UN NUEVO COMIENZO

El viaje fue más largo de lo que había imaginado. La idea de dejar nuestro bosque y conocer el mundo de los hombres rondaba en mi cabeza desde hacía años pero nunca me había puesto a pensar en lo largo que resultaría el viaje o lo distintos que serían los paisajes que conocería. Todo era nuevo para mí.

Me sentía extraña en este mundo del cual no sabía nada. Todos los libros que había leído sobre el mundo de los hombres habían sido escritos por elfos y sabía que su modo de percibir las cosas era diferente del de los hombres.

Las primeras semanas habían sido silenciosas, transité por caminos olvidados. Los hombres no sabían de su existencia y los elfos habían jurado que jamás volverían a estas tierras. Supongo que si mis circunstancias hubieran sido otras y realmente fuera una elfa, no habría sentido la necesidad de venir hasta aquí. Pero no fue así, no estaba segura de lo que era.

En la cuarta semana de mi viaje finalmente topé con una pequeña aldea, la mayoría de sus habitantes eran ancianos y no hablaban mucho, no pude aprender demasiado de ellos. Pero recuerdo que fueron lo suficientemente amables como para proveerme con alimentos.

Las semanas que le siguieron pasé por varios pueblos y las personas con las que traté también fueron amables conmigo. La mayoría de los elfos creen que los hombres no son seres generosos por naturaleza, sino que tienden a ser más egoístas, pero hasta ahora me habían demostrado lo contrario. Y no estaba sorprendida al respecto, mi madre siempre había sido muy generosa.

Miré hacia adelante, podía distinguir antorchas a lo lejos. No me tomaría más de unos minutos llegar; había esperado que aún fuera de día, pero la noche se me había adelantado. Me preguntaba cómo reaccionarían mis abuelos. Es la misma pregunta que desde hacía días se repetía en mi cabeza. Ellos no sabían nada de mí, ni siquiera sabían de mi existencia.

Mi madre, Selene, creció en Naos. El pueblito que se encontraba delante de mí. Tenía veinte años cuando dejó su hogar para siempre. Los elfos habían decidido dejar atrás el mundo de los hombres para vivir en paz en Alyssian, un bosque encantado en tierras lejanas. Mi padre, Adhil, conoció a mi madre mientras se alejaba de estas tierras. Se enamoraron a primera vista, un elfo y una humana. Y como mi padre debía seguir su camino, mi madre lo siguió. Jamás se separaron desde entonces, no recuerdo un solo día en el cual no los hubiera visto juntos.

Eran felices. Yo también lo fui por un tiempo, hasta que comencé a pensar que no pertenecía allí. Me resultó difícil crecer entre ellos, eran más ágiles que yo para todo lo que hacían. Más sabios, más pacientes. No entendían mi temperamento y a decir verdad yo nunca terminé de comprender el de ellos. Y poseían aquella belleza que era su característica. Pelo largo y suave como la seda, ojos redondos y expresivos pero a su vez rasgados como los de un gato, y esbeltas y elegantes figuras.

Había heredado muchas cosas de mi padre; mis ojos eran de su mismo color verde, como las hojas. Y mi cuerpo era más agraciado que el de las mujeres de Lesath, más armonioso. En las últimas semanas había notado que poseía una belleza más natural que el resto de las mujeres que vi, lo cual me hacía sentir mejor porque nunca me había considerado muy bonita en comparación con las elfas. Mis orejas eran largas y puntiagudas como la de los elfos, el único rasgo que me delataba. Las cubría con una capucha durante el día para que los hombres no se dieran cuenta de lo que era. Tras ver la forma en que caminaban y cómo se movían supe que había sido bendecida con la agilidad de los elfos. Los humanos eran más ruidosos y precipitados para desplazarse; me movía con la gracia de una gacela en comparación a ellos. Y mis sentidos eran bastante más agudos, podía ver y oír cosas de las que no parecían percatarse. Pero aun así siempre pensé que poseía más cualidades de humana y que encontraría mi lugar entre ellos; este era el momento de averiguar si estaba en lo cierto o si me había equivocado.

Pensé en mis padres, les había costado mucho aceptar mi decisión. Mi madre había sido más comprensiva, pero mi padre se había opuesto rotundamente al principio.

—Solo tienes diecinueve años —repetía una y otra vez.

Los elfos tienen una noción de las edades diferente de la de los hombres. Mi madre me considera una mujer, mi padre a diferencia de ella me ve como a una pequeña niña. Pero ambos desean que sea feliz y finalmente me dieron sus bendiciones.

Daeron tiró de las riendas. Miré hacia arriba sorprendida al ver a Naos frente a mí, había estado perdida en mis pensamientos por un largo rato. Por fin había llegado, luego de semanas y semanas de viaje. Reinaba el silencio, no había ruidos ni personas en las calles. Debía ser pasada la medianoche. Seguí las indicaciones de mi madre y busqué una casa con ventanas blancas y una hamaca en el porche. Todas las casas me resultaban parecidas: los colores, las estructuras y los pequeños jardines con similares tipos de flores, pequeños muros de piedra los rodeaban marcando los límites entre un jardín y otro. Era extraño, en Alyssian los elfos construían sus casas alrededor de los árboles e incluso en los troncos. En Lesath todas se encontraban en el suelo alineadas una al lado de la otra. No comprendía la necesidad que tenían de marcar los límites entre los jardines, de seguro podían distinguirlos sin necesidad de marcarlos con muros de piedra.

Tiré de las riendas sin ser consciente de ello, mi corazón latía con fuerza. La casa que me había imaginado en varias ocasiones desde que era solo una niña se encontraba a pocos metros. No estaba segura de cómo lo sabía, pero estaba completamente segura de que esa era la casa. Desmonté algo temblorosa, sabía que era tarde pero no me agradaba la idea de dormir una noche más sobre el húmedo manto de pasto. Los elfos adoraban dormir a la intemperie, rodeados por la naturaleza. Al principio yo también lo encontraba fascinante pero luego de tanto tiempo extrañaba dormir en una cama cálida y confortante.

—Quédate aquí —le susurré a mi compañero de viaje.

Luego de contemplar la puerta por unos largos segundos, me dirigí hacia ella con paso firme y golpeé la puerta. Me pregunté si les recordaría a mi madre. Mis rasgos eran parecidos a los de ella pero un poco más refinados y ambas teníamos largo cabello castaño.

Las luces se encendieron y oí ruidos dentro. Los nervios comenzaron a sacudirme. No estaba acostumbrada a esa emoción, el solo hecho de ponerme nerviosa por golpear una puerta me parecía absurdo. Tomé aire, la expresión en mi cara era serena y así seguiría.

Las cortinas de la ventana más próxima se movieron lentamente y tras ellas apareció un rostro anciano y gentil. Era mi abuela. Me contempló por unos segundos, sus ojos se abrieron de par en par y se precipitó hacia la puerta.

—¡Selene! —gritó mientras abría la puerta.

—No. No soy Selene, soy su hija —respondí.

Sus ojos recorrieron mi rostro, su mirada era incrédula. Permaneció allí parada sin decir una palabra. Aguardé unos momentos, esperando que dijera algo pero no lo hizo.

—Mi nombre es Adhara Selen Ithil. Soy la hija de Selene y Adhil, soy su nieta —dije con tono sereno.

Más silencio. Estaba comenzando a impacientarme. Me preguntaba qué estaría pasando por su cabeza ahora. Definitivamente estaba sorprendida, no podía culparla, no había tenido noticias de mi madre desde su partida. No sabía que yo existía. No logré descifrar si estaba complacida o disgustada, su expresión no revelaba nada. Tal vez era mejor si me iba y volvía a la mañana, de seguro necesitaría tiempo para asimilarlo.

Estaba a punto de alejarme de ella cuando ocurrió algo insólito. Tras un sollozo se abalanzó hacia mí, y me encerró en un fuerte abrazo.

—Mi nieta —dijo entre sollozos—. La niña de mi Selene.

Mi madre era la única persona que me abrazaba de esa manera, era muy extraño que otra persona lo hiciera. Más, alguien que había conocido hacía solo segundos. Puse mis brazos en su espalda de manera gentil y permanecí quieta. Continuó sollozando pero reía al mismo tiempo. ¿Era posible que alguien pudiera llorar de alegría? Si lo era, este era el caso. Al menos creía que estaba contenta de verme.

—Entra, debes estar cansada —dijo con una sonrisa—. A estas horas de la noche.

—¿Hay algún establo en donde pueda dejar a mi caballo? Llevamos viajando mucho tiempo y necesita descansar —respondí.

—Oh, claro, en el jardín de atrás tenemos un establo. Tú entra en la casa que yo me encargaré de él, le pondré alfalfa —dijo yendo hacia Daeron.

—Yo puedo hacerlo —respondí.

Sabía que no le gustaba que lo dejara con desconocidos.

—No te preocupes, solíamos tener caballos, sé lo que debo hacer —replicó con una sonrisa gentil—. Es tarde, entra y ponte cómoda.

—De acuerdo —no insistí por miedo a sonar descortés.

La casa no tenía muchos muebles pero había algo cálido en ella, era acogedora. Me senté en una de las tres sillas de madera que había alrededor de una mesa cuadrada. La madera era vieja pero firme. Estaba segura de que se trataba de roble, al igual que las sillas. En el centro un florero con jazmines, su fresco aroma me rodeaba. Las paredes eran de color blanco y estaban adornadas con cuadros. Me acerqué a observarlos más de cerca; algunos eran de flores como rosas, jazmines y fresias. Otros eran de caballos; un zaino claro de aspecto majestuoso aparecía en varios de ellos.

Me sonreí a mí misma, sabía que mi madre los había pintado. Muchos de ellos eran casi idénticos a los que adornaban mi habitación, ella los había pintado para mí.

Recorrí la sala silenciosamente y volví a sentarme. Estaba segura de que en cualquier momento mi abuelo aparecería por alguna de las puertas y no quería darle una mala impresión. Aguardé en silencio pero no parecía haber nadie más en la casa. Eso me entristeció, tal vez ya no vivía allí o se encontraba enfermo o algo peor. Dejé de pensar, no quería pensar en cosas malas.

Escuché el ruido de pasos en la puerta principal. Mi abuela entró y se sorprendió al verme allí sentada.

—Eres muy parecida a Selene —dijo con lágrimas en los ojos.

—Mi padre dice lo mismo —respondí con una sonrisa.

—¿Qué edad tienes?

—Diecinueve.

—Cuando se fue, tenía un año más que tú —dijo mi abuela.

—Lo sé.

Caminó lentamente hasta la mesa y se sentó en una silla a mi lado.

—¿Sabes mi nombre? —me preguntó.

La miré perpleja, por supuesto que sabía su nombre, era mi abuela. Si sabía cuál era su casa cómo no iba a saber cuál era su nombre.

—Iara. Mi madre me ha hablado mucho sobre ti —respondí.

Sonrió y más lágrimas cayeron de sus ojos. Eran del mismo color que los de mi madre, marrón pardo.

—¿Dónde está mi abuelo? —pregunté.

—Helios se fue a pescar en su bote hace unos días, estará de regreso mañana por la tarde. Se alegrará mucho de saber de ti —me aseguró Iara.

—Mi madre me habló mucho sobre él también. Los quiere mucho a ambos, los extraña.

—¿Ella también vendrá a visitarnos?

Sus ojos se iluminaron en cuanto hizo la pregunta. Me entristeció no poder responderle lo que ella quería escuchar.

—No, ella no vendrá. Lo siento —respondí.

—¿Le ha sucedido algo? —preguntó Iara, alarmada.

—No, se encuentra bien. Es difícil de explicar, debes prometerme que no se lo repetirás a nadie a excepción de mi abuelo. Los elfos guardan con recelo sus secretos.

—Lo prometo niña, tienes mi palabra. No deseo saber los secretos de los elfos sino la razón por la cual hace años que no sé nada de mi hija —dijo angustiada.

—Verás, mi padre al ser un elfo es inmortal, ella es o al menos era mortal. Esto se convirtió en una preocupación para ambos. Él no soportaba la idea de que en algún futuro ella moriría, y mi madre quería estar a su lado para siempre. Entonces, mediante magia mi padre logró que quedara sujeta a la energía de su cuerpo. Unió su vida a la ella. La magia que posee el bosque, la energía y la luz que le brindan las estrellas, todo aquello que él recibe, ella también lo hace.

—No estoy segura de comprender…

—Mientras mi madre permanezca en el bosque, la magia de este y la de mi padre, que entrelazó su vida a la de ella, la mantendrán inmortal, vivirá lo mismo que él. Si ella deja el bosque, el lazo mágico que los une, que sustenta sus vidas como una sola, se romperá.

No sabía de qué manera explicarlo mejor, era magia muy antigua y poderosa y no entendía todo lo que implicaba. Iara cerró sus ojos y una expresión de comprensión se dibujó en su rostro. Sabía que lo había entendido, jamás volvería a ver a su hija.

Aguardé en silencio pensando que comenzaría a llorar de nuevo, pero no lo hizo.

—¿Es feliz? —su tono era tranquilo, resignado.

—Sí, desde que nací que no recuerdo un solo día en el que no haya tenido una sonrisa en su rostro. A excepción del día en que me fui.

Nunca la había visto tan perturbada como aquel día, la forma en que me había mirado solía repetirse en mi mente una y otra vez. De pronto recordé algo, extendí la mano hacia la bolsa de viaje que cargaba en el hombro y de ella extraje una carta.

—Ella me pidió que te la entregara, tengo una para el abuelo también.

Tomó la carta en sus manos con sumo cuidado y la guardó dentro de su ropa. Seguro esperaría a estar sola para leerla.

—Me repites tu nombre, querida.

—Adhara, mi madre lo eligió. Es una de las estrellas más queridas de los elfos, es la última en irse cuando termina la noche.

—Es muy bonito.

—Gracias.

Iara se levantó de la mesa de manera repentina, como si de pronto hubiera recordado algo.

—Lo siento, no te he ofrecido nada. ¿Tienes hambre?

—No.

—¿Segura? Fui al mercado esta mañana… —replicó con una sonrisa.

—Me encuentro bien, no necesito nada.

Me había costado adaptarme a la comida de aquí, era demasiado diferente a lo que los elfos acostumbraban a comer. Me costaba más digerirlo y al principio me había ocasionado uno o dos dolores de estómago. No quería parecer grosera, pero estaba convencida de que disfrutaría más de la comida luego de una buena noche de descanso.

—Cuéntame de ti —dijo con una sonrisa.

Durante la siguiente hora le conté muchos recuerdos de mi niñez; siempre que mencionaba a mi madre una sonrisa se dibujaba en su rostro. Le describí el bosque, las costumbres de los elfos, sus rituales. Le expliqué lo difícil que me había resultado crecer entre ellos, que a pesar de mis esfuerzos no había logrado desarrollar vínculos profundos con los demás elfos. Que me trataban de manera amistosa y con respeto, pero que no tenía verdaderos amigos. Mis esperanzas de poder encontrar mi lugar aquí, de averiguar si era más humana que elfa y de no sentirme diferente. Su expresión se volvió más severa cuando dije que a mis padres les había costado mucho aceptar mi decisión. Al principio no comprendía el porqué; pensé que estaba contenta con mi visita. Pero a medida que comenzó a hacerme preguntas sobre los cuidados que mis padres solían tener conmigo supe la razón. Sentía que era su responsabilidad cuidarme y no dejar que nada malo me sucediera.

—Mi madre sabe que puedo cuidar bien de mí, no debes preocuparte. No soy tu responsabilidad —le aseguré.

—Claro que lo eres. Estoy segura de que Selene te permitió venir hasta aquí porque sabía que cuidaría bien de ti y así será. Para mí es un honor, Adhara.

Asentí con la cabeza, sabía poco sobre ella pero estaba segura de que no habría forma de convencerla de lo contrario.

—Estoy segura de que conocerás jóvenes con los que te resultará fácil relacionarte. Todos son muy gentiles aquí —dijo Iara sonriendo—. No me imagino a alguien en este pueblo o en ningún otro que no se deleitara con la idea de ser amigo de una joven tan hermosa como tú.

—Gracias —respondí con una sonrisa.

Me encantaba recibir halagos, lo había descubierto en mi corta estadía en los demás pueblos. En Alyssian, los elfos raramente lo hacían o mejor dicho no tenían razón para hacerlo. Ellos comprendían la magia de tal manera que les resultaba tan fácil como respirar; yo, en cambio, no podía controlarla y los pocos hechizos que había logrado habían requerido una gran concentración. Solo era buena con la espada y jamás había logrado moverme a la velocidad con que ellos se movían. Pero aquí la mayoría de las personas con las que había intercambiado palabras siempre tenían un cumplido para hacerme.

—Santo cielo, que tarde se ha hecho —dijo Iara observando el reloj que colgaba en la pared—. Te prepararé el cuarto de Selene, allí estarás cómoda.

—Gracias.

La seguí, observando todo detenidamente. La habitación se encontraba al final de un pasillo. Las paredes eran de color claro con flores pintadas en ella, mi madre las había pintado. La cama era pequeña, pero al recostarme en ella comprobé que era muy cómoda. Había un armario en un rincón de la habitación y un escritorio cubierto de libros en el otro. Todo estaba muy limpio y ordenando, de seguro Iara se esforzaba por mantener la habitación así. Sacó un camisón blanco del armario y me lo entregó junto con una frazada por si me daba frío, luego me deseó buenas noches y salió por la puerta silenciosamente. Tardé en dormirme, cambié de posición varias veces, observé el techo por un largo rato y finalmente cuando mi cuerpo y mi mente se encontraban demasiado cansados como para seguir despierta, el sueño se apoderó de mí.

Cuando me desperté tardé unos segundos en recordar dónde estaba. Durante las últimas semanas me había acostumbrado a dormir al aire libre, me resultó extraño despertar en aquella habitación. Los rayos de luz entraban por la ventana; me pregunté cuánto tiempo habría dormido, parecía tarde. Busqué mi bolsa de viaje y me puse un vestido violeta. Era uno de mis favoritos, me encantaba la manera en que se adhería a mi silueta y caía hasta mis rodillas. Observé mi espada por unos segundos. Saifan, uno de los mejores herreros entre los elfos, la había hecho para mí. Su hoja era larga, fina y el hierro tenía un destello azul. Su peso era perfecto en mis brazos. Saifan la había nombrado Glace ya que la hoja le recordaba al hielo. También le había hecho el símbolo que solía hacer para marcar su trabajo, la estrella del norte en cristal sobre el hierro antes de donde se formaba la empuñadura. Durante el viaje siempre la tenía junto a mí en caso de peligro, pero dudaba que la necesitara en Naos.

Fui hacia la sala en silencio intentando oír el ruido de voces, preguntándome si mi abuelo ya habría vuelto de su viaje de pesca. Pero no oí nada y una vez que entré, descubrí que estaba vacía. Me dirigí a la cocina y allí encontré a Iara.

—Adhara, te has despertado. Ya casi es mediodía, debías estar muy cansada —dijo mirando hacia la ventana.

—Sí, lo estaba —respondí.

—La comida estará en unos minutos, espero que sea de tu agrado. No la condimenté, recordé que dijiste que a los elfos no les gustaba condimentar la comida, ya que consideraban que la estaban arruinando.

Asentí con la cabeza, tenía tanta hambre que comería cualquier cosa que me diera, incluso si sabía mal. No podía esperar por ir a recorrer el pueblo, tenía mucha curiosidad del tipo de personas que encontraría.

La comida estaba deliciosa, era un sabor diferente a todos los que había probado y no me cayó pesado como el resto de las cosas que había comido. Una vez que terminé insistí en ayudar a levantar los platos pero Iara no me lo permitió.

—Estaba pensando en ir a recorrer el pueblo —dije esperando que no se opusiera a la idea.

—Oh, ya veo. ¿Quieres que te acompañe?

—Preferiría ir sola si no te molesta —respondí con tono amable, rogando que no le molestara.

—Claro que no, querida. ¿Quieres que te dibuje un mapa del pueblo?

—No, estaré bien. Gracias de todos modos.

—No vuelvas tarde, tu abuelo llegará al atardecer.

El pueblo era diferente de lo que recordaba de la noche anterior. Era ruidoso y las calles de tierra ya no estaban desiertas. Todos parecían conocerse en Naos; se saludaban al cruzarse o se hacían un gesto amable a lo lejos si no se cruzaban. Las personas me miraban con curiosidad, estaba segura de que se estaban preguntando de dónde había salido ya que nadie me había visto llegar al pueblo. No tardé mucho en llegar al mercado, era una calle larga de pequeños bazares uno al lado del otro. La mayoría vendían alimentos, otros vendían libros, ropa, armaduras, armas, flores y joyas. Me detuve frente a uno que vendía collares con hermosas piedras de diferentes tonalidades. Un amuleto con un hermoso cristal de un intenso color azul había llamado mi atención. Era un zafiro.

Lo sostuve en mis manos cuidadosamente. El color cambiaba bajo los rayos del sol. Se volvía más claro y transparente.

—¿Eres nueva en el pueblo? —preguntó una voz.

Levanté la mirada, había un joven de cabello claro y ojos azules mirándome desde atrás de la mesa de exhibición.

—Así es.

—Es un placer conocerte, mi nombre es Lachlan Grey —dijo mientras extendía su mano hacia mí.

Tomé su mano y la solté rápidamente. Los elfos no acostumbraban a acompañar sus palabras con un apretón de manos u otros gestos. El tacto era algo reservado para aquellos que tenían cierto grado de amistad o confianza. Pero en Lesath todos insistían en tomar tu mano a pesar de que nunca te hubieran visto antes. El contacto con extraños aún era nuevo para mí y no me resultaba agradable.

—Soy Adhara.

—¿De dónde vienes?

—De tierras lejanas —respondí simplemente llevando las manos hacia mis orejas para asegurarme de que mi pelo las cubriera bien.

—¿Tienes familia aquí? —preguntó confundido.

—Así es.

—Eh… ¿Te molesta si pregunto quiénes son? —Sus mejillas se sonrojaron.

—Soy la nieta de Iara y Helios.

Seguro sabía a quiénes me refería.

—No sabía que tuvieran hijos o nietos —respondió, su expresión era aún más confusa.

—Mi madre se fue de aquí cuando era joven y no ha vuelto desde entonces —respondí.

—Oh, ya veo. ¿Te quedarás mucho tiempo por aquí?

Noté cómo sus mejillas se sonrojaban de nuevo; me desconcertó, no comprendía qué resultaba tan vergonzoso sobre las preguntas que me hacía.

—Aún no lo sé, es probable que sí.

—Ese collar se vería muy bien en ti —dijo señalando el amuleto que aún sostenía en mis manos—. ¿Quieres probártelo?

—Tal vez otro día, no traigo dinero conmigo.

Ni sabía de dónde sacarlo.

—Te lo obsequiaría si me perteneciera, pero este es el negocio de mi padre y se enfadaría conmigo si lo hiciera, lo siento —se disculpó.

Sonreí sorprendida ante sus palabras. No estaba segura de si intentaba ser amable o si obsequiarme la joya podría tener otro significado. En casa generalmente cuando nos hacíamos un obsequio era como una muestra de agradecimiento o para demostrarnos afecto, pero no podía tener afecto por mí, me conocía hacía solo minutos.

—¿Quién es ella, Lachlan?

Una muchacha con expresión molesta se acercó a nosotros. Llevaba su cabello negro atado en una elegante trenza. Poseía lindos rasgos para una humana, pero había algo en ella que no me agradaba. De seguro era la forma en que me miraba, como si mi mera presencia le molestara. O tal vez se trataba de la vanidad que revelaban cada uno de sus movimientos, desde su forma de caminar hasta la manera en que llevaba el mentón hacia arriba.

—¿Quién eres tú? —preguntó mirándome fijamente antes que Lachlan pudiera responderle.

—Aún no he escuchado tu nombre —dije volviéndome hacia ella.

Sus ojos azules se volvieron más fríos y guardó silencio por unos segundos antes de contestarme, como si de esa manera fuera a incomodarme para que respondiera primero.

—Mi nombre es Louvain Merrows —dijo finalmente.

El tono arrogante que había utilizado al decir su nombre no me agradaba, era como si se creyera alguien de importancia en el pueblo. No le diría mi nombre, no había dejado Alyssian para pasar tiempo con alguien que se creía superior a mí. Devolví el amuleto que tenía en mi mano a su lugar y comencé a alejarme.

—Debo irme, gracias por tu amabilidad —dije mirando a Lachlan.

—No es nada, nos vemos luego —respondió con una sonrisa.

—¡No me has dicho quién eres! —gritó Louvain enfadada.

No respondí. Mientras me alejaba del negocio podía escucharla gritándole a Lachlan, habían comenzado a discutir. Toda la situación me parecía rara pero no me importaba lo suficiente como para pensar en ello. Caminé por el pueblo lo que quedaba de la tarde, no había mucho para ver, todos estaban absortos en alguna tarea, la mayoría eran granjeros y se pasaban el día arando o regando sus cultivos. Era evidente que no había ninguna figura de autoridad en Naos. Me preguntaba cómo estarían organizadas estas tierras, sabía que este pueblo, junto con todos los demás era parte de Lesath pero no estaba segura de qué clase de gobernante tenían. Todo me resultaba algo diferente de como me lo había imaginado. En mi cabeza cuando oía a mis padres hablar de Lesath, me imaginaba un lugar emocionante, un lugar de doncellas y caballeros, de castillos y peleas, no de granjeros y una tranquila vida pueblerina. Muy dentro de mí sabía que me sentía algo desilusionada, era demasiado pronto para comenzar a sacar conclusiones y si bien lo sabía, no podía evitarlo.

En Alyssian reinaba una armonía inquebrantable pero al menos entrenábamos para utilizar armas y magia. A los que nos interesaba practicábamos con espada y arco y flecha la mayor parte de los días. No con el propósito de luchar, los elfos no creían en guerras, sino en estar preparados en caso de que algún día fuera inevitable. Si bien cada raza había tomado su propio camino era imposible tener la certeza de que en el futuro no intentarían gobernar a las demás.

Encontré un sendero que al parecer iba hacia las afueras del pueblo, el sol aún no había bajado y no tenía otra cosa que hacer. El camino era angosto, el pasto había comenzado a crecer, y en algunas partes era cada vez menos visible. No había nadie, de seguro hacía mucho que ya nadie lo usaba.

No sabía cómo reaccionaría Iara si le contaba sobre esto. En mi opinión no tenía importancia, durante las últimas semanas había viajado sola por caminos más peligrosos pero por la forma en que había insistido en que era su responsabilidad supuse que no estaría muy contenta si se enterara de que me alejé del pueblo. Decidí que era mejor omitir esa parte de mi recorrido.

El sonido del agua comenzó a escucharse con más claridad a medida que avanzaba, hasta que el camino llegó su fin frente a una laguna. El paisaje era hermoso, el agua, clara y las plantas crecían con un verde más intenso a su alrededor. Había cierta sensación de calma que me gustaba. Me acerqué a la orilla para sentarme cuando me di cuenta de que no estaba sola. A solo unos metros había un joven, su mirada se encontraba fija en el río. Dejé escapar un grito de asombro sin darme cuenta. Era hermoso. Su rostro tenía facciones delicadas y bien masculinas. Sus ojos eran totalmente cautivadores, profundos y expresivos, de un cálido color marrón chocolate. Había algo dulce y luminoso en su mirada, algo difícil de describir. Su pelo era del mismo color que el mío, comenzaba lacio y se ondulaba algo en las puntas, era corto en comparación a como lo llevaban los elfos, no le llegaba a los hombros. Me costaba creerlo y no me imaginaba cómo había llegado hasta aquí pero no había otra explicación, era el ser más hermoso que había visto. No había otra manera de describirlo.

—¿Has vivido entre los humanos todo este tiempo? ¿Nunca abandonaste estas tierras?

Me miró sorprendido, sus ojos recorrieron mi rostro detenidamente.

—¿A qué te refieres? —me preguntó.

—Los elfos dejaron estas tierras hace años —espeté.

Permaneció en silencio por unos segundos antes de soltar una carcajada. La forma en que se reía me desconcertó. No entendía qué era lo que le resultaba tan gracioso.

—¿Crees que soy un elfo? —me preguntó en tono divertido.

—¿No lo eres? —pregunté perpleja.

—Claro que no.

Era un hombre, no un elfo. Me resultaba difícil de creer, no había duda de que los elfos eran la definición de belleza, con sus rasgos delicados y apariencia agraciada, pero el joven que se encontraba frente a mí era más hermoso que todos los elfos de Alyssian. Noté como el calor subía por mis mejillas y escondí mi rostro. No recordaba la última vez que me había sentido tan avergonzada, seguramente porque nunca me había sucedido.

—¿Crees que me parezco a un elfo? —su voz sonaba más fuerte, podía escuchar sus pisadas acercándose a mí.

—No. Lo siento.

—¿Te encuentras bien? El sol está más fuerte de lo que suele estar, debes estar delirando —dijo.

—No estoy delirando —repliqué indignada levantando la mirada.

No quería tener que explicarme, de hacerlo tendría que admitir que debido a su hermosa apariencia lo había confundido con un elfo y no era algo que me encontrara dispuesta a hacer. Permanecí en silencio sin saber qué decir, sus ojos seguían posados en mí esperando una respuesta. No me quedaba otra opción, era mejor si pensaba que había estado en lo cierto respecto al sol. Puse una mano sobre mi rostro pretendiendo malestar y me balanceé como si estuviera perdiendo el equilibrio. Era humillante al punto de la muerte y sin embargo era preferible a que descubriera lo que realmente estaba pensando. Sentí sus manos sobre mi cintura, no contaba con eso. Me tomó con fuerza pero al mismo tiempo con la suficiente suavidad como para no lastimarme y me apoyó en el suelo delicadamente. El contacto con sus manos me estremeció, lo normal hubiera sido que me hubiese desagradado pero me sorprendí al notar que me resultaba agradable. Tal vez por más improbable que fuera existía la posibilidad de que estuviera delirando en serio.

—Quédate quieta por unos minutos, hasta que te sientas mejor —dijo amablemente mientras se sentaba a mi lado.

Por alguna razón este humano me resultaba algo desconcertante, era mejor si no hablaba mucho.

—Nunca te había visto por aquí —dijo.

—Mis abuelos viven aquí, solo estoy de visita —respondí.

—¿De dónde vienes? —preguntó.

—De lejos.

Mi respuesta debió resultarle extraña, o al menos eso pensé por la expresión que apareció en su rostro.

—¿Tienes un nombre? —preguntó.

—Adhara.

—Es un nombre muy bonito —su expresión se volvió más suave.

Por lo general no le daría importancia a este tipo de conversación, pero me alegraba que le gustara mi nombre. Evité mirarlo ya que su mirada aún se encontraba fija en mí.

—¿Cómo te llamas? —pregunté.

—Aiden.

Me pregunté si no había mencionado su apellido debido a que yo tampoco lo había hecho.

Intenté observarlo de manera disimulada, era hermoso pero debí darme cuenta de que era humano; su belleza era diferente a la de los elfos, era más abrumadora, más masculina.

El sol había comenzado a esconderse y no tardaría en anochecer, de seguro Helios llegaría pronto o ya lo habría hecho. Además si no regresaba Iara se preocuparía, no era la mejor forma de demostrarle que podía confiar en mí.

—Debo irme.

Antes de que pudiera ponerme de pie él me ofreció su mano. La tomé lentamente intentando no estremecerme ante su contacto. Sus ojos encontraron los míos y me perdí en ellos sin poder evitarlo.

—¿Te sientes mejor? —preguntó Aiden.

—Sí, gracias por tu ayuda.

—Será mejor que te acompañe a tu casa Adhara, no me gustaría que te desmayes en el camino —dijo.

Su comentario tuvo dos efectos en mí. Por un lado me resultó ofensivo que me subestimara tanto. ¿En verdad creía posible que me fuera a desmayar? En su defensa, yo había dado esa impresión luego de la manera en que me había comportado. Y por otro lado sentía curiosidad, no me desagradaba la idea de pasar un rato más junto a él.

—De acuerdo —acepté.

Me guio hacia el sendero y caminamos lentamente en dirección al pueblo. Lo observé detenidamente percatándome de algo que no había notado, llevaba una espada. La capa en sus hombros la escondía, pero mientras caminaba podía ver el resplandor del hierro moverse. No recordaba haber visto a nadie armado en Naos, el pueblo parecía tranquilo y la mayoría de sus habitantes eran granjeros. La idea de llevar una espada me parecía absurda.

—Naos parece tranquilo. ¿Por qué cargas una espada contigo? —pregunté.

Aiden me miró sorprendido y cerró la capa de manera que la espada no se viera.

—Es una mala costumbre —respondió con expresión más seria.

—Solo he estado aquí un día, pero me da la impresión de que la mayoría de las personas que viven aquí no saben cómo blandir una espada ni cualquier otra arma.

Estaba segura de ello.

—Eres muy observadora.

—Suelo entrenar con mi espada desde que soy chica, me gustan los duelos —respondí.

O mejor dicho me gustaban, eso fue hasta perder una y otra vez frente a todos mis oponentes élficos.

Me detuve horrorizada, había hablado sin pensar. No sabía si era normal en Lesath que las mujeres usaran espada o hicieran duelos. Aiden me miró con curiosidad, comencé a caminar actuando normal, esperaba no haberme delatado.

—Yo no soy de Naos, estoy aquí desde hace un tiempo —dijo.

—¿De dónde eres?

—De Nihal.

Guardé silencio, no conocía todos los pueblos de Lesath y nunca había oído nombrar ese. De seguro en su pueblo era normal cargar una espada y como aquí nadie lo hacía, la escondía para que no se alarmaran.

—¿Te gustan los elfos? —preguntó riendo.

Su pregunta me tomó por sorpresa, no podía negarlo luego de haberlo confundido con uno. Asentí con la cabeza.

—Pareces saber mucho sobre ellos —observó.

—Mi madre me contaba historias cuando era una niña —repliqué.

—¿Has visto alguno? —preguntó Aiden.

—No.

Evité su mirada e instintivamente llevé mis manos hacia las orejas para asegurarme de que estuvieran bien cubiertas.

—Tampoco yo —hizo una pausa y se detuvo delante de mí, sus ojos fijos en los míos—. No creo que yo me parezca a ellos, pero tú sí.

Intenté mantener mi expresión serena pero estaba segura de que no lo estaba logrando. ¿Había descubierto mi secreto? ¿O estaba jugando conmigo por lo que yo había dicho? Analicé su expresión, era difícil de decir.

—¿Por qué lo dices? —pregunté en tono ingenuo.

—Por lo que he escuchado sobre ellos creo que tú te pareces a una elfa —tras estas palabras siguió caminando.

Qué es lo que había escuchado sobre ellos era mi próxima pregunta; quería saber y por la sonrisa que Aiden tenía en su rostro era evidente que tenía una respuesta lista. Sabía que sería más cauto no preguntar, cambiar el tema de la conversación. Sin embargo, apenas podía contenerme. De alguna manera me convencí de que sería mejor averiguar lo que sabía.

—¿Qué has escuchado sobre ellos?

Escuché pasos y levanté la mirada. Alguien estaba corriendo hacia donde estábamos nosotros; era Lachlan Grey, el chico que había conocido en la tienda de joyas.

—¡Adhara! —gritó al verme.

Lo miré con curiosidad sin saber por qué actuaba con tanta familiaridad.

—Iara vino a la tienda a preguntar por ti. Estaba preocupada y le dije que te buscaría —dijo Lachlan.

—Ya veo, gracias —respondí.

—Será mejor que te des prisa —dijo Aiden—. No hagas que tu familia se preocupe por ti.

—Adiós, Aiden.

Tuve una sensación extraña al despedirme, me pregunté si lo volvería a ver. Para mi sorpresa Aiden tomó mi mano, la besó y luego se alejó dejándome estupefacta en mi lugar. Era la primera vez que alguien besaba mi mano.

—¿Quieres que te acompañe? —preguntó Lachlan.

—Iré sola, gracias por avisarme —dije comenzando a correr en dirección a la casa de Iara.

No tardé en llegar. Iara me esperaba frente a la casa con alguien a su lado, mi abuelo. Su rostro lucía preocupado y ansioso, como si no estuviera seguro de qué esperar. Una vez que me vio la expresión de su rostro cambió por completo. Dos silenciosas lágrimas cayeron de sus ojos revelando una profunda agonía. No lo comprendía, creí que estaría feliz de conocerme, de seguro Iara le había hablado sobre mí. Volví mi mirada hacia ella, parecía estar feliz y aliviada de verme. Corrió hacia mí y me abrazó cálidamente. La sensación aún me resultaba algo extraña, puse una mano en su hombro, mi mirada aún fija en mi abuelo. No se movió de su lugar, no dijo una sola palabra ni hizo ningún gesto. Ya no había lágrimas en sus ojos pero el dolor aún seguía allí. De manera sutil me alejé de Iara y me acerqué a él.

—Helios, ella es Adhara, la hija de nuestra Selene —dijo Iara emocionada.

Helios no respondió.

—¿Qué te ocurre querido? ¿Por qué no hablas? —preguntó alarmada.

—Tú no eres mi pequeña niña pero eres muy parecida a ella —finalmente dijo.

—Lo sé —respondí.

No me quería a mí, quería a mi madre, su hija. De seguro la esperaba desde el mismo día en que se había ido y luego de tantos años de espera llegaba yo en su lugar. No me sentía ofendida, era natural que se sintiera de ese modo, que extrañara a su hija. Iara no había tenido el coraje de explicarle que mi madre jamás volvería, solo le había dicho que tenía una nieta y que había aparecido frente a su puerta la noche anterior. ¿Cómo había podido ocultárselo? Cuando ella misma solo había pensado en recuperar a su hija al verme.

—¿Selene? —la voz de Helios se quebró al pronunciar su nombre.

Iara se agitó a pesar de que la pregunta había estado dirigida a mí. Debía ser yo quien le diera la mala noticia, deseaba que ella lo hiciera pero no estaba segura de que pudiera. Era evidente que a ella aún le dolía. Se había mostrado feliz conmigo a la mañana, pero era claro que todavía no había podido asimilar la verdad ni dejar ir su dolor.

—Realmente lo siento abuelo, pero mi madre no volverá.

Más agonía. Iara dejó escapar un sollozo, debía ser difícil para ella escuchar las palabras de nuevo.

—Te explicaré la razón pero creo que será mejor que hablemos solos. La abuela ya lo sabe y escucharlo de nuevo no le hará ningún bien.

Asintió y lentamente ambos comenzamos a caminar alejándonos de la casa. Me resultó extraño tener la misma conversación dos veces. Ir directo al punto lo destruiría, le conté todo lo que le había contado a Iara, recuerdos sobre mi niñez, lo felices que eran mis padres y finalmente la magia que habían utilizado para lograr que mi madre fuera inmortal. Esperaba que él entendiera mejor su decisión si sabía lo feliz que era. Al parecer resultó. Se angustió aún más al saber la verdad pero su corazón no se rompió en pedazos como pensé que sucedería. Su felicidad era aún más importante para él que todas sus ilusiones de recuperarla algún día.

—Lamento haberte causado tanto dolor pero creo que es mejor que sepas la verdad a que sigas esperando por el resto de tu vida a alguien que nunca vendrá —dije tocando su hombro gentilmente.

—Lo sé, has hecho lo correcto —guardó silencio por un momento y agregó—. Siento la manera en que me comporté al conocerte, eres tan parecida a ella… Realmente estoy feliz de que estés aquí.

Al sentarnos a cenar ambos parecían sentirse mejor. Tenían tanta curiosidad sobre mí que no dejaron de hacerme preguntas. No había forma alguna de que pudieran saber todo sobre mí en solo unas horas, pero parecían estar convencidos de que así sería. Iara me había reprochado por haber llegado tarde a casa, al parecer le había preguntado a todas las personas que habitaban en Naos si sabían dónde me encontraba. Eso me irritaba un poco. Si no hubiera enviado a Lachlan Grey a buscarme podría haber escuchado la respuesta de Aiden. Tuve una sensación extraña al recordarlo y me di cuenta de que en mi subconsciente había estado pensando en él todo este tiempo, pero al estar preocupada por mi abuelo y en cómo explicarle todo, no lo había notado.

Sus palabras resonaban en mi cabeza: «No creo que yo me parezca a ellos, pero tú sí».

Lo más lógico hubiese sido asustarme por lo cerca que estaba de descubrir mi secreto pero no podía dejar de pensar en sus palabras. Mi madre solía cantarme viejas canciones que los hombres habían compuesto sobre los elfos; en ellas eran representados como seres mágicos, de hermosa apariencia y con veloces reflejos. No había hecho magia y no podía pensar que tenía buenos reflejos después de que fingí tambalearme por el sol, lo que significaba que me encontraba atractiva. Tal vez creía que era tan hermosa como una elfa, de la misma manera en yo había pensado que debía ser un elfo por lo atractivo que era. Era un verdadero elogio que pensara en mí de esa manera.

—¿Adhara? —preguntó Iara, inquieta—. ¿Qué tienes? ¿Hay algo malo en la comida?

Volví a la realidad abruptamente, me encontraba cenando con mis abuelos.

—No, lo siento.

—¿Te gustó el pueblo? Lachlan Grey mencionó que hoy pasaste por su tienda. Dijo que parecías una joven encantadora —dijo Iara con una sonrisa.

—Sí, fue amable conmigo —respondí.

—Es un buen muchacho, siempre ayuda a su padre con la tienda. Y es muy apuesto —agregó con una risita.

No era feo si se refería a eso, tal vez algo tosco, pero era difícil encontrar a alguien atractivo luego de conocer al mortal cuya belleza opacaba a la de los elfos.

—¿Conoces a un joven llamado Aiden?

No sabía su apellido pero de seguro sabría a quién me refería; todos se conocían en Naos.

—¿Aiden? —permaneció unos minutos pensativa y negó con la cabeza—. No, no sé de quién hablas.

—Vino aquí hace un tiempo, es de Nihal. Su cabello es del mismo color que el mío y sus ojos… —no había palabras para describir sus ojos—. Son de un intenso marrón.

—Nunca lo he visto ni escuchado acerca de él —dijo Helios—. ¿Dónde lo conociste?

Iara se enfadaría si se enteraba de que había ido sola tan lejos. No quería alimentar su creciente paranoia.

—En el pueblo, cerca de donde se encuentran las tiendas.

—Qué extraño, yo tampoco sé a quién te refieres —dijo Iara—. ¿Te interesa el muchacho?

La pregunta me sorprendió, apenas lo conocía, no sabía nada sobre él a excepción de que era de Nihal. ¿Por qué me interesaría?

—No —respondí.

Supe que era mentira en cuanto dije la palabra. Era el primer humano que conocía que había despertado curiosidad en mí, había algo en él que me intrigaba.

—Tus mejillas se han teñido de rojo —observó Iara.

No respondí. ¿Cómo era eso posible? Mis mejillas no solían sonrojarse así porque sí, debía haber algo mal conmigo.

—¡Adhara! ¿Te has enamorado de él? —preguntó Iara sorprendida.

—Claro que no. ¿Qué clase de pregunta absurda es esa? Apenas lo conozco —respondí indignada.

Mis abuelos intercambiaron miradas alarmadas. No había levantado el tono de voz ni una sola vez desde el poco tiempo en que me conocían. Yo no era así. Mi tono de voz no cambiaba abruptamente sin que fuera consciente de ello.

—La manera en que respondí fue descortés, lo siento —me disculpé.

—No es nada, querida —dijo Iara—. Tal vez debas descansar, hoy ha sido un largo día para ti.

Tenía razón, rara vez me sentía cansada pero algo en mí definitivamente no andaba bien y era mejor si le permitía a mi mente descansar. No habría manera en que ese joven pudiese perturbarme mientras dormía.