EL MAGO ENTRA EN ESCENA

Al despertar me sentí algo confundida, no recordaba haberme dormido y al darme cuenta de que me encontraba sujeta a la espalda de Aiden aparté mi cabeza de forma abrupta. Jamás me había sentido tan avergonzada.

—¿Te has despertado? —preguntó girando su cabeza hacia mí.

—¿Cuánto tiempo llevo dormida?

—Alrededor de dos horas —respondió con una sonrisa.

—¿Hacia dónde nos dirigimos?

—Zosma. Es un pequeño pueblo hacia el sur. Conozco una posada allí que será un buen escondite.

Daeron se detuvo y comenzó a tirar de las riendas, quería descansar. Usualmente podía galopar durante horas sin necesidad de detenerse pero era de noche y encontrar un camino a través del bosque lo había agotado.

—Necesita descansar —dije desmontando.

—El lugar parece seguro.

Aiden desmontó y acarició el cuello de Daeron de manera afectiva. Ese gesto me enterneció, la mayoría de las personas trataban a los caballos como meros medios de transporte pero a él realmente parecía importarle. Se me adelantó en aflojarle la cincha y secó su sudor con una manta para que el frío de la noche no le hiciera mal. En ese momento me sentí algo avergonzada por haber pensado lo peor respecto a él. Me senté en el pasto y miré hacia el cielo, el manto de nubes negras se extendía haciendo menos visible las estrellas. No era una buena señal. Miré alrededor buscando rastro de algún animal, el lugar se encontraba desierto. En el resto del bosque podía oír el canto de los grillos o los ululeos de las lechuzas pero aquí todo era silencio. El viento golpeó contra mí de manera violenta, era frío y seco. Algo andaba mal, Daeron levantó la cabeza de manera abrupta, sus orejas paradas y atentas. Su reacción confirmó mis sospechas, algo maligno venía en nuestra dirección.

—Aiden…

Me hizo un gesto para silenciarme y caminó hacia mí.

—Yo también lo noté. Iremos silenciosamente hacia aquellos arbustos y nos esconderemos detrás de ellos. ¿Puedes hacer que Daeron se acueste?

Su intensa mirada se apoderó de mis ojos.

—Lo intentaré.

Tomé las riendas de Daeron y lo llevé hacia el arbusto, me senté y apoyé mi mano sobre el pasto sin sacar mis ojos de los suyos indicándole que me imitara. Me entendió a la perfección. De manera silenciosa dobló sus patas y se echó sobre el pasto. Era algo inusual que me obedeciera de manera tan rápida, debía estar consciente de que nos encontrábamos en peligro. Llevé mi mano hacia la empuñadura de mi espada instintivamente. No sabía a qué me enfrentaba pero daría una buena pelea. Sentí la mano de Aiden sobre la mía y mis mejillas se tiñeron de rojo.

—Con suerte pasaremos inadvertidos, pero si algo ocurre seré yo quien pelee —me dijo de manera severa.

—Soy buena con la espada —insistí sin quitar mi mano de la suya.

—Cuanto menos sepan de ti, mejor.

Estaba a punto de responderle cuando sentí un escalofrío, al poco tiempo escuchamos pisadas. Espié a través de las ramas y vi una figura acercarse caminando, llevaba puesta una larga capa y una capucha cubría su rostro. Había algo en su manera de caminar que me inquietaba. Su paso era rápido y decidido, su convicción inquebrantable, como si el bosque le perteneciera. Aquel hombre no le temía a nada, era consciente de su poder y apartaría a cualquiera que se interpusiera en su camino. Sentí un repentino deseo de cortarle el paso y probarle que estaba equivocado. Lo analicé más detenidamente, era alto y su contextura era similar a la de Aiden. Creí distinguir su cabello oscuro pero no estaba segura; su rostro era un misterio, la noche y la capucha que llevaba lo ocultaban a la perfección. Caminó por delante del arbusto y tras unos pasos se detuvo. Permaneció allí inmóvil por varios minutos. Controlé mis nervios y me aseguré de no moverme. Creí escuchar algo y me esforcé por descifrar qué era. El extraño aún se encontraba tan quieto como una estatua, inmutable y aterrador. Me esforcé aún más y un susurro llegó a mis oídos. Un encantamiento. Debía actuar rápido, la magia no era uno de mis fuertes pero no era momento para dudar. Nos visualicé a Aiden y a mí en mi mente, rodeados por una barrera y susurré las palabras del hechizo. Aguardé impaciente deseando con todo mi corazón que resultara. Aiden parecía comprender lo que ocurría, con una mano me atrajo hacia él de manera protectora y con la otra tomó su espada. El extraño dio un paso, luego otro, observó los alrededores tan sigiloso como un halcón y siguió caminando hasta que finalmente se perdió de vista. Me mantuve alerta por un largo rato hasta estar segura de que se había ido. El bosque fue cobrando vida nuevamente, el canto de los grillos comenzó de nuevo y pequeños animalitos salieron de su escondite.

—¿Qué diablos era eso? —pregunté.

—Los niños que roban se vuelven sus aprendices y luego sus espías. Son aprendices de Nawa. Ese era Seith y es uno de ellos —respondió Aiden, la espada aún en su mano—. Nos has salvado, Adhara. No soy bueno con la magia pero sé que utilizó un hechizo y tú lo detuviste.

—Intentó revelar la presencia de otro humano y utilicé un encantamiento que funciona como un escudo. No estaba segura si funcionaría, a decir verdad yo tampoco soy buena con la magia —me costó admitirlo pero no veía una razón para mentirle.

Me dirigió una mirada tan fugaz que sentí que mi corazón se prendía en llamas. Comencé a pensar que lo hacía a propósito, debía saber el efecto que sus ojos tenían sobre mí. Me pregunté si sería posible que yo tuviera algún efecto similar sobre él. Me avergonzaba intentarlo pero no quería verme débil frente a él, comprendía que nos encontrábamos en una situación peligrosa y quería demostrarle que podía valerme por mí misma. Además una pequeña parte de mí quería vengarse por aquel día bajo la lluvia. Llevé mi pelo hacia atrás de manera sutilmente seductora y, sin apartar mi mirada de él, me puse de pie de manera elegante. Escondió bien su reacción pero sus ojos siguieron todos mis movimientos y no pudo esconder su expresión deslumbrada. Fui hacia Daeron para asegurarme de que se encontrara bien, acaricié su cuello y lo examiné. Sus orejas estaban relajadas y no parecía alarmado. El misterioso sujeto se había ido pero no podía apartar su presencia de mi mente. Había algo maligno en él, algo perverso. No podía imaginarme mi reacción si me hubiera despertado con él en la habitación en vez de Aiden.

—¿Qué edad tienes en verdad?

Su repentina pregunta me tomó por sorpresa, me volví hacia él.

—Diecinueve —respondí—. Ya te le he dicho.

—Lo sé, pero eso fue cuando aún no sabía que eras una elfa…

Reprimí una risa, creía que por ser una elfa tenía ciento diecinueve en vez de solo diecinueve.

—Una parte de mí también es humana, tengo diecinueve —le aseguré.

—¿Aún sigues enfadada conmigo? —preguntó acercándose a mí, su expresión serena.

—Así es —hice una pausa y de manera decidida lo besé en la mejilla—. Pero también siento gratitud hacia ti.

Mi gesto debió tomarlo por sorpresa ya que me observó perplejo. Alejé mi rostro del de él pero tomó mi brazo y me mantuvo cerca. La proximidad era abrumadora, casi podía sentir sus labios sobre los míos. Sentí un fuerte de impulso de permanecer allí hasta que me besara de vuelta, fue precisamente por eso que di un paso hacia atrás. Aún nos encontrábamos en peligro, lo último que necesitaba era perderme de vuelta en aquellas emociones.

—Recuerda eso la próxima vez que insistas en desobedecerme —dijo con una sonrisa, apretó mi brazo de manera afectuosa y luego lo soltó.

Puse más distancia entre nosotros.

—¿Quién era aquel sujeto? No era un warlock, de eso estoy segura pero aun así posee un aura sobrenatural —dije.

—Su nombre es Seith. Su incesante maldad y su continuo empeño por olvidar su lado humano es lo que lo hacen tan poderoso.

—La forma en que se quedo inmóvil no es natural. Era como si no sintiera ansiedad o… ningún tipo de emoción.

—Seith no posee sentimientos, odio, amor, exaltación, tristeza… no los siente. Su control de sí mismo es tan perfecto que solo se guía mediante su instinto o sus poderes. Encontró una manera de destruir su conciencia humana —respondió Aiden ajustando la cincha de Daeron.

—¡Eso es imposible! ¿Fue obra de los warlocks?

No sabía nada sobre magia oscura pero si en verdad era tan poderosa como para lograr eso, era algo a lo cual no nos podíamos enfrentar.

—No lo creo, fue obra de su voluntad. Ven, debemos continuar un poco más, sé que Daeron se encuentra cansado pero no podemos quedarnos aquí —dijo montando.

A la mañana del día siguiente llegamos a las afueras de Zosma. Por lo que podía ver el pueblo era muy pequeño y se encontraba en medio de la nada. Había sido extraño pasar toda la noche en compañía de Aiden, me esforzaba por no bajar la guardia ni por un segundo pero me era difícil luego de tantas horas de andar por el bosque. No veía cansancio en su rostro pero sabía que de seguro era bueno disimulándolo, cuando creía que no lo miraba cerraba sus ojos por una fracción de segundo. De seguro Helios e Iara ya habían leído mi nota, me pregunté cómo habrían reaccionado. Me sentía mal por irme de esa manera, sin despedirme pero era por su propio bien. Y ya comenzaba a extrañar a Tarf, sentía que me faltaba algo sin él correteando a mí alrededor. Daeron levantó sus orejas en cuanto vio el pueblo y comenzó a trotar apresurado, sabía que finalmente podría descansar.

Zosma tenía un aspecto sombrío, la mayoría de las casas eran de madera pero no estaban pintadas con colores claros ni tenían todo tipo de flores coloridas en sus jardines. La mayoría de las personas que veía llevaban capas que cubrían sus rostros y no se saludaban entre ellas como ocurría en Naos o en el resto de los pueblos. Parecían no conocerse. Era la primera vez que veía algo así, parecía olvidado en el tiempo. Luego de dar un par de vueltas llegamos a la posada que Aiden había mencionado. Parecía bien cuidada, la madera estaba bien mantenida y no amenazaba con desmoronarse en cualquier segundo como el resto de las casas. Tenía un aspecto limpio y había flores celestes y lilas adornando las ventanas. Un cartel colgaba de su puerta con forma de oveja «Posada: La oveja perdida». Un nombre extraño para una posada pero aparentemente todo en este pueblo lo era.

Aiden desmontó y sin previo aviso hizo un corto y particular silbido, lo miré desconcertada. Un momento después la puerta de la posada se abrió y de ella salió una muchacha de cabello corto con rizos dorados. Se apresuró hacia nosotros y tiró sus brazos alrededor del cuello de Aiden.

—Aiden Moor, me alegra ver que has vuelto. Haces meses que no he sabido nada sobre ti.

—Lo siento Goewyn, he estado ocupado —respondió.

La manera en que lo abrazó y la familiaridad con que le hablaba me sorprendió, era evidente que se conocían bien. No supe qué pensar de esto, tal vez eran amigos pero también existía la posibilidad de que fueran algo más. Si era su novia y Aiden se había atrevido a besarme e irrumpir en mi habitación en el medio de la noche lo mataría. La examiné mejor, sus caderas eran anchas y su cuerpo no era muy proporcionado pero poseía cierta calidez en su rostro. Aguardé sin decir nada ignorando su pequeña demostración de afecto. Había tenido la sensación de que Aiden en cierta manera se encontraba solo, al igual que yo, pero al parecer me había equivocado. Verlo abrazar a otra mujer produjo una sensación extraña en mí, algo que no lograba descifrar. Y por una milésima de segundo sentí una mezcla de tristeza y enfado.

—Veo que no vienes solo —dijo la muchacha mirándome.

La observé de manera indiferente y no respondí.

—Goewyn, ella es Adhara —dijo Aiden ofreciéndome su mano para ayudarme a bajar.

La ignoré y desmonté de un rápido movimiento, esto pareció molestarlo.

—Adhara, ella es Goewyn, la dueña de esta posada y una vieja amiga.

Amiga, era su amiga. La examiné nuevamente, había algo en ella que no me agradaba. Quité la capucha de mi cabeza de manera cuidadosa, asegurándome de que mi cabello cubriera mis orejas, y me volví hacia ella.

—Oh, Aiden. ¡Es preciosa! No puedo culparte por estar solo durante tanto tiempo si la has estado esperando a ella —dijo Goewyn sonriendo—. Bienvenida a mi posada Adhara, es un placer conocerte. Haré lo posible para que te sientas a gusto aquí.

—Gracias, es amable de tu parte —respondí.

No comprendía por qué me trataba de manera tan amistosa, pero si pensaba que de esta manera ganaría mi confianza se equivocaba. ¿Y que había querido decir con que Aiden me había estado esperando? ¿Qué sabía sobre mí?

—No es así Goewyn, solo viajamos juntos —dijo Aiden algo sonrojado.

—No seas vergonzoso —replicó riendo—. Lucen cansados, los llevaré a los establos y luego les prepararé una habitación.

¿Una habitación? No podía dormir con Aiden en la misma habitación, o peor, en la misma cama. Era inquietante de solo pensarlo. No lograría dormir.

—Dos habitaciones —me apresuré a decir mirando a Aiden.

No lo objetó.

Una vez que acomodamos a Daeron en los establos y nos aseguramos de que tuviera alfalfa y agua fresca, la posadera y supuesta amiga de Aiden nos guio hacia las habitaciones. Por dentro todo parecía limpio y confortable, los muebles eran antiguos pero de buen gusto y las paredes parecían gastadas pero aun así se mantenían bien. Las habitaciones se encontraban una al lado de la otra, la 14 y la 15. Tomé una de las llaves al azar y me apresuré a entrar, ansiaba estar sola. El espacio era pequeño pero tenía lo necesario, una cama, un viejo armario y una repisa. Me senté sobre la cama y tras asegurarme de que la colcha y las sábanas se encontraran limpias me dejé caer sobre esta. Había disimulado mi cansancio frente a Aiden pero ahora ya podía dejar de pretender, no era tanto cansancio físico como emocional. Al parecer él no era tan terrible y cruel como había pensado, era gentil; gracias a su ayuda me había salvado de una peligrosa situación. Había resultado fácil convencerme de que era una mala persona; aceptar la realidad era más difícil; tenía un corazón noble y me había salvado. Le había dicho que iría por mi lado una vez que estuviéramos a salvo pero no tenía intención de hacerlo. No sabría dónde ir y la idea de separarme de él no me agradaba. Lesath no era un lugar seguro y libre sino una farsa, un juego que los warlocks habían creado para manipular a los humanos. No vería a Iara, Helios y Tarf por un tiempo; además de haberles causado daño. Y como si eso fuera poco un humano sin sentimientos y de tremendo poder rondaba por la zona. Dormí un par de horas para recuperarme y pasé el resto de la tarde practicando con mi espada. La habitación era pequeña por lo que mi espacio era limitado. Practiqué movimientos de ataque y de defensa, esforzándome por mover mis pies y mis brazos a mayor velocidad de la que tenía. No era fácil, hasta hacía un día había estado conforme con mi velocidad y mi cuerpo ya se encontraba acostumbrado a ella. Mi maestro, un ágil y sabio elfo llamado Astran, me había asegurado que podía moverme más rápido si me esforzaba. Había practicado con él sin lograrlo del todo pero la situación ya no era la misma. No necesitaba aumentar la velocidad de mis movimientos para ganar un tonto duelo sino para sobrevivir. Hubiese sido cauto de mi parte prestarle más atención a la magia, pero nunca había tenido mucha paciencia para ello. Sabía que había magia en mí pero me era difícil controlarla, me las había ingeniado para lograr unos pocos hechizos en Lesath pero habían requerido un gran esfuerzo y no eran nada en comparación con lo que podían hacer el resto de los elfos. La magia es complicada y no siempre responde de la manera en que uno espera; en cambio, con la espada, uno tiene el control. Es por eso que había optado por ser un espadachín en lugar de una maga. Necesitaba poder defenderme. Me pregunté qué harían conmigo si me encontraban. Aiden parecía pensar que me encontraba en mayor peligro por ser una elfa, pero dado que también era humana y sabía muy poco sobre magia no podía encontrarme en un peligro mortal. Si acostumbraban a tener discípulos como Seith, yo no les serviría de mucho. Pero estaba convencida de que la historia era más larga y que no me había dicho todo lo que sabía. Cuando nos encontráramos solos lo obligaría a que me cuente el resto.

Salí de mi habitación y me dirigí hacia abajo, mi estómago se había estado quejando durante las últimas horas. Esperaba que la comida fuera decente ya que no volvería a probar los platos de Iara por un buen tiempo. ¿Qué tan difícil era usar pocos condimentos y no hervir todo lo que fuera comestible? Tendría un intercambio de palabras con aquella joven atrevida, ya que no tenía más opción que quedarme allí haría lo posible para que las cosas fueran de mi agrado. No tardé mucho en encontrarla, tras revisar un par de habitaciones en la planta baja la hallé en la cocina limpiando las ventanas. La observé por unos momentos antes de hacerle saber que estaba allí, se movía de manera torpe y carecía de coordinación. Era imposible que Aiden estuviera interesado en ella, su único atractivo era su rostro; luego no había una sola cualidad en ella que valiera la pena. Me detuve en seco. ¿Por qué pensaba en ello? ¿Por qué me importaba si Aiden la encontraba atractiva? Me acerqué caminando de manera precipitada para que escuchara el sonido.

—Adhara, ¿te encuentras bien? —dijo apresurándose hacia mí.

—¿Por qué no habría de estarlo?

—Aiden estaba preocupado por ti. Dijo que no habías salido de tu habitación en toda la tarde y cuando intentó entrar se encontraba cerrada con llave —dijo Goewyn.

—Me gusta la privacidad. No me siento cómoda con la puerta abierta en un lugar desconocido —respondí.

¿Aiden estaba preocupado por mí? Después de todo tenía sentimientos, me hubiese gustado que los hubiera utilizado en la laguna aquel día cuando me gritó y me besó.

—Me gustaría decirte que nada te pasará en mi posada, pero seguramente habrás notado que las personas en Zosma prefieren ocultar su identidad. La mayoría de los que vienen aquí es para ocultarse de alguien o porque quieren dejar atrás su pasado, es por eso que tienden a cubrir sus rostros. No son de fiar —dijo con tono más serio.

—Tiene sentido que las personas que viven aquí lo hagan porque no tienen otra opción, el pueblo tiene un aspecto nefasto y parece cubierto por un manto de niebla —observé.

Era el lugar más espantoso que había visto.

—Zosma está lejos de ser encantador pero no es un mal lugar para vivir. Ofrece más privacidad que el resto de los pueblos —dijo Goewyn con una sonrisa—. ¿Puedo ofrecerte algo de comer? Debes estar hambrienta.

Su costumbre de sonreírme todo el tiempo estaba comenzando a molestarme.

—Sí… me gusta la comida liviana, sin condimentos y las papas no me gustan hervidas. He notado que en algunos pueblos tienden a hervirlas y lo encuentro absurdo.

—Tienes gustos poco comunes, pero como gustes. —Hizo una pausa mientras se limpiaba las manos—. Aún falta un poco para la cena pero te prepararé una sopa de calabaza mientras esperas.

Asentí con la cabeza. Una sopa de calabaza era algo sencillo de hacer, no había manera de que la arruinara.

—Eres inusualmente bonita, Adhara. ¿De dónde eres?

—De lejos. Prefiero no hablar de ello —respondí simulando una sonrisa.

—Oh, lo siento. No quise ser entrometida. Es solo que Aiden no quiso decirme nada sobre ti —respondió algo sonrojada.

—¿Por qué querrías saber sobre mí? —pregunté.

—No lo sé, supongo que es porque eres importante para Aiden y él es importante para mí.

Su respuesta me dejó perpleja, no estaba segura de entender lo que quería decirme. ¿Creía que yo le interesaba a Aiden y eso le interesaba a ella porque estaba interesada en él? Era atrevido e incauto de su parte hacérmelo saber. No me sorprendía que estuviera interesada en él, Aiden era el humano más hermoso que había visto.

—Aquí tienes tu sopa, espero que sea de tu agrado —me dijo sonriendo y poniendo el plato enfrente de mí.

No comprendía por qué se esforzaba por ser tan amable conmigo si en verdad no le agradaba. Poseía más tacto que Louvain Merrows, lo cual no era muy difícil, pero al menos Louvain había sido honesta. Observé la sopa, me molestaba comer algo preparado por ella pero no podía morirme de hambre. Tomé un sorbo y aguardé, era aceptable.

—Si te molesta que Aiden me haya traído junto a él dilo, porque de ser así no me quedaré aquí —espeté mirando su rostro detenidamente para ver su reacción.

Ya tenía suficientes problemas sin sumarla a ella y no tendría uno más. No me sentía cómoda hospedándome en la casa de alguien que no me agradaba. Sus ojos se agrandaron y me miró por una fracción de segundo, una mezcla de confusión y… no podía ser… ¿Ternura?

—Adhara, creo que me has malinterpretado…

—¡Adhara!

Me volví y vi a Aiden acercarse a mí. La expresión en su rostro se ablandó al verme, sus ojos buscaron los míos.

—Fui a tu habitación a ver si habías abierto la puerta y ya no estabas, no te encontré en la sala… Pensé que habías salido al pueblo —dijo exasperado—. La próxima vez avísame donde estarás.

—¿Quieres que te avise en qué parte de la posada estaré? No lo creo —respondí.

Me molestaba cuando Iara estaba tan pendiente de mí pero esto era peor, se negaba a darme cualquier tipo de libertad más que poder estar sola en mi habitación.

—Sé que suena tonto pero es por un tema de seguridad —replicó Aiden.

—Estoy agradecida por lo que has hecho por mí pero no haré todo lo que me digas, Aiden —repliqué.

—Los dejaré para que hablen tranquilos —dijo Goewyn.

Aguardé hasta que cerró la puerta de la cocina tras ella.

—¿Puedes intentar actuar como una persona normal? —preguntó Aiden exasperado—. Goewyn no sabe la verdad sobre Lesath.

—¿Y no crees que le parece extraño que quieras saber adonde estoy a cada minuto del día?

Por unos segundos creí ver irritación en su mirada pero controló su expresión.

—No, Zosma es un lugar peligroso.

—No me quedaré aquí contigo si no eres honesto conmigo. Sé que no me has contado toda la historia, hay más sobre los warlocks que no me has dicho —dije manteniendo su mirada.

No tenía ninguna intención de irme pero él no lo sabía, era una buena amenaza.

—Te he dicho la verdad y no hay más que decir. Creí que lo habías entendido al ver a Seith en el bosque, sé que te asustó por más que no quieras admitirlo. Corres peligro aquí y solo estoy intentando mantenerte a salvo. ¿Por qué insistes en complicar todo? —su rostro ya no estaba relajado, ahora parecía enfadado.

—¿Por qué intentas mantenerme a salvo? —pregunté.

¿Por qué me gritas? ¿Por qué tienes este confuso efecto sobre mí?

—No lo sé, te vi y desde entonces siento la necesidad de protegerte —su mirada se perdió, como si estuviera recordando algo—. ¿Por qué fingiste estar insolada el día en que nos conocimos? Eres una elfa, sé que no es posible que te insolaras.

Sabía lo que quería hacer, cuestionaba mis acciones para que dejara de cuestionar las suyas.

—Debía pretender ser frágil como las personas normales para que no sospecharas lo que soy. En Naos me era difícil pretender que era como los demás —respondí con tono serio.

Había pensado una respuesta para aquella pregunta desde el día en que supo lo que soy; no volvería a tomarme desprevenida.

—¿Entonces honestamente pensaste que era un elfo? —preguntó con sus ojos fijos en mí como si supiera el efecto que tenían.

—A veces cometo errores —respondí simplemente.

Más desde que lo conocí. No parecía convencido pero aun así no dijo nada más al respecto. Goewyn volvió y no tardó en servir la cena, me encontraba hambrienta a pesar de haber tomado la sopa. La comida no tenía condimentos como había pedido, no era tan buena como la de Iara, pero tampoco era fea como esperaba. Aiden y Goewyn charlaron animadamente durante la cena, fingí estar perdida en mis pensamientos pero escuchaba cada palabra que decían. Quería entender mejor qué tipo de relación tenían. Al parecer se conocían desde hacía años y ambos tenían un amigo en común llamado Deneb, gran parte de la charla era sobre él. Aparentemente vivía en la posada pero ahora se encontraba en otro pueblo comprando provisiones y volvería en unos días. Aiden estaba sumergido en su charla con Goewyn y apenas me miraba, por alguna razón esto me molestó, debía ser que me encontraba acostumbrada a sentir su mirada sobre mí. Sentí el irracional impulso de levantarme de la mesa e ir a mi habitación, pero no lo haría, sería tonto de mi parte. Además sabía que tenía una presencia fuerte frente a los humanos y por más que no hablara era suficiente con estar allí sentada. Comí en silencio jugando con un mechón de mi pelo. ¿Desde cuándo se había vuelto el centro de mi atención? Me irritaba ser consciente de lo pendiente que estaba de él, jamás me había ocurrido con nadie. Extrañaba un poco a Lachlan, no emocionalmente, pero en mis últimos días en Naos nos habíamos vuelto buenos amigos y me sentía relajada con él, nuestros charlas eran una buena manera de pasar el tiempo. Y a excepción de mi secreto eran completamente honestas, no tenía que concentrarme en lo que decía o en mentir de manera convincente. Me pregunté si ya se habría comprometido con Louvain, era muy probable. La última vez que lo había visto parecía completamente convencido e incluso feliz, me hubiera gustado asistir a su boda. Mi madre me había contado sobre ellas pero nunca había presenciado ninguna, los elfos tenían rituales muy diferentes para unirse cuando se amaban.

Un pensamiento nuevo apareció en mi mente, algo en lo que jamás había pensando hasta entonces. ¿Qué haría el día que decidiera unir mi vida a la de alguien? ¿Me casaría o haría un ritual élfico? De seguro me casaría con un humano, jamás había sentido nada por ningún elfo más que amistad y un poco de fascinación ante su belleza. Pero quería que mis padres estuvieran presentes. Haría ambos, de esa manera podría hacerlo en presencia de mis padres y luego de mis abuelos. No estaba segura si los elfos lo permitirían, no admitirían que otro humano entrara en su bosque, pero debía haber alguna manera de conseguirlo.

Sentí una mano sobre mi pelo y me sobresalté intentando apartarme. Aiden me sujetó del brazo con una mano para evitar que me pusiera de pie y con la otra continuó acariciándome el cabello. Lo miré incrédula por una fracción de segundo y finalmente encontré mi voz.

—¿Qué haces?

—Me gusta tu cabello, es suave y huele a flores —dijo intentando disimular sin éxito una sonrisa.

Sabía que a pesar de su reciente buen comportamiento, su mente no funcionaba bien. Su lado irracional asechaba de nuevo pero esta vez yo no sería su víctima. ¿Cómo podía ignorarme durante todo la cena y de repente tocarme de esa manera tan familiar?

—¿Qué ocurre contigo? —dije alejándome de él bruscamente.

Miré a Goewyn, no parecía enfadada sino que se reía como si encontrara divertida la situación. Era aún más extraña que el resto de las personas, la única explicación que se me ocurría era que mi reacción y la forma en que lo había apartado de mí le agradaba.

—Siento haberte tomado por sorpresa. ¿En qué pensabas? —me preguntó de manera cariñosa acercándose a mí.

Había perdido la razón, era la única opción. Aun en la improbable posibilidad de que de pronto hubiera sentido la necesidad de expresarme sus sentimientos, si es que los tenía, se comportaba como si yo sintiera lo mismo.

—Mis pensamientos no son tuyos, Aiden.

No completamente. Me dirigí hacia las escaleras y apresuré el paso al darme cuenta de que me estaba siguiendo.

—Gracias por la comida Goewyn, todo estaba delicioso. Acompañaré a Adhara a su habitación, el largo viaje hasta aquí la ha afectado un poco —dijo Aiden a modo de disculpa.

Me contuve hasta llegar al piso de arriba pero en cuanto me volví hacia él para ponerlo en su lugar, apoyó su mano sobre mis labios y me indicó que lo siguiera. Me negué a entrar en mi habitación en su compañía pero tiró de mi brazo insistentemente.

—¿Has perdido la razón? No sé lo que ocurre contigo Aiden, pero no me siento cómoda estando cerca de alguien como tú. No permitiré que lo que ocurrió en la laguna vuelva a suceder, te lo advierto —dije mirándolo de manera peligrosa.

—Adhara tranquilízate, puedo explicarlo —me dijo manteniendo su distancia.

—Hazlo.

—Te encontrabas tan perdida en tus pensamientos que no notaste que tu pelo se desacomodó. Si no me hubiera apresurado en cubrir tus orejas, Goewyn se habría dado cuenta de lo que eres. Lamento haberte sorprendido así pero fue necesario —dijo con ese tono de voz extremadamente dulce que rara vez usaba.

—Oh, ¿cómo es posible que no lo notara? —pregunté para mí misma.

—Es inusual que no estés consciente de todo lo que ocurre a tu alrededor. ¿En qué pensabas? —ahora parecía curioso.

—Ya te lo he dicho, mis pensamientos no te pertenecen —respondí.

—¿Te encuentras asustada?

—No —intentaría ser algo honesta—. A decir verdad pensaba en el día en que decidiera unir mi vida a la de alguien, si lo haría con una boda como lo hacen ustedes o con un ritual élfico.

—Ah…

Parecía totalmente sorprendido con mi respuesta, no podía culparlo, incluso yo lo estaba. Intenté esconder mi rostro al sentir el rubor en mis mejillas.

—Tal vez deberías hacer ambos —dijo Aiden con una cálida sonrisa.

—Sí, he llegado a la misma conclusión —repliqué sorprendida.

Tras un largo silencio de intercambiar miradas, aparté mis ojos de él.

—Aún no comprendo por qué me has tratado de esa manera, con tanta familiaridad. Bastaba con que me acomodaras el pelo o… ¿En verdad crees que es suave y huele a flores? —pregunté confundida.

Nueva conclusión; Aiden era ambos, un cruel y dulce joven.

—Acostumbro a venir aquí solo, jamás he traído a alguien conmigo. Goewyn me conoce lo suficiente como para saber que no viajaría con una mujer solo a menos que estuviera en algún tipo de relación y no podemos contarle la verdad porque no sabe nada sobre los warlocks —hizo una pausa para ver mi reacción—. Basta con que nos hablemos de manera afectuosa.

—Lo pensaré. Me encuentro cansada, me gustaría estar sola —dije.

—De acuerdo, descansa —se detuvo y agregó—. En verdad pienso que tu pelo es suave y huele a flores.

Lo miré con alivio mientras salía por la puerta. Entender a Aiden era agotador, creaba situaciones que a nadie coherente se le ocurrirían. Ahora debía creer que se había comportado de esa manera porque Goewyn pensaba que nos encontrábamos involucrados amorosamente. Creería que yo era la demente luego de como me había comportado con ella. Quizás en verdad eran solo amigos, me costaba creerlo cuando recordaba la manera en que lo había abrazado aquella mañana. Fui hacia la cama y me hice un ovillo debajo de la colcha, no me gustaba el frío. Haría el esfuerzo de ser amable e incluso afectuosa con él frente a las demás personas de la posada, no podía creer la manera descuidada en que casi revelaba mi secreto. Caminé por los pasillos. Todo se encontraba oscuro y apenas podía ver, pero de alguna manera estaba segura hacia donde debía ir. Bajé las escaleras, crucé la sala y salí hacia afuera. La noche era fría y el manto de nubes aún cubría el cielo ocultando las estrellas. Me quejé, al parecer las nubes jamás se iban en aquel pueblo de desertores. Alguien me llamaba, no decía mi nombre, no lo sabía, pero aun así me llamaba. Seguí caminando a través del pueblo hasta que encontré una silueta cortándome el paso, apenas podía verlo en la oscuridad. Él no podía verme, solo observaba el pueblo frente a él, miraba a través de mí como si fuera aire. Sentí magia a su alrededor, era un mago. Sus intenciones eran buenas, su corazón bondadoso y utilizaba su magia con fines nobles. Quería saber dónde nos encontrábamos, el nombre de aquel pueblo perdido entre tinieblas que no recordaba haber visitado.

—Zosma —susurré.

No sabía la razón pero quería ayudarlo. No era a mí a quien buscaba sino a alguien que se encontraba cerca de mí. Su presencia era poderosa pero intentaba ocultarlo. Permanecía de pie en medio del pueblo, asegurándose de recordarlo para poder reconocerlo en cuanto lo viera. Estuvo allí por varios minutos aún sin poder verme hasta que finalmente se alejó hasta perderse de vista.

Me desperté agitada, era la primera vez que soñaba con algo, desde que nací tenía sueño blanco. Llevé las manos hacia mi frente para comprobar la transpiración. Permanecí quieta varios segundos sin saber qué hacer, todo había sido tan real que me costaba creer que solo era un sueño. Me sentía extraña, era como si realmente lo hubiera experimentado a pesar de estar dormida. ¿Eso era lo que significa soñar? ¿Cómo algo que pasaba en mi mente podía parecer tan real?

Me costó tranquilizarme, jamás pensé que tendría un sueño, no era natural. Alguien lo había provocado a través de magia, aquel mago que había visto pero ¿quién era? Fui hacia la ventana, aún era de noche. Por un momento consideré ir en su búsqueda pero descarté la idea, era peligroso y de todos modos ya no sentía su presencia. Me volví a recostar e intenté quedarme despierta, no quería volver a soñar, solo quería descansar, relajar la mente. Pasé más de una hora dando vueltas en la cama, mis ojos comenzaron a cerrarse de nuevo cuando oí pasos. La puerta se abrió con un débil crujido, había olvidado trabarla. La luz de la vela que llevaba iluminó su rostro, era Aiden. Cerré los ojos pretendiendo que dormía. Se acercó hasta estar a un lado de la cama, sentía la luz de la vela sobre mi rostro, pasó la manga de su camisa sobre mi frente secándome la transpiración. Luego me cubrió con las sábanas que se habían deslizado por mi hombro y volvió a salir de la habitación, cerrando la puerta silenciosamente. Me sentí algo abrumada y protegida, no tardé en volver a dormirme.

Al despertar en la mañana el recuerdo de aquel sueño seguía latente en mi memoria. Me alegraba no haber vuelto a soñar, en lo que restaba de la noche había descansando plácidamente. Intenté convencerme de que el hecho de que Aiden hubiera entrado en la habitación para ver si me encontraba bien no tenía nada que ver con ello, pero sabía que era mentira. Al bajar a desayunar no encontré a nadie, había una canasta con pan junto a un tarro de manteca en la mesa. Tomé un poco de pan y comí silenciosamente preguntándome dónde se encontraban los demás. Zosma comenzaba a aburrirme, no me gustaba permanecer encerrada pero sabía que era mejor que recorrer el pueblo, solo encontraría rufianes y no quería llamar la atención. Debía encontrar un nuevo lugar para practicar con la espada y un compañero no estaría mal, practicar sola comenzaba a resultarme aburrido. Aiden parecía un espadachín competente y de seguro no le molestaría ayudarme. Una vez que terminé de comer fui hacia su habitación pero no se encontraba allí. Volví a bajar y fui hacia la puerta, la abrí silenciosamente para echar un vistazo y me detuve al ver a Aiden y Goewyn charlando en la entrada. Aquella extraña sensación se apoderó de mí con más fuerza que antes, no lo comprendía, era ridículo sentirme molesta cuando los veía juntos, ridículo. Pensé en Louvain y me pregunté si ella se había sentido de la misma manera al verme hablar con Lachlan, si lo que estaba experimentando era lo que las personas llamaban celos. No podía ser, no era lo suficientemente humana como para sentirlos. ¿O sí? Recordé la forma en que Louvain se había comportado y por un insólito momento la comprendí. Entendí aquella sensación irritante y frustrante de querer apartarla de él y no poder hacerlo. Me desconocía. ¿Por qué me molestaba verlo con ella? ¿En verdad sentía ese tipo de atracción por él? Celos, lo poco que sabía sobre ellos me bastaba para saber que eran una emoción poderosa, irracional y dañina. Louvain me había enseñado eso, bajo ningún punto de vista podía comportarme de la misma manera que ella. Cerré la puerta y me dirigí hacia mi habitación, aguardaría hasta que Aiden subiera para pedirle ayuda. Esperaría allí, paciente y serena.

A medida que el tiempo pasaba comencé a inquietarme un poco, me paseé por la habitación, trencé mechones de mi pelo y finalmente tomé mi bolsa de viaje y cambié mi atuendo por uno un poco más llamativo. Era un delicado vestido de color verde agua, marcaba mi silueta, resaltaba mis ojos y no era muy largo, no me estorbaría con la espada. Quería verme atractiva. Debía pensar con claridad como normalmente lo hacía. Goewyn creía que éramos una pareja y parecía contenta al respecto; no comprendía aquel desagrado injustificado que sentía hacia ella. Solo eran amigos, les gustaba charlar tal como yo lo hacía con Lachlan. Tal vez no le había creído, por mi comportamiento era evidente que no teníamos este tipo de relación. No era mi culpa, no podía pretender una relación romántica que no existía. Pero de ahora en más me comportaría bien con ella, no quedaría en ridículo como Louvain, tomaría el asunto con madurez.

Tomé el libro que se encontraba en mi bolsa de viaje y me acomodé de manera agraciada en la cama perdiéndome en sus páginas. Al poco tiempo oí pasos, alguien se aproximaba. Escuché la puerta abrirse pero la ignoré, no aparté mi mirada de la página que estaba leyendo. Aiden aguardó en silencio esperando a que me diera por aludida que se encontraba en la habitación, pero no lo hice. Se aclaró la voz y se acercó aún más. Lo miré fingiendo una expresión sorprendida.

—Adhara, ¿te encuentras bien? —preguntó algo confundido mientras examinaba mi atuendo de manera disimulada.

—Claro que sí —respondí de manera casual.

—Anoche te movías seguido mientras dormías y ahora al entrar en la habitación no percibiste mi presencia. ¿Te encuentras perturbada por algo?

—Oí tus pasos incluso antes de que abrieras la puerta pero me encontraba concentrada en este libro, es muy interesante —dije enseñándole la tapa—. Mis sentidos se encuentran tan agudos como siempre, Aiden.

Me miró de manera sospechosa sin decir nada.

—Tengo un favor que pedirte —dije dejando el libro y poniéndome de pie frente a él.

Sus ojos siguieron las líneas del vestido y luego buscaron los míos.

—Eso es inusual, te escucho —respondió con una sonrisa.

—He pasado toda la tarde de ayer entrenando con la espada para agilizar mis movimientos pero al hacerlo sola no he logrado buenos resultados ¿Podrías ayudarme? Necesito un oponente.

—Te ayudaré con gusto —replicó—. Es bueno que aprendas a defenderte en caso de que yo me vea imposibilitado de protegerte.

—Sé defenderme —dije yendo hacia Glace y tomándola en mis manos para mostrarle la forma en que agarraba la empuñadura—. Pero debo admitir que Seith parece un rival poderoso.

—Lo es —replicó en tono serio.

—Tú pareces un espadachín competente, practicar contigo me servirá de algo —dije sin apartar mi mirada de él.

Si él podía asumir que yo no sabía defenderme, yo asumiría que él era solo competente.

—¿Competente? Soy mucho más que eso —respondió algo molesto.

—Ya lo veremos.

Fui hacia la puerta.

—Aguarda… ¿Entrenarás con ese atuendo? —preguntó alarmado.

—Así es —respondí simplemente.

—No puedes entrenar así.

—No se interpondrá en mis movimientos, es suelto —le aseguré.

—No es eso, entrenaremos al aire libre y con ese vestido llamas la atención —replicó Aiden.

—¿A qué te refieres? —pregunté de manera inocente.

—Eres bonita Adhara, llamas la atención y con ese atuendo te encuentras aún más llamativa que de costumbre —dijo con tono suave apartando su mirada.

Me volví para esconder la expresión de triunfo de mi rostro.

—No te preocupes, me pondré la capa encima y entrenaremos en el jardín de atrás que se encuentra desierto, nadie nos verá.

Me siguió de cerca mientras bajábamos las escaleras. Oculté la espada debajo de mi capa para no alarmar al resto de los huéspedes pero la posada parecía desierta. Solo había visto a un anciano el día anterior pero no había rastros de él. Me preguntaba qué sentido tenía abrir una posada en un pueblo tan triste y gris como Zosma. Al entrar caminé silenciosamente hasta la cocina esperando no encontrarla en el camino pero estaba solo a metros de la puerta trasera cuando Goewyn se asomó tras una pila de ropa sucia que llevaba en sus manos.

—Buenos días Adhara, luces hermosa —dijo Goewyn.

—Gracias —respondí de manera amable.

—¿Te molesta si utilizamos el jardín? Adhara y yo practicaremos con la espada, pienso anotarme en el Festival de los Valientes del próximo pueblo —dijo Aiden.

—¡Qué gran idea! De seguro te irá de maravilla. ¿Tú también eres buena con la espada, Adhara?

Antes de que pudiera responder, Aiden puso una mano alrededor de mis hombros y me acercó a él de manera cariñosa.

—Es ágil, un espadachín competente —dijo reprimiendo una sonrisa—. Jamás pensé que encontraría una muchacha bonita que supiera como blandir una espada.

Escondí la indignación en mi rostro y me esforcé por no apartarme de él. Su contacto me confundía, era cálido y agradable y aun así de cierta manera me perturbaba.

—Qué suerte tienes, ambos poseen muchas cosas en común. ¿Quién te enseñó a utilizar la espada, Adhara? —preguntó Goewyn sonando interesada.

—Mi padre —respondí.

Tal vez Goewyn se encontraba genuinamente contenta por nosotros, me resultaba difícil de creer que alguien pudiera actuar de manera tan convincente frente a una situación que le disgustaba. Quería saber la verdad, era hora de ver si realmente era tan buena controlando sus emociones. Sin pensarlo dos veces por miedo a arrepentirme me acerqué aún más a Aiden y pasé mi mano delicadamente por su rostro de manera afectuosa. La suavidad de su piel me sorprendió, esperaba que fuera más áspera.

—Y Aiden también es un buen maestro —agregué.

Su rostro se endureció y sus mejillas se sonrojaron levemente por una fracción de segundo antes de recobrar su tono habitual. Me hizo sentir mejor que yo no fuera la única cuyas mejillas se sonrojaran.

—Estoy segura de eso —respondió Goewyn con una sonrisa—. Hacen una pareja encantadora.

Su sonrisa parecía autentica. Aiden tomó mi mano y me llevó hacia el patio sin decir una palabra. Su expresión era difícil de leer pero podía distinguir una mezcla de confusión y complacencia en él. Me guio hacia el medio de un grupo de árboles y soltó mi mano lentamente. Tomó su espada y tras mover sus pies rítmicamente para entrar en calor se volvió hacia mí. Esto sería interesante, sabía que era bueno pero tenía intriga sobre qué tan bueno. Tenía confianza en que podría vencerlo, eso de seguro llamaría su atención y dejaría de subestimarme. Tomé mi espada y lo miré de manera desafiante, aguardando. Se acercó hacia mí confiado y levantó su espada una milésima de segundo antes de que la mía chocara contra su pecho. Intentó esconder la sorpresa en sus ojos ante mi velocidad pero no logró hacerlo. Siempre era la primera en atacar, era un viejo hábito que tenía desde niña, los elfos siempre comienzan a la defensiva y son muy rápidos por lo que siempre atacaba primera y con toda la velocidad de la que era capaz.

—Creí que te iba ayudar a practicar, no que querías matarme —dijo Aiden sin bajar la guardia.

—Tengo control de mis movimientos, si no hubieras llegado a bloquear mi ataque hubiese detenido la espada antes que tocara tu pecho —dije en tono tranquilo—. ¿Tienes miedo que te lastime? Creí que solo era un espadachín competente.

Dejó escapar una risa y luego se concentró.

—Si peleas contra Seith te aseguro que estarás a la defensiva y no la ofensiva. Te atacaré una vez tras otra de manera veloz y quiero que te concentres en bloquear todos mis ataques. Tus brazos se mueven a una velocidad incomparable, concéntrate en la velocidad de tus pies.

—De acuerdo —asentí.

Tras estas palabras levantó su espada y arremetió contra mí a una velocidad mayor de lo que lo creí capaz. A pesar de la sorpresa no me costó detener su espada contra la hoja de Glace. Lo esquivé y tras adelantarse y cortarme el paso comenzó un nuevo ataque. Cada vez que mi espada chocaba contra la suya, la retiraba y atacaba de nuevo. Su técnica era muy buena y poseía gran velocidad para ser un humano. Por la forma en que tomaba la empuñadura adiviné que era mejor para la parte ofensiva que para la defensiva, al igual que yo. Continuamos practicando durante dos horas sin detenernos a descansar. Intentaba agarrarme desprevenida pero jamás descuidaba mi guardia, rechacé todos sus golpes e incluso lo ataqué cuando tenía la oportunidad; era aburrido solo defenderse. Cada movimiento que él hacía era calculado y cauteloso, noté que intentaba hacer ataques más abiertos y no acercar su espada demasiado a mi cuerpo. Luego de ver mi técnica no podía dudar que era buena, pero al parecer tampoco podía evitar ser cuidadoso por miedo a dañarme. Era dulce de su parte intentar cuidarme pero no me era útil. Si debía enfrentarme con Seith de seguro no estaría preocupado por causarme un rasguño, sino que buscaría la manera más rápida y eficiente de quitarme la vida. Practicar con él era mejor que practicar sola, pero aun así necesitaba a alguien que me atacara de manera más violenta y me presionara lo suficiente como para aumentar la velocidad de mis movimientos.

—Intenta lastimarme —dije.

—No puedo hacer eso —respondió Aiden.

Tal vez si lo provocaba su actitud se volvería más agresiva. Me adelanté y tras esquivar su espada lo amenacé con la mía. Retrocedió sorprendido y aguardó mi movida en vez de atacar. Nuestras espadas chocaron con fuerza y volvieron a chocar una y otra vez.

—No voy a lastimarte —dijo en tono de advertencia.

—¿Por qué? ¿Por qué te esfuerzas por cuidarme? ¿Por qué me salvaste?

Dirigí a Glace hacia él y se tambaleó hacia atrás. Me observó con una expresión imposible de leer y devolvió el ataque.

—¿Por qué me confundiste con un elfo? ¿Por qué aceptaste escaparte conmigo? —preguntó.

Esquivé su ataque mientras lo miraba perpleja. Era como si nuestras inhibiciones hubiesen desaparecido entre el duelo y la adrenalina.

—¿Cómo se relaciona eso con lo que te pregunté? —dije jadeando.

Él también parecía agitado, cansado por el duelo.

—Sospecho que la respuesta es la misma.

Sus palabras me desarmaron. Comprendí lo que quería decir, que los dos sentíamos algo. Levanté a Glace en mis manos y lo ataqué antes de que pudiera decir algo más. Fui veloz y agresiva e intenté concentrarme en el duelo en vez de sus palabras. Mis ataques lo obligaron a moverse más rápido y repeler mis ataques en vez de atacar. Tras unos minutos parecía frustrado e intentó esquivar mi espada sin éxito, no lograba salir de la posición defensiva. Eso pareció enfadarlo, tras dos intentos fallidos se movió con una velocidad inhumana y logró atacarme. Pude bloquearlo a solo centímetros de mi hombro de forma tan precipitada que fui descuidada y lastimé su mano con la hoja de Glace. Hizo una mueca de dolor y bajó su espada.

—Aiden, lo siento —exclamé yendo hacia él—. ¿Te duele?

—No es nada, siento el ardor del acero al quemar mi piel, se me pasará en unos minutos. ¿Tú te encuentras bien?

Asentí con la cabeza, era él quien se había lastimado, no yo. Intercambiamos una larga mirada, ninguno parecía estar dispuesto a hacer mención de lo que habíamos dicho mientras peleábamos. Sin la adrenalina de por medio ambos cuidamos nuestras palabras.

—Ese último ataque estuvo muy bien, al menos uno de los dos logró mejorar su velocidad —observé.

—Tienes buena defensiva y mejor ofensiva, eres una buen rival, Adhara. A Seith no le resultará fácil vencerte —replicó Aiden.

Sonreí, había logrado mi propósito.

—¿Entonces crees que soy algo más que solo competente?

Aiden dejó escapar una risa.

—Eres un poco más que competente. ¿Qué opinas de mí?

—Eres bueno —admití.

Me acerqué a él y tras pensarlo tomé su mano para analizarla. El tajo no parecía profundo pero aún sangraba.

—¿Quieres que la vende? —pregunté mirándolo a los ojos.

—De acuerdo —asintió—. ¿Posees algún don élfico para sanar?

La manera en que me miró al hacer la pregunta me resultó inquietante. Me preguntaba si lo hacía a propósito o si no tenía idea sobre el efecto que tenía sobre mí.

—No —respondí.

—Tu contacto es cálido, ya no siento esa sensación de ardor.

Permanecí con él un momento más y luego solté su mano. No volvería a perder el control sobre mis emociones.

—Tal vez debería hacerlo Goewyn.

Me arrepentí en cuanto dije las palabras.

—Prefiero que lo hagas tú —replicó.

El corazón se me aceleró y aparté mi mirada de sus ojos marrones. Sabía que me había sonrojado y me sentía vulnerable cuando me miraba de esa manera. Un viento frío comenzó a soplar y me apresuré a sostener el vestido con mis manos para evitar que se levantara. Aiden me dio un pequeño empujoncito en la espalda y me llevó dentro de la posada. Revisé el armario y los cajones hasta que encontré uno que contenía vendas.

—Será mejor que no uses más ese vestido por aquí —comentó Aiden apoyando su mano sobre la mesa.

—¿Por qué lo dices? —pregunté con curiosidad.

—Es inadecuado para practicar con la espada y es algo… revelador —evitó mis ojos al decirlo.

Lo miré de manera sospechosa mientras reprimía una sonrisa. Tomé su mano con suavidad y limpié la herida con un paño mojado. Intentó ocultar su expresión pero pude ver una mueca de dolor, aún debía sentir ardor. Lo vendé cuidadosamente y me aseguré de que las vendas no estuvieran demasiado ajustadas.

—Aiden, ¿te has lastimado? —preguntó Goewyn al entrar en la cocina.

—Es solo un rasguño —respondió.

—Deben ser más cuidadosos. ¿Tú también te lastimaste, Adhara? Tengo más vendas arriba —me dijo preocupada.

—Me encuentro bien —le aseguré.

Comenzaba a pensar que honestamente le agradaba; era eso o sabía actuar mucho mejor que yo, lo cual me resultaba difícil de creer.

—Lucen cansados, prepararé la cena.

Cenamos en silencio y luego subimos a nuestras habitaciones. Me encontraba cansada, no tardé en dormirme. Debía ser pasada la medianoche cuando una voz me despertó. No estaba segura si provenía del pasillo o de la habitación de al lado. Transcurrieron unos segundos en silencio y la volví a oír.

—¿Por qué huiste de mí, Aiden? ¿Qué estás ocultando?

Me levanté sobresaltada, Aiden se encontraba en peligro, nos habían encontrado. Me concentré en sentir su presencia, era fuerte y poseía magia, no había duda de eso. Pero no era la presencia de Seith, eso era un alivio, sabía que perdería si me enfrentaba a él. Puse la capa sobre mi camisón ocultando mis orejas tras la capucha y tomé a Glace. Caminé en silencio hasta estar detrás de la puerta de su habitación y apoyé mi mano sobre el picaporte. Abrí la puerta con un rápido movimiento y apunté mi espada hacia el extraño que se encontraba en la habitación.

—Aléjate de él, no te atrevas a moverte —dije.

Sus ojos se cruzaron con los míos. Era él, el mago con el que había soñado la noche anterior. Tenía una apariencia joven y desaliñada; pelo negro ondulado y revuelto, ojos de un intenso color gris, y su ropa y su gran capa gastadas. Tenía la apariencia de un simple joven pero no me engañaba, algo en sus ojos revelaba el enorme poder que ocultaba. Me analizó detenidamente con una mirada incrédula, al parecer yo tampoco lo engañaba a él.

—Tú eres quien apareció en mi sueño —dije sin bajar la espada.

—Tú eres quien apareció en el mío. Tú respondiste mi llamado.

Aiden me hizo bajar la espada y se puso delante de mí.

—¿Por qué has venido? —me preguntó enfadado.

Venía a ayudarlo y él se enfadaba, nunca podía terminar de descartar que su cabeza no funcionara bien.

—Creí que te encontrabas en peligro —respondí.

—Estoy bien, regresa a tu habitación —me ordenó Aiden.

—¿Quién eres? —me preguntó el mago acercándose.

—¿Quién eres tú? —pregunté confundida.

—Mi nombre es Zul Florian, soy un mago.

—Vete de aquí —lo interrumpió Aiden.

—No hasta que me expliques lo que está ocurriendo —dije sin moverme de mi lugar.

—Tú no eres humana. Eres… una elfa —dijo el mago maravillado observándome detenidamente.

—No, no lo es. Ella no tiene nada que ver contigo, Zul —se volvió hacia mí enfadado—. ¿Tú le dijiste que nos encontrábamos en Zosma?

No respondí pero mi mirada debió haberme delatado porque maldijo en voz baja.

—¿Por qué no me dijiste que soñaste con él, Adhara? —preguntó Aiden acusándome.

—¡Porque no sabía quién era! —repliqué enfadada—. Exijo que me digas lo que está pasando en este instante.

—Querías ocultarla de mí. Luego de todo este tiempo que llevamos peleando contra los warlocks… Ella es el milagro que hemos estado esperando y tú la estabas ocultando. ¿Acaso has perdido la cabeza, Aiden? —lo acusó el mago.

No sabía quién era pero al menos pensaba como yo.

—Ella no tiene nada que ver con nuestra guerra. Este no es su lugar, volverá a su hogar con su familia y tú no se lo impedirás —dijo Aiden furioso.

—¿Por qué no dejas que ella decida eso? —replicó Zul.

Él me diría la verdad. Aiden me tomó de un brazo de manera protectora e impidió que fuera hacia al mago. Sabía que no me había dicho toda la historia, quería ocultarme algo.

—¿Qué sabes sobre Lesath? —me preguntó Zul.

—Sé que es todo una farsa, los warlocks controlan a la reina Lysha y son quienes en verdad gobiernan Lesath y buscan a aquellos que poseen magia para volverlos sus aprendices —respondí.

—¿Por qué crees que estás en peligro? ¿Crees que ellos te verían como un posible aprendiz? —preguntó.

Miré a Aiden confundida.

—No sigas —dijo mirando al mago de manera amenazante.

—Los elfos partieron de estas tierras hace años, pero no todos se fueron. Uno de ellos, Ailios, sabio y con asombrosos conocimientos sobre la magia, pensó que algún día Lesath se encontraría en peligro y los humanos no tendrían a nadie a quien acudir. Por eso se quedó aquí y permaneció oculto en alguna parte de Lesath. A medida que el tiempo pasó se dio cuenta de que había algo maligno, una amenaza oscura de la que nadie sabía. El Concilio de los Oscuros había ascendido al poder lentamente, de alguna manera descubrieron a Ailios y lo persiguieron ansiosos por atraparlo y saber sus secretos. Era demasiado tarde para ir en busca del resto de los elfos y no lograría vencer a los cinco. No podía confiar en los hombres, debía esperar a que algún elfo volviera. Entonces antes que los warlocks lo arrinconaran buscó un lugar alejado y se encerró en él con un poderoso encantamiento. Solo alguien con sangre élfica puede cruzar la barrera que creó. Nadie puede entrar en él, ni humanos ni warlocks, solo alguien como él. Tú… —dijo Zul—. Los warlocks tomaron esto a su favor y pusieron un hechizo sobre el suyo, Ailios tampoco puede cruzar la barrera hasta que otro elfo rompa el encantamiento. Es un prisionero.

—Pero si él no podía irse de Lesath como es que yo pude entrar sin problema. El camino se encontraba desierto, no había guardias vigilándolo —dije.

—Los warlocks no temen que los elfos regresen, creen que se han ido para siempre. Solo vigilan el lugar donde se encuentra Ailios para asegurarse de que no pueda escapar —respondió Zul—. Él tiene algo que ellos quieren.

—¿Crees que yo pueda romper la barrera? —pregunté.

—No lo harás —dijo Aiden.

—Eres una elfa —replicó Zul ignorándolo.

—No del todo. Mi padre es un elfo, mi madre es mortal.

El mago me miró de manera incrédula. ¿Era posible que yo pudiera ayudarlos a liberar a Ailios y derrotar a los warlocks? Sabía que sus palabras eran verdad. Había escuchado sobre Ailios; varios de los libros sobre magia que había leído en Alyssian habían sido escritos por él, los elfos no lo mencionaban mucho. Solía pensar que se encontraba en tierras aún más lejanas con otro grupo de elfos pero se encontraba cautivo aquí en Lesath.

—Si tu padre es un elfo posees sangre élfica. Puede que haya una parte mortal en ti pero solo con verte, con sentir tu presencia, me basta para saber que también eres una elfa —dijo Zul acercándose a mí—. Tú puedes salvarnos.

—Ella regresará a Alyssian donde pertenece. No la meterás en esto Zul, no te lo permitiré.

—Yo no pertenezco a Alyssian, sino aquí. ¿Cómo pudiste ocultarme esto, Aiden? —grité enfadada.

—Tú conoces sobre la oscuridad y la crueldad de los warlocks, Aiden. ¿No deseas vengarte? ¿Terminar con ellos? —dijo Zul enfadado.

—No a expensas de ella, no destruiré su vida para acabar con ellos —replicó apuntando su espada hacia el mago—. No me interesa el odio, ni la venganza. Ya no me arrastres por aquel camino, no puedes ganar y yo ya no quiero perder.

—Es su decisión, no la tuya. Este también es su mundo —se volvió hacia mí, su mirada implorante—. ¿Me ayudarás?

Aiden lo amenazó con su espada, Zul creó un escudo a su alrededor sin apartar la mirada de mí.

—No te mentiré. Correrás grave peligro, si los warlocks se enteran de tu existencia te buscarán sin descanso por todo Lesath y te obligarán a que los lleves con Ailios. Dudo que te maten pero jamás te dejarán ir. Si me ayudas podremos llegar a él primero y liberarlo. Él sabe los secretos más antiguos de la magia, nos ayudará a vencerlos —dijo el mago.

Lo pensé detenidamente. No podía huir, si quería vivir en este mundo tendría que hacer lo posible para ayudar a derrotarlos, de lo contrario nunca viviría en paz. Y aunque volviera a Alyssian a informarle a los demás elfos lo sucedido no sabía si actuarían. Habían jurado no volver a interferir en el mundo de los humanos y se encontraban sujetos a su palabra. Si actuaban sería para liberar a Ailios, no interferirían en Lesath y mis padres no me permitirían regresar. Quedaría encerrada en Alyssian sabiendo que mis abuelos, Tarf y Aiden corrían peligro aquí.

—Te ayudaré —dije decidida.

—Eres mi única esperanza, gracias —dijo Zul con un gesto triunfal.

—No, regresarás a Alyssian —espetó Aiden, el fuego en sus ojos irradiaba ira.

—Me quedaré aquí. ¿Por qué insistes en deshacerte de mí, Aiden? —repliqué enfadada.

Quería que me fuera, me quería lejos de él.

—¡Porque no perteneces aquí!

Sus palabras me dolieron, me sentí rechazada.

—Este es mi mundo ahora, si no me quieres en él iré por mi cuenta y no volverás a verme —respondí sin mirarlo.

Sentí la mirada de Aiden sobre mí, permaneció en silencio y luego salió de la habitación pegando un portazo.