LA CABAÑA

Aiden había insistido en varias ocasiones en que le contáramos lo sucedido, pero Zul reiteraba que era mejor no hablar y apresurarnos a llegar a Gunnar. Al ritmo que íbamos nos aseguró que a la noche llegaríamos al límite del bosque. El brazo aún me molestaba pero el pedazo de tela que el mago había atado a mi brazo había hecho un buen trabajo deteniendo la sangre. Aiden estaba molesto y el hecho de que me sostuviera de él con un solo brazo para dejar el otro en reposo no había pasado desapercibido. Sus continuos comentarios molestos se habían vuelto fáciles de ignorar, no podía dejar de pensar en lo que había ocurrido. Veía la daga volando por el aire como un destello azul y deteniéndose en el pecho de Sorcha en vez de perforarlo. Había sentido la intensidad de la magia, parte del poder que Zul se esforzaba por esconder. No tenía sentido, sabía que Sorcha pensó que moriría y no había tenido tiempo de actuar. ¿Quién había detenido la daga? Zul parecía más sorprendido que ella ante lo sucedido y parecía bastante determinado, dudaba que hubiera detenido el hechizo y yo no puede haberlo hecho, ni siquiera de forma inconsciente, apenas podía lograr conjuros básicos y sencillos.

¿Y a que se refería Sorcha con el sello? La magia era demasiado compleja, pero debía aprender más sobre ella. ¿De qué otra forma lograría vencer a nuestros enemigos cuando todos ellos se valían de la magia?

Al llegar al atardecer los caballos comenzaron a agitarse y nos vimos obligados a continuar al paso. Sabía que Daeron podía continuar galopando durante horas pero no quería cansarlo. Zul parecía más compuesto pero algo seguía mal en su mirada. Aiden parecía no poder contener su frustración.

—Dime qué sucedió Zul, dímelo ahora —dijo Aiden.

—Me desperté temprano y salí a caminar por los alrededores para decidir qué camino sería más rápido. Sorcha me encontró, peleamos y cometí un error con un hechizo. Adhara me salvó —respondió el mago en lo que aparentaba un tono tranquilo.

—¿Cómo pudiste ser tan imprudente? —preguntó en tono furioso al mago y luego se volvió a mí—. Debiste despertarme. ¿Por qué fuiste sola en su búsqueda?

No me agradaba que me hablara con aquel tono brusco.

—No sabía que se encontraba en peligro, las carpas estaban intactas y tú dormías profundamente, no había forma de que el enemigo lo hubiese secuestrado —respondí en tono severo—. Y como bien sabes, no te debo ningún tipo de explicación respecto a mis decisiones.

—No seas testaruda Adhara, esa herida en tu brazo se ve mal y podría haber sido peor. ¿Se dio cuenta de lo que eres? —preguntó Aiden de manera urgente.

—No lo creo, cubrí mi rostro y apenas hablé. A decir verdad creo que se encontraba más interesada en Zul, aun después de que yo aparecí, su atención se concentró en él. Lo único que sabe con seguridad es que soy una mujer.

Al decir las palabras me di cuenta de la verdad en ellas. Sorcha no me había prestado demasiada atención, sus ojos azules se habían fijado en Zul la mayor parte del tiempo. Era como si eliminar al mago hubiese sido su único objetivo y ni siquiera mi repentina aparición la había podido distraer de él. Observé a Zul para contemplar el efecto de mis palabras y para mi sorpresa su mirada se encontraba fija en la mía.

—Eso es bueno, pensarán que eres un aprendiz o algo. ¿Utilizaste magia? —continuó Aiden.

—No, te lo he dicho, no soy buena con la magia. Utilicé mi espada, apenas vio el primer ataque y el segundo… Digamos que podría haber hecho un mejor esfuerzo en reducir la velocidad y entorpecer mi técnica pero la treta con aquella serpiente me enfureció tanto que no pude evitarlo —dije enfadada al recordar la sucedido.

—¿Qué serpiente? —preguntó Aiden de manera curiosa.

—Un hechizo, el brazalete en su mano se transformó en una serpiente y atacó su brazo —respondió Zul—. Ocurrió demasiado rápido, lamento no haberla detenido a tiempo, Adhara.

—Debo admitir que incluso a mí me sorprendió, no estoy acostumbrada a ese tipo de tretas. Los elfos jamás se valdrían de algo así —respondí.

—¿Era venenosa? —preguntó Aiden alarmado volviéndose a mí de forma repentina.

—No, no lo era —respondí en tono tranquilo.

Ahora que lo pensaba ni siquiera estaba segura de que se tratara de una serpiente real. Sabía que la magia podía transformar un objeto o un animal en otro pero no crear uno. Nunca había oído de alguien que transformara un objeto en un animal, los elfos jamás lo harían. Este era otro tipo de magia, magia oscura empleada con fines egoístas que carecían de respeto hacia los seres vivos.

—¿Cómo logró escapar? —preguntó Aiden pensativo—. A juzgar por tu relato tenías la situación bajo control.

—Huyó, corrió como una cobarde. Podría haberla alcanzado pero no vi la necesidad de hacerlo.

Aparté mi vista de él y le sugerí que volviera su vista al camino. Aiden no juzgaría lo sucedido; mientras Zul y yo peleamos contra aquella Nawa, él se encontraba plácidamente dormido. No pude evitar preguntarme qué hubiera sucedido si Aiden hubiese llegado durante el duelo.

—¿Por qué no acabaste con ella?

Miré hacia al costado sorprendida y me encontré con dos misteriosos ojos grises, su mirada era intensa e intentaba aparentar serena pero también parecía acusadora.

—No está en mí decidir sobre quién vive y quién muere, Zul. Si no te molestaba tomar la decisión debiste hacerlo tú —respondí molesta ante su acusación.

—Deberás aprender a tomar la decisión si quieres sobrevivir. Sorcha es maligna y tú lo sabes, desperdiciaste la oportunidad de acabar con uno de nuestros enemigos —dijo el mago aún sin suavizar su mirada.

—Sé que es nuestra enemiga y créeme que el pensamiento cruzó mi mente pero no pude hacerlo. Quitarle la vida a alguien es un acto imperdonable para los elfos. Haré lo necesario cuando mi vida dependa de ello, pero en este caso ella se encontraba indefensa, no yo —hice una pausa y agregué—. Tú no pudiste hacerlo, ¿por qué me lo exiges a mí?

El mago apartó la mirada y permaneció pensativo. Algo cambió en su expresión. Se encontraba enfadado pero parecía ser más consigo mismo que conmigo. Lo había salvado, no podía objetarme no haber cumplido con su pedido.

—Tienes razón, Adhara. En verdad aprecio lo que has hecho por mí —dijo el mago con una breve sonrisa.

Sus ojos se posaron en los míos por unos segundos, luego adelantó su caballo y no volvió a hablar. Sabía que ocultaba algo, algo que lo atormentaba. Sus poderes se habían visto reducidos y, tarde o temprano, Sorcha nos encontraría y se enfrentarían de nuevo. Esperaría a que se sintiera mejor y le insistiría en que me cuente la verdadera historia.

Mis pensamientos se volvieron a Aiden, no había emitido una sola opinión durante mi discusión con Zul y eso era extraño. Él siempre tenía una opinión, aun cuando no quisiéramos oírla. Y su furia parecía haberse evaporado; pensé que lo escucharíamos sermonearnos por horas pero no parecía tener ganas de hablar. Su cuerpo se había vuelto más rígido, su expresión sombría y algo parecía molestarlo profundamente. No podía ver bien su rostro porque se encontraba delante de mí, pero por unos breves segundos creí ver tristeza en su mirada. Observé al mago y comparé su expresión con la de Aiden, ambos parecían estar envueltos en algún agonizante pensamiento. Era la primera vez que lo veía en aquel estado, era Zul quien constantemente parecía sufrir una pesada carga, no él. Humanos, su comportamiento no tenía sentido. Escapamos de Sorcha victoriosamente y en vez de alegrarse de ello parecían vencidos.

Avanzamos el resto del día hasta que los últimos rayos del sol desaparecieron y un manto de estrellas cubrió el cielo. El bosque ya no era el mismo, los árboles eran diferentes, sus troncos, más bajos y gruesos, y las ramas, secas y sin hojas, se enredaban entre sí. A medida que nos adentrábamos se volvió más oscuro, las ramas formaban una especie de techo sobre nosotros y la luz de la luna no lograba pasar a través de ellas. Debíamos estar entrando en el bosque de Gunnar. Daeron comenzó a observar a su alrededor y a caminar en forma más sigilosa. Sus orejas, que solían estar relajadas, se encontraban paradas atentas a todo ruido que se escuchara en los alrededores. Ya no había conejos, ardillas y ciervos observándonos desde su escondite. En cambio pude distinguir alces, zorros y juraría haber visto un oso a la distancia. A medida que nos adentrábamos más en la noche la temperatura comenzó a descender, era mucho más frío que el bosque del que veníamos. Pensé en Tarf y en su pelaje anaranjado, los zorros que había visto aquí tenían pelajes grises y blancos.

Aiden y Zul parecían haber vuelto a la realidad, se encontraban atentos y alinearon los caballos para avanzar juntos a paso moderado. El mago parecía conocer el camino, lo cual me sorprendió, todo se encontraba demasiado oscuro como para poder orientarse. Aiden me tomó del brazo para que me sujetara de él con mayor fuerza, no le gustaba estar aquí y miraba al mago con desconfianza.

Quería negar el hecho de que él y yo pudiéramos compartir un pensamiento, pero me costaba creer que alguien hubiese construido una cabaña aquí. Los animales eran más salvajes, debía ser oscuro incluso de día y había una clara advertencia de peligro en la atmósfera del lugar. Hasta el más tonto de los humanos se daría cuenta de que este no era un buen lugar para vivir, no había duda de eso. Un fuerte aullido rompió el silencio de la noche y los caballos se detuvieron en seco, llevé mi mano hacia la empuñadura de Glace y pude ver a Aiden haciendo lo mismo con su espada. Zul se volvió hacia nosotros indicándonos que nos tranquilizáramos con un gesto de su mano. Aiden no parecía estar dispuesto a soltar la espada y por segunda vez en el día coincidía con él.

—Es un lobo, no un Garm —susurró el mago.

Continuamos avanzando en forma cuidadosa sin bajar la guardia. No le tenía miedo a un par de perros pero la oscuridad jugaba a su favor y aún sentía dolor en mi brazo. Los aullidos continuaron durante un largo rato poniendo nerviosos a los caballos. Un nuevo ruido irrumpió en la noche, sonaba parecido a un aullido pero no lo era, permanecimos en silencio escuchando atentos, era un ladrido. Zul retrocedió y detuvo su caballo delante de Daeron, su mano levantada en dirección a los árboles que se elevaban frente a él. Vi un destello entre las sombras y a continuación cuatro grandes siluetas comenzaron a hacerse visibles, dejaron su escondite detrás de los árboles y comenzaron a avanzar hacia nosotros. A lo lejos parecían cuatro grandes osos pero a medida que se acercaban su forma se volvía más clara bajo la poca luz que lograba filtrarse entre las ramas. Eran perros. Su forma era similar a la de los lobos pero su cuerpo era más ancho, sus patas más grandes, su hocico más chato y sus orejas eran largas y caídas. Los cuatro poseían un pelaje negro que los ayudaba a camuflarse con la noche.

Aiden desmontó de un salto y levantó su espada en el aire de forma amenazante. ¿Acaso quería que lo mataran? En el suelo se encontraba en desventaja y jamás lograría escapar de ellos corriendo. Tomé su capa y tiré de ella para que se subiera al caballo.

—No lograremos pasar. Debemos pelear y escapar en cuanto tengamos la oportunidad —dijo Aiden—. Zul, los dos de la derecha son tuyos, los otros dos son míos.

El mago asintió y desmontó quedando a solo centímetros de los feroces perros.

—Yo pelearé también —protesté tomando la espada con mayor fuerza.

—No te atrevas a poner un pie en el suelo, Adhara. Tu brazo se encuentra herido y no te pondré en más peligro —dijo Aiden en tono cortante—. Aguarda allí. Zul y yo nos encargaremos de ellos.

No podía cumplir con lo que me pedía cuando podía ver aquellos grandes colmillos y letales garras que amenazaban con hacernos pedazos. No sabía si la magia de Zul funcionaría, y en cuanto a las habilidades de Aiden sabía que era bueno, pero no sabía si lo suficientemente bueno como para derrotar a los grandes perros.

Los Garms se abalanzaron sobre nosotros como acechantes sombras desprendiéndose de la oscuridad. Sus rabiosos ojos destellaban en la noche, lo que hacía más fácil poder verlos. Zul se mantuvo firme en su lugar y aguardó mientras uno de las Garms saltaba sobre él. Por un segundo pensé que no lograría detenerlo pero, antes de que las garras del animal destrozaran su hombro, un destello de luz plateada chocó contra su cuerpo y el perro voló por los aires en dirección a un tronco. El aullido de dolor heló mi sangre. Los demás Garms corrieron hacia Aiden, se movían tan rápido en la oscuridad que apenas lograba verlos. Desmonté y me paré a su lado con la espada en alto.

Aiden maldijo al verme pero antes de que pudiera decir algo una de las bestias se arrojó sobre él y apenas consiguió esquivarlo. Giró sobre sus pies y antes de que el perro pudiera volverse lo atacó causándole una herida en una de sus patas. Eso no sería suficiente para detenerlo, el espíritu de estos perros era demasiado salvaje, para ellos era matar o morir. Intenté advertírselo pero oí una pesada pata golpear contra el suelo a solo centímetros de mí justo a tiempo para ver al diabólico animal saltar encima mío. Estaba a punto de girar hacia la derecha cuando sentí un ladrido proveniente de la oscuridad a mí alrededor. Otro Garm se encontraba cerca de mí y no podía verlo. Tomé la empuñadura con fuerza con una mano, agarré el extremo del filo de la espada con la otra y, utilizando a Glace como escudo, la sostuve en el aire frente a mí para detener los colmillos del animal que se encontraban a centímetros de mi cuello. Su mandíbula golpeó contra el acero de la espada con tal fuerza que caí hacia el suelo de espalda con el Garm encima de mí. Recurrí a toda mi fuerza para mantener la espada en su lugar mientras la gigantesca bestia se esforzaba por morderme. Mi brazo me dolía terriblemente, las garras del animal rasguñaron mis hombros en su desesperado intento por apartar la espada y acabar conmigo. Era demasiado pesado como para intentar apartarlo y a cada instante mis fuerzas flaqueaban y su mandíbula se acercaba más a mi cuello. Mi último recurso era la magia y no podía valerme de ella, los encantamientos que sabía protegerían mi mente pero no mi cuerpo.

Un aturdidor ladrido fue la única advertencia de la bestia que me acechaba, el otro Garm aún se encontraba allí. Vi sus terribles ojos destellando en la oscuridad. El pánico se apoderó de mí, no había forma de que pudiera defenderme de esta nueva amenaza. Apenas conseguía detener al Garm que se encontraba sobre mí. Intenté mirar a mi alrededor en busca de ayuda pero solo veía oscuridad, los podía oír peleando pero no podía verlos. Tenía la impresión de que había más perros además de los primeros cuatro y me pregunté cuántos serían. La bestia se preparó para embestirme, pateé con lo que quedaban de mis fuerzas al Garm que me mantenía cautiva, este aulló de dolor pero no se movió. Volví mi vista desesperada a mi nuevo atacante, sus garras rozaron mi piel cuando una espada lo atravesó y cayó golpeando el suelo. Era Aiden. El Garm gruñó y cubierto en sangre intentó levantarse, Aiden lo ignoró y de un fuerte empujón quitó al gran perro que se encontraba sobre mí. Aliviada me puse de pie y contemplé la situación. No podía ver a Zul pero lo escuchaba batallar cerca con uno de los animales, sus gritos resonaban en los árboles haciendo eco. Aiden lanzaba ataques contra el veloz perro sin éxito, este evitó todos sus ataques y se abalanzó hacia él mordiendo su pierna. No podía permitir que lo lastime, Aiden me había rescatado, había salvado mi vida. Al ver la expresión de dolor en su rostro sentí una extraña sensación dentro de mí. Una sensación profunda, inquietante y perturbadora. Sentí como si su dolor me provocara dolor a mí, no había otra manera de describirlo. Blandí mi espada frente al Garm obligándolo a retroceder, este gruñó y retrocedió unos pasos de mala gana.

—Aiden, ¿te encuentras bien? —pregunté sin apartar la vista del animal.

—Apenas logró atravesar la bota, es solo un rasguño —dijo respirando de manera agitada.

Había ira en los ojos del gran perro, su pelo se encontraba erizado y mostraba sus dientes en forma amenazante. Permanecí entre Aiden y el Garm, me obligué a calmarme y aguardé con Glace en mis manos, sabía que pronto atacaría de nuevo.

No me equivocaba, el diabólico animal se balanceó hacia atrás y luego dio un gran brinco hacia adelante. Me preparé a repeler su ataque cuando sentí una mano en mi hombro. Aiden me apartó de un empujón con la espada lista en su mano. Lo miré perpleja, molesta ante lo que había hecho. Una gran roca voló desde la oscuridad e impactó contra el cuerpo del Garm tirándolo al suelo y aplastándolo. Zul. Me volví y vi al mago salir ileso de entre los árboles, sus ojos peligrosos como siempre, su expresión segura. Era la primera vez desde que lo conocía que se veía seguro y victorioso. No parecía haber más perros, solo quedaba el Garm que Aiden había herido, el mago hizo un gesto para que me quedara allí y fue a enfrentar al animal.

—¿Jamás harás lo que te pido? —preguntó molesto.

Aiden me tomó de los hombros y tocó los largos rasguños. No eran tan profundos como parecían, me ardían un poco pero confiaba en que la sensación pasaría en unas horas. El brazo era lo que realmente me dolía, la herida se había abierto y el pedazo de capa del mago se encontraba cubierto en sangre.

—Mientras tus pedidos sigan siendo irracionales y caprichosos, no. No lo haré —respondí sonriendo—. Gracias por ayudarme, me encontraba en una situación difícil para defenderme.

—¿Difícil? Yo diría imposible —dijo Aiden devolviéndome la sonrisa—. Gracias a ti también.

Mis ojos se perdieron en los suyos, era como si una fuerza mayor me llevara hacia él.

—El empujón fue algo brusco además de innecesario —dije recordando su agresión.

—No había tiempo de ser sutil. No quiero que intentes protegerme, yo te protegeré a ti —hizo una pausa y puso una mano sobre mi mejilla—. Jamás dejaré que te dañen.

La sinceridad en sus palabras y la intensidad de su mirada me desarmaron. Lucía cansado y agitado, su respiración acelerada. Y aun así, lucía hermoso. Sentir la calidez de su mano en mi mejilla hizo que se acelerara mi propia respiración.

Un fuerte alarido interrumpió mis pensamientos y ambos nos volvimos. Zul había acabado con el último de los Garms. El mago caminó hacia nosotros con paso veloz y seguro. Su ropa se encontraba rasgada y estaba transpirado pero no veía heridas. Habíamos sobrevivido a los diabólicos perros.

—¿Cómo se encuentra tu brazo?

—Ha estado mejor, pero estaré bien —le aseguré—. ¿A cuánto estamos de la cabaña?

—En una hora estaremos allí —respondió Zul—. Has demostrado un gran coraje hoy, Adhara.

Para mi sorpresa el mago tomó mi mano y la besó. La situación me resultó extraña pero me sentí halagada. Zul no dejaba de sorprenderme, había tantos aspectos de su personalidad que no conocía. La forma en que hablaba era como si no hubiera esperado otra cosa de mí.

Aiden miró al mago de una forma que inspiraba miedo y este soltó mi mano.

—Te dije que no era seguro venir aquí —dijo en tono molesto—. Tuvimos suerte de que no eran tantos.

—Lo peor ya ha pasado, dudo que encontremos más en lo que resta del camino —replicó Zul.

—Debemos darnos prisa. En cuanto lleguemos limpiaré tu herida, Adhara. Tengo vendas en la alforja —dijo Aiden.

Me tomó del brazo con suavidad y me llevó tras él hasta Daeron. Había compostura en su expresión pero su mirada indicaba lo contrario. El gesto del mago lo había molestado; me pregunté si eran celos.

Recorrimos lo que nos faltaba de camino y, tal como había dicho Zul, tardamos una hora en llegar allí. La cabaña era chica, vieja y lucía sombría en la oscuridad. Era extraño verla en el medio del bosque sin ninguna otra construcción cerca. Zul sacó una llave de entre su capa y tras un fuerte crujido la puerta se abrió. La madera no solo se encontraba vieja sino que tenía pequeños hoyos en ella. El mago nos pidió que aguardáramos y se adentró en la habitación. Aiden parecía tenso a mi lado, aún no confiaba en que la cabaña fuera segura. Esperaba que aquí finalmente pudiéramos descansar. Debíamos planear lo que haríamos y debía encontrar una manera de enviarles un mensaje a Iara y Helios para que se fueran de Naos. Tarde o temprano el enemigo se enteraría de mí y sus vidas serían las primeras en correr riesgo.

Zul dijo unas palabras y una gran cantidad de velas se prendieron al unísono iluminando la habitación. Era diferente a lo que esperaba. La sala era espaciosa y se encontraba razonablemente limpia, había un hogar con dos viejos sillones azules frente a él y un estante con varios libros.

Fui hacia uno de los sillones y me desplomé sobre él sosteniendo mi brazo contra mí para no manchar nada con sangre. Aiden examinó el lugar y luego salió por la puerta y regresó unos minutos después con nuestras bolsas de viaje. La sala se encontraba helada, era la primera vez que experimentaba clima frío en Lesath, el resto de los lugares en donde había estado habían sido cálidos. Zul volvió con leña en sus manos y tras acomodarla en el hogar susurró unas palabras. El fuego surgió de manera tan repentina que me sorprendió, no parecía haber ningún problema con su magia.

Aiden se sentó a mi lado con vendas en su mano y tomó mi brazo con suavidad, su mirada se volvió turbia en cuanto vio la sangre seca sobre mi piel. Recordé la manera en que me había sentido cuando aquel Garm había mordido su pierna y me pregunté si él también sentiría mi dolor como yo el suyo.

—Aguarda aquí, iré a buscar agua para limpiar la herida —dijo Aiden.

—La cocina está allí y hay una habitación con una cama por aquella puerta —dijo Zul—. Adhara puede dormir en la habitación, y tú y yo dormiremos aquí, Aiden.

—De acuerdo —respondió.

No tardó en regresar con un paño mojado y limpió mi herida en forma delicada. Me ardía en los lugares en donde me habían rasguñado los Garms, pero me encontraba demasiado cansada como para quejarme. Cerré mis ojos y confié en que Aiden trataría la herida de forma correcta, parecía ingeniárselas bien por sí solo. La serpiente carecía de veneno pero la profundidad de la herida me había debilitado. Todo el esfuerzo que había hecho por sostener la espada tenía consecuencias y estaba comenzando a sentirlas. Sentía el cuerpo cansado, pesado y cada movimiento que hacía con el brazo significaba una agonía. La sensación era abrumadora y desconocida. No perdí la calma, solo necesitaba un poco de reposo y nos encontrábamos seguros allí.

Aiden me levantó en sus brazos y me llevó hacia la habitación que Zul le había indicado; estaba despierta pero demasiado cansada como para abrir los ojos. El colchón era cómodo y confortante, sonreí sin poder evitarlo. Sentí su mano acariciar mi pelo mientras me daba un beso de buenas noches en la frente, lo oí ponerse de pie y sin estar consciente de lo que hacía tomé su mano en la mía para evitar que se fuera.

Al abrir los ojos la mañana trajo consigo incertidumbre, no lograba recordar con claridad lo que había ocurrido luego de que llegáramos a la cabaña. Alguien estaba tomando mi mano, me asombré al ver a Aiden durmiendo acostado en el piso a un lado de la cama, nuestros dedos entrelazados. Pudiendo haber dormido cómodo en uno de los sillones había optado por pasar la noche en el suelo para cuidar de mí. Gestos como ese eran difícil de ignorar, sabía que el lazo entre nosotros se estaba volviendo más profundo, más fuerte, podía sentirlo. Era algo nuevo, diferente de todas las emociones que había experimentado en Alyssian. Intenté soltar su mano cuidadosamente pero en ese momento sus ojos se abrieron. Permaneció unos segundos quieto y luego su mirada se volvió hacia mí.

Zul entró en la habitación y al ver que nos encontrábamos despiertos nos indicó que fuéramos a la cocina a comer algo. Había algo inquietante en su mirada, no estaba segura de lo que era. Salió de la habitación de la misma forma sigilosa en la que había entrado. Aiden se puso de pie y lo siguió sin decir nada.

Analicé mi brazo para ver en qué estado se encontraba, aún sentía dolor pero ya no era tan punzante como ayer, la herida parecía estar sanando correctamente. Las marcas de los Garms seguían allí, pero no me ardían. Tomé mi bolsa de viaje y busqué uno de los vestidos élficos que había traído, no debía montar, ni luchar, ni ensuciarme así que aprovecharía la ocasión. No tenía un espejo para observar el resultado pero sabía que su claro color resaltaba mis ojos. No tenía dudas de que con aquel vestido parecía más elfa que humana pero tenía el presentimiento de que hoy sería un día tranquilo, nuestros enemigos no nos encontrarían.

Al llegar a la sala pude sentir ambas miradas sobre mí, intenté no mirarlos a los ojos para evitar sonrojarme. Había flores en la mesa y todo tipo de frutas cortadas en rodajas. Miré a Zul perpleja ante su esfuerzo y este me devolvió una sonrisa. Aún había algo inquietante en su mirada pero parecía estar de mejor humor.

Aguardé a que termináramos de comer para discutir lo que pasaría con mis abuelos, el ambiente era tan pacífico que me daba pena regresar a la realidad y a nuestros problemas pero debíamos aprovechar la oportunidad para encontrar soluciones. Debíamos dejar de escapar y decidir lo que haríamos. Era hora de que convirtiéramos a los warlocks en víctimas y dejáramos de serlo nosotros.

—Debemos hablar sobre lo que haremos, no podemos seguir escapando. Tarde o temprano descubrirán lo que soy y para entonces necesito que mis abuelos se encuentren en un lugar seguro. Aiden, el día que fuiste por mí para evitar que Seith me encontrara me prometiste que volveríamos por ellos cuando me encontrara segura —dije mirándolo fijamente.

—Es verdad y cumpliré mi promesa. Pero creo que es mejor si les enviamos un mensaje, si tú misma vas en su búsqueda solo los pondrás en mayor peligro —respondió en tono tranquilo.

—Aiden tiene razón —dijo Zul—. Me comunicaré con Talfan y le contaré lo sucedido. Él nos dirá qué hacer y adónde enviar a tus abuelos.

El mago dejó la habitación y regresó con un viejo pergamino y una pluma en sus manos. Lo extendió sobre la mesa y puso una vela blanca en cada uno de los extremos del pergamino y tras recitar unas palabras las velas se prendieron. Luego tomó la pluma y comenzó a relatar en el pergamino lo ocurrido desde que nos encontró en la posada de Goewyn. Una vez que terminó de escribir las palabras desaparecieron. Conocía este tipo de magia; los elfos utilizaban un método similar para comunicarse a distancia. La respuesta tardó en llegar pero finalmente las palabras comenzaron a aparecer en el pergamino una tras otra.

Las estrellas nos han bendecido. Adhara es la única que puede liberar a Ailios. Solo los warlocks conocen la ubicación precisa adónde se encuentra. Deben infiltrarse en el castillo y conseguir el mapa; el baile de máscaras es una buena oportunidad para que puedan entrar sin ser reconocidos. Una vez que lo consigan vengan hacia Saiph, los estaré esperando.

Aiden maldijo en voz baja, las instrucciones parecían no agradarle. Infiltrarnos en un baile de máscaras sonaba divertido, jamás había asistido a un evento así y desconocía toda esa parte del mundo de los hombres. Zul esperó a que las letras desaparecieran y respondió.

Es arriesgado, pero no hay otra opción. Lo haremos. ¿Qué hay de los abuelos de Adhara? Debemos enviarlos a un lugar seguro.

Las palabras desaparecieron y esta vez la respuesta llegó rápidamente.

Envíalos conmigo. Será un honor hospedar a los familiares de esta valiente joven. Estarán a salvo aquí.

Zul me miró esperando mi aceptación antes de responder. Si Talfan y Zul se las había ingeniado para permanecer ocultos todos estos años no podía pensar en un lugar más seguro que su hogar. Asentí con la cabeza de inmediato.

—Estoy seguro de que Iara, Helios y Tarf estarán bien allí. Y una vez que consigamos el mapa podrás reunirte con ellos —me aseguró Aiden poniendo una mano en mi hombro de manera afectuosa.

—Eso espero. ¿Cómo haremos para enviarles un mensaje?

—Me encargaré de ello, escríbeles una carta y yo intentaré dibujar un mapa para que sepan cómo llegar adonde se encuentra Talfan —dijo el mago.

Aiden parecía tener mucho que decir pero antes de que pudiera comenzar Zul le hizo un gesto para que aguardara. Una vez que la carta y el mapa estaban listos el mago se paseó por la habitación pensativo.

—Nunca fui a Naos, no puedo hacerlos aparecer con magia en un lugar en el que nunca estuve y debemos ser sigilosos —dijo más para sí mismo que para nosotros.

Le tomó un rato encontrar la solución, recitó un conjuro y una pequeña forma apareció en medio de la sala, no pude ver de qué se trataba hasta que su figura se encontró clara y completa. Era un chacal. Su pelaje era una mezcla entre marrón y negro y sus puntiagudas orejas se erigieron atentas en nuestra dirección. Miré al mago confundida, seguía convencida de que no se podía crear animales de la nada.

—No es real, es una sombra que tomó la apariencia de un chacal verdadero. Un pájaro es más vulnerable a la vista y con un sobre en su pico llamaría la atención. Por lo que oí, Naos se encuentra repleto de chacales, pasará desapercibido —Zul se volvió al animal y le habló en tono claro—. Sabes adónde debes ir, quiero que seas veloz y sigiloso, entra en la casa de noche y entrégale este sobre a las personas que viven allí.

El chacal dejó escapar un pequeño aullido y tomó el sobre de forma cuidadosa entre sus dientes sacándolo de la mano del mago. De no haber sabido que Zul lo había conjurado jamás habría adivinado que no era real, el parecido era asombroso. Lo seguí hasta la puerta y vi como desaparecía en el bosque, era más veloz que un verdadero chacal.

—Sabremos cuando lo haya entregado porque el hechizo llegará a su fin y lo sentiré.

—Gracias, Zul.

—No tienes nada que agradecer —respondió.

—Ahora que enviamos el mensaje debemos concentrarnos en lo que sigue. Entrar en el castillo y dentro de la cámara del Concilio de los Oscuros es suicidio, nos descubrirán —dijo Aiden—. El mapa podría estar en cualquier lado, nos llevaría horas encontrarlo y dudo que contemos con ese tiempo.

—El baile de máscaras es la ocasión perfecta, de seguro la cámara se encontrará vacía y nadie nos reconocerá. Es nuestra única opción Aiden, sin el mapa jamás encontraremos a Ailios —respondió el mago.

Entendía por qué Aiden se rehusaba, todos nuestros enemigos reunidos en un solo lugar era una amenaza que solo un idiota ignoraría. No había forma de que nosotros tres derrotáramos a los cinco warlocks más Seith, Sorcha y Zafir. Cada vez que pensaba en su nombre mi mente se perdía en la oscuridad. Seith, solo lo había visto por unos breves segundos y su imagen no cesaba de acecharme desde entonces.

—¿Qué opinas, Adhara? —preguntó el mago analizando mi expresión.

—Si es la única opción de conseguir el mapa, no tenemos otro camino. Pero si nos descubren no podremos vencerlos, todos nuestros enemigos se encontraran allí —respondí.

—Eso no es seguro, los warlocks estarán allí pero Seith, Sorcha y Zafir no atienden esa clase de eventos. El Concilio de los Oscuros los quiere lejos de los ojos de la sociedad —replicó Zul—. Y corremos con una ventaja; con las máscaras no nos reconocerán.

Con Seith fuera de la cuestión, la idea parecía menos peligrosa e incluso posible. El propósito de ocultar nuestra identidad en un evento de aquella magnitud era tentador. Toda mi vida me había preguntado cómo sería el mundo de los hombres. Esta era una oportunidad inusual pero también engañosa. Lo que vería no sería del todo real, la reina Lysha solo era una marioneta de los warlocks, todo sería un escenario diseñado para satisfacer los deseos de los nobles y evitar sospechas de lo que realmente pasaba. Lo que las personas veían como la gentileza de una joven en verdad era la ambición de cinco oscuras almas.

—Adhara no vendrá con nosotros. No discutiré ninguna otra posibilidad, considérenlo un hecho —dijo Aiden en tono firme.

—Iré, no puedes evitarlo. Soy parte de esto también Aiden, si ustedes están dispuestos a enfrentar ese peligro, también yo —respondí en tono amenazante.

Debí verlo venir.

—Lo siento Adhara, pero estoy de acuerdo con Aiden. Es demasiado arriesgado, si algo te sucediera todo estaría arruinado —dijo Zul.

Lo miré incrédula, que Zul tomara el lado de Aiden sí era algo inesperado. ¿Cómo podía estar de acuerdo con él?

—¿Cómo te atreves? A diferencia de él, tú conoces mis habilidades. Si no fuera por mí ni siquiera estarías aquí —dije indignada—. Creí que nos entendíamos, Zul.

El mago se acercó a mí y me tomó de los hombros.

—No estoy poniendo tus habilidades en duda. Tú misma lo dijiste, si nos descubren no podremos vencerlos, solo estoy intentando mantenerte a salvo —dijo.

Antes de que pudiera responder, Aiden se interpuso entre nosotros.

—Que sus palabras no te engañen, él no intenta protegerte a ti sino a su misión. Puso tu vida en riesgo desde el momento en que pidió tu ayuda pero no puede dejar que mueras antes de que hagas lo que necesita —replicó Aiden furioso.

Zul apartó a Aiden del camino con un empujón y este se abalanzó sobre el mago empujándolo con más fuerza. Corrí hacia Aiden y lo sujeté para evitar que causara más daño, tomé su brazo y tiré con fuerza para mantenerlo en su lugar. Esto pareció tranquilizarlo.

—No negaré que pensaba de esa manera cuando la conocí, Adhara lo sabe. Pero ya no es así. En verdad me importa y no quiero que la dañen —replicó el mago—. Cuida tus palabras, Aiden, tú no eres el único bueno aquí.

Sabía que decía la verdad, no estaba segura de lo que había provocado el cambio, pero sabía que no me veía de la misma manera. Aiden maldijo pero parecía más calmado, lo dejé ir y me puse delante de él. Sostuvo mi mirada por un largo rato y luego salió de la cabaña sin decir una palabra.

Durante el resto del día Zul intentó enseñarme hechizos defensivos. No me resultó fácil pero luego de mucha práctica comencé a entender cómo funcionaban; todo dependía de una combinación de concentración y armonía mental que eran difíciles de lograr. Podía sentir la magia fluir en mí cuando hacía el hechizo de manera correcta. Zul era un mejor maestro que Celaneo, sus explicaciones eran más fáciles de seguir. Celaneo era un elfo que sabía mucho sobre magia y había sido mi maestro en Alyssian. Les había enseñado a muchos jóvenes elfos a controlar su magia pero por alguna razón su actitud conmigo había sido diferente. No se esforzó por enseñarme, creyendo que no sería capaz de hacerlo. Él había sido gran parte de la razón por la cual había decidido dedicar mi tiempo a la espada.

En dos ocasiones intentó utilizar hechizos que me impactaron físicamente y logré repelerlos. No le encontraba la misma emoción que sentía cuando tenía una espada en mi mano pero reconocía que me serían útiles y esenciales para mi supervivencia.

El mago no parecía alterado por su pelea con Aiden. Una vez que terminamos de practicar fue hacia la cocina y comenzó a juntar los ingredientes para preparar la cena. Conocía bien el lugar y se encontraba familiarizado con la ubicación de cada cosa, estaba a gusto, como si fuera su hogar. Me acerqué a él y le ofrecí mi ayuda, me gustaba cocinar y era bastante buena para ello. Mi paladar se había acostumbrado a la comida que preparaban los humanos, aún no aprobaba algunas especias ni que hirvieran las papas pero ya no me disgustaba su gusto. Mientras cocinábamos lo ojeaba de a ratos esperando que sacara el tema de lo que había ocurrido con Sorcha pero no parecía tener ganas de hablar. Apenas podía contener mi curiosidad, no me gustaba no comprender lo que había ocurrido, era frustrante. Tal vez si comenzaba hablando de otro tema la conversación eventualmente llegaría a lo que quería saber.

—Pareces muy a gusto aquí, Zul —dije casualmente—. ¿Cómo encontraste esta cabaña?

El mago pareció dudar por unos segundos pero luego su expresión se ablandó.

—Hace seis años volví a Nuskan, el pueblo en donde nací, a buscar información sobre mis padres, quería saber cómo eran y dónde habían vivido. Luego de investigar durante mucho tiempo descubrí que mi padre era un minero y tenía una cabaña en el bosque de Gunnar. Muy poca gente sabía sobre ella y al no saber quién era se rehusaron a darme información. Me costó encontrarla pero lo hice y desde entonces vengo aquí seguido. Hay algo aquí que me hace sentir bien.

Comprendí de lo que estaba hablando, me imaginé que debía tener una sensación similar a la que yo había tenido en la casa de mis abuelos. Una sensación de pertenencia a pesar de no haberlos conocido durante la mayor parte de mi vida. Zul continuó contándome acerca de sus padres, Caela y Elian Florian. Las personas de Nuskan que los recordaban le habían dicho que habían sido personas gentiles, siempre dispuestas a ayudar. Me contó que su madre había sido buena bordando y confeccionaba vestidos. Y por lo que había oído de su padre, solía ausentarse con frecuencia para ir a las minas, pero cuidaba de su familia y trabajaba duro por ellos.

Una vez que terminamos de cocinar me llevó hasta la sala, fue hacia el estante de libros y volvió con un viejo libro de tapa roja. Al abrirlo sacó un pequeño retrato pintado a mano y me lo entregó cuidadosamente ya que el papel parecía desgastado y frágil. Era una pareja con una niña que no parecía tener más de dos años y un bebé. La mujer sin duda era la madre de Zul. Su largo pelo negro caía ondulado sobre sus hombros y sus enigmáticos ojos grises hacían resaltar su bello rostro, era una mujer hermosa. Su padre también tenía pelo oscuro pero sus ojos eran azules y su rostro poseía rasgos más fuertes que los de su hijo. Las miradas de ambos eran cálidas y gentiles. La niña era una réplica de su madre y el bebé, que en ese momento era Zul, dormía plácidamente en sus brazos. Al ver sus caras tuve una sensación de angustia, parecían tan felices y seguros de su futuro juntos. Los warlocks habían destruido a su familia, comprendía porque se esforzaba tanto por cumplir con lo que se había propuesto y buscar la manera de acabar con ellos. Miré al mago, percibí tristeza en él mientras veía la imagen de sus padres pero su rostro no la reflejaba. Debía haber visto el retrato cientos de veces.

—¿Por qué no llevas el retrato contigo en vez de dejarlo aquí? —pregunté con curiosidad.

—Lo pensé en varias ocasiones, pero Zada piensa que pertenece aquí con las cosas de mi padre y estoy de acuerdo con ella —respondió Zul.

—¿Zada?

—Mi hermana, es la niña del retrato —dijo señalándola.

Mis ojos se volvieron a aquel infantil rostro y tuve una sensación de alivio, una vida tan joven e inocente no merecía morir.

—¿Sobrevivió al incendio? —pregunté sorprendida.

—Talfan la salvó, nos salvó a ambos. Yo tenía cuatro años y ella seis. Él ha sido como un padre para nosotros, nos ha dado un hogar y para él somos como sus hijos —dijo el mago con una sonrisa mientras guardaba el retrato en el libro y lo regresaba a su lugar en el estante.

Talfan debía ser una persona muy bondadosa, no cualquiera se arriesgaría para salvar la vida de dos niños que no conocía y criarlos como si fueran sus hijos. Zul no se encontraba tan solo como había pensado después todo.

—¿Zada posee magia también? —pregunté pensativa.

—No, solo yo. Pero es muy buena con las armas. Arco y flecha, espada… —hizo una pausa y continuó—. Siempre se esforzó por ser buena dentro de sus habilidades, al no tener magia aprendió a dominar todo tipo de armas.

Sonaba como algo que yo haría si me hubiese encontrado en su posición. La chica debía tener un espíritu fuerte luego de haber pasado por algo así.

—¿Los warlocks saben sobre ella?

—No, me ayuda cuando lo necesito pero desde las sombras. Jamás se ha encontrado en el mismo lugar que ellos. Sé que puede cuidar de ella misma pero hasta que no sea estrictamente necesario no la pondré en peligro, es la única familia que me queda —respondió Zul.

Asentí en silencio sin decir nada. No estaba completamente de acuerdo en que no la dejara pelear pero comprendía por qué lo hacía. Terminamos de cocinar y en una hora todo estuvo listo en la mesa.

Aún no había señal de Aiden, su costumbre de desaparecer cada vez que no estaba de acuerdo con algo comenzaba a irritarme. Era exactamente lo mismo que había hecho en Zosma. Pero esta vez no iría a buscarlo, me quedaría aquí esperando a que regresara.

El cielo se había oscurecido, Zul y yo estábamos por sentarnos a comer cuando la puerta finalmente se abrió. Estaba sereno y no enfadado, como pensé que estaría. Se acercó a nosotros y sin decir nada se sentó a la mesa. El mago lo observó de reojo mientras comía y le preguntó si se encontraba más calmado. Aiden asintió con la cabeza y solo habló para elogiar el gusto de la sopa de calabaza que había preparado. A lo cual Zul respondió que era a mí a quien debía felicitar. Lo hizo sin dudar. Algo en su expresión me recordó a cuando habíamos practicado por primera vez con la espada. Podía comprender que mis habilidades lo hubieran sorprendido, pero no que se asombrara por el hecho de que pudiera cocinar algo tan simple como una sopa de calabaza.

Una vez que terminamos levantamos la mesa entre todos y permanecimos un rato en los sillones frente al fuego. La temperatura bajaba mucho de noche y el calor de las llamas era demasiado tentador como para rechazarlo. Por primera vez desde que había dejado la casa de Iara sentí una atmosfera de tranquilidad. No debíamos escapar, ni escondernos, nos encontrábamos a salvo aquí. Aiden y Zul parecían pensar lo mismo. El mago se encontraba leyendo un libro sentado frente al hogar. Sus ojos pasaban las palabras con rapidez, a juzgar por su expresión se encontraba demasiado concentrado como para estar atento a los alrededores. El libro era azul y contenía un símbolo extraño en la tapa, parecía ser de magia, dudaba que fuera uno de los libros del estante que habían pertenecido a su padre.

Aiden se encontraba de mejor humor y aunque percibía que no había bajado la guardia por completo, ya que su espada se encontraba cerca de él, parecía relajado. De a ratos nuestras miradas se cruzaban y me preguntaba en qué estaría pensando. Mi corazón se aceleraba levemente cada vez que sus ojos encontraban los míos. Era una sensación extraña pero a este punto ya me había acostumbrado a ella. Muy dentro de mí una vocecita me decía que él era la razón por la que había venido a Lesath, él era lo que buscaba. Pero no podía aceptarlo del todo, no aún. Si alguien me hubiese preguntado en Alyssian qué esperaba encontrar, quién sería la pareja ideal para mí, Aiden era todo lo contrario a lo que habría respondido.

El mago se levantó repentinamente y fue hacia la puerta hablando en voz baja para sí mismo, parecía haberse olvidado que nos encontrábamos allí porque abrió la puerta y salió por ella sin decir una palabra.

—¿Zul? —pregunté en voz alta para que pudiera oírme.

—Adhara —sus ojos se asomaron desde la puerta.

Lo miré con curiosidad esperando algún tipo de explicación de por qué había salido a la noche helada en vez de permanecer allí frente al fuego.

—Necesito tomar un poco de aire fresco, regresaré en unos minutos —replicó desde afuera y cerró la puerta.

Lo ocurrido con Sorcha aún le preocupaba, la magnitud del asunto debía ser más seria de lo que había pensado. Una parte de su mente siempre estaba pensando en ello, como si trabajara sin cesar para resolver algún tipo de acertijo. Me frustraba no comprender lo que había ocurrido frente a mis ojos, necesitaba entenderlo. Estaba a punto de ponerme de pie para ir tras el mago cuando Aiden vino hacia mí y se sentó a mi lado.

—¿No hay nada que pueda decir que te haga cambiar de opinión sobre el baile de máscaras? —preguntó.

—Nada.

—De acuerdo —replicó Aiden en tono resignado—. Si intento evitar que vengas encontrarás la forma de venir de todos modos y te encontrarás en mayor peligro que si planeamos todo cuidadosamente.

Sus palabras me tomaron desprevenida, pensé que intentaría convencerme de que no fuera al baile e incluso que trataría de obligarme a no ir.

—Sé que aun si te encierro en una habitación de alguna manera llegarías allí. Eres astuta —dijo con una cálida sonrisa—. Prefiero que enfrentemos el peligro juntos a darme vuelta en medio de la noche y que mi corazón se detenga al verte allí en medio del salón rodeada de ellos.

Permanecí perpleja por unos segundos. Sabía que no podía detenerme y había optado porque trabajáramos juntos en vez de forzarme a quedarme. Por fin había elegido la opción correcta.

—No pensé que fueras capaz de razonar de esta manera. Creo que ahora nos entenderemos mejor —dije devolviéndole la sonrisa—. Sé que tus intenciones son buenas y solo buscas protegerme.

—Sé que quieres librar a Lesath de los warlocks porque has optado por este mundo y no podrás vivir aquí tranquila mientras ellos gobiernen, y haré todo lo que pueda para que logremos derrotarlos —Aiden hizo una pausa y puso su mano en mi mejilla—. Pero si debo elegir entre salvar a Lesath o a ti, te salvaré a ti.

Una sensación abrumadora se apoderó de mí. El calor de su mano sobre mi piel y la intensidad de su mirada no me dejaban pensar. No podía controlar las emociones que sentía, ellas me controlaban a mí. Era extraño sentirme así, iba en contra de todo lo que los elfos me habían enseñado. La mente controla a las emociones, no las emociones a la mente.

Aiden se inclinó hacia mí y nuestros labios se rozaron, una sensación cálida y placentera se apoderó de mí.

La puerta se abrió en forma repentina y Zul entró por ella con la mirada perdida. Me sobresalté tanto que esto llamó su atención y nos observó de manera curiosa. Sus ojos se posaron en la mano de Aiden que aún seguía en mi rostro. Hice un esfuerzo para evitar sonrojarme y me alejé un poco de él obligándolo a retirar su mano.

—Es tarde, es mejor que vayamos a descansar —dijo el mago.

Asentí. Me puse de pie para ir hacia la habitación pero me detuve cuando Zul salió de la sala y fue a buscar leña. Antes no me había animado a decirlo pero ahora lo haría. Miré a Aiden ignorando el rubor en mis mejillas.

—Es cierto que quiero derrotar a los warlocks pero esa no es la única razón por la que quiero ir al baile de máscaras. Tú enfrentas el mismo peligro que yo si nos descubren, no soportaría encontrarme lejos de allí mientras tu vida corre peligro —dije en voz baja para que solo él pudiera oírme.

Me había costado decir esas palabras pero sabía que debía hacerlo, él me había abierto su corazón, era hora de que yo le abriera el mío.