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lentamente, Kahlan tomó una bocanada de aire, preparándose.
El perro percibió algo. El gruñido fue más grave. De repente, con todas sus energías, tan deprisa como pudo, utilizó el brazo derecho para alzar la manta y pasarla por encima del animal. Este empezó a abalanzarse sobre ella. En un instante, sin embargo, antes de que él pudiera reaccionar del todo, antes de que pudiera lanzarse al frente y antes de que sus dientes pudieran alcanzarle el rostro, ella tenía al bestial animal enrollado en la manta.
El ímpetu del giro para arrojarle la manta por encima, para envolver y atrapar al animal, los hizo rodar a los dos por el borde de la cama. Chocaron contra el suelo, Kahlan encima del poderoso y forcejeante perro, el cual, con las patas embutidas en la manta, asestaba frenéticas patadas, intentando escapar.
Kahlan sabía que había guardias al otro lado de la puerta. Intentó gritar pidiendo ayuda, pero tenía la garganta tan irritada que se había quedado sin voz. No consiguió emitir ni un grito.
Por suerte, había evitado por los pelos derribar la lámpara de la mesilla de noche, de modo que podía ver lo que hacía. Debido a años de experiencia, Kahlan alargó la mano instintivamente para coger el cuchillo de su cinturón y poder despachar a la bestia, que se debatía frenética.
El cuchillo no estaba allí.
Se sintió confusa en un principio respecto a por qué no estaba, preguntándose si lo habría perdido al rodar fuera de la cama; pero casi al mismo tiempo se dio cuenta de que no acostumbraba a llevarlo en el palacio. Lo guardaba en su mochila. Mientras peleaba con el perro, alzó la vista en la habitación débilmente iluminada para ver dónde estaba la puerta, con la esperanza de poder escapar.
Fue entonces cuando vio los ojos refulgente de otros tres perros cerca de la puerta, con las cabezas gachas, las orejas hacia atrás, los dientes al descubierto y babas colgando de sus fauces. Eran perros grandes, fornidos, oscuros y de pelo corto, con cuellos gruesos y poderosos.
No podía concebir cómo diablos habían conseguido entrar en el dormitorio. Mientras miraba con desesperación a su alrededor en busca de un modo de escapar, vio que una de las puertas acristaladas del fondo de la habitación estaba parcialmente abierta.
Tenía que esforzarse al máximo para mantener al animal envuelto en la manta a raya. Las patas traseras del perro asestaban patadas mientras chasqueaba los dientes intentando morderla. Ella le había introducido un trozo de manta en la boca. La confusa pelea impedía que los otros perros tomaran parte, al menos por el momento, pero Kahlan sabía que atacarían en cualquier instante.
Cuando volvió a alzar la vista, comprobando dónde estaban los tres, vio que uno de ellos había dado un paso hacia allí.
También vio su mochila no muy lejos, a la derecha, cerca del pie de la cama. Su cuchillo estaba en la mochila.
No había modo de que pudiera atravesar una puerta custodiada por los tres furiosos animales. Su única posibilidad era conseguir el cuchillo.
Sin detenerse a considerar lo acertado de la decisión, pasó una pierna por encima del perro que se retorcía atrapado en la manta y estiró el cuerpo a la derecha para coger la mochila. Consiguió a duras penas atrapar la correa con los dedos.
Cuando el perro que actuaba de líder de los tres brincó hacia ella, Kahlan balanceó la mochila con todas sus fuerzas. El golpe derribó al animal y lo lanzó al otro lado de la habitación.
Sin perder un segundo, Kahlan se puso en pie de un salto, asestó una patada al perro de la manta en las costillas con todas sus fuerzas, y huyó en dirección a las puertas acristaladas.
Surgiendo de la oscuridad de los laterales de la estancia, otros perros enormes se abalanzaron hacia ella. No la alcanzaron por muy poco.
Kahlan profirió un grito ahogado de alarma y atravesó como una exhalación la puerta abierta que daba al balcón. La barandilla se clavó en su cintura, dejándola sin aliento. Tuvo suerte de que lo hiciera, porque pudo ver que había una buena distancia hasta el suelo, una distancia que la habría matado.
Giró en redondo para cerrar la puerta pero los perros ya la habían atravesado. Vio que, pegado a la fachada, no lejos de su balcón, había otro balcón. Había varios metros de distancia separándolos, y una buena caída en vertical entre ellos.
No había tiempo para considerarlo, y ninguna otra opción. Alzó un pie para colocarlo en la parte superior de la barandilla y lo usó para darse impulso a través del espacio, en dirección al otro balcón. Unos dientes se cerraron con un chasquido, sin alcanzar su tobillo por muy poco.
Aterrizó encima de la gruesa baranda del segundo balcón, pero resbaló y cayó cuán larga era al suelo. Al alzar la vista, vio que en el otro extremo del balcón había una escalera estrecha. Miró atrás y vio a los perros parados con las patas delanteras en el balcón de su habitación mirando para ver adónde había ido.
Volvió a mirar la escalera. Debían de haber accedido a su habitación por ella. Habían subido por la escalera, saltado al balcón de su dormitorio y entrado por allí.
Los perros retrocedieron por el balcón de su habitación, obteniendo el espacio que necesitaban para dar un salto. No tenía tiempo para detenerse y pensar. Estaba aterrorizada cuando se levantó de un brinco y corrió hacia la escalera.
Bajó los peldaños de tres en tres al mismo tiempo que el primer perro dio el salto. Jadeó mientras corría frenéticamente escaleras abajo, agarró el remate de la barandilla para girar en redondo hacia el siguiente tramo de escalera, y bajó como una exhalación.
Miró atrás un instante, razonando que podía utilizar la mochila para rechazarlos si se acercaban demasiado, pero cuando vio las chasqueantes fauces yendo a por ella, comprendió que repelerlos con la mochila no iba a funcionar. Corrió aún más deprisa escaleras abajo, tomando cada giro mediante el sistema de agarrarse a la columna de cada tramo de escalera y girar en redondo.
Tener que efectuar esos giros aminoraba la velocidad de la enfurecida jauría, ya que resbalaban en la piedra y tenían dificultades para no perder el equilibrio. Kahlan consiguió sacarles cierta delantera. No era una delantera cómoda, pero al menos le proporcionó un poco de distancia de sus dientes.
La cabeza le dolía tanto que pensó que se derrumbaría y entonces ellos la cogerían.
Recordó la predicción de la mujer que había asesinado a sus hijos, la mujer a la que Kahlan había dominado con su poder, la predicción de que unos colmillos irían en busca de Kahlan y la despedazarían.
Kahlan corrió aún más deprisa.
Pero ya mientras corría, sabía que estaba cerca del fin de su resistencia. Notaba cómo le menguaban las fuerzas. Cuando se encontró por fin debajo de todo, en los terrenos del palacio, en plena noche, estaba a punto de desplomarse, exhausta. Detrás, la jauría se aproximaba. No tenía otra elección que seguir corriendo.
El martilleo de su cabeza estaba a punto de poder con ella. Sabía que no sería capaz de seguir adelante mucho tiempo. Y entonces la jauría la atraparía.
Recordó la espantosa visión de Catherine, asesinada por animales de alguna especie. Kahlan estaba segura de saber ahora qué había matado a la reina embarazada.
Esos animales habían matado a Catherine y a su hijo no nacido. Y ahora iban tras ella. No había duda de que si estas bestias la cogían, la despedazarían del mismo modo que habían despedazado a Catherine. Aquella imagen, aquel recuerdo, dio energías a sus piernas.
La única posibilidad que tenía era correr. Pero toda la distancia que había ganado en la escalera, la estaban recuperando ellos ahora con rapidez. Peor aún, el terror inicial que la había propulsado y hecho seguir adelante, aquel estallido de energía motivado por el miedo, se había agotado. Estaba a punto de caer desplomada.
Tenía que hacer algo.
Vio un carro en la oscuridad alejándose de ella.
Corrió en su dirección. Estaba sin aliento, pero sabía que incluso una pausa momentánea significaría que los perros hundirían los dientes en su carne y acabarían con ella definitivamente, tan cerca estaban.
Casi lanzó un grito de aturdido júbilo cuando alcanzó el carro, pero no tenía ni voz ni resuello. Calculó y saltó sobre el peldaño de hierro que colgaba de la parte posterior.
Al mismo tiempo que los perros saltaban, lanzando dentelladas en un intento de asirle la pierna, se izó al segundo peldaño y con un último y tremendo esfuerzo se lanzó al interior del carro.
Al aterrizar, su cabeza chocó contra algo sólido. El dolor la aturdió.
Su mundo se oscureció.