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cuando por fin amainó la violencia del fuego de mago, Richard pudo abrir finalmente los ojos y apartar la mano del rostro. Mientras los últimos restos resplandecientes del mágico incendio goteaban al suelo y se extinguían entre vapores humeantes, Richard esperó ver la máquina reducida a un charco de metal fundido.

No lo estaba.

Vio que la máquina seguía allí en el centro de la habitación, exactamente igual que la primera vez que la había visto. Parecía intacta.

Estaba seguro de que las paredes externas del artilugio estarían ardiendo, pero al acercarse no percibió ningún calor residual emanando del metal. Alargó la mano con cautela, comprobándolo con cuidado, para a continuación tocar la superficie de metal con cierta vacilación. Estaba fría.

Richard había visto algunos de los estragos terribles provocados por el fuego de mago, pero este no le había hecho nada a la máquina. Ni siquiera había eliminado la pátina de corrosión de la superficie. Los símbolos de los lados, los mismos símbolos que aparecían en el libro Regula, seguían en perfecto estado.

Si no hubiera visto el fuego de mago envolviéndola con sus propios ojos, no habría podido creer que no hubiera sucedido nada, mucho menos que hubiera sido el blanco de uno de los conjuros mágicos más poderosos que existían.

Nicci, junto a Richard, comprobó la superficie con los dedos.

—Bueno, es evidente que la Magia de Suma no ha funcionado. A lo mejor es hora de probar algo un poco más destructivo. —Les hizo un gesto para que retrocedieran.

Richard escoltó a Zedd y a Cara de vuelta a la protección del hueco de la escalera. Sabía lo que Nicci iba a hacer. Podía ver el aura de poder que chisporroteaba alrededor de la hechicera, aura que le proporcionaba un aspecto refulgente y sobrenatural, casi como si ella estuviera allí sólo en espíritu.

La hechicera alzó las manos en dirección a la máquina. El aura crepitante que la rodeaba parpadeó con intensidad. Richard sabía que otras personas no podían verlo, pero él siempre había percibido el campo de energía que envolvía a ciertas personas, y ninguna aura que hubiera visto jamás era tan potente como la de Nicci.

Un relámpago negro —magia de Resta— llameó en la habitación con un atronador ruido sordo. Ascendió polvo del suelo, y las esferas de proximidad se apagaron.

El relámpago negro se enroscó a una repentina descarga, de un brillo cegador, de Magia de Suma. El filamento de Magia de Resta era tan oscuro que era como mirar a través de una grieta al interior del mismísimo inframundo.

En cierto modo, así era.

El extremo del relámpago, negro como la noche, impactó en la superficie de la máquina, titilando arriba y abajo. El resto de él, entre Nicci y la máquina, chasqueó con violencia por toda la habitación mientras crepitaba y estallaba allí donde las dos corrientes de energía, oscuridad imposible y luz cegadora, se tocaban. El aire de la habitación olía igual que azufre ardiendo y vibraba con el poder de fuerzas opuestas que combatían entre ellas. Tanto la oscuridad como la luz se retorcían en un esfuerzo salvaje por dominar a la otra, por ocupar el mismo lugar al mismo tiempo. La máquina quedaba bañada en el resplandor abrasador de la Magia de Suma, para enseguida desaparecer en el vacío de la Magia de Resta.

Fue una exhibición aterradora de poderes incompatibles concentrados con un propósito destructivo en la máquina de los presagios.

Tan repentinamente como había empezado, la magia cesó.

El súbito silencio hizo que a Richard le zumbaran los oídos. Las esferas de proximidad se iluminaron, pero poco a poco.

—No funciona —dijo Nicci a la vez que sus manos descendían a los costados y el aura que la envolvía se calmaba y luego se apagaba.

Richard abandonó el hueco de la escalera.

—¿Cómo puede no funcionar? ¿Qué va mal?

—Nunca antes he sentido nada parecido. —Nicci pasó la mano por la parte superior de la máquina como si tratara de percibir sus secretos íntimos mediante aquella leve caricia—. Sencillamente no conectaba.

—¿Qué quieres decir con que no conectabas?

Nicci sacudió la cabeza mientras miraba con fijeza la máquina.

—Yo creo un nódulo en el otro extremo, en el blanco. El flujo de energías llena entonces el vacío entre mi persona y el blanco. El nódulo está ahí para crear un vínculo que el poder tiene que buscar, una ruta que seguir. Una vez establecida la conexión, los dos flujos de energía son liberados dentro del nódulo, destruyendo aquello a lo que está ligado. Sucede instintivamente y de un modo casi instantáneo.

»En esta ocasión, mientras proyectaba mis facultades, el nódulo no conseguía encontrar el blanco, no se aposentaba donde yo quería, era casi como si el objeto no estuviera ahí. Por ese motivo, mi poder no podía conectar con el objeto. Lo siento, Richard. Lo he intentado. Debería haber quedado completamente destruida, pero ni siquiera he conseguido arañar la estructura exterior.

—Tiene que existir un modo.

—Esto es algo que no se parece a nada que ninguno de nosotros haya visto jamás. —Nicci negó con la cabeza—. No me extraña que la enterraran.

Richard conocía algo que cortaría cualquier metal.

Mientras desenvainaba la Espada de la Verdad, el tañido inimitable del acero inundó la lóbrega habitación.

Con las compuertas de la magia de la espada abiertas, el poder de esta lo llenó. Se entregó a él, dejando que el frenesí de poder retumbara a través de su cuerpo. Lo dejó rugir durante un tiempo, permitiendo que impregnara cada fibra de su ser.

Los otros ocupantes de la habitación, reconociendo lo que él pensaba hacer, retrocedieron.

Inundado por la furia de la magia de la espada que se mezclaba con la suya propia, Richard alzó despacio la reluciente hoja.

Dejó que su ira ante el peligro que corría Kahlan discurriera como una oleada a través de él, entrelazándose con la justa cólera de la espada.

Con los ojos cerrados, se entregó a la volátil fusión de magia.

—Hoja —musitó—, sé certera en este día.

Con ambas manos, Richard alzó la espada bien alta por encima de la cabeza y, sin hacer una pausa y con todas sus fuerzas y furia, dejó caer la hoja en dirección a la máquina.

La punta de la espada silbó al hender el aire.

Richard chilló imbuido por el poder de la magia que corría por él, por el poder de su ira. La hoja describió un arco, descendiendo hacia la máquina a la velocidad del rayo.

A un milímetro de tocar la máquina, la hoja se paró en seco en el aire.

A Richard aquello lo cogió por sorpresa. No había esperado que la hoja frenara del modo en que lo había hecho y sintió un fuerte dolor en los músculos debido a la esperada liberación que no tuvo lugar.

La magia de la espada funcionaba mediante la intención. Si quien empuñaba la espada creía que lo que atacaba era el enemigo, o era algo malvado, la espada lo atravesaba, atravesaba cualquier cosa. Si el Buscador creía que la persona era malvada, no existía defensa contra la hoja, ni siquiera un muro de acero.

Pero si el Buscador, en algún punto en lo más profundo de su ser, en el rincón más oscuro de su mente, creía que el adversario era inocente, entonces la hoja no cortaría ni papel para lastimar a esa persona.

Richard permaneció allí, de pie, con la espada bien empuñada con ambos puños, con la hoja inmóvil en el aire, justo por encima de la parte superior de la máquina, mientras un hilillo de sudor le descendía por la sien.

Y entonces la máquina empezó a despertar.

Los ejes empezaron a girar despacio, los engranajes encajaron, y más mecanismos comenzaron a coger impulso.