UN MOLESTO MORTAL

Me asomé por la ventana, grandes nubes grises cubrían el cielo y los árboles se agitaban bruscamente con el viento. De seguro llovería más tarde. Fui hacia la cocina y encontré mi desayuno sobre la mesa junto con una nota.

Adhara, tu abuelo y yo nos fuimos a la madrugada hacia nuestro pueblo vecino, Mizar. Regresaremos al atardecer con una sorpresa para ti. Si el desayuno no es de tu agrado siéntete libre de comer lo que gustes. Nos veremos pronto. Iara.

¿Una sorpresa para mí? ¿De qué podría tratarse? ¿Qué había en Mizar? Tendría que esperar a que regresaran para averiguarlo. Comí las tostadas con mantequilla que me había preparado. Me estaba acostumbrado a su comida. El pan no había presentado un problema, los elfos preparaban algo bastante similar. Y en cuanto a la mantequilla, la había rechazado al principio; su consistencia me causaba desconfianza pero, al probarla, me di cuenta de que era sabrosa.

Pasé la mañana leyendo un libro que había encontrado en la habitación de mi madre. Se titulaba Historias de Lesath. Narraba sobre los distintos reyes y reinas que habían pasado por el trono de Lesath y de las grandes guerras que se habían desatado en el pasado. El libro debía tener más de cincuenta años y no decía nada sobre quién ocupaba el trono ahora. Le preguntaría a Iara luego. Me interesaba saber la historia del mundo de los humanos; los elfos no hablaban mucho sobre ellos y todo lo que sabía me lo había contado mi madre. Examiné los demás libros que encontré y tomé uno al azar, La princesa y el leñador. ¿Qué clase de título era ese? Lo abrí y tras unos segundos lo volví a cerrar. Me gustaban los libros de aventuras pero no logré encontrar ninguno que llamara mi atención. No tenía ganas de leer, había estado luchando contra el deseo de salir a caminar al pueblo en busca de Aiden; el mortal había despertado curiosidad en mí. Tomé mi capa y me coloqué la capucha, no podía contar con mi pelo para cubrirme las orejas con el viento. No vi a muchas personas, al parecer preferían quedarse en sus casas con aquel clima. Tras dar un par de vueltas me dirigí al mercado, el único lugar donde podía distinguir personas a lo lejos. Mis ojos recorrían las caras de las personas que me cruzaba buscando la suya. No tuve éxito. Recordé lo que mis abuelos me habían dicho la noche anterior, si no lo conocían ni habían oído hablar de él era probable que Aiden no frecuentara lugares con muchas personas. Tal vez Lachlan sabría algo sobre él, después de todo parecían tener la misma edad y lo había visto ayer junto a mí.

No tardé en encontrar la pequeña tienda; Lachlan estaba allí vendiéndole un brazalete de piedras verdes a una mujer adulta. Su expresión era serena, debía ser un muchacho de carácter tranquilo. Iara había dicho que era un buen muchacho que ayudaba a su padre. Eso coincidía con la descripción que estaba haciendo en mi cabeza sobre él. Un joven de buen corazón y buen carácter que le gustaba ayudar a su familia.

—Hola, Adhara —dijo al verme.

—Hola, Lachlan —respondí.

—¿Se enojó Iara contigo ayer?

—No, solo se encontraba algo preocupada —respondí.

Me sonrió y tomó el amuleto con el brillante cristal azul que había llamado mi atención el día anterior.

—¿Vienes por esto? —preguntó.

—No, aún no he juntado el dinero. Solo pasaba a… visitar —respondí.

—Oh, ya veo —sus mejillas se sonrojaron.

Comenzaba a comprender lo de las mejillas. Lachlan debía encontrarme interesante, me preguntaba si Aiden también había notado el intenso color rosado en mis mejillas. Al parecer en este mundo era regla que si te sentías atraído por alguien tus mejillas debían teñirse de rojo. Al menos, aparte de resultarme irritante, eso era prueba de que pertenecía a este mundo.

—¿Quién era aquel muchacho con el que estabas ayer? ¿Vino contigo?

La verdadera razón detrás de mi visita; me alegró que fuera él quien sacara el tema.

—¿A qué te refieres? —pregunté.

—Jamás lo había visto por aquí. Pensé que había venido contigo desde… lejos.

Rio al terminar de hablar y recordé que no le había dicho exactamente de dónde venía, solo que era un lugar lejano.

—No, lo conocí ayer. Dijo que hacía un tiempo que estaba aquí en Naos —repliqué.

—Eso es extraño. Nunca lo había visto antes y conozco a todos aquí —respondió pensativo.

—Tal vez vive en las afueras del pueblo —dije intentando disimular mi sorpresa ante sus palabras.

Definitivamente había algo extraño. Al parecer no quería ser visto y cargaba con él una espada; no sabía mucho sobre este mundo pero sí lo suficiente como para saber que eso no era normal. Él también escondía un secreto.

—Tal vez —dijo considerando la posibilidad, pero por la expresión en su rostro adiviné que era improbable.

—Estas joyas son muy bonitas —dije actuando interesada en ellas para cambiar el tema de la conversación—. ¿Tu padre las hace?

—Mi madre —replicó sonriendo.

—Debe ser muy talentosa, hacer este tipo de joyas no es una tarea fácil.

—Así es, le lleva varios días hacer cada uno de estos —dijo señalando uno de los collares.

Miré hacia el cielo, las nubes se estaban volviendo más oscuras, se aproximaba la tormenta. A lo lejos alguien llamó mi atención. La chica de largo pelo negro, Louvain Merrows, caminaba en nuestra dirección. Su mirada furiosa fija en mí. No me interesaba escuchar lo que parecía estar pensando en decirme, había otro lugar donde quería ir antes de que la tormenta se desatara.

—Debo irme, adiós, Lachlan —dije alejándome.

—Nos vemos luego, Adhara —su voz sonaba sorprendida ante mi repentina despedida.

Corrí en dirección a la laguna, algo en mí me decía que de seguro lo encontraría allí. Lejos del resto de las personas. Ahora que lo pensaba, a pesar de las diferencias, él era un mortal y yo era algo… indefinido, compartíamos cosas en común. No nos molestaba estar solos y ambos teníamos un secreto. No podía dejar de pensar en qué ocultaba. ¿Qué haría escondido en Naos? ¿A qué le temía? Había dicho que cargar su espada era una mala costumbre. Eso significaba que temía ser atacado, que algún peligro lo hallara. ¿Estaba escapando? No me imaginaba quién podría querer lastimarlo, parecía ser gentil.

Podía ver la laguna a lo lejos. Una nueva pregunta se formó en mi mente. ¿Qué le diría? No tenía sentido que viniera aquí sin razón alguna en un día así. Pensé en diferentes excusas pero todas me sonaban tontas y ridículas. ¿Por qué debía darle una explicación? No estaba acostumbrada a hacerlo y no comenzaría ahora. Simplemente caminaría hacia él sin decir nada. No volvería a actuar de la forma humillante en que lo había hecho el día anterior sin importar cuánto me afectara estar cerca de él. De solo recordar la forma en que había fingido sufrir de insolación mi estómago comenzaba a revolverse. Distinguí una silueta a un lado de la laguna, era él. Me detuve, y comencé a caminar a su encuentro.

Antes de que pudiera llegar a su lado, se dio vuelta e intercambiamos miradas. Solía ser más silenciosa que una gacela al caminar e incluso al correr, pero él me había oído.

—Hola —dijo sin parecer sorprendido.

—Hola —respondí.

—¿Cómo te encuentras hoy, Adhara? —preguntó Aiden.

—Bien, lo de ayer fue algo atípico en mí —dije en tono tranquilo.

Era imprescindible que comprendiera que no era frágil.

—Lo supuse. Posees cierta fortaleza que es fácil de percibir —sus ojos me examinaban mientras hablaba.

—¿De verdad? Nunca me habían dicho eso.

Era verdad, los elfos no veían fortaleza en mí sino debilidad. Aunque mi aspecto fuera similar al de ellos una parte de mí era humana y siempre lo habían tenido presente.

Asintió con la cabeza, una sonrisa en su rostro.

—Tú también posees cierta fortaleza —comenté.

—¿Tú crees? —su expresión cambió, era más seria.

—Es evidente ante mis ojos —respondí.

Cualquiera lo habría notado. Su postura, sus movimientos, la mirada en sus ojos.

—No eres como el resto de las jóvenes que he conocido. Eres diferente —hizo una pausa—. Si me permites el atrevimiento hay algo en ti que ni siquiera parece ser humano.

Aparté mi mirada de la de él actuando ofendida. Era lo que cualquier mujer normal en mi posición hubiera hecho ante un comentario así. Pero yo no era normal, no era del todo humana y él lo había visto con la misma claridad con que yo veía que él ocultaba algo.

—No te ofendas, no lo he dicho a modo de ofensa sino como halago. Creo que hay algo especial en ti —dijo Aiden rápidamente.

—Será mejor que me vaya —repliqué.

No perdonaría tan fácil sus palabras o sospecharía que había algo de verdad en ellas.

—Quédate. No volveré a hacer un comentario así si te ha molestado —prometió, sus ojos fijos en los míos, su expresión suave.

—De acuerdo.

Cómo podía irme si me lo pedía de esa manera.

—Ayer dijiste que visitabas a tus abuelos ¿Qué clase de relación tienes con ellos? —había algo nuevo en sus ojos, curiosidad.

—A decir verdad, los he conocido hace solo días, pero ambos son muy amables y de buen corazón. No necesito pasar mucho tiempo con ellos para saber eso. Y ellos parecen estar genuinamente felices de que esté aquí. Al despertarme hoy encontré una nota diciendo que habían ido a Mizar y regresarían con una sorpresa.

Me pregunté qué edad tendría, había cierto aspecto infantil escondido en su rostro, no debía ser mucho más grande que yo.

—Así es. Suena agradable —respondió pensativo.

—¿Qué hay de ti? ¿Te encuentras solo aquí? —Creí notar un hilo de tristeza en su voz—. ¿Qué edad tienes? —pregunté.

—Veinte —se volvió hacia mí—. ¿Y tú?

—Diecinueve.

Éramos casi de la misma edad. Ninguno habló por unos segundos, ambos parecíamos estar perdidos en nuestros pensamientos. Quería conocer su secreto, pero no me animaba a preguntarle. Además si lo hacía él también insistiría en saber más sobre mí.

—¿Cuánto tiempo te quedarás en Naos? —preguntó Aiden.

—Aún no lo sé —respondí pensando en ello—. ¿Qué hay de ti?

—No lo sé. No creo que este aquí mucho tiempo más —replicó mirando hacia la laguna como si esta pudiera darle la respuesta.

No quería que se fuera, no sabía por qué pero no quería que lo hiciera.

—No me gustaría que te fueras, disfruto tu compañía —dije evitando su mirada.

Eso no significaba que lo encontrara atractivo, solo que me parecía amable y me agradaba su compañía.

Su mirada se detuvo en mí, podía ver… afecto en sus ojos, si eso era posible. Pero no podía serlo, debía estar malinterpretando sus pensamientos. Se acercó a mí lentamente. Una sensación rara comenzó a crecer en mí, me sentía emocionada, ansiosa y algo asustada. ¿Cómo era posible que pudiera sentir todas esas cosas al mismo tiempo? Me obligué a tranquilizarme sin mucho éxito. Estaba tan concentrada en él que no vi venir lo que sucedió a continuación. Una ráfaga de viento golpeó contra nosotros arrancando la capucha que cubría mis orejas. Llevé las manos hacia mi pelo para taparlas pero era demasiado tarde; por la mirada incrédula en sus ojos era evidente que las había visto.

Silencio, viento, silencio, viento y más silencio. Intenté alejarme de él pero en cuanto me moví me tomó del brazo reteniéndome cerca de él.

—Eres una elfa —a pesar de su expresión sorprendida había certeza en su voz.

—Lo soy —respondí.

No tenía más remedio. Mis orejas fueron la confirmación a sus sospechas, jamás lograría convencerlo de lo contrario.

—¿Qué haces aquí en Lesath? Los elfos dejaron estas tierras haces años, tú misma lo has dicho.

—Te contaré la historia pero debes prometer guardar el secreto.

Sabía la verdad, no tenía sentido ser deshonesta con él. Asintió con la cabeza y me miró en silencio.

—Mi madre es mortal y mi padre es un elfo. Se conocieron cuando mi padre dejaba estas tierras y se enamoraron. Dejó Lesath con él y los demás elfos. Viven en el bosque de Alyssian desde entonces.

—¿Eres una elfa pero también eres humana? —preguntó atónito.

—Así es. No estoy segura de lo que soy. Me crie entre elfos pero nunca sentí que perteneciera a ese mundo a excepción de cuando estaba con mis padres. Esa es la razón por la que estoy aquí, para averiguar si soy más mortal que elfa, para averiguar si pertenezco al mundo de los hombres.

—¿Tus padres vinieron contigo? —preguntó Aiden.

—No, no pueden dejar el bosque —respondí.

—¿Has venido hasta aquí sola para averiguar si encajas en este mundo? —su pregunta era una acusación.

—Así es —respondí sin comprender su reacción. Sonaba enfadado.

—¿Acaso has perdido la cabeza? ¿Tu familia no significa nada para ti? —gritó.

—¡Cómo te atreves a hablarme así! No, no he perdido la cabeza y sí, claro que mi familia es importante para mí —respondí bruscamente.

Sus preguntas no tenían sentido y no había rastro de su usual tono amable. Era como si se tratara de una persona diferente.

—¿No conoces los peligros que acechan en Lesath? ¿No sabes nada del Concilio de los Oscuros? —preguntó enfadado.

—¿De qué hablas? No ha habido una guerra en Lesath hace décadas por lo que he leído. ¿Y qué es el Concilio de los Oscuros?

Nada de lo que decía tenía sentido, Lesath no era peligroso.

—Los elfos no deben saberlo, tiene sentido —dijo Aiden más para él que para mí.

—No comprendo nada de lo que estás diciendo —repliqué.

—Las cosas no son como parecen, las apariencias engañan.

Por la expresión en su rostro supuse que intentaba controlarse y sonar calmado.

—Ya lo creo, tú no eres tan amable ni, ni… encantador como pretendes ser. Y también escondes algo, las personas de aquí no suelen cargar armas y nadie en Naos parece conocerte a pesar de que estás aquí desde hace un tiempo —dije perdiendo la compostura.

—¿Has estado averiguando sobre mí? —preguntó Aiden sorprendido.

No me dio tiempo a contestar.

—Debes irte, regresa al bosque de Alyssian con tus padres —sonaba como una orden.

—No lo haré —espeté indignada.

—Lesath es peligroso, especialmente para alguien como tú Adhara —dijo, sus ojos fijos en los míos.

—¿No te agradan los elfos? —pregunté.

Su temperamento había cambiado abruptamente al descubrir mi secreto, no había otra explicación.

—Si me agradan, ese no es el punto. No soy yo de quien debes preocuparte —ahora sonaba frustrado, con una expresión cercana a la ira—. ¿Tu madre vivía aquí en Naos? ¿Realmente te quedas en la casa de tus abuelos? ¿O era solo una mentira?

—Es verdad. Vine a Naos a conocer a mis abuelos.

Qué demonios pasaba por su cabeza, cada pregunta que hacía tenía menos sentido que la anterior. Una gota mojó mi rostro y luego otra, un terrible relámpago resonó en los cielos. La tormenta finalmente nos había alcanzado.

—No puedes viajar con este clima. Ve con tus abuelos, quédate allí y mañana regresa al bosque con tu familia. No dejes que nadie descubra lo que eres —dijo acercándose a mí.

Tomó la capucha de mi capa y cubrió mi cabeza con ella.

—No, no pertenezco allí —grité.

—Tampoco perteneces aquí. Vete —su tono sonaba implorante.

¿Tanto le disgustaba como para rogarme que me fuera? Ya no sabía quién era, ni por qué me había sentido atraída hacia él.

—Aléjate de mí, Aiden —grité furiosa intentado apartarlo de mí—. No eres más que un molesto mortal.

—Y tú eres una elfa ingenua.

Golpeé su pecho con mis manos. Cómo se atrevía. ¿Quién era aquel monstruo enfrente de mí? Era más hermoso que los elfos, más irracional que el resto de los mortales y más molesto que ambas razas juntas. Sentí sus manos en mis mejillas, el contacto era cálido, confortante y despertó en mí emociones que jamás había experimentado. Pero mi furia era mayor, intenté alejarme pero me sostuvo con fuerza y no me lo permitió. Apenas podía pensar. Tomó mi rostro en sus manos con delicadeza y de manera repentina y decidida me estrechó contra él apoyando sus labios contra los míos. El torbellino de emociones que sentí dentro de mí era tan grande y feroz que no lo podía controlar. Furia, sorpresa, atracción, irritación, pasión. Sus labios eran dulces y cálidos, era la sensación más placentera que había experimentado en mi vida. Se apartó de mí bruscamente, parecía agitado; yo también lo estaba. No solía alterarme así pero luego de todo lo que había experimentado en los últimos minutos, no me sorprendía. Nuestros ojos se encontraron, era la primera vez que alguien me miraba de esa manera tan intensa. Su camisola se encontraba empapada y se había pegado a su piel resaltando su torso. Podía sentir el calor en mis mejillas, mi respiración aún continuaba agitada.

—Vete, Adhara, regresa con tu familia —su tono implorante y si era posible, a ese punto todo era posible, furioso.

Tras esas palabras comenzó a correr y se perdió de vista en el bosque.

La lluvia caía fuerte sobre mí pero apenas lo notaba. Quería correr tras él pero no lograba moverme. Lo que quedaba de aquella cálida sensación abandonó mis labios por completo. Mi cuerpo comenzó a estremecerse, aquellas emociones que había sentido con tanta fuerza comenzaron a desvanecerse y las reemplazó una sensación de vacío. La lluvia comenzó a caer con más fuerza. Reprimí un sollozo. No lloraría, no lo hacía desde que era una niña y no lo haría ahora. Ni siquiera estaba segura de por qué tenía la necesidad de llorar. Comencé a correr tan rápido como pude esperando dejar aquella abrumadora sensación detrás pero la escena se repetía en mi mente una y otra vez. Me había imaginado cómo sería mi primer beso en varias ocasiones pero jamás había pensado que sería con un humano mientras discutíamos bajo la lluvia. En Alyssian los elfos de mi edad eran considerados demasiado jóvenes como para sentir este tipo de emociones; antes lo encontraba absurdo, pero ahora comenzaba a pensar que tenían algo de razón. La intensidad de aquellas emociones me asustaba, no había tenido ningún tipo de control sobre ellas. Eran más difíciles de controlar que la magia. Llegué a la casa en solo minutos. Fui hacia la puerta y luego dudé, no quería que mis abuelos me vieran en ese estado, era deplorable. Aguardaría un rato allí hasta lograr calmarme. Aiden se había comportado de manera inaceptable y aun así solo de recordar la forma en que me había sujetado amenazaba con despertar aquella sensación de vuelta. No quería pensar en él, ni en sus crueles palabras, ni en su beso. Era tan nocivo como hermoso. Era un engaño que había creado mi mente.

Sentí frío, mi ropa mojada se estaba volviendo difícil de ignorar. Tomé aire lentamente y me concentré en dejar mi mente en blanco. No me quedaría afuera helándome, me olvidaría de él, recuperaría mi usual carácter y entraría en la casa. Pensarlo fue más fácil que hacerlo. Escuché la voz de Iara, sonaba preocupada. Escurrí mi pelo y di un paso hacia la puerta. Quería estar sola, no quería escuchar sus regaños, ni darle explicaciones. Quería estar sola hasta volver a sentirme como siempre. ¿Qué se supone que le diría? ¿Recuerdas a Aiden? El joven que mencioné, misterioso y amable. Al final resultó ser una persona privada de razón que al descubrir lo que era me gritó, me ordenó que regresara a Alyssian, me besó y como si fuera poco cree que estoy en peligro. Reí sin ganas, seguramente lo entenderían…

La puerta se abrió y mi abuelo se asomó tras ella. Al verme corrió hacia mí, parecía asustado. Mi aspecto debía ser peor de lo que había imaginado. Puso su mano sobre mi cabeza como si con ella pudiera cubrirme de la lluvia y me dio un gentil empujoncito indicándome que entrara. Dirigí una rápida mirada al espejo, parecía que me había caído a la laguna. Mi ropa chorreaba agua, mi piel se encontraba pálida y había algo diferente en mis ojos, algo turbio.

Mi abuelo colocó una frazada alrededor de mí sin decir nada y me abrazó. Sentí una ola de gratitud hacia él. Me sorprendió que fuera tan intuitivo, parecía comprender que estaba enfada por algo y que no tenía ganas de hablar sobre ello. Palmeó mi espalda afectivamente y retrocedió.

—Ponte ropa seca y ven a la cocina, te prepararé algo caliente —dijo en voz amable.

—Gracias.

Gracias por ser tan comprensivo y maravilloso ¿Por qué Aiden no puede ser como tú? De solo pensar en su nombre sentía un temblor.

—¡Adhara! —gritó una voz familiar—. Mi niña… ¿Qué te ha ocurrido? ¿Qué tienes?

Iara me examinó horrorizada y se abalanzó hacia mí.

—No es nada, fui a dar un paseo cuando comenzó a llover. Me refugié debajo de un árbol y al darme cuenta de que no se detendría decidí volver de todos modos —respondí.

Lamenté no haberme escabullido y cambiado de ropa.

—Estábamos tan preocupados por ti. Helios estaba a punto de salir a buscarte.

—Lo siento. Debí darme cuenta de que con un día así de seguro llovería —respondí.

Mi abuelo me miró a los ojos y levantó las cejas. Entendía más sobre mí de lo que creía, al parecer sabía tan bien como yo que los elfos tienen una gran percepción de la naturaleza. Si los humanos se habían dado cuenta de que llovería por el color de las nubes era muy improbable que alguien como yo lo hubiera ignorado.

—Ve a ponerte a ropa seca —dijo Iara—. Te prepararé un chocolate caliente, debes estar helada.

—Y yo iré a buscar tu sorpresa —agregó Helios con una sonrisa.

Me cambié y sequé mi cabello con una toalla. Di un par de vueltas antes de ir hacia a la cocina. Aún no me sentía bien, me resultaba difícil desprenderme de la sensación de angustia e ira que intentaba apoderarse de mí. Me pregunté qué clase de sorpresa tendrían. Sería amable con ellos, actuaría emocionada incluso si era algo que no me agradaba. Ropa, joyas, libros… debía ser algo así. Al entrar en la habitación mi abuelo puso sus manos sobre mis ojos. Eso me irritó, todo estaba oscuro. No podía culparlo, solo intentaba hacer algo lindo por mí y yo me irritaba con facilidad, en especial ese día. Contó hasta tres y las retiró. En la mesa había una canasta con un pequeño zorro, no debía tener más de tres o cuatro semanas. Su pelaje era de un marrón rojizo y llevaba un moño azul en el cuello. Era adorable.

—Es hermoso —dije tomándolo en mis brazos.

Me miró de manera curiosa y bostezó haciéndose una pelotita de pelos en mis brazos. Tenía sueño.

—Escuchamos a Elric Hags hablar sobre él hace unos días en el mercado. Su hermano vive en Mizar y lo encontró solo en el campo, trabaja todo el día y no sabía qué hacer con él. Helios lo recordó ayer y pensó que te gustaría cuidar de él —dijo Iara mientras acariciaba la cabeza del zorrito.

—Me encanta, gracias —respondí mirándolos con afecto—. Ambos son demasiado buenos conmigo.

—Estamos felices de tenerte aquí —respondió Iara.

—También yo, gracias abuela.

No se me ocurría un mejor regalo.

—Creo que Tarf sería un lindo nombre para él —dijo Helios pensativo.

—Tarf… —repetí mirado a la bolita de pelos.

—Puedes elegir otro nombre si no te gusta.

—No, Tarf es perfecto. Gracias, abuelo —me gustaba el nombre, le quedaba bien.

Cenamos y les conté sobre mi día. Les dije que había ido a visitar a Lachlan y luego a caminar por el pueblo. Me resultó más fácil disimular la ira que sentía al ver algo tan tierno y vulnerable como Tarf. Sus ojitos marrones seguían cada movimiento que hacía. Por fortuna la cena no se prolongó. Me sentía agotada, quería acostarme en la cama y dormir por días. Nunca me había dado cuenta de la forma en que tantas emociones pueden desgastarte. O mejor dicho nunca lo había experimentado. En Alyssian rara vez me sentía perturbada, los elfos tenían un carácter muy tranquilo y constante, aquí las emociones parecían sentirse de manera más intensa. Intenté persuadir a Tarf para que durmiera en la canasta pero parecía estar más interesado en la cama. Se acomodó a mi lado y se durmió en segundos. Cómo envidiaba su tranquilidad…

Alguien me sacudió arrancándome de mi sueño. Forzosamente abrí mis ojos, mi abuela se encontraba allí.

—Adhara, ¿te sientes mal?

—No.

La verdadera respuesta era sí.

—Lamento despertarte pero son las dos de la tarde, has dormido catorce horas —dijo alarmada.

—¿He dormido catorce horas? —pregunté incrédula.

¿Cómo era eso posible?

—Tal vez estés resfriada, ayer tomaste mucho frío —dijo Iara.

—Me siento bien —le aseguré.

—Aun así, será mejor que hoy te quedes descansando —dijo acariciando mi pelo—. Te traeré el almuerzo a la cama.

No era una mala idea, descansar sería bueno para mí.

—De acuerdo —miré alrededor pero no había rastros de la bolita de pelos.

—Tarf está en el jardín. Lo saqué un rato para que tomara aire.

Pasé el resto del día recostada en la cama leyendo libros. Me las había ingeniado para encontrar uno que contaba una historia de romance, aventura y peligro. Me sumergí en sus hojas y aun así no pude evitar pensar en sus palabras a pesar de mi esfuerzo por no hacerlo. Me encontraba más calmada y por primera vez desde aquella discusión me pregunté si habría algo de verdad en ellas. ¿Era posible que hubiera algún peligro oculto en Lesath del cual no sabía? Era improbable, pero no imposible. No sabía qué pensar, la única persona que creía que me encontraba en peligro era él. Mis abuelos hubieran sido los primeros en sugerir que regrese a Alyssian si ese fuera el caso. Y los habitantes de Naos ni siquiera sabían cómo blandir un arma, lo cual indicaba que vivían en paz y no temían ser atacados.

No confiaba en él, estaba convencida de que era cruel e incluso maléfico pero aun así sus palabras me sonaban más ciertas de lo que me habían sonado el día anterior. La tormenta de emociones que se había desatado en mí finalmente se había calmado y podía pensar de manera más clara. Sería descuidado de mi parte dar por sentado que era una mentira. Me levanté de la cama y fui en busca de mi abuelo. Incluso aunque mis preguntas le resultaran alarmantes, a diferencia de mi abuela, él sabría controlar su reacción.

Lo encontré en el jardín juntando las hojas esparcidas con un rastrillo. Aún no entendía por qué los humanos tenían la necesidad de hacerlo. Eran parte de la naturaleza al igual que el pasto, no sentían la necesidad de arrancar el pasto pero sí la de juntar las hojas y meterlas en una bolsa. Era extraño. Me pregunté qué pensarían los elfos al respecto, de seguro lo desaprobarían. Mi padre me había enseñado que todo tenía su razón de ser y que no debíamos interferir con la naturaleza. En Alyssian las hojas caídas viajaban junto al viento por el bosque. Ningún elfo jamás pensaría en juntarlas y meterlas en una bolsa. Me senté a su lado y lo observé mientras continuaba con su labor.

—Tengo algunas preguntas que hacerte —dije—. ¿Te molesta?

—Claro que no. ¿Están relacionadas con tu comportamiento de ayer? Parecías bastante alterada —respondió sentándose a mi lado.

Asentí con la cabeza. No se le escapaba nada.

—Ayer un muchacho vio mis orejas y se dio cuenta de lo que soy. Su reacción fue extraña, sin mencionar perturbadora. Dijo que Lesath no era un lugar seguro para mí, que debía volver a Alyssian cuanto antes —no había necesidad de mencionar el hecho de que me había besado y luego había desaparecido—. ¿Es esto cierto?

—No puedo pensar una sola razón por la cual te haya dicho algo así —replicó sorprendido—. Los elfos pasaron a ser parte de las grandes leyendas, las personas que los recuerdan lo hacen con pensamientos de grandeza y admiración. Y los jóvenes que escuchan historias sobre ellos parecen fascinados. Nadie en Lesath lastimaría a un elfo, Adhara —respondió Helios.

—Eso fue lo que pensé. Pero la forma en que me habló… —me gritó mejor dicho—. Sonaba como si realmente pensara que alguien quería hacerme daño. Como si los elfos ya no fueran bienvenidos aquí.

—Está equivocado. La reina Ciara se encontraba en el trono cuando los elfos dejaron Lesath, ella pensaba que era mejor para los hombres vivir en una comunidad libre de otras razas. Es por eso que dejamos de hacer negocios con los enanos y los goblings. Dijo que era con el fin de evitar guerras y conflictos entre las diferentes razas. Y funcionó, no ha habido una guerra desde entonces —hizo una pausa y continuó—. Esto no quiere decir que no sean bienvenidos. La reina emitió un decreto real por el cual cualquier hombre o mujer que dañe a un forastero de diferente raza será severamente castigado. La reina Lysha, su hija, es quien gobierna ahora y piensa de la misma manera. Insiste en que estos son tiempos de paz y no de guerra. La niña es joven para ser reina, apenas tiene quince años, pero ha mostrado sabiduría respecto a estos asuntos.

—Ya veo.

Los elfos no sabían nada sobre esto porque una vez en Alyssian dejaron de preocuparse por el mundo de los hombres. Cada raza había decidido ir por su cuenta, estar con los suyos. Y yo siempre me encontraría en el medio de ambos…

—No tienes de qué preocuparte, estás segura aquí. ¿Crees que ese muchacho que mencionaste divulgue tu secreto? —preguntó poniendo una mano en mi hombro de manera afectuosa.

Su contacto ya no me resultaba molesto. Era reconfortante.

—No, no lo hará —estaba segura de ello.

No sabía por qué pero tenía la certeza de que no lo haría. Guardaría el secreto.

—Sé que te sientes más cómoda ocultando lo que eres y creo que por ahora es la decisión correcta. Pero no debes temer por lo que pensarán los demás, eres una elfa pero también eres humana, este también es tu lugar, Adhara, no lo olvides.

—No lo haré abuelo.

Me dijo exactamente lo que quería, lo que necesitaba escuchar. Pertenecía aquí.

—Debo admitir que me cuesta creer que las palabras de aquel muchacho te hayan afectado de tal manera. Nos conocemos hace poco pero noté que sueles estar en control de tus emociones. Había algo diferente en ti ayer —dijo con tono suave.

—No volverá a suceder —le aseguré.

—Tal vez no sea algo malo, ayer lucías más vulnerable, más humana. Eres más parecida a nosotros de lo que piensas, Adhara.

Sus palabras me tomaron por sorpresa.

—Eres muy intuitivo —respondí.

Me sonrió.

Pasaron dos días hasta que decidí volver a la laguna y confrontar a Aiden. Su presencia ya no tendría efecto sobre mí, lo había decidido y no pensaba retractarme. Le diría que no tenía ninguna intención de irme y si eso le molestaba entonces era él quien debía marcharse. También le dejaría claro que si volvía a poner sus manos sobre mí no dudaría en alejarlo con mi espada, Glace, que llevaba escondida debajo de la capa. Lo mejor sería si evitaba mirarlo a los ojos, odiaba admitirlo pero eran mi debilidad.

Una vez que llegué allí me sorprendí al ver que no había nadie. El lugar se encontraba desierto. Examiné el suelo, no había rastros de pisadas. Me hubiese gustado ser yo la que lo hiciera abandonar Naos pero al parecer lo había hecho por su cuenta. Regresé algo frustrada, tanta preparación mental y el maldito jamás escucharía lo que tenía para decirle. Tal vez era mejor de esa manera, una parte de mí seguía creyendo que había algo de verdad en sus palabras y era bueno que no tuviera la oportunidad de convencerme.

Me senté en el manto de pasto, Lachlan me había enviado una nota diciendo que nos encontráramos allí, estaba preocupado por mi supuesto resfriado. De seguro Iara había exagerado todo. Era amable al preocuparse, sería un buen amigo para mí. Alguien con quien pasar tiempo y en quien confiar. Realmente me hacía falta alguien así. En Alyssian me había vuelto cercana con una elfa llamada Elani, era amable conmigo y solíamos pasar tiempo juntas. Pero siempre había sentido que faltaba algo, intentaba enseñarme magia y me ayudaba a practicar con la espada pero nunca hablábamos de cosas importantes. Nunca me había animado a decirle que a veces me sentía una extraña en Alyssian, que sentía que mi lugar no era junto a los elfos. Había sido más una compañera que una amiga. Aguardé unos minutos, no me gustaba esperar. Distinguí un grupo de jóvenes viniendo hacia mí, pero él no se encontraba allí. Louvain Merrows, la molesta chica que parecía odiarme, encabezaba el grupo. Detrás de ella una chica y dos chicos me miraban de manera curiosa. La chica tenía cabello rubio y rizado, su rostro, una expresión tímida. Los chicos de físico fornido pero tosco, los rasgos en su cara eran desproporcionados. Los tres la seguían con paso seguro, pendiente de cada movimiento que hacía. Eso explicaba su arrogancia, estaba acostumbrada a que los demás hicieran lo que ella quería, que cedieran ante sus caprichos. Se equivocaba si pensaba que yo me comportaría de la misma manera. Esta vez no evitaría confrontarla, aún tenía algo de ira en mí y sería bueno deshacerme de ella. Se paró frente a mí esperando que la saludara; no lo hice. La miré a los ojos sin decir una palabra. Intentó mantenerme la mirada pero luego de unos segundos miró hacia abajo. No aprendía, no podía intimidarme sin importar cuánto lo intentara.

—¿Esperas a Lachlan? —preguntó de manera acusadora.

—Ese no es asunto tuyo —respondí.

—Claro que es asunto mío. ¿Quieres saber por qué? —al hacer la pregunta llevó la mano hacia el pecho de manera presumida.

—No, no realmente. No sé quién eres o qué quieres pero no tengo ningún interés en hablar contigo.

Era el tipo de persona que estaba acostumbrada a recibir atención, lo mejor que podía hacer era ignorarla. Sus tres seguidores intercambiaron miradas incrédulas y susurraron algo que no me costó escuchar. Al parecer era la primera vez que alguien le contestaba de esa manera.

—Sé que te llamas Adhara, pero nadie en este pueblo ha sido capaz de decirme de dónde vienes —dijo.

La observé incrédula. ¿Había estado preguntando por todo Naos de dónde venía? Ese comportamiento se encontraba lejos de ser normal. No respondí, no lo escucharía de mí.

—No puedes aparecer aquí de la noche a la mañana e intentar ocupar mi lugar, no me quedaré de brazos cruzados —dijo Louvain de manera exasperada—. ¿Te crees linda? No te servirá de nada, puedes dejar de actuar.

—Tú eres la que está actuando y no me interesa ver tu acto. A decir verdad ya me aburrió, deja de seguirme —espeté.

No comprendía de dónde venía su enojo. Sus ojos se volvieron vidriosos, parecía mortificada. No me importaba si la hacía llorar con tal de que dejara de molestarme.

—¡Lachlan y yo estamos comprometidos! —gritó extendiendo su mano y mostrándome un anillo.

—¿Por qué me dices esto? ¿Por qué habría de interesarme? —pregunté sorprendida.

Tal vez en Lesath, si un hombre estaba comprometido el resto de las mujeres no podían hablarle. Lo dudaba, sonaba tonto.

—Sé que te gusta Lachlan, no intentes disimularlo. Desde el primer día que llegaste a Naos intentas conquistarlo —dijo Louvain.

No pude evitar reír, si en verdad creía eso estaba alucinando.

—Eres aún más tonta de lo que pareces. El solo hecho de que pienses que intento conquistarlo es absurdo —no poseía un solo rasgo que me resultara atractivo. Cómo diablos había llegado a esa conclusión—. Si crees que me gusta, estás equivocada. Cásate con él.

—Mientes. ¿Por qué pasas tanto tiempo con él si no te interesa? —preguntó Louvain con una mirada sospechosa—. Cada vez que voy a visitarlo a su tienda tú estás allí.

—Es amable y su presencia no me resulta molesta a diferencia de la tuya —respondí.

Su expresión era una mezcla entre confundida y escandalizada. Tardó unos segundos en recomponerse.

—No quiero volver a verte cerca de él, regresa al triste pueblo del que saliste.

Me esforcé por ignorar que llevaba mi espada escondida. Sus palabras me molestaron, me hicieron recordar a cuando Aiden me había gritado que regresara a Alyssian.

—Dejemos algo en claro. Tú no vas a amenazarme ni a decirme qué es lo que puedo o no puedo hacer. Voy a quedarme en Naos el tiempo que quiera y por tu bien espero que no vuelvas a cruzarte en mi camino —repliqué.

Se sentía bien decirlo, era lo que me hubiese gustado decirle a Aiden.

—¿Quién te crees que eres? —la voz de Louvain sonó entrecortada e histérica—. ¿Dónde están tus modales?

—Los dejé en el mismo lugar en donde tú olvidaste los tuyos —respondí.

—Yo soy una dama y me comporto como tal.

—No sabía que en Naos comportarse como una dama significa perseguir a la gente por la calle y amenazarla. Además una dama resuelve sus propios asuntos, no arrastra a sus amigos para que lo hagan por ella.

Creí ver una lágrima en sus ojos pero se la quitó disimuladamente. Su expresión arrogante había desaparecido. Me resultaba irritante pero no tenía sentido seguir discutiendo.

—No me siento atraída por Lachlan, te lo aseguro. Ahora muévete —dije.

—No confío en ti y no me importa lo que digas. Ellos son Kala Bogles, Roland Kelpie y Cadell Clurilaun, me ayudarán a vigilarte. ¡No lograrás robármelo! —exclamó Louvain.

—Si en verdad están comprometidos significa que él prometió ser tuyo, por lo cual nadie intentará robártelo —repliqué.

¿Que tan difícil sería lograr que razone? ¿Cómo era posible que yo supiera más acerca de sus propias costumbres que ella? Mi madre me había dicho que en Lesath cuando alguien se comprometía era la promesa de pasar el resto de su vida con la otra persona.

—Creo que dice la verdad, Louvain —dijo el chico llamado Cadell.

—¿Ahora estás de su lado? ¿Crees que es más bonita que yo? Pensé que eras mi amigo —replicó enfadada.

—No estoy de su lado, solo digo que lo que dice tiene sentido —explicó de inmediato.

—Estamos de tu lado, Louvain, no debes preocuparte —dijo Kala palmeando su hombro y mirando al chico con reproche.

—Dejen de consentirla como si tuviera cinco años, le hará más mal que bien —dije alejándome del grupo.

—Vuelve aquí, aún no he terminado contigo —gritó Louvain con sus ojos todavía más vidriosos.

—Pero yo he terminado contigo —repliqué.

Escuché un sollozo detrás de mí. Seguí caminando. Me sorprendió que Lachlan se enamorara de alguien como ella, su carácter era tranquilo y el de ella estaba lejos de serlo, de hecho era muy molesto. No lograba comprender la situación, la forma en que se comportaba cuando estaba conmigo no era apropiada si en verdad estaba comprometido.

Tarf corrió hacia mí al verme. Era rápido pero algo torpe, aún le costaba correr sin tropezarse con alguna rama o roca que estuviera en el camino. Lo tomé en mis brazos y lo llevé hacia la casa. Mis abuelos lo consentían en todos los sentidos posibles. Siempre que emitía cualquier tipo de sonido corrían hacia él para acariciarlo o darle comida.

La cena transcurrió tranquila, me había acostumbrado al sabor de la comida y cada día disfrutaba más de ella. Ya casi no pensaba en Aiden; cada vez que su rostro aparecía en mi mente pensaba en otra cosa, cualquier cosa que me ayudara a distraerme. Lo único que me molestaba era que siempre tendría un recuerdo suyo, el beso. Jamás me desharía de aquel recuerdo. Y no porque no pudiera, no quería hacerlo. Había decidido que no regresaría a la laguna, no me importaba si regresaba, yo seguiría con mi vida. Cuando estaba en la cama antes de dormirme era cuando más lo recordaba, mi mente no duraba más de unos segundos en blanco antes de dispararse y revivir la escena, aún me costaba creer que Aiden me hubiera besado. Me había imaginado cómo sería mi primer beso en varias ocasiones pero lo ocurrido era completamente diferente a cualquier cosa que hubiese podido imaginar. Afortunadamente, Tarf dormía enroscado a mi lado y acariciarlo era una buena forma de quedarme dormida.