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vaya, eso sí que es extraordinario —dijo Zedd a la vez que abandonaba el hueco de la escalera—. Parece que ninguno de nosotros tiene la capacidad de destruir esa máquina.

Richard se preguntó por qué.

Se apartó de la máquina con paso vacilante mientras los mecanismos interiores de esta empezaban a cobrar vida progresivamente.

Permaneció en silencio con la mirada fija en la máquina, atónito ante el hecho de que la espada se hubiera detenido con tanta brusquedad. No había esperado que lo hiciera.

Había tenido la misma experiencia con anterioridad, cuando en algún lugar en lo más profundo de su interior había existido un tenue destello de duda. En esta ocasión, también, alguna parte de él no pensaba que la máquina tuviera la culpa de las cosas que habían sucedido. Alguna parte de él pensaba que estaba mal culpar a la máquina de las cosas terribles que habían ocurrido. De no haber tenido esas dudas, lo sabía, la espada habría hecho añicos la máquina.

El hecho de que tuviera dudas impedía a la espada causar daño. Pero eso no significaba que esas dudas estuvieran justificadas. Podía muy bien ser que la máquina fuera el origen de las muertes y tuvieran que destruirla.

Mientras los engranajes alcanzaban velocidad, y la luz procedente del interior proyectaba el emblema de la máquina en el techo, la habitación se llenó con el retumbo de todos aquellos componentes mecánicos.

Richard no tuvo que mirar por la ventanilla. Sabía lo que sucedía. Al cabo de un instante, una tira de metal cayó a la bandeja. Deslizó la espada de vuelta en la vaina y acercó brevemente los dedos a la tira, hallándola fría al tacto. La extrajo y empezó a traducir el mensaje mentalmente.

—¿Bien —inquirió Zedd con impaciencia—, qué dice?

—Dice: «Puedes destruir a aquellos que dicen la verdad, pero no puedes destruir la verdad misma».

Zedd lanzó una sombría mirada a Regula.

—¿Así que la máquina ahora se dedica a soltar Normas de Mago?

—Eso parece —respondió Richard.

Apoyó las manos en la parte superior de la máquina, recostando todo el peso en ella mientras se recuperaba de la experiencia de utilizar la espada y que esta se detuviera en seco, mientras pensaba en qué haría a continuación.

—Aun así, me gustaría saber cómo destruirla si tenemos que hacerlo.

—Es evidente que esta cosa tiene alguna especie de escudo protector —dijo Nicci—. Pero no puedo detectar su presencia y no funciona como ningún escudo con el que me haya topado jamás. Hay poderes involucrados aquí que no comprendemos.

Zedd asentía mientras ella hablaba.

—Da la impresión de que, en algún momento en el pasado, alguien más debe de haber intentado destruirla. Nadie se habría tomado todas estas molestias y esfuerzo para enterrar esta cosa a menos que fuera la única opción que les quedaba.

—Cómo me gustaría conocer esa historia —comentó Nicci.

—Puede que algún día tengamos que acabar enterrándola nosotros —dijo Richard—, igual que quien la enterró primero.

La máquina, en ningún momento del todo quieta desde que había grabado la tira con la Norma de Mago, volvió a hacer girar sus engranajes. Al cabo de un momento otra tira cayó en la bandeja. Era fría al tacto como la anterior. Richard la sacó y la tradujo a sus compañeros.

—«¿Me censurarías por decir la verdad?».

Richard reconoció las palabras que él mismo había dicho de otra forma al embajador Grandon. Resultaba inquietante que la máquina acabara de repetírselas.

Comprendió, entonces, la razón de que la espada no quisiera destruir la máquina. En lo más profundo de su ser, él no pensaba que la máquina fuera en realidad la causa de los problemas.

—Imagino que lo hice —susurró en voz alta en respuesta a la pregunta de la máquina, y a continuación se inclinó sobre ella—. Todo esto no es exactamente cosa tuya, ¿verdad? —le preguntó—. Eres tan sólo el mensajero.

La máquina apenas si aminoró, y en un momento volvía a funcionar a toda velocidad, grabando otra tira. Richard sacó el frío metal en cuanto cayó en la ranura y lo leyó en voz alta.

—«Cuando el mensajero se convierte en el enemigo, al enemigo lo entierran».

Zedd, yendo a colocarse junto a Richard, también posó una mano sobre la máquina.

—Eso sí que es interesante.

Richard se preguntó exactamente cómo, y por qué, había conseguido la máquina desenterrarse.

De nuevo la máquina empezó a adquirir velocidad gradualmente y luego hizo pasar otra tira de metal a través del haz de luz, grabando en ella símbolos en el Idioma de la Creación. Cuando la tira cayó en la bandeja, Richard dejó pasar unos momentos antes de sacarla.

—Bueno, vamos —dijo Zedd, impaciente—, echa una mirada.

Richard extrajo por fin la tira y llevó a cabo la traducción en silencio. Era más complejo que los mensajes anteriores, pero finalmente lo descifró y lo leyó en voz alta.

—«La oscuridad me ha encontrado. Te encontrará a ti también».