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nicci fue a colocarse junto a Richard.
—¿La oscuridad la ha encontrado?
—Eso es lo que yo había sospechado —dijo Richard—. Creo que nos está diciendo que alguien la está utilizando, hablando a través de ella. Esa es la razón de que la espada no la dañara.
»La mañana siguiente a la boda de Cara y Ben, el muchacho que había en el mercado, Henrik, dijo que la oscuridad estaba buscando oscuridad. También preguntó por qué había tenido sueños. Nada de eso tenía sentido en aquel momento, de modo que pensamos que el muchacho estaba enfermo y tenía alucinaciones, pero tenía que ser la máquina que de algún modo hablaba a través de él, diciendo que alguien intentaba apropiarse de ella. A lo mejor cuando eso empezó, la única forma en que la máquina pudo describirlo fue como que la oscuridad la encontraba, y habló a través de alguien como en sueños…
La frente de Nicci se crispó.
—¿Quieres decir que piensas que lo que el muchacho dijo, lo dijo en realidad la máquina? ¿Que fue un grito pidiendo ayuda?
Richard se encogió de hombros.
—Podría ser.
Zedd soltó un ruidoso resoplido a la vez que negaba con la cabeza.
—No sé, Richard. Creo que no debemos actuar como si esta colección de engranajes, ruedas y ejes pudiera decir algo como resultado de un intelecto consciente. Todos estamos empezando a actuar como si esta cosa pudiera pensar por sí misma, como si estuviera viva. Es una máquina. Las máquinas no pueden pensar.
—Entonces ¿cómo está respondiendo a las preguntas de lord Rahl? —preguntó Cara, y, cuando todos la miraron, señaló la máquina—. ¿Cómo lo hace para decirnos lo que queremos saber?
—Es posible que estemos leyendo más en ella de lo que está justificado —le contestó Zedd.
Cara no pareció convencida.
—Ella dice lo que dice. No estamos inventando ni imaginando las cosas que dice.
Zedd alisó hacia atrás la rebelde mata de su cabello blanco.
—Hay un juego infantil llamado Pregunta al Oráculo. Es una caja pequeña con un agujero redondo en la parte superior. La caja contiene varias respuestas ya escritas en pequeños discos. Un niño hace una pregunta… como: «¿Me casaré con alguien a quien ame cuando sea mayor?», o «¿Le gusto de verdad a fulanito o fulanita?»… y a continuación introduce la mano en la caja y saca un disco con una respuesta grabada en él. Luego vuelven a meter el disco dentro y agitan la caja para que el siguiente jugador seleccione una respuesta a su pregunta.
—¿De verdad? —Cara pareció escéptica—. ¿Y funciona?
—Muy bien, la verdad. Las respuestas son cosas como: «Sin la menor duda», «No, a menos que algo cambie», «Los espíritus dicen sí», «La respuesta es dudosa», «Parece probable», «No será así» o «Vuelve a preguntar más tarde cuando los espíritus estén dispuestos a contestar». Como ves, no importa qué disco saque el niño de la caja, a ellos les parece como si la caja contestara directamente la pregunta que han hecho.
»Pero no es más que un truco de la mente humana pensar que las respuestas concuerdan con la pregunta, que el oráculo de la caja oye su pregunta y puede contestarla. Todos somos crédulos hasta cierto punto. Las respuestas son de naturaleza general, pero, puesto que parecen ser tan precisas, la gente piensa que el oráculo de la caja realmente da las respuestas.
»Algunas personas creen sinceramente en el oráculo de la caja. Creen de verdad que posee algún poder mágico o alguna conexión con el mundo de los espíritus, que guía su mano para seleccionar el disco correcto. Pero no hay magia involucrada. Es un simple truco que la mente humana se hace a sí misma.
Cara cruzó los brazos.
—¿Crees que esta máquina es sencillamente un truco muy bien elaborado?
—No lo sé. —Zedd juntó las manos—. Sólo digo que es necesario que seamos cautelosos y no saquemos conclusiones precipitadas. A menudo resulta fácil creer en respuestas prefabricadas.
Richard no pensaba que la explicación fuera tan simple.
—No sé, Zedd. Parece haber más en todo ello.
—¿Como qué?
—Bueno, el modo en que la máquina se pone en marcha cuando está a punto de emitir profecías terribles es inconfundible. Empieza con brusquedad, de golpe. Y otra cosa, las tiras de metal salen ardiendo. Pero cuando parece estar… no sé, comunicándose imagino que podrías decir, entonces empieza paulatinamente y las tiras salen frías al tacto.
»Hemos estado asumiendo que las tiras que salen son responsabilidad de la máquina, pero yo creo que a lo mejor están sucediendo dos cosas muy diferentes.
—Estoy de acuerdo —dijo Nicci—. Podría ser que alguien la esté utilizando, dándole algo que decir, es posible que incluso forzándola a decir ciertas cosas. Cuando la obligan a hablar, las tiras salen calientes. Cuando habla por sí misma las tiras están frías.
—¿Piensas que alguien está utilizando la máquina? —Frunciendo el entrecejo, Zedd se rascó la cabeza—. Asumamos por el momento que es verdad. ¿Quién creéis que estaría haciendo una cosa así? ¿Y por qué?
Richard recostó una cadera en la máquina.
—¿Cuál es nuestro problema?
—¿Nuestro problema? —Zedd encogió los hombros.
—Nuestro problema —explicó él—, nuestra razón para estar en esta habitación enterrada hace mucho con este artilugio, es la profecía. ¿Qué hace la máquina? Dar profecías. ¿Qué ha sido esencial en todas las muertes recientes? Las profecías. ¿Qué han decidido todos los dignatarios que deben conocer? Las profecías. ¿Qué nos tiene corriendo en círculos, siempre un paso por detrás de los acontecimientos? Las profecías de esta máquina.
—Todos sabemos eso. —Zedd enarcó una ceja—. ¿Intentas decir algo concreto?
Richard asintió.
—El interés de todo el mundo por las profecías ha ido en continuo aumento. Las profecías que esta máquina pone en circulación han sido convenientemente repetidas a través de otras personas por todo el palacio. Eso asegura que todo el mundo las conozca, lo que a su vez provoca que todo el mundo ande muy exaltado respecto a la importancia de las profecías. Rumores y luego chismorreos sobre la existencia de una «máquina de los presagios» han estado en boca de todos. La gente cree que les estamos ocultando profecías, que no queremos que estén a salvo de todo daño.
Zedd le prestaba más atención ahora.
—¿Cuál es tu teoría?
—Me da la impresión de que alguien está plantando estas semillas. —Richard se inclinó un poco hacia su abuelo—. ¿Qué ha hecho que la gente crea aún más en las profecías? —Dio unos golpecitos a la máquina con un dedo—. Las profecías que han salido de la máquina que al poco tiempo se convierten en realidad. Se ha transformado en un juego macabro; como ese juego infantil que describes pero con consecuencias sangrientas.
»Las profecías siempre se cumplen, por lo tanto la gente cree en su importancia con mayor razón y están aún más ansiosos por conocer la siguiente. Debido a que esta máquina encaja con su creencia de que las profecías anuncian el futuro que les aguarda, nos exigen saber lo que dicen las profecías. Y como nos contaste, en Aydindril, y apostaría a que en todos los demás lugares, las profecías están en la mente de todo el mundo. Dijiste que el negocio de las profecías va viento en popa. ¿No te resulta un tanto extraño?
—Me lo ha resultado desde el principio —confirmó Zedd.
—Las profecías de la máquina han convencido a los representantes, que piensan que nosotros estamos equivocados, que las profecías en realidad son muy fáciles de comprender. Por lo tanto son incapaces de entender por qué no queremos revelar el peligro que corren sus vidas. Las profecías de esta máquina han ayudado a lanzar a todo el mundo a un frenesí de fe en ellas.
—¿Qué podrías esperar? Se han hecho realidad —replicó Zedd.
—¿Lo han hecho? ¿Has visto alguna vez que una profecía resultara tan bien definida y fácil de comprender, tan franca y directa? ¿O que resultara ser justo tal y como la máquina la dice, y poco después de que esta lo diga?
Zedd desvió la mirada mientras consideraba la pregunta.
—Lo cierto es que no puedo decir que lo haya visto. Las profecías, en mi experiencia, son ambiguas en el mejor de los casos. Lo que es más, a menudo puede tardar siglos en ocurrir. Pero estas suceden todas al poco tiempo de ser divulgadas.
—Ese es otro motivo de que esté tan preocupado respecto a la profecía que dice: «Los perros te la quitarán». La única cosa que no comprendo es que la tira que lo decía no era como las otras; salió en una tira de metal fría, no en una caliente.
Zedd trabó la mirada con él.
—A lo mejor eso significa que no es como las otras. A lo mejor esta es una profecía real que tiene un significado oculto.
Richard miró de refilón la máquina.
—O fue una advertencia que la máquina quería que recibiese. Por si esto fuera poco, acaba de decir que la oscuridad la ha encontrado, y que me encontrará a mí también, como si fuera una advertencia para mí. La máquina parece tener alguna clase de conexión conmigo.
Zedd asintió.
—Esa parte está muy clara.
—En las profecías que salen en las tiras que están calientes, al menos, sabemos que no existe equilibrio. Todas son funestas.
Zedd volvió a mirar a Richard torciendo el gesto.
—¿Crees que esas no son profecías genuinas?
—Dímelo tú. Ahora que todo el mundo está inmerso en este frenesí profético, ¿a quién han acudido todos para obtener lo que quieren? ¿A quién han jurado lealtad a cambio de profecías?
—A Hannis Arc —respondió Cara.
Richard asintió.
—Y da la casualidad de que es el abad Dreier, de la provincia de Fajín, quien nos ha contado a nosotros y a todos los demás que Hannis Arc cree en usar las profecías para que le sirvan de guía en su forma de gobernar, lo mismo que todos los representantes quieren hacer. Creo que Hannis Arc podría estar en el centro de esto.
—No obstante, él está en la provincia de Fajín. —Cara señaló la máquina—. ¿Cómo podría estar haciendo todas estas cosas?
—No lo sé —admitió Richard Rahl—, pero el abad Dreier está aquí. A lo mejor está involucrado de algún modo.
—Yo pensaba que este lugar que rodea la máquina, el Jardín de la Vida que descansa protector sobre nosotros —terció Cara—, era un campo de contención. Toda la razón de ser de un campo de contención es impedir la manipulación desde el exterior de la magia peligrosa que hay dentro. Para colmo, todo el palacio está construido con la forma de una configuración de hechizo que debilita el don de todos los que estén aquí dentro y lo posean, excepto en el caso de un Rahl.
Zedd se puso en jarras y dirigió una mirada furibunda a Cara.
—Ahora las mord-sith se han convertido en expertas en magia. ¿Y luego qué vendrá?
—Una máquina que habla —indicó Nicci.
Richard cogió un montón de tiras de metal de las decenas de miles apiladas contra la pared y las cargó en la máquina.
—En ese caso dejemos que hable.