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alguna novedad? —preguntó Richard a Berdine en voz baja.

—Todo en silencio aquí, lord Rahl. Eché un vistazo a la Madre Confesora hace un rato y dormía profundamente. Después de eso di una vuelta por la zona para asegurarme de que no pasaba nada fuera de lo corriente. Luego regresé a este extremo del pasillo y he estado frente a la puerta desde entonces. La Madre Confesora ha sido una paciente perfecta. No le he oído decir ni pío.

Richard posó una mano sobre el hombro revestido de cuero rojo de la mord-sith.

—Gracias, Berdine.

—¿Ha dicho alguna otra cosa la máquina?

Richard se detuvo un momento y volvió la cabeza para mirarla.

—Ha dicho muchas cosas, pero me temo que nada de ello es muy útil.

—Tal vez necesitamos la parte que falta del libro Regula para poder comprenderla.

Él había pensado lo mismo.

—Tal vez.

Dejó a Berdine en el vestíbulo y a los soldados de la Primera Fila a ambos lados de este, asegurándose de que nadie pudiera entrar en la habitación.

Solo, Richard cerró la puerta sin hacer ruido a su espalda mientras penetraba en el dormitorio casi totalmente a oscuras en el que Kahlan dormía. Había bajado la mecha de la lámpara cuando había entrado a ver cómo estaba ella horas antes, de modo que era difícil ver gran cosa. Sin embargo, no quería dar más intensidad a la lámpara y arriesgarse a despertarla.

Estaba agotado. No tardaría en ser de día y necesitaba dormir un poco. Deseó no haber desperdiciado tanto tiempo con la máquina.

Puesto que no quería turbar el sueño de Kahlan, pensó que tal vez dormiría en una silla. Ella necesitaba un buen descanso para recuperarse de su fiebre. Richard daba gracias de que su abuelo hubiera podido poner un emplasto en el brazo de su esposa para eliminar la infección.

El arañazo que el muchacho del mercado le había hecho a él había cicatrizado hacía ya tiempo, y él había pensado que lo mismo había sucedido con el de Kahlan. Era preocupante el modo en que había vuelto a aparecer, tan repentinamente, y más después de que Zedd lo hubiera curado con su don.

De camino a la silla, el pie de Richard se enganchó con una manta caída en mitad del suelo.

Pensó que Kahlan, en su sueño febril, debía de haberla arrojado. La cogió y la sostuvo en alto para volver a colocársela encima.

Bajo la tenue luz de la lámpara, Richard se detuvo. Algo estaba mal. Incluso aunque Kahlan hubiera arrojado la manta al suelo mientras dormía, no parecía muy probable que pudiera haberla lanzado tan lejos.

La primera cosa que le pasó por la mente fue la advertencia de la máquina de que los perros se la quitarían. Casi al mismo tiempo, recordó a la reina Catherine yaciendo sin vida en el suelo, con el estómago brutalmente desgarrado por animales con colmillos.

Dejó caer la manta y corrió a la cama. Kahlan no estaba allí. Clavó la mirada un momento en la cama arrugada y vacía antes de subir la mecha de la lámpara y escudriñar la habitación. No la vio en ninguna parte.

Al alzar la mirada, Richard vio que la puerta del balcón estaba abierta. Lo primero que pensó fue que quizá la fiebre la había impulsado a salir para refrescarse.

Antes de que pudiera ir al balcón, su atención se vio atraída por su mochila, que descansaba en el suelo. La mochila de Kahlan había estado junto a ella. Lo sabía porque había sido él quien la había colocado allí. Supuso que Kahlan podría haber querido sacar algo de ella y haberla desplazado a otro lugar, pero en realidad no lo creyó. Algo le decía que sería una pérdida de tiempo registrar la habitación buscándola.

En lugar de eso, Richard corrió hacia el balcón. Le preocupaba que, como mínimo, ella pudiera haber empeorado. Esperó verla desmayada en el suelo del balcón. Kahlan no estaba allí.

Desconcertado sobre dónde podría estar, miró por encima del borde de la barandilla, temiendo que pudiera haber caído. Era difícil ver en la oscuridad, pero no imposible. Sintió alivio al no ver nada allá abajo.

Cuando empezaba a volverse para entrar otra vez, Richard vio que había otro balcón. No estaba conectado ni tampoco muy cerca, pero fue hasta el trozo de barandilla que quedaba más próximo para echar una mirada. Vio que tenía una escalera que descendía en el lado opuesto.

Vio también la marca de una pisada en la baranda ante la que estaba. Parecía haber sido hecha por una bota.

Se encaramó a la barandilla y saltó hasta el otro balcón. Las puertas del segundo balcón estaban cerradas con pestillo y estaba oscuro en el interior. Era posible que Kahlan hubiera entrado y luego cerrado las puertas, pero no lo creyó. No tenía sentido. Si ella temía algo, había guardias y más de una mord-sith justo al otro lado de la puerta de su dormitorio.

En lugar de echar abajo la puerta, Richard tomó la ruta que era más probable que hubiera tomado Kahlan. Echó a correr por los tramos de escalera, hasta alcanzar por fin los terrenos del palacio.

La luz de la luna que llegaba a través de la fina capa de nubes no era muy potente, pero pudo reconocer las huellas de las botas de Kahlan. Con su experiencia siguiendo rastros, también reconoció su especial modo de andar. Conocía el modo en que caminaba y los rastros que dejaba casi tan bien como las facciones de su rostro.

No había duda, Kahlan había bajado por la escalera hasta los terrenos situados en la cima de la meseta.

Lo que más le preocupó fue que podía ver por las huellas que su esposa había estado corriendo muy deprisa. Miró a su alrededor en busca de otras huellas, las huellas de cualquiera que hubiera podido estar persiguiéndola, pero no las había.

Carecía de sentido.

Richard se irguió y clavó la mirada a lo lejos. ¿De qué podría haber estado huyendo?