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kahlan despertó al sentir un aliento cálido en la cara. Eso no tenía sentido.

La alarma de su voz interior le advirtió que mantuviera los ojos cerrados y permaneciera totalmente inmóvil.

Intentó frenéticamente comprender qué sucedía, pero no consiguió hallarle sentido. Sabía que no era Richard. Él estaba preocupado por ella y jamás haría algo que pudiera asustarla, en especial cuando ella no se encontraba bien.

El brazo izquierdo le dolía. Recordó vagamente a Zedd poniendo algo en él y que luego lo había envuelto con vendas. Pero el brazo no era el problema inmediato.

Su experiencia durante la guerra, y aún más, su adiestramiento y experiencia como Confesora, tomaron el control automáticamente. Hizo caso omiso del dolor de cabeza que seguía taladrándola, de las náuseas, del dolor del brazo, y puso toda la concentración en el problema que la ocupaba. Sin abrir los ojos, moverse, o alterar la respiración, Kahlan empezó a evaluar la situación.

Algo la mantenía inmovilizada bajo la manta. Intentó imaginar qué podría estar sujetándola. Al poner la mente a trabajar para dilucidarlo, pensó que daba más bien la impresión de ser alguien a cuatro gatas colocado justo sobre ella, con una mano y una rodilla a cada lado.

Sabía que la habitación estaba custodiada, de modo que no podía imaginar cómo nadie, con la intención de hacer daño, podría haber entrado; tampoco se le ocurría ni una sola persona que fuera a hacer algo así como una broma. Advirtió que el olor de aquello era decididamente desagradable, y no humano.

La pesada respiración tenía el deje de un gruñido sordo.

Con suma cautela, abrió los párpados apenas un resquicio.

Cerca de ella, a cada lado, pudo ver algo delgado. Delgado y peludo. Comprendió que sólo podían ser las patas delanteras de un animal como un lobo o un perro, posiblemente un coyote. A la tenue luz de la solitaria lámpara de la mesilla de noche, era difícil saber el color.

Con aquel pedacito de información, la frenética y perpleja confusión empezó a disiparse. Sus ideas respecto a lo que podía ser, afortunadamente, empezaron a tomar forma.

No era una persona a cuatro patas encima de ella. Era un animal. Por el peso de este sobre la cama, fuera lo que fuese tenía que ser bastante grande. Demasiado grande, comprendió, para ser un coyote.

Y entonces oyó el característico gruñido quedo, y volvió a notar la ardiente respiración. Por el olor de la criatura, las patas que podía ver y el gruñido jadeante estuvo bastante segura de que tenía que ser un perro grande, quizás un lobo.

No concebía qué podría estar haciendo en su dormitorio.

Recordó, entonces, al perro que había chocado contra la puerta de su dormitorio, el animal tan violentamente agresivo que los soldados se habían visto obligados a matar.

No sabía cómo podía haber conseguido entrar ese perro en su habitación, pero dejó de lado el esfuerzo de dilucidarlo. No importaba cómo había entrado. Sólo importaba que lo había hecho, y que el animal era peligroso… no tenía ninguna duda.

Con el cuerpo inmovilizado bajo la manta, no tenía ninguna esperanza de poder incorporarse de un salto y correr a la puerta. El animal estaba demasiado cerca. Jamás conseguiría llegar.

Cuando abrió los párpados tan sólo un poquitín más, pudo ver el hocico tensado hacia atrás en un gruñido, y los largos dientes. Si intentaba incorporarse de un salto, la manta bajo la que estaba atrapada entorpecería sus movimientos y la bestia le desgarraría el rostro antes de que tuviera tiempo de alzar los brazos para defenderse.

Cayó en la cuenta de que su brazo izquierdo estaba atrapado por el animal, pero el brazo derecho no.

Supo que sólo tenía una oportunidad, y también supo que no podía demorarlo. Tanto perros como lobos tenían un instinto depredador y les estimulaba el intento de huir de sus presas, el que echaran a correr. Puesto que ella yacía totalmente inmóvil, el impulso de darle caza permanecía bajo control.

Pero sólo mientras estuviera totalmente quieta, y sólo por el momento. Sabía que el perro podía decidir ser el primero en actuar.

El quedo gruñido amenazador se tornó más profundo, un poco más alto. Percibió su vibración en el pecho.

El perro estaba decidiendo atacar a su presa.

No tenía tiempo que perder. Sabía que en cuanto el animal le hundiera los dientes, no habría escapatoria.

Tenía que tomar la iniciativa.