LA VERDAD SOBRE LESATH

La mañana siguiente llevé a Daeron a dar un paseo por el pueblo. Parecía feliz de salir a caminar luego de haber pasado días descansado en el establo. Avanzaba a paso rápido y se inquietaba cuando intentaba frenarlo, tenía tanta energía que tiraba de la rienda ansiando galopar. Me alejé un poco del pueblo hacia un gran campo. Un poco de aire fresco nos haría bien a los dos. Todo era tan silencioso y tranquilo allí. Lejos de los ruidos, las personas, de aquella chica loca y su grupo de seguidores. Y lejos de Aiden. Todos habían quedado atrás. Sentí la brisa rodear mi cara y mezclarse entre mi pelo, sonreí. Pateé sutilmente los flancos de Daeron y él me entendió a la perfección. Galopó a través del campo a la velocidad del viento, lleno de entusiasmo y de alegría. Era una de las sensaciones que más me gustaban en el mundo. Todo desaparecía de mi mente, solo éramos Daeron, yo y el gran campo enfrente nuestro. Sus cascos golpeaban contra el pasto con una fuerza y seguridad envidiables. Solía pensar que era libre y fuerte como él, jamás se asustaba de nada. Pero últimamente no estaba tan convencida. Había manejado la situación tan mal que me enfurecía de solo pensarlo.

Acaricié su cuello, sus crines flameaban elegantemente en el viento. Daeron era diferente de los demás caballos. Era especial. Su calma era imperturbable, su corazón noble y valiente; jamás se asustaba. Sus ojos poseían un brillo sincero y lleno de sabiduría. Era más grande de lo común, de músculos fuertes y galope majestuoso. Las primeras veces que lo había montado, hacía muchos años, me había bajado llorando de él. Se había rehusado a hacer lo que le pedía, apenas había logrado que caminara. Con el paso del tiempo, comenzamos a conocernos más y su noble espíritu ganó mi confianza y mi corazón. Era mi compañero. Siempre cuidaba de mí cuando estaba arriba de él. Lamentaba no haberlo sacado a pasear antes, no disfrutaba de estar encerrado. No parecía muy curioso respecto a los alrededores a pesar de que el paisaje era muy diferente del de Alyssian. De vez en cuando algo llamaba su atención, levantaba las orejas de manera atenta por unos segundos y luego seguía su camino. Para cuando regresamos a la casa ya era el mediodía. Le saqué la montura, cepillé su pelo y le di alfalfa y agua fresca. Sonreí y dejé escapar un suspiro, no me sentía tan relajada desde hacía días. Finalmente era yo de nuevo.

Entré en la casa y ayudé a Iara a pelar unas papas para el almuerzo. La comida ya no era un problema, los sabores ya me eran familiares y me estaba acostumbrando a ellos. Mis abuelos ya no tenían aquella mirada triste de los primeros días. Seguramente aún extrañaban a mi madre pero habían aceptado que era mejor así. Ella estaba feliz y ellos estaban felices por ella. Tarf crecía rápidamente, hacía solo días que me lo habían obsequiado y estaba convencida de que había crecido unos centímetros. Cuando terminamos de almorzar me dirigí a mi habitación y él me siguió con un ovillo de lana en la boca. Lo había encontrado en el costurero de Iara y se había convertido en su nuevo juguete. Me urgió para que se lo arrojara y cuando lo hice corrió tras él entusiasmado; al atraparlo se enredó en él. Me reí y lo ayudé a desenredar sus pequeñas patitas. Iara golpeó suavemente la puerta y aguardó a que respondiera para entrar.

—El joven Lachlan Grey está en la puerta, quiere hablar contigo —dijo reprimiendo una risita.

—De acuerdo.

Debía tratarse de algo importante para que se tomara el atrevimiento de venir hasta aquí. Tal vez se encontraba molesto conmigo por hacer llorar a su prometida. No me extrañaría que hubiera salido corriendo a buscarlo luego de lo sucedido, a la chica le gustaba llamar la atención. O tal vez venía a decirme que ya no nos veríamos más, era evidente que eso era lo que Louvain quería. Era difícil de saber, las personas no solían actuar de manera muy lógica. El poco tiempo que llevaba aquí me bastaba para afirmarlo.

Al llegar a la sala vi a Lachlan paseándose nervioso. Su expresión, que solía ser serena, se encontraba algo turbada. No notó mi presencia hasta que Tarf entró corriendo detrás de mí. Se abalanzó hacia él y comenzó a olfatearlo de manera curiosa.

—Adhara, no te escuché entrar —dijo sorprendido y bajó su mirada hacia Tarf—. ¿Es tuyo?

Asentí con la cabeza. Noté que sus mejillas se habían sonrojado al verme. No lo comprendía; si se encontraba comprometido con alguien, por qué reaccionaba así al verme.

—Vine a disculparme contigo. Siento mucho haberme retrasado ayer, mi padre insistió en que lo ayudara con algunas labores. No sabía que Louvain tenía pensado confrontarte, de lo contrario la habría detenido. Discúlpame por las molestias que te ha causado —sonaba realmente afligido.

—Estoy algo confundida. Creí que te habías enfadado conmigo por haberla tratado mal. ¿Acaso no es tu prometida?

Nuevamente otra prueba de que las personas no actuaban de manera lógica. Yo hacía llorar a su novia y él se disculpaba conmigo.

—¿Ella te dijo eso? —su expresión era algo confusa.

—Sí, dijo que ambos estaban comprometidos y me mostró el anillo en su mano —hice una pausa, no había manera de que Louvain hubiera dicho una mentira tan descarada—. ¿Es cierto?

—Es difícil de explicar… —respondió Lachlan.

—No, no lo es. Es sencillo. ¿Están comprometidos o no lo están?

No veía cómo podía ser difícil de explicar, era un simple sí o no.

—Louvain y yo hemos estado saliendo un año y hace un mes le regalé aquel anillo para su cumpleaños. Fue solo un obsequio, pero ella pensó que le estaba pidiendo que se comprometa conmigo. Supongo que fue un error de mi parte darle un anillo, es fácil malinterpretarlo. Le dije que debía pensarlo y aún no le he dado una respuesta —llevó la mano hacia su frente y empezó a jugar con un mechón de pelo de forma pensativa—. No estoy seguro de lo que debo hacer.

—Ya veo. Todo se reduce a una pregunta —respondí.

Me miró sin estar seguro de lo que quería decir, lo cual me sorprendió, era tan evidente. Todas las historias de amor que mi madre me había contado siempre llevaban a la misma pregunta.

—¿La amas? —pregunté.

—No lo sé. Por momentos pienso que sí y por otros no estoy tan seguro. Louvain tiene una personalidad algo complicada…

—Si te refieres a que es caprichosa, arrogante y engreída estoy de acuerdo contigo —respondí.

Ambos tenían personalidades muy diferentes, no había duda de eso, pero mi madre una vez me dijo que el amor hacía cosas extrañas con las personas.

—Sé que aparenta ser todas esas cosas pero en el fondo posee un buen corazón. Realmente lo siento si ayer se pasó de la raya contigo —me hizo un gesto a modo de disculpa e intentó apoyar su mano sobre mi hombro. Me alejé un poco.

—Sus palabras no tienen importancia para mí, eres tú quien debe tenerlas en cuenta. Dijo que no quería que nos veamos, cree que tengo algún interés en ti —hice una pausa al notar que sus mejillas se sonrojaron—. Se encuentra terriblemente equivocada y no quiere aceptarlo por lo cual creo que debes tomar una decisión.

—¿A qué te refieres? —preguntó Lachlan.

—Cada vez que nos vea hablando se enfadará. Para mí no es un problema, no me interesa lo que piense y a pesar de que me parece molesta, puedo lidiar con ella. Pero si tú decides que la amas podría convertirse en un problema para ti.

No sentía que fuera una pérdida de tiempo darle estos consejos. Él había sido gentil conmigo desde el principio y quería devolverle el favor.

—Hablaré con ella y tendrá que aceptarlo. Me gusta hablar contigo, Adhara —respondió con una sonrisa.

—¿Te sientes atraído por mi? —sentía curiosidad al respecto.

Me miró perplejo; su cuerpo tenso, su cara roja.

—Yo… mmm… —hizo una larga pausa—. Jamás había conocido a alguien que hablara de forma tan directa. Dices todo lo que piensas, ¿verdad?

—¿Por qué no habría de hacerlo? —pregunté.

Pasaron unos minutos sin que dijera una palabra. Comencé a impacientarme y tomé a Tarf en mis brazos para acariciarlo. Tarf bostezó y lentamente cerró los ojos.

—Creo que eres linda, frontal y posees mucho coraje. Me resultas algo intimidante de cierta manera —parecía algo avergonzado al decir esto, pero sincero.

Me esforcé por reprimir una sonrisa, era difícil no disfrutar de esa clase de comentarios tras tantos años de vivir con los elfos. Era la primera vez que alguien me decía que me encontraba intimidante.

—Gracias, has sido muy amable. Me gustaría que seamos amigos Lachlan pero no quiero que mi presencia afecte tu decisión o tu relación con Louvain. No creo que sea justo para ti.

—Solo quiero que seamos amigos. Y en cuanto a Louvain, hablaré con ella. Creo que es hora de que tome una decisión. Como tú dijiste, todo se reduce a si la amo o no —su mirada había cambiado, parecía más relajado.

—Espero que tomes la decisión correcta —dije.

—¿Crees que seré feliz con alguien como ella? Eres la única persona en quien confío para una respuesta honesta.

—Es difícil de decir. Te responderé cuando lo sepa.

No quería dejarme influenciar por mis prejuicios hacia ella. A veces cuando alguien te atrae demasiado se puede reaccionar de forma extraña. Aiden era la prueba de eso. Si eso era lo que Louvain sentía cada vez que veía a Lachlan, me compadecía de ella.

—De acuerdo —dijo yendo hacia la puerta—. Aguardaré tu respuesta.

—Mañana pasaré por tu tienda, finalmente tengo el dinero para comprar el amuleto.

Helios me había dado algo de dinero en caso de que lo necesitara.

—Oh, lo siento Adhara, mi padre se lo vendió a un forastero hace unos días. No me encontraba allí, de lo contrario hubiera intentando guardártelo.

—Es una pena, era un lindo amuleto —respondí.

—La semana que viene mi madre tendrá nuevas piezas, si hay alguno parecido te avisaré —me aseguró.

Iara me insistió el resto del día para que le dijera la razón por la cual «el joven Lachlan Grey» como ella lo llamaba, me había venido a visitar. Finalmente le conté lo ocurrido con Louvain y sus amigos, y mi charla con Lachlan. Se había enfurecido al oírlo. No dejaba de decir cosas como «Louvain Merrows es una chica malcriada, siempre lo ha sido». A mi abuelo parecía divertirle la situación, parecía más preocupado por Louvain que por mí.

Los días que siguieron me llevaron a recorrer los demás pueblos que se encontraban cercanos a Naos. Ankaa, Rasnar, Mirfak y Wesen. Todos me resultaban parecidos, por no decir iguales. Nos quedamos en diferentes posadas. La mayoría eran ordenadas y acogedoras, a excepción de una en Mirfak que parecía sombría y sucia, pero no encontramos otro lugar en donde quedarnos. Iara había hecho su mejor esfuerzo por limpiar nuestra habitación sin tener mucho éxito. El polvo acumulado en los muebles era tanto que le llevaría días deshacerse de él. Ese día recorrimos el pueblo en busca de frazadas para poner sobre la cama. Tarf parecía encantado con el viaje, correteaba por todos lados y a la hora de ir a la posada se escondía debajo de mi capa para evitar ser visto. Al principio fue difícil lograr que no hiciera ruido y saliera de la habitación, pero luego de la segunda posada pareció entenderlo y se quedaba durmiendo sobre la cama en silencio. Durante aquellos días disfruté de la compañía de mis abuelos que parecían inusualmente felices y no paraban de hacer sugerencias sobre los lugares que debíamos visitar. Las personas eran muy amables con nosotros. Todos parecían tener curiosidad sobre mí, notaban que era algo diferente al resto de las chicas de mi edad. O de cualquier edad en mi opinión. No me encontraba segura acerca de qué era lo que veían de diferente, pero solían hacer comentarios sobre la manera agraciada en la que caminaba o la confección de mis vestidos. Las mujeres en Lesath vestían un poco diferente, los vestidos eran más largos y usaban zapatos. Los míos eran un poco más cortos y llevaba botas. Me aseguraba de llevar mi capa sobre mi cabeza todo el tiempo, no volvería a tener otro incidente con mis orejas. También había desarrollado la costumbre de mirar a todas las personas con que nos cruzábamos, odiaba admitirlo pero en el fondo esperaba encontrar a Aiden. Era posible que estuviera en uno de esos pueblos, pero no me resultaría fácil encontrarlo. Seguramente se escondía en algún lugar donde hubiera poca gente.

Finalmente, al pasar una semana regresamos a Naos porque mi abuelo no podía ausentarse más del trabajo. Estaba algo decepcionada pero al mismo tiempo me alegraba de volver, me había acostumbrado a dormir en la habitación de mi madre y las posadas me había resultado algo incómodo. Tarf también parecía contento de volver, cada vez que escuchaba la palabra «casa» comenzaba a aullar y dar saltitos. Una de las cosas que más había extrañado era la comida de Iara, intentaba hacerla parecida a la de los elfos, simple y con poco condimento. Comer en las posadas había sido un problema, los sabores eran demasiado fuertes para mi gusto y en más de una ocasión sentí el estómago revuelto.

Una vez en casa los días se volvieron más rutinarios. A la mañana llevaba a Daeron a dar un paseo por los campos, regresábamos cerca del mediodía, ayudaba a Iara a preparar el almuerzo y el resto de la tarde lo pasaba con Helios en los cultivos o con Lachlan en su tienda. Nos estábamos volviendo buenos amigos. Solíamos ir a caminar cuando él terminaba sus tareas en la tienda; Tarf siempre venía con nosotros. Louvain y sus amigos intentaban actuar disimuladamente pero era evidente la manera en que nos seguían, siempre se encontraban cerca de nosotros. Me resultaba molesto pero Lachlan me había rogado que no les dijera nada. Me parecía increíble que aún no hubiera tomado una decisión, habían pasado semanas desde nuestra charla y él todavía parecía indeciso sobre lo que debía hacer.

Todo el pueblo parecía muy emocionado con la aproximación de una festividad a la que ellos llamaban el Festival de los Valientes. Todos los años la reina Lysha y sus caballeros iban de pueblo en pueblo para realizar una serie de torneos de destreza, agilidad y fuerza. Todos los habitantes debían competir, había inclusive torneos para niños pequeños. Los ganadores recibían la bendición de la reina y cien monedas de oro. No comprendía por qué todos estaban tan emocionados, la mayoría de las personas en Naos no parecía calificar para ese tipo de torneos. Yo estaba ansiosa por anotarme en los duelos, los caballeros de la reina de seguro serían buenos rivales. Me encontraba en buena forma con la espada ya que en Alyssian solía entrenar la mayor parte de los días pero de todos modos comencé a ir al bosque para practicar. Me gustaba tener la espada en la mano, me olvidaba de todo por un rato y solo me concentraba en mis movimientos. Helios solía acompañarme ya que no le había dicho nada a Lachlan, seguramente le resultaría sospechoso si llegaba a enterarse.

Terminé de almorzar y fui hacia la puerta para ir a dar un paseo, Tarf corrió detrás de mí como siempre. Ya no era un cachorro, había crecido mucho en los últimos días y rara vez se separaba de mí. Sin saber por qué, caminé en dirección a la laguna, no había vuelto allí desde aquel día pero extrañaba el paisaje y estaba segura de que Tarf disfrutaría de chapotear en el agua; era un día caluroso. Caminé más lentamente al acercarme, quería asegurarme de que no hubiera ninguna silueta cerca de la laguna. Estaba desierta. De seguro ya se encontraba a miles de kilómetros de aquí. Ver el lugar en que me había besado me hizo estremecer. No me decepcioné por no poder controlarme, sabía que jamás olvidaría aquel momento. Me senté en el pasto y observé como Tarf corría hacia el agua y mojaba una de sus patas cuidadosamente para comprobar la temperatura. Escuché pasos detrás de mí. Mi corazón comenzó a latir con más fuerza. ¿Acaso era él? Era probable. Aún quedaba algo de furia enterrada en mí si la buscaba. Le diría lo que pensaba de él, que era un mentiroso, insensato y cruel humano, y que no se volviera a acercar a mí. Me di vuelta de manera precipitada con una mirada asesina en mis ojos. La persona se detuvo en seco y dejó escapar un gritito nervioso, era Louvain.

—¿Qué haces aquí? —pregunté de manera descortés.

—Te seguí hasta aquí. Solo quiero hablar, no te enfades conmigo —su tono de voz era más amable que de costumbre.

Aguardé en silencio.

—Lachlan me contó lo que le has dicho, que no quieres que tu presencia afecte su decisión o relación conmigo. Fue amable de tu parte. Lamento la manera en que me comporté, siempre supe que no tenías ningún interés en él pero aun así no pude evitar ponerme celosa —por la mirada en sus ojos azules y la manera en que jugaba con su pelo trenzado era evidente que no estaba acostumbrada a pedir disculpas.

—¿Si sabías que no me interesaba por qué te empeñaste en seguirnos? —pregunté confundida.

—No lo sé. Me sentí muy mal cuando me dijo que no estaba seguro de querer comprometerse y que debía pensarlo. Esperé ansiosa y no parecía querer hablar del tema, luego llegaste tú y comenzaron a pasar tiempo juntos y él aún me debe su respuesta. Me asusté —hizo una pausa y contuvo un sollozo—. Siempre fui la más linda del pueblo, luego llegaste tú, que eres tan bonita, y él parecía divertirse tanto cuando estaba contigo que sentí que explotaría de los celos.

No estaba segura sobre lo que debía decir, la forma en la que se había agitado al decir las últimas palabras me hacía recordar aquella furia intensa que había sentido cuando Aiden se perdió de vista en el bosque. Comprendí lo frustrante que debía ser para ella esperar que Lachlan se decidiera de una vez. Pero no estaba segura de entender lo de los celos.

—¿Ya no mandarás más a tus amigos a seguirnos? Me resulta muy molesto —espeté.

—Lo siento, les diré que ya no lo hagan más. Me he comportado como una niña, solo deseo que me acepte y casarme con él para no tener que preocuparme más por estas cosas —tiró una piedra a la laguna de forma impaciente.

Tarf se asustó y corrió a mi lado. Acaricié su cabeza para tranquilizarlo.

—¿Nunca has sentido celos de alguien? —preguntó Louvain.

—No.

Era ilógico sentir celos de alguien que estaba considerando pasar el resto de su vida contigo.

—¿De verdad? Es muy frustrante —me analizó con sus ojos tratando de decidir si decía la verdad—. ¿Alguna vez te has enamorado?

—Era otro tipo de emoción, no lo conocía mucho.

O mejor dicho nada. Me miró confundida. No la culpaba, ni yo lo entendía.

—Yo he amado a Lachlan desde el primer momento en que lo vi, desde entonces supe que él era el hombre con quien quería casarme. Y aquí estoy… esperando a que el cretino se decida —movió la trenza de manera impaciente.

—A veces los hombres pueden comportarse de manera cruel… —dije pensativa.

—Es verdad —respondió Louvain con una sonrisa—. Debo regresar, gracias por escucharme, Adhara.

Me quedé pensando en la conversación por un largo rato, aún pensaba que era caprichosa y presumida pero no podía negar que estaba pasando por un momento difícil. Pasar todas esas semanas esperando una respuesta tan importante era inhumano, no me sorprendía que la chica hubiera enloquecido. Luego de mi experiencia con Aiden había aprendido que hay determinadas emociones que están lejos de poder ser controladas. ¿Qué tan confundido podía estar Lachlan para tomarse tanto tiempo en responder? Podía comprender que tuviera dudas, Louvain no era fácil de tratar, menos para alguien de carácter tranquilo como él. Pero si en verdad la amaba debía arriesgarse. Me puse de pie y comencé a caminar de vuelta, ya tenía mi respuesta.

Tarf corrió hacia la tienda donde se encontraba Lachlan y comenzó a aullar, ya se había familiarizado con él. Siempre que íbamos camino a las tiendas buscaba la de él y se adelantaba para saludarlo. Lachlan acarició su cabeza y levantó la vista buscándome. Su ropa se encontraba llena de tierra y de su frente caía sudor. Faltaban dos días para el Festival de los Valientes y todos parecían estar trabajando muy duro para que todo quedara impecable. Las tiendas estaban llenas de coloridas flores y más limpias que de costumbre.

—Te ves terrible —le dije.

—Lo sé, ayudé a mi padre y a los Kelpie a recorrer el pueblo para asegurarnos de que nadie hubiera colocado antorchas cerca de las casas. Y recogimos las ramas secas.

—¿Las ramas secas? —pregunté sorprendida.

—Así es, hace muchos años durante el festival una de las casas se prendió fuego y toda la familia murió en el incendio. No sabemos cómo empezó el fuego pero lo más probable es que haya sido a causa de una antorcha. Las usamos de decoración para iluminar los caminos. Tampoco ayudó que el jardín se encontrara lleno de ramas secas de un árbol muerto —respondió Lachlan.

—Qué extraño… —repliqué.

Las antorchas no se caen por sí solas y las ramas secas tampoco se prenden fuego por sí mismas.

—No realmente, no es la primera vez que sucede. Desde entonces nos aseguramos de que no ocurra ningún accidente —dijo tomando un trapo y quitándose el sudor de la frente.

—¿Competirás en algo? —pregunté.

—Soy bueno con el arco y la flecha, siempre me anoto en el torneo de puntería. ¿Qué hay de ti?

Reprimí una sonrisa, no me imaginaba a Lachlan con un arco y flecha.

—Soy buena con la espada, mi padre es un gran espadachín y me enseñó cuando era pequeña —intenté hacerlo sonar casual.

—No me sorprende, he observado que eres ágil para moverte —dijo observándome—. Eres la primer chica que conozco que sabe cómo utilizar una espada.

—Todos parecen muy contentos por el festival, no lo comprendo. No parecen ser buenos con las armas ni en los juegos de destreza —observé.

—No lo son, pero la reina Lysha siempre hace grandes banquetes y ceremonias con fuegos artificiales durante el festival —replicó Lachlan riendo—. Será mejor que no expreses tus observaciones al resto de las personas de Naos, son hombres de paz pero podrían ofenderse.

No veía de qué podían ofenderse, si no sabían cómo blandir un arma era por decisión propia.

—Debo ayudar a mi madre a terminar de pintar unos carteles. ¿Vienes? Tu casa queda camino a la mía —dijo Lachlan.

Asentí con la cabeza y comencé a caminar tras él.

—Ya tengo mi respuesta. ¿Recuerdas tu pregunta?

—¿Crees que seré feliz con alguien como Louvain? —al hacer la pregunta su expresión se volvió más seria, había estado pensando sobre el asunto.

—Creo que Louvain realmente te ama y estaría dispuesta a cualquier cosa con tal de hacerte feliz. El hecho de que haya esperado semanas y semanas tu respuesta, y aún siga esperando y no te haya estrangulado es prueba de ello —dije.

Lachlan me miró confundido.

—¿Cómo pretendes averiguar si puedes ser feliz con ella si no lo intentas? Deja de hacer esperar tanto a esa chica y toma una decisión. No pareces el tipo de persona que hace sufrir a alguien a propósito —repliqué.

No te pareces a Aiden.

—Creí que odiabas a Louvain y ahora pareces enfadada conmigo —dijo Lachlan.

—No la odio, hay algo en su actitud que me molesta pero hoy vino a disculparse conmigo y me dijo que te amaba. La chica podrá ser caprichosa, vanidosa y muchas otras cosas pero al menos es honesta con respecto a sus sentimientos. Y estoy segura de que tú sabes lo que sientes, solo que te cuesta admitirlo. Creo que ya es hora de que lo hagas.

—Tienes razón, he sido un tonto. Tenía miedo de que el amor que yo siento por ella fuera mayor que el que ella siente por mí. Creí que estaba apresurada por comprometerse para poder presumir frente a sus amigos —parecía avergonzado al decirlo.

—Es tonto pensar de esa manera, nadie se comprometería a pasar el resto de su vida con alguien que no ama solo para presumir, ni siquiera alguien tan vanidosa como Louvain —espeté.

Jamás había escuchado algo tan estúpido.

—Ahora que lo dices así suena realmente tonto —replicó sorprendido.

—Lo es.

—Realmente me ama… —se dijo a sí mismo pasmado.

—¿No puedes ayudar a tu madre más tarde? Creo que hay otro lugar adonde debes ir primero —dije.

—Tienes razón, iré a la casa de Louvain. Le diré que la amo y que quiero comprometerme con ella —dijo lleno de dicha.

Antes de que pudiera evitarlo se abalanzó sobre mí y me dio un fuerte abrazo.

—Gracias, Adhara.

Me contuve para no apartarlo de mí, solo estaba expresando su felicidad. Apoyé mi mano en su hombro por una milésima de segundo y la retiré. Al parecer su contacto aún me resultaba molesto. Me saludó y salió corriendo, con una sonrisa en su rostro.

Al llegar a la casa Iara me esperaba con la cena lista, sabía que había extrañado su comida durante nuestro viaje y se había empeñado por tener todo listo para mi llegada. Tarf entró corriendo y buscó su plato de comida que estaba junto a la mesa. Disfrutamos de una cena familiar todos juntos, la comida estaba deliciosa pero no hablamos mucho porque mis abuelos se encontraban cansados de ayudar con las preparaciones para el festival. Ambos estaban entusiasmados por verme participar en los duelos. Helios estaba convencido de que derrotaría a los caballeros de la reina, aseguraba que jamás había visto a nadie mover una espada tan rápido. Me estaba acostumbrado a vivir con ellos aunque muy en el fondo deseaba que algo emocionante pasara ya que mis días se estaban volviendo rutinarios. Una vez que terminamos de comer ayudé a Iara a levantar la mesa, a pesar de que se rehusó como siempre. Mis abuelos habían sido tan gentiles conmigo que sentí que debía hacer algo por ellos, en mis ratos libres había comenzado a hacer un cuadro de Tarf y esa mañana lo había terminado. No era perfecto como los dibujos de mi madre, la pintura no era mi fuerte, pero me había esforzado para hacerlo lo mejor posible y había obtenido un buen resultado. Era un cuadro bastante decente a decir verdad, los colores estaban bien mezclados, el cuerpo de Tarf detallado y su expresión había captado la ternura de sus ojos. Le pedí a ambos que aguardaran unos momentos y se los entregué esperando que les gustara.

—No soy muy buena pintando, pero es lo mejor que he hecho hasta ahora —dije.

—¡Adhara, es hermoso! Eres talentosa como tu madre —dijo Iara contemplando el cuadro con una expresión de cariño.

—Eres una artista, querida. Tarf se ve igual y los colores son exactos. Gracias —respondió Helios dándome un abrazo.

—Lo atesoraremos, lo pondremos aquí en la sala junto con los de Selene —dijo Iara acariciándome el pelo.

—Quería hacer algo lindo por ustedes —dije sonriéndoles, ambos se habían ganado mi afecto.

Nos dimos las buenas noches y me dirigí a mi habitación, me acosté y Tarf se acomodó al pie de la cama. Ahora que había crecido tanto ya no entraba conmigo en la almohada. Sentía calor pero una leve brisa entraba desde la ventana y me refrescaba la cara. Di un par de vueltas y luego lentamente me fui quedando dormida.

Mis ojos se abrieron en plena oscuridad, algo no andaba bien. Moví uno de mis pies lentamente, podía sentir el peso de Tarf, se encontraba profundamente dormido. Miré alrededor pero no conseguí ver nada más que oscuridad. Sentí la presencia de alguien en la habitación, mi instinto jamás fallaba. Aguardé en silencio esperando oír algún sonido que revelara el lugar donde se encontraba el intruso pero no oí nada. Si había alguien, debía ser muy sigiloso, ni siquiera podía oír el ruido de su respiración. Si yo no podía verlo, él tampoco podía verme a mí. Llevé la mano hacia mi mesita de luz sin hacer ruido e intenté tomar la vela que había sobre ella, no era mucho pero era mejor que nada. Si lograba dársela en el ojo tendría mi oportunidad de escapar. Recordé la habitación en mi mente para evitar errores, tomaría a Tarf y correría hasta la puerta, mi espada estaba apoyada al costado de esta. Una vez que tuviera a Glace en mis manos el resto no sería problema. El intruso pensaba que dormía, tendría el elemento sorpresa. Me preparé para saltar de la cama cuando sentí una mano sobre mi boca, alarmada intenté salir por el otro costado pero un fuerte brazo me mantuvo contra el colchón. Intenté moverme, patear, incluso morderlo, pero se encargó de mantenerme inmóvil. Tarf cayó al piso y dejo escapar un aullido, intenté responderle pero me fue imposible. Tras minutos de silencio volvió a subir en la cama y se durmió nuevamente. Le faltaba desarrollar sus instintos, especialmente su instinto de supervivencia. Había algo en el contacto de sus manos que me resultaba familiar, no lo encontraba molesto como debería. Me sostenía con fuerza pero al mismo tiempo con cierta suavidad para evitar dañarme, la calidez de su tacto despertó un recuerdo en mí, una caricia bajo la lluvia. Aiden.

Estaba convencida de que era él. Acaso se había vuelto completamente loco, aún más de lo que ya estaba. Desaceleré mi respiración y dejé de forcejear, la única manera en que conseguiría escapar era si le seguía el juego.

—Aiden —balbuceé bajo su mano.

—No te asustes —respondió suavemente.

De todas las cosas que sentía, miedo no era una de ellas. Estaba convencida de que no me haría daño, era una certeza totalmente ilógica e infundada pero estaba segura de ello. Al menos en lo que se refiere al daño físico, el daño emocional ya era otro tema.

—¿Por qué rayos sigues aquí? ¿Tienes idea del peligro que te rodea? El Festival de los Valientes es en solo un día —me susurró enfadado.

—Ya no mientas, mis abuelos me aseguraron que nadie me haría daño y ellos no me pondrían en peligro. Aún estoy enfadada contigo, vete de aquí antes de que tome mi espada y te atraviese con ella —repliqué.

—¿Por qué eres tan obstinada? Solo intento ayudarte. Debo sacarte de aquí cuanto antes, Seith llegará al amanecer y si te encuentra… —cortó la frase de manera abrupta como si de solo pensarlo lo atemorizara.

—¿Has perdido la cabeza? Suéltame, no vuelvas a tocarme —intenté incorporarme pero sus manos aún sujetaban mis brazos.

—Sé que lo que digo no tiene sentido para ti pero es verdad y debes escucharme. Posees sentidos increíbles, supiste de inmediato que me encontraba en la habitación, úsalos. Escucha lo que tengo para decir y te darás cuenta de que no miento —dijo Aiden.

—De acuerdo.

No tenía otra opción y la determinación en su voz era prueba suficiente de que no mentía, aunque odiara admitirlo.

—Todos las personas que viven en Lesath creen que viven en paz y libertad, no ha habido un conflicto en años y la reina Lysha se encarga de distribuir riquezas para que todos vivan en armonía y no haya revueltas. Mantiene a todos contentos para que nadie note lo que realmente pasa. Ella no es quien realmente gobierna, es solo una marioneta, una farsa armada por aquellos que buscan poder. El Concilio de los Oscuros está integrado por cinco warlocks, magos oscuros terriblemente poderosos.

—Los warlocks están extintos —lo interrumpí, al menos eso decían los elfos.

—No, no lo están. Estos cinco sobrevivieron y son los que realmente controlan Lesath. Necesitan sirvientes que los ayuden a controlar el reino, es por eso que buscan a niños que poseen magia y les enseñan a utilizar magia oscura. El Festival de los Valientes es solo una excusa para probar sus habilidades, por eso hay torneos para niños. Una vez que los detectan queman sus casas y lo hacen pasar por un accidente, de esta manera pueden llevarse a los niños sin que nadie lo note, y se deshacen de los padres para que no los busquen —la ira en su voz aumentaba a medida que hablaba.

Me resultaba difícil de creer pero las palabras de Lachlan se repitieron en mi mente y todo cobró sentido. El incendio no había sido un accidente causado por una antorcha y ramas secas sino un astuto engaño obra de los warlocks. Me había estado preguntando por qué organizaban un festival con torneos de destreza si las personas del pueblo no sabían ni como blandir un arma. Aquí tenía mi respuesta. No era un simple festival, era una farsa y no les importaba si las personas no sabían manejar armas porque no buscaban guerreros, sino magos. Si a un humano le era concedido el don de la magia, sus poderes se revelarían a muy temprana edad. Los elfos encontraban de gran interés el hecho de que algunos humanos tuvieran la habilidad de convertirse en grandes magos. Si en verdad aún había warlocks y estaban buscando magos, era una manera astuta de observar el comportamiento de los niños y poder encontrarlos. El festival también les daba una excusa para ir de pueblo en pueblo; era inusual que los humanos tuvieran magia, no podía haber muchos magos en Lesath. Además, mi abuelo había dicho que la reina era una niña de quince años, cinco magos oscuros podrían manipularla sin dificultad.

—¿Ahora me crees? —preguntó aflojando la presión en mis brazos.

—Eso creo pero aun así sigo enfadada contigo —espeté.

A pesar de que finalmente sabía la razón por la cual se había comportado de manera tan ruda todavía seguía pensando que su comportamiento había sido incorrecto.

—¿Por intentar ayudarte? Creí que los elfos sabían lo que era la gratitud pero veo que me he equivocado —dijo de manera sarcástica.

—¿Crees que te agradeceré por hablarme de manera descortés, atreverte a besarme y luego desaparecer sin siquiera justificarte o darme una explicación? Pues no lo haré y estaría loca si lo hiciera.

Tomé ventaja de su descuido y lo aparté de mí con un fuerte empujón. Se tambaleó en la cama y antes de que pudiera llegar a Glace me tomó de un brazo.

—Toma tus cosas, no tenemos mucho tiempo. Si no colaboras conmigo tendré que llevarte a la fuerza.

Apenas podía verlo pero el destello de sus ojos me era visible de alguna manera, sus hermosos ojos de los cuales me había intentado olvidar.

—No me iré contigo Aiden, no puedo viajar sola con un hombre —espeté.

Me sentía incómoda de solo pensarlo.

—Solo intento protegerte, no puedo dejarte sola con Seith en los alrededores, no sabrías adonde ir.

—No puedo abandonar a mis abuelos, los devastaría —repliqué.

—Si te encuentran, y créeme que lo harán, los matarán a ambos. Lo mejor que puedes hacer por ellos es marcharte, es la única manera de protegerlos —dijo con voz más suave.

Por más que odiara la idea de partir, debía hacer lo correcto. Me iría lejos para que nada malo les ocurriera, pero ¿por qué debía marcharme con aquel hermoso y cruel humano que no hacía más que confundir mis sentidos?

—De acuerdo, iré contigo. Pero una vez fuera de Naos seguiré mi camino sin ti —dije yendo hacia la mesita de luz para encender una vela—. Les dejaré una nota a mis abuelos, no puedo simplemente desaparecer.

—Date prisa.

En cuanto la habitación se iluminó Tarf corrió hacia mí y tomé su hocico en mis manos para evitar que aullara. Mis ojos fueron de manera casi instantánea a reposar en la figura de Aiden. Era como lo recordaba, su masculina figura, su hermoso rostro, sus cálidos ojos color chocolate. Le di la espalda abruptamente y comencé a escribir sobre un pedazo de pergamino. No volvería a caer bajo su encanto.

—Toma tus cosas. Algo de ropa, la capa y la espada también —dijo Aiden yendo hacia la ventana y mirando hacia fuera—. Tu caballo es muy veloz, nos ayudará a salir rápido de Naos sin ser detectados.

—¿Qué hay de Tarf? —pregunté mirando al zorrito acurrucado a mis pies—. No puedo dejarlo.

Lo tomé en mis brazos y acaricié su cabeza de manera afectuosa.

—Lo siento pero solo nos demorará, por ahora deberás dejarlo aquí. Tus abuelos cuidarán de él —hizo una pausa y tras examinar mi mirada agregó—. Si tanto significa para ti volveré por él en cuanto estés a salvo.

—¿Lo prometes?

—Tienes mi palabra —me aseguró con una cálida sonrisa.

—Cuida de Helios y Iara, nos veremos pronto, Tarf —le susurré en sus orejas color canela y luego besé su cabecita.

Una vez que lo dejé en el piso me miró de manera triste pero se quedó en su lugar, entendía que debía quedarse.

—Date vuelta, no puedo ir en camisón —dije intentando ocultar el rubor en mis mejillas.

Aiden fue hacia la ventana y salió con un ágil salto. Aguardé hasta asegurarme de que se había alejado y me cambié. Tenía el presentimiento de que sería un largo viaje. Tomé mis pantalones de montar, una refinada camisa blanca con un chaleco verde claro y mis botas. Arrojé la capa sobre mis hombros, até la funda de la espada a un cinturón y tomé mi bolsa de viaje. Caminé de manera silenciosa hasta la habitación de mis abuelos y dejé el pergamino sobre la mesita de luz. Ambos dormían plácidamente, apenas podía ver sus rostros en la oscuridad pero aun así los observé por unos segundos. No quería dejarlos. Me entristecía saber que al despertarse no me encontrarían. Recordé que era por su bien, si mi presencia los ponía en peligro debía marcharme. Al regresar a la habitación de mi madre sentí con mayor intensidad el peso de lo que estaba a punto de hacer. Cada paso me costaba, aún no me sentía lista para dejar la acogedora casa. Respiré profundamente y con una última mirada a Tarf me subí a la ventana. Aiden me ofreció su mano pero la ignoré, dejé caer mi bolsa de viaje al suelo y antes de que pudiera saltar sentí sus manos sobre mi cintura. Su tacto repentino me estremeció, me aparté de él en el momento en que mis pies tocaron el suelo. Le di la espalda para evitar mirarlo. Era plena noche y el clima no era bueno, el viento soplaba frío y las nubes cubrían la luna. Le hice un gesto a Aiden para que me siguiera hacia el establo. Daeron me esperaba con la cabeza fuera, sus sentidos eran iguales o más agudos que los míos. Tomé la montura y lo ensillé en silencio, luego la cabezada y tiré de las riendas para sacarlo del establo.

—Será mejor que yo vaya adelante y lleve las riendas, conozco bien esta zona y sé el camino que debemos tomar —dijo Aiden montando y estirándome una mano para ayudarme a subir.

—No lo creo, yo llevaré las riendas —dije protestando—. Soy muy buena, no encontrarás un jinete más veloz.

—No es un juego, Adhara. Se trata de ser cautos y no cometer errores.

De mala gana tomé su mano y me ayudó a montar. Cruzamos el pueblo al paso para no hacer ruido, ambos en silencio bajo el velo de la noche. A medida que comenzamos a llegar a los límites del pueblo un dilema apareció en mi mente. Una vez que Daeron comenzara a galopar debía sujetarme de algo, de Aiden para ser más precisa. Mi equilibrio era bueno y podría intentar sujetarme de la montura pero si había algún tronco u obstáculo en el camino y lo saltaba, de seguro me caería. La proximidad que teníamos en ese momento era suficiente para hacerme estremecer de vuelta; sentí el impulso de rodearlo con mis brazos pero no lo hice. No comprendía aquel impulso, no comprendía por qué una parte de mí ansiaba su tacto cuando nos encontrábamos cerca. Aquella sensación era completamente nueva. Intenté distraerme y pensar en otra cosa. ¿Adónde iríamos? ¿Por cuánto tiempo debía mantenerme escondida? ¿Qué harían conmigo si me encontraban? Warlocks… ¿qué sabía sobre ellos? Eran una raza olvidada en el tiempo, no eran mortales pero tampoco inmortales. Eran hechiceros de magia negra y poseían poderes malignos. Los elfos estaban convencidos de que las líneas de sangre se habían terminado, lo que había causado su extinción, pero al parecer cometieron un error. ¿Cómo era posible que nadie en Lesath supiera sobre esto? La historia era más larga, estaba convencida de que Aiden no me había contado todo. Daeron comenzó a trotar en dirección al bosque, contemplé de manera algo nostálgica el pueblo de Naos y me pregunté cuánto tiempo pasaría hasta que pudiera regresar. El trote se volvió más rápido hasta que se transformó en galope. Me sujeté de la montura decidida a mantenerme así. Las ramas de los árboles pasaban alrededor nuestro, sus hojas caían sobre nosotros y el viento no cesaba de soplar. Había algo extraño en el aire, el viento golpeaba contra nuestras espaldas como si intentara apresurarnos. La luna seguía oculta y se hacía más difícil ver el camino pero confiaba en Daeron, era demasiado perceptivo como para chocar contra algo. El galope se volvió más rápido y me resultó más difícil esquivar las ramas que sobresalían, finalmente una me tomó de sorpresa y me raspó el brazo. Me tambaleé y sentí la mano de Aiden en mi brazo.

—¿Acaso quieres caerte? Sujétate de mí —me ordenó.

Resignada rodeé su cintura con mis brazos. Me quedé en esa posición durante la siguiente hora, la calidez de su cuerpo era difícil de ignorar. Aiden solía mirar en todas direcciones constantemente; en todo el trayecto jamás se relajó, podía intuir su tensión. No parecía el tipo de persona que se asustaba fácil, su temor debía ser fundado y de seguro se trataba de algo cuya magnitud yo no comprendía. Tal vez lo buscaban a él también, era absurdo de mi parte pensar que solo temía por mí. A medida que el tiempo pasaba comencé a relajarme, mis manos ya no estaban duras y quietas como una piedra, mis piernas ya no se presionaban contra la cincha de Daeron y mi autocontrol comenzó a desvanecerse. Lentamente, sin ser consciente de ello, apoyé mi cabeza sobre su espalda y mis ojos se fueron cerrando de a poco.