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richard estaba mirando fijamente a través de la llovizna la entrada en forma de túnel construida a base de cañas y ramas entrelazadas. Pensó que parecía demasiado acogedora. Todo el sendero esmeradamente cuidado a través del pantano de la Trocha de Kharga resultaba demasiado fácil, demasiado sencillo, era demasiado tentador el modo en que animaba a los visitantes a entrar.

Se preguntó dónde estaba la araña.

Sabía que Kahlan había ido en esa dirección. Lo sabía porque le había seguido la pista hasta allí. Había visto el lugar donde había caído del caballo y resbalado por la empinada ladera. Había visto sus pisadas, haciendo eses, alejándose del sendero para luego regresar a él.

Sabía por las huellas que ella ya apenas si podía tenerse en pie. Podía ver por las marcas titubeantes e inseguras que dejaba hasta qué punto estaba extenuada.

La habría alcanzado mucho antes si no hubieran matado a su caballo. Había sucedido después de oscurecer, cuando un enorme jabalí había arremetido contra ellos surgiendo de la maleza. No era época de apareamiento pero los jabalíes podían ser agresivos en cualquier época, y este lo había sido. Cuando el caballo cayó al suelo, los colmillos afilados como cuchillas del jabalí desgarraron el vientre del animal. Richard atravesó al jabalí con su espada, pero ya era demasiado tarde. Tras matar al jabalí, no tuvo otra opción que sacrificar al caballo para ahorrarle sufrimientos. No había habido nada que pudiera hacer por el desdichado animal.

Muerto su caballo, mucho de la última parte de la carrera para atrapar a Kahlan la había efectuado a pie. Había considerado la opción de abandonar el rastro de su esposa e ir en busca de otro caballo, pero, al no conocer la zona, temió que la búsqueda le llevaría demasiado tiempo, de modo que había seguido adelante.

Debido a que estaba tan enferma y débil, Kahlan no había viajado tan deprisa como podría haberlo hecho. No le llevaba tanta delantera. Pero sí había ido lo bastante deprisa como para que no pudiera alcanzarla a pie.

Mientras permanecía ante aquella entrada en forma de túnel, oyó a alguien que corría hacia él. Por la zancada y el peso de las pisadas, pensó que tenía que ser una persona terriblemente pequeña.

Al cabo de un instante, un muchacho salió corriendo como una flecha.

Llevaba una de las camisas de Kahlan.

Richard dobló una rodilla en tierra y pasó un brazo alrededor de la cintura del muchacho para atraparlo. Él chico parecía arder de fiebre.

—¿Henrik?

El muchacho, con lágrimas de pánico corriéndole por el rostro, dejó de forcejear y pestañeó.

—¿Lord Rahl?

—¿Qué estás haciendo aquí?

La barbilla del muchacho se arrugó a la vez que le afloraban nuevas lágrimas.

—La Doncella de la Hiedra, Jit, me tenía… Me metió en las paredes… junto con los otros…

—Ve más despacio. ¿Qué quieres decir con que te «metió en las paredes»?

Richard podía ver que el muchacho estaba cubierto de sangre procedente de heridas que tenía por todos los brazos y las piernas. La camisa también tenía manchas de sangre.

—Los espíritus de Jit utilizaron ramas y enredaderas para atarme dentro de las paredes. Están llenas de espinas… —Henrik señaló al interior del túnel—. La Madre Confesora llegó y me salvó. Consiguió sacarme. Le dije que huyera, pero creo que la cogieron.

La mente de Richard trabajaba a toda velocidad, tratando de comprender qué sucedía a la vez que intentaba decidir qué hacer. Tenía que entrar allí y ayudar a Kahlan, pero también sabía que la Doncella de la Hiedra estaría esperando a cualquiera que entrara en su guarida. No podía ayudar a Kahlan si también lo capturaba.

Agarró a Henrik por los hombros.

—¿Harás algo por mí?

El muchacho se limpió la nariz con el dorso de la mano.

—¿Qué?

—Otras personas vendrán en esta dirección. Necesito que salgas a su encuentro y les digas…

—¡Pero los perros me cogerán!

—¿Los perros?

—Los perros que me persiguieron hasta aquí. Iban tras de mí, cuando estaba en el palacio con mi madre… Vinieron en mi busca y huí. Tenía que escapar. Tenía que hacerlo. La Madre Confesora dijo que también la persiguieron hasta aquí.

Richard empezaba a comprender. Sacudió la cabeza.

—No, eso sólo te lo pareció. No eran reales. Fue alguna clase de magia que la Doncella de la Hiedra usó para hacerte venir aquí. Nos arañaste, ¿recuerdas?

Henrik asintió.

—Lo lamento, pero no pude evitar hacerlo.

—Lo sé. Lo comprendo. Visitaste a la Doncella de la Hiedra antes, cuando estabas enfermo. Tu madre te trajo aquí. Creo que la Doncella de la Hiedra utilizó alguna clase de magia para obligarte a arañarnos. Luego tú regresaste aquí después de eso, ¿cierto? Los perros te persiguieron.

Henrik volvió a asentir.

—Así es. La Doncella de la Hiedra cogió la piel de debajo de mis uñas con las que os arañé a ambos, y la utilizó con su magia, pero sólo pudo encontrar un poco de la que procedía de la Madre Confesora. Ya no quedaba nada en las uñas con las que os arañé a vos cuando llegué aquí.

Richard empezaba a comprender lo sucedido.

—Escucha, ningún perro te está persiguiendo. No era más que un truco para hacerte regresar aquí. No creo que vayas a volver a verlos. La Doncella de la Hiedra ya no tiene motivos para hacer que te persigan hasta aquí.

Henrik mostró un semblante escéptico.

—Si vos lo decís, lord Rahl…

—Es necesario que me creas. Sé que tengo razón. Ahora, esto es muy importante. Necesito que regreses por donde viniste y encuentres a mis amigos, que vienen en esta dirección. Necesito que los traigas aquí. Voy a entrar ahí para sacar a Kahlan. Pero voy a necesitar la ayuda de mis amigos cuando salga. Necesito que digas a mis amigos dónde estoy y que los traigas aquí enseguida. ¿Puedes hacer eso?

—Sí, lord Rahl. Lo haré. ¿Me perdonaréis entonces por lo que os hice a vos y a la Madre Confesora?

—Desde luego. No fue culpa tuya. Te estaba utilizando una persona malvada. Ahora, ponte en marcha a toda prisa. No hay un momento que perder.

Henrik asintió y salió disparado por la pasarela entretejida.

Richard se puso en pie y contempló la construcción.

Y a continuación empezó a encaramarse a la parte superior.