UNA AMENAZA DE FUEGO Y HIELO

Intercambiamos miradas por unos minutos sin decir una sola palabra. De seguro aún se encontraban dentro de la posada, no podíamos arriesgarnos a que nos escucharan. Aiden comenzó a hacer gestos con las manos indicándonos que guardáramos silencio y que partiríamos luego del amanecer. O al menos eso fue lo que entendí. Miré a Zul, hizo un gesto afirmativo y se sentó contra la pared. Lo imité.

Aiden se sentó a mi lado, me encontraba demasiado perdida en el momento como para reaccionar ante su proximidad. Iara, Helios y Tarf se habían encontrado en peligro mortal, me imaginé la expresión en sus caras al ver a Seith en la puerta preguntando por mí. Mi abuelo era muy intuitivo, debió darse cuenta de la oscura maldad que lo envolvía en cuanto lo vio. Me pregunté de quién era el retrato que les había enseñado y solo podía pensar en una respuesta, mi madre. Debía volver por ellos, estaban a salvo por ahora pero en el momento en que finalmente me descubrieran regresarían por ellos.

—Están a salvo —susurró Aiden en voz tan baja que apenas logré escucharlo.

Me volví hacia él, me dedicó una sonrisa amable intentando tranquilizarme. Asentí con la cabeza. Era inquietante que pudiera adivinar mis pensamientos pero inexplicablemente también me resultaba confortante, como si él también se preocupara por ellos. Aiden llevó su mano hacia la mía y la tomó con suavidad. Lo miré sorprendida sin estar segura de lo que debía hacer. No quería retirarla, me gustaba la sensación que me producía su contacto pero no quería que lo supiera. Comencé a inquietarme ante mi dilema cuando algo llamó mi atención. La respiración de Zul se había vuelto precipitada e irregular, no parecía estar nervioso sino enfadado. Sus ojos grises indescifrables, su mirada perdida. Habíamos conseguido escapar de nuestros enemigos, qué podría estar molestándolo tanto. No pareció notar en lo más mínimo que lo observaba y si lo había hecho, parecía no importarle.

Sentí una leve presión en mi mano y mi atención volvió a Aiden. Su expresión disgustada me sorprendió, ya que su mano aún se encontraba en la mía. Ambos parecían irrazonablemente molestos a pesar de que nos encontrábamos a salvo, tal vez pensaban que se trataba de un truco para que abandonáramos nuestro escondite. No, mi instinto me decía que no se trataba de eso. La mente de Zul era completamente desconocida para mí y la de Aiden era confusa y sería en vano intentar adivinar lo que pasaba por ella.

El resto de las horas pasaron considerablemente rápido dado que nadie habló ni dio señal alguna de estar despierto; debió ser la constante atención a cada ruido o movimiento que escuchábamos. Entre el silencio y la concentración me era fácil percibir hasta el más mínimo movimiento cercano a la habitación donde nos encontrábamos. Un solo factor me distraía de vez en cuando pero había decidido ignorarlo. Aiden parecía estar tan atento como yo a pesar de que sus ojos se encontraban cerrados, y Zul jamás quitó sus ojos de la compuerta sobre nosotros. Mi cuerpo se encontraba relajado, me resultaba fácil controlar mis nervios, lo cual consideraba una bendición de los elfos ya que podía sentir la tensión en los otros dos.

La voz de aquella mujer había llamado mi atención. Sorcha. Me pregunté cómo sería, su maldad era evidente por la forma en que hablaba, al igual que su odio por Zul y su voz contenía una emoción fuerte que no podía descifrar. De seguro ya era pasado el amanecer, no estaba cansada, pero sabía que tarde o temprano el sueño me alcanzaría y no podía permitirlo. No era que no confiara en los instintos de Zul y Aiden, era saber que los míos eran mejores. Y por lo visto no me encontraba equivocada, el ruido de pisadas fuera de la alacena llamó mi atención y me concentré en ello siguiendo el sonido. Dos segundos después la puerta crujió y alguien ingresó en la habitación, fue en ese momento en el que los humanos a mi lado reaccionaron. La vieja compuerta comenzó a abrirse lentamente permitiéndole la entrada a pequeños rayos de sol. Zul fue el primero en ponerse de pie, su mirada desafiante. Aiden soltó mi mano y tomó su espada.

—Aguarden —dije sintiéndome aliviada.

La cara de Goewyn apareció tras la puerta, alarmada ante nuestra reacción. Bajó nuestras bolsas de viaje en silencio y miró a Aiden con curiosidad. Todo lo acontecido debía parecerle raro e inusual ya que no sabía nada acerca de los warlocks. No sabía por qué buscaban a Zul, ni siquiera sabía que era un mago. Me pregunté a qué errónea conclusión habría llegado su mente desinformada.

—Aquel sujeto extraño se fue hace una hora —dijo Goewyn.

—Gracias por tu ayuda, Goewyn —respondió Aiden con un abrazo afectuoso.

—No tienes nada que agradecerme. Por fortuna no le creí cuando dijo que Zul era su hermano, algo en su rostro me hizo pensar que mentía —dijo devolviéndole el abrazo—. Aiden, si se encuentran en peligro deberías ir a la corte de la reina Lysha, de seguro te ayudará.

Zul dejó escapar una risa… extraña, no había otra manera de describirla.

—No, todo estará bien, no debes preocuparte —replicó Aiden ignorándolo.

—¿Qué es lo que quiere ese hombre? —preguntó Goewyn.

—Lo siento, pero lo mejor para ti y para Deneb es que no sepan nada al respecto —respondió Aiden.

—Si no tienen adónde ir, no dudes en regresar. Cuídate y cuida de Adhara —dijo Goewyn.

—Lo haré —prometió—. Saluda a Deneb de mi parte.

Se volvió hacia mí y antes de que pudiera adivinar sus intenciones me abrazó. Palmeé su espalda para demostrarle mi agradecimiento y disimular mi incomodidad ante su tacto. No volvería a cambiar mi opinión sobre ella, era una persona de buen corazón y nos había salvado.

—Ha sido un gusto conocerte, Adhara. Espero que nos veamos pronto.

—Gracias por todo Goewyn, has sido muy amable. Me alegro de haberte conocido.

Tomé mi bolsa de viaje para asegurarme de que no me olvidaba nada, cuando un pequeño objeto brillante cayó de la bolsa de Aiden. Lo reconocí en cuanto lo vi, era el collar con el cristal azul que Lachlan vendía en el mercado.

—Adiós Zul, eres bienvenido a volver cuando gustes —se despidió Goewyn.

—Te agradezco tu hospitalidad y tu ayuda, te debo más de lo que te imaginas —respondió Zul.

El mismo amuleto que alguien se me había adelantado a comprar. No podía tratarse de una simple coincidencia. Levanté mi mirada y me encontré con la suya. Su expresión oculta tras una máscara de compostura.

—Explica esto, Aiden —dije dejando el collar en sus manos—. Quiero la verdad.

Zul nos miró intrigado y Goewyn dejó escapar una risita antes de desaparecer por la compuerta.

—Iré a buscar el caballo que compré —dijo el mago yendo hacia las escaleras aún mirando con curiosidad la joya—. No se demoren.

Asentí con la cabeza, mis ojos en los de Aiden. Su mirada se volvió menos vergonzosa y más determinada. Su cambio de actitud me desconcertó. Se acercó a mí y extendió su mano ofreciéndome el amuleto.

—Te vi en el mercado de Naos observándolo y sentí el impulso de comprarlo para ti —dijo en tono suave.

Su respuesta me desarmó, la sinceridad en sus ojos era innegable, su mirada era cálida. Pero no recordaba haberlo visto en el mercado. De hecho, nadie en el pueblo lo conocía y Lachlan, a excepción de aquel día que fue en mi búsqueda, jamás lo había visto.

—No te vi en el mercado, ni en el pueblo, solo en las afueras —respondí en tono severo, quería toda la verdad.

—Te seguí, me mantuve lejos para que nadie me viera —admitió analizando mi expresión.

—¿Por qué?

¿Cómo era posible que no lo viera?

—Al principio sentía curiosidad sobre ti. Luego, cuando me enteré de que eres una elfa, no podía dejarte allí sola. Debía asegurarme de que volverías a Alyssian como te había dicho…

Debió notar la expresión en mi rostro porque se calló abruptamente.

—¿Jamás te fuiste de Naos? ¿Luego de aquel día permaneciste allí todo el tiempo? —pregunte incrédula.

Su silencio era una confirmación. Algo andaba mal con mis sentidos, algo andaba mal conmigo. Recordé mis últimas semanas en Naos, jamás percibí su presencia a pesar de que a menudo intentaba encontrarlo entre la gente del pueblo.

—¿Los pueblos que visité junto a mis abuelos? ¿Tuviste la osadía de seguirme allí también? —pregunté con una mezcla de enojo y gusto.

Asintió con la cabeza y antes de que pudiera hablar me detuvo.

—No eras consciente del peligro que corrías y solo sabía la ubicación de Seith. Mi intención no era espiarte, sino protegerte. Quería darte la oportunidad de despedirte de tu familia —hizo una pausa y leyó mi expresión—. La única razón por la cual no me viste fue porque mantuve mi distancia.

Sus intenciones no habían sido malas y de seguro había permanecido en las afueras, lo cual hacía imposible que percibiera su presencia. Aun así sentía una mezcla de emociones dentro de mí.

—Tú haces que dude de mis instintos, lo cual es absurdo. No puedes seguirme, ni tomar decisiones por mí, Aiden —hice una pausa y antes que sus ojos me convencieran de desistir agregué—. Aún no respondes la pregunta de Zul.

—Pensé que lo mejor para ti sería regresar con tu familia, hubiese sido egoísta de mi parte pedirte que te quedaras… sin importar cuánto lo deseara —hizo una pausa abrupta—. Disculpa si mis intentos por mantenerte con vida te han molestado. Sé que mi comportamiento te resulta confuso, pero he aceptado tu decisión y apreciaría que dejes de cuestionar las mías.

Confusión apenas comenzaba a describir lo que sentía. Quería que me quedara pero pensó que sería egoísta pedírmelo, las palabras se repitieron en mi mente. Al menos esta vez lo que decía tenía sentido, solo intentaba ayudarme y me había salvado de Seith lo cual había ayudado en gran medida a mantenerme con vida.

—De acuerdo, no te cuestionaré más si tú haces lo mismo por mí —dije en tono suave.

Sonrió y se acercó aún más; retrocedí un paso desconfiando de sus intenciones y aguardé sin decir nada. Volvió a acercarse y llevó el collar en dirección a mi cuello.

—¿Puedo?

Desearía haber estudiado más sobre los mortales para que sus acciones dejaran de sorprenderme constantemente. Reprimí una sonrisa, dudaba que hubiera servido de algo, al menos en lo que respectaba a Aiden.

—Sí.

Le di la espalda y sujeté mi pelo. A pesar de mis mejores esfuerzos no pude evitar estremecerme cuando sus manos tocaron mi cuello. Lo hizo de manera tan delicada que apenas lo noté, sentí la joya sobre mi pecho y la admiré, en verdad era hermosa. Llevé la mano hacia el cristal cuando sentí una calidez tan abrumadora que me detuve en seco. ¿Era posible que hubiera besado mi cuello? Me volví con una velocidad inhumana, se encontraba a solo un centímetro de mí o menos. Lo miré expectante, preguntándome si me besaría; por alguna razón me sentía impaciente y ansiosa por saber qué pasaría. Se inclinó hacia mí lentamente, mi corazón se aceleró.

—Adhara —dijo la voz de Zul desde la habitación de arriba.

Aiden permaneció allí sin moverse, sin decir una palabra. Puse unos centímetros entre nosotros para poder pensar con claridad.

—Zul —respondí saliendo de mi trance.

—Todo está listo para partir, será mejor que nos apresuremos.

Aiden tomó sus cosas, agarró mi bolsa de viaje y desapareció tras las escaleras. Lo seguí intentando no pensar en lo que había ocurrido, tendría suficiente tiempo para hacerlo más tarde, ahora debía concentrarme en que nuestros enemigos no nos hallaran. Zul me esperó al final de las escaleras, no me ofreció ayuda pero me examinó atentamente.

Quería saber si mi reciente conversación con Aiden me había afectado en alguna manera negativa, la cual pudiera perjudicar mi atención durante nuestra huida. No sabía cómo ni por qué pero a veces era como si su mirada me hablara, comprendía a la perfección lo que quería decir.

Asentí con la cabeza, me dedicó una sonrisa y comenzó a caminar delante de mí. Salimos por la puerta de atrás. El caballo de Zul era algo petiso, color chocolate con crines negras y una mancha blanca en la frente. Daeron, quien se encontraba a su lado, era el doble de su tamaño; al pequeño le costaría trabajo mantener nuestro galope.

No me sorprendí cuando Aiden montó a Daeron y me ofreció su mano para ayudarme a subir, sabía que si el mago compraba un caballo para él no me quedaría otro compañero de viaje. No me molestaba montar con él, pero tras aquella escena en el sótano hubiese preferido unos momentos a solas. Decidimos que la mejor estrategia era salir de Zosma silenciosamente, yendo al paso y cubriendo nuestros rostros como el resto de las personas del extraño pueblo. Me sentía aliviada de dejar Zosma atrás, el lugar era sombrío y ocultaba todas las desgracias de Lesath.

Al llegar al límite del bosque Zul desmontó y analizó el suelo mientras susurraba unas palabras. Los elfos podían utilizar magia sin necesidad de hechizos pero cuando los utilizaban lo hacían en voz alta, decían que la magia fluía con mayor fuerza. Zul parecía no saberlo, lo cual me hacía dudar sobre sus habilidades.

—El camino se encuentra libre, no hay rastros de ellos —dijo el mago.

—Debemos ir en dirección al Norte, tendremos que evitar los pueblos hasta que les perdamos el rastro —dijo Aiden.

—El bosque es peligroso, Seith suele merodear por aquí —respondió Zul—. Conozco un lugar donde estaremos seguros por unos días, necesitamos tiempo para planear lo que haremos.

Aiden le dirigió una mirada curiosa que no obtuvo respuesta. El mago comenzó a adentrarse en el bosque y lo seguimos en silencio. Me pregunté adónde nos llevaría, si no podíamos ir a los pueblos pero tampoco permanecer en el bosque, no quedaban muchas opciones. Deseaba que hubiera un lugar en el cual pudiéramos tener un poco de paz, donde pudiera pensar tranquilamente sin tener que preocuparme por el enemigo o por actuar normal frente a los demás humanos. Aiden y Zul debían sentir lo mismo, no podía ser fácil para ellos pretender que sus vidas eran normales y que compartían la misma ignorancia que el resto de las personas. Su actuación se encontraba lejos de ser impecable, de seguro las personas notaban algo peculiar en ellos, algo atípico.

El camino se encontraba desierto, no había rastros de otro ser vivo cerca de nosotros a excepción de aves y pequeños animalitos. Aun así continuamos al paso con cautela, ya que el suelo se encontraba repleto de ramas secas que harían ruido al quebrarse si galopábamos sobre ellas. Zul parecía conocer bien el camino, no se detuvo ni dudó sobre qué dirección tomar ni una vez, tampoco volteó al cabeza para asegurarse de que siguiéramos detrás de él.

—No reconozco este camino —dijo Aiden en tono serio—. ¿Hacia dónde nos llevas?

—Gunnar —respondió Zul.

—¿El bosque de Gunnar? —preguntó alarmado deteniendo a Daeron.

—Así es.

—No podemos ir allí, ese bosque es peligroso. He oído historias sobre él, es oscuro y es el único lugar de Lesath donde quedan Garms —espetó Aiden.

—Hay una cabaña abandonada de la cual nadie sabe, me he quedado en varias ocasiones y jamás nos buscarán allí. Nadie entra en aquel bosque —hizo una pausa y agregó—. Prefiero enfrentar a un Garm que a los Nawas.

—¿Qué es un Garm? —pregunté sintiéndome excluida de la conversación.

No me gustaba no saber de qué hablaban.

—Es un perro de gran tamaño, el doble de un lobo, son muy territoriales —respondió el mago.

—¿Le temes a un perro? —pregunté mirando a Aiden de manera incrédula.

—¡No es solo un perro! —replicó molesto—. Son salvajes, feroces, y sus dientes y garras son letales. Son astutos cazadores y decir que son territoriales apenas comienza a describirlos, son sádicos.

Nunca había escuchado hablar de tales criaturas pero coincidía con Zul, prefería enfrentarme a ellos antes que a los Nawas. Por más feroces que fueran no dejaban de ser perros.

—Es nuestra única opción, en este momento ningún otro sitio es seguro. Y en el improbable caso que nos siguieran los Garms también serán un obstáculo para ellos. No me importa tu aprobación Aiden, iremos allí —dijo Zul en tono severo.

—¿Qué sabes de este lugar? ¿Por qué habría una cabaña abandonada en el bosque de Gunnar? Me suena a que es una trampa… —continuó Aiden.

—Pertenecía a un minero, cerca de ella hay una mina de plata. Se encuentra en buenas condiciones y está allí desde hace años —le aseguró el mago.

Ambos intercambiaron miradas molestas, ninguno estaba dispuesto a ceder. No parecía una mala idea, era mejor que rondar por el bosque sin lugar adónde ir. Y había algo en el modo en que Zul hablaba de ella, era más que una simple cabaña, era un lugar seguro al cual podía escapar. Aiden había confiado en que estaríamos a salvo en la posada, se sentía a gusto en ella. Zul debía sentir algo similar por aquella vieja cabaña.

—Creo que deberíamos ir —dije.

Se volvieron a mí sorprendidos.

—Es mejor que permanecer en el bosque y apreciaría un poco de privacidad. Si crees que allí estaremos a salvo confiaré en tu criterio, Zul.

El mago asintió con la cabeza, me dedicó una corta sonrisa y continuó por el camino. Aiden me miró acusándome y lo siguió.

—En verdad espero que estés en lo cierto, no me va a ser fácil protegerte de un grupo de Garms —espetó luego de unos minutos.

No comprendía por qué le molestaba tanto la idea de ir allí o su irracional miedo a los grandes perros. Considerando de lo que veníamos escapando, no sonaba peligroso.

—Prefiero enfrentar a cincuenta Garms antes que a Seith —respondí.

Era verdad y no me avergonzaba decirlo, incluso los elfos serían cautos con él. El hombre inspiraba miedo. A Aiden pareció sorprenderle mi respuesta, permaneció pensativo por unos instantes antes de responderme.

—Probablemente tengas razón —dijo.

Cualquier ser racional optaría por enfrentarse a un grupo de perros antes que a aprendices de magia negra.

—Tu confianza en Zul no parece ser un problema —comentó en voz baja.

—¿A qué te refieres?

—En todo este tiempo apenas logras confiar en mí pero te bastaron dos días para confiar en él.

Dada la forma en que se había comportado conmigo no comprendía por qué lo cuestionaba. Era verdad, me había resultado más fácil confiar en Zul, pero no era muy difícil saber el porqué; había sido honesto conmigo desde el principio y me resultaba más fácil relacionarme con él.

—Zul no me dejó en medio de la tormenta aquel día en Naos luego de gritarme o me espió durante días o intentó obligarme a volver a Alyssian —sentí su cuerpo tensarse delante del mío—. Sé que tus intenciones fueron buenas pero aun así optaste por actuar de esa manera.

No respondió, parecía estar en alguna especie de lucha interna. Sabía que tenía razón, no podía negarlo.

—Tal vez es un error que confíes en él.

Las palabras fueron un susurro, no podía estar segura de si hablaba con sí mismo o conmigo. ¿Un error? Lo dudaba. Confiaba en mis instintos pese a sus esfuerzos de que no lo hiciera.

—Puedo oírte —dijo la voz del mago.

Miré a Zul pero seguía de espalda, había sido una advertencia. Por lo que había escuchado de sus conversaciones, el mago había salvado su vida hace unos años, lo cual era un gran gesto. Sin embargo, su amistad parecía más frágil que las ramas que crujían bajo los cascos de los caballos.

—Confío en Zul de la misma manera en que confié en ti cuando me llevaste a la posada de Goewyn. A pesar de que no podía pensar en una sola razón por la cual debía hacerlo, confié en ti —dije llevando mi mano hacia su hombro gentilmente.

No respondió pero su cuerpo ya no se encontraba tan tenso. No sería fácil viajar con ambos. Evidentemente no estaban acostumbrados a pasar tiempo juntos, debían llevar vidas bastante solitarias. En parte comprendía cómo se debían sentir, yo solía sentirme sola en Alyssian. A excepción de mis padres y dos jóvenes elfos con los que había logrado entablar una especie de amistad, no me resultaba fácil relacionarme con el resto. Eso había cambiado desde mi llegada a Lesath, rara vez había pasado tiempo sola.

Continuamos nuestro camino por el bosque durante el resto del día. Zul se detuvo en varias ocasiones para asegurarse de que el camino se encontrara despejado. Aún no comprendía la manera en que funcionaba su magia, en vez de permitir que fluyera a través de él la concentraba en sus manos y la restringía continuamente. No podía descartar que fuera poderoso pero luego de verlo utilizar magia tampoco podía asegurarlo. Era un enigma.

No nos detuvimos hasta el atardecer. El cielo comenzó a cubrirse de nubes negras y no tardaría en oscurecer, buscamos un lugar protegido en el cual pasar la noche en caso de que lloviera. Luego de dar vueltas por un rato sin suerte decidimos detenernos bajo un gran árbol cuyas ramas parecían lo suficientemente grandes para cubrirnos. Aiden desmontó y comenzó a desatar los bultos que había puesto en la montura de Daeron. Uno de ellos era una vieja carpa, la cual le tomó solo unos minutos armar. Debía estar acostumbrado a dormir en ella; en Naos siempre se mantuvo en las afueras, lo mismo que en los otros pueblos. No pude evitar sentir algo de tristeza por él, me pregunté si no tendría un lugar adónde ir, un hogar o algún familiar con quien quedarse.

Zul también tenía una carpa dentro de sus bultos, era aún más pequeña que la de Aiden y le llevó más tiempo armarla. Todos parecíamos demasiado cansados como para hablar. Comimos en silencio la comida que Goewyn nos había preparado y permanecimos atentos a los alrededores.

No fue hasta que terminamos de comer que me pregunté adónde dormiría. En la carpa de Aiden apenas entraban dos personas y no estaba dispuesta a dormir amontonada con él, y en la carpa del mago apenas entraba una. Tendría que dormir a la intemperie.

Me puse de pie y comencé a buscar un lugar adecuado, el pasto crecía mejor cerca de los árboles y no muy lejos de allí había un gran tronco con hojas acumuladas a su alrededor. Me senté sobre él para comprobar si me serviría.

Aiden y Zul se acercaron a mí con miradas inquietantes, los miré sorprendida. Me observaron en silencio esperando a que dijera algo.

—¿Te sientes mal? —preguntó Aiden arrodillándose a mi lado y observándome detenidamente.

Negué con la cabeza, mitad sorprendida mitad indignada. Me pregunté por qué siempre llegaba a la conclusión errónea. Solo porque me había alejado un poco de donde se encontraban y me había sentado sola, no significaba que no me sintiera bien.

—Los elfos rara vez sufren de malestar —respondió el mago con certeza en su voz mirando a Aiden.

Esa era una de las razones por las cuales me agradaba Zul, nunca me subestimaba. Él y mi abuelo eran los humanos que mejor me comprendían.

—Ella no es una elfa del todo, su madre es humana y es normal que los humanos a veces sientan malestar —replicó Aiden.

El mago lo ignoró y se volvió hacia mí.

—¿Prefieres dormir a la intemperie antes que en una de las carpas? —preguntó Zul.

—Sí —respondí asombrada.

Debía saber bastante de los elfos para adivinarlo. Aun así se había equivocado en el motivo, no se trataba de que prefiriera dormir sobre la naturaleza que dentro de una carpa, sino de que no quería dormir en una carpa con uno de ellos.

—¡No puedes dormir aquí afuera! —espetó Aiden—. Es peligroso.

—Estaré bien —le aseguré.

—No creo que sea una buena idea Adhara, no es que dude de tus habilidades pero te encuentras más vulnerable aquí que dentro de la carpa —dijo Zul en tono suave.

Aparté mi mirada pensando en una manera de convencerlos de que no corría peligro allí. Observé los alrededores, había oscurecido demasiado rápido, apenas podía distinguir la figura de Daeron y del otro caballo pastando cerca de donde nos encontrábamos. Una imagen invadió mi mente, un sujeto en medio de la oscuridad, su silueta inmóvil y acechante. Podía imaginarme a Seith salir de entre los árboles caminando silenciosamente hacia mí mientras dormía.

—Adhara —escuché la voz de Aiden.

Me volví hacia él apartando esa horrible imagen de mi cabeza.

—Tú dormirás en la carpa y yo dormiré afuera. Haré guardia por las dudas.

Escondí mi sorpresa manteniendo una expresión calma, al parecer sabía la verdadera razón por la cual insistía en dormir en aquel pilón de hojas.

—Necesitas dormir, todos debemos descansar —dije evitando su mirada.

—Dormiré a un lado de la carpa, así tú puedes dormir tranquila y escucharé si alguien se acerca —dijo en tono sereno sin apartar su mirada de la mía.

Por primera vez sus palabras tenían sentido, dormiría mejor allí y sería bueno que alguien permaneciera afuera en caso de que los Nawas estuvieran cerca. Asentí con la cabeza y me puse de pie. Zul parecía pensativo pero no objetó la idea, se ofreció a cambiar de lugar con Aiden cada un par de horas.

Me encontraba exhausta, desde la noche anterior en el sótano que no le había dado descanso a mis sentidos, me había esforzado por estar atenta a todo lo que pasaba a nuestro alrededor. La carpa era chica pero no parecía incómoda, me recosté sobre una manta que se encontraba en el piso y disfruté de una sensación de tranquilidad que no sentía desde hacía días. No soñé nada, como de costumbre. Descansé pacíficamente, hasta que los primeros rayos del sol comenzaron a entrar a través del lienzo de la carpa y me despertaron. Era demasiado sensible a la luz, de seguro los demás aún se encontraban durmiendo. Disfruté de unos últimos minutos a solas, me puse ropa limpia y salí de la carpa en silencio. Aiden se encontraba dormido sobre el pasto a solo unos metros míos. Era la primera vez que lo veía dormir, me detuve unos segundos para contemplarlo; su rostro se encontraba relajado y había cierta ternura en su expresión que era difícil de ignorar.

Fui hacia Daeron para asegurarme de que se encontrara bien; al verme se acercó para que acariciara su cabeza. Descansar le había hecho bien, parecía contento y listo para continuar. Peiné sus crines para asegurarme de que no tuviera nudos y analicé su cuerpo. Se encontraba más flaco, el pasto era mejor en Alyssian y los elfos cuidaban a sus caballos excepcionalmente bien. Mi padre solía pasarle diferentes ungüentos en sus patas todo el tiempo para mantenerlas fuertes y sanas. De seguro Daeron extrañaba nuestro hogar más que yo.

Esperaría un rato y los despertaría, era mejor si partíamos temprano para recorrer más camino durante el día, con suerte llegaríamos al bosque de Gunnar por la noche. Fui hacia la carpa de Zul para ver si aún dormía y me detuve en seco al ver que estaba vacía. Miré hacia los alrededores, no había rastros de él. ¿Dónde podría haber ido? Miré el suelo detenidamente en busca de huellas hasta que logré encontrarlas. Busqué mi espada, mi capa y las seguí. No tenía sentido que despertara a Aiden, no había señales de peligro; si alguien lo hubiera secuestrado durante la noche nos habría atacado a todos, no solo a él.

Las huellas no iban muy lejos, zigzagueaban entre los árboles y se detenían abruptamente frente a unos grandes arbustos. Algo no andaba bien, a solo metros de donde me encontraba había otro par de huellas y no pertenecían a Zul. Tomé a Glace en mi mano mientras decidía qué hacer; se encontraban cerca, podía sentirlo. Me preparé para atravesar los arbustos cuando escuché un grito, era una mujer. Me agaché y me deslicé entre las ramas sigilosamente, al salir de las hojas pude ver lo que sucedía.

Zul yacía con su espalda contra el suelo y una mujer se encontraba parada frente a él. Pelo del color del fuego caía por sus hombros y su cuerpo se encontraba cubierto por una corta capa roja. Sorcha, sabía que era ella a pesar de que jamás la había visto.

El mago gritó palabras que no comprendí y un torbellino de aire se formó en el espacio que los separaba. El viento comenzó a soplar con fuerza de manera descontrolada, me aseguré de aferrarme bien al suelo para no revelar mi posición. La fuerte ráfaga obligó a Sorcha a retroceder. Pese a sus intentos de acercarse, Zul tomó un pequeño objeto que se encontraba a su lado y se puso de pie. Era una daga, podía ver el sol reflejarse en su hoja de acero. Luego todo ocurrió muy rápido. El mago arrojó la daga mientras recitaba un encantamiento, esta voló en el aire con la velocidad de una flecha envuelta en una llamarada de color azul. Sorcha cerró sus ojos anticipando su muerte en el mismo instante en que la daga se detuvo de manera abrupta frente a su pecho. Era como si un escudo invisible la hubiera detenido, miré hacia los alrededores buscando al responsable del conjuro pero el claro se encontraba desierto.

Un grito de victoria llenó al aire, Sorcha tomó la daga y tras decir unas palabras esta se consumió en llamas anaranjadas y se volvió cenizas. Zul dio un grito desesperado, la ráfaga de viento que surgió de la palma de su mano arremetió con fuerza contra la mujer y se convirtió en una brisa al llegar hasta ella. Su magia no funcionaba, había sentido la magnitud de la fuerza de sus anteriores hechizos y este último había sido un pálido reflejo de los demás. Deseé haber aprendido más sobre magia para poder comprender lo que pasaba. Zul era un mago poderoso pero no ganaría este encuentro. Sorcha se acercó a él y lo tomó por la camisa antes de que este pudiera evitarlo. No podía escuchar lo que parecía estar susurrándole al oído pero a pesar de la distancia a la que se encontraban pude notar que donde sus manos lo tocaban se iba convirtiendo lentamente en hielo. Debía actuar, no tenía otra opción. Cubrí mi cabeza con la capucha de la capa esperando que ocultara mi identidad, tomé la empuñadura de Glace con mayor fuerza y corrí de manera rápida y sigilosa hacia Sorcha. No se percató de mi presencia hasta que me encontré a solo pasos de ella. En el momento en que se volvió hacia mi actué con rapidez produciéndole un profundo tajo en la pierna. Sus intensos ojos azules me impactaron, fijó su mirada en mí intentando ver el rostro que se escondía tras la capucha. Podría haber sido aún más silenciosa y atacarla sin que se percatara de mi presencia, pero mi maestro elfo me había enseñado que solo los cobardes atacaban por la espalda. Cayó de rodillas frente a mí con un grito de dolor.

—Adhara —dijo Zul mirándome con una mezcla de alivio y furia.

Llevé mi espada hacia su cuello para evitar que se moviera y volví mi mirada al mago para asegurarme de que se encontraba bien. No parecía tener ninguna herida grave pero había algo nuevo en sus misteriosos ojos grises, horror.

—¿Quién eres? —preguntó Sorcha.

No respondí, era mejor si no hablaba.

—Mátala.

Miré a Zul incrédula ante sus palabras. No podía matarla, quitarle la vida a alguien era un acto imperdonable para los elfos. Y dada la situación también era innecesario, no era una cuestión de vida o muerte. Nos encontrábamos en posición de poder, ella era la víctima. Solo consideraría matar a alguien en una situación de defensa extrema en donde no tuviera otra opción. Miré al mago y negué con la cabeza.

La reacción de Zul fue inesperada, se abalanzó sobre Sorcha y sujetó su brazo intentando inmovilizarla. No comprendía lo que estaba sucediendo hasta que el brazalete en forma de serpiente que llevaba en su brazo cobró vida y se abalanzó hacia mí enroscándose en mi brazo. Sentí sus colmillos atravesando mi piel y una aguda punzada de dolor me recorrió el cuerpo. Tomé la cabeza de la serpiente y de un fuerte tirón la arrojé hacia el aire y la corté en dos con Glace. Odiaba la magia y las artimañas que envolvían a aquella mujer pero aun así no podía matarla, sin importar cuanto lo deseara. Me dirigí hacia Sorcha y tras esquivar sus manos que intentaban tocarme deslicé la hoja de mi espada a través de su hombro causándole un profundo tajo. No gritó pero podía ver la agonía en su rostro mientras permanecía inmóvil frente a mí. Retiré la espada y me alejé de ella. El dolor en mi brazo se estaba volviendo difícil de ignorar, analicé la herida y me alivié al ver que la sangre parecía limpia, no había veneno.

—Ya no eres rival para mí, Zul Florian. Deberás matarme si quieres romper el sello —dijo Sorcha.

Miró al mago con desprecio y para mi sorpresa comenzó a correr hasta perderse de vista. Podía alcanzarla pero sería una pérdida de tiempo, Seith y Zafir seguro se encontraban cerca. Debíamos marcharnos antes de que nos encontraran.

—¿Te encuentras bien? —dijo Zul agitado mirando la herida.

—Estaré bien, la serpiente no era venenosa.

—Gracias, Adhara —dijo con una profunda gratitud en sus ojos.

—Me alegro que te encuentres bien Zul, pero no comprendo lo que sucedió. ¿Por qué se detuvo la daga frente a ella? Sorcha no detuvo el hechizo y no había nadie más allí. ¿Y a que se refería con que debes matarla para romper el sello? ¿Qué sello?

Zul evadió mi mirada pero pude ver el cambio en su expresión; no era enojo, era furia. ¿Había cometido un error al perdonarle la vida? Quería pensar que no, pero la mirada del mago me decía que sí.

—No quiero hablar de eso. Te debo una explicación y te la daré pero este no es el momento. Cuando contemos con más tiempo y tranquilidad te lo explicaré, Adhara —hizo una pausa y agregó—. No le menciones nada sobre la daga a Aiden, por favor.

Quería entender lo que había visto pero Zul parecía estar fuera de sí. La forma en que intentaba controlar su temperamento y se esforzaba por responder con tranquilidad, sus ojos turbios y su mirada inquietante me recordaban la manera en que me había sentido tras discutir y besarme con Aiden aquel día bajo la lluvia. Me pregunté si mi abuelo había visto lo perturbada que me encontraba con la misma claridad con la que yo lo veía en Zul.

—No diré nada, hablaremos de ello cuando te encuentres mejor —dije en tono amable.

—Gracias. Debemos cerrar esa herida, estás perdiendo sangre —dijo analizando mi brazo.

Arrancó de su capa un pedazo de tela y lo ató cuidadosamente sobre la herida para detener la sangre. Por el aspecto de su ropa era evidente que no le molestaba cortarla pero aun así era un lindo gesto. Moví un poco el brazo, el dolor era molesto pero soportable.

—¡Adhara!

Conocía esa voz y sonaba molesta, levanté la cabeza y vi a Aiden corriendo hacia nosotros con su espada en mano. Su expresión era seria y había mil preguntas en su rostro. Nos miró exigiendo una explicación y sus ojos se detuvieron en la sangre que recorría mi brazo.

—¿Qué sucedió? ¿Estás herida? —dijo sujetándome de los hombros y viendo si tenía sangre en algún otro lado.

—Estoy bien, es solo el brazo —le aseguré.

—Debemos irnos, Sorcha sabe que estamos aquí y los demás Nawas deben estar cerca —dijo Zul en tono urgente.

—¿Qué diablos sucedió aquí? —preguntó Aiden volviendo su mirada al mago.

—Te lo contaremos en el camino, no podemos quedarnos aquí —respondí.

Zul comenzó a correr de regreso y lo seguí, ninguno de los dos nos encontrábamos en el mejor estado para pelear si Seith o Zafir nos encontraban. Aiden me tomó de la muñeca y tiró de mí para que corriera junto a él. No pude evitar una mueca de dolor cuando moví el brazo pero no pareció notarlo; su expresión era seria, comprendía la gravedad de la situación.

Aiden desarmó las carpas, mientras Zul y yo ensillábamos los caballos. Partimos al galope sin importar que el ruido de las ramas pudiera delatarnos. Continuamos durante horas sin siquiera parar para asegurarnos de que no nos estuvieran siguiendo. Daeron avanzaba a gran velocidad a través de los árboles y el pequeño caballo de Zul se esforzó por mantener el ritmo.