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bien agachado, Richard avanzó con cuidado por la parte superior del complejo construido a base de ramas y enredaderas entrelazadas. Por suerte, parecía ser lo bastante resistente como para soportar su peso sin combarse y sin crujir cuando avanzaba por él. La llovizna lo estaba volviendo resbaladizo, no obstante. Peor aún, la llovizna hacía que lugares en los que crecía musgo y moho resultaran tan resbaladizos como el hielo. Por suerte, la naturaleza tosca e irregular de las ramas proporcionaba algo de sujeción a sus botas.
La estructura entretejida era sorprendentemente grande, en algunos lugares se dispersaba por la ciénaga en distintas direcciones, con secciones de mayor tamaño. El problema de Richard era dilucidar dónde estaba Kahlan en aquel laberinto de habitaciones y pasillos. Tenía que acertarlo a la primera. Dudaba de que una vez que todo empezara fuera a tener una segunda oportunidad.
Por todas partes, árboles de corteza lisa se alzaban en las turbias aguas sobre marañas de raíces gruesas. Sus extensas ramas sostenían velos de musgo de un gris verdoso. El agua alrededor de los árboles estaba cubierta en algunos sitios de una gruesa capa de pequeños bulbos verdes flotantes, lo que le proporcionaba el aspecto de una alfombra de césped. Richard sabía que debajo acechaban criaturas aguardando a los incautos.
En algunos lugares la estructura construida con ramas y enredaderas estaba sujeta a los enormes árboles. Eran tantas la enredaderas gruesas que descendían de los árboles que había puntos en los que Richard tenía dificultades para atravesarlos. En otros lugares tenía que agachar la cabeza debido a las ramas bajas, y en otros más tenía que apartar gruesas telarañas de musgo para pasar.
Quería ir más deprisa, pero mientras seguía adelante por la resbaladiza parte superior de la estructura necesitaba ser tan silencioso como fuera posible para no alertar a ninguna de las personas que hubiera abajo.
En la ciénaga, los gritos agudos de los animales resonaban sobre los tramos de agua oscura. Cuando echó una ojeada por encima de la pared inclinada de la estructura y vio sombras moviéndose bajo el agua fangosa, Richard se recordó que debía tener cuidado. Si la caída no lo mataba, alguna otra cosa probablemente lo haría. En otros lugares, garcetas blancas de largas patas permanecían de pie sobre raíces, aguardando a que peces desprevenidos pasaran por su lado. Desde debajo del agua, otras criaturas cazaban a las garcetas. Cuando siguió adelante, tuvo que esquivar una serpiente venenosa de listas amarillas y rojas que descansaba sobre una rama baja situada en su camino.
Richard se paró en seco, escuchando. En una pausa entre los ululatos, el piar de pájaros y los gritos de animales, le pareció oír una salmodia. Se acuclilló, colocando una mano sobre el techo para mantener el equilibrio a la vez que se inclinaba hacia adelante y escuchaba. Aun cuando no podía captar ninguna palabra que reconociera, estaba seguro de que era alguna clase de griterío o salmodia. Era difícil saber con exactitud de dónde procedía. Los extraños sonidos no se parecían a nada que hubiera oído antes.
Al agacharse aún más, para mirar por debajo de las tenues cortinas de musgo, distinguió lo que parecían zarcillos de niebla. Pensó que podría ser humo. Siguió adelante, para poder ver mejor, y descubrió que era humo sin lugar a dudas. No era humo que ondulara, como el de una hoguera, sino más bien finas volutas de humo blanquecino. Posiblemente lo estaban utilizando en un ritual místico. A medida que se acercaba más, Richard pudo oler al humo acre. Estaba impregnado con el hedor de algo muerto.
Cuando alcanzó la zona amplia donde lo había divisado, allí no había ninguna chimenea. El humo sencillamente se filtraba hacia lo alto a través del entretejido de ramas. Pudo oír el enloquecido cántico, los golpeteos y la conmoción justo debajo de él.
Muy despacio, con sumo cuidado y tan en silencio como pudo, Richard desenvainó la espada. No creía que pudieran oírle por encima de todo el ruido que había abajo, pero no iba a correr riesgos. El acero siseó quedamente al salir.
Él ya había decidido, por todo lo que sabía, que nada de lo que estuviera sucediendo debajo de él podía ser algo bueno. Sabía que a Henrik lo habían arrastrado a ese lugar tras haber sido enviado a obtener fragmentos de su piel y de Kahlan, y que estaba cubierto de sangre. Sabía que Kahlan, mediante alguna clase de encantamiento arcano que involucraba la piel que Henrik le había llevado a la Doncella de la Hiedra, también había sido obligada a acudir a ese lugar.
No se hacía ilusiones. Iba a ser una lucha a muerte.
La cólera de la espada lo recorrió, mezclándose con su propia ira porque hubieran hecho prisionera a Kahlan. Ni siquiera estaba seguro de si ella seguía viva, y tuvo que hacer un supremo esfuerzo para controlar la furia que martilleaba por sus venas y concentrarse en lo que necesitaba hacer.
Richard recordaba muy bien las advertencias de Nicci sobre la Doncella de la Hiedra. Ella había dicho que él no tenía modo de defenderse de sus poderes, y eso significaba que su espada no funcionaría contra ella. Ya había pasado por esa experiencia, así que se tomó muy en serio la advertencia de la hechicera.
No había muchas cosas que pudieran hacerse al respecto en aquellos momentos, sin embargo. No tenía elección y tampoco tiempo para conseguir ayuda. Tenía que actuar.
Pero la advertencia de Nicci no significaba que su espada no fuese a funcionar contra otros, y podía oír a muchos otros debajo de él.
Su única posibilidad era la sorpresa, la rapidez de acción y la violencia.
Pasó la espada a través de la parte interior del brazo, dejando que hiriera la carne para que probara la sangre. Una gota carmesí descendió por la acanaladura de la espada y goteó al suelo desde la punta.
Richard alzó la hoja manchada de sangre y se tocó la frente con ella.
—Hoja, sé certera en este día —musitó.
Richard sabía que tenía que ser rápido. Con toda su furia y energías, alzó la espada por encima de la cabeza, deteniéndose sólo un instante, y luego la descargó contra el suelo, entre las piernas, que mantenía bien separadas, cortando a través de la urdimbre.
El sonido del arma al partir la gruesa estera de material entretejido desgarró el opresivo aire de la ciénaga.
Apretó los puños con fuerza contra el pecho, sostuvo la espada vertical, juntó las piernas y se dejó caer a través de la tosca abertura.
Aterrizó en mitad de un frenesí demencial.