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a lo lejos, los senderos serpenteaban a través de elaborados jardines, pero los terrenos más próximos al palacio, a los que Richard había salido al llegar al pie de la escalera, eran un área de carga y descarga de los suministros del palacio.
Mientras que la mayoría de los visitantes del palacio entraban por escaleras que atravesaban el interior de la meseta, con un pórtico impresionante y jardines, donde estaba Richard, en un área no tan bien iluminada, se encontraban los establos y los almacenes.
Pudo ver las formas oscuras de docenas de carros y carruajes que se hallaban o estacionados o siendo cargados. Unos mozos sacaban caballos de los establos para ensillarlos o engancharlos a carros. Incluso en plena noche los dignatarios recogían sus pertenencias y abandonaban el palacio. El lugar hervía de actividad. Nadie llegaba. Todos partían.
Richard estaba preocupado por todas las cosas que habían sucedido recientemente. Quería saber qué podía estar detrás de todo ello, pero por el momento sólo podía concentrarse en encontrar a Kahlan.
Siguió las huellas de su esposa través de la oscuridad. Ella había estado corriendo tan deprisa como le era posible, y él pudo ver, por el modo en que una marca se torcía aquí o allí, que ella miraba atrás, a aquello que la perseguía, mientras corría. Si ella hubiera corrido tras alguien o algo, las huellas habrían tenido un aspecto diferente.
No tenía sentido. No había marcas de nada dándole caza, pero él podía leer con claridad los indicios de temor en sus huellas. Lo que fuera que iba tras ella habría tenido que volar para no dejar marcas. Sabía, también, que podrían muy bien haber sido alucinaciones producto de la fiebre lo que la perseguía.
Pero la profecía de la máquina diciendo que los perros se la quitarían no era ninguna alucinación. Al menos no había huellas de perros.
Y entonces, en mitad de unas huellas de cascos y rodadas de carros, las huellas de Kahlan finalizaron.
Richard dobló una rodilla y se inclinó para estudiar las huellas más de cerca. Vio, entonces, su última pisada. Esta había dejado una impresión más fuerte, con acusados rebordes, cuando ella había saltado. Puesto que las pisadas finalizaban allí, supo que lo más probable era que hubiera saltado a un carro o a un carruaje.
Con una gélida sensación de temor, Richard comprendió que Kahlan se había ido. No podía entender qué había sucedido, o por qué habría tenido que huir, pero era obvio que había abandonado el dormitorio, bajado por la escalera, corrido por la meseta, y luego saltado a un carruaje o un carro.
Partían carros continuamente. Las huellas de ruedas y cascos estaban por todas partes. No había modo de saber a qué carro o carruaje había saltado Kahlan. Ahora podría estar yendo prácticamente en cualquier dirección, lejos del palacio.
Varios dignatarios habían partido durante la noche. Muchos de ellos acompañados por escoltas, y personal de todo tipo, de modo que probablemente habían salido numerosos carros y carruajes.
Kahlan podía estar en cualquiera de ellos.