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tras una aterradora carrera entre la espesa vegetación, el paisaje quedó un tanto más despejado al llegar Henrik a algunos de los trechos de agua más espaciosos. El sendero, nunca a más de unos centímetros por encima del agua fangosa, iba siendo invadido poco a poco por raíces enredadas, cañas y ramas, todo ello entretejido en una especie de tapete de vegetación. Sin ella, el sendero en algunos lugares habría desaparecido simplemente sumergido bajo las marrones aguas.
A Henrik le preocupaba qué sucedería en el caso de que resbalara fuera de aquel camino. Le preocupaba lo que aguardaba en el agua a los incautos, o a los descuidados.
Estaba tan cansado, tan asustado, que tan sólo el miedo descarnado que sentía mantenía sus pies en movimiento. Deseó poder estar de vuelta, a salvo, con su madre. Pero no podía parar, o los perros lo atraparían.
Si bien la pasarela de ramas y enredaderas era en algunos lugares lo bastante amplia para que varias personas caminaran unas junto a otras, la mayor parte era sólo lo bastante amplia para una persona. En aquellos puntos angostos existían a veces asideros o incluso barandillas, hechas de ramas torcidas, atadas mediante delgadas enredaderas. Toda la estructura crujía y se movía mientras avanzaba por ella, como si fuera un monstruo parcialmente sumergido, contrariado por tener a alguien caminando por su lomo.
Henrik no podía decir con seguridad a qué distancia tras él estaba la jauría debido a cómo se transmitía el sonido por el agua. Se preguntó si los perros pasarían un mal rato intentando caminar por la estera de enredaderas enmarañadas y ramas que constituía el puente que atravesaba aquel mundo acuoso. Se preguntó si tal vez sus patas resbalarían y caerían entre la masa entrelazada y quedarían atrapados allí. Esperó que así fuera.
La neblina le impedía ver a mucha distancia entre los árboles recubiertos de musgo. A medida que la neblina se cerraba a su espalda, tampoco podía ver a mucha distancia en la dirección por la que había llegado.
Se desplazó hacia el centro del puente de ramas y enredaderas al ver pasar algo por el agua a poca distancia. Fuera lo que fuese, arrastraba una masa carnosa y desgarrada tras él, con marcas de mordiscos por toda la pálida carne en descomposición. No había modo de saber de qué animal procedía, pero por el tamaño del hueso astillado que colgaba del extremo, parecía haber sido bastante grande. Se preguntó si sería un fémur humano.
Echó un vistazo abajo, nervioso por lo bajo que discurría el puente de ramas sobre el agua. Este se movía y oscilaba de un modo escalofriante mientras corría por él. Henrik no sabía si era un puente flotante o si estaba sostenido por debajo, lo que sí sabía era que en muchos lugares apenas quedaba por encima de la superficie del agua y le preocupaba que algo pudiera asomar, agarrarlo por el tobillo y arrastrarlo al interior de las tenebrosas aguas.
No sabía si eso sería peor que ser atrapado por los perros que lo perseguían. Anhelaba escapar de sus tres destinos posibles, pero no se le ocurría otra cosa que seguir con su desesperada carrera hacia adelante, huyendo de una amenaza, esquivando la segunda y yendo a parar a los brazos de la tercera.
Empezó a notar un gran cansancio en las piernas mientras seguía corriendo por el interminable puente que cruzaba la lúgubre ciénaga. Oía los gritos de animales invisibles, los agudos chillidos resonando a través de la neblina y la oscuridad. Parecía como si cruzara un lago enorme y poco profundo, pero puesto que no podía ver a mucha distancia, era difícil saberlo con seguridad. Enormes hojas redondas, parecidas a nenúfares, flotaban por encima de la superficie del agua en algunos lugares, manteniéndose tan erguidas como podían, con la esperanza de obtener un poco de luz, que probablemente sólo atravesaba el espeso dosel de hojas en breves y raras ocasiones.
Henrik resbaló varias veces, pero la barandilla lo salvó. Por los ladridos, más lejanos ahora, juzgó que los perros tenían problemas para seguirlo. Con todo, no se atrevió a aflojar el paso.
A medida que oscurecía, le alivió ver velas encendidas a lo largo del puente. No sabía si alguien salía a encenderlas al anochecer, o si siempre estaban allí y ardían continuamente. Habían estado encendidas la última vez que había pasado por allí con su madre. Con la oscuridad que reinaba entre los imponentes conjuntos de árboles, serían una ayuda incluso de día.
Cuanto más avanzaba, más amplio y más consistente se volvía el puente de ramas y enredaderas. Los árboles a su alrededor, alzándose fuera del agua sobre marañas de raíces, se apelotonaban más entre sí. También las enredaderas que colgaban de las oscuras alturas empezaban a ser más espesas, algunas de ellas serpenteaban entre árboles y se mantenían por encima de la superficie del agua. Muchas acababan recubiertas y sujetas por plantas que ascendían del agua o por zarcillos que se desenroscaban desde lo alto. La vegetación a cada lado se tornó tan espesa que una vez más pareció que el túnel penetraba a través de una madriguera de ratas hecha de ramas, plantas trepadoras y zarzas. La única constante eran las tenebrosas aguas a cada lado. Con demasiada frecuencia veía moverse sombras por las profundidades.
Las velas se tornaron más abundantes a medida que el puente se adentraba en la oscura maraña de sotobosque. Las velas estaban colocadas en recodos en la maleza de ramas y cañas.
Las esporádicas barandillas pasaron a ser al cabo de un tiempo estructuras más solidas que se curvaban desde cada lado y que parecían estar protegiendo el puente del espeso sotobosque, o puede que de lo que acechaba en el agua. Las paredes, gruesas en las zonas inferiores, más finas a medida que ascendían, en algunos lugares estaban rematadas con ramas que daban casi la impresión de ser zarpas cerrándose sobre él.
Las velas se volvieron tan abundantes que en ocasiones casi parecía como si pasara entre barreras de fuego. Henrik supuso que el puente no se incendiaba y quedaba reducido a cenizas porque estaba muy húmedo y viscoso. Musgo verde y resbaladizo así como moho oscuro cubrían la mayor parte de la entretejida masa vegetal, y todo ello le dificultaba en gran medida mantener el equilibrio.
Cuanto más avanzaba Henrik, más espesa resultaba la maraña de ramas entrelazadas que conformaba las paredes, hasta que estas acabaron por cerrarse sobre su cabeza y sintió como si estuviera dentro de un capullo de madera retorcida. Únicamente podía ver a través de alguna que otra abertura. Oscurecía, no obstante, así que no había mucho que ver. Dentro, el resplandor titilante de cientos de velas iluminaba el camino.
Cuando reparó en que ya no oía a la jauría, hizo una pausa, aguzando el oído. Se preguntó si temían aventurarse a cruzar la estera de ramas y por lo tanto habían abandonado finalmente la persecución.
Se preguntó si tal vez ya no sería necesario que siguiera adelante. A lo mejor los perros se habían ido y él podía regresar.
Pero al mismo tiempo que lo pensaba, un impulso interior le obligó a avanzar al interior del refugio de la Doncella de la Hiedra. En cuanto dio unos pocos pasos, fue difícil no dar unos cuantos más al interior del túnel iluminado por la luz de las velas.
Por fin, con un supremo esfuerzo, se obligó a parar. Si iba a escapar, había llegado el momento de hacerlo. Dio la vuelta y volvió a mirar en la dirección por la que había llegado. No oyó a los perros.
Con cuidado, un tanto vacilante, dio un paso de vuelta hacia la libertad.
Antes de que pudiera dar otro, uno de los espíritus, como una criatura hecha de humo, se le cruzó en el túnel de ramitas entrelazadas para cerrarle el paso.
Henrik se quedó paralizado por el terror, con el corazón martilleándole aún más deprisa.
La resplandeciente forma flotó más cerca.
—Jit te espera —siseó—. Muévete.