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richard se acuclilló al aterrizar en el suelo. Formas encapuchadas y refulgentes flotaban en un lado mientras figuras salidas de una pesadilla, agitando sus descarnadas extremidades, danzaban por la habitación, alzando mucho las piernas para luego golpear el suelo con los huesudos pies y hacer que toda la estancia resonara. Con las cabezas echadas atrás y dientes afilados, todas salmodiaban extraños sonidos guturales.
Aquellos sonidos le erizaron los pelos del cogote. La escena le hizo aferrar con más fuerza aún la espada.
Una neblina de humo acre flotaba en el ambiente. El intenso olor a sangre fresca cubría incluso el hedor de la muerte.
Una mujer menuda en el centro de la habitación, sorprendida por el intruso, se volvió para mirarlo fijamente con enormes ojos negros.
Tenía los labios cosidos con tiras de cuero.
Sus manos y uñas estaban cubiertas de innumerables capas de mugre. El rostro lucía una pátina oscura de suciedad y hollín gris. Sangre fresca, de un rojo intenso, centelleaba en su barbilla. Richard la vio beber del cuenco que la mujer sostenía.
En medio de aquel caos, Richard no pensó que pudiera ser otra que la Doncella de la Hiedra en persona.
Y entonces, en el otro extremo, donde unas figuras resplandecientes flotaban, divisó a Kahlan. Parecía como si estuviera atrapada tras el tejido mismo de la pared. Todas las ramas y enredaderas que la tenían apresada la sostenían en alto, pero por el modo en que estaba desplomada, parecía estar inconsciente.
Posando la palma de la mano sobre el pecho de la mujer, Richard apartó a esta de un violento empujón a la vez que corría hacia Kahlan. Tras la advertencia de Nicci, no quería arriesgarse a usar su espada contra la Doncella de la Hiedra.
Las figuras refulgentes se volvieron hacia él. Sus pútridos ojos amarillos llamearon con desenfrenado odio y, más allá de los bordes de sus refulgentes capuchas azuladas, la carne arrugada de sus rostros grotescos, picados de viruelas y cubiertos de verrugas y llagas purulentas, se contrajo mientras aullaban furiosas. Con manos nudosas y deformadas, todas intentaron agarrarle.
La punta de la espada silbó en el aire cuando Richard la blandió contra ellas. Las figuras relucientes se desvanecieron cuando la hoja pasó a través de ellas, para reaparecer una vez que hubo pasado.
Richard apenas si lo advirtió. Tenía toda la atención puesta en Kahlan. Esta tenía toda la parte delantera cubierta de sangre, y pudo ver desgarrones provocados por mordiscos en su abdomen, junto con hileras de punciones más pequeñas y penetrantes en sus hombros y cuello. La sangre que le descendía por el cuerpo había ocultado en un principio el hecho de que estuviera desnuda. También estaba inconsciente.
Al ver lo que le habían hecho, Richard fue presa de una ira desenfrenada, blandiendo la espada contra todo lo que lo rodeaba. Las criaturas huesudas que salmodiaban mostraron los colmillos, chasqueando los dientes, y arremetieron contra él.
La espada giró en redondo con demoledora potencia, astillando extremidades y cráneos. Una lluvia de fragmentos procedentes de manos y brazos, cabezas, y afilados dientes inundó el aire. Pero incluso mientras golpeaba a las diabólicas criaturas, cercenando brazos, piernas y cabezas, más de ellas arremetían contra él. Alargaban los brazos, arañándole la carne con manos que eran como garras.
Richard luchó más duro todavía, sin pausa. Su espada abatía a cualquiera que estuviera lo bastante cerca. Varias extremidades y cuerpos decapitados yacían amontonados a sus pies. A medida que penetraba en las filas de seres que avanzaban, la espada también acuchillaba paredes, rompiendo tarros y jarras. Fragmentos de cristal volaban por los aires. Pedazos de ramas y enredaderas arrancados de las paredes rodaban por la habitación. Pero la espada no parecía reducir el número de seres esqueléticos que corrían por la habitación, ya que muchísimos más fluían al interior igual que hormigas desde los oscuros pasillos situados a los lados y al fondo.
Las figuras refulgentes se abalanzaron sobre él, desgarrándole la camisa. Finalmente le agarraron los brazos, abrumándolo con su mayoría numérica. Una vez inmovilizada la espada, el grupo de criaturas larguiruchas correteó hasta allí, alargando los rostros hacia él con las mandíbulas bien abiertas para mostrar sus amenazadores dientecillos afilados. En un instante se lanzaron sobre él.
Richard alargó el brazo atrás e intentó agarrar a una de las figuras refulgentes por la garganta, pero esta profirió una carcajada socarrona a la vez que se evaporaba, convertida en humo, para materializarse otra vez cerca de él, sujetándole todavía la muñeca. El ser abrió de par en par las mandíbulas para mostrarle los colmillos a la vez que arremetía contra él. Richard se agachó a un lado al tiempo que las mandíbulas de la mujer se cerraban con un chasquido, sin alcanzarlo.
Con un frenético esfuerzo, Richard giró, desprendiéndose de todas las manos; pero entonces Jit apareció de improviso justo delante de él, y le arrojó un puñado de lo que parecía polvo negro.
El polvo lo golpeó igual que una barra de hierro estrellada contra su rostro. Cayó al suelo y la espada resbaló fuera de su mano. Con dedos esqueléticos, las criaturas huesudas arrastraron lejos el arma.
Manos sarmentosas con aspecto de garras fueron hacia él, agarrándolo de nuevo e inmovilizándolo. Dientes pequeños y afilados desgarraron su camisa, convirtiéndola en jirones. Aún más de las criaturas esqueléticas se apelotonaron sobre él y empezaron a morderle el pecho y el estómago.
A Richard le costaba mover brazos y piernas. Estaba aturdido y no parecía capaz de conseguir que sus ojos vieran con nitidez.
Jit dijo algo en un extraño lenguaje formado por chirridos y chasquidos, y las manos que rodeaban a Richard alzaron a este y lo estrellaron contra la pared, junto al lugar donde Kahlan estaba embutida. Él intentó llamarla, pero no parecía capaz de emitir ningún sonido. De hecho, advirtió que respiraba con dificultad. El polvo que Jit le había arrojado le quemaba los pulmones.
Sintió un fuerte dolor punzante en las piernas cuando las espinas de las enredaderas que las criaturas le enrollaban se clavaron en su carne. Iban a embutirle en la pared igual que a Kahlan, igual que otros que podía ver entretejidos en las paredes.
Al mismo tiempo que una de las diabólicas criaturas, con la piel cubierta de una pátina de limo de un negro verduzco, hundía los colmillos en su estómago, otra empujó un cuenco contra él para recoger la sangre. Cuando tuvo suficiente, se lo llevó a toda prisa a Jit.
Sosteniéndolo con ambas manos, la Doncella de la Hiedra bebió con glotonería del cuenco. Debido a las tiras de cuero que mantenían sus labios cosidos muy juntos e impedían que abriera demasiado la boca, la mujer tuvo dificultades para beber, por lo que parte de la sangre se escurrió por su rostro y goteó al suelo desde la barbilla.
Las criaturas huesudas, que parecía como si fueran sirvientes del mismísimo Custodio, se movían agachadas, alzando mucho las rodillas y dando pisotones en el suelo mientras acompañaban a Jit, apelotonándose junto a ella igual que leales perritos falderos. Mientras la mujer caminaba emergían cucarachas a sus pies para beber la sangre de Richard que le goteaba de la barbilla.
Jit habló entonces en aquel extraño idioma de chirridos y chasquidos.
Una de las figuras refulgentes cubierta con una capa con capucha flotó rápidamente hasta él, apuntándole al rostro con un dedo.
—Ella dice que también tú, al igual que la Madre Confesora, pronto serás un muerto viviente.
Richard recordó lo que el soldado le había dicho en el palacio. Había dicho que en las Tierras Oscuras los muertos deambulaban por el territorio. Richard supo ahora que no era una superstición.
Y se preguntó por qué tenía la boca cosida la Doncella de la Hiedra…