había descubierto el lugar. Hice un gesto a modo de disculpa y abrí la puerta, no quedaba mucho tiempo. El mago se encontraba sentado en el pasto viendo el sol desaparecer tras el horizonte. Su expresión era calma, no parecía estar preocupado como de costumbre.

—Adhara.

Su oído se había acostumbrado a la forma silenciosa en la que caminaba, aun así me sorprendió; los humanos jamás me oían acercarme.

—Zul.

Se volvió hacia mí y me hizo un gesto para que lo acompañara. Me senté a su lado.

—¿Tienes las invitaciones? —pregunté.

—Las tengo —respondió—. Regresé hace horas pero necesitaba un poco de aire. La calma antes de la tormenta.

—Sé a lo que te refieres, he tenido esa sensación todo el día —repliqué.

—No es necesario que vengas —dijo el mago.

La forma en que lo miré bastó para que se retractara. Era más que necesario que fuera, el solo pensamiento de que ellos estuvieran allí sin mí era inconcebible. Solo una persona cobarde y descorazonada los dejaría ir solos a arriesgar sus vidas.

—Solo digo.

—Me conoces mejor que eso —respondí.

El mago permaneció pensativo por unos segundos.

—Estaremos bien —le aseguré—. Los tres saldremos de allí con ese mapa.

Tenía que creer eso, no aceptaría otra opción. Zul era poderoso, probablemente más de lo que me imaginaba y Aiden era hábil, rápido y audaz, un gran espadachín para ser humano. Estaríamos bien.

—Desearía que fueras tú.

Zul habló en voz tan baja que apenas logré oírlo. Lo miré confundida sin entender a qué se refería, sus palabras no tenían sentido. Su mirada se volvió hacia mí, había algo nuevo en sus ojos, determinación. El mago me tomó de los hombros y sin previo aviso se inclinó hacia mí acercando su rostro al mío. Adiviné su intención y lo esquivé de un rápido movimiento antes de que nuestros labios se encontraran. No me sentía abrumada o inmersa en un torbellino de emociones, podía pensar con total claridad y me encontraba perpleja ante lo que había ocurrido.

—¿Qué haces? —pregunté poniendo distancia entre nosotros.

—Intento enamorarme de ti —respondió Zul.

Podía ver en su mirada que estaba arrepentido de lo que había hecho. Su expresión era de tormento, por primera vez desde que lo conocía no intentó ocultar sus emociones; agonía, furia, confusión, frustración.

—¿Por qué harías algo así? —pregunté esforzándome en no gritarle.

—Para olvidarme de Sorcha —replicó el mago.

—¿De qué hablas?

¿Qué diablos tenía que ver Sorcha con esto? ¿Había intentado besarme para olvidarse de su problema con Sorcha? ¿Cómo se atrevía?

—Estoy enamorado de ella. Es una maldición que me persigue desde el primer día en que la vi —dijo en voz baja.

Me resultaba difícil creer en sus palabras y aun así sus ojos decían la verdad. Sorcha era un alma oscura, no había visto más que maldad en ella. Él lo sabía, él la odiaba.

—Zul… Tú intentaste matarla.

—Ponte en mi lugar, Adhara. Ella es una Nawa, es una de ellos. Tarde o temprano acabará conmigo si no la detengo —replicó.

—Esta es la verdadera razón por la cual falló tu hechizo —dije comprendiendo lo que había ocurrido—. Sorcha no dudó al intentar matarte, lo hubiera hecho de no haberme encontrado allí. ¿Cómo puedes estar enamorado de alguien que quiere terminar con tu vida?

—¿Puedes evitar lo que sientes por Aiden?

Me tomó por sorpresa. Pensé en negarlo pero luego de la forma en que Zul se había abierto conmigo no podía mentirle.

—No —respondí evadiendo su mirada.

Fue allí cuando comprendí la terrible situación en la que se encontraba. No era posible, de serlo el destino del mago sería uno cruel, matar a quien amaba o morir por sus manos. Tarde o temprano se encontraría con Sorcha y si no lograba matarla, ella lo mataría a él.

—Estos sentimientos te destruirán, Zul —dije lamentando cada palabra.

—Lo sé.

Su expresión era de agonía. Ignoré el hecho de que había intentado besarme y lo abracé intentando reconfortarlo. Era una sensación extraña, hacía solo minutos me encontraba furiosa con él y ahora quería protegerlo de aquel dolor que no se merecía. Zul apoyó su cabeza en mi hombro y escondió su mirada.

—Zada jamás me perdonaría si llegara a enterarse. A veces pienso que lo sospecha. Crucé caminos con Sorcha en demasiadas ocasiones, le parece extraño que aún no la haya matado.

—Ella cree que sientes algo por mí, me lo ha dicho —hice un pausa y agregué—. Tú le hiciste creer eso.

—Es lo mejor que puedo hacer, es mejor que la verdad.

Mis instintos no me habían fallado, Zada había visto lo que Zul quería que viera.

—Lo he intentado, en verdad creí que podía enamorarme de ti, Adhara. Eres hermosa, valiente, bondadosa… salvaste mi vida. Pero ella siempre está en mi mente, invade mis sueños y no hay nada que pueda hacer al respecto.

Siempre había pensando en el mago como alguien racional y cauto, incluso por momentos había notado que pensábamos en forma similar. Me costaba creer que pensara de esa manera, que hubiera intentado sentir algo por mí cuando amaba a otra a persona.

—Has actuado de forma estúpida. No puedes obligarte a sentir algo que no existe y aun si te enamoraras de mí sufrirías de todos modos —respondí.

—Tú me rechazarías, Sorcha quiere acabar con mi vida —murmuró desde mi hombro.

Tenía un punto, no podía negarlo.

—Ahora ya no puedes dañarla, no te queda más que evadirla hasta que averigüemos cómo romper el sello —dije pensativa—. Si nos encuentra, yo me enfrentaré a ella.

Zul dejó escapar un suspiro.

—Una parte de mí en verdad la odia. Es contradictorio, sentirme atraído por ella y odiarla al mismo tiempo.

—Sé a lo que te refieres, aunque probablemente no en igual medida —respondí.

El mago dejó escapar una sonrisa. Debía sentirse aliviado de finalmente poder desahogarse y hablar con alguien sobre el tema. Me pregunté por cuánto tiempo había guardado el secreto.

—Lamento haber intentado besarte —se disculpó.

Mi cuerpo se volvió algo rígido ante el recuerdo de lo sucedido. Zul lo notó pero no se movió, permaneció con la cabeza apoyada en mi hombro. De seguro le resultaba más fácil hablar sin tener que mirarme a los ojos.

—Conociendo tu carácter sé que para ti debe haber sido un acto… impertinente. En verdad lo siento, Adhara —hizo una pausa pensativo y agrego—. Aunque debo admitir que me había preparado para recibir un cachetazo o algo peor.

—Puedes agradecerle a Aiden por eso —repliqué—. Probablemente jamás vuelva a sentirme tan turbada o fuera de mí misma como aquella vez.

—Fue antes de que los encontrara —era una afirmación no una pregunta.

—Así es. En nuestro segundo encuentro me besó de manera repentina mientras discutíamos.

—Aiden es imprudente —dijo el mago riendo.

—Sí, lo es —respondí.

Permanecimos allí un rato, ambos pensativos y en silencio. Era un alivio saber que Zul no tenía ese tipo de sentimientos hacia mí pero me sentía mal por él. Al desaparecer los últimos rayos del sol oímos un ruido y al girar mi cabeza vi a Aiden caminando hacia nosotros. El mago levantó su cabeza de mi hombro y se puso de pie evitando mi mirada. Aiden nos miró en silencio como si estuviera esperando algún tipo de explicación, su mirada era acusadora.

—Es hora, debemos cambiarnos —dijo Zul.

—¿Por qué se encontraban aquí afuera? No es seguro —dijo Aiden ignorando al mago.

—Estábamos tomando un poco de aire fresco —repliqué.

Me dirigí hacia la habitación y desenvolví el vestido. Aiden y Zul fueron a cambiarse a la habitación de enfrente para darme privacidad. Intenté no pensar en mi conversación con el mago. Era momento de permanecer con la mente en frío y actuar sin ningún tipo de distracción. Al terminar de pasar mis brazos por las mangas me di cuenta de un problema con el que no había contado. Intenté tirar de los lazos del corsé para ajustarlo pero no resultó una tarea sencilla. Solo tenía una opción y me hacía sentir nerviosa. Decidí que era mejor terminar de arreglarme y lidiar con eso luego. No sería tan vergonzoso con la máscara puesta. Decidí que quedaría mejor si en vez de usar el lazo dorado utilizaba el mío celeste. Fui hacia el espejo y entrelacé el lazo en mi pelo asegurándome de que cubriera mis orejas. Luego puse el antifaz sobre mis ojos y contemplé el resultado. El antifaz resaltaba mis ojos verdes y mi pelo caía en forma delicada sobre mi hombro derecho, cubriendo mis orejas. Sujeté el vestido con mis manos para asegurarme de que no se cayera, ya que los lazos se encontraban flojos, y esforzándome para evitar que mis mejillas se sonrojaran fui hacia la habitación de enfrente. Pude oír a ambos discutiendo pero hablaban en forma tan rápida que no logré entender lo que decían. Aguardé un segundo en silencio, aún sin comprender sus palabras, golpeé la puerta. Las voces cesaron y un momento después Aiden abrió la puerta bruscamente.

—Adhara —dijo sorprendido—. Creí que eras Lars.

Sus ojos se posaron sobre mí y decidí que era mejor decirlo de una vez antes de que me sintiera demasiado avergonzada.

—¿Podrías ayudarme con los lazos del corsé? La vendedora los ajustó en el negocio y no puedo hacerlo yo misma —dije intentando no sonar tímida.

Aiden me observó confundido y luego bajó su vista hacia el vestido comprendiendo.

—Por supuesto.

Me indicó que fuéramos a mi habitación y tras un momento de pensarlo, asentí. Ya era demasiado vergonzoso sin el mago allí para presenciarlo, era mejor si estábamos solos. Fui hacia el espejo y me paré frente a él evitando su mirada. Aiden se paró detrás de mí y pude ver por el reflejo que parecía algo indeciso.

—Emm… Jamás he hecho esto antes —confesó.

En cierta forma era un alivio escuchar eso, permanecí seria e intenté no sonreír.

—Debes tirar de los lazos para que el vestido quede ajustado y luego hacer un moño para que no se afloje.

Tomó los lazos y comenzó a tirar de ellos en forma suave, la tela del vestido empezó a presionarse contra mí.

—Dime si está demasiado ajustado —dijo.

Contemplé mi figura ante el espejo y una vez que el vestido se vio al igual que en la tienda, le hice una seña para que se detuviera. Aiden hizo un nudo y se alejó para contemplar el resultado.

—¿Luzco humana en él? —pregunté volviéndome.

—Luces… bien —respondió.

Busqué sus ojos pero evadió mi mirada. Su expresión no revelaba mucho, pero si tenía que adivinar, parecía algo enfadado.

—Iré a terminar de vestirme —dijo yendo hacia la puerta.

—¿Estás enfadado? —pregunté.

Se detuvo.

—¿Sientes algo por él? —preguntó dándome la espalda.

—¿De qué hablas?

—Zul, los vi en el jardín —replicó.

—¿Por qué pensarías que siento algo por él? —pregunté confundida.

Jamás había dado ningún tipo de indicio de que me sintiera atraída por Zul. Zada lo había notado, de lo contrario no me hubiera pedido que no lo lastimara, y el mago sabía que lo rechazaría.

—Su cabeza se encontraba en tu hombro, Adhara. Sé que te incomoda el tacto de las personas pero no parecía molestarte —dijo aún de espaldas.

Pensé en lo que Aiden había visto y comprendí que pudiera sentir celos. Yo me había sentido de la misma manera al verlo con Goewyn.

—Zul es mi amigo, no tengo otro tipo de sentimientos hacia él —respondí—. Posees buenos instintos Aiden, de usarlos lo sabrías.

Se volvió hacia mí.

—Me gusta como te queda el lazo celeste.

Tras decir esto salió por la puerta. Pensé en lo ocurrido en el jardín, era un alivio que no hubiese presenciado cuando el mago intentó besarme. Hubiese sido difícil convencerlo de que solo éramos amigos después de eso. Tomé mi espada y la pasé por debajo del vestido amarrando la funda a mi cintura, la parte de abajo era tan amplia que la tela caía naturalmente ocultando el arma.

Una vez que todos nos encontrábamos listos, Aiden dejó el dinero que le debíamos al posadero sobre la cama y salimos silenciosamente por la ventana. Sería demasiado sospechoso que Lars nos viera vestidos para el baile de la reina, ningún noble se hospedaría en su posada. Cabalgamos en silencio hacia el castillo yendo por las afueras del pueblo evitando ser vistos. Debíamos encontrar un lugar cerca del castillo para dejar los caballos, pero lo suficientemente oculto como para poder escapar desapercibidos una vez que tuviéramos el mapa. Nos llevó un largo rato hallar el lugar indicado, todos los alrededores del castillo estaban adornados con antorchas y había guardias vigilando todas las entradas y salidas. Atamos los caballos junto a un grupo de pinos que se encontraban junto a las murallas de los jardines reales. La noche y las ramas de los árboles proporcionaban un escondite perfecto.