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kahlan despertó, desconcertada al sentir que se balanceaba. Hizo una mueca al presionar una mano sobre el apabullante dolor que sentía en la parte superior de la cabeza. Tenía el pelo húmedo. Apartó la mano para mirarla, pero estaba demasiado oscuro.

Sospechó que sabía muy bien lo que era. Mientras pugnaba por ponerse de rodillas acercó la mano a la lengua.

Tenía razón. Era sangre.

Cuando tragó saliva, tenía la garganta tan irritada que le provocó una mueca de dolor. La recorrían escalofríos a pesar de que sudaba profusamente y tenía todo el cuerpo dolorido.

Su cabeza trabajaba a toda velocidad, intentando juntar los fragmentos de recuerdos, intentando rememorar con exactitud lo que había sucedido. Imágenes e impresiones pasaban veloces en mareantes atisbos. Al mismo tiempo el mundo entero daba la impresión de estar moviéndose.

Al recibir una sacudida y luego verse lanzada de un lado a otro, perdió el equilibrio y cayó de bruces, teniendo que alargar una mano al suelo para no chocar de cara contra él. Tocó madera basta. Al mirar a su alrededor advirtió que estaba en la trasera de un carro. Tanto el martilleo como el dolor punzante en la cabeza le provocaban una sensación de aturdimiento. Reprimió el impulso de vomitar.

De improviso, un perro enorme pegó un salto surgiendo de la oscuridad y se estrelló contra el costado del carro, sobresaltándola. El animal cayó hacia atrás, incapaz de entrar del todo en el carro, pero enganchó las patas delanteras por encima y permaneció aferrado allí. Gateó, estirando el cuello para introducir la gran cabeza, quería conseguir el suficiente apoyo para subir del todo.

Kahlan pateó al instante una de las patas del perro que estaban en el borde del carro. El animal forcejeó pero no consiguió mantenerse sujeto y cayó a la oscuridad.

Toda la pesadilla que había tenido lugar en el dormitorio empezaba a regresar a su mente; fragmentos, al menos. Recordó, también, lo que le había sucedido a la reina Catherine, lo que la jauría de perros le había hecho. Kahlan también recordó la profecía de la mujer que había dominado con su poder, la mujer que había matado a sus propios hijos para supuestamente ahorrarles una muerte peor. Aquella mujer había contado a Kahlan que esta padecería un destino siniestro. Cuando Kahlan le había preguntado de qué hablaba, la mujer había dicho: «Cosas oscuras acechándoos, dándoos caza. No podréis escapar de ellas».

Ahora las cosas oscuras estaban acechándola, dándole caza. De dónde habían salido los perros y por qué iban tras ella ya no formaba parte del pensamiento de Kahlan. Simplemente estaba desesperada por huir de ellos.

Entornó los ojos en la oscuridad, intentando ver la parte delantera del carro, con la esperanza de conseguir alguna ayuda del conductor, pero el vehículo estaba ocupado por pilas enormes de cosas cubiertas con una lona. El único modo de llegar a la parte delantera era trepar por la carga, pero esta parecía demasiado alta para pasar por encima de ella en un carro que oscilaba y daba violentas sacudidas, en especial teniendo en cuenta lo mareada que estaba. Miró alrededor de la carga, pero no consiguió ver a nadie.

Kahlan chilló, pero tenía la garganta tan inflamada que apenas pudo emitir un sonido. Nadie respondió. Pensó que por encima del ruido del carro probablemente era difícil para un carretero oír a alguien que estaba detrás de su cargamento. Más que eso, no obstante, la fiebre también la estaba dejando afónica.

Kahlan se levantó apresuradamente, pero en el mismo instante en que ponía un pie sobre la parte superior de la pared lateral del carro para trepar por la carga, un perro salió de la oscuridad, tratando de agarrarle el tobillo. Al saltar hacia atrás para apartarse, vio a la jauría gruñendo y ladrando mientras corría junto al carro.

Antes de que pudiera volver a intentar trepar alrededor de la carga, otro perro dio un brinco, apoyando las patas delanteras por encima del borde. El animal clavó los dientes en la lona para izarse, mientras sus patas traseras gateaban. Kahlan asestó una patada al perro en la cabeza. Este se soltó y lanzó una dentellada, pero se cayó.

Otro perro enorme pegó un salto por el otro lado, casi consiguiendo meterse dentro. Un tercero saltó junto a él.

Kahlan asestó patadas a los animales, derribando a uno tras otro. En cuanto expulsaba a uno de una patada, otro saltaba y pasaba las patas delanteras por encima del borde del carro. Los ojos de los animales refulgían rojos, mostrando sus sanguinarias intenciones.

El carro no iba lo bastante rápido como para escapar de la jauría, pero sí iba lo bastante deprisa para impedir que Kahlan mantuviera el equilibrio en medio de sus balanceos y sacudidas. Cuando el vehículo dio un brinco al pasar sobre una piedra, la patada de Kahlan erró el blanco y tuvo que lanzar otra a toda prisa para mantener fuera a un perro.

Kahlan miró atrás. Estaba oscuro, pero la luna iluminaba lo suficiente para que hubiera podido ver la meseta con el Palacio del Pueblo encima de ella si esta hubiera estado en las proximidades. Incluso aunque estuviera demasiado lejos para ver la meseta, a la luz de la luna, habría podido ver las luces de la ciudad palacio situada encima, pero no la veía.

No sabía en qué dirección iban, pero sabía que estaba en algún lugar de las extensas llanuras Azrith.

Incluso mientras repelía a la salvaje jauría de perros, Kahlan era consciente de que estaba perdiendo la batalla. Al mismo tiempo que lanzaba a uno fuera de una patada, otros saltaban y pasaban las patas delanteras por encima del lateral. A algunos conseguía soltarles las patas, En el caso de otros, cuando lograban introducir demasiado el cuerpo, tenía que patearles las cabezas para echarlos afuera.

Sabía que estaba perdiendo la batalla. Con los perros efectuando continuamente asaltos al vehículo, sabía que era sólo cuestión de tiempo que consiguieran subir. Una vez que eso sucediera, la destrozarían.

Kahlan sintió una repentina punzada de dolor ante lo mucho que echaba en falta a Richard. Él no sabría lo que había sucedido. No sabría dónde estaba ella. Jamás sabría lo que le había ocurrido.

Tuvo una visión de su propio cadáver, con el aspecto que había tenido la despedazada reina Catherine. Se tragó la pena que le producía el no poder volver a ver a Richard. Esperó que él jamás encontrara su cuerpo. No quería que la hallara de aquel modo.

Giró en redondo y asestó una patada en las costillas a un perro que había conseguido izarse hasta tener medio cuerpo dentro del carro. Mientras este lanzaba un gañido y caía hacia atrás, Kahlan distinguió un caballo al final de una larga cuerda atada al carro. Iba muy atrás, en la oscuridad, y se mantenía apartado a un lado todo lo que podía para no estar cerca de los perros.

Kahlan no tenía tiempo para considerarlo. Era su única esperanza. Agarró su mochila y luego apartó de una patada a un perro que estaba cerca de la cuerda. Cuando se agachó para agarrar la cuerda, un perro arremetió desde la oscuridad, chasqueando los dientes para intentar atraparle el brazo. Ella retrocedió justo a tiempo y los dientes se cerraron en el aire. Mientras el perro caía y rodaba por el suelo, ella cogió la cuerda.

El caballo, asustado por los feroces perros, resopló y resistió los esfuerzos de Kahlan por acercarlo. Esta puso una bota contra el lateral y usó todo su peso para tirar con más fuerza. Finalmente, consiguió arrastrar al asustado animal. El equino brincaba y se movía de un lado a otro, intentando mantenerse alejado.

A los perros no parecía importarles el caballo. Tenían una fijación con Kahlan. Pero el caballo no lo sabía.

Cuando hubo arrastrado al animal todo lo cerca que pudo, Kahlan se volvió y vio que dos perros brincaban en veloz sucesión y conseguían pasar por encima del otro lado del carro. Cayeron sobre el vehículo, medio despatarrados.

Mientras los perros se incorporaban a toda prisa, Kahlan se colgó la mochila a un hombro, desató la cuerda y, sujetándola, saltó con todas sus energías por encima de los perros, que gruñían y lanzaban dentelladas. Aterrizó de lado, sobre el lomo de la montura.

Feliz por no haber caído entre los colmillos de los perros, Kahlan agarró las crines del caballo y subió una pierna y la pasó por encima del lomo del aterrado animal.

Montada por fin, golpeó con fuerza las costillas del corcel con los talones. Quería seguir adelante, hasta donde estaba el conductor del carro, pero la jauría llegó corriendo y le cerró el paso. Algunos animales brincaron, intentando agarrarle los pies y las piernas. El caballo, aterrado, cambió de dirección, alejándose del vehículo. Sin tiempo que perder, Kahlan se agachó sobre la cruz e instó al animal a ir al galope. El caballo echó a correr al interior de la noche.

La jauría los persiguió, implacable.