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mientras conducía su montura entre los enormes pinos, Kahlan miraba con frecuencia atrás para controlar lo cerca que pudieran estar los perros. Los descomunales árboles que se alzaban sobre su cabeza ocultaban casi todo el cielo. Las ramas más bajas quedaban muy lejos de su alcance. Nubes plomizas oscurecían aún más el día, dejando el sotobosque convertido en un mundo sombrío por el que el caballo intentaba orientarse.

La llovizna se acumulaba en las agujas de los pinos hasta que las gotas eran lo bastante gruesas como para caer. Aquellas gotas gruesas y aleatorias salpicándole el rostro tenían un efecto perturbador. Kahlan estaba helada, mojada y se sentía desdichada. Tenía que concentrarse para localizar el borroso sendero. En algunos lugares, espesos helechos cubrían cualquier indicio de la poco transitada ruta a través del selvático bosque.

Al haber nacido en un palacio, Kahlan no era una experta en seguir senderos poco claros. En sus deberes como Confesora, siempre había viajado por calzadas y caminos situados entre las poblaciones de la Tierra Central. También la había escoltado siempre un mago. Eso parecía tan lejano que daba la impresión de haber sucedido en otra vida.

Hasta cierto punto, los perros ayudaban a guiarla, en el sentido de que sólo le dejaban una dirección en la que pudiera ir. Ella sólo tenía que encontrar suficientes puntos de apoyo para los cascos del caballo. Si abandonaban el sendero no había forma de saber en qué problemas podían meterse. Guiaba a su montura con cuidado porque había agujeros entre las rocas y los troncos caídos, y estos podían atrapar y partir las patas del animal. Podrían ir a parar a un precipicio, a un desfiladero infranqueable o a un lugar tan tupido como para resultar impenetrable. Si eso sucedía, la jauría de perros salvajes la atraparía y todo acabaría.

No quería morir allí, en mitad de un bosque, abatida por perros, despedazada, devorada y abandonada para que los carroñeros dejaran bien limpios sus huesos.

Necesitaba permanecer en la relativa seguridad del sendero para mantenerse por delante de sus perseguidores. Además de buscar pequeñas indicaciones a poca distancia, Kahlan escudriñaba continuamente la zona más amplia que tenía delante, buscando indicios reveladores de adónde iba el sendero.

Pensar en Richard le produjo una punzada de angustiosa añoranza. No había pensado mucho en él en los últimos días. Estaba tan desesperada por escapar que apenas era capaz de pensar en ninguna otra cosa que no fuera huir y permanecer lejos de la aullante jauría.

Le dolía el brazo. Su cabeza parecía a punto de estallar. Estaba tan exhausta que apenas podía ya permanecer derecha sobre el caballo. Peor aún, tenía tanta fiebre que temía perder el conocimiento.

Supuso que si estaba inconsciente podría ser el mejor modo de morir. Podría ser una bendición desmayarse cuando la jauría la atrapara.

Con el dorso de la mano, Kahlan se secó una lágrima de la mejilla. Echaba tanto de menos a Richard… Él debía de estar loco de preocupación por el hecho de que ella llevara desaparecida tanto tiempo. Sintió vergüenza por no haberle hecho saber de algún modo lo que había sucedido.

Varios de los perros corrieron de improviso hacia ella surgiendo de la maleza, arremetiendo contra sus piernas. Presa del pánico, Kahlan instó al caballo a correr. Gruesas ramas de pino la azotaron mientras corría temerariamente a través del bosque. Una le golpeó el hombro, casi derribándola del caballo.

De improviso, el caballo frenó con un patinazo. El terreno situado al frente caía abruptamente. El caballo no podía bajar por aquel terraplén tan empinado. Temió que se hubieran salido del sendero, y que ahora estuvieran atrapados. Kahlan miró atrás. Los perros iban hacia ellos.

Cuando los perros empezaron a ladrar y a aullar ante la expectativa de tenerla acorralada, el aterrado caballo se alzó de repente sobre los cuartos traseros. Sin una silla de montar había muy poco a lo que agarrarse. Kahlan intentó sujetarse a las crines cuando empezó a resbalar del lomo, pero no lo consiguió.

En un abrir y cerrar de ojos, aterrizó en el suelo con un potente golpe sordo. Aturdida por el impacto, gimió de dolor. Había aterrizado sobre el brazo infectado. Con el brazo bueno sostuvo el brazo dolorido contra el abdomen.

Antes de que pudiera agarrar la cuerda del caballo, este salió huyendo al interior del bosque. En cuestión de segundos ya no pudo verlo. Pero sí pudo ver a los perros brincando hacia ella, con el perro que iba en cabeza ladrando con un ansia salvaje.

Kahlan giró y prácticamente se lanzó pendiente abajo. Corría hacia abajo a tanta velocidad que no tenía tiempo de pensarlo antes de dar cada salto. Sabía lo peligroso que era descender así, pero la poseía el aterrado impulso de escapar del horror que la perseguía.

Resbaló y empezó a deslizarse entre las piedras y la tierra. Rocas y arbustos pequeños pasaron como una flecha por su lado mientras patinaba cuesta abajo.

Detrás de ella los perros saltaban por las rocas como si estuvieran hechos para ello. Cada vez estaban más cerca.

Con un violento impacto golpeó contra el suelo y quedó tendida en el suelo de bruces. Sin dedicar ni un momento a compadecerse, se incorporó con un gran esfuerzo. El camino al frente parecía más llano, pero también parecía mojado. Una neblina flotaba entre los tupidos árboles, de modo que no podía ver mucho más allá.

Lo que podía ver era una espesa maraña de maleza. De lo alto descendían enredaderas y una vegetación apelmazada cerraba el paso a los lados.

Pero vio que no había perdido el sendero después de todo. Estaba justo delante de ella, abriéndose paso entre el espeso sotobosque.

Un perro de color castaño cayó estrepitosamente desde el empinado sendero, rodó por el suelo y aterrizó detrás de ella. Mientras el animal se alzaba a toda prisa, sus mandíbulas chasquearon, intentando atrapar la pierna de Kahlan entre los dientes.

Kahlan se puso en pie de un salto y empezó a correr a la abertura en los matorrales. El pasadizo a través del sotobosque parecía interminable. La vegetación pasaba como un relámpago ante sus ojos mientras corría. No podía ver el final, y los perros ladraban mientras la perseguían por el enmarañado laberinto verde.

De repente se encontró en una zona más despejada y cenagosa. Árboles con una lisa corteza gris y gruesos troncos crecían en tramos de agua estancada.

Las botas de Kahlan se hundieron en el lodo y esta cayó. Mientras pugnaba por liberarse, se reprendió por prestar demasiada atención a los perros que la perseguían y haber abandonado el sendero sin darse cuenta. Lo único bueno era que el barro también hacía ir más despacio a los animales, quienes daban vueltas en círculo detrás de ella, saltando desde zonas secas a parcelas de hierba, en busca de un modo de llegar a ella.

Kahlan regresó penosamente a la senda y corrió hacia adelante, intentando saltar de raíz en raíz para permanecer fuera del agua y el cenagoso barro. No le inspiraba confianza meterse en el agua ya que temía hundirse y que un pie le quedara enganchado en una maraña de raíces oculta en el fondo. Incluso podía partirse un tobillo. Ambas ideas la aterraban.

Como el sendero se sumergía de vez en cuando en la ciénaga cada vez más extensa, Kahlan vio lugares en el camino donde habían colocado ramas y enredaderas sobre el suelo para poder cruzar. Estos apaños permitían avanzar salvando los trechos cubiertos de agua.

Cuanto más se adentraba, más sólido se tornaba el sendero de ramas entrelazadas. Era mucho más fácil correr con aquella especie de estera bajo los pies. A medida que penetraba en la tupida ciénaga, a través de enredaderas y musgo que colgaban en forma de cortinas a lo largo del camino, la pasarela se fue haciendo más robusta, hasta acabar alzándose por encima de las estancadas aguas.

Una veloz mirada atrás le reveló que los perros tenían dificultades. Sus patas resbalaban en la trama de la pasarela, quedando atrapadas en ocasiones. Cuánto más se adentraban, más problemas tenían con las ramas y las enredaderas. Kahlan no tardó en ir tan por delante que los perdió de vista en la arremolinada niebla.

La pasarela se tornó muy firme y sólida. En algunas partes había barandillas construidas con ramas gruesas. No mucho después de eso, las mismas barandillas se tornaron más resistentes.

La sensación de alivio hizo que a Kahlan le diera vueltas la cabeza. Estaba llegando a un lugar habitado. Con una pasarela tan bien construida, montada con tanta minuciosidad, estaba segura de que esta la conduciría a su salvación.