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kahlan despertó sobresaltada. Echó una mirada al bosque que la rodeaba bajo las primeras luces tenues del amanecer, pero no vio a los perros. Todavía.
Siempre regresaban.
Sabía que era sólo una cuestión de tiempo.
Únicamente había conseguido dormir unas horas, y eso no era ni bueno ni suficiente. Al menos no se había caído del árbol. El regazo formado por varias ramas le había ofrecido un lugar hasta cierto punto seguro, si bien incómodo, en el que descansar.
Los días de terror parecían interminables y se habían fusionado entre sí hasta hacerle perder por completo la noción del tiempo. Estaba agotada por la implacable persecución.
Por la noche, cuando oscurecía lo suficiente, la jauría daba la impresión de desaparecer hasta el día siguiente. Ella pensaba que a lo mejor se iban para cazar y descansar. En un principio, había abrigado la esperanza de que se hubieran cansado de la persecución y abandonado.
Las primeras noches tras abandonar el palacio, cuando todavía había estado en las llanuras Azrith y los perros habían desaparecido por la noche, Kahlan había pensado que era su oportunidad de escapar, de poner distancia entre ella y sus perseguidores; pero sin importar lo deprisa que corriera, sin importar durante cuántas horas, y sin importar tampoco si cabalgaba toda la noche sin parar, los perros siempre estaban justo allí cuando amanecía, y entonces volvían a ir a por ella.
Puesto que el sol salía justo delante y a la derecha, y se ponía a su espalda, sabía que se dirigía más o menos hacia el nordeste. Eso le indicaba en qué dirección estaba el palacio. Había intentado varias veces, después de que los perros hubieran desaparecido por la noche, dar la vuelta y regresar, pero hacer eso la condujo de vuelta a una emboscada por parte de los animales. Había escapado con vida de milagro. Al lanzarse en su persecución, tuvo que volver a girar al nordeste, pensando tan sólo en dejarlos atrás, en poner distancia.
Había momentos en los que había deseado abandonar, simplemente dejar de correr y permitir que aquello terminara. Pero el recuerdo del espantoso fin de Catherine era demasiado horripilante para que Kahlan se rindiera. No dejaba de repetirse que si podía mantenerse con vida, si podía mantenerse por delante de la jauría, tenía una posibilidad. Mientras estuviera viva, había esperanza.
Pensar en Richard también le impedía darse por vencida. Pensar en que la pudiera encontrar destrozada por los perros la hacía luchar con más denuedo aún para permanecer con vida.
Una vez que había abandonado las llanuras Azrith y alcanzado terreno montañoso, había resultado imposible galopar de noche con el caballo. Temía que el animal se rompiera una pata en la oscuridad. Sin el caballo, los perros la atraparían fácilmente.
El caballo era su salvavidas y lo cuidaba muy bien. Al menos tan bien como era posible. Sabía que si perdía a su montura, estaría muerta en poco tiempo. Por otra parte, si no presionaba lo suficiente al corcel, los perros la abatirían.
Kahlan miró abajo. El caballo estaba atado a una rama próxima, pero con una cuerda larga para que pudiera pastar. Si necesitaba al animal con rapidez, tenía el extremo de la cuerda a mano para acercarlo y descender a su lomo.
Por algún motivo, la jauría no prestaba la menor atención al caballo. Querían a Kahlan, no al animal, y jamás lo atacaban. Ella no conseguía entenderlo. Al caballo, sin embargo, no lo calmaba en absoluto aquel desinterés. La simple presencia de los perros le producía pánico.
Kahlan miró al suelo, comprobando dónde se encontraba el caballo. A pesar de lo extenuada que estaba, sabía que tendría que partir pronto no fuera a ser que llegaran los perros y aterrorizaran al caballo. En un ataque de pánico, el animal podría resultar lastimado. Si se rompía una pata, ella estaría acabada.
Si permitía que la jauría la atrapase encaramada en el árbol, tendría problemas para conseguir acercar el caballo lo suficiente. No le gustaba la idea que quedar atrapada y arriesgarse a que el caballo se soltara en la confusión y huyera sin ella. En cuanto hubiera luz suficiente para ver, se iría.
No había comido gran cosa aparte de algunas galletas secas, unas cuantas nueces de vez en cuando y un trozo de mojama que tenía en la mochila. Todavía sentía ganas de vomitar y en realidad no quería comer nada, pero sabía que necesitaba mantener las energías, de modo que se obligaba a hacerlo.
Tenía fiebre, y notaba unas dolorosas punzadas en el brazo. Y sentía náuseas, y constantemente temía que acabaría vomitando. Recordaba haber despertado en el Jardín de la Vida con aquel dolor de cabeza atroz y haber vomitado de modo incontrolable. Por eso comía sólo cuando lo creía necesario.
Mientras escudriñaba la zona circundante en busca de alguna señal de los perros, le pareció distinguir algo a lo lejos, entre los árboles.
Parecía humano.
Kahlan estaba a punto de gritar en un intento de conseguir ayuda, cuando vio cómo se movía aquello. No caminaba, exactamente. Más bien era como si se deslizara.
Se inclinó hacia fuera, intentando ver mejor. Justo entonces los primeros rayos de luz solar penetraron a través de las copas de los árboles.
Vio entonces que lo que había pensado que era una persona era en realidad un perro; un enorme perro negro. Era el líder de la jauría, saliendo con sigilo de entre los árboles.
No alcanzó a comprender cómo podía haber pensado que era una persona. El terror que le inspiró la visión del líder de la jauría hizo que la invadiera el pánico y no pudo pensar en otra cosa que no fuera huir de allí.
Kahlan inclinó el cuerpo hacia abajo y tiró de la cuerda tan deprisa como pudo, acercando el caballo al árbol antes de que los perros pudieran llegar más cerca y espantarlo.
Cuando la montura quedó debajo de ella, descendió a una rama más baja del roble y luego se dejó caer sobre el lomo del caballo.
Miró atrás y vio llegar a la jauría. En cuanto la vieron empezaron a aullar. Kahlan se dobló sobre la cruz del caballo a la vez que este salía a la carrera.
La persecución volvía a empezar.