UNA NOCHE EN EL SÓTANO

Permanecí un largo rato en la habitación de Aiden hablando con Zul. Me era fácil hablar con él, aún más fácil que hablar con Lachlan. Había cierta calma en su presencia que me tranquilizaba y no me resultaba perturbadora como la de Aiden. Rara vez apartaba su mirada de la mía pero no estaba segura de lo que sus ojos veían en mí. Su expresión no revelaba nada, era imposible de leer. No era un simple humano, estaba lejos de serlo.

No parecía aludido por el hecho de que Aiden se hubiera ido; analizó la habitación cuidadosamente antes de sentarse en el suelo y comenzó a hablar. Me contó que había sido criado por un mago llamado Talfan. Los warlocks habían descubierto sus poderes en el Festival del Reto a los Valientes cuando solo tenía cuatro años; la noche en que incendiaron su casa, Talfan lo había rescatado y les hizo creer a los warlocks que había muerto en el incendio. Había perdido a su familia y desde entonces aprendió todo lo que pudo sobre la magia para algún día poder derrotar a los warlocks. Aiden se había unido a ellos hacía cuatro años pero no me habló mucho de él. Me pareció justo contarle mi historia ahora que yo sabía la suya. Le expliqué la razón por la cual había decidido venir a Lesath; mi afán por descifrar si era más mortal que elfa, conocer mejor a mis padres y mis abuelos. Parecía fascinado por mi historia, jamás me interrumpió o dio algún indicio de desinterés.

—¿Qué es el Concilio de los Oscuros, exactamente?

Al fin alguien respondería mis preguntas.

—Es un Concilio formado por los warlocks que sobrevivieron a la extinción de su raza y que controlan Lesath. Son cinco: Akashik, Blodwen, Sabik, Mardoc y Dalamar. Todos son extremadamente poderosos y poseen magia negra pero hay uno, el más viejo de todos, que posee aún más poder, Akashik. Los warlocks pueden vivir más de doscientos años pero no son inmortales, eventualmente van a morir. Es por eso que quieren apoderarse de Ailios, para aprender los secretos de la inmortalidad. Él sabe la ubicación del Corazón del Dragón. ¿Conoces la historia de Darco y Nawa?

—Los primeros dragones. Ambos nacieron del mismo huevo, primero Darco y después Nawa —respondí.

—Exacto. Los warlocks veneran a los dragones, para ellos representan poder e inmortalidad. Es por eso que el Concilio de los Oscuros lleva la marca de Darco, el primero y más poderoso de los dragones, y sus aprendices representan a Nawa, el segundo en nacer —replicó el mago—. En las épocas de paz entre dragones y humanos, Darco creó una piedra del color de la sangre, el Corazón del Dragón; quien la posea recibirá el don de la inmortalidad. De esta manera cuando los humanos hallaran un líder digno y virtuoso, este podría gobernar por siempre. Pero dicho líder jamás existió. Luego llegaron las épocas de los caballeros y las doncellas, y los humanos comenzaron a ver la matanza de dragones como un acto de valentía.

—Los dragones dejaron Lesath y partieron hacia la tierra de Serpens, y el Corazón del Dragón quedó perdido en el tiempo —terminé por él.

—Así es. Todos creyeron que la piedra se había ido para siempre ya que solo los dragones conocen el camino a la tierra de Serpens; pero los warlocks descubrieron que antes de irse Darco escondió el Corazón del Dragón en caso de que dicho líder algún día llegara a existir y le confió su ubicación a otro ser inmortal.

—Ailios… —espeté incrédula, los elfos jamás me habían contado esa parte de la historia.

Había tanto que Aiden no me había dicho, todo el tiempo que estuvimos juntos y jamás había mencionado nada de esto. Me preguntaba adónde se había ido y si volvería; pero no quería pensar en él.

—¿Hay más magos aparte de ti que el Concilio no haya encontrado? —pregunté.

—No que yo sepa. Los viejos magos solían formar órdenes pero ya no queda ninguno de ellos a excepción de Talfan. Por lo que me contó, durante muchos años no nacieron magos en Lesath y los magos de las antiguas órdenes murieron sin poder transmitir su conocimiento a las nuevas generaciones.

Noté cierta tristeza en su voz.

—¿Cómo lograste entrar en mi mente mientras dormía?

—Un hechizo. Estaba intentando encontrar a Aiden, pero antes de que pudiera llegar a él tu presencia se interpuso y terminé en tus sueños —respondió Zul con una sonrisa—. Gracias por decirme dónde estaban, nunca hubiese encontrado este lugar por mi cuenta.

—Me alegra que nos hayas encontrado, de lo contrario no sabría la verdad sobre lo que está ocurriendo —hice una pausa y agregué—. Fue una sensación extraña, jamás había soñado algo antes. Por segundos no me encontraba segura si había sido real o no.

—¿Es una característica élfica o solo te ocurre a ti? —preguntó interesado.

—Los elfos no suele soñar pero hay algunos, pocos, que sí lo hacen.

Ambos permanecimos en silencio un rato. Mi ira estaba bajo control pero sabía que solo era porque Aiden no se encontraba en la habitación. ¿Cuál era la verdadera razón por la cual había intentado ocultarme del mago? Era difícil de decir, quería protegerme pero estaba más que dispuesto a mandarme a Alyssian, lejos de él.

—¿En verdad crees que pertenezco aquí o solo lo dijiste para convencerme de que te ayude? Tu respuesta no cambiará mi decisión —le aseguré.

—No hay duda de que eres una elfa Adhara, tu apariencia es prueba de ello, al igual que tu presencia, eres… cautivadora. Pero también posees un lado mortal. Por lo que vi en tu discusión con Aiden, tus emociones son más parecidas a las nuestras que a las de ellos, no posees ese control inquebrantable característico de los elfos —analizó mi mirada asegurándose de que no me hubiera ofendido.

—Me es difícil tratar con él, es la persona más complicada que he conocido —dije frustrada.

—Sé a lo que te refieres —dijo riendo.

Su risa tenía algo inusual, como si no estuviera acostumbrado a reírse mucho. Su expresión se volvió más suave, no tan seria. Sus ojos grises eran profundos y misteriosos, era la primera vez que veía ojos de aquel color. De no ser por ellos Zul no parecería más que un simple joven. Pero algo en su mirada era una clara advertencia del poder que ocultaba.

—Necesito descansar, hace días que no duermo —dijo apartando su mirada y yendo hacia la cama.

Su intuición era buena, como si hubiera escuchado mis pensamientos. Era extraño que quisiera ocultar lo que en verdad era, no muchos humanos eran capaces de utilizar magia. Pero yo conocía bien aquella sensación, la que lo urgía a ocultar una parte de sí mismo.

—Regresaré a mi habitación —dije poniéndome de pie y yendo hacia la puerta.

—Puedes quedarte aquí si quieres —sugirió pensativo.

—Me gusta la privacidad —respondí ocultando mi confusión.

Qué lo llevaría a pensar que pasaría el resto de la noche junto a alguien que conocía hacía solo una hora, me pregunté desconcertada.

—También a mí —hizo una pausa—. Si Aiden intenta convencerte de que vayas con él no lo hagas. De seguro eres capaz de manejar la situación, pero llámame si me necesitas —dijo con una mirada significativa.

Esa era mi respuesta, quería asegurarse de que seguiría aquí en la mañana. Al menos creía que era capaz de defenderme, el joven mago comenzaba a agradarme. Regresé a mi habitación y me acosté en la cama, me vendría bien dormir unas horas.

Al despertarme, los rayos del sol se asomaban por la ventana. Había estado atenta a la presencia de Aiden toda la noche tras las palabras de Zul, pero este jamás irrumpió en mi habitación. La posibilidad de que se hubiera ido y no planeara regresar aún rondaba en mi mente. Quería pensar que no se iría sin despedirse, a decir verdad quería pensar que no se iría. No comprendía su furia insensata, quería ayudar a salvar el mundo en el que él vivía, en el que tal vez viviría yo también. ¿Por qué reaccionaba de esa manera? Si se había tomado el trabajo de protegerme era porque le importaba, incluso había sugerido que ambos sentíamos algo durante el duelo de espadas, y si ese era el caso, ¿por qué quería que me fuera? Ninguna respuesta que pudiera pensar tendría sentido, al igual que nada de lo que él hacía tenía sentido.

Me levanté de la cama y me puse el vestido violeta que llevaba puesto el día en que lo conocí. No sabía cuánto tiempo Zul planeaba quedarse aquí pero sabía que iría con él cuando partiera. Esto me inquietaba un poco, me pregunté si sería extraño viajar sola con el mago. Debía encontrar a Aiden, quería despedirme de él. Y no era solo porque me sentía agradecida de que me hubiera salvado de Seith. El temor de no saber si lo volvería a ver me había obligado a ser honesta conmigo misma. Necesitaba verlo porque tal vez sí sentía algo por él.

La sala se encontraba desierta, busqué en los pasillos y finalmente me dirigí a la cocina. Al entrar contemplé una escena que me detuvo en seco. Goewyn se encontraba en los brazos de un joven pero no podía ver de quién se trataba; su rostro estaba oculto mientras la besaba, su pelo era castaño. Mi corazón, cuyo ritmo rara vez se aceleraba, comenzó a latir de manera rápida y violenta contra mi pecho. Sentí una especie de malestar que jamás había sentido antes. Permanecí allí sin saber qué hacer hasta que decidí hacerme notar y cerré la puerta detrás de mí de manera ruidosa. Goewyn se alejó un poco de él y al verme dejó escapar una risita. No pude ignorar la sensación de alivio que sentí; intenté pretender que no sabía a qué se debía, pero sí lo sabía. No era Aiden quien la besaba, sino un hombre a quien nunca había visto y que no me importaba.

—Adhara, has madrugado hoy. Siento que nos hayas encontrado en esta situación vergonzosa —dijo intentando reprimir una sonrisa—. Él es mi esposo, Deneb.

—¿Él es tu esposo? —pregunté sin lograr esconder mi sorpresa.

—Así es —respondió mirando al hombre a su lado—. Ella es Adhara, es la novia de Aiden. Ambos llegaron aquí hace dos días.

Me sentí avergonzada ante mis irracionales celos. Solo eran amigos y Goewyn había sido amable y sincera conmigo desde el momento en que habíamos llegado. Qué ilusa había sido, era la primera vez que mi criterio sobre alguien fallaba de esta manera. ¿En qué clase de ser me había convertido? Sabía que los celos no podían ser nada bueno. Jamás volvería a sentirlos me prometí, incluso si eran justificados.

—Vaya, jamás pensé que sucedería —dijo Deneb en tono alegre—. Ha estado solo desde que lo conozco. Es un gusto conocerte, Adhara.

Era unos años mayor que Goewyn, corpulento y de apariencia algo tosca, pero su expresión era cálida y bondadosa. Su aura era muy similar al de ella.

—Gusto en conocerte —respondí—. Goewyn, ¿has visto a Aiden?

—No, no lo he visto bajar de su habitación —replicó pensativa—. Creí escuchar gritos en la noche. ¿Todo se encuentra bien?

—Discutimos y no lo he visto desde entonces.

Se fue en mitad de la noche y al parecer no planea regresar.

—¿Por qué discutieron? —preguntó Deneb con curiosidad.

Goewyn golpeó sus costillas suavemente con una mirada de reproche. No era de su incumbencia pero sería cauto inventar algo que justificara la presencia de Zul, quien no tardaría en despertar.

—Un amigo de Aiden llegó ayer a la noche sin aviso y eso pareció molestarle. Estaban discutiendo, intenté calmarlo y ambos terminamos discutiendo —dije con una sonrisa inocente, no dudarían de mi palabra.

—Eso es inusual, es la primera vez que alguien viene en busca de Aiden —dijo Deneb—. No pensé que tuviera muchos amigos.

—Iré a buscarlo —dije yendo hacia la puerta.

Era mejor si no decía nada más, la situación ya era sospechosa de por sí. Fui hacia el jardín y tras recorrerlo no encontré rastro de él. Si dentro de un rato no aparecía tendría que ir a buscarlo en el pueblo. No quería volver a entrar en la posada, me dirigí hacia los establos donde se encontraba Daeron. Cepillé su pelo, trencé sus crines y permanecí un largo rato allí junto a él. Todo era más sencillo cuando me encontraba junto a él y la paz que lo rodeaba. En mi mente los problemas se volvían menos graves y me permitía relajarme. Esto no era lo que tenía en mente, el camino que yo había elegido se había desviado haciéndome llegar aquí. Mis días en Naos habían sido felices; además Iara, Helios y Tarf tenían un lugar importante en mi vida. Aun así no lamentaba del todo la situación en la que me encontraba, era emocionante pensar que tenía tanto por enfrentar y aprender. En Alyssian nunca me había sentido importante, aquí gran parte del destino de Lesath parecía depender de Zul y de mí. Me pregunté cuántas personas en Lesath sabían acerca de las mentiras que envolvían a toda la tierra. Era imposible de saber, pero dudaba de que solo fuéramos nosotros. Era inusual que los humanos tuvieran magia, pocos de ellos nacían con el don, pero a juzgar por las personas de los pueblos, la mayoría de ellos parecía haber olvidado que la magia existía. Debía ser fácil para los warlocks mantener el engaño cuando gran parte de Lesath ignoraba que había magia y magos en sus propias tierras.

A juzgar por Seith de seguro los demás Nawas utilizaban magia, sería cauto de mi parte aprender hechizos defensivos. No tenía mucha paciencia en lo que se refería a la magia pero mi espada no siempre sería la mejor defensa en comparación con sus poderes. Mi padre siempre había insistido en que le dedicara el mismo entusiasmo a la magia que a la espada, pero no había sido el caso.

Escuché unos pasos detrás de mí y me volví con un ágil movimiento. Zul se detuvo desconcertado. Creí entender su incertidumbre, a mí solía sucederme lo mismo; no estaba acostumbrada a que las personas escucharan mis pasos. A la luz del día su aspecto era aún más sencillo y a la vez misterioso. Su gran capa se encontraba agujereada en algunas partes y estaba cubierta de polvo en otras. La camisola que llevaba no se ajustaba a su cuerpo sino que era demasiado grande para él y llevaba amarrada una larga tela como si fuera un cinturón alrededor de ella. En las manos llevaba guantes negros de una tela brillante, era la única prenda que parecía nueva y no tenía aspecto desgastado. Su negro pelo revuelto le daba apariencia muy joven, a simple vista parecía un simple granjero; eso era hasta ver el único rasgo que lo traicionaba, sus perturbadores ojos.

—Adhara —saludó con una sonrisa amistosa.

—Zul —respondí de la misma manera.

—¿Tu caballo? —preguntó mirando a Daeron—. Parece veloz, eso es bueno. Compraré un caballo y así viajaremos más rápido.

—Puedes montar conmigo —sugerí.

Me pregunté si su contacto me incomodaría como el del resto de las personas. Era poco probable, su presencia había penetrado en la intimidad de mi mente cuando apareció en mis sueños y la sensación fue extraña pero no molesta. De cierta manera había generado una especie de vínculo entre nosotros.

—¿Aiden aún no ha vuelto?

Negué con la cabeza. Zul miró hacia los alrededores susurrando unas palabras que no logré escuchar y luego cerró sus ojos. Transcurrieron varios minutos hasta que los abrió, pero al hacerlo no dijo nada, solo se acercó a Daeron y palmeó su cuello. El maldito debía haber viajado toda la noche y ahora se encontraba en otro pueblo.

—Zul, tengo un favor que pedirte —dije acercándome a él.

—Te asistiré en lo que pueda —replicó con curiosidad.

—No soy buena con la magia, nunca me interesó lo suficiente como para hacer el esfuerzo de controlarla. Dada la situación me sería útil aprender hechizos defensivos.

Mis palabras tuvieron un fuerte impacto sobre él, sus ojos se volvieron aún más peligrosos.

—Ayer creí percibir que tu magia no era tan poderosa como cualquiera esperaría que fuera. ¿Pero me estás diciendo que no sabes nada acerca de ella? ¿No puedes conjurar un hechizo? —su tono era incrédulo y encerraba una acusación.

—No me mires de esa manera, tú también habrías desistido si tus intentos hubieran sido insignificantes y patéticos en comparación con los de los demás elfos que podían manipular la magia a su voluntad —dije algo ofendida—. Solo sé hechizos básicos. ¿Me ayudarás?

—Te enseñaré lo que pueda. No tiene sentido que vengas si no sabes defenderte, no me sirves muerta —dijo en tono serio.

Sus palabras me molestaron pero no podía negar la verdad en ellas. Al menos era honesto y no pretendía que le importaba más de lo que en verdad lo hacía. No le interesaba enseñarme porque sintiera afecto por mí, sino porque era la única que podía ayudarlo a derrotar el mal contra el que había estado luchando.

—Aprecio tu honestidad pero debes ser más cauto con tu elección de palabras, mago —le advertí.

—Fue tonto de mi parte decir eso, lo retiro —comenzó a alejarse y luego agregó—. Creo que nos llevaremos bien, Adhara.

El tiempo lo diría, no olvidaría su comentario. Era extraño que el hecho de que fuera brutalmente claro conmigo me resultara atractivo. Pero tenía sentido, los humanos raramente decían exactamente lo que pensaban. Luego estaba Aiden, en quien las acciones y las palabras jamás coincidían. Zul era la primera persona que me hablaba con claridad y sin juegos. Esperaba que en verdad pudiéramos ser amigos.

Al llegar el atardecer decidí arriesgar una visita al pueblo en búsqueda de Aiden. Me cercioré de que la capa cubriera la mayor parte posible de mi rostro y aseguré la espada a mi cinturón. El pueblo se encontraba envuelto en sombras, las personas raramente hablaban entre sí o hacían algún gesto amistoso. Llevar el rostro cubierto parecía ser una regla que todos cumplían. Eso complicaba las cosas. ¿Cómo lo encontraría si todos ocultaban su identidad? Caminé por diferentes calles concentrándome en la presencia de aquellos que pasaban junto a mí. Algunos eran gentiles, otros peligrosos, pero ninguno era él. Comencé a fastidiarme ante la inutilidad de la situación cuando algo llamó mi atención. Un hombre que caminaba a solo unos metros de mí. Era la primera persona en Zosma que llevaba su rostro descubierto. Era joven y su aspecto era inusual. Largo y lacio pelo rubio caía por sus hombros como una catarata de luz. Su paso era seguro y despreocupado. A diferencia de los demás parecía no tener nada que ocultar. ¿Quién era? ¿Y por qué se encontraba Zosma? Las demás personas no parecían notarlo, pasaban a su lado sin siquiera levantar la mirada. Algo andaba mal, era imposible que alguien como él pasara desapercibido. Resolvería el misterio. No parecía haberse percatado de mí, lo seguí sigilosamente llena de curiosidad. No parecía saber adónde iba, recorrió las mismas calles varias veces de la misma manera en que yo lo había hecho. Debía estar buscando a alguien, era la explicación más lógica. Aguardé un momento quieta para evitar levantar sospechas cuando sentí una mano sobre mi hombro. Con un solo movimiento tomé la empuñadura de Glace y me adelanté de un salto perdiendo el contacto con quienquiera que fuera.

—¿Adhara?

—¿Goewyn? —pregunté volviéndome hacia ella.

Llevaba sus dorados rizos sueltos y un simple vestido. Todos en Zosma debían conocerla ya que vivía aquí y no había muchas posadas en el pueblo.

—Lamento haberte asustado —se disculpó.

—¿Cómo supiste que era yo?

—Tu vestimenta es un poco inusual y caminas de forma agraciada. Jamás había visto a alguien moverse con tanta gracia, pareces una gacela —sonrió y luego su expresión se volvió más severa—. Debemos volver a la posada, no es seguro que estés aquí.

Asentí con la cabeza y levanté la vista para buscar al sujeto que había estado siguiendo.

—Antes dime algo, ¿qué piensas de aquel hombre que se encuentra allí? El de pelo rubio que llega hasta sus hombros —dije señalando disimuladamente hacia él.

—¿A quién te refieres? No veo a nadie que responda a esa descripción —replicó Goewyn confundida mientras observaba en la dirección que había señalado.

¿Cómo era posible que no lo viera? Se encontraba a solo metros de nosotras y su aspecto contrastaba con todos los que se encontraban a su alrededor.

—Es la única persona cuyo rostro no está cubierto, su pelo brilla tanto como el sol —hice una pausa para ver su reacción pero parecía aún más confundida—. ¡Es aquel sujeto que se está alejando allí!

Esta vez apunté mi dedo hacia él para asegurarme de que viera a quién me refería.

—¿Cómo puede saber el color de su pelo? Todo su cuerpo e inclusive su cabeza se encuentran cubiertos por una capa gris —dijo esta vez con una mezcla de certeza ante lo que veía y confusión tras mis palabras—. No hay nadie con pelo rubio y si lo hay no puedo verlo, todos están cubiertos.

Mi corazón dio un pequeño salto, no lo veía de la misma forma en que yo lo hacía. Ella, al igual que el resto del pueblo, no podía ver lo que realmente era. ¿O era yo la que veía algo irreal?

—No tardará en anochecer. Debemos darnos prisa, Adhara —dijo tomándome del brazo y tirando de él—. Si Aiden se enterara de que estás aquí sin duda se enfadaría.

Tenía mis dudas al respecto y era improbable que lo averiguara ya que nunca se enteraría. Mi temor se había cumplido, se había marchado y no regresaría. Me esforcé por ignorar el nudo que sentía en el estomago. Me resultaba molesto que Goewyn tironeara de mi brazo, pero no intenté soltarme porque no conocía bien el camino de regreso y coincidía con ella en que debíamos apresurarnos. El enemigo nos había encontrado. Debía ser un Nawa y era a nosotros a quien buscaba en las calles.

—¿Por qué dejaste la posada? —preguntó Goewyn en tono amable.

—Tenía curiosidad sobre el pueblo —mentí.

—¿También tenías curiosidad sobre dónde se encontraba Aiden? —preguntó con tono casual.

Reprimí el deseo de probar sus reflejos con mi espada. Odiaba que se hubiera dado cuenta de que me importaba Aiden y que lo estaba buscando. Odiaba que fuera verdad. Pero no odiaba a Goewyn, solo había sido amable conmigo y debió preocuparse por mí para venir en mi búsqueda. Era lógico que pensara así, si en verdad fuera la pareja de Aiden. Pero no lo era y aun así me encontraba allí buscándolo, lo cual me hacía sentir como una idiota.

—No me es fácil comprender a Aiden, a decir verdad nada de lo que hace o dice tiene sentido. Es como si jamás hubiera escuchado hablar de algo llamado razón —dejé escapar un suspiro de frustración—. De seguro nació sin ella.

Goewyn comenzó a reír sin ser capaz de detenerse. No debí decirle eso, me había dejado llevar. Ahora yo quedaría como la insensible y él sería el noble caballero que pretendía ser.

—No me malinterpretes, somos muy… unidos —de hecho le encanta gritarme, desaparecer por semanas, infiltrarse en mi habitación en medio de la noche y hacer toda clase de estupideces—. Es solo que pensamos de manera diferente.

Yo pienso, él no.

—Conozco a Aiden hace cuatro años. Deneb lo encontró herido en el camino mientras volvía de otro pueblo y lo trajo a la posada. Se quedó con nosotros un par de semanas y desde entonces vuelve cada cinco o seis meses a pasar unos días aquí —me dedicó una sonrisa y prosiguió—. Cierta parte de él siempre parecía estar ansiosa por encontrar a alguien a quien nunca tuviera que dejar y que jamás lo dejara a él, pero al mismo tiempo hay cierta soledad en él de la cual no consigue liberarse. Las primeras semanas que se quedó con nosotros solía hacerme preguntas sobre mi relación con Deneb la mayor parte del tiempo.

—Debo admitir que me he equivocado contigo Goewyn, al principio no me agradabas mucho pero en verdad eres una persona muy bondadosa —dije.

Mis palabras la tomaron por sorpresa pero no parecieron molestarle. Aprecié que me contara la manera en que se habían conocido, respondía muchas de mis preguntas. Sus palabras no hacían más que confirmar mi teoría, había algo extraño en él. Si quería encontrar a alguien a quien jamás tuviera que dejar, entonces ¿por qué insistía en que me fuera a tierras lejanas de las que jamás volvería? El nudo en mi estómago empeoró, no sabía por cuánto tiempo más podría ignorar la sensación de tristeza que sentía.

—No debes preocuparte —dijo palmeando mi espalda—. Puedes dudar de su sanidad mental pero no dudes de sus sentimientos hacia ti. Él jamás te dejará ir, no lo hará.

Si supiera la verdad no diría eso, pero se encontraba tan convencida de lo que decía que sería una pérdida de tiempo negarlo. Podía ver la posada aparecer en la oscuridad frente a nosotras, era más tarde de lo que había pensado. La luna ya iluminaba el cielo y las estrellas comenzaban a aparecer. Debía encontrar a Zul y contarle acerca del extraño sujeto, de seguro él podría explicarme lo sucedido. Miré hacia atrás para asegurarme de que no nos hubiera seguido, el camino se encontraba desierto. Con el enemigo tan cerca, Zul decidiría que partiéramos esta misma noche, estaba segura de ello. No me molestaba viajar de noche, todo era más tranquilo y silencioso. Me pregunté si ya habría comprado un caballo como dijo que haría. Eso facilitaría las cosas, le resultaría difícil encontrar a alguien que le vendiera un caballo a esta hora y si lo hacía tendría mis serias dudas sobre el estado del animal. Nos encontrábamos a solo unos pasos de la puerta cuando esta se abrió y dos figuras corrieron hacia nosotras. Eran Zul y, para mi sorpresa, Aiden.

—¡Has ido al pueblo! —gritó Aiden con tono acusador.

Lucía ansioso, y sus condenados y hermosos ojos buscaron los míos. Al verlo allí delante de mí sentí una mezcla de alivio, alegría y enojo.

—Guarda tus acusaciones…

—Debería darte vergüenza, Aiden —me interrumpió Goewyn—. Desaparecer así y preocuparla de esa manera, fue al pueblo porque no sabía dónde más buscarte, no puedes enfadarte con ella.

No dejaba de asombrarme la rapidez con que cambiaban mis emociones, hacía solo minutos Goewyn había comenzado a agradarme y ahora la detestaba. ¿Cómo podía delatarme de esa manera? ¿Qué tan difícil era guardar un secreto? La mirada de Aiden se volvió más intensa, parecía disfrutar de las palabras que había oído. De seguro se divertiría imaginándome buscándolo por todo el pueblo.

—Te dije que no debías preocuparte por ella Aiden, hela aquí sana y salva —dijo Deneb acercándose a la puerta—. Debieron verlo, creí que el pobre explotaría de ansiedad.

Justicia. Esa era la palabra perfecta. Goewyn me había avergonzado de tal manera que era solo justo que Aiden se sintiera de la misma forma.

—No vuelvas a asustarme así. ¿De acuerdo, cariño? —dijo Aiden con una falsa expresión de calma tomando mi rostro en sus manos.

Era difícil decir qué me resultó más desconcertante, la forma en que había acariciado mis mejillas o la manera rápida y descarada en la que montaba de nuevo su pequeña obra.

—No lo haré si tú prometes dejar de comportarte como ayer, no es muy caballeroso de tu parte —dije en tono cariñoso y con una sonrisa inocente.

Su expresión cambió por una milésima de segundo y nadie pareció notarlo.

—Adhara —dijo Zul, quien por su mirada parecía no comprender la situación.

—Zul —respondí recordando el peligro en el que nos encontrábamos—. Debo hablar contigo.

—Después de que yo hable contigo —interrumpió Aiden, su tono ya no era tan amable—. ¿Nos darían unos minutos?

Goewyn y Deneb asintieron, y entraron en la posada intercambiando murmullos. Zul permaneció en su lugar.

—¿Qué sucede? ¿Qué has visto? —preguntó Zul intentando leer mi expresión.

—Solo un minuto Zul, permítenos un momento —dijo Aiden, su tono se volvió severo y sus ojos amenazantes.

—Un minuto —respondió el mago y se alejó un poco.

—No hay tiempo para esto Aiden, cualquier cosa sin sentido que quieras decirme tendrá que esperar —hice una pausa, la cual fue suficiente para que mi ira escapara—. Sabes que si regreso a Alyssian no volveremos a vernos y aun así insistes en que me vaya. No regresaré, elijo este mundo. Si mi presencia te molesta eres tú quien debe irse.

—Quédate. Yo iré contigo.

Me quedé estupefacta.

—¿De qué hablas?

—Si quieres quedarte en Lesath aceptaré tu decisión e iré contigo y Zul —respondió en tono serio.

—¿Por qué? Esto va más allá de tu poco sentido común, dime qué te ha hecho cambiar de opinión —le exigí intentando controlarme—. Actuaste como si te importara y luego quisiste deshacerte de mí.

¿Qué demonios pasaba por su mente?

—Mis motivos son asunto mío e intentaré no confundirte en el futuro. Pero debes saber que sí me importas y que nunca fue mi intención deshacerme de ti —dijo mientras le hacía un gesto a Zul para que se acercara—. Ahora cuéntame qué ha ocurrido.

Ignoré mi perplejidad ante su respuesta, no era momento de discutir. Zul se encontraba a solo un paso de mí, la pregunta clara en sus ojos.

—En el pueblo vi a un sujeto extraño, no llevaba su rostro cubierto como el resto de las personas y su apariencia era muy llamativa. Era alto y con largo pelo rubio. Había cierta elegancia en su forma de caminar que es inusual en los hombres. Goewyn no lo veía de la misma manera, al señalárselo para ver su reacción me dijo que no podía ver su rostro ya que se encontraba cubierto, ninguna de las personas a su alrededor parecían notarlo.

Por la expresión de alarma en sus rostros me di cuenta de que había estado en lo cierto al pensar que se trataba del enemigo.

—Zafir —dijo Aiden.

—No hay duda de ello —respondió Zul.

—¿Cómo es posible que ella haya visto su verdadera apariencia? —preguntó Aiden pensativo.

—Es una buena pregunta, tal vez sus ilusiones no funcionen con Adhara —replicó el mago.

—¿Quién es Zafir? —pregunté.

—Es uno de ellos, un Nawa. Es un ilusionista. Las personas no podían ver su verdadera apariencia porque utilizó sus ilusiones, puede hacer que las personas lo vean de manera diferente a lo que realmente es —explicó Aiden.

—Ya veo. Al parecer sus engaños no sirven conmigo, lo vi con tanta claridad como los veo a ustedes dos en este momento —dije con una sonrisa.

Esto era bueno, no debía preocuparme mucho por él si su magia no podía afectarme.

—¿Qué crees que hace aquí? —preguntó Aiden.

—Parecía buscar a alguien, merodeaba por las mismas calles una y otra vez —respondí.

—De seguro me busca a mí, pudo haberme seguido hasta aquí —sus ojos grises se tornaban más oscuros con cada palabra.

—¡Debiste ser más cuidadoso! —espetó Aiden.

—No respondiste a ninguno de los mensajes que te envié, pensé que te encontrabas en peligro —replicó Zul enfadado—. No saben acerca de ella, debemos irnos de aquí antes de que nos descubran.

—No. Si actuamos de manera precipitada cometeremos un error. Zafir está cerca de aquí y no sabemos si se encuentra solo, puede haber alguien en el bosque esperando a que huyamos para interceptarnos. Lo mejor será quedarnos escondidos en la posada hasta mañana, partiremos al amanecer —dijo Aiden.

—No me gusta la idea pero creo que tienes razón, suelen operar de esa manera. En cuanto el sol se ponga nos marcharemos de aquí —respondió el mago.

Me di un baño con agua caliente para relajar mis músculos y aclarar mi mente. Confiaba en ellos, se las habían ingeniado para escapar del enemigo todo este tiempo. No sentía como si nos encontramos en un peligro mortal, no realmente. Zafir no parecía peligroso y si lo era no lograría vencernos a los tres. Era solo una complicación, no era como Seith; él sí era letal. Había cierta oscuridad en él de la que no se podía escapar; temía el día en que finalmente tuviéramos que enfrentarlo. Me pregunté cuántos Nawas habría y cómo serían. Eran humanos, sus poderes no podían ser tan grandiosos. El verdadero problema eran los warlocks, no sabía mucho sobre ellos por lo que no podía estar segura de qué esperar. Solo sabía que utilizaban magia negra, la cual era peligrosa y de naturaleza maligna. Y el hecho de que durante años gobernaran Lesath sin despertar sospechas era prueba de lo ingeniosos que eran, subestimarlos sería un error.

Pensé en mis padres, si algo malo me sucedía los devastaría. Me dejaron ir porque pensaron que en Lesath tendría la oportunidad de ser feliz, de encontrar a alguien con quien construir mi futuro. En la misión que emprendía, mi vida y mi futuro pendían de un hilo. Era demasiado para arriesgar, lo sabía. Pero algo en el fondo de mi ser me decía que no me encontraba en Lesath solo por decisión propia, era el destino. Si no poníamos un fin a esta situación jamás se detendría. Es cierto que la mayor parte de la población llevaba una buena vida pero no por eso podía olvidarme de aquellos cuyas vidas habían sido robadas para servir a oscuros propósitos. En un mundo donde la magia era un don que pocos afortunados recibían, ese don se había convertido en una condena. Sentenciaban a sus familias a la muerte y sus vidas se volvían un camino oscuro y solitario que llevaba a su propia destrucción. Seith era la prueba de ello.

Además, ¿qué pensarían mis padres de que viajara sola en compañía de dos hombres? No parecía apropiado, pero en comparación con el resto era el menor de mis problemas. Zul parecía respetuoso y confiaba en Aiden.

Sacudí mi cabeza para disipar mis pensamientos, si el peligro se encontraba cerca debía mantenerme alerta. Opté por pantalones de montar y botas en vez de un vestido; en caso de una emergencia debía estar preparada. Mi pelo aún seguía mojado, lo até con un listón y dejé que cayera sobre mi hombro. Observé el viejo reloj sobre mi mesita de luz, era hora de cenar. Al abrir la puerta me sorprendí al ver a Aiden sentado en el pasillo. Al verme se puso de pie y me dedicó una corta sonrisa.

—¿Qué hacías allí sentado? —pregunté de manera sospechosa.

—Medidas de seguridad, con Zafir cerca no podemos descuidarnos.

—Deberías cuidar tus espaldas en vez de la mía. Ambos sabemos que soy mejor con la espada —respondí señalando a Glade para que viera que me encontraba preparada.

Observé su mano y me di cuenta de que ya no llevaba la venda que le había puesto.

—Soy mejor de lo que crees —respondió en tono tranquilo sin parecer ofendido por el comentario—. Y tú te encuentras en más peligro que yo.

—Zul no duda de mis habilidades —respondí.

Sabía que eran dos personas completamente diferentes y que no debía compararlas, pero me molestaba que el mago tuviera fe en mis habilidades cuando me conocía desde hacía solo un día, mientras que Aiden me sobreprotegía constantemente. Ese comentario pareció molestarle, apartó sus ojos de los míos y dejó escapar una risa amarga.

—Si no conoces sus verdaderas intenciones tus instintos no son tan buenos como pensé —replicó alejándose de mí y yendo hacia las escaleras—. Por cierto, luces encantadora con el pelo de esa manera.

No era idiota, sabía que Zul me quería mantener a salvo porque me necesitaba para que lo ayudara a liberar a Ailios. Esperaba que con el tiempo eso cambiara y pudiéramos ser amigos. Me acerqué a un espejo que había en el pasillo y contemplé mi reflejo en él; tenía razón, el listón celeste resaltaba el color de mi pelo.

Al llegar al pie de la escalera encontré a Aiden y a Zul discutiendo en voz baja, ambos parecían molestos pero no lograba entender el conflicto. Se detuvieron al verme y aguardaron en silencio hasta que me reuní con ellos. Caminamos juntos hasta el comedor, cuando vi algo en la ventana que llamó mi atención. Alguien se acercaba a la posada, iba en dirección a la puerta principal. No logré verlo con claridad hasta que la luna iluminó su brillante pelo. Era Zafir.

—Es él —dije exaltada señalándolo por la ventana.

Ambos se sobresaltaron y miraron en la dirección que señalé.

—No logro verlo, ante mis ojos es solo un joven cubierto con una capa gris —dijo Zul examinándolo—. Lo único que lo delata es la forma en que camina.

—Es Zafir —afirmó Aiden.

Se escuchó un leve golpe en la puerta principal y a continuación los pasos de Goewyn yendo hacia ella. Aiden me tomó la mano y tiró de mí en dirección a un viejo armario; Zul nos siguió y los tres nos metimos dentro. Había poco espacio, nuestros cuerpos se encontraban amontonados y era prácticamente imposible realizar el menor movimiento. Escuché a Zul susurrar unas palabras sin entender su significado, probablemente un hechizo. Sentí la presencia de la magia en el aire, era una presencia muy débil. Aguardé esperando que fortaleciera el hechizo pero no lo hizo. Eso era extraño, desde el momento en que conocí al mago estaba segura de que poseía grandes poderes mágicos, pero no parecía el caso. ¿Era posible que me hubiera equivocado? Intenté ver su expresión, pero me resultó imposible debido a la oscuridad. Si Zul no era capaz de más magia nos encontrábamos en mayor peligro de lo que me había imaginado.

—Bienvenido a «La oveja perdida». ¿En qué puedo ayudarlo? —dijo la voz de Goewyn.

—Gusto en conocerla señorita, busco habitación por una noche —respondió una voz, era clara y masculina.

—Por supuesto, pase.

Aiden maldijo y sentí su cuerpo tensarse a mi lado. Era una sensación extraña, encontrarme a tanta proximidad de él en medio de la oscuridad. Sentía la presión de su brazo contra el mío; su rostro se encontraba a solo centímetros. Luché por mantener mi concentración en lo que pasaba en la habitación y no distraerme.

—Su habitación es la número 5, de seguro la encontrará cómoda —dijo la alegre voz de Goewyn.

—Estoy seguro de que lo haré. Me gustaría hacerle una pregunta antes de retirarme a mi habitación, si no es molestia —la voz se volvió aún más agradable de lo que ya era.

—Por supuesto.

—Estoy buscando a mi hermano, el pobre ha escapado de casa y no tiene adónde ir. Tal vez usted lo haya visto. Es joven, su pelo es negro y desprolijo, sus ojos son de color gris y lleva ropa terriblemente desgastada.

La descripción coincidía a la perfección con Zul. Los tres nos quedamos tan inmóviles como estatuas de piedra. Silencio. Teníamos el elemento sorpresa de nuestro lado, en cuanto Goewyn le respondiera podíamos abalanzarnos sobre él y acabarlo. Me pregunté que sentiría al matar a alguien. Si la situación lo requería, ¿sería capaz de hacerlo? No estaba segura. Aiden aún se encontraba completamente inmóvil, ni siquiera respiraba. Zul parecía estar sufriendo algún tipo de dolor, su mano temblaba levemente y parecía estar hablando consigo mismo. Me esforcé por escuchar lo que decía, apenas pronunciaba las palabras. «Es mi culpa», eso era lo que estaba diciendo. Debía controlarse y prepararse para lo que pasara, sus lamentos no nos servirían de nada. También me apenaba un poco verlo así. Tomé su mano temblorosa y la apreté con suavidad.

—No lo es, componte. No puedes pelear así —susurré.

Eso pareció hacerlo reaccionar, su cuerpo se volvió más rígido. Solté su mano y la llevé hacia la empuñadura de Glace.

—No, lo siento. No lo he visto —respondió Goewyn.

Una ola de alivio recorrió mi cuerpo, sentí a ambos aflojarse a mi lado.

—¿Está segura? Lamento ser insistente pero creí ver duda en sus lindos ojos.

Su actitud me resultaba molesta. La halagaba para obtener información, era falsa caballerosidad.

—Hace unos días vino alguien similar a quien me describió, pero recordé que sus ojos eran azules, no grises. Y su ropa no parecía desgastada ahora que lo pienso —respondió Goewyn con tono más seguro.

—Ya veo, es una lástima espero que nada malo le haya sucedido. Si recuerda algo estaré en mi habitación, señorita.

Estaría eternamente agradecida con Goewyn, poseía mejores instintos de lo que pensaba. Escuchamos cómo subía las escaleras hasta que el ruido de sus pasos se perdió. Aiden me susurró en el oído que esperáramos aquí mientras él hablaba con Goewyn y luego se fue. Aguardé impaciente sin quitar mi mano de la empuñadura, con el enemigo tan cerca sería tonto bajar la guardia. Zul parecía pensar lo mismo, sin hacer ruido pasó delante de mí presionándome contra el fondo del armario y ocupó el lugar de Aiden, que era el más cercano a la puerta. Me hizo un gesto para que permaneciera detrás de él y extendió sus manos en forma defensiva delante de mí.

—Si Zafir abre esta puerta lo detendré con un hechizo, en cuanto lo inmovilice mátalo con tu espada —susurró.

No respondí. Quitar una vida era algo imperdonable, los elfos me lo habían enseñado y yo creía en ellos. Si clavaba mi espada en alguna de sus piernas lo heriría lo suficiente como para que no pudiera escapar, eso sería suficiente. No sería necesario matarlo. Aguardamos pacientemente por unos minutos hasta que alguien abrió la puerta, era Aiden.

—Síganme en silencio —susurró.

Hicimos como nos pidió siendo cautelosos y observando las escaleras en todo momento. Nos guio hasta una habitación que no conocía, parecía una alacena, se encontraba sucia y algo descuidada a diferencia de las demás. Goewyn tenía algo en su mano, parecían ser tablas de madera, me acerqué aún más y pude ver unas pequeñas escaleras que descendían.

—Allí está el sótano, no está muy limpio pero nadie los encontrará. En cuanto pueda bajaré sus cosas de la habitación y se las traeré —dijo indicándonos el camino.

—Gracias Goewyn, estoy en deuda contigo —dijo Aiden—. Bajaré yo primero y luego te ayudaré a bajar, Adhara. Está oscuro abajo.

Asentí con la cabeza. Zul no parecía estar convencido de estar haciendo lo correcto, miró a Goewyn de manera desconfiada y se quedó inmóvil en su lugar. Estaba de acuerdo en que permanecer tan cerca del enemigo era un jugada muy arriesgada, pero no tenía razones para desconfiar de Goewyn, se había ganado mi confianza.

—Yo también te lo agradezco, Goewyn —dije con una sonrisa honesta.

—Me alegro de poder ayudarlos —respondió levantando la mirada hacia la puerta—. Debo volver rápido, no quiero levantar sospechas.

Descendí por la pequeña escalera sin poder ver más allá de un escalón, mis pasos eran cuidadosos pero seguros. Estiré la mano buscando a Aiden pero sus manos me encontraron primero, me tomaron de la cintura y sin siquiera consultarme me levantó contra su pecho, bajó un par de escalones y me depositó en el suelo. Mi desconcierto ante su acción debió notarse porque mi cuerpo estuvo rígido durante todo el trayecto.

—Puedo moverme en la oscuridad mejor que tú —espeté.

No respondió, pero claro, él ya sabía eso. Lo que había hecho era completamente innecesario.

Escuché la voz de Goewyn susurrar algo y a continuación Aiden me entregó una vela, su luz era escasa pero era mejor que nada. Zul no tardó en estar a mi lado, a juzgar por su rostro no quería estar aquí y parecía esperar un ataque en cualquier momento. Caminé un poco para recorrer la habitación; a excepción de un par de mantas sucias en el suelo se encontraba vacía. Era húmeda y fría y las paredes estaban cubiertas de polvo.

—Dame la vela —dijo Aiden enseñándome con su mano un pequeño farol vacío.

Se la di y luego de colocarla en su interior la apoyó sobre el suelo en el centro de la habitación. La noche sería larga y silenciosa, podía sentirlo. Todos permanecimos quietos por un largo rato. Zul fue el primero en moverse, comenzó a pasear por la habitación en forma pensativa. Sus ojos nunca dejaban la compuerta sobre las escaleras. Aiden estaba a solo pasos míos, su expresión indescifrable. Las primeras horas pasaron sin que nadie hablara, los tres parecíamos estar bajo la impresión de que cualquier sonido que produjéramos nos delataría. Luego, cuando comencé a aceptar la idea de que lo mejor que podía hacer era intentar dormir un rato, Zul se acercó a mí y en voz tan baja que apenas podía oírlo empezó a hablarme acerca de la magia. Lo que dijo no era muy diferente de lo que yo ya sabía; la magia proviene de la naturaleza, sus elementos y en algunos casos de los seres vivos, no siempre responde a nuestro llamado, los hechizos son complejos y debemos pensarlos y pronunciarlos con exactitud para obtener el resultado correcto, si la concentración de uno se ve interrumpida la magia puede simplemente desaparecer en solo segundos… Había tres hechizos defensivos que era importante que aprendiera. Uno de ellos ya lo sabía, lo había conjurado la noche en que cruzamos a Seith en el bosque. Los que restaban, uno era para la protección de la mente frente a otros hechizos y el otro para protegerse físicamente. Los elfos podían usar ambos al mismo tiempo sin que esto fuera un problema pero yo tendría suerte si podía dominar uno, me resultaría imposible utilizar los dos al mismo tiempo. ¿Cuerpo o mente? ¿Qué debería priorizar en caso de que no tuviera otra opción? Sabía la respuesta, de uno dependía el otro, la mente. El hechizo no era complejo, debía imaginar una especie de muro impenetrable alrededor de mis pensamientos y mantenerlo allí. Esa era la parte fácil, la parte difícil era que el muro funcionara, en otras palabras que la magia respondiera a mi llamado. Memoricé las palabras del hechizo y las repetí un par de veces en mi mente para asegurarme de que las recordaba. Aiden, que había estado observándonos en silencio, se puso de pie y tomó las frazadas sucias que se encontraban en el suelo. Vi asombrada cómo las sacudía una y otra vez sin decir nada. No podía recostarse allí, jamás lograría deshacerse de todo el polvo que las envolvía. Tras unos minutos sonrió al parecer satisfecho con su trabajo y se volvió hacia mí. Al entender lo que se proponía intenté controlar mi expresión, era amable de su parte pero no me recostaría sobre ellas. Me las ofreció con una mano y negué con mi cabeza.

—Estoy bien —le aseguré.

—Debes descansar, mañana viajaremos la mayor parte del día —replicó sosteniendo las frazadas delante de mí.

Zul se aclaró la garganta y me miró con reproche, adiviné que mi repentina falta de atención lo había molestado.

—Lo siento, continúa explicándome —me disculpé.

Las frazadas cayeron a mi lado abruptamente y Aiden se fue a sentar lejos de nosotros. No me importaba si lo había ofendido, luego de todo lo que me había hecho no podía esperar otra cosa.

—Es hora de que tú y yo aclaremos algunos temas, Aiden —dijo Zul en tono severo—. ¿Qué mejor oportunidad?

—Si no tienes otra cosa mejor que hacer —replicó Aiden.

Me pregunté la razón por la que Zul se encontraba tan enfadado con él, no lo comprendía, ambos eran amigos pero no parecían llevarse bien.

—Mi vida tiene un solo propósito y moriría por cumplirlo. ¿Cómo puedes ser tan egoísta? Te has negado a ayudarme y lo acepté a pesar de no comprender tus motivos. Pero te has esforzado por ocultar a la única persona que no solo puede ayudarme sino que a diferencia tuya está dispuesta a hacerlo —dijo el mago—. Al parecer has olvidado que me debes la vida.

—No, no lo he olvidado —replicó Aiden—. No puedes sacrificar la vida de alguien solo porque no eres lo suficientemente fuerte para lograr tu cometido. Sé que estas dispuesto a dar tu vida a cambio de Lesath y eres valiente, pero esa es tu carga, no la de ella.

Una sensación abrumadora comenzó a llenarme. ¿Era esa la verdadera razón por la que quería que vuelva a Alyssian?

—Adhara tomó la decisión de ayudarme, no la tomé yo por ella —dijo Zul.

—¿Le habrías dado la opción de elegir de haberla encontrado tú? —espetó Aiden—. ¿Le habrías permitido regresar con los elfos? ¿O habrías insistido en que vaya contigo o en algo peor?

—Le pedí a Adhara su ayuda y ella aceptó, no la obligué —respondió Zul.

—Si se hubiese negado y no estuviera yo para protegerla, ¿habrías dejado que se marche?

Observé al mago pero su rostro era imposible de leer.

—¿De qué se trata esto realmente? Puedes engañar a Goewyn y a su esposo con sus peleas de pareja pero no a mí. Si fuera por ti ella estaría de regreso en Alyssian, condenada a vivir en un lugar donde jamás podrá ser feliz. ¿Cómo es eso menos cruel que lo que yo le pido? —dijo Zul parándose a solo centímetros de él.

Esa era una buena pregunta, una excelente pregunta de hecho y quería saber la respuesta.

—Responde, Aiden —dije al ver la manera en que titubeó y guardó silencio.

—¿Crees todo lo que él dice? Por si no lo recuerdas fui yo quien te salvó de que Seith te encontrara, no él —respondió oscuramente.

—Aún no respondes la pregunta —dijo Zul antes de que pudiera hablar.

Lo teníamos acorralado, no tenía más opción que decir la verdad. Al parecer Zul se encontraba igual de intrigado que yo respecto a las contradicciones de Aiden. Era un alivio que ambos pensáramos de la misma manera, necesitaba a alguien con quien poder hablar.

Lo miré intensamente esperando a que hablara cuando algo llamó mi atención, un ruido. Levanté mi mano para que ambos permanecieran en silencio justo a tiempo para escuchar la madera sobre nuestras cabezas crujir. Intercambiamos miradas de alerta y miedo. Todo permaneció en silencio por unos minutos en los cuales procuramos quedarnos inmóviles y de repente escuchamos el ruido de la puerta de la habitación que se encontraba arriba de nosotros. Silencio, pasos, silencio.

—Es ella… —susurró Zul.

Miré al mago pero sus ojos no se apartaban de las escaleras. ¿Quién era ella? Observé a Aiden, parecía igual de confundido que yo.

—Esta parece ser la alacena, se encuentra lejos de las demás habitaciones, nadie nos escuchará. ¿Qué haces aquí, Sorcha? —preguntó la musical voz de Zafir.

—Lo mismo que tú, busco al mago —respondió una voz femenina—. Una de las ventanas se encontraba abierta y decidí revisar la posada yo misma.

—Te dije que esperaras en las afueras. ¿Me crees incapaz de hacer mi trabajo?

—Seguiste su rastro hasta aquí. Por lo tanto, si aún no lo has encontrado, evidentemente eres incapaz de hacerlo —hizo una pausa y agregó—. Me estoy comenzando a impacientar.

Mis ojos buscaron los de Zul, tenía miedo de que sus nervios nos traicionaran. Para mi sorpresa parecía estar en control de la situación, sus ojos no contenían miedo sino que brillaban peligrosos y llenos de concentración.

—No me sorprende, el mago te venció más de una vez, es natural que no puedas controlar tus ansias de venganza —respondió Zafir con aire de superioridad.

—Cállate, cuando lo encuentre lo veré agonizando en mis manos hasta que la vida lo abandone —dijo la mujer en tono furioso.

—Eso es asumiendo que eres capaz de hacerlo, claro está —rio fríamente—. ¿Alguna noticia de Seith?

—Aún se encuentra en Naos, había rumores sobre una joven excepcionalmente bella y misteriosa y quería investigar al respecto —respondió Sorcha en tono aburrido.

Mi cuerpo se volvió rígido y mi pulso se aceleró, un solo pensamiento se apoderó de mi mente: mis abuelos, Tarf. Debía volver por ellos. Sentí una mano en mi hombro, era Aiden.

—No parece importante. ¿Averiguaste algo al respecto? —preguntó Zafir.

—Nada que requiera nuestra atención. Al parecer era de otro pueblo y visitaba a sus parientes, su abuelo le mostró un retrato y no hay nada especial en ella —dejó escapar una risa sin ganas—. Qué pérdida de tiempo, no es más que un pueblo repleto de tontos granjeros.

Estaban a salvo. Me aflojé contra el cuerpo de Aiden, que parecía compartir mi sensación de alivio.

—Coincidimos en algo. Ahora deja de estorbarme y lárgate de aquí —respondió el ilusionista.

—Ese mago infame aún se encuentra en Zosma, puedo sentirlo. Tienes hasta el amanecer para registrar el resto del pueblo.

La madera se resquebrajó bajo sus pies mientras caminaba en la que, pensaba, era la dirección hacia la puerta.

—En verdad no puedes controlar tus ansias por matarlo. ¿No es así, Sorcha? —dijo Zafir en tono divertido—. Es por eso que continúas cometiendo errores.

—Guarda silencio o mi próximo error será matar a uno de los míos. Nadie extrañaría tus ilusiones Zafir, eres el más débil y lo sabes.

—El Concilio sabe lo valiosos que pueden ser mis cambios de apariencia —replicó este.

—El Concilio está comenzando a impacientarse, en especial Blodwen; quiere al mago muerto y demorarnos es peligroso.

Silencio. Escuché el ruido que hizo la puerta al abrirse, luego más pasos y un portazo. Silencio.