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si vive —dijo Cara—, yo lo mato.
Nicci sonrió, pero la idea de que Richard pudiera morir le provocó un renovado aguijonazo de pánico. Era un pensamiento demasiado aterrador para considerarlo siquiera.
Posó una mano en el pecho de Richard mientras soldados de semblante sombrío depositaban su cuerpo inconsciente junto a Kahlan en la parte trasera del carro.
La sangre rezumaba a través de las mantas en las que estaban envueltos tanto Richard como Kahlan. Pero Nicci pudo percibir cómo latía el corazón de aquel, percibir el hálito de la vida en sus pulmones. Kahlan, por suerte, estaba viva igualmente. Por el momento, los dos estaban vivos y eso era lo que más importaba.
—Vivirá —declaró Nicci—. Ambos lo harán, si yo tengo algo que decir al respecto.
A juzgar por lo que había sucedido en la habitación donde los habían encontrado, era sorprendente que ambos estuvieran vivos, y aún más que estuvieran de una pieza. Había sido espantoso tener que extraerlos a los dos de la prisión de ramas y enredaderas cubiertas de espinas en la que habían estado metidos.
—¿Qué es esto? —preguntó Zedd con el entrecejo fruncido.
Nicci abandonó sus pensamientos y tomó el pequeño objeto que le tendía. Parecía ser un trozo de tela enrollada.
—No lo sé. ¿Dónde lo has encontrado?
—En su oreja. —Zedd parecía estupefacto. Agitó un dedo, señalando—. Mira, tiene otro en la otra. —Lo extrajo y lo sostuvo en alto para mostrárselo.
Nicci se agachó y examinó a Kahlan. Ella también los tenía. La hechicera extrajo un pequeño tapón de cada una de las orejas de la Madre Confesora y los sostuvo en alto para mirarlos.
Sonrió, entonces, a la vez que los encerraba en su puño.
—No es de extrañar que estén vivos.
—¿De qué hablas? —preguntó Zedd.
—¿Cuánto sabes sobre las Doncellas de la Hiedra?
Zedd se encogió de hombros.
—Puede que haya oído hablar de ellas cuando era un niño, pero no oí gran cosa. También oí que Richard preguntaba al abad sobre ellas, pero en realidad no sé nada al respecto. ¿Por qué?
Cara tenía cara de querer matar a alguien y de que no le importara demasiado quién fuera.
—A mí sí me gustaría saber algo.
Nicci señaló atrás, ladera abajo, a la espesa ciénaga donde había estado la construcción de la que el muchacho llamado Henrik les había hablado. Podrían no haberla encontrado a tiempo de salvar a Richard y a Kahlan de no haber sido por el muchacho, que era quien los había conducido al sitio donde Richard y Kahlan estaban cautivos.
Zedd usó fuego de mago para destruir el lugar, junto con todo lo que contenía, incluidos los restos sanguinolentos de la Doncella de la Hiedra. No había quedado ni un palito.
—Se dice que el sonido emitido por una Doncella de la Hiedra, si se le permitiera abrir la boca del todo, es el sonido del Custodio mismo y que este arrastrará a la persona que lo emite y a cualquiera que lo oiga al interior del inframundo. El chillido a todo volumen de una Doncella de la Hiedra es la muerte, incluso para ella, de modo que a una edad temprana a las Doncellas de la Hiedra sus madres les cosen la boca, antes de que puedan desarrollar por completo una voz.
—¿Y el padre permite que la madre le cosa la boca a su hija? —preguntó Cara.
Nicci alzó la mirada.
—Las Doncellas de la Hiedra, al igual que algunas arañas, someten y luego le succionan la sangre al varón una vez que han copulado.
—Encantador —dijo Cara por lo bajo.
—¿Cómo sabes todo eso? —preguntó Zedd.
Nicci miró al mago enarcando una ceja.
—En una ocasión fui una Hermana de las Tinieblas, ¿recuerdas? Las Hermanas de las Tinieblas sirven al Custodio del inframundo. Sabemos muchas cosas sobre el mundo de los muertos y aquellos que están consagrados a él.
Zedd se rascó el mentón y cambió de tema.
—Así pues, ¿crees que Richard y Kahlan están vivos porque se taponaron las orejas con esos tacos de tela?
Nicci se inclinó y posó dos dedos sobre la frente de Kahlan.
—Aquí, compruébalo tú mismo.
Zedd añadió el dedo índice y el medio a la frente de Kahlan.
—¿Qué percibes? —preguntó Nicci mientras observaba con atención sus ojos.
Zedd tenía el entrecejo fruncido.
—No lo sé. Alguna clase de… oscuridad. —Alzó los ojos de repente hacia ella—. Es la misma cosa que noté la última vez que intenté curarla.
Nicci asintió. Le complacía que el mago lo reconociera. Haría que lo que tenían que hacer fuera más fácil.
—Eso es el contacto de la muerte que la Doncella de la Hiedra lleva consigo.
Cara mostró de improviso un semblante más que alarmado.
—¿Quieres decir que llevan la muerte dentro de ellos… que van a morir?
—No si yo me ocupo de ello —respondió Nicci—. Fueron tocados no tan sólo por los encantamientos arcanos de la Doncella de la Hiedra, sino, lo que es más importante, por su alarido, tocados por la misma muerte.
—Pero tú puedes curarlos —dijo Cara.
No era una pregunta, pero Nicci la respondió como tal.
—Estoy bastante segura de que puedo, ahora que la Doncella de la Hiedra ha muerto y no tiene conexión con ellos. —Inspiró profundamente—. Richard debe de haber cortado las tiras de cuero que cosían la boca de esa mujer. Por suerte, fue lo bastante listo como para taponar primero sus oídos y los de Kahlan. Ello no impidió que el sonido penetrara, que la muerte penetrara, pero lo mitigó.
—De modo que fueron tocados por la muerte mediante la Doncella de la Hiedra… —repuso Zedd—. ¿Y es eso lo que percibo en ella?
Nicci asintió por fin.
—Eso me temo.
—Pero tú puedes curarlos —manifestó Zedd, de un modo muy parecido a como lo había hecho Cara.
—Eso creo —respondió ella—. Fui una Hermana de las Tinieblas. Conozco estas cosas. Pero no puedo hacerlo aquí. Necesito hacerlo en un campo de contención.
—El Jardín de la Vida —dijo Cara al instante—. Eso es un campo de contención.
Nicci sonrió a Cara y luego hizo una seña a Benjamín. El carro empezó a moverse con una sacudida.
—Por eso quiero tenerlos de vuelta allí lo antes posible. Zedd y yo podemos mantenerlos con vida durante un tiempo, y curar sus heridas, pero necesitamos llevarlos de vuelta al Jardín de la Vida para curarlos por completo, para erradicar de ellos el contacto de la muerte. —Señaló a Henrik, sentado junto al soldado que conducía el carro—. Él fue tocado por los poderes de la Doncella de la Hiedra y también necesitaría ser curado, pero no es tan grave en él. Él no oyó la llamada de la muerte.
La fila de soldados de caballería acercó los caballos para colocarlos alrededor del carro a modo de protección mientras este avanzaba. Las nubes gris acero estaban tan bajas que penetraban a hurtadillas a través de las copas de los árboles, como si escoltaran a los intrusos lejos de las Tierras Oscuras.
Tras haberlo meditado, Cara seguía sin parecer satisfecha.
—¿Por qué no puedes curarlos ahora? —quiso saber—. ¿Por qué tienes que esperar hasta que regreses a al Jardín de la Vida?
—Han sido tocados por la muerte. Necesitamos un campo de contención que los proteja mientras hacemos lo que necesitamos hacer. Tenemos que curarlos, pero para hacer eso también debemos extirpar el contacto de la muerte que está alojado en su interior. Si intentamos hacerlo aquí, ese contacto de la muerte llamará al Custodio de los muertos a su lado, y ellos morirán. Por lo tanto, debemos esperar hasta que podamos hacerlo en un campo de contención, en el Jardín de la Vida.
—¡Oh! —repuso la mord-sith—. Supongo que eso tiene sentido.
—La máquina de los presagios también está en ese campo de contención —le recordó Zedd.
—¿Tienes una idea mejor? —preguntó Nicci.
—Supongo que no —rezongó él con tristeza.
—Esa máquina les salvó la vida —dijo Nicci—. ¿Recuerdas la última cosa que dijo a Richard? «Tu única posibilidad es dejar que la verdad escape». La máquina le dijo a Richard cómo destruir a una Doncella de la Hiedra. Yo ni siquiera sabía hacer eso. Richard lo resolvió.
Las pobladas cejas de Zedd se arrugaron.
—¿De verdad lo crees?
Nicci sonrió a las dos figuras que yacían inconscientes en el carro.
—¿Por qué crees que taponó sus orejas?
Una lenta sonrisa apareció en el rostro del anciano.
—El muchacho lo hizo bien. —Volvió a fruncir el entrecejo—. ¿Por qué supones que la máquina le contó eso… le salvó la vida?
—¿No es evidente? —inquirió Nicci.
—¿Evidente?
Mientras caminaban a cada lado del carro, Nicci dedicó al mago una mirada de soslayo.
—La máquina lo necesita.
—Lo necesita —repitió Zedd, nada contento.
—Para cumplir su propósito —siguió Nicci.
—Lo recuerdo —volvió a refunfuñar—. Cualquiera que sea su propósito —añadió por lo bajo.
Nicci posó una mano sobre el pecho de Richard mientras caminaba junto al carro, liberando un reconfortante hilillo de sustentadora Magia de Suma dentro de él a la vez que le hacía saber que no estaba solo con el murmullo de la muerte en su interior. En el otro lado del carro, Zedd hizo lo mismo por Kahlan.
La hechicera vio que Richard inspiraba más profundamente. Él sabía que ella estaba allí. Incluso aunque no pudiera contestar, en algún lugar en lo profundo de su ser, él lo sabía.
Nicci osó dejar atrás su pánico. Los dos estaban por fin a salvo. Había sido un viaje espantoso. Sabiendo la dirección que había tomado Richard, Nicci no había esperado volver a verle vivo. Al menos por el momento, estaban en buenas manos, y se recuperarían una vez que estuvieran de vuelta en el palacio y Zedd, Nathan y ella pudieran curarlos como era debido.
La hechicera sentía tal alivio que carecía de palabras para expresarlo del todo. También estaba enfadada con Richard por haber ido tras una Doncella de la Hiedra. Ella lo había avisado. Le había contado lo peligrosas que eran. Le había dicho que se mantuviera alejado de Doncellas de la Hiedra. Pero él había ido de todos modos.
Suponía que no había tenido elección. Tenía que ir en busca de Kahlan. ¿Quién, sino Richard, entraría en la guarida de una Doncella de la Hiedra para salvar a la mujer que amaba?
¿Quién sino Richard?
—Hacen una bonita pareja ahí tumbados juntos —dijo Cara a la vez que les dedicaba una mirada.
El rostro de la mord-sith enrojeció de repente.
—No les dirás que yo dije eso. —Una vez más, no era una pregunta.
Nicci sonrió; por primera vez en muchos días, sonrió de verdad.
—Ni una palabra —contestó.
—Estupendo —masculló Cara, y miró en dirección a la cabecera de la fila de soldados—. General, ¿podríais hacer que esta columna avanzara un poco más deprisa? ¡Tenemos que regresar al palacio!
Benjamín miró atrás con una sonrisa y dedicó a su esposa un saludo llevándose un puño al corazón, luego espoleó a su caballo.