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y entonces supo el motivo.
Richard comprendió el último mensaje de Regula.
Pero no sabía si podría servirle de algo. Aunque la mitad inferior de su torso estaba atrapada en las enredaderas llenas de espinas, sus brazos empezaban a recuperar las fuerzas, y todavía estaban libres, así que se estiró en dirección a Kahlan y alargó la mano para tocarle la cara, esperando que de algún modo ella supiera que él estaba allí a su lado. Kahlan estaba inconsciente y no respondió. Richard tenía que hacer algo, y deprisa.
Las criaturas que bailaban por toda la habitación parecieron pensar que era divertido ver su afecto por Kahlan, y se burlaron de él, remedando sus gestos a la vez que se regodeaban ante lo que sabían que iba a sucederles a ambos.
Jit reanudó su tarea de añadir pizcas de esto y aquello que sacaba de tarros al fuego lento del cuenco del centro de la habitación. De vez en cuando cogía del suelo una vara delgada decorada con brillantes plumas verdes, pieles de serpiente y monedas relucientes para dibujar hechizos en ceniza contenida en bandejas planas.
Formas espectrales ascendían en espiral del fuego a medida que ella pronunciaba palabras arcanas con quedos chirridos y chasquidos guturales. Cada voluta de humo se fusionaba en una figura deformada que parecía como si hubiese sido liberada de los confines más siniestros del inframundo.
Mientras Jit trabajaba, y las criaturas que retozaban lo zaherían, Richard arrancó subrepticiamente pedazos pequeños de tela a su camisa hecha jirones y los enrolló entre el índice y el pulgar.
Cuando tuvo dos de ellos que juzgó que eran más o menos del tamaño correcto, se inclinó hacia Kahlan para fingir que volvía a acariciarle la cara. Torcer el cuerpo a un lado de aquel modo movió las espinas adheridas a sus piernas, pero no tenía otra opción que soportarlo. Oyó unas grotescas risotadas a su espalda de aquellas que observaban y aguardaban a que Jit terminara su tarea.
Con la mano izquierda, de modo que cubriera la cara de Kahlan y ocultara lo que hacía, Richard deslizó uno de los pedazos de tela enrollada en el interior de una de las orejas de su esposa. Con un dedo lo empujó para encajarlo. Sin una pausa, hizo lo mismo en la otra oreja.
Una garra agarró su muñeca izquierda y tiró hacia atrás de ella. Otras manos enrollaron una enredadera a su brazo y lo sujetaron contra la pared. Otras criaturas más le colocaron una enredadera cubierta de espinas atravesada sobre la cintura. La fuerza de Richard no sirvió de nada contra aquellas criaturas no muertas.
Trabajando tan deprisa como podía con la mano libre, introdujo un trozo enrollado de tela procedente de la destrozada camisa en cada una de sus propias orejas.
Recordó lo que la máquina le había contado.
«Tú única posibilidad es dejar que la verdad escape».
Necesitaba hacer algo que la Doncella de la Hiedra no esperara. Cuando Jit se volvió de nuevo hacia él, Richard le sonrió, burlón.
Todas las criaturas retrocedieron, murmurando para sí ante su desconcertante comportamiento. Lo inesperado les resultaba aterrador.
Él volvió a dedicar a la Doncella de la Hiedra una sonrisa muy premeditada para hacerle saber que sabía algo que ella desconocía.
Él sabía la verdad.
La Doncella de la Hiedra, con el semblante ensombreciéndose peligrosamente, lo miró iracunda.
Richard necesitaba conseguir que se acercara más.
—Me tienes a mí —dijo a la vez que sonreía de oreja a oreja—. Deja marchar a Kahlan y cooperaré con todo lo que quieras.
Una de las figuras refulgentes, a la que faltaba una mano, le dio un golpecito con un dedo.
—No necesitamos tu cooperación —dijo.
—Sí que la necesitáis —respondió él con absoluta convicción mientras sonreía a la Doncella de la Hiedra—. Necesitáis saber la verdad.
La figura encapuchada frunció el entrecejo.
—¿La verdad?
Volvió la cabeza y habló a Jit en el extraño idioma de esta.
La Doncella de la Hiedra miró a su compañera frunciendo a su vez el entrecejo mientras escuchaba, luego se acercó a él. Él era mucho más alto que ella, pero la mujer no lo temía.
Debería haberlo temido.
Jit sonrió con la mueca más perversa que él había visto nunca, con los labios separándose todo lo que el cuero permitía.
Richard utilizó la mano libre para sacar su cuchillo de la funda que llevaba colgada del cinto. Era una sensación agradable tener un arma cortante en la mano. Un cuchillo significaba la salvación. Este era tan afilado como la verdad misma.
La Doncella de la Hiedra no sintió miedo de su cuchillo, y por una buena razón. Al fin y al cabo, la espada había demostrado carecer de poder contra ella.
Richard sabía que utilizar un cuchillo para intentar herir a Jit sería no tan sólo inútil, sino un error fatal. El aura de poderes de la mujer protegía a esta de cualquier intento de herirla. Ella había demostrado que su espada no podía hacerle daño, de modo que era indudable que no temía a un simple cuchillo.
Debería haberlo temido.