Estaba dormida cuando un ruido de voces me despertó. Eran Aiden y Zul, ambos se encontraban discutiendo en la sala pero no podía escuchar en forma clara sobre qué se trataba. Había descansado bien y sería inútil intentar seguir durmiendo, me cambié y no tardé en unirme a ellos. Una vez que me vieron abandonaron su charla y me pidieron disculpas por haberme despertado. Luego de preguntar varias veces a qué se debía su discusión fue Zul quien finalmente me respondió que estaban planeando cómo actuar durante el baile de máscaras.
Había dos puntos en los que se habían puesto de acuerdo y ambos parecían estar conformes con la decisión. El primero era que los tres debíamos saber bailar las danzas típicas que solían hacer en estas festividades, y que yo debía trabajar en hacer que mis movimientos fueran más humanos y menos élficos. En otras palabras debía moverme en forma más lenta y descoordinada. No iba a ser fácil, pero era necesario.
El segundo punto era que Aiden entraría solo en las cámaras del Concilio de los Oscuros en busca del mapa y que Zul y yo aguardaríamos por él en la fiesta. En esto no estaba de acuerdo, era demasiado peligroso que fuera solo. Comprendía que era más fácil que se escabullera una persona sola en vez de tres, pero si algo le ocurría tardaríamos en llegar a él y podría ser demasiado tarde. Me ofrecí a ir con él pero ambos se negaron rotundamente a la idea. Estaba acostumbrada a que Zul se pusiera de acuerdo conmigo y ambos le ganáramos el argumento a Aiden, era irritante que esta vez ambos se pusieran en mi contra.
Había mucho por aprender, Aiden era el único que tenía una idea sobre los bailes de la corte y aun así no lo hacía muy bien. Luego de un par de intentos frustrados, decidió que era mejor que primero nos concentráramos en mí. Pasé la tarde caminando alrededor de la sala, sentándome, poniéndome de pie, comiendo, de la forma más torpe de la que fui capaz. Era difícil. Era como ir en contra de mi naturaleza, debía pensar cada movimiento que hacía, la forma en que lo hacía y no podía evitar pensar lo tonta que me veía al hacerlo. A pesar de mis esfuerzos ambos insistieron en que aún llamaba la atención y que debería practicar durante días. El hecho de tener la mirada de Aiden sobre mí no ayudaba. No quería que me viera moverme de esa forma insulsa y sin gracia, quería cautivarlo. Mis palabras no habían pasado desapercibidas sino que parecían haber quedado grabadas en su mente. Era la única explicación a su buen humor y al hecho de que no pudiera alejarse de mí por más de cinco minutos. Su mirada era tan intensa que la mayor parte del tiempo debía concentrarme en evitar sonrojarme. Finalmente les pedí a ambos que me dejaron a solas en la sala por un rato para poder practicar. No era momento de distracciones. Aunque estaba comenzando a aceptar el hecho de que no podría luchar eternamente contra estos sentimientos, y que en verdad Aiden era dulce y gentil, y no irracional y cruel como había pensado al principio, de nada serviría que cediera ante ellos ahora, si en una semana el peligro que enfrentaríamos reclamaría su vida.
Estar sola me ayudó, me concentré en recordar la forma en que se movía Goewyn quien, en mi opinión, era un tanto torpe incluso para una humana, e intenté moverme de la misma manera. Lo repetí una y otra vez hasta que mis movimientos dejaron de ser fluidos y se volvieron más mecanizados. Sabía que aún no lo conseguía por completo pero era un progreso. Era una tarea difícil sino imposible, como pedirle a un lobo que se comportara como un perro.
Era suficiente por un día, salí para tomar un poco de aire. El viento era frío y los rayos del sol no lograban filtrarse entre las ramas de los árboles. Era como si siempre fuera de noche en el bosque de Gunnar, no me extrañaba que nadie se adentrara en él, el lugar era frío y oscuro a cualquier hora del día. Los Garms se habían adueñado del único lugar en el cual los humanos no intentarían cazarlos.
—Adhara —la voz del mago interrumpió mis pensamientos.
—Zul —respondí.
—Has hecho un buen trabajo hoy, un poco más de práctica y estarás lista —dijo apoyando su mano sobre mi hombro.
—Eso espero —hice una pausa y agregué—. ¿Tú como te encuentras? Ayer a la noche lucías preocupado.
El mago me miró en silencio por unos segundos antes de responder. Parecía sorprendido de que lo hubiera notado.
—Eres muy intuitiva. Me salvaste y es justo que sepas lo que sucedió, pero debes prometerme que no se lo dirás a nadie —dijo Zul, sus ojos grises me miraban fijamente atándome a la promesa.
—Lo prometo —respondí.
—Sorcha y yo hemos sido enemigos por mucho tiempo, en varias ocasiones intentó matarme y logré escapar. El otro día cuando me encontró decidí que debía acabar con ella de una vez por todas y cuando tuve la oportunidad conjuré el hechizo —hizo una pausa y continuó—. La magia es muy compleja, para que un hechizo funcione la voluntad es fundamental. Si uno tiene la más mínima duda sobre el resultado del hechizo, se deshace. Estaba seguro sobre lo que debía hacer cuando lancé esa daga, pero en el momento en que iba a clavarse en su pecho mi voluntad se quebró, muy dentro de mí pensé que no quería que muriera. Eso provocó que el hechizo se detuviera. Fue inconsciente, no fue mi intención pensar en ello.
Apartó la mirada, parecía enfadado consigo mismo. Al fin lo que había visto tenía sentido, Zul había detenido su propio hechizo.
—¿Te dio pena terminar con su vida?
—Sí, creo que eso fue —respondió rápidamente—. Sorcha es una asesina, un alma oscura y de no ser por Talfan yo podría haber sido como ella.
—Hay verdad en tus palabras, comprendo porque sentiste pena por ella. Eres una persona de buen corazón Zul, no puedes culparte por no haber podido matarla —recordé algo que me molestó y continué—. Lo que no comprendo es cómo pudiste pedirme que terminara con ella cuando tú mismo sentiste pena y no pudiste hacerlo. Eso es de cobarde.
—Lo sé y lo siento pero hay una razón por la cual te pedí que lo hicieras. Sorcha tomó ventaja de lo que sucedió y conjuró magia muy antigua para sellar mis poderes. Matar es el peor acto que uno puede hacer contra una persona, yo intenté matarla pero a último momento mi voluntad se quebró, tuve mi oportunidad y fallé, ahora no puedo dañarla. Es magia antigua —su calma desapareció, había furia en su voz—. Mis hechizos no funcionan con ella. Tú me salvaste, Adhara, no puedo permitir que nos encuentre hasta averiguar cómo romper el sello.
Entendí que encontrarse indefenso ante un enemigo era la peor situación en la que uno se podía encontrar. La mente de Zul debía estar trabajando sin cesar en busca de la respuesta, algo que le permitiera poder luchar contra Sorcha. El mago era poderoso pero esa debilidad lo estaba consumiendo.
—Lo siento Zul, de haber sabido esto hubiese considerado hacer algo al respecto cuando me lo pediste —dije recordando la escena.
—No tienes nada de que disculparte Adhara, es mi culpa. Debí prever que algo así podía suceder —respondió el mago aún con la mirada perdida.
—Hasta que encontremos una solución debemos evitar que nos encuentre y si lo hace yo te protegeré —le aseguré.
Estas palabras llamaron su atención, se volvió hacia mí y me observó por un momento.
—Eres gentil y hermosa, Adhara —hizo una pausa y agregó—. Sorcha es mi problema, quiero que te mantengas a salvo.
Miré al mago sorprendida sin decir nada. Zul tenía una tendencia a darme respuestas inesperadas. Sus halagos me agradaban pero no podía descifrar en qué forma me veía.
Permanecimos allí por un rato, ambos perdidos en nuestros pensamientos hasta que Aiden salió para avisarnos que la comida estaba lista. La cena no fue tan silenciosa como de costumbre; ahora que finalmente nos habíamos puesto de acuerdo en un plan para el baile de máscaras, Aiden y Zul no cesaban de hablar sobre todos los preparativos que debíamos hacer. El castillo de la reina Lysha se encontraba en Izar, iríamos allí un día antes del baile y debíamos encontrar algún lugar seguro en las afueras donde pasar la noche. Lo cual no sería una tarea fácil. El tema de la vestimenta también parecía ser un problema, solo concurrían las personas más adineradas de Lesath y comprar la ropa adecuada sería costoso. Y por último, las invitaciones. Zul dijo que podría hacer unas con magia pero que primero debíamos encontrar al menos una verdadera.
Quería ayudar, verlos trabajar en cada detalle mientras yo no aportaba nada me hacía sentir inútil. Había pensado en utilizar uno de mis vestidos para evitarles gastos ya que el dinero con el que contábamos ni siquiera alcanzaba para comprar sus trajes, pero ambos estaban de acuerdo en que no hacían más que resaltar mi aspecto élfico. Aiden debió pensar que su comentario me había ofendido porque luego de eso me aseguró que todos mis vestidos eran de perfecta confección y de ser otras las circunstancias serían aptos para la ocasión. No pude evitar reírme ante su reacción ya que no me había sentido ofendida, es más, pensaba que probablemente tuvieran razón. Por primera vez desde que nos habíamos conocido estaba siendo cauto para evitar que discutiéramos. Era reconfortante saber que era consciente de que últimamente nos habíamos llevado bien y que no quería arruinarlo.
Era pasada la medianoche cuando me desperté de manera abrupta. Un sonido había despertado mis sentidos, aguardé en silencio hasta que volví a oírlo, sonaba como madera resquebrajada, era la puerta. Tratando de mantener la calma salté de la cama y tomé a Glace, yendo silenciosamente hacia la puerta. Todo se encontraba tan oscuro que no podía ver. Aiden y Zul dormían en la sala a solo metros de la puerta que daba afuera, pensé alarmada. Me acerqué sigilosamente, caminado con cuidado para evitar que el piso de madera crujiera con mis pasos. Intenté distinguir alguna silueta pero no logré ver nada. Me encontraba intranquila, la imagen de alguien atacándolos mientras dormían no dejaba de repetirse en mi mente. Los sentidos de Aiden eran bastante agudos para ser humano, era imposible que no hubiese escuchado nada.
Me agaché y gateé por el piso hacia el sillón en donde se encontraban, había alguien más en la habitación, podía sentirlo. Contuve la respiración y aguardé en silencio esperando que el más mínimo ruido delatara la posición del intruso. Me costó concentrarme lo suficiente pero finalmente logré escucharlo, respiraba en forma agitada y parecía estar más cerca del sillón que de la puerta. Tomé la empuñadura con fuerza y me arrojé hacia la figura con toda la velocidad de la que era capaz. Podía ver la silueta delante de mí cuando mi cuerpo chocó contra algo que se interpuso en mi camino. Caí al piso y la persona con la que había chocado cayó arriba de mí. Solo veía su silueta debido a la oscuridad, no podía atacar si no sabía de quién se trataba. Debía inmovilizarlo. Estiré la mano buscando su cuello pero en el momento en que coloqué mi espada contra él una mano se cerró sobre el mío. Habíamos actuado de la misma manera.
Zul gritó unas palabras y apareció fuego en el hogar iluminando la habitación. Sus ojos marrones se encontraron con los míos y ambos nos miramos sorprendidos. Era Aiden. Giré la cabeza en el acto para ver al intruso y me quedé perpleja al ver a una joven de largo pelo oscuro e impactantes ojos grises. Era la viva imagen de la mujer que había visto en el retrato. Era la madre de Zul.
—Zada —dijo el mago aliviado.
No, no era la madre, era la niña que estaba a su lado en el retrato. Su parecido no dejaba de asombrarme, debía ser doloroso para Zul ver a su madre cada vez que veía a su hermana.
—Soltaré tu cuello si bajas la espada —dijo Aiden riendo.
Me volví hacia él, había calidez y cierta diversión en su mirada.
—Primero suelta mi cuello y luego bajaré la espada —respondí con una sonrisa.
Retiró su mano y me miró expectante aguardando a que cumpliera con mi parte. Al bajar la espada me di cuenta de lo pesado que era su cuerpo, con la adrenalina del momento no lo había notado pero ahora apenas podía respirar. Debió darse cuenta por mi expresión ya que se puso de pie enseguida y me ayudó a levantarme.
—Lo siento —se disculpó—. ¿Te encuentras bien?
—Por un momento pensé que aún te encontrabas dormido en el sillón —dije tomando su mano.
—Yo no dudé de que te encontrabas agazapada en alguna parte de la habitación —hizo una pausa y agregó—. No eres la única con buenos instintos.
Sus palabras me hicieron sonreír, sabía que algún día creería en mis habilidades y dejaría de subestimarme.
—¿Qué haces aquí? —dijo el mago abrazando a su hermana.
—Talfan me envió, vine a ayudar —respondió Zada.
Una vez que su hermano la soltó vino hacia nosotros. Era muy bonita para ser humana, sus facciones eran femeninas y delicadas, y sus ojos eran enigmáticos como los de Zul.
—Es bueno verte, Zada —dijo Aiden saludándola de manera familiar.
—Te ves bien, Aiden —dijo analizando su aspecto—. Solía preocuparme por ti pero veo que te encuentras bien.
No pude evitar preguntarme a qué se debía su preocupación, me había hecho recordar a algo que Goewyn me había dicho. Zada se paró enfrente de mí y me ofreció su mano en forma amistosa. Su expresión era calma pero emanaba cierta fortaleza que no había visto en ninguna de las mujeres de Lesath.
—Soy Zada Florian, la hermana de Zul. Es un gusto conocerte.
Tomé su mano e intenté mostrarle la misma amabilidad, su tacto al igual que el de Zul no me incomodaba como el del resto de las personas.
—Soy Adhara Selen Ithil. Zul me ha hablado de ti, es un gusto conocerte para mí también.
Sus ojos se abrieron sorprendidos por un instante y luego volvieron a la normalidad, no comprendí cuál podría ser la causa pero dada la rapidez con la que se había recompuesto su expresión decidí que era mejor no preguntar.
—Lamento sorprenderlos así en mitad de la noche, no pensé que llegaría antes del amanecer —se disculpó.
—Nos diste un buen susto —replicó Aiden—. Tuviste suerte de que Adhara y yo chocáramos antes de alcanzarte, de lo contrario podrías haber resultado herida.
—¿A qué te refieres con que Talfan te envió a ayudar, Zada? —preguntó Zul abruptamente—. Si tu intención es venir con nosotros a Izar la respuesta es no.
Era extraño ver a Zul actuar de manera protectora, era la primera vez que veía aquella mirada severa y a la vez afectuosa.
—Relájate hermano, esa no es la razón por la cual estoy aquí. Esta es solo una parada, Talfan me envió a buscar a los abuelos de Adhara para que los guíe hasta Saiph.
Una sensación de alivio comenzó a expandirse por mi cuerpo. Iara y Helios atravesando Lesath solos era una imagen perturbadora; Zada parecía capaz de manejar un arma, ella cuidaría de ellos.
—Oh —respondió Zul pensativo—. Es una buena idea. Hace no más de una hora el chacal que había conjurado se desvaneció, eso significa que los abuelos de Adhara ya recibieron la carta con las instrucciones. Debes apresurarte si quieres encontrarlos.
Helios era inusualmente perceptivo, no le tomaría mucho tiempo preparar todo y dejar la casa luego de leer la carta. Me sentía mal por ellos, de no ser por mí podrían haber continuado con sus vidas pacíficamente en Naos. Esperaba que con el tiempo, si resultábamos victoriosos en nuestra misión, pudieran volver a su hogar y disfrutar de la misma paz que habían tenido hasta ahora.
—Partiré mañana al atardecer, Talfan me dio un amuleto que me guiará hasta ellos —replicó Zada—. No tardaré en encontrarlos.
—¿Los encontrarás con magia? —pregunté sorprendida.
—Así es, pero para que el hechizo funcione necesitaré algo que pertenezca a ellos —dijo volviéndose hacia mí—. Ropa u objetos…
—Creo tener un viejo libro de mi abuelo que guardé en mi bolsa de viaje —respondí—. Creí que no poseías magia.
—Talfan conjuró el hechizo, debo colocarle este amuleto a alguna de sus pertenencias y la pequeña flecha en su centro me guiará hasta ellos —replicó sosteniendo un antiguo amuleto de oro en la palma de su mano.
Me asomé a contemplarlo con curiosidad, había escuchado hablar de objetos como ese en Alyssian pero era la primera vez que veía uno. La flecha en su interior era una pequeña ramita y la cadena de oro tenía hojas entrelazadas en ella. Era élfico.
—¿Dónde lo obtuvieron? —pregunté incrédula.
Zada me miró sorprendida sin entender a qué se debía mi reacción.
—Es élfico —dijo el mago con una mezcla de certeza y confusión en su voz.
—Talfan dijo que lo adquirió recientemente, no sé dónde lo encontró —dijo Zada aún confundida.
Era increíble que objetos élficos aún continuaran perdidos en el mundo de los humanos. Una prueba más de que en algún momento ambos mundos había coexistido juntos. Todo habría sido más fácil para mí si hubiese nacido en esa época, podría pertenecer a ambos mundos sin tener que decidirme por uno.
Zul tomó el amuleto y se perdió en sus pensamientos mientras lo contemplaba. Sus ojos se encontraban concentrados en la pequeña flecha como si estuviera esperando que se moviera. Esta vez pude ver con claridad a través de su mente, en sus manos se encontraba la respuesta que había estado buscando. De tener algo de ella aquella flechita lo llevaría hacia la ubicación exacta de Sorcha, podría tomarla por sorpresa, acabar con ella y romper el sello.
—Sabía que te sentirías intrigado por él —dijo Zada—. ¿Cómo crees que funcione su magia?
Estas palabras rompieron su trance y dirigió la vista hacia su hermana.
—No lo sé, aún no lo he podido descifrar —dijo el mago ablandando su expresión—. Pero a juzgar por su aspecto no cabe duda de que es élfico.
Tras decir esto me dirigió una mirada significativa sin que los demás lo vieran. Era la única persona en la sala que había adivinado sus verdaderos pensamientos.
—Es tarde, deberíamos seguir durmiendo. Mañana tendremos tiempo de hablar —dijo Zul.
Una vez que el mago me aseguró que dormiría en el suelo para que su hermana pudiera descansar en el sillón regresé a mi habitación. Estaba desvelada pero sabía que quedaban pocas noches de sueño tranquilo, pronto deberíamos partir hacia Izar para el baile de máscaras y allí no podríamos bajar la guardia ni por una fracción de segundo.
Deseaba poder ver a mis abuelos, disculparme con ellos. Dejar su casa no podía ser una decisión fácil, habían vivido allí la mayor parte de sus vidas, guardaba recuerdos, momentos felices. Mi madre, su hija, se había criado allí. Me dormí reviviendo momentos de mis pocos días en su compañía, ansiando el momento en que nos reencontraríamos y podría hablar con ellos y sostener a Tarf en mis brazos.
Me desperté temprano, por la posición del sol había amanecido hacía no más de una hora. Al llegar a la sala solo vi a Aiden durmiendo, Zul y Zada no se encontraban allí. De seguro tenían mucho de qué hablar, parecía haber pasado una significativa cantidad de tiempo desde la última vez en que se habían visto. El mago parecía cómodo con ella. Desde el poco tiempo en que lo conocía, me había dado la impresión de que no solía tratar con gente. A juzgar por su historia, desde muy joven su único interés había sido aprender magia y no parecía tener amigos o alguien con quien tuviera un vínculo afectuoso además de Zada, Talfan y Aiden. Me sentía mal por él, ser extraño en su propio mundo debía ser triste y solitario, con suerte una vez que lográramos terminar con los warlocks tendría la oportunidad de tener una vida normal. Aiden no tardó en despertarse y aprovechamos que la sala se encontraba vacía para practicar con la espada; era importante poder moverse en lugares donde el espacio fuera reducido ya que debíamos estar preparados para pelear en cualquier tipo de circunstancias. Nuestros duelos me resultaban entretenidos, era un oponente digno pero al mismo tiempo no podía evitar ser demasiado cuidadoso, lo que me daba más de una oportunidad para desarmarlo y hacer movimientos que utilizados con la intención de matar serían letales. En más de una ocasión sus expresiones lo traicionaron y por momentos parecía pensar que el filo de mi espada rozaría su piel. Siempre me detenía a tiempo, no era tan evidente como él, pero no había un solo segundo en el cual me descuidara o no midiera el alcance de mis movimientos para evitar lastimarlo. Nos estábamos volviendo cercanos, ya no había rastros del Aiden que me había dejado en medio de la tormenta, su personalidad siempre me había resultado intrigante y desde que habíamos llegado a la cabaña se había vuelto algo… encantador.
Zul y Zada regresaron alrededor del mediodía. Ambos se encontraban de buen humor, era inusual ver al mago sonreír. Tenían rasgos parecidos, era el contraste entre ambos lo que los diferenciaba. Zul era desaliñado, su ropa era vieja, y su pelo despeinado y revuelto. Mientras que Zada llevaba un vestido color lila de simple costura pero aun así limpio y refinado, y su pelo negro se encontraba recogido permitiendo que algunos mechones cayeran sobre su rostro.
El mago sacó una bolsa llena de monedas de oro y la puso sobre la mesa. Talfan nos había enviado dinero para que pudiéramos comprar la vestimenta adecuada y de alguna manera se las había ingeniado para conseguir una lista con los nombres de los nobles que vivían en un pueblo vecino y que afortunadamente se veían imposibilitados de asistir. Esto simplificaba las cosas, lo único que quedaba por hacer era conseguir las invitaciones.
Zada nos explicó que el baile de máscaras se realizaba todos los años y era una celebración en honor a la reina. La mayor parte de los nobles de Lesath eran invitados pero también era costumbre realizar un sorteo para que cuatro familias más humildes pudieran unirse al festejo. Era sorprendente el alcance que tenía un evento como ese, personas de todas partes de Lesath asistirían a él, recorrerían grandes distancias por pasar un solo día en el castillo de la reina.
Pasamos gran parte de la tarde aprendiendo los bailes tradicionales, Zada acostumbraba a ir a celebraciones que hacían en su pueblo y era buena bailando. La mayoría de ellos eran simples y reiterativos en todos sus pasos, eran fáciles de aprender pero debía hacer un gran esfuerzo por moverme en forma lenta. Aún me quedaba mucho por practicar, al bailar con Zada para memorizar los pasos, Zul y Aiden compararon nuestros movimientos y coincidieron en que aún eran más élficos que humanos. Aunque una parte de mí se esforzaba por conseguirlo, otra parte se resistía un poco. Zada era coordinada y elegante para ser humana pero ante mis ojos la forma en que se movía era lenta y algo insulsa, no podía permitir verme así ante los ojos de Aiden.
Zada bailó una pieza con cada uno y luego sugirió que bailáramos los cuatro a la vez para coordinar el baile entre parejas. Esta idea me incomodaba, no estaba segura de querer encontrarme a tanta proximidad de Aiden, su tacto hacía cosas extrañas con mis emociones y eso era peligroso.
—¿Bailarías conmigo, Adhara? —dijo el mago ofreciéndome su mano.
Lo miré perpleja por unos segundos antes de responder, no era la pregunta lo que me sorprendía, era quién la hacía. Esperaba que Aiden se ofreciera a bailar conmigo, no Zul, quien hacía solo un rato había expresado que aprender a bailar era una gran pérdida de tiempo. Sus ojos se encontraban fijos en los míos esperando una respuesta.
—De acuerdo —respondí tomando su mano.
Me acercó hacia él y cuidadosamente apoyó su mano en mi cintura, analizando mi expresión para asegurarse de que no me resultara molesto. Éramos casi de la misma estatura por lo que no debía levantar la cabeza para mantener su mirada. El silencio a nuestro alrededor era tan pronunciado que no pude evitar mirar. Aiden se encontraba rígido, su mirada furiosa en el mago. Zada observaba a su hermano de una manera que me resultaba imposible de descifrar; afecto, confusión, sorpresa, todo se encontraba en sus ojos.
Zul comenzó a guiarme haciendo los movimientos que habíamos aprendido, mantenía una distancia prudente entre nosotros pero aun así era la primera vez que me encontraba tan cerca de él. Era extraño, no me sentía incómoda pero tampoco a gusto, estaba alerta. Jamás había visto sus ojos con tanta claridad, eran enigmáticos, peligrosos y profundos.
—¿Cómo lo estamos haciendo? —preguntó Zul.
—Relaja los hombros y muévete un poco más lento —replicó Zada—. Bailaré con Aiden por unos minutos, rotaremos en círculo y cambiaremos de pareja como les enseñé.
El mago asintió y comenzó a moverse en forma más lenta hacia el otro lado de la habitación. Lo miré en forma curiosa pero no me respondió. Me movía en forma cuidadosa, con cautela, sabía que no estaba acostumbrada al tacto con las personas.
—¿Por qué nos estamos alejando de ellos? —pregunté.
—No quiero que nos escuchen —respondió en voz baja—. Zada no sabe nada acerca de lo que pasó con Sorcha. Mantén mi secreto Adhara, no quiero que se preocupe.
—No le diré nada, lo prometo —le aseguré.
Me sonrió y girándome comenzó a volver hacia los demás. Me pregunté si esta era la razón por la cual Zul se encontraba bailando conmigo, era difícil de saber, sus intenciones rara vez eran claras. Nos acercamos a ellos comenzando a movernos a su alrededor, debíamos girar tres veces y luego hacer una corta reverencia y cambiar de pareja.
—No le encuentro sentido al baile, pero hacerlo contigo es agradable —dijo el mago con una sonrisa—. A decir verdad jamás me interesaron este tipo de cosas.
La honestidad en sus palabras me hizo sentir simpatía por él, de alguna manera me sentía identificada con lo que estaba experimentado. Confiaba en mí, eso me hacía estar más relajada.
—Sé a lo que te refieres —respondí.
Tras girar por última vez nos detuvimos y se dirigió hacia Zada mientras Aiden ocupaba su lugar. Sus ojos se apoderaron de los míos mientras hacía una reverencia y luego tomó mi mano y me llevó hacia su pecho. Tal como había previsto no hizo esfuerzo alguno por mantener una distancia cauta, su mano bajó hacia mi cintura en forma delicada pero firme. Bailar con Zul no había sido una mala idea, al menos podía pensar con claridad cuando me encontraba junto a él. Intenté poner más distancia entre nosotros antes de que mis emociones comenzaran a jugar en contra pero su brazo no me lo permitió. Aiden era más alto que yo y esto le permitía sostenerme mejor. Su mirada encerraba una acusación.
—No es necesario que bailemos tan cerca —dije en voz baja para evitar que los demás me escucharan.
—Tal vez el baile no lo requiera pero es necesario para mí —replicó en un susurro.
Debió notar el efecto que estas palabras tuvieron sobre mí, mis ojos se abrieron sorprendidos y una sensación extraña recorrió mi cuerpo provocando que me confundiera en uno de los pasos. ¿A qué se refería? ¿En verdad tenía la necesidad de que me encontrara a tanta proximidad de él? Hacía solo días se encontraba ansioso por enviarme a Alyssian y ahora parecía incapaz de poner unos centímetros entre nosotros.
—Eres el humano más complejo que he conocido, Aiden. Jamás comprendo tus acciones.
Dejó escapar una risa y su expresión se ablandó. Era mejor bailando que Zul, me guiaba en forma despreocupada, seguro de cada paso que hacía. Esto me extrañó, dado el estilo de vida que llevaba y la distancia que solía mantener con las personas de los pueblos en los que se quedaba, jamás hubiera adivinado que sería bueno en algo como esto.
—Este mundo y nuestra forma de sentir son desconocidas para ti —dijo más para sí mismo que para mí.
Asentí sin estar segura de lo que estaba pensando, sus acciones debían tener perfecto sentido en su cabeza y solo ahora se estaba dando cuenta de que en la mía carecían de sentido alguno. Permaneció pensativo por unos segundos antes de volver a hablar.
—Mis acciones suelen irritarte y discutimos frecuentemente pero aun así desde que te regalé el amuleto no te lo has quitado ni por un segundo —dijo tocando el cristal azul en mi cuello.
Sus palabras me molestaron pero había verdad en ellas. Por fortuna no sabía que solía observar el amuleto antes de dormirme.
—Fue un obsequio. ¿Preferirías que no lo usara? —pregunté fingiendo una expresión confundida.
Me miró perplejo y luego pensativo. Debí esforzarme para reprimir una sonrisa, él solía confundirme todo el tiempo, me resultaba divertido que esta vez fuera al revés. Aproveché su silencio para pensar, sabía que la sensación que tenía al verlo se volvía más fuerte con cada día que pasaba junto a él. Era un hecho, no podía ignorarlo. Pero me daba miedo entregarme a lo que sentía. Las relaciones entre los elfos eran algo diferentes, en ellas había cariño, respeto y compañerismo. Sus sentimientos no poseían la misma intensidad que las emociones humanas. Y a juzgar por lo que los elfos solían decir sobre las relaciones afectuosas entre humanos, y sobre todo acerca del amor, no tardaría en perder la cabeza y no volver a tener un pensamiento racional en mi vida. No podía estar segura de que fuera verdad hasta experimentarlo, la única evidencia que tenía sobre el tema era mi madre y no era demasiado prometedora. Después de todo ella había abandonado su hogar, su familia, su vida para estar con mi padre. Él se había vuelto el centro de su vida. ¿Podía ser Aiden quien estuviera destinado a convertirse en el centro de la mía? ¿A robarse mi juicio y ser el dueño de mis pensamientos? ¿Qué recibiría a cambio? ¿Una eternidad de discusiones y gestos irritantes? No, sabía que no era así, por más irritantes que fueran siempre habían tenido la finalidad de protegerme. Y aunque odiara admitirlo, últimamente disfrutaba de su compañía y sus habilidades en verdad eran admirables para tratarse de un humano, sin mencionar su belleza y esos cálidos ojos.
—Ahora hacemos un último giro y terminamos con una reverencia —dijo Zada.
Ambos nos sobresaltamos un poco al escuchar su voz, por un momento me había olvidado de su presencia y al parecer también Aiden. Nos detuvimos y, lentamente como si se rehusara a hacerlo, Aiden me dejó ir.
—Ya saben los pasos, solo les queda practicar un poco y estarán bien —nos aseguró Zada con una sonrisa.
—Gracias, apreciamos toda tu ayuda Zada —respondió Aiden volviendo a la realidad.
—Me alegra poder ser de ayuda en algo, no suelo ser de mucha utilidad —respondió con una mirada de reproche a su hermano—. Oh, por cierto. Adhara, necesito algo que haya pertenecido a alguno de tus abuelos, debo partir en un rato.
Era un alivio que hubiese llevado uno de sus libros conmigo. La noche en que dejé la casa de mis abuelos, Aiden me había apresurado tanto que apenas había tenido tiempo de tomar mis cosas.
—Iré a buscarlo —dije yendo hacia la habitación.
—Iré contigo —dijo en tono amistoso.
Antes de que pudiera responder comenzó a seguirme y una vez que entramos en mi habitación cerró la puerta casualmente. Busqué mi bolsa de viaje sin decir nada. Tras sacar mi ropa tomé un viejo libro envuelto en uno de mis vestidos, Historias de Lesath. Lo había encontrado en la habitación de mi madre, pero a juzgar por su apariencia era lo suficientemente viejo como para haber pertenecido a uno de mis abuelos.
—Es lo único que tengo, espero que sea útil —le dije entregándole el libro.
—Gracias, de seguro servirá —hizo una pausa y continuó—. Lo que estás haciendo es muy noble Adhara, no muchos pondrían en riesgo su vida por ayudar a un grupo de desconocidos.
—No es solo por ellos, he decidido quedarme en Lesath y siento que pelear contra aquella oscuridad es lo correcto. Es extraño pero a veces creo que me encontraba destinada a venir aquí y ser parte de esta aventura —respondí—. Y ahora que lo dices a pesar de que conozco a Zul y Aiden desde hace poco tiempo me cuesta pensar en ellos como desconocidos.
Durante mis diecinueve años con los elfos no había logrado forjar una relación tan cercana como lo había hecho con ellos en solo días. Mi apariencia podría ser más élfica que humana pero era innegable que gran parte de mí pertenecía a este mundo.
—Ellos también sienten aprecio por ti, creo que has hecho una diferencia en sus vidas sin siquiera saberlo —respondió.
—¿A qué te refieres?
—Ambos llevan vidas solitarias, es bueno que permanezcan los tres juntos —dijo escogiendo sus palabras cuidadosamente—. Jamás había visto a Zul relacionarse así con alguien a excepción de mí.
—Oh, creo que entiendo lo que quieres decir. He notado que no le gusta la compañía de otras personas —dije pensativa.
Recordé la manera distante en la que se había comportado en la posada con Goewyn y Deneb e incluso conmigo al principio.
—Posees buenos instintos —respondió Zada.
—Zul mencionó que eres buena con las armas —dije analizando su aspecto—. Pero pareces algo desprotegida.
—Llevo una daga escondida bajo el vestido, y mi arco y flecha en la montura. No debes preocuparte, Adhara, protegeré a tus abuelos —prometió en tono serio—. El Concilio de los Oscuros no sabe nada acerca de mí, cargar un arma a la vista solo llamaría la atención.
Algo en su tono de voz había cambiado, no le gustaba que la subestimaran; no podía encontrar eso ofensivo al ser una cualidad que yo también compartía.
—Una vez que nos encontremos seguros en Saiph me concentraré en practicar hasta que regresen —agregó—. Cuando vayan en busca de Ailios iré con ustedes, con o sin la aprobación de mi hermano.
—Es lo justo, también eran tus padres. Debió ser frustrante no hacer nada durante todo este tiempo —repliqué.
Sus grises ojos se volvieron vidriosos por unos segundos, su expresión dolida. No debí haber mencionado a sus padres. Poseía más fortaleza que el resto de las jóvenes que había conocido pero también era frágil.
—No te imaginas cuánto. Acabaré con ellos en cuanto tenga la oportunidad —dije en tono severo—. Y luego continuaré con Sorcha.
—¿Sorcha? —pregunté sorprendida.
—Es una Nawa, intentó matar a Zul en varias ocasiones. Iré tras todos aquellos que amenazaron a mi familia —tras una pausa agregó—. Si él no termina con ella antes, yo lo haré.
Me aseguré de que la expresión en mi rostro permaneciera igual, si le decía que Sorcha había estado cerca de acabar con su vida y que ahora era inmune a su magia sin duda saldría en su búsqueda en este instante.
—Eres valiente para ser humana, Zada. Cuando el día llegue te ayudaré a terminar con ellos. Los elfos consideran el quitar la vida un acto imperdonable pero sería aún más imperdonable permitir que semejante maldad continúe oscureciendo a este mundo —dije en tono serio.
Era verdad, sabía que cuando el momento llegara no dudaría en hacerlo. Zada era agradable, era inusual pensar que podía ser amistosa con una humana. El resto de las que había conocido me habían resultado aburridas y hasta irritantes. El rostro de Louvain Merrows apareció por una fracción de segundo en mi mente. Goewyn había sido una molestia al comienzo pero había probado ser una buena amiga, nos había mantenido a salvo. Pero Zada era diferente, me resultaba más fácil relacionarme con ella.
—Gracias Adhara, en verdad apreciaría tu ayuda —respondió con una sonrisa—. Tal vez en Saiph puedas enseñarme algo, Aiden dijo que eres increíble con la espada.
¿Aiden había admitido que era increíble con la espada? Me hubiese gustado oír eso.
—Te enseñaré lo que pueda —respondí.
—El sol no tardará en bajar —dijo poniéndose de pie y yendo hacia la puerta—. Cuida de Zul. Intenta no lastimarlo, por favor.
—¿Por qué habría de lastimarlo? —pregunté perpleja.
La idea era absurda. ¿Qué le haría pensar que podría lastimar a Zul? ¿Acaso no había salvado su vida de las manos de aquella maldita mujer?
—Rara vez discutimos, pero no utilizaría mi espada solo por un desacuerdo —dije ofendida ante aquel pensamiento.
Zada reprimió una risa y luego su expresión se volvió seria de nuevo.
—Me refiero a sus sentimientos —respondió.
Y sin decir otra palabra salió por la puerta.
Zada poseía la misma habilidad que su hermano para sorprenderme con comentarios inesperados y repentinos. Nunca me había detenido a pensar en los sentimientos de Zul; a pesar de sus halagos o sus acciones, no podía estar segura de que se sintiera atraído hacia mí. Al conocernos solo me había visto como un medio para alcanzar un fin, cumplir su misión. Y a medida que nos fuimos conociendo nos unió un vínculo más fuerte debido al entendimiento y la confianza que compartíamos. No sabía mucho sobre el comportamiento de los humanos pero el de él se acercaba más al de amistad, no me miraba de la misma manera en que Aiden lo hacía. ¿O podría ser que sí lo hiciera pero de una manera menos transparente? Sus intrigantes ojos siempre habían sido un misterio. Zada lo conocía mejor que yo, tal vez había visto algo que se encontraba oculto para mí.
Si esto era cierto, temía que pudiera salir lastimado ya que yo no sentía lo mismo. Lo cual no me habría molestado si se tratara de otra persona, pero no quería lastimar a Zul, ya había sufrido suficiente. Con suerte Zada se encontraba equivocada, mis instintos eran mejor que los de ella. Escuché pasos en el pasillo y miré hacia la puerta preguntándome de quién se trataría. Aiden caminaba de manera más sigilosa, no era él.
—Adhara.
—Zul.
—¿Puedo pasar? —preguntó el mago.
—Claro —respondí casualmente.
Entornó la puerta tras él sin que se cerrara del todo.
—Conozco a mi hermana, sé que te siguió porque quería hablar contigo a solas. ¿Sospecha algo? —dijo en voz baja—. Me conoce lo suficiente como para saber que algo me preocupa por más que intente ocultarlo.
—Quería agradecerme por ayudarte —respondí.
—¿Mencionó algo acerca de los warlocks o los Nawa?
—No —mentí.
Si le contaba acerca de sus intenciones de acompañarnos a buscar a Ailios o de pelear contra Sorcha solo lo preocuparía.
—¿Solo te agradeció por ayudarme? —preguntó en tono sospechoso.
—También dijo que mi presencia te había cambiado, que me aprecias —agregué.
No le temía a su respuesta, no me gustaba especular, quería respuestas concretas. Pero no pareció molestarle, sonrió de manera extraña.
—Zada es observadora. Me gusta poder hablar contigo, a decir verdad nunca he tenido un amiga —hizo una pausa y agregó—. ¿Está bien que utilice esa palabra?
—Sí —respondí—. Yo también pienso en ti de esa forma.
—Lamento lo que dije en Zosma, fue tonto de mi parte.
—¿Te refieres a que no te sirvo muerta? —dije reprimiendo una risa.
—A eso mismo —respondió riendo ante mi expresión.
Regresamos a la sala y los cuatro descansamos frente al hogar aguardando hasta el atardecer para despedir a Zada. Nosotros nos pondríamos en marcha al día siguiente, llegaríamos a Izar un día antes del baile y nos hospedaríamos en algún lugar en las afueras. El plan era sencillo; una vez dentro del castillo debíamos anunciarnos ante la reina, luego aguardaríamos el momento ideal para que Aiden se infiltrara en la cámara del Concilio mientras Zul y yo aguardábamos en el salón principal, y una vez que volviera con el mapa nos iríamos dejando Izar esa misma noche.
Los recintos del Concilio se encontraban escondidos dentro del castillo, era improbable que alguien lo vigilara ya que nadie conocía de su existencia. Con suerte Aiden tendría el camino libre hacia la cámara y los cinco warlocks se encontrarían en el baile escondidos bajo falsas identidades que utilizaban para justificar su presencia allí. Akashik era el único cuya identidad era un misterio. Al dibujar un mapa del castillo, Zul me había explicado qué rol desempeñaba cada uno.
Blodwen era conocido como William Connaught, el consejero real, siempre al lado de su majestad la reina controlando sus pensamientos. Sabik era Evard Glaistig, el encargado de la guardia real y del ejército de la reina. Mardoc, Lucius Darlison, controlaba la recaudación de impuestos y distribuía lo necesario a la población más carenciada. Las necesidades del pueblo era una prioridad si buscaban evitar revueltas. Y Dalamar, Larson Acmar, el representante de la reina frente a los nobles. No poseían poder alguno en los asuntos reales pero al ser la población con más recursos y riqueza era importante mantenerlos bajo control.
De solo pensar en aquel esquema, una sensación de desagrado se apoderaba de mí. A pesar de que la mayor parte de la población vivía pacíficamente no eran dueños de su propia vida. Los warlocks tomaban todas las decisiones y si descubrían a algún mago lo condenaban a una vida de oscura servidumbre convirtiendo el don de la magia en una maldición. Su acto se encontraba demasiado bien orquestado como para que las personas sospecharan algo. Todos sentían amor y respeto por la reina Lysha. En cambio yo tenía lástima por ella, la habían convertido en una marioneta, en alguien que seguía órdenes en vez de darlas.
Me pregunté qué sentiría al estar en aquella sala rodeada de seres cuya oscuridad era infinita. Debía ser valiente, debía verlos con la misma mirada ingenua que estaban acostumbrados a recibir. No permitiría que ni un solo gesto revelara mis verdaderas emociones.
—¿En qué piensas? —preguntó Aiden.
—En el baile, en los warlocks… —respondí.
—No debes preocuparte, todo saldrá bien —respondió Zada—. Debo partir ahora, con suerte no me llevará más de dos días encontrar a tus abuelos.
—Gracias Zada, confío en que se encontrarán seguros contigo —dije aceptando su mano para despedirme.
Me miró dando gracias a mis palabras y se volvió hacia su hermano, quien la abrazó afectuosamente durante unos segundos.
—Estaré bien Zul, eres tú quien debes cuidarse. Nos veremos pronto, esperaré por ti en Saiph —dijo Zada en tono suave.
—Nos veremos pronto —le aseguró el mago dejándola ir.
—Ha sido un placer, Zada —dijo Aiden despidiéndose—. Ten cuidado, Gunnar es más peligroso de noche que de día.
Zada asintió y nos miró a todos por última vez antes de desaparecer tras la puerta. Unos momentos después escuchamos los cascos de su caballo mientras galopaba perdiéndose en la noche.